Nieves baja las escaleras del hospital con dos compañeras, lo ve, está con el uniforme, pero el de faena, y le sienta como un guante, cuando la ve, se acerca a ella, las dos amigas la obligan a presentarlas, al momento, la Ginecóloga, Tina, que se les pega, ha visto el material y se acopla.
-Encantado, – y le da dos besos a la médica, con una sonrisa que no ha conocido en la cara del estirado militar, la perra de la ginecóloga gotea, se le nota, no le molesta, bueno si, pero por entrar a una casa extraña sin preguntar.
– ¿Vais a cenar?, – pregunta la perra.
– ¿Te unes?, – un sonriente Víctor le pregunta a la ginecóloga.
Sonrisa de escaparate y un trio a cenar, sus dos compañeras que la conocen, se han perdido, además tienen novio, y saben que en el hospital todo se sabe.
Nieves mira a la doctora, es un yogur, de su misma edad, guapa y sabiendo ponerse más guapa aun, cuidada hasta el extremo, de familia de posibles, y con anclajes en el hospital, parece que aparearse con un militar de tronío es algo que necesita, y se lanza como desesperada.
Restaurante de lujo, no era formal lo de que el Teniente paga, y no solo eso, sino que lo conocen, la mejor mesa, Don Víctor por aquí, Don Víctor por allí, y la perra de la médica que se corre de gusto, le van a sangrar los labios, nunca la ha visto abrir la boca tanto, aunque se imagina que para otros menesteres la abrirá más.
– ¿Boina verde?, – pregunta Tina.
-Sí, pero la tengo que dejar, he terminado el curso, y ahora estoy adscrito a plana mayor regimental, es lo que hay.
Nieves mira en el móvil.
-Pues mira que hay Elizaldes en internet, poca leche de militares, – Nieves sonríe y mira a Víctor, que a la vez le devuelve la sonrisa
-Tina, busca López de Elizalde.
La mujer así lo hace.
-Madre mía, ¿cuántas generaciones de militares?
-No lo sé, toda la casa está llena de cuadros con ancestros, llevamos muriendo por este país desde antes de que se inventara.
– ¿Y cómo os habéis conocido?, – pregunta Tina.
-Es una historia curiosa….
-Que contaremos otro día, – sonríe Nieves cortando la conversación -, ¿qué va a comer?, doctora.
Tina, sonríe, la enfermera pone las distancias que ahora le favorecen a ella, al contrario que en el hospital.
-Cuando cenemos, si queréis os puedo llevar a un sitio donde es difícil de entrar.
– ¿Dónde?, – pregunta Tina.
-Al bar donde hay más testosterona de la ciudad.
-No me lo creo, – le responde Tina, Nieves no abre la boca.
-Tiempo al tiempo.
– ¿Cómo es que estás en plana mayor?, eres muy joven, – pregunta Tina.
– ¿Cómo es que sabes tanto de la milicia?, – le pregunta a su vez Víctor.
-Mi primo es militar, Comandante, es cercano, y he aprendido muchas cosas.
-Pues, si, el pedigrí, supongo, ya sabes, militar de carrera, familia de militares… pero también conocerás que nos morimos de hambre, – sonríe Víctor.
-Ya será menos, – descarga Nieves una de sus pocas frases.
-No sé lo que gana una enfermera, pero supongo que, por ahí, – le contesta Víctor.
-No, – sonríe Tina -, cuatro veces más, tú que tienes ese destino, y si te mandan fuera…
-Ahí, si lo reconozco, una pasta, pero es una putada.
– ¿No has ido aun?
-No, lo he solicitado mil veces, pero solo he ido en comisión de estudios.
– ¿Dónde?, – pregunta Martina.
-West Point, Saint Cyr, Academia Militar Prusiana…
-Eres de la élite muchacho, – le sonríe descaradamente Tina -, y, ¿hablas alemán también?
-Mi madre era, es austriaca.
– ¿Era?, – pregunta Nieves, que, aunque no quiere entrar en la conversación, se le escapa.
-Se fue de mi casa, y me dejó con mi padre, al poco murió él, no he vuelto a verla, me manda una postal al año, pero no se me olvida el puto idioma.
– ¿No la has visto desde entonces?
-Solo una foto que tenía mi padre, y que mi abuelo, que la odia a muerte, no ha quemado.
– ¿Era guapa?, – pregunta Tina.
-Demasiado, pero… es una…, – se calla.
-Vale, lo pillamos, – asegura Tina.
– ¿Y tú?, – cambia de tercio -, ¿tienes novio?, Tina.
-Si quieres, me lo pides, libre como el viento, – le sonríe.
-Qué más quisiera, pero dentro de un mes, podríamos hablarlo.
– ¿Por qué ese tiempo?
-Me quedan nueve sombrías noches que pasar.
– ¿Que dices?, – le pregunta Tina.
-Cosas mías, ¿verdad, Nieves?
-Efectivamente, – le responde la muchacha.
-Por cierto, Nieves, ¿sigues tirándole los tejos al doctor Quesada?
Nieves la mira con asco.
-Eso quisiera él.
Tina sonríe, sabe que ha dolido, y además quiere saber el fondo de la cena, porque lo que es salir no están saliendo, es más, parece que se odian a muerte, y el militar está para darle un par de cientos de revolcones.
-Pues no es el primero… – y sonríe, lleva cuatro ginebras encima, y son pesadas de llevar.
– ¿Que me llamas, puta?, – Nieves se levanta casi.
Tina pone las manos delante de su cuerpo.
-No, no, pero ya sabes lo que pasa con las enfermeras, que ven una bata de doctor…
-Hija de puta, – hace amago de echarle el vaso del que está bebiendo, pero se contiene.
Víctor la mira entretenido, después mira a Tina.
-Cuenta, cuenta, ¿qué es eso de los médicos y las enfermeras?, ¿es como los juegos sexuales de los niños?
-Sí, – sonríe Tina -, pero con más intensidad, con preñados por medio, y sabiendo… – se le escapa una fuerte sonrisa -, al final, les llaman las Hunas, – se pone la mano en la boca.
– ¿Por qué?, – pregunta Víctor.
-Porque ellas quieren trincar al médico y casarse, el médico que se las folla y las deja más solas que la una.
Sonríe a carcajadas, los de las mesas de alrededor miran la algarabía, más cuando el vaso de agua de Nieves moja a Tina que se la queda mirando con cara de sorpresa, después sigue riendo con el mismo tono, Nieves se levanta y se va.
Víctor la mira y sonríe.