
Se incorporaban y le traían bandejas de chacinas, una tras otra, con la diferencia de que cada vez que traía Rosita una, alguna loncha desaparecía.
Se despobló la casa, solo Francisco, Ana y una señora mayor, la mujer de Rojas, quedaron allí.
Las niñas seguían echadas sobre él, ya con la tranquilidad, Tomás preguntó.
– Niñas, ¿aseguráis que visteis al Rastrojo?
– Sí, Ayo, -le respondió Ange, Rosita asintió.
– ¿Pero era tan viejo como yo?, -preguntó el Ayo.
– No Ayo, como de treinta y tantos o cuarenta, -Rosita volvió a asentir.
– El hijo del viejo, el que le queda, -pensó en voz alta Tomás.
Rojas asintió.
– Y ¿qué os dijo?, -volvió a preguntar Tomás.
– Qué una de nosotras para casarse con él y la otra para puta, que escogiéramos, -le contestó con desparpajo Ange, Rosita asintió de nuevo.
– Maldita sea su mala sangre, -maldijo Tomás.
– Todo el mundo está avisado, Tomás, ése no se escapa, ni ése, ni su puñetero padre, -Rojas lo cogió del brazo.
– Averigua donde estará ese hijo de mala madre a estas horas, -comentó Ricardo.
– Paciencia hijo mío, ya aparecerá, y entonces…
Ricardo bajó la cabeza y asintió, como si se acordara de algo la levantó.
– Pablo, Ester asegura que estás adoptado, que eres el hijo varón que nunca tuvimos.
– Gracias, Tío Ricardo.
– Ay Pablo, -Tomás habló con voz entrecortada, lo miró a los ojos-, si hubiera perdido a mis niñas, no sé lo que hubiera hecho, cuando te vi salir con ellas, lleno de sangre, pensé que eras San Rafael. Bendito seas una y mil veces.
– Usted sabe que mientras yo pueda, a ninguna de las niñas le pasará nada bajo mi guardia, -así le aseguró lo que era cierto.
– Lo sé Pablo, y le doy las gracias a Dios, -el viejo miró al techo como si realmente lo viera.
– ¡Pero bueno!, -exclamó Rojas-, todo el mundo a acicalarse que hay fiesta en casa de mi yerno.
Ya entrada la tarde, serían las ocho u ocho y media, salieron hacia la casa de Juan; en Mérida hace casi el mismo calor que machaca a Córdoba, por lo que la tardanza se agradecía, por ello, a pesar de la hora, iban sudando.
Pablo iba con sus dos gracias, cada una agarrada de uno de sus brazos, bellas como el amanecer, Ange un poco más pintada, gitana de ojos verdes, morena, con un traje rojo subido y unos zapatos de tacón como si quisiera ir más a mi altura, el pelo recogido en trenza y dejada caer hacia un lado.
Rosita iba… increíble, con el pelo recogido en una trenza romana, como casi siempre, que le caía a la derecha, sobre los hombros, con un traje azul claro, casi ceñido en la cintura de avispa. Por primera vez la veía pintada, no le hacía falta, pero si los ojos eran bonitos, remarcados con las pestañas altas y los labios de un rojo suave sobre una piel tan blanca, hacían aún más bello su rostro. Aunque ella no lo sabía, no necesitaba ponerse más guapa, acicalarse más, él, ya estaba totalmente pillado.
Si tacones llevaba Ange, Rosita los llevaba más altos, qué casi le costaba caminar, pero las dos no querían parecer más pequeñas a su lado. Y se preguntó, de donde habrían sacado la ropa que parecía que era de su armario. Misterios de la vida.
En un santiamén llegaron a la casa de Juan que los estaban esperando, apenas entraron, Juan lo cogió del brazo y les señaló a sus hijos.
– Estos son mis nenes, -le mostró a un chico de tres años, y a uno más pequeño, en tacataca.
Se agachó y le dio un beso al mayor.
– Este, es el primo Pablo, -le susurró Juan a su hijo.
Sacó al pequeño del tacataca y le dio un beso, no tuvo tiempo de nada más, Rosita se lo quitó diciendo.
– Para comérselo, qué me lo como.
– Manoli ven para acá, -llamó en voz alta Juan, la guapa mujer lo miró.
– Juan, que me voy con éste, que es más guapo que tú.
– Si te llevas a los nenes…, -se encogió de hombros Juan.
– ¿Tú eres el famoso Pablo?, mi primo, -Manoli lo miró de arriba a abajo.
– Sí, Manuela, -respondió Pablo.
– Manoli, primo, -y le zampó dos besos en la cara.
– ¡Ay!, qué cosa más guapa.
Y se fue para Rosita, que tenía a su hijo en las manos.
Le dio dos besos diciendo.
– ¡Ay por Dios!, que se le cae la cara de guapa, mira qué cosa más bonita, si parece una virgencita de ojos azules.