Cuando llega la Noche. Capítulo V

CAPÍTULO V

El Camino al Horror

Álvaro llevaba unas cuatro horas caminando cuando vio una mancha anaranjada, casi roja en la montaña, parecía ser recta, juraría que era un corte provocado para una carretera, pero a esa distancia no estaba seguro, y la condenada estaba lejos, muy lejos.

Durante un instante pensó en si ir hacia el corte o seguir el arroyo, el arroyo era casi seguro, lo otro podría ser cualquier otra cosa, además ¿qué sentido cogería en la carretera?

Al final optó por averiguar qué era el corte, estaba de arroyo cansado, así que, sin volver a pensarlo, trochó por medio de la maleza; la cuesta era empinada, las rocas salían disparadas de sus botas, haciendo que en algunas ocasiones se las viera y se las deseara para mantener el equilibrio. Aminoró la marcha, cuando miró hacia atrás y comprobó que si se caía se iba a hacer daño, pero daño.

Se agarró a rocas, a arbolitos, a tarajes, a cualquier cosa que pudiera asegurarle la subida, paró varias veces, y a pesar del tiempo transcurrido parecía que no se acercaba. Sudaba como un cerdo, pero no quería beber mucha agua, la cantimplora apenas si tenía litro y medio, y allí arriba no sabía cuándo volvería a encontrar agua, era verano cerrado y conforme avanzaba, el terreno se volvía más seco y áspero.

Continuó con su subida, no tenía reloj, no sabía a qué hora comer, pero su estómago funcionaba como un programa de ordenador, así que paró, se comió una lata de alubias, y se rio al pensar en la suerte de que nadie estuviera tras de él, tanta grasa le volvía espeso el tubo de escape.

Anochecía, y estimó que le quedaba apenas un kilómetro, pero casi cortado a pico para acceder a la carretera, no se atrevió a seguir, la inclinación era importante, así que se buscó un par de rocas, ni encendió fuego, estaba tan cansado que se quedó dormido rápidamente, pero la noche fue como la anterior, inconscientemente su mente le decía que se despertara al más mínimo ruido, y eso no faltaba en aquella maldita sierra.

Volvió a levantarse cansado, y tuvo que quitarse las legañas con la camisa, bebió lo justo, abrió una lata de espárragos y se bebió el caldo, además la humedad de los vegetales le sació también la sed.

Tardó más de dos horas en acceder al cortado, tenía suerte, pensó, era una carretera asfaltada, apenas de anchura para que pasaran dos pequeños coches, pero carretera al fin del cabo. Ahora llegaba la decisión, ¿hacia dónde seguir?, miró de donde había venido, no estaba seguro, pero cogió la contraria, aunque no sabía si había girado y cuantas veces, “al fin del cabo, pensó, una de ellas tengo que coger”

Por allí por lo menos, podía llevar un paso regular, era más fácil caminar, que le dolían los pies de tanta piedra, y de tanto apretar para subir; siempre estaba pendiente de cualquier ruido, si venía un vehículo, tenía que tener algún lugar donde ocultarse, el terraplén del cortado, algunas veces demasiado cortado, la maleza, algunos árboles, ya estaba cansado de tener los ojos como los búhos, pero si le estaban buscando para despacharlo tenía que verlos venir, incluso la Guardia Civil, si le preguntaban, no podía responder, y a pasar unos cuantos veranos a la sombra pagando el Gobierno, aunque algunas veces se planteaba que en el trullo se comía tres veces al día.

Miró los mojones, solo encontró uno, estaba derribado, era pequeño, pintado de rojo, y solo aparecía “III” en uno de los lados, nada le indicó de qué lugar era la carretera, podía ser de Marte, que él no tenía ni idea.

Bajadas, subidas, más árboles, más llanos, más montañas, la carretera con hojas en medio, señal de que hacía tiempo que nadie pasaba por allí, pero a pesar de ello no dejó de preocuparse de que viniera alguien.

La luz empezó a marcharse y aquella carretera no se acababa nunca, y los pies los tenía que no le cogían en las botas, se paró en el arcén, subió unos metros en un clarillo entre los alcornoques, y se las quitó, los pies le latían como el corazón de un elefante, pero se sentía mejor, bebió un poco de agua, y se quedó quieto un instante, nada, sólo el silencio manchado por los ruidos de la sierra, nada más, joder ¿dónde estaba?, se preguntó, aquello parecía deshabitado, no conocía ningún lugar así, lleno de montañas cortadas a pico, de árboles cerrados, de manantiales, de riscos interminables, ¿dónde estaba?, se preguntó de nuevo, y no pudo decirse nada, permanecía tan en blanco como días atrás, a pesar de llevar días caminando sin parar.

Aquella noche tardó más en dormir, pero al final cayó en un sueño intranquilo hasta que alboreó, se puso las botas, bebió lo poco que quedaba de agua en la cantimplora, y volvió a coger la carretera, solo manzanas y ciruelas, no le apetecía ninguna lata, además la mochila pesaba poco, tenía que encontrar algún sitio donde comprar comida, o robarla, o lo que fuera, porque él tenía hambre, hambre de algo con proteínas, algo que hiciera que el estómago dejara de rugir continuamente, porque las manzanas a la hora habían desaparecido, e incluso un ligero ardor de estómago le salía de las tripas.

