Cuando llega la Noche. Capítulo IX

CAPÍTULO IX

Arde la Ciudad

Durante unos días se conformó con husmear por algunas casas buscando lo que necesitaba, pero no se alejó, tenía que madurar lo del tejado, además se había acojonado un poco, quizás demasiado.

Lo que si notó fue que las patrullas aumentaban, estaban en lo más crudo del invierno, Febrero llegaba, no había celebrado las navidades, sonrió, nunca lo había hecho, pero de lo que estaba seguro, era de que las cosas se les estaban poniendo crudas a la gente de las instalaciones, las provisiones les habrían bajado, seguro, ahora levantarían las piedras buscando comida, y quizás les tocara defender el refugio, pero tarde o temprano tendrían que venir, no le preocupaba, más lo hacían los Nocturnos, esos si eran peligrosos, solo con pensar en ellos se le erizó el pelo de la nuca.

Pensó que a él lo único que le faltaba ya era ladrar, todo o casi todo era comida para perro, pero por lo menos no les faltaba, aún tenían para mucho tiempo, eso no le preocupaba, el frio era intenso, pero toda la noche la chimenea permanecía encendida a todo trapo, nunca faltaba madera de los muebles de las casas abandonadas.

De día, se apagaba para evitar que se viera el humo, él, cuándo salía, hacía lo mismo, buscar humo, pero hasta entonces no había visto nada que pareciera arder allí. Perro parecía más tranquilo, pero desaparecía, normalmente regresaba antes del anochecer, algunos días, pocos, estaba un par de noches que no llegaba, tampoco temía por él, era algo a lo que había que acostumbrarse en el nuevo mundo que se había creado.

De vez en cuando arrancaba el coreano para que cargara la batería, pero apenas lo movía, no quería alejarse demasiado de allí, no se sentía seguro desde lo del tejado, y nevó, Perro saltaba como un loco y se revolcaba como un animal en la nieve, Álvaro pensó que pillaría un enfriamiento gordo, pero ni se resfrió el puñetero.

Y llegó la primavera, todo empezó a tener vida, las patrullas continuaban viéndose cada vez más, supuso que el hambre empezaba a causar estragos, pero no quiso subir a ver lo que pasaba, ya llegaría el tiempo. “Paciencia”, pensaba siempre que se le venían las ganas de tomarse venganza, y dejaba pasar el tiempo.

Pero también llegaron los incendios, los vio en la lejanía un día que salió de la seguridad relativa de la casa; apenas si había andado un kilómetro, cuando vio como en la parte antigua de la ciudad enormes nubes de humo negro se elevaban hacia el cielo, y era extraño, él había visto algunos incendios, pero esporádicamente, no sabía quién los provocaba, apenas si en todo el tiempo que llevaba había visto cinco, nada más que eso, ahora, sin embargo, el volumen de humo indicaba que no era algo aislado, sino que una extensión grande ardía incontroladamente.

Al día siguiente, apenas volutas de humo dispersas salían de las zonas que habían sido quemadas, pero a los pocos días otro enorme incendio estaba arrasando la zona colindante, aquello ya no admitía duda, era provocado, alguien estaba haciendo tabla rasa con la ciudad, no conocía el motivo, pero los incendios se acercaban a su zona, tendría que averiguar qué era lo que estaba pasando, así que decidió que era la hora de acercarse a ese lugar y saber que era lo que sucedía.

Decidió hacerlo a pie, apenas si le separaban tres kilómetros del último incendio, así que preparó todas las cosas, incluyendo el Accuracy, por si tenía que hacer frente en la distancia a alguien, era un buen rifle y podía mantener a raya metiéndole el temor de Dios en el cuerpo de un grupo considerable de hostiles.

Partió al amanecer, Perro le seguía, pero al poco tiempo desapareció como tenía por costumbre hacerlo, él seguía tomando todas las precauciones del mundo, no quería que lo descubrieran.

Hacer sólo esos kilómetros le llevó más de tres horas, pero al final llegó a donde se estaba iniciando un tercer fuego, era una calle del barrio antiguo de Córdoba, de casitas bajas y calles pegadas las unas a las otras, la mayoría de ellas aparecían destrozadas, con las puertas abiertas, en algunas se veían vestigios de lucha y en unas pocas se notaba que la intensidad del combate había sido mayor, explosiones y casquillos en montones, indicaban que allí se habían enfrentado fuerzas considerables.

Contempló por lo menos veinte vehículos, más de cincuenta personas, más las que no podía ver, comprobó dónde estaba; a apenas cincuenta metros más atrás se alzaba una iglesia, se ocultó de la vista de todos, pegándose a las paredes, no quería un encontronazo con una fuerza tan considerable, logró llegar al templo, éste aparecía destrozado, manchas de sangre de mucho tiempo atrás, todo quemado y roto, señas de que allí también había tenido lugar un enfrentamiento.

