65. Pablo y Rosa. La Profecía

Capítulo XIII

Por Fin la Misión

Rosa piensa con razón que hoy se ha pasado, piensa que es una burra y basta, y que para una vez que están juntos, y solos, bueno, si se olvida a Ange, va y mete la pata, ¿eructar? ¿Cómo un camionero?, ¿el cubata?, si no ha bebido en su vida, le duele la cabeza todavía, pero quería parecer mayor, y el de la cara de póker, que no se inmuta por nada, la tiene loca.

              ¿Lo siente de verdad o sólo por llevarle la corriente a una niña?, no lo cree, no lo sabe… se va a volver loca, mejor dicho, la van a volver loca.

              ¡Qué nervios!, le va a dar algo, y Ange no es la misma desde lo de la pelea de Pablo. No puede hablar con ella, y eso le duele, el no poder contar lo que le está pasando a la mejor amiga que tiene. Espera que ya se le haya quitado, esta tarde ha estado casi normal.

              Pero, le da igual.

              Pablo es suyo, y si alguien se lo quiere llevar va a tener que quitarla de en medio a ella.

Otro día en el caldero, pasando calor y sudando como un cerdo.

              Llama a «Panadería».

– ¿Fiscal Lozano?

              Una voz femenina le contesta.

– Sí, ¿quién es?

– Pablo Maldonado de la policía.

– Ah, el inspector perdido.

– No señora, he contactado casi todos los días con el comisario Delgado.

– Era una forma de hablar.

– Ya se están aclarando las cosas.

– Dígame.

– Valdivia soltó al fin el puerto, es Sines, pero ha costado trabajo.

– ¿Al sur de Portugal?, -pregunta.

– Efectivamente, me ha pedido además que averigüe el número de los conteiner que entrarán la próxima semana importados por una serie de empresas.

– ¿Cuantas son?, -vuelve a preguntarle.

– Seis.

– Mándeme un mensaje de texto con los nombres, no iré en comisión rogatoria a Portugal, sino que pediré algunos favores a amigos portugueses, es cuestión sólo de Registro Portuario, es casi público.

– ¿Podría pedir una Orden de Registro para los conteiner?, si no es muy complicado.

– Lo intentaré, va a ser difícil, pero veré que puedo hacer.

Pablo siente como duda al responderle.

– Muchas gracias.

– Manténgame informada.

– Lo haré.

– Adiós.

– Adiós.

Y desconecta el móvil.

              Vuelve al puesto entre los gritos de las primas y el barullo de los paseantes y clientes.

              Todo discurría con normalidad, puesto, comida, cena, mirada de Rosita, mirada suya, vuelta a empezar.

              Esa noche, después de los cafés, volvieron a quedarse solos.

– Pablo, -le preguntó Tomás

– ¿Tienes los números?

– Todavía no, están en ello, -le responde.

– Diles que aligeren, porque ya mismo nos vamos.

Tomás lo miró fijamente.

– ¿Cuándo?

– Mañana, -aseguró Ricardo.

-Estate preparado, salimos con la fresquita.

– ¿A dónde vamos?, -preguntó de nuevo.

– A Mérida, a casa de unos amigos, a resolver un problema.

Ricardo nada más habló del tema.

– De acuerdo.

Asentió, no le quedaba otra.

– Estate preparado a las seis de la mañana, -pidió Ricardo.

– ¿Y quién se queda con las niñas?

Realmente Pablo estaba preocupado.

– No hay mercadillo para ellas hasta que volvamos. Además, viene mi sobrino Rafael para estar al quite, tú has acojonado bastante al personal, falta de respeto a Rosita, te las entiendes con el Callao.

Me asegura Ricardo.

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