113 Un Encuentro Casual

Alfredo sale del club, ha sido una noche memorable, la chica un caramelito, si es menor de edad, a él le da igual, el no pide el carnet de identidad, sonríe, la vida que es una puerca, no debería, pero…, están tan apretadas, sobre todo cuando son menores, se siente de nuevo caliente, con lo viejo que es, y sonríe, se siente como el viejo macho que aún puede, pero se contiene, suspira, si, la noche es genial, unas buenas rayitas, una buena niña, unos buenos whiskeys y a casa como si no hubiera pasado nada, a aguantar al viejo loro que es su mujer.

-Lorenzo, ¿dónde está el coche?

             Mira por la campa, casi no hay ya vehículos, donde está, a la entrada, sí, pero el resto, con la llegada de la madrugada ha desaparecido, y es extraño, Lorenzo es cumplidor, por lo que le paga, no tiene más remedio, suspira, como el gilipollas le joda la noche, lo capa.

– ¿Qué pasa?, señorito, -es una voz que no conoce.

             Alfredo se da la vuelta, es un tipo corpulento con un cigarro en la boca, con chulería, sonríe, conoce el paño, está cansado de sacar de la cárcel a gente como él, y más peligrosos que él, se ha equivocado de persona si lo que quiere es asustarlo, o sacarle la pasta, además, en el aparcamiento de un local de uno de sus mejores clientes, es que hay imbéciles en todos lados, sonríe.

– ¿Qué coño quieres, sabes quién soy?

-Sí, el puto Robledo, el abogado chorizo y sinvergüenza.

             La cara le cambia a Alfredo, ruega porque aparezca Lorenzo.

– ¿Buscas a tu niño?, -le pregunta el tipo con una sonrisa que da miedo.

             Alfredo no contesta.

-Momi, ¿qué ha pasado?

-Jefe, que el tipo ese, el que decía que protegía al puerco del abogado, que se seguía creyendo que de cerca una pistola vale más que una navaja, se lo he explicado, pero se le ha partido el corazón, -una sonrisa hueca-, si, ha sido eso, no se levanta, supongo que estará cansado, pues se va a poner perdido con la sangre que está soltando.

– ¿Qué queréis?, tengo mucho dinero, os puedo dar…

             Garri niega con la cabeza.

-No es eso, Alfredito, que no te enteras, que has metido la pata al final, mientras yo no he estado, has podido putear al matasanos como lo llamas, de la forma que has querido, pero he llegado yo, te he roto los juguetitos que mandaste a joder al médico, si, los rompí yo, pero sigues, ahora buscando gente para joder al médico, y a tu nieta, -Garri mueve la cabeza-, eso no está bien.

– ¿Qué quieres que te diga, que no lo haré?

-No, Alfredito, sé que lo harás, eres así, naciste alacrán, morirás lo mismo, así que sabes que es lo que hay que hacer contigo.

-Si me haces daño, muchos de los que ayudo…

-Eso no es problema, soy el Garri, mis asuntos son siempre de sangre, seguro que has oído hablar de mí, en mi negocio, se mata a los que me pagan por matar, porque han robado entre chorizos, porque quieren ir de listos…, mil cosas, pero cuando quieren algo bien hecho, soy yo el que lo hace, así que nadie quiere problemas con el Garri, contigo se puede salir de la cárcel, conmigo, no se sale nunca, ¿entiendes?

-Pero…

-No te preocupes, es rápido, Momi, los honores, -Garri saca una navaja enorme, la abre, se la entrega al que lo acompaña-, hazle los honores.

             El tal Momi, -su nombre real es Jerónimo, sonríe, su hermano se comió doce años en el talego por una acusación falsa que montó el abogado para quitarle una pena de dos años a uno de sus clientes, no lo resistió, la droga lo mató, así que sonríe, más cuando siente como la hoja se clava en el corazón, la cara de extrañeza, y la sapiencia de la muerte, no es una pelea por algo, donde se raja, la navaja es algo que, si se sabe utilizar, mata mejor que cualquier otra cosa, más la Bonita, la del jefe, cuidada como una virgen, que no lo es, que tiene más sangre encima que una batalla, que mil batallas, y disfruta al sentir como cala, sin oposición, a través de la ropa, de la carne, de todo, y entra hasta romperle el corazón, nota como se afloja, se separa, deja caer el cuerpo.

-Mira que es guarro lo de matar con cercanía, Momi, -le señala la ropa.

-Sí, jefe, pero cuando es personal, lo que se disfruta.

-Eso sí, ¿todo controlado?

-Sí, jefe.

-Termina, tengo que hacer un recado, a la mañana en lo de mi hermano.

– ¿La Bonita?

-Llévala, y cámbiate, que pareces un matarife.

-Llevo ropa en el coche.

-Pues eso.

             Luis entra en su despacho, otra noche de dormir, no mal, terriblemente, al final se acostumbrará o se morirá, ahora mismo con el cansancio, le da exactamente igual, además, el coche pega tirones, le ha costado arrancar, desde la bronca de las niñas, no pisa el taller de su hermano, no le apetece, es orgulloso, su hermano no lo llama, el tampoco, hay un par de talleres cerca, lo llevará a uno de ellos, al final, nada es importante ni esencial.

             Cuelga la cazadora en la percha, se deja caer en el sillón, como siempre, el día que se rompa, se mata, pero no piensa cambiar, un salto, alguien enfrente de él, el susto aminora, aunque no demasiado, conoce al que tiene enfrente.

