14. Pablo y Rosa. La Profecía

Levantó el sombrero unos palmos, un saludo a la antigua, después, con un pañuelo limpió el borde interior del mismo, iba a ser verdad que el también sudaba.

– Encantado, Pablo Maldonado, pero creo que ya conoce mi nombre, -le contestó Pablo.

– Lamento haberme presentado de esta forma, pero necesitaba hablar con usted.

El viejo apoyó la barbilla en la empuñadura del bastón.

             Pensó Pablo que apenas si llevaba tres días en la ciudad y ya le conocían, un pueblo grande, imaginó.

-Usted dirá, -cerró los labios e inclinó la cabeza. El anciano levantó la mano, y le pidió al camarero.

– Un café solo y sin azúcar, ¿usted quiere algo?

             Pablo levanto el vaso con el café con hielo y negó con la cabeza.

– Lo primero es lo primero, quisiera agradecerle el gesto que ha tenido con mis nietas.

– ¿Sus nietas?, -preguntó Pablo haciéndose el sorprendido, pero ya se imaginaba de qué iba la cosa. «Ojos Azules».

Sonrió con complicidad y le explicó.

– Las dos niñas, a las que usted ha tenido el corazón de ayudar esta mañana, -se echó las manos al pecho con teatralidad.

-Me hubiera roto el alma que hubieran tenido el problema que ahora mismo tiene Antoñín.

– No sé a qué se refiere, -Pablo fingió una ignorancia absoluta.

– ¿Policía, muy grande, con acento del Norte y rubio?, quizás me haya equivocado, -el viejo sonrió con un mohín gracioso.

– Posiblemente, -Pablo sonrió, sonrieron los dos.

– A pesar de no ser usted, dígale, si lo conoce, que el viejo Tomás le debe una, porque gente de corazón, por desgracia, quedan pocas.

El viejo cogió la taza de café y le dio un sorbo.

– Si lo veo se lo diré.

             Volvieron a sonreír los dos, a bien sabiendas de lo que era.

– Si me permite abusar de su paciencia.

Asintió Pablo con la cabeza.

-Sé que han detenido a Antoñín Calero.

             Pablo iba a abrir la boca para comentarle que no podía hablar de una investigación en curso, cuando el anciano levantó la mano, enseñándome la palma, como diciéndole que esperara.

– Ya lo sé…, no puede comentarme nada, pero me va a permitir que yo le hable si no le importa.

– Diga.

 – Lo primero, me gustaría que se pasara por mi casa mañana por la tarde, si tiene un momento, deberíamos hablar de algunas cosas que creo de interés para usted, y por supuesto para su investigación. Pero lo más importante, para agradecerle lo que «no ha hecho», presentarle a mi familia y ponernos a su disposición en lo que podamos ayudarle.

Sacó de la chaqueta una tarjeta de visita.

– Aquí tiene mi tarjeta.

             Cogió la tarjeta que le ofrecía.

– No sé si podré pasar mañana, aún estoy a expensas de lo que me manden, pero si puedo estaré allí.

             En ese momento no supo por qué respondió así…, o si…, lo más normal en su situación hubiera sido excusarse, pero realmente Pablo quería ver a «Cara de ángel».

             De un sorbo se bebió el café, y despacio se levantó.

– Señor Inspector, no le molesto más, muchas gracias, y no se haga de rogar por favor. Gracias por su tiempo, -le ofreció la mano.

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