
Una noche cálida y extraña. Rosita le trajo una cerveza y se sentó a su lado.
– ¿Cómo te lo digo?
– ¿El qué?, -le preguntó Pablo.
– Lo de la Bisa, -y lo miró asustada.
– Es difícil que puedas explicármelo, -hizo un gesto con la boca de incredulidad.
– Mi abuelo me contaba que el último que él supo, fue un policía francés y gitano, qué cuando los alemanes nos mandaban a campos de exterminio, él los escondía, y los llevaba fuera, a España o a Inglaterra, con un grupo de compañeros. Salvaron a cientos de gitanos del exterminio.
(Después comprobó que en Francia solo se habían deportado a los campos de extermino a tres mil quinientos Roma o Romanís, qué fueron a los campos de exterminio de Dachau, Ravensbrueck y Buchenwald. Comparando, por ejemplo, con Rumania que mando a más de veinte mil a los campos de exterminio o Croacia, donde ejecutaron a más de veinticinco mil gitanos, era una cifra pequeña, lo del tal Pierre el Zorro (Le Renard), como le llamaron, podía haber sido cierto. Más de la quinta parte de los roma, romanís o gitanos de Europa fueron exterminados por los nazis, alrededor de doscientos veinte mil, (aunque otras fuentes hablan de quinientos mil)
– ¿Y cómo terminó?, -preguntó con interés.
– Mal, lo fusilaron, -Rosa agachó la cabeza
– O sea, que encima de que me endiñáis el título éste, ni me protege ni nada, muchas gracias, pero te digo que no.
– Tú no dices nada, el don te escoge a ti, tú te callas y palante, -írguió la cabeza.
– Qué suerte tengo, y ¿tú?, -le preguntó a Rosita.
– Ni idea, -le contestó.
– Esto lo arreglo yo rápido, -la tomó de la mano y la arrastró hasta donde estaba Tomás.
– Tío Tomás, ¿puedes venir?
Se acercó a ellos y les preguntó moviendo las cejas.
– Veras, Tomás, lo mío, me lo ha intentado explicar Rosita, pero ella, ¿qué tiene que ver en todo esto?
– Algunas veces, el protector es tan destructivo, que tiene que haber alguna forma de pararlo, de calmarlo, y esa es Rosita, es tu peso en la balanza.
– Joder, qué historias, -contestó con mal tono.
– Ya verás, hijo mío, -se apesadumbró de lo contado, poniéndole la mano en el hombro.
Lo miró un momento y se marchó.
Capítulo XV
La Profecía
Rosa mira a Ange.
– Ange, ¿tú entiendes algo de todo esto?, -le preguntó a su prima angustiada.
– Yo estoy acojonada, -le respondió con cara de espanto.
– Pues anda que yo, -admitió Rosa.
– La Bisa, acojona, pero deberías de estar contenta, te ha echado el lazo con Pablo.
La miró y asintió con la cabeza.
– Un lazo con una piedra, -admitió Rosa, bajando los ojos.
– Lo bueno es qué no se va a enterar nadie.
Rosa miró a su prima con el cachondeo, y ella muerta.
– Será porque ya se han enterado. ¿Y ahora qué?, -se preguntó más a ella que a Ange.
– Esperar Primi, lo que sea que vaya a pasar ya está escrito, la Bisa lo ha visto.
Ange puso cara de resignación.
Rosa se metió en su cama y se abrazó a Ange todo lo fuerte que pudo.
– ¿Montes?
– Sí Boss, estaba esperando que me llamara, ¿cómo va eso?
– Tranquilo, pero en marcha. Ya tengo un grupo que va a venir con nosotros.
– Sorpresa, reunión en un restaurante a las afueras de Mérida, en los Toreros, en la carretera de Extremadura. Está revuelto el patio, la reunión es hoy, y te estamos esperando, tengo compañía, Inspector. No faltes.
Entró de nuevo en la casa, buscó a Tomás, cuando lo encontró le comentó.
– Tomás, necesito un coche, tengo que ir a una reunión importante.
El viejo salió un momento y volvió con las llaves del BMW.
– Ten cuidado que nadie te vea, te conoce todo el mundo.
– Lo tendré, -le aseguró.
Salió a la calle, entró en el coche, activó el GPS del móvil, buscó el tal Restaurante y se dirigió hacia allá.
Se encontraba en la otra punta de Mérida, en la salida de la carretera hacia Madrid, apenas en veinte minutos lo encontró.
Aparcó el coche bajo unos veladores de metal del aparcamiento, el sol caía de justicia, y apenas si eran las doce de la mañana.
Montes estaba esperando en el porche de la entrada.
Inclinó la cabeza, sin saludar siquiera, “bien hecho”, pensó, y le siguió por un pasillo, abrió una puerta y entraron en un pequeño comedor en el que no había nada más que una mesa ocupada por varias personas.
Se acercó y saludó reglamentariamente.
– Buenos días, Señor, -el Comisario le dio la mano, la apretó-, buenos días Señora Fiscal, -y estrechó la mano que le tendía.
Antes de que pudiera preguntar por la persona que los acompañaba, el Comisario habló.
– Este es el señor Comisario Joao Mendes de Lisboa.
– Inspector Pablo Maldonado, -estrechó la mano que le ofrecía.
-Encantado.
– Lo mismo digo, -le contestó en un castellano perfecto.
– Nos tiene en ascuas, Maldonado, -comentó el Comisario Jefe Delgado.
– Es algo más gordo de lo que imaginábamos, Valdivia ha conseguido un equipo de cinco hombres del clan de los Rojas, que parecen ser bragados y estoy a la espera de ver qué pasa.
– ¿Boss…?, -preguntó Montes-, ¿tiene que seguir solo?