Buscó las escaleras que daban acceso a la parte superior, eran estrechas y de caracol, cuando llegó a la segunda planta paró, allí había una puerta, podía seguir hacia el campanario, pero eso lo dejaría demasiado expuesto, abrió la puerta, inmediatamente una ráfaga de frío aire le recibió.

A sus pies se extendía el enorme tejado de la iglesia, salió afuera, había una pasarela metálica que recorría la parte superior de todo el centro del tejado, avanzó sobre ella, y se paró cuando vio una cruceta en el mismo. Con cuidado se movió por el resbaladizo techo, no sabía si era lo suficientemente fuerte como para sostenerlo, pero parecía que sí, anduvo unos metros hasta que llegó al final del mismo, miró a la calle, allí veía perfectamente a la formación de vehículos, se puso de rodillas, no quería que alguien por casualidad mirara y lo viera, lo mejor era no ofrecer esa posibilidad.

Se sentó en el tejado, era incómodo, pero podía apoyarse lo suficientemente bien como para no temer caerse, se fijó en el convoy, se había separado lo suficiente como para coger varias calles a su izquierda, hicieron como un semicírculo, todos iban bien armados, la mayoría con fusiles de asalto, tenían un plan, pero no lograba adivinar cuál era, y esperó.

Un tipo daba órdenes que no podía escuchar, solo le veía levantar los brazos indicando posiciones, el semicírculo se cerró, él mientras comía un gran pedazo de chorizo, como si estuviera viendo una película en el cine.

Cuando el tipo creyó que todo estaba como él quería, levantó la mano. A su orden, los más de treinta que rodeaban una amplia zona a apenas doscientos metros de donde se hallaba, encendieron cocteles molotov que lanzaron hacia las casas, a los pocos instantes empezó un incendio en una zona de por los menos mil metros cuadrados, comprobó que no le llegaría, había hombres lanzando cocteles dos calles delante suya, el incendio que provocaban era más o menos controlado, aunque con las calles tan cerca unas de las otras, podría descontrolarse en minutos, aunque la iglesia era completamente de piedra, por ello sería difícil que se quemara, así que no se preocupó.

Más de un cuarto de hora llevaba ardiendo la enorme manzana de edificios, el humo lo cubría casi todo, pero el viento era amable y el humo subía casi verticalmente hacia el cielo, seguía sin saber el propósito de aquellos incendios controlados.

Entre el humo en uno de los edificios, vio como surgía una figura, detrás de ella, más, hasta que a pesar de la poca visión que tenía por el humo, supo que eran cientos los que salían de allí, eran Nocturnos, que, sin temor a la luz del día, acosados por el fuego habían subido a los tejados para escapar del fuego.

Algunos de ellos saltaban de los techados al suelo, donde eran abatidos por los hombres que rodeaban la manzana de casas que ardían, todo parecía controlado, aquellos hombres parecía que sabían lo que hacían, y Álvaro siguió comiendo tranquilamente lo poco que quedaba del chorizo, volvería a su casa tranquilo, sabiendo que eran razias contra los Nocturnos, solo si se acercaban demasiado a casa intervendría, él tampoco le tenía mucha simpatía a los Nocturnos.

Pero la cosa no había acabado, no supo cómo los Nocturnos adivinaron la parte más desprotegida de la operación, vio como salían por una de las puertas más equidistantes de los grupos a pesar del humo, de las llamas, y como una jauría se lanzaron hacia uno de los hombres que defendía solo una de las calles a la derecha de donde se hallaba.

El tipo no los había visto, por lo menos veinte de esas alimañas, se acercaban a él, apenas si le faltaba veinte metros y el hombre no se había dado cuenta aun, le quedaban segundos de vida.

 Álvaro no supo por qué lo hizo, ¿por solidaridad?, ¿por odio hacia los Nocturnos?, no lo supo, pero encaró el Accuracy y disparó, el primero de los Nocturnos cayó de golpe arrastrándose por el suelo de la velocidad que llevaba, disparó y disparó, vio como caían los animales a cada disparo que hacía, el ansia lo poseyó, cambio de cargador y siguió disparando, el hombre se había repuesto, y disparaba contra el grupo que cada vez era más numeroso, habían encontrado una forma de atacar y salían todos por el mismo sitio uniéndose a la jauría, más tipos salieron y ayudaron a parar la marea de animales que intentaban sorprenderlos.

La calle se convirtió en un matadero, medio convoy estaba en la calle disparando contra los monstruos, y la vía se llenó de cadáveres. Al tercer cargador, Álvaro, se agachó, dejando de disparar, se arrastró hacia la pasarela y allí se quedó tumbado mirando al cielo, esperando que se marchara el convoy, en otro caso gastaría lo que quedaba de munición disparándoles.

Más de dos horas estuvo mirando como el humo negro y denso subía al cielo, hasta que oyó sólo el crepitar de las llamas no volvió a asomar la cabeza con precaución, vio que el convoy se había marchado ya, miró a la calle donde había disparado.

