69. Pablo y Rosa. La Profecía

              Le hizo una ademan con la mano para que le siguiera, él se levantó, y al llegar a la cocina se lo contó.

– Problemas, se han llevado a las niñas, -y le pasó el teléfono.

              Cuando empezó a escuchar lo que le decía su mujer se puso blanco.

              Sólo le escuchó… “su p… madre” … “cabrones” … “los voy a rajar”

              Colgó el teléfono y de un salto se plantó en la habitación donde estaban sentados los viejos.

– Pápa, que se han “llevao” a las niñas.

– ¿Qué dices?, -preguntó alarmado Rojas.

              El viejo Valdivia se puso blanco, aquello no lo tenía previsto, y le había pillado fuera de juego totalmente.

              Él volvió a la cocina mientras discutían acaloradamente como había sido, y qué iban a hacer.

Capítulo XIV

Secuestradas

Su tía las mandó a la panadería de enfrente a por un poco de levadura, los hombres se habían marchado y sólo pudieron verlos desde la escalera. Nadie quería lágrimas, a pesar de todo, hasta tía Ester lloraba, pero después de que se marcharan. Aquel día no abrirían el puesto, y mi prima Ange y el cogieron el dinero que Tía les daba. Nos recomendó.

– Tener cuidado, esta tarde viene el primo Rafael para cuidaros, pero hasta que llegue tened precaución.

              El primo Rafael, tan grande casi como su Pablo, pero con menos gracia que un nabo, pero ya volvería Pablo, y no sería necesario que las cuidara el primo.

              Apenas habían dado la vuelta cuando sintió que le tapaban la boca y la levantaban, miró hacia los lados y vio que habían hecho lo mismo con su prima. Antes de que pudieran darse cuenta, las metieron por una puerta lateral en una destartalada furgoneta de las de caja cerrada.

              Las tumbaron en el suelo, y con cinta americana les taparon la boca, y les inmovilizaron los pies y las manos, las dejaron caer sobre montones de barras de tela llenas y vacías.

              Ange se lo había hecho encima y lloraba, asustada como un animalito, Rosa se acercó a ella y se puso a sus espaldas intentando que se sintiera un poco mejor.

              Aquellos dos gorilas no abrieron la boca, terminaron de amordazarlas, y se sentaron en la parte trasera apoyándose en el cubrerrueda de la furgoneta.

              La furgoneta traqueteaba y daba volteos de un lado a otro de la velocidad que llevaba, lo que hacía que se golpearan una contra otra y contra todo lo que allí se encontraba. Rosa estaba cagada, no sabía de qué iba aquello.

              Paso mucho rato, no supo calcularlo, tres horas, quizás más, y la furgoneta paró, entraron en algo cerrado y las sacaron como si fuéramos pajaritos, en volandas.

              Las metieron a las dos en el asiento de atrás de un coche blanco, y un tipo grande y gordo se echó sobre ellas para que se inclinaran y no se las pudiera ver desde afuera.

              Arrancó el coche a toda velocidad, y al cabo de poco tiempo se metió en un camino de tierra, Rosa lo notó por el traqueteo, apenas cinco minutos después el automóvil paró.

              Las sacaron del coche en volandas de nuevo. Rosa acertó a ver una casa de campo vieja, poco más, las metieron dentro, y las arrastraron hasta una habitación pequeña en la que se veían dos camas; sin quitarles nada, las tiraron en ellas.

              Rosa miró a Ange, tenía los ojos cerrados, pero se la veía llorar, ella también estaba asustada, se temía lo peor, creía en aquel momento que no iban a salir vivas de allí, pero pensaba que, si la vida le había dado a Pablo, no se lo quitaría de en medio ahora, y eso le consolaba un poco.

              Al poco, entró un hombre con aspecto de pueblerino, pequeño y mal encarado, detrás pude ver a otro más mayor, con pinta de asesino, la punta del cañón doble de una escopeta asomaba por su espalda.

              Se acercó a ellas, y las amenazó.

– Si te estás quieta, te quito las cintas, si no, te dejo amarrá como un chorizo.

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