79. Pablo y Rosa. La Profecía

Rosita se puso colorada y agachó la cabeza.

              Manoli, que era de diente de perro la cogió de la cara, se la levantó y casi gritó mirando al resto de los presentes.

– Pero mirad que cosa más bonita, si ha caído del cielo.

              Empezaron los apretones de mano, los abrazos, y Rosita en una punta y él en otra.

              Juan le presentó a sus hermanos, a sus primos; a algunos ya los conocía, pero a la mayoría no, todos le felicitaron por todo.

              Baile y bebida para todo el mundo, Pablo estaba seco y cogió una cerveza, tampoco pasaba nada, se merecía un poco de tranquilidad, se sentó en una de las mesas, saboreándola.

              Al momento vio aparecer un refresco de naranja.

– No me tenías tú engañada, -era Rosita.

– ¿No tengo derecho a una cerveza?, -le preguntó.

              Se sentó a su lado, lo cogió de la cara y le dio un beso en la boca.

– Lo que tú quieras, te doy yo, -y le sacó los dientes como una gata.

              Se echó en su hombro quizás intentado disfrutar del momento, aunque fuera entre el gentío.

              No hablaron, no hacía falta, en esos instantes, después del dolor que habían pasado, de saber que quizás no volvieran a verse, de que alguno quizás moriría, el tenerse uno al otro era motivo más que suficiente para que disfrutaran simplemente del contacto de sus pieles.

              Se dio cuenta de que nada ni nadie le separaría de aquella gitanita.

              La fiesta continuó, ellos seguimos ausentes, solamente contestaban cuando les preguntaban, nadie los molestó, como si consideraran que tenían derecho a aquellos momentos.

              Se acercó el torbellino de Manoli, y los cogió a ambos de la mano, y prácticamente los arrastró.

– Venid, que tenéis que conocer a la Bisa.

              La Bisa, era la madre de Francisco Rojas, una señora muy mayor, ya ciega, totalmente vestida de negro y que se mostraba arrugada, en una silla de ruedas.

– Bisa, Bisa, -gritó el torbellino-, aquí está una pareja muy guapa.

              Rosita le dio un beso, él hizo lo propio.

              Extendió la mano y me tocó, después indicó moviéndola que se acercara Pablo, y puso las manos mostrando las palmas.

– Poned cada uno una mano en las suyas, -les explicó Manoli.

-Tiene algo que deciros.

              Rosita, casi con miedo, puso su pequeña mano en la izquierda de la Bisa, él hizo lo propio en la otra mano.

              Calló durante un momento. Pasado éste, suspiró y con una leve voz, les habló.

– Señor, ayúdame.

              Todos callaron.

-La Bisa va a hablar.

Se oyó la voz de alguien decirlo, después un silencio sepulcral.

– Tú eres la madre, la Espina Dorsal, la Sal de la vida, la Portadora de la Luz, el sol de las mañanas, la vida.

              No se oía ni una mosca.

– Tú eres el que Siega los Campos, el de recto corazón, tú serás el padre protector, la mano de la espada y el pecho que da cobijo a los desamparados.

Se acercó la mano y la besó. Después cogió la mano de Rosita y la besó también.

– Benditos seáis. Nuestra gente os esperaba.

              Ni un murmullo.

– Muchos serán los días de tormenta, las nubes os envolverán, pero, tú, Luz, romperás la oscuridad y tú, protegerás que ella reparta su luz. Luz, aparta la huesuda de su alma cuándo el Segador haya segado los campos y haya apartado la parva de la mies.

              Miró sin ver.

– Benditos seáis.

              Durante un momento solo silencio.

              Rojas se acercó, besó a su madre y habló emocionada.

– Dios te bendiga a ti, madre, le acarició la mejilla.

              La Bisa siempre había tenido fama de ser un poco bruja, le venía de familia, desde que se recordaba, las Martinas adivinaban y veían el futuro, si ella había dicho algo de ellos, cualquier gitano lo creería a pies juntillas.

– Bisa María ha dicho, y lo que ella habla viene del corazón de la tierra, de las fuentes que riegan la tierra de los campos benditos y del Dios que nos protege, yo la creo, y digo Pablo, hijo mío, Rosita, hija mía, sois de mi familia, así lo quiere la Bisa María, -les aseguró Rojas.

              Los cogió la mano a ambos y las besó, después les habló, algo que oiría miles de veces.

– Benditos seáis, -bienvenidos seáis a los Rojas.

              Todos brindaron.

– Pablo y Rosita, Pablo y Rosita….

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