15. Pablo y Rosa. La Profecía

Se levantó y la apretó, era el de un hombre fuerte que no iba en consonancia con su edad, le hizo pensar en alguien con carácter. Le caía bien aquel abuelo.

             Se alejó despacio, se dio la vuelta y le saludó con la mano.

             El saludó también y lo vio alejarse calle abajo. Apenas había andado cien metros cuando se le acercaron dos muchachos que se pusieron uno a cada lado, pero tras él.

             Pablo pensó, «vaya elemento».

Terminó el café, le gustó aquel desconocido sabor, fuerte y agradable.

             Hizo ademán con la mano al camarero para pagar, pero este se volvió, y señalando por donde se había ido Tomás le negó con la cabeza. Pensó que en esa ciudad un gesto vale por mil palabras. Estaba pagado y calladito.

             Se levantó de la silla y le apeteció el paseo que le esperaba, acababa la tarde y comenzaba a oscurecer, el fresquito se movía tímidamente intentando aparecer; en pocos días se aprende en esa tierra a valorar esos escasos y preciosos movimientos de aire, que consiguen que haya un poco menos de temperatura, que consiguen que se respire mejor, y que presagian que vendrá algo menos de calor.

             Cruzó los Santos Mártires, disfrutando del pasaje de los jardines, pasó al lado de la imponente construcción del Alcázar de los Reyes cristianos, totalmente iluminado, que daba la impresión de que al estar cerca se retrocedía en el tiempo mil años, solo con verlo dibujarse entre las palmeras.

             Bajó por Santa Teresa Jornet, hasta encontrarse en la ribera del Guadalquivir. Desde allí, ahora de noche, se maravilló al disfrutar de una vista impresionante, la bella Mezquita Catedral, el plácido y enorme río, la torre de la Calahorra[1], el Arco del triunfo[2], el Puente Romano[3], todo iluminado como envuelto para regalo. Mágico, exuberante, todo en un poco de terreno, más de dos mil años de historia ofreciéndose como una bella princesa romana, mora, cristiana, con el olor de las flores embrujando, y él, dejándose embrujar, y los colores, los aromas, bella ciudad olvidada por el tiempo, un tesoro tierra adentro.

             Se apoyó en el barandal de la Ribera, y contempló el rio que bajaba tranquilo y caudaloso a pesar de la época, sintió como si Córdoba fuera una hermosa mujer a la que su marido, el sol, hubiera liberado por unos instantes, y ahora ofreciera toda su exuberancia, llenándolo todo de belleza, de calma, del alivio del látigo del esposo, como si mereciera pasar el castigo del astro rey para tomarla en la noche. Le hacía soñar, no tenía que luchar contra nada, solo dejarse llevar por la voluptuosidad de aquella magnifica tranquilidad.

              Si apenas días atrás le hubieran contando esta belleza, no lo hubiera creído. Había visto fotos, Google y todo eso, pero ¿pasear por la Ribera?, dónde casi nada molestaba, el embrujo, era un placer, ¿Dónde pone los olores Google?, ¿Dónde la sensación de descanso después del caluroso día? ¿Dónde el rumor de rio? ¿Dónde las lejanas voces, la risa de los niños? ¿Dónde el silencio? y volvió a la tierra.

             Llegó a Campo Madre de Dios, al edificio de la policía, también enorme, de color rojo, allí tenía una habitación de solteros. No cenó siquiera, se dejó caer en la cama, apenas si había algún mueble más, y se durmió como si hubiera perdido el conocimiento de cansado que estaba. Solo le interrumpía, hasta dolerle, la imagen de la bella de los ojos azules. Se enfadó consigo mismo, pero nada podía hacer.


[1] La Torre de la Calahorra (en árabe: qala’at al-hurriya) es una fortaleza de origen islámico concebida como entrada y protección del Puente Romano de Córdoba (España). Fue declarada Conjunto Histórico-Artístico en 1931, junto con el puente romano y la puerta del puente. Forma parte del centro histórico de Córdoba que fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1994.

La torre, que se levanta en la orilla izquierda del río Guadalquivir, fue reformada por orden de Enrique II de Trastámara para defenderse de su hermano Pedro I de Castilla. A las dos torres existentes, se le añadió una tercera, uniéndose todas ellas por dos cilindros con la misma altura que aquellas.

Más tarde fue cedida al Instituto para el Diálogo de las Culturas (Fundación Roger Garaudy) quien ha instalado un museo audiovisual. El Museo Vivo de al-Ándalus presenta una panorámica cultural apogeo medieval de Córdoba, del siglo IX al siglo XIII, basado en la convivencia de las culturas cristiana, judía y musulmana.

[2] La puerta del Puente es una de las tres únicas puertas que se conservan de la ciudad de Córdoba (España), junto a la Puerta de Almodóvar y la Puerta de Sevilla. La actual puerta se sitúa en un enclave donde antaño también se localizaron puertas romanas, así como musulmanas (Bab al-Qantara, Bab al-Wadi, Bab al-Yazira o Bab al-Sura).2 En época romana unía la ciudad con el Puente Romano y la Vía Augusta.

4 El puente romano de Córdoba está situado sobre el río Guadalquivir a su paso por Córdoba, y une el barrio del Campo de la Verdad con el Barrio de la Catedral. También conocido como «el Puente Viejo» fue el único puente con que contó la ciudad durante 20 siglos, hasta la construcción del puente de San Rafael, a mediados del siglo XX. El 9 de enero de 2008 se inauguró la mayor y discutida remodelación que el puente Romano ha tenido en su historia.

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