63. Pablo y Rosa. La Profecía

              Pablo lo entendió perfectamente, y le pareció perfecto, sí que estaba enganchado.

              Le agarró del brazo, y señalando al frente, ordenó, más que pidió.

– Allí enfrente está la Facultad de Derecho que es para aprender, pero un poco más adelante hay una heladería y yo quiero comer.

              Con lo pequeña que era, le pegó un buen empujón y le hizo ir en la dirección que quería.

– Vamos prima, que nos enfriamos.

Ordenó mirando a Ange.

              Y salieron en estampida; a apenas cien metros de los caracoles, efectivamente, estaba la heladería, se sentó en una silla del velador, los demás hicieron lo mismo.

              Se acercó un señor mayor con camisa blanca, y le preguntó.

– Rosita ¿lo de siempre?, ¿un helado dietético?

El hombre puso una medio sonrisa.

– Dos, Carlos.

Y mirando a su prima le preguntó con la cara abriendo mucho los ojos.

– No, Carlos, yo quiero un cucurucho de helado de pistachos.

– De acuerdo.

Oído, marchando, y efectivamente se marchó.

– Me parece muy bien que tú te comas un helado dietético, pero yo no he comido nada, y me hubiera gustado tomarme algo con más fundamento, le recriminó desde su inexperiencia, pero tenía hambre.

              Ange sonrió.

              Al momento apareció el camarero y le puso delante a Rosita una gran copa con ocho enormes bolas de helado de distintos sabores.

              Le colocó otra a su frente y el cucurucho a Ange.

              Se quedó mirando el enorme helado, y Rosita le preguntó.

– ¿Oye si el sabor de alguna bola no te gusta, me la pasas?, que aquí cae, seguro.

              Sorprendido respondió.

– Pero Rosita, ¿dónde echas eso?

              Ange se irguió, y le rogó.

-No, Rosita, cállate.

Haciendo el signo negativo con el dedo índice.

– ¿Dónde?, -volvió a preguntar.

– No preguntes, Pablo.

Le volvió a advertir Ange.

              Pero era tarde.

– Dentro de un rato, cuando lleguemos a casa, pasa por el cuarto de baño, y lo sabrás.

– Pero que guarra eres.

Ange puso cara de asco.

              A Rosita se le salía el helado de la boca de la risa que le había entrado.

              Pablo no estaba acostumbrado a un lenguaje así en una mujer, pero no sabía porque, se rio, le pareció la broma más linda del mundo, adoraba esa alegría que él no tenía.

              Chascarrillos los llaman en el sur, chistes, bromas, los llaman los de fuera, pero nunca con la gracia que se explican aquí, que te sacan un chascarrillo de la situación más nimia de la vida. Y ríen, como si no hubiera mañana, trabajan como animales, pero ríen, valoran la amistad, no les da miedo tocarse, lo mismo se enfadan que se abrazan, como se dice en el sur, lo mismo se comen que se devuelven, él quería aquello que no tenía, y que a Rosita le salía sin esfuerzo.

              La noche era fresca y traía el aroma de las flores del cercano Parque, el de Puerta Nueva, se estaba a gusto allí, y con la compañía, se sentía pletórico.

              Terminó su copa, y cogiendo la suya arrebañó con la cuchara el helado derretido de dos bolas que no se había terminado.

– Soy Feliz.

Comentó con cara de felicidad Rosita.

-Estómago lleno y buena compañía, que más desearía.

Levantó la mano, y mirando a su prima le preguntó moviendo la cabeza rápidamente.

              La prima contestó.

– No, yo no quiero más.

– ¿Y tú, Callao?

Le preguntó con guasa.

– ¿Naranjita?

Asintió.

              Carlos se había acercado.

– Un cubata de ron para mí, y una naranjita para la señorita.

Le señaló con la cara, el camarero sonrió, pero se dio la vuelta rápidamente, muchos kilómetros.

– Rosita, que eres menor de edad.

Le intentó poner algo de conocimiento en la cabeza.

– Dímelo cuando estoy trabajando como una burra, además es para la digestión.

– Déjala, es una borrica.

Le advirtió Ange.

– Si, pero la burra más bonita de esta feria del “ganao”.

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