
Miró a Pablo intentando que lo validara.
– No tengo ningún problema en confirmárselo, pero nada más puedo decirle.
Pablo lo miró a los ojos fijamente, para que supiera que de ese asunto nada más obtendría de él.
– Lo sé, pero he hablado con Fuentes y estoy al corriente de todo lo del Antoñín, eso no es lo que me preocupa.
Cogió el bastón que descansaba a su lado, y colocó la barbilla en la empuñadura.
-Lo que realmente me preocupa es su padre, Antonio Calero, ¿lo conoce?
– No, -le contestó Pablo, se quedó intrigado, ¿que tenía que ver el padre del detenido?
– Bien, -le comentó-, a Antonio padre le tengo aprecio, pero es muy «nervioso»
Movió la mano como si le temblara.
-Ni él ni su hijo van a contarles nada de nada, se comerá el marrón y si tiene que entrar en la trena, entrará, y saldrá sin abrir la boca.
– Es su derecho, -contestó Pablo con seriedad.
– Lo sé, pero no quiero que Antonio padre cometa una tontería.
Movió la cabeza despacio hasta inclinarla.
-Y esto lo pone en el filo de la navaja, y no creo que aguante mucho.
– ¿Sobre qué?
Pablo no comprendía nada.
– Yo me entiendo, perdóneme que sobre esto no le cuente más, lo que quiero que sepa, es que ninguno de mi familia es un chivato.
Puso la mano con la palma hacia él.
-Pero si ustedes quieren hacer una detención, digamos, más arriba, podríamos, quizás, indicarles cómo hacerla.
Movió la cabeza de un lado a otro muy despacio.
– Y en condiciones; todo esto, por supuesto, si ustedes están dispuestos a pasar la mano con Antoñín.
– Tendría que consultarlo, -respondió Pablo, mirándolo de lado.
– Pero más importante aún, no puede parecer que Antoñín o Antonio padre han colaborado.
Movió las manos de un lado a otro.
-Que se pierda la ropa, no lo sé, cualquier cosa que no les haga parecer tontos, pero que no le indique a nadie, ni de afuera ni de adentro, que han colaborado con la policía.
– ¿Cómo?, -volvió a preguntar Pablo mirándolo a los ojos.
– Hay ojos y oídos donde nadie cree que puedan colarse, -inclinó la cabeza, y torció el labio.
– ¿Hay un soplón en comisaria?, -la cara de Pablo cambió por la inesperada noticia.
– Nadie ha dicho eso, pero el que evita la ocasión evita el peligro, -volvió a poner la mano con la palma hacia Pablo.
– Tendría que consultarlo, pero en caso de que aceptáramos, ¿de qué estamos hablando?
Levantó la barbilla, todo le sonaba extraño.
– Fabricante e Importador, en una caja y con lazo.
Corroboró Tomás, asintió con la cabeza y sonrió.
– Bien, oído. Estaremos en contacto, -asintió Pablo también.
– Y por favor, Pablo, pónganos bien en el informe, pero si puede hablarlo en vez de escribirlo, sería mejor.
Movió la cabeza de un lado a otro, indicándole su preferencia.
Se despidió, y no volvió a ver a Rosa aquella noche, eso le entristeció, pero el haber estado con ella, dio un poco de paz a su alma.
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Recién llegadas al dormitorio, charlan como cotorras, la de siempre, Ange, comenta las jugadas más interesantes.
– Pues sí que está bueno, yo le hacía un favor, -Ange mira a Rosa levantando las cejas, sonríe, sabe que a Rosa le puede.
– Y yo te arranco las tripas a bocados, mío y sólo mío, -Rosa le enseña los dientes, la hubiera mordido.
– ¿Te ha dado fuerte?, -le pregunta Ange con socarronería.
– Fuerte, eso no es “na”, ese es “pa” mí, y tú me conoces, -la miró a los ojos, estaba decidida.
– Sí, hija mía, como se te meta algo en la cabeza, malo, pero como se te meta en el…, apaga y vámonos, -Ange puso su mejor cara de hastío.
Empezaron a reír como locas.
– Tú lo que estás es muy salía, -Ange le dio un manotazo en toda la entrepierna.
– Pues anda que tú, -le respondió Rosa abalanzándome sobre ella.
– Si, pero yo sólo con él, tú con cualquiera, -le contestó Rosa agarrándola de los brazos.
– Serás guarra, -respondió Ange sin cortarse.
Y así hasta que se durmieron.
Y a pesar de la boca que tenían, seguían siendo vírgenes.