
Veo la vida sin una pasión,
como títeres sin dirección,
movidos por hilos sin compasión,
bailando al azar, sin redención.
Desde mi butaca, quieto, sentado,
observo el mundo ya distorsionado.
Cambió mientras yo ni lo miraba,
y ahora su forma ya no me importaba.
La mente sin alma, sin conocimiento,
devora la Tierra, sin remordimiento.
Los reyes del odio juegan a ser dioses,
esclavizando vidas por sus caprichoses.
No me conmueve si hay buenos o malos,
si vencen las sombras o caen los galos.
Esa línea se borró con mi vida,
cuando el alma, en silencio, se fué perdida.
Y si el de arriba no presta atención,
si permite el dolor sin compasión,
si crecen las muertes, si hay incesto,
¿qué me queda a mí? Nada, ni protesto.
Hijos que matan, padres que traspasan,
leyes humanas que ya no abrazan.
Desde mi asiento, ya ni critico,
mi voz se ha callado, no soy testigo.
No es que me dé igual, ni que no me afecte,
pero el alma se ha ido y no se conecte.
Y si por fuera parezco un cadáver,
por dentro no hay luz, ni fuerza que salve.
Ya estoy más fuera que en este mundo,
sin un propósito, ni un segundo profundo.
Así que esos sentimientos, si existen,
se fueron al pozo donde no resisten.