Ahora debía tener cuidado, él hubiera dejado a alguien esperando al francotirador para saber sus intenciones, el tipo que mandaba el convoy parecía saber lo que hacía, así que descendió sin prisa ninguna, aún faltaban horas para que anocheciera, no quería que lo pillaran desprevenido.

Llegó a la base de la iglesia, miró a su alrededor, nada parecía extraño, continuó caminando hacia la puerta, ocultándose en cualquier cosa que pudiera protegerlo, no llevaba el Accuracy, este colgaba de su espalda, llevaba un HK que quitó a uno de los muertos en la emboscada a los dos coches.

Llegó a la puerta, se colocó tras ella, sin prisa, sacó la cabeza varias veces, intentando atraer los disparos por si alguien le estaba cazando, una de las veces creyó ver algo que le pareció extraño en la parte lejana de la calle a la izquierda suya, pero desde el ángulo de la puerta en el que se hallaba era difícil de ver.

Volvió hacia atrás, y a mitad de la iglesia cruzó al otro lado, desde fuera nadie podía haber visto que había cambiado de lado de la puerta, “paciencia”, se repitió, impaciencia igual a tiro que te llevas.

Muy despacio asomó la cabeza, no vio al tipo, pero sabía que estaba allí, alguien se escondía en el edificio que hacia esquina al final de la calle.

Si salía era hombre muerto, eso también lo sabía, si lo querían vivo lo cogerían, si lo querían matar lo matarían, sinceramente pensó que debería de haber dejado que mataran a la pandilla de mamones que estaban esperándole.

La compasión es algo que siempre se paga, se prometió dejar que mataran a quien fuera, que poca posibilidad tenía en este mundo, pero que, si no se preocupaba solo de sí mismo, se le ponía más difícil el sobrevivir.

Solo cabía una opción, una noche en la iglesia, y una ola de frio le atenazó el cuerpo, allí con los Nocturnos pocas posibilidades tenia de sobrevivir, pero lo que era cierto, es que alguien lo esperaba para cazarlo, la mejor oportunidad, era esperar a que se fuera, y solo lo haría cuando llegara la noche, por miedo a los Nocturnos.

La trampa estaba hecha, solo se abriría cuando llegara la noche, reculó y volvió hacia atrás, subió la escalera, pero en vez de parar siguió trepando hasta al campanario, cuando llegó allí, miró a su alrededor, no vio a nadie, quizás se había equivocado, el tiempo lo diría, lo que tenía claro es que le esperaba una noche de aúpa, esperó que los atacantes se hubieran retirado, si los Nocturnos lo olían, y hacía tiempo que no se había duchado, moriría con toda seguridad, todas las opciones tenían un riesgo, pero quedarse allí esa noche le pareció la que le daba más opciones de sobrevivir.

Se quitó la mochila y miró hacia la ciudad, el humo seguía espeso en su dirección hacia el cielo, ahora con menos virulencia, pero todavía era un tronco enorme que se elevaba hacia las nubes, esperó tranquilamente, y empezó a atardecer, el sol desapareció en el horizonte dando una maravillosa vista de la ciudad, durante un momento se quedó admirando la belleza que se le ofrecía, un sol rojo bajaba, y se enterraba entre las puntas de la Catedral, como si el río se lo comiera, y la claridad empezó a desaparecer.

Vio como dos coches se acercaban a toda velocidad, y como salían de varios sitios seis hombres, uno de ellos de la esquina del edificio donde había creído ver a alguien, se montaron rápidamente en los vehículos y salieron como alma que lleva el diablo, la hora de los Nocturnos comenzaba, y no querían quedarse a verlo. Los maldijo dos veces, y pensó que eso le pasaba por gilipollas, la próxima vez, que los mataran mil veces, él no iba a mover ni un solo músculo por salvarlos.

Con tranquilidad y resignación abrió la mochila y colocó todo lo que tenía en ella que sirviera para defenderse, colocó armas, cargadores, munición, todo en perfecto orden de revista, comprobó de nuevo los cargadores, las armas, todo.

Sacó el cuchillo de su funda y lo puso a su lado, detrás de las armas de fuego, todo en prioridad, HK y sus cargadores, Accuracy y los suyos, pistola y cargadores, el cuchillo, y para el final un poco más alejado, dos granadas de mano, morir matando, pensó, y sonrió tristemente, estaba cansado, tampoco le importaba morir, para la vida que estaba llevando… pero eso sí, en una explosión, no comido poco a poco por esos putos animales.

Se colocó con el HK en el extremo derecho de la entrada al torreón, el lugar que le permitía abarcar más vista de la escalera de caracol, se tumbó y esperó mirando a las dos campanas que ahora no repicarían nunca más, vio como la noche se volvía espesa y se cerraba como un negro sudario.

