109 Noticias para Luciano

-Dime Ladilla, que no has venido a verme por gusto.

             Garri sonríe, está sentado en una de las esquinas, del “Coloso”, el bar donde la mugre es patrimonio del local, la clientela con más antecedentes que el que mató a su abuela, y con caras de gente que en los pasquines salen como quieren.

-Nada, -siempre comienza a hablar así, es pequeño, delgado y nervioso-, que me enteré de que tenías cuitas con un médico, -se retuerce las manos, Garri le impone, es uno de los grandes de la ciudad, si le caes bien, bueno, si lo hace mal, respiraderos en la barriga-, y que me he enterado de algo que te puede interesar.

             Luciano lo mira, sonríe, con la sonrisa que asusta, levanta la mano.

-Dos carajillos, -mira a Ladilla-, ¿está bueno?

             Ladilla, Francisco Luis en su casa, hace ya muchos años, asiente.

             El pelotazo lo es en toda la boca, apenas se ha vaciado hay otro, que Luciano sabe lo que dar para que los nervios desaparezcan, y para que la boca se afloje, que a fin de cuentas es de seguro, no del sanitario, sino del de continuar con vida.

– ¿Qué es eso que me querías decir…, de que médico?

-De ese que le llaman San Luis.

– ¿Que sabes tú de eso, como no sea con las tripas abiertas de par en par?

– ¿Conoces al Rituales?

             Luciano asiente, lo conoce, antes de cualquier faena, reza y hace rezar a los suyos como si fueran cómicos sacerdotes de una religión que más que dar la vida, la quita.

-Pues que el otro día, estaba en un reservado, en lo de la Carlota, y lo que pasa, aunque no quieras, que me quedé con la oreja pegada, que era interesante lo que decían, -sonríe con la mínima cara que tiene, él, quizás le pidió a dios cuerpo, pero de seguro que no se lo dieron, es una birria de persona.

– ¿Y qué es lo que oíste que vienes aquí, que no es lo tuyo, a decírmelo?

-Es algo importante, Garri, -sonríe de nuevo-, algo que espero….

-Sabes que no tengo alma, pero se pagar lo que me interesa, si es bueno, cobrarás, si es mentira, más, pero de lo que no es bueno.

-Lo sé, lo sé.

-Pues suelta, coño, que me vas a tener la mañana como un niño tonto.

-Sí, -más restregar de manos-, que el Rituales, hablaba con los suyos, de que le han encargado el secuestro de una niña, de la hija del que llaman San Luis, que decían que era médico, que había que tener cuidado, que era llevarla hasta un país de afuera, para quitarla de en medio, vamos, lo que viene siendo el secuestro de una niña.

             Ladilla mira a Garri, que no ha variado la expresión de la cara.

– ¿Sabes cuándo será?

-Tiene que estar en ese país, dentro de ocho días, así que imagina, oír que día era, no, pero con saber que son ocho días…

-Sí, no hace falta ser muy listo, que será de aquí, a dentro de un rato.

– ¿Es bueno lo que te he dicho?

             Garri asiente de nuevo.

– ¿Quien estaba con el Rituales?

-Dos de los suyos, Poyaque y el Manolillo, otro más, pero que no conozco.

-Esos son los más duros que tiene, gente de pistola, no de navaja, son buenos los hijos de puta, no se han rozado conmigo, que saben que me quedo con el pellejo, pero, -sonríe, con su malvada sonrisa-, quizás ha llegado el momento, -mira a Ladilla-, ¿dijeron algo de quien es el que paga?

             Ladilla asiente.

-Pues dímelo, coño, ¿te tengo que rajar para que salga?, -se está empezando a enfadar.

-Sí, dijeron que era el que los sacaba del trullo.

             Garri sonríe más ampliamente, es como si le hubieran dado la solución a un mapa que estaba seguro donde terminaba, y se pregunta, él, que es malo, como puede haber gente peor que él, que parezca que no son malos, y suspira, él no es tan inteligente, pero si sabe de lo suyo.

             Junta unos billetes de cien euros, las cosas van bien, lo que es respeto, al final se transforma en dinero, se lo alarga a Ladilla, que lo coge con las manos como garfios, sonríe.

-Ladilla, si sabes más…

-Como un cohete, -nueva sonrisa-, como un cohete.

-Piérdete, que tengo cosas que hacer.

             Ladilla asiente, dos segundos después no queda ni el olor, que no es poco, del que tiene un nombre apropiado a su carácter.

             Luciano levanta el móvil.

-Momi.

-Sí, jefe, ¿qué pasa?

-Te voy a dar un nombre, una dirección, tú lo conoces, pero lo que quiero, es que ya, sin dormir, sin cagar si es necesario, dos días pegado, tu o de confianza, que te lo juegas por lo militar, hasta cuando hecha un quiqui, por lo que veas, por lo que te cuenten, sin levantar la liebre, que sabes cómo se hace, santos y milagros, ¿lo tienes?

-Cogido del cuello.

-Ahí va, el nombre, la dirección, -se la dice.

-Joder, ¿es para algo bueno o malo?

– ¿Que te importa?

-Es que le tengo querencia.

– ¿De querer cornar?

-Sí, jefe de empitonarlo y que salga por el otro lado.

-Pues eso, que vas a disfrutar.

-Me alegro de que no sea para alegrarlo.

-Déjate de historias, no me jodas.

             El teléfono se desconecta, se queda con él en la mano, mientras mira afuera, el día es esplendoroso, de los de salir a caminar, a dar vueltas con una mujer, de joder en el campo, sonríe con tristeza, pero se ha convertido, como los siguientes, en días de cacería, donde puedes hacer muchas cosas, solo una no puedes, que es dejar que se escape la pieza a cobrar; deja el teléfono en la mesa, levanta la mano, dos segundos después un sol y sombra esta frente a él, cae de un trago, otro más, está acostumbrado, el hígado no lo tocó el último asunto, y es como un cojín de los grandes, unas cuantas copas no le harán nada, solo que el día transcurrirá como si fuera de pago, suspira, si, como si fuera de pago.

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