-Buenas noches. Luis.

– ¿Qué quieres?, Garri.

– ¿Ya no soy Luciano?

-No, eso se fue hace tanto tiempo.

-Sí, el día que maté a tu mujer.

             La cara de Luis cambia.

-Sí, lo pagué, ocho años, menos por buena conducta, ya sabes, los chorizos, que somos listos para todo lo malo, hasta para no cumplir, pero el caso no es ese.

-Si te crees que estás perdonado porque me salvaste el otro día…

             Garri niega con la cabeza.

-No, sé que no tengo perdón, sé que no fue mi intención, venían a por mí, era joven, inexperto, me volví loco, cogí el coche, salí a lo que daba, que era mucho, tu mujer iba al trabajo, muerta, al instante, como si hubiera querido, pero no fue así, lo cierto es que murió, que te dejó viudo, pero lo peor, es que dejó sin madre a tu hija, y más, a ti destruido, a tu hija en manos de unos auténticos hijos de la gran puta, si lo hubiera sabido…, -respira fuerte-, pero eso no sirve de nada.

– ¿Qué quieres?

-Nada, solo explicarte lo que ha pasado.

-No me interesa, lárgate.

-No, te interesa, -su sonrisa que da miedo, y mucho.

-Pues habla, que me está ensuciando el despacho tu presencia.

             Garri asiente con la cabeza.

-Bien, te explico, la vez que paré a los que iban a por ti, no es la única, antes también te libré de otra, la de nuestra amiga Inma, la del barrio, ya sabes, quería que te rompieran algo, las manos no, su marido, que no querías operarlo, y sabes, eso es algo que deberme, pero lo más importante ha sucedido esta noche.

– ¿Alguien que quería hacerme daño?

-Cómo eres, Luis, no te das cuenta de que todo está lleno de gente malvada, de gente como yo, que, por un dinero, por un querer, te cambia la vida en un segundo, ¿a quién se le ocurre joder a un puerco como tu suegro?, que tiene las manos en la mierda, que sabe de lo peor de lo peor de esta jodida ciudad.

– ¿Que quiere, matarme?

-Sí, supongo, pero no de un navajazo, había contratado gente para que secuestraran a tu hija, que la llevaran a un internado en Suiza, mientras te enterabas o no, podías traerla o no, un par de años, lo suficiente como para que fuera una mayor de edad, amargada, sola, es un auténtico hijo de puta, quero decir, -una nueva sonrisa-, era.

– ¿Qué le has hecho?

-Lo que tú no tendrías estómago, ni aun por tu hija, perro muerto no muerde.

– ¿Lo has matado?

             Garri asiente.

-Sé que no podré estar en paz contigo nunca, pero digamos que algo he adelantado, más que nada por mi madre, yo no tengo alma casi, duermo bien, siempre que mato a alguien, pero tu apareces de vez en cuando, tu mujer también, así que espero que me dejéis tranquilo, y cuidado, estás, estamos rodeados de la compañía de las sombras, de gente como yo, que camina a tu lado, al lado de los que se creen seguros, y todo lo que tienen, desaparece en un segundo, según nuestra voluntad, recuérdalo, me marcho, no me importa lo que pienses, soy un asesino, lo sé, pero a ti te he hecho un favor que nunca sabrás lo importante que ha sido.

             Luis ve como Luciano Garrido, el Garri, uno de los asesinos de asesinos sale por la puerta, piensa, si ha matado a su suegro, se encoge instintivamente de hombros, que así sea, él no ha ordenado nada, pero su vida es ahora un poco más segura, y la de su hija; sí, es cierto que se enterará, enciende un cigarro, si saltan los detectores de humo, le da igual, abre la ventana, es una planta altísima, el aire entra a presión casi, si, el día se ha vuelto más luminoso, un puerco se ha ido, sonríe, y piensa que es malvado, aunque sabe que solo es humano.

             Momi espera en la puerta de talleres Garrido, la fragua del hermano del Garri, lo ve llegar, como se baja del coche.

– ¿Está abierto, ha llegado mi hermano?

             Momi asiente, entran.

-Hola Luciano, -es su hermano Federico-, ¿qué te trae por aquí?

             No son cariñosos, ni cercanos, solo que salieron del mismo sitio, con carácteres parecidos, tan solo que la vida los llevó por derroteros diferentes.

-Dame la Bonita, Momi.

             El hombre le da la larga navaja.

-Fede, quémala, que tiene historia.

– ¿Fundirla?, -responde mientras la coge.

-Eso mismo, que tiene ADN de un puñado de hijos de puta.

-Es una pena.

-Hazlo, ¿algún problema?

-Ninguno.

-Traemos ropa…

-Lo mismo, dile al Momi que lo eche en el fogón, ahí se funde todo, es carbón, echará humo, tan temprano nadie se dará cuenta, y con el acero de la navaja, te haré otra.

-Sí, pero con otra forma, que la forma de la que estás fundiendo, aparece en la mitad de las comisarías.

– ¿Cuándo vas a parar?, -le pregunta su hermano.

-Cuando me enseñen a hacer otra cosa.

             Federico sonríe, le cae bien su hermano, hace lo que le sale de los huevos, y eso es importante.

-Pues si no quieres más, lárgate, que no quiero que esto huela a madera.

-Ni yo, cuídate.

             Federico mira cómo se marcha, le da al fuelle, tiene que fundir, lo hará ahora, no le gusta tener algo que tiene más historia que…

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