23. Pablo y Rosa. La Profecía

Recortada entre las flores, estas parecían avergonzarse ante su belleza, asemejaba un cuadro de algún pintor de luces y colores, pero él sabía que ninguna mano podría dibujar esa magia, y volvió a sentir como su corazón latía con más fuerza. La figura de una diosa.

– Entonces, ¿de dónde es usted?, -le preguntó Ricardo.

– Del Norte, de Santander.

– Mucho frio, -comentó Ricardo inclinando la cabeza.

– Es donde lo fabrican, -le contestó Pablo sonriendo.

– Tiene gracia, Don Pablo, -respondió Ricardo, quizás por cortesía.

– Pablo, por favor.

– ¿Y cómo Policía?, ¿de familia? – Le volvió a preguntar Ricardo.

– No, mi padre es Médico y mi madre Maestra, pero es mi vocación de siempre.

– ¿Y cuántos años tiene?, -preguntó Rosa que se había colocado detrás de él con el refresco de naranja. No podía ver su cara, pero la voz denotaba determinación y picardía a la vez.

– Niña, -la intentó corregir Tomás.

– No pasa nada, soy joven todavía, el mes pasado cumplí veintitrés.

Ella se puso a su lado y le colocó la naranja en la mesa.

– ¿Y ya Inspector?

Volvió a preguntar Rosita, que no se callaba a pesar de las miradas del resto de su familia, salvo Ángela que tenía una sonrisa socarrona.

             Y a él se le caía la baba mirándola. Se le había puesto de frente.

– Si, mi primer destino, aquí, a más de ochocientos kilómetros de mi casa, -se le escapó un suspiro de añoranza.

– La novia no tiene que estar muy contenta, -comentó Rosita inclinando la cabeza.

Si los ojos mataran, la habrían matado cuatro veces, pero a ella parecía importarle muy poco esas miradas.

– No, no tengo, hasta ahora solo estudiar, la Academia, las prácticas, y ahora mi destino, una vida aburrida, -comentó con cara de tedio, y era real.

– ¿Aburrida?, -responde Rosita.

-Pero si lo tiene usted todo, -continuó hablando, después afirmó lo dicho poniendo cara de asombro.

– Rosita, cállate, no agobies al Señor.

Tomás le hizo un gesto de la cara para que se callara.

– Si, Ayo.

Agachó la cabeza, pero dejando ver, a la vez, que no estaba muy convencida.

             Le sirvió el refresco y se sentó con un mohín que a él me pareció encantador, como todo en ella.

– Disculpe usted a mi nieta, es ya una mujer, pero algunas veces se comporta como una chiquilla, -Tomas lo miró buscando comprensión por su parte.

– No se preocupe, son preguntas que yo haría, -le contestó Pablo intentando disculparla.

– Pues yo cumplí diecisiete hace cuatro meses, ya tengo casi dieciocho, no tengo novio, nací aquí, y trabajo con mi familia, ves Ayo, es fácil, -puso una cara de redicha que en otra menos bella hubiera sido hasta feo.

– ¡Rosita…!, -intentó callarla Tomás, cansado del interrogatorio.

– Si, Ayo, me callo, -agachó la cabeza sin estar del todo convencida.

– Mira que es burra, Ayo, -afirmó Angelita que estaba riendo casi a carcajadas.

– Burra tú, que inventaste a los burros, -le contestó a Ange con un mohín de labios.

– Niñas…, -volvió a regañarlas Tomás, cansado de la pelea.

-Y ante una visita.

             Agacharon la cabeza las dos y se callaron.

– Discúlpelas Pablo, son muy jóvenes, -pidió Ricardo.

– No se preocupen, es una bendición oír sonrisas claras después de estar todo el día trabajando en tierra extraña, -Pablo lo comentó, era verdad.

– ¿Tierra extraña?, -Preguntó Tomás, acuérdese de lo que le digo Pablo, esta es ya su tierra, lo veo aquí, cualquier otra tierra si le será extraña, siempre volverá aquí.

Volvió a repetir Tomas aseverando, y con gesto de no tener la más mínima duda.

– Don Tomás, la vida da muchas vueltas.

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