16. Pablo y Rosa. La Profecía

           

  Se levantó temprano, estaba cansado, pero hizo un par de kilómetros más corriendo para poder despejarse, por supuesto a través del paseo de la Ribera; supuso que el agua le hacía sentirse menos extraño, añorar menos el mar, y correr le daba fuerzas para seguir el resto del día. Lloviera o tronara todos los días corría media hora o más, hasta que sentía que su cuerpo había roto el estado de laxitud propio de la mañana.

             Ducha y a trabajar, toda la noche había tenido ensoñaciones con Cara de Ángel, pero consciente de su tontería, los echaba en un imaginario saco del «serás idiota», a pesar de ello, deseaba poder volver a ver a «Cara de Ángel», lo desechaba una y otra vez, y volvía a salir por arte de magia. Como decía su padre, tenía el carácter de un buldócer, pero a pesar de ello, aquel pensamiento aparecía como si se riera de él, dibujando en su cabeza la sonrisa de ella, iluminando sus ojos como si lo hubieran poseído por un oculto hechizo. Lo descartó, primero el deber, eso sí lo tenía claro, nítido.

             Apenas llegó a la Comisaria, y pasó el detector, caminó hacia la recepción y preguntó al agente encargado donde estaba el Subinspector Montes.

– Lo llamo ahora mismo, -el agente se conectó al teléfono interior. Hizo su magia y le contestó.

– En la puerta de su despacho, -señaló en esa dirección.

– Gracias.

Caminó hasta su despacho.

             Subió de dos saltos las escaleras, y vio a Montes que esperaba apoyado en la pared que daba a su despacho.

– Buenos Días, -Pablo lo saludó en los escalones aún.

– Buenos días, -le respondió Montes echado en la pared de si despacho.

– Le cuento lo que me pasó ayer y no se lo cree, -le comentó Pablo.

– Usted puede hablarme de tú.

– Y tú a mí.

– Yes, Boss.

Spanglish en estado puro, el daño que hacen los intercambios Policiales con Estados Unidos.

– Estaba sentado en el bar de aquí al lado, el de los veladores metálicos.

– El Burbank, -le indicó, dando por entendido que no podía ser otro.

-Ese, -Pablo asintió con la cabeza.

– Se me acerca un señor mayor, y me comenta que quiere que vaya a su casa para hablar de Antonio Calero.

– ¿Cómo?… ¿Pero si lo habíamos detenido esa mañana, como se enteró?

 – ¿Y cómo conocía mi nombre…?, -le respondió Pablo con cara de sospecha.

– ¿Quién era?, -le preguntó extrañado Montes.

– Un tal Tomás Valdivia.

– ¿Tomás Valdivia?, -otra vez cara de sorpresa.

– Si, con traje negro y bastón.

– Vamos, ¿no sabes quién es…?, -preguntó Montes como si no supiera la tabla de multiplicar.

– No, -contestó Pablo abriendo los brazos.

– Es uno de los ancianos gitanos más respetados de la ciudad, pocas cosas se le escapan de lo que pasa aquí.

– ¿Mala gente?, -le preguntó a Montes.

– En absoluto, tiene sus historias, pero nada complicado, no tiene antecedentes y está muy bien considerado en esta casa y fuera de ella. Espera, que esto tiene que saberlo el Comisario Jefe.

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