
– Ricardo, -lo llama el Ayo, descansa sentado en el patio.
– Si, Pápa, -acerca la cara a su padre.
– Entérate quien ha sido el que les ha avisado a las niñas, -el Ayo pone cara de preocupación.
– Ya lo sé, Pápa, -le contesta Ricardo ufano.
– Así me gusta, -el Ayo está satisfecho.
– Un Inspector nuevo, Pablo Maldonado, la primera y nos ha “tocao”, -mueve la cabeza con preocupación.
– A nosotros, no, -el Ayo mueve la mano lateralmente.
– Pero al Antoñín…, -y Ricardo le pone las palmas de las manos hacía arriba.
– El Antoñín es un Calero, y nosotros somos Valdivia.
El Ayo agacha los ojos y niega con la cabeza.
– Pues Antonio padre, está que da bocados, que si esto que si lo otro, ya lo conoces, Pápa.
Ricardo se tapa la boca con un dedo.
– Demasiado bien, por desgracia, -el Ayo entrelaza las manos en señal de preocupación.
– Voy a invitar al Inspector a casa.
El Ayo le acerca la cara al oído de su hijo.
– No lo digas a nadie, pon a alguien en la Comisaria, ¿qué está, en la de Doctor Fleming?
– Si, Pápa, -Ricardo asiente con la cabeza.
– Bien, yo estaré cerca, y cuando lo vean salir que me llamen al móvil, que ya me ocupo yo de hablar con él.
El Ayo junta las manos tocándose dedo con dedo.
– ¿Que vas a hacer?, Pápa, -pregunta preocupado Ricardo.
– Evitar que haya problemas.
El Ayo acerca la barbilla al bastón.
– ¿Con los Calero?, -pregunta Ricardo.
– Es más complicado que eso, ya te iré contando.
Tomás mira hacia abajo fijando la vista en el suelo.
– Sí Pápa, lo que usted me mande, -Ricardo baja la cabeza aceptando lo que Ayo le ha contado.
– Gracias, hijo.
El Ayo le pone la mano en el hombro, sonríe, ya está todo hablado.
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Pablo ha comido con Montes, apenas un buffet en media hora, tienen una inspección a treinta y dos joyerías. Un importante Fabricante ha detectado la fabricación y venta de imitaciones de sus productos en la ciudad, y les tocó de nuevo, treinta y dos joyerías, sabiendo que cuando pregunten en la primera, las otras treinta y una…, a volar, lo sabrán hasta donde no les incumba, pero es así, crear la lista, direcciones, persona de interés… etc., papeles y papeles.
Cuando entró el primer año de la Academia, un Profesor al que llamaban Caballo Loco, les explicó.
“No os equivoquéis, lo más importante de un policía no son las pistolas ni los cojones, sino un buen bolígrafo, papel de sobra y unos zapatos cómodos”
Santa palabra, pero Pablo ya había pasado por varias Comisarías y lo sabía. Santa Policía, tan jodida de noche como de día. Papeles, informes, consultas, listados, fichas, dosieres, todo para nada, lo sabían, pero…
Ya casi son las siete y media, y tiene que estar en casa de los Valdivia a las ocho y media, ha comprobado que en esa tierra cambian hasta los tiempos, normalmente el cenaba a las ocho y a las once ya estaba bien dormido, pero aquí el ritmo es distinto, el calor lo manda todo, se cena a las diez, a las once, incluso más tarde, y se duerme cuando se puede. Sabe que tiene que acostumbrarse, no le queda otra.