
Cuatro horas en avión, embarque, desembarque, AVE Sevilla Córdoba, y le va a dar un infarto.
Taxi y al hospital Reina Sofía. Y esperar por si Irene deja de llorar.
Llegan a Reina Sofía
La recepcionista les dice que no está, llama al teléfono que les han dado de asistencia, le piden que le pase el teléfono a la recepcionista, así lo hace.
Habla durante unos instantes por su móvil, se lo devuelve.
– Habitación 517.
Cogen el ascensor, hay dos policías en la entrada, Irene se descompone aún más, la coge de la mano. Pregunta a los policías, los estaban esperando, entra y ve a su Pablito, tirado tan grande como es, blanco como la cera, pero no se asusta, no está en la U.C.I. Gracias a Dios.
Irene lo coge de la mano y llora desconsoladamente, a él le gustaría hacerlo, pero no puede. Mejor no debe.
Baja a recoger a la niña.
Cuando ve a su hermano se descompone, y empieza a llorar, Irene se contagia y también lo hace.
Sale a la sala de descanso. Solo hay tres mujeres, dos niñas muy guapas y una tercera un poco mayor, pero que da miedo.
Pone su cabeza entre las manos y respira.
Aparece un médico. Sale al pasillo.
– ¿Don Pablo Maldonado?, -pregunta.
– Sí, Doctor Maldonado.
– Su hijo es…
– Sí, el inspector Pablo Maldonado.
– Al ser colega le voy a hablar claramente. Su hijo bajó en helicóptero de Portugal anoche, y llegó, si quiere que le diga, por pura suerte, y gracias a un sanitario portugués que le inyectó todo lo que tenía. Venía con tres heridas de bala que le habían causado una hemorragia masiva, procedimos a inyectar sangre en vena, pero hubo dos paradas cardiacas de las que se repuso bien, su hijo gracias a Dios tiene una buena constitución.
-Una vez estabilizado, pasó a quirófano, donde se procedió primeramente a cerrar la herida en el abdomen, que no había interesado ningún órgano, pero que junto con la pierna le causaban la mayor pérdida de sangre. Ocho horas después subía a planta, ya reanimado, al no estimar necesario su ingreso en la U.C. I., pronóstico salvo complicación, favorable.
– Aquí tiene el informe de su hijo.
Preciso y conciso, impecable.
– Muchas Gracias, ¿Doctor…?
– López Entrenas.
– Encantado y muchas gracias.
– A su disposición.
Pablo padre entra en la habitación de Pablo, y llama a las dos.
– Venid por favor, os cuento.
Se sientan en la sala.
– Mirad, Pablo está estable, no ha sido un tiro en la pierna, bueno si, y otro en el hombro y otro en el costado.
Irene madre e hija lloran desconsoladas.
Una de las chicas también llora, en lo que se fija uno en esos momentos…
– Ha tenido dos paradas cardiacas, pero sin ningún tipo de repercusión, ahora mismo está estable, y si no sucede nada raro, solo tenemos que esperar a que se despierte, no ha interesado a ningún órgano, que es lo importante, tampoco manifiesta secuelas, por lo que la recuperación puede ser total.
– Será gilipollas, cuando se despierte lo mato, Policía, podía haber sido cualquier cosa, pero policía, será gilipollas, -Rosa la miro, supo que esa era su hermana, y pensaba como ella.
– Vale Irene, tu hermano se va poner bien.
Irenita y él se fueron a la cafetería, Irene no quería moverse de allí.
Allí estaba ella, hasta que Pablo saliera, se podía juntar Roma con Santiago, de allí no la movía nadie.
“Esos son los padres de Pablo, el señor mayor es como Pablo en pequeño y viejo y la mujer tiene los ojos de Pablo”, pensó Rosita.
Se marcharon Ana y Ange a la cafetería, le traerían un bocadillo, les había dicho que no tuvieran prisa. Que el novio era suyo, no de ellas.
Anita no quería, pero le comentó Rosa.
– Chocho, ¿los dos policías son de adorno?
Y se marcharon.
Se juntaron los padres con una chica un poco mayor, pensó Rosa, que tendría que ser la Inspectora de Hacienda, ¡qué cara de mala leche tenía!, era como la madre de Pablo, pero como si no hubiera ido al cuarto de baño en un mes.