Abrió una de las latas de comida para perros, y la devoró completa, tranquilamente, como si fuera su última comida, no esperaba salir de allí, sólo esperaba llevarse a los máximos que pudiera consigo.

Pasaba el tiempo y unas horas después oyó ruido abajo, se levantó y con la mira nocturna del Accuracy vio como los Nocturnos se llevaban los cuerpos de sus muertos, tenían que ser un buen número, pero en apenas diez minutos no había ninguno en la calle, se tumbó de nuevo, colocó el Accuracy en su sitio, y cogió el rifle de asalto, sabía que le quedaban minutos antes de que llegaran allí.

No los oyó, no los vio, pero sabía que estaban allí, a pesar de la oscuridad, notó que podía ver algo de allí, seguramente se había aclimatado a la poca luz del lugar, no es que fuera una visión nítida, pero notaba las formas de las piedras, las uniones, la barandilla, a pesar de que la luna apenas si acompañaba, sonrió, así sería más fácil matar más.

Vio los ojos, y disparó entre ellos, el bicho salió disparado hacia atrás, otro, y otro más, la única ventaja era que la escalera era tan estrecha que se atropellaban unos a otros, eso y que la potencia de los disparos los mandaban hacia atrás con fuerza, cayendo unos sobre otros, sintió como el cañón se calentaba como una estufa, a pesar de que disparaba tiro a tiro, estaba contento, a ese ritmo le permitían recargar, y seguir disparando, y lo estaba consiguiendo con el Accuracy.

Lamentó no haber traído mas munición, aquello era cazar patos en un estanque, enseñó los dientes, y sonrió, ¡qué matanza!, y se sintió satisfecho, se acabó el Accuracy, cogió la pistola, pero el primero estaba a apenas medio metro de él, asió la granada, le quitó el seguro, y sonrió, la dejó caer por las escaleras, se puso las manos sobre la cabeza, un Nocturno saltaba en ese momento sobre él, una tremenda explosión hizo que el Nocturno que había saltado para matarlo, saliera disparado por encima de él, dando en la pared tras de él, pedazos de carne salieron esparcidos, llenando el lugar donde se hallaba, enormes goterones de sangre lo salpicaron, a él y a todo lo que estaba en el campanario, después el silencio.

No oyó nada, se levantó, aguzó el oído y todo era silencio, cogió el cuerpo del Nocturno y lo tiró por el hueco del campanario, cayó haciendo un ruido sordo muchos metros abajo en la calle.

Cogió el cuchillo y se lo puso en la espalda, se metió la granada que le quedaba en el pecho, junto al cargador que le quedaba de la pistola, y esperó que subieran, poca leche le quedaba, pero todavía se podía llevar a más de uno por delante.

Sucio de sangre, con frío, asustado, aun estuvo horas en la misma posición, era como si se hubiera congelado, solo esperaba el momento en que las bestias comenzaran a surgir por el hueco de la escalera, pero solo vio como un tímido rayo de luz le daba en la cara.

Amanecía, había perdido la noción del tiempo, sin pensarlo, volvió a armar la mochila, y con la pistola en la mano bajó por la escaleras, allí vio como la parte en la que había estallado la granada, había destruido todo ese piso, que ahora en cascotes reposaba en la planta baja de la iglesia, más de cinco metros, y solo colgaba la barandilla de la escalera, la cogió y tiró de ella, parecía bien sujeta, se quedaría a unos dos metros del suelo, pero eso no era un salto peligroso, se puso la pistola en el pecho, se agarró al hierro, y bajó aferrándose solo con las manos, estaba demasiado doblado como para que pudiera hacerlo con los pies, de pronto la barandilla se soltó, no estaba tan fija, le pilló de improviso y cayó desde tres metros sobre los cascotes, sintió como se le clavaban en el cuerpo, y se quedó sin respiración unos instantes, después se incorporó, tosió, y se palpó el cuerpo, parecía que estaba bien, sólo le dolía una pierna, se la tocó, nada parecía estar roto, se levantó y sintió dolor, se la habría golpeado o doblado en la caída, pero no tenía tiempo que perder, cojeando se fue hacia la puerta, miró a ambos lados, y con toda la velocidad que le permitía el dolor y su pierna renqueante se alejó de la iglesia, parecía que se había escapado.

Caminar hasta la casa fue un suplicio, la pierna le dolía cada vez más, cuando llegó, casi no podía soportar el dolor, abrió la puerta y se tumbó en el sofá, puso la pierna en alto, lo estaba matando, pero señal de que continuaba vivo, se tomó un calmante y apenas unos minutos después dormía, la noche había sido terrible.

Por suerte para Álvaro, aunque la pierna tardó en curar, al final lo hizo, una semana después se podía mover casi bien, se le cansaba antes, pero le permitía manejarse bien, no se atrevió a hacer más burradas, “que se jodieran” pensó, y los incendios no se acercaban a su zona, eso le permitió recuperarse con tranquilidad.

