
Cinco de la mañana y en planta. Desayunan en silencio, salen a la calle y cogen el Citroën de Ricardo.
Los despiden en la escalera, ninguna quiere bajar, pero se les ve la preocupación, ninguna mujer gitana hará ademán a un hombre de que se quede cuando tiene que hacer, bueno, lo que tiene que hacer.
Arrancó el coche y salieron de la calle, pero en vez de rodar en dirección a Mérida, cogieron la carretera de Granada. Apenas unos kilómetros circulando por ella cuando Ricardo tomo un camino de tierra, se dirigió hacia la entrada de una finca y la atravesó, un kilómetro después, llegaron a una destartalada casona, en la que los esperaba un hombre moreno con gorra y la cara picada.
Salieron, le besó la mano a Tomás y estrechó la de Ricardo.
Sacó las cosas del coche siguiendo las instrucciones de Ricardo y esperó, instantes después apareció el mismo hombre conduciendo un BMW 325 IXS, antiguo, pero de pintura impoluta.
Se bajó del coche y entregó las llaves a Ricardo, este se subió al coche, Tomás se colocó a su lado, él puso las cosas en el capó, y se sentó en el asiento trasero del coche.
Ricardo hizo apenas un ademan de despedida al hombre que levantaba la mano despidiéndose, aceleró el coche que rugió como un tigre.
– Buen coche, -afirmó al oír el sonido del motor.
– Para viajar es mejor este que el Citroën, -aseguró con sorna Ricardo.
– Sí, bastante mejor, -respondió Pablo, intentando tener el mismo tono.
Ahora sí cogieron la carretera de Badajoz, la de la Ruta de la Plata, que, en la parte de Córdoba hasta Zafra, es de un solo carril y bastante peligrosa.
Ricardo le apretaba como si le fuera la vida en ello, y el coche respondía con el ruido de un gran motor bien cuidado; adelantaba los camiones con una seguridad pasmosa.
– Pablo, -lo llamó Tomás.
– ¿Sí?, Tío Tomás, -contestó.
– Así me gusta, porque a partir de ahora llámame solo Tío a mí y a Ricardo, tú serás a partir de ahora el Callao, no abras la boca si no te preguntan, y di lo justo.
– Si hay algo que no entiendas te lo callas, y después nos lo preguntas, -le pidió Ricardo.
– Bien, sin problemas.
– Una pregunta, Pablo, y perdona que te sea tan directo, ¿a ti te gusta Rosita?
– Sí, tío Tomás.
– No te pregunto como persona, sino como mujer, -notó la voz seria del viejo.
– ¿A quién no le gustaría una belleza como Rosita?, -intentó desviar la conversación.
– No le des vueltas, Pablo, sabes perfectamente de que estoy hablando, -le repitió Tomás.
– Si, -no se paró a pensarlo.
– ¿Y qué?, -preguntó el Ayo Tomás.
– Sí, ya lo he dicho, -corroboró lo que sentía.
– Joder con el Callao, -comentó seriamente Ricardo.
– Y a ella ¿le gustas tú?, -le preguntó Tomás.
– Eso habría que preguntárselo a ella, -le respondió Pablo, que no las tenía todas consigo.
– Ya se lo he preguntado, -le contestó Tomás.
– ¿Y qué respondió?, -volvió a preguntar Pablo, preocupado.
– ¿Tú qué crees?, -le preguntó a su vez Tomás con socarronería.
– Dímelo tú, Tío Tomás, -y por dentro, Pablo estaba expectante.
– Pues lo que ya sabes, que sí. Si nos pasara algo a Ricardo y a mí, te doy permiso, para que, si quieres, la cortejes como gitana, con el respeto debido, tienes la aprobación de Ester y su familia, los Carmona, que ya tienen conocimiento de todo esto.
(En caso de muerte de los varones de un clan las mujeres suelen ir con el clan de la mujer mayor sobreviviente, salvo que ésta sea del que se ha perdido).
– Tío Tomás, miedo me das, -le respondió
– Soy muy viejo, y cuando os vi a los dos juntos la primera vez sabía, que erais uno para el otro, pero tendréis que sortear un mar de problemas y peligros, -auguró con voz cansada.
– A mí me cuesta entenderlo, -comentó Ricardo.
-Pero si mi padre lo dice, -continuó hablando-, está hecho.
Poco más hablaron en todo el trayecto.
No pararon ni a tomar café, llegaron del tirón, era en la calle Helguin, cerca de la carretera antigua de Almendralejo.
Ricardo paró ante un adosado de muy buen aspecto, pintado de un color amarillo que recordaba lo cerca que estában de Portugal.
Ricardo tocó el claxon, y se abrió la puerta de un garaje, allí metió el coche. Abrieron las puertas, y con dificultades, Pablo salió del coche pues la puerta no abría del todo.