Empezaron a hablar de Pablo, al principio se asustó, pero después el padre de Pablo dijo que estaría bien y se tranquilizó.
Su madre se ha quedado sola. Rosa comenzó, “Operación suegra”
– Y Usted, ¿a quién tiene aquí?, -le preguntó.
– A mi hijo, niña.
– ¿Y está bien?
– Regular, pero es muy fuerte, saldrá de esta.
– Seguro.
– ¿Y tú bonita?
– A mi novio, -le contestó Rosa con desparpajo.
– ¿Qué le pasa?
– Que le han pegado algo y está también malito.
No le explicó, que lo que le habían pegado eran tres tiros.
– Que bonita eres, -la miró cogiéndola la cara-, vaya ojos tan bonitos, ¿cómo te llamas?
– Rosita Valdivia, para servirla a usted.
– Pero si eres todavía una niña.
– Tengo ya diecisiete años, y si se pone bien mi novio, nos casamos en octubre, que ni frio ni calor.
– Será afortunado tu novio, se te cae la cara de guapa, y eres una niña muy bien educada.
– Muchas gracias.
Rosa puso su cara de engatusar.
– ¿Quiere usted algo de la cafetería?, allí están mis primas y no les costará trabajo traerle lo que usted quiera.
– No te preocupes. Gracias.
Se preparó para pasar la noche, se había traído una bolsa con un chándal, para estar cómoda, fue al cuarto de baño y cuando volvió, se encontró a toda la familia.
Irene la señaló, y me llamó.
– ¿Puedes venir?, Rosita.
Se acercó en modo modosita.
– ¿Usted me dice?
– Mira Pablo, que cosa más bonita de niña, tiene al novio malito también aquí.
– Hola, soy Pablo Maldonado, -su suegro, pensó.
Dobló las rodillas.
– Rosita Valdivia, para servirle a usted.
– Que ricura de niña, -le contestó el padre de Pablo.
– Irene.
La terrible, pensó Rosita.
– Rosita, encantada.
– Pues a ver si le buscas una novia al burro de mí hermano cuando salga.
– Lo que usted me diga.
– ¿Verdad que es preciosa?, -preguntó Doña Irene mirando a su marido.
– Sí que lo es, una muñequita de ojos azules.
– Gracias otra vez, -suegra al saco, sonrió Rosita.
Todos le sacaban la cabeza, tontería ganárselos a la fuerza.
Subieron Anita y Ange, les ordenó.
– En modo simpático, que os arranco las tetas, -en voz bajita, por supuesto.
Y durmieron, o algo similar. Se dio cuenta de cómo roncaba su futuro suegro, por Dios.
Cuando se despertaron, Rosa ya había mandado a Anita a por café para todos.
Se los ofreció al despertarse.
– Eres un Ángel, -le respondió su suegra.
Los demás se lo agradecieron con una sonrisa.
De pronto, revuelo, casi se le cae el café en las tetas del susto, médicos y más médicos, creyó que se le moría, al instante salió un médico y llamó a los Maldonado.
– El paciente se ha despertado.
Todos saltaron como impulsados por un muelle.
Entraron en la habitación, ella se acercó haciéndose la tonta, ya tendría tiempo. Constancia y paciencia.
Pero oyó, muy débilmente.
– Rosita, Rosita…
Algo se rompió en su interior, pegó un salto, toreó a los dos policías, se coló por debajo de Don Pablo, y se enganchó al pecho de Pablo como, y era cierto, si le fuera la vida en ello.
Se agarró a él con todas sus fuerzas, los policías intentaban quitarla de encima de Pablo, pero más se sujetaba ella, tendrían que matarla. Su corazón estaba desbordado, su Pablo estaba vivo. Bendito sea Dios.
Abrió los ojos durante un momento, y le pareció ver la cara de Montes, solo susurró, no tenía fuerzas para más.
– ¿Y Rosita?…
Todo volvió a ser negro.
Se volvió a despertar y vio a su Joya agarrada a su pecho, que casi le hacía daño con sus manitas, un policía intentaba separarla de él.
Se incorporó haciendo un esfuerzo increíble, y le ordenó.
– Suéltala…, -el policía la soltó y Rosita se dejó caer sobre él llenándolo de besos; sonrió, era feliz. Nadie los separaría, ni que siquiera lo intentara.
El que “Siega los Campos» tenía a su «Luz».
FIN