De todo esto sólo sacó una consideración, que no dejaría que nadie tomara el rumbo de su vida, aun tenía comida, pero vivir asustado no era lo que quería, estaba cansado de Nocturnos, de patrullas, de todo, tenía que poner límite a las cosas, era el vivir sin miedo o el morir, y pensó que morir no era tan malo, lo único que le podía pasar, es que lo cogieran, pero eso no iba a suceder nunca, se lo prometió, la última granada seria para él, y para el que lo estuviera matando.

Al día siguiente se levantó, Perro había vuelto, a saber de qué lejana correría, no le importaba que se fuera, era un ser independiente, él no tenía que llevar su vida, salió de la casa, y buscó directamente en una de las tiendas lo que quería, ya se conocía toda la zona perfectamente, así que encontró el comercio rápidamente, eran sprays de pinturas, se metió en la mochila cuatro de ellos, y salió.

Fue hasta el extremo de las casas, allí en una de los blancos edificios pinto “Tierra de la Bestia, no entrar”, Perro a su lado lo miraba con ojos de extrañeza, pero a la vez sonreía, “qué tarado”, pensó Álvaro mientras realizaba pintadas con la misma leyenda.

La zona de pequeñas casas calculó que tendría un kilómetro por medio, así que pensó que sería suficiente para que pudiera advertir a cualquiera que viniera a causar problemas, además eso quería, que vinieran, durante un momento pensó que estaba como una cabra, pero desechó la idea con una sonrisa.

Cuando terminó habían pasado más de seis horas, pero se sintió satisfecho, salió de las casas bajas y en los blancos bloques de apartamentos, donde no había pintadas, escribió “Gonzaga, estas muerto”, hizo lo mismo en varios sitios, eso dejaría claro qué es lo que pasaba allí, si eso no provocaba respuesta nada lo haría.

Por la tarde repartió armas por algunas de las casas en las que podía refugiarse en caso de problemas, bien escondidas, sería muy difícil que las encontraran, y él, en caso de problemas, podría disponer de artillería, porque, sinceramente, no sabía cómo saldría toda aquella locura de provocación.

Aquella noche durmió mal y pasó el tiempo esperando a ver qué pasaría mañana, si no llegaba nadie, es que nadie quedaba por allí.

Al día siguiente puso en marcha su plan, fue al todoterreno coreano, que estaba a quinientos metros de su casa, allí había dispuesto armas por alrededor en una zona pequeña, en la que pensaba moverse, arrancó el coche, abrió todas las puertas y puso un compact de Rammstein[1], subió el volumen a máxima potencia, después se encaramó al techo de una furgoneta que estaba bajo un árbol, al lado multitud de coches que le permitirían ocultarse en el caso de que tuviera que dejarlo, colocó al lado el HK, y comprobó el cargador del Accuracy, le había hecho una reparación de emergencia al supresor, lo había probado y casi no sonaba el disparo, pero de lo que estaba seguro era de que no aguantaría mucho.

No tuvo que esperar demasiado, vio con la mira, como un coche paraba a unos quinientos metros proveniente de la Avenida, se giró sin levantarse, al poco dos coches más lo hacían, de ellos salieron diez hombres que se desplegaron rápidamente, parecían saber lo que hacían, mientras tanto la música sonaba por todos lados, extrañamente, como si fuera un concierto en un cementerio.

Vio los lugares que tomaban, y esperó, solo perdió de vista a uno, pero era normal, él lo que esperaba era que estuvieran lo suficientemente lejos de sus coches como para que pudiera eliminarlos antes de poder huir.

Uno de ellos se había ocultado detrás de un bloque de edificios, calculó trescientos metros, se preparó, sabía que tenía que salir, tenía que avanzar, efectivamente, en plena cabeza, el tipo ni se había dado cuenta de que lo estaban matando, todos los demás se quedaron quietos, o eso supuso, pero ya sabía que eran nueve, uno menos.

Vio como uno de ellos avanzaba entre los coches, comprobó que quedaba una abertura entre dónde estaba y el coche siguiente, apenas dos metros, pero tenía que pasarlo, apuntó, era un tiro difícil, por lo menos doscientos metros y en un arco de dos metros un blanco en movimiento.

Tranquilizó la respiración, lo vio salir, apenas una décima de segundo, el impacto cambió la trayectoria del cuerpo, y salió disparado quedando en el claro como un muñeco roto, disparó de nuevo, pero no hacía falta, el tipo estaba muerto, más que muerto.

Ocho quedaban y ahora sería más difícil, quizás alguno de ellos lo hubiera localizado, intentarían rodearlo, seguro, pero no quiso moverse aún, creía que un par de blancos más podría hacer.

