
Visi sabe que lo que le pasa no es bueno, y sabiendo que Luis está en un hospital, ella al público, pero no al de la ciudad, al de uno de los pueblos limítrofes, donde está empadronada, no Paloma, que nació en la ciudad, ella sí, cosas de la desidia, de no ponerse mala nunca, de tener la genética del campo, de la fuerza, del que se pone malo que se muera, que antes, mejor morir que gastar cuartos para el médico, eso es así, y los genes no cambian en un rato.
La habitación blanca, la mesa blanca, todo bien, sino fuera porque el edificio es antiguo, y tiene las esquineras con humedad, de la vieja, de la que tiene dermatosis de porquería, que lo de ser de pueblo, no es de gastar dineros, sino de seguir funcionando, lavando la cara un ratillo, para seguir tirando, que tampoco la clientela es demasiado mirada con el aspecto del animal, si lleva el arado al paso.
-Visitación, la cosa es grave, ¿de verdad no tiene a nadie a quién acudir?
Visitación niega con la cabeza.
-Una hija, estudia en Madrid, Medicina, -sonríe mientras miente-, está la cosa como para molestarla, que tiene buenas notas.
-Pero ahora está con vacaciones.
-Ella nunca tiene, aprovecha la oportunidad, está terminando…, o casi, así que estudia para la residencia.
– ¿El MIR?
Visitación asiente.
-A pesar de todo, la enfermedad…
-El cáncer.
-Sí, eso, el cáncer.
-Lo que les cuesta hablar de eso, a fin de cuentas, ustedes no lo tienen, lo tenemos los pacientes.
-Sí, pero algunos pacientes no les gusta, intentamos…
-No me importa, ¿cuánto me queda?
-Poco, un mes, semanas, ha durado mucho más de lo que daban las previsiones, en fin, ¿cómo son los dolores?
-Terribles, pero las pastillas ayudan, -sonríe con pena-, estoy acostumbrada al dolor, a estar sin fuerzas menos, pero hago el paripé y todo perfecto.
-No puede trabajar como está.
– ¿No puedo o no debo?, como se nota que es funcionario, si fuera autónomo, le aseguro que podía fregar sin manos, correr sin piernas, la fuerza que da el no saber si ese mes comes.
El doctor la mira con pena, es de las mujeres que no saben nada de feminismo, de empoderamientos, pero es la fuerte, la que parió a los grandes hombres, que también morirán como ella, sin quejarse, dándolo todo, su madre era así, se lo recuerda, suspira, nada puede hacer, rellena una receta.
-Es lo más fuerte que hay, no se la enseñe a nadie, es droga, de la de la calle, -sonríe con pena-, no sentirá nada, no obstante, venga si no puede soportar el dolor, no sé qué decirle, pero es su voluntad, ha firmado el papel, -se encoge de hombros.
-Usted ha hecho todo lo que ha podido, -sonríe-, le coge una mano, es usted buena gente, me ha ayudado a morir, que también llega, y cuando se está solo, sin nadie que acompañe…, -sonríe, más bien una mueca-, ya sabe.
El medico asiente, Visi se levanta y se marcha, con las pocas fuerzas que le quedan, sabe que de un mes nada, le echa todos los cojones que tiene solo para levantarse, el viaje de apenas veinte kilómetros en un moderno autobús, una epopeya, ¿un mes…?, no, días, pero callada que está más mona, que la niña, siga, pero, ¿después?, y el cuello se le cierra, que será de ella, sabe que…
Para cerca de la casa, camina despacio por la calle, ve la iglesia, que lejos está, y mueve el cuerpo que se queja constantemente, como una niña pequeña, y huele el olor de la muerte en ella, pero no es miedo, es quejarse, como decir con lo que he sido, y mírame, hediendo a muerta, a mí que no me ha dolido nunca nada, que me he lavado cuando se te congelaba lo que la fría agua tocaba, suspira, se para unos segundos, quizás algo más, que no puede con el enteco cuerpo que se le está anquilosando, que siempre fue delgada, pero porque se contenía, ahora no hace falta, no hay control, no hay ganas, come por comer, porque es necesario, se lo quita de cabeza, el último esfuerzo.
La sacristía, llama, un sonido que no logra interpretar, pero que supone que es un “pase” de los de toda la vida, entra, allí el moreno sacerdote que le sonríe con esa cara que, si no hubiera tanta luz, podría parecer la de alguien que da miedo, del bueno, del de pago.
-Con su permiso, padre, que estoy medio muerta.