Vio como un tipo se ocultaba detrás de un coche, a pesar de ello, a través de los cristales se silueteaba su figura, sonrió y disparó al costado, atravesó las ventanillas, seguro que estaba o muerto o muy mal, después, si no estaba muerto, lo remataría.

Siete, y ya no veía ninguna cabeza, sabían que no era inofensivo, miró y no vio a nadie, ni un solo disparo, o no sabían dónde estaba, o estaban esperando para disparar mas cerca, la segunda de las ideas no le gustó, pero le dio igual, no le importaba morir hoy, miró la granada que colgaba de su peto y sonrió.

Con el rabillo del ojo vio un movimiento, agachado en el lateral del coche un tipo con un rifle de precisión, intentaba buscarlo, solo se veía la mirilla, para él era un buen objetivo, disparó antes de que el tipo supiera de donde le venía el tiro, la bala atravesó la mirilla, y la cabeza tomó un rumbo inesperado, como si no la sostuviera la columna vertebral.

Seis, la cosa se igualaba, nada se movía, ni siquiera el viento, solo se oía Mutter[2] de Rammstein sonando a todo volumen en aquel siniestro lugar, algo pequeño, muy pequeño asomó sobre el capot de uno de los coches, era la cabeza, o lo que llevara en la cabeza uno de los tipos, no se fiaba, podía ser un señuelo, esperó, el tiempo para él no tenía valor ninguno, paciencia, se dijo, paciencia.

Vio como uno de los asaltantes se arrastraba de un coche a otro, intentando no hacer movimiento que detectaran su presencia, en el cuello le dio, el tipo se movió, y volvió a disparar, esta vez en la cabeza, cambió el cargador.

Cinco, ahora venía lo bueno, o seguían a por él, o se largaban, ahora vería si tenían cojones, no se movió del sitio, sabían dónde estaba, que vinieran, y sonrió, los esperaba con ganas, vio a unos cuatrocientos metros como uno de los asaltantes se dirigía hacia los coches, a ese se le había quitado el ardor guerrero, apuntó bien, y le dio en plena espalda, antes de que cayera le clavó otro.

Cuatro, una ráfaga se llevó parte de la furgoneta, pero él había colocado una plancha de hierro y ningún proyectil le alcanzó, sonrió “uno con cojones”, pensó, vio al tipo, apenas si se asomaba el cañón de su arma, posiblemente estaría recargando, preparándose para otra ráfaga, efectivamente, el tipo sacó el arma, pero solo los brazos, estaba disparando a lo loco, había sido suerte que alcanzara la furgoneta; a pesar de la lluvia de balas, Álvaro apuntó al brazo, y éste salió disparado con el arma sujeta, al elemento aquel le quedaban quince minutos no más, la hemorragia sería muy intensa, uno menos.

Tres, apostó a que tendría que mirar más arriba, no creía que ninguno de ellos, tuviera más ganas de jugar a la cacería, miró hacia delante, casi se le escapa, uno de ellos ya estaba subido en el coche, apuntó y disparó, el cristal se cuarteó y vio como la sangre mojaba los asientos, era bueno el rifle, y la mira.

Dos, ¿quién sería el primero en moverse?, una hora y ningún movimiento, Álvaro se contoneaba en la furgoneta con cuidado de no moverla, pero necesitaba reactivar el flujo sanguíneo, nada interrumpía la quietud del lugar, él casi siempre estaba mirando a los coches, sabía que tarde o temprano alguno iría a uno de ellos, y él tenía todo el tiempo del mundo.

Miró el reloj, las dos de la tarde, más de cinco horas de cacería, y él no tenía prisa, dentro de cuatro o cinco horas oscurecería, ellos verían que hacían, él estaba bien allí arriba, ellos no tanto.

Tomaron la decisión, dispararon contra todo en su dirección intentando llegar a los coches en una desesperada carrera, disparó, el primero se estampó contra un coche, y cayó lentamente, el segundo casi a punto de alcanzar uno de los vehículos, salió disparado contra el mismo, el vehículo era blanco, quedó manchado con salpicaduras rojas por todo el maletero y la matrícula.

Nadie quedaba, solo al que le había arrancado el brazo; tenía que cerciorarse, bajó del techo saltando sobre el de otro coche, se acercó al lugar, un reguero de sangre salía del sitio done le había disparado.

Álvaro lo siguió con precaución, veinte metros más y vio al tipo, estaba blanco como la cera sobre un enorme charco de sangre, por si acaso, Álvaro le disparó en la cabeza, el individuo cayó de un lado, manchando de sesos el coche en el que se apoyaba, lo registró, cogió el rifle y todo lo que tenía de interés y se lo colocó en una mochila vacía, repitió la operación con los otros nueve cadáveres, después fue hacia los vehículos, allí sí había cantidad de todo, estaban bien cargados de munición y armas, lo que más le gustó fueron dos cajas de veinte granadas, que sabía que le daría buen uso.

Cargó todo lo que tenía en uno de los vehículos, fue al refugio y lo descargó todo, después arrancó de nuevo, fue a los bloques y pintó en la pared “diez muertos más”, y firmó “Bestia”, miró su obra y le gustó, al final hasta quedaban bien sus letras, dejó el coche alejado del refugio, se guardó las llaves después de haberlo cerrado y volvió a la casa, allí echado en su jergón dormía tranquilamente Perro.

Durante varios días estuvo rondando por los alrededores, buscando donde se escondían los Nocturnos, porque por allí tenían que tener una guarida, y quería saber en qué sitio era, rastreó una amplia zona, pero nada parecía indicarle donde se escondían, podía ser en cualquier sitio, pero por lo que había visto tenían un cubil, donde se ocultaba un gran número de animales.

Lo único que se le ocurrió fue seguir el rastro de la sangre que al mover los cadáveres dejarían sobre el suelo, porque lógicamente al día siguiente de los diez que había matado no había ni rastro, miró eso y todo lo que pudo observar.

Esto lo llevó a alejarse de la amplia avenida, siguió por Carlos III, y al final vio uno de los bloques, en los que se notaba rastro de que por allí un grupo grande se movía, además le vino el hedor de cadáveres en descomposición, se acercó con mucha precaución, vivían de noche, pero no le temían al día, y no quería encontrase con ninguno de ellos.

Comprobó que el edificio tenía sótano, de cocheras, se acercó a las rejillas que se mostraban a ras de suelo, el hedor era insoportable, estudió el edificio, era enorme, un bloque de pisos de cinco de altura, largo más de doscientos metros, y una salida amplia de coches, pero tenía que intentarlo, no sabía por qué, pero tenía que joder a esos malditos bicharracos.

Contó los respiraderos, veinte, comprobó que por entre las barras metálicas pasaba una granada, necesitaría veinte de ellas para los respiraderos, y tres o cuatro para la principal, además de cualquier cosa que explotara para poder hacer lo que quería, siguió dándole vueltas a la cabeza mientras volvía al refugio.

Cuando llegó a casa entró en la habitación que servía de arsenal completamente llena de toda clase armas, fruto del tiempo que había estado recogiéndolas, sobre todo de los que había cazado, y sacó de allí la enorme ametralladora de cincuenta, contaba con tres cajas de cien balas cada una

Estaba seguro que solo podría recargar una, era demasiado tiempo el que necesitaría para montar una nueva cinta, no le darían oportunidad; contó los fusiles que tenía, casi veinte, pero sólo cogió diez, los limpió uno a uno, comprobó que funcionaran y los dejo cargados y listos para el día siguiente, se la iba a jugar, pero le daba igual, no quería aquellos bichos cerca de su casa.

A la mañana siguiente montó la ametralladora pesada sobre un pickup de los últimos asaltantes, la tapó con una manta gorda, y colocó los diez fusiles, cargados y solo con el seguro puesto, al terminar, colocó veinte cargadores más, un par de pistolas con sus cargadores al lado, y arrancó despacio, mientras, Perro miraba como se alejaba.

Llegó después de quince minutos al lugar donde se ocultaban las fieras, aparcó el coche lateralmente delante de la enorme puerta de salida de los vehículos, veinticinco metros, treinta metros como mucho estaría de la entrada.

Se colgó una bolsa, allí estaban las veinticinco granadas, armadas y listas para explotar, sintió su peso en el cuello, enorme, el resto estaban en el pickup, se fue a una de las esquinas del edificio, miró al cielo, estaba nublado, y una fina lluvia caía embarrándolo todo, un jodido día para morir, un feo día, respiró profundamente.

Cogió la primera granada, le quitó la anilla y la echó por el respiradero, lo más rápido que pudo siguió echando granadas por cada uno de ellos, al pasar por la entrada echó varias.

Antes de haber llegado al quinto empezaron a explotar, cuando terminó, regresó a la furgoneta, dejó un par de granadas más en la entrada por donde ya aparecían los Nocturnos, después saltó al pickup, la ametralladora pesada ya estaba montada.

Respiró profundamente, apenas se había ido el humo de la explosión los vio a la luz del día, peludos, deformes, algunos heridos por la destrucción, pero todos deformes, parecía que nunca habían sido humanos; uñas largas, caras deformadas, y cuerpos que se apoyaban en las manos para andar, pero que, aun así, eran tan ágiles como un ser humano o más, no lo pensó, casi acariciando el gatillo para no derrochar la munición, fue dando ráfagas cortas, que poco a poco se fueron haciendo más largas.

Parecía que aquello no tenía fin, las enormes balas atravesaban los cuerpos de los Nocturnos como si fueran de papel, algunas veces los reventaban, otras, los atravesaba y herían al animal que venía atrás, pero la ametralladora causaba estragos, sintió el clic, y sin pararse a pensarlo cogió un de los fusiles, y disparó.