-Siéntese, Visitación, -sonríe-, que alegría, usted que no viene por aquí nunca.
-Las cosas de un padre republicano, al que colgaron debajo de un almezo, mientras que los que tiraban de la cuerda rezaban, -una triste sonrisa-, ya sabe, que no se le coge cariño.
-Pues Paloma…
-Déjalo cura, -la cara le cambia a dura-, déjalo, Paloma es una alegría, la bendición, que ese que adoras, me dio.
-Sí, supongo, -la mira, más bien la estudia durante unos segundos-, vamos a dejarnos de historias, Visitación, ¿qué te pasa, que quieres?, que vienes a agachar la cabeza a donde no has ido nunca.
Visitación sonríe.
-Eres cura, pero también de los que las han visto canutas, sabes que el de arriba tiene tarea, mil de cal, una de arena…, con algo bueno, rodeado de maldad, siempre es así, ¿lo sabes?
-Sí, supongo que el de arriba de vez en cuando tira demasiado de la cuerda.
-Y los que estamos con ella al cuello, se nos estiraza hasta que sacamos la lengua.
-Sí, supongo, ¿qué quieres decir?
-A mí la lengua me llega ya a los zapatos, me queda poco de estar en este moridero.
-Explícate mejor.
-Cáncer, pero ya no en etapas, metástasis, de la buena, de la que no se sale, de la que pasó hace tanto tiempo que no se explican cómo estoy viva, yo no lo sé, lo único que sé ahora, es que me ha llegado la hora, sin duda, mi cuerpo, que conozco desde siempre, me dice que me quedan días, -respira con dificultades-, el autobús me ha dejado a cincuenta metros, ha sido una subida a una montaña muy alta.
Eusebio la mira, sin saber que decir.
-Lo siento, ¿qué quieres?, supongo que no has venido a decírselo a un cura, que no somos de tu agrado.
-Sabes que nunca he interferido con Paloma, no me hacía gracia que estuviera aquí, rodeada de cuervos, -sonríe-, pero, el caso, la habéis tratado bien, le conseguiste lo del médico, o yo, ¿qué más da?, el caso es que continúa con una carrera imparable hacia el mejor lugar al sol, salvo que me voy, que no podré estar como el halcón en la rama, vigilándola, que se quedará sola, que no está criada del todo, que de buena es tonta, -levanta la cabeza mira al cura con mirada aviesa-, ¿sigo contándote?
El cura niega con la cabeza.
– ¿Qué quieres que haga?
-Por supuesto, que no la dejes sola, que la ayudes, pero eso no evitará que con lo guapa que es, en un lugar de ricos, intenten seducirla, tirarla al barro, sabes cómo funciona la vida.
-Por desgracia Visi, la conozco.
-Por eso te pido, que ayudes, que hagas que se case con Luis, con San Luis, está enamorada de él como si fuera lo que es, una niña, él es mayor, con la cabeza sensata, con una muerta en ella, pero la juventud de Paloma lo volverá como un calcetín, ¿cómo lo ves?
El cura asiente.
-Por mí, perfecto, se lo dije hace ya tiempo, pero piensa que es viudo, viejo, cansado…, ¿qué puedo hacer?
-No lo sé, cura, no lo sé, pero ayúdala, no la dejes sola.
-No, nunca, mientras yo pueda, lo estará.
– ¿Y si te marchas de aquí, que sucederá?
-Tienes razón, no puedo llevármela, ¿qué hago?
-Que se case, júrame que harás todo lo posible porque se case con el médico.
-No puedo jurarte eso.
-Si puedes, que no quieres también, ¿no tienes cojones?, Cura, que me parece que mataste al diablo más que lo abandonaste.
Eusebio la mira, es la cara que tenía cuando mandaba en los hombres, cuando las bromas costaban sangre, cuando hablar más alto, era ganas de tener la última palabra, y la mujer, la que se muere, con la fuerza de los que no quieren dejar nada atrás habla, más bien grita, suspira.
-Sí, se casará con el médico, se casará.
-Y si no se casa…
Eusebio mueve la cabeza.
-No aprietes más…
Visitación se ríe.
-Mira que me gusta veros sufrir como el papel sellado, no pasaría nada, si lo has intentado todo y no has podido, no pasa nada, cuervo.
Eusebio sonríe, después mira al que está clavado en la cruz que parece levantar la cabeza sacar un brazo y recriminarle por prometer lo que no debe, cuando recoge el brazo, ve como sonríe, respira fuerte, lo que haya de ser, será, pero con un empujoncito…