La marea de monstruos no cesaba, y fusil a fusil, se agotaban los cargadores, una enorme montaña de cuerpos tapaba casi la entrada, a pesar de todo seguían saliendo, como si hubieran estado comprimidos allí dentro, una locura, sintió miedo, pero no cesó ni un segundo, en el último rifle cargado, la marea cesó.

Rápidamente, sin pensar, comenzó a recargar los rifles, pero nada salía de allí, se colgó un HK del hombro, comprobó la pistola y se acercó al montón de cuerpos, uno se movía, le disparó en la cabeza, después arrastró uno a uno a los cadáveres hasta dejar sitio para que pasara sin problemas, nada se movía en el amasijo, quería una entrada limpia, sobre todo una salida clara.

Encendió la linterna de la pistola, y mirando a todos lados bajó la rampa, vio los pocos coches que permanecían abajo, tenían las puertas abiertas; optó por continuar hacia la derecha.

A pesar del pañuelo que llevaba, era insoportable el olor, disparó a todos lo que malheridos por las explosiones quedaban allí, y que intentaban alcanzarlo; en la esquina un montón enorme de cuerpos humanos, hasta de perros, se descomponía, vomitó, se alejó, ya estaba todo visto, “joder qué mundo”, pensó.

Se dirigió al otro lado del enorme sótano, miró coche por coche, pero nada se movía, solo el hedor a carne podrida y un fuerte olor a orines ácidos, dio una arcada, pero ya lo había echado todo, por su boca solo salió un poco de líquido, se recompuso, vio cómo se acercaba torpemente una hembra, detrás de ella otra, supo el porqué, estaban preñadas, a punto de dar a luz, le disparó en la cabeza a ambas, cambió el cargador mientras miraba la transformación que en ellas era más profunda.

Siguió hasta el final, allí Nocturnos pequeños le gruñeron, eran diferentes a los mayores, estos tenían el hocico prominente como los gatos pero menos, ojos redondos, pelo marrón oscuro o negro, le disparó a uno que ya grande se acercaba a él, los otros le gruñeron, algunos yacían destrozados por las explosiones, Álvaro se alejó, y cuando estuvo a una distancia prudencial lanzó un par de granadas al final del sótano, el techo se derrumbó mientras él subía por la cuesta, fue al vehículo, arrancó y se dirigió a la casa.

Pasaron unos días, nadie les molestó, parecía que las pintadas, y por supuesto los muertos, habían tenido repercusión, no vio ninguna patrulla, sin embargo en uno de sus paseos casi en el límite de su zona, vio un camión del ejército aparcado, llevaba la lona puesta; con toda la precaución del mundo se acercó a él, comprobando que nadie estaba por allí apostado gastándole alguna mala jugada, comprobó exhaustivamente el perímetro, nadie, el camión tenía un cartel en el parabrisas, lo cogió y lo leyó.

“Tú en tu casa y yo en la mía”, y lo firmaba Gonzaga, miró en la trasera, había armas, y munición para parar un tren, granadas, baterías, gafas, todo un arsenal, cientos de kilos de armas, Bestia sonrió, eso le compraba tiempo a Gonzaga, sólo eso, registró el camión por si tenía algún sistema de seguimiento o alguna enrevesada trampa, pero o no tenía o eran muy buenos.

Metió la llave y la giró, el camión arrancó inmediatamente, apenas si tenía veinte mil kilómetros, lo llevó a la casa, y tardó toda la mañana en descargarlo, tuvo que coger un pico y reventar la habitación de las armas, comunicó una casa con otra, no había más espacio, y no las quería en la parte de arriba, demasiada humedad.

Cuando terminó, volvió a dejar el camión después de llevarse todo el gasoil, donde lo había encontrado, en la parte de atrás del cartón escribió.

“De acuerdo de momento, pero me debes una”, y lo firmó, “Bestia”.

Volvió a la casa, comprobó las armas y se sintió satisfecho, allí había para empezar una pequeña guerra, se aseguró que las armas funcionaban, si les hubieran quitado alguna pieza, como el percutor, por ejemplo, no servirían para nada, serían pedazos de hierro, cogió balas al azar, todas funcionaban perfectamente, además estaban fabricadas poco tiempo antes de la hecatombe, volvió a sonreír, se sintió aún más satisfecho.


[1] Rammstein (pronunciado como [‘ʁamʃta͡ɪn]) es una banda alemana de metal industrial formada en 1994 por los músicos Till Lindemann, Richard Z. Kruspe, Oliver Riedel, Paul Landers, Christian Lorenz y Christoph Schneider. Su música se basa en una corriente surgida en su país en los años 1990 llamada Neue Deutsche Härte del que son su exponente más popular y al que también pertenecen, entre otros, ¡Oomph! y Die Krupps. Ellos mismos han denominado en alguna ocasión esta mezcla con el apelativo de Tanzmetall.

[2] Murmurar.

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