Miró al frente, apenas pasados veinte minutos, vio una alquería derruida, de las de pizarra, las antiguas, donde se criaban cochinos, y le pareció ver en la lejanía el contorno de una carretera más grande, y los postes de señalización, algo así como un suspiro se le escapó, demasiados días solo, se estaba volviendo loco, no lo habían dejado en ningún planeta extraño parecido al nuestro, allí había trazas de civilización, sonrió.

Mientras se acercaba se mostraban en postes los enormes carteles de una carretera grande, y a su izquierda una gasolinera, no se veía a nadie, pero por el tipo de terreno que había recorrido, la densidad de población no tenía que ser muy alta, así que ese no era un motivo de preocupación.

Se acercó a la gasolinera con todas las precauciones, no esperaba que le dispararan, él tenía pinta de pobre, pero creía que no de delincuente, aunque no estaba seguro del todo.

La gasolinera estaba cerrada, miró por lo cristales, pero no había nadie, todo estaba cerrado a cal y canto, las persianas echadas, y la puerta de cristal grueso con una tranca de lado a lado.

Se sentó a la sombra de la pérgola, en un sitio donde podía ver si alguien se acercaba, para que le diera tiempo de esconderse, tenía sed, pero allí no había ni máquinas de vending, aunque tampoco él tenía cambio.

Estuvo un buen rato, pero ni un solo coche se acercó ni de un lado ni del otro de la carretera, “aquello era raro, pero podía pasar”, pensó. Ni un momento más de incertidumbre, se acercó ahora con menos precaución en vista de la soledad del paraje a la gran indicación, en ella se veía.

“CORDOBA 98 KM” “CARDEÑA 12 KM”.

Ya sabía dónde estaba, en Córdoba, a muchos kilómetros de Madrid, hasta allí lo habían llevado, “sí que querían ocultarlo”, pensó, “maldito Gonzaga, si no me hubiera matado de un tiro, me hubiera muerto de aburrimiento”

Miró al frente, una señal pequeña indicaba.

“ENCINAREJO DEL ARZOBISPO 1 KM”

Desde donde estaba se veían las casas de algo más que un par de calles, pero bueno, algo era algo, por lo menos se podría tomar un café, y se le hizo la boca agua, y algo de comer, y por supuesto algo de agua, que tenía la boca como un zapato.

Se sacó la camisa por fuera, ocultando la pistola, cogió la escopeta y la metió entre unas zarzas cerca del indicativo, no quería encontrarse con alguien por allí que le pidiera la licencia o lo que fuera, se encajó la mochila y tomó la estrecha carretera en dirección a la pequeña población.

La aldea parecía muerta, casi sin coches aparcados a pesar de la hora que era, apenas cuatro vehículos se hallaban colocados en todo lo largo de la calle, avanzó por ella, todas las puertas aparecían cerradas, nada anormal, salvo el que nadie estuviera en la calle.

Llegó a lo que parecía el centro del pueblo, solo se veía el café, un pequeño establecimiento que se mostraba cerrado a cal y canto, pero notó algo que sí le gustó, una fuente dejaba caer agua en el centro de una pequeña plaza, al lado del único bar.

Se acercó y se mojó la cabeza, después bebió con fruición, el agua estaba fría y sabía bien, cuando terminó enjuagó la cantimplora y la llenó, se la colgó y miró alrededor de la plaza, nadie, pero nadie, aquello parecía abandonado, se sentó en el fresco de una de las esquinas de la fuente, dejó caer la mochila al lado suyo, la abrió y sacó un cigarro, lo encendió, esperó a ver si algo se movía allí, pero el cigarro se acabó y todo seguía igual, ni el ladrido de un perro, ni eso siquiera.

El silencio absoluto, estaba cansado, ni siquiera música, nada, sólo el viento que se movía a través de los cruces de las calles, el sonido de algún pájaro, nada más. ¿Un pájaro piando a esa hora de la mañana?, joder allí no había nadie, si no, se hubiera callado, qué locura.

Miró de nuevo en redondo intentando descubrir algo que se le hubiera pasado, pero nada nuevo percibió, se levantó, caminó hasta una de las casas, se volvió y miró alrededor, después giró la manilla de la puerta, ésta se abrió, volvió a mirar, se puso la mano en la espalda y notó el frio tacto de la pistola, se sintió un poco más seguro.

La casa estaba a oscuras, entró en el salón, estaba bien amueblada, y no se veía signo ninguno de lucha, con el cañón de la pistola abrió un poco una contraventana para que entrara algo de luz, todo estaba en perfecto estado de revista, siguió adentrándose, todo parecía normal, nada fuera de sitio, cruzó un largo pasillo, miró en las habitaciones, camas recién hechas, nada más, salió a un patio trasero, todo estaba en orden, por ello se sintió aún más alerta, nada tenía sentido en aquella aldea olvidada, pero en la cual parecía que sus habitantes lo habían dejado todo en segundos.

Volvió sobre sus pasos, pero un sonido le puso sobre aviso, alguien se movía despacio, pretendiendo que no fuera detectado, algo hizo ruido, un leve, un tenue roce que lo delató, Álvaro se metió en uno de los dormitorios, y se colocó detrás de la puerta, sin darse cuenta apretó aún más la culata del revólver. Esperó.

Una figura humana pasó por el pasillo, lentamente, con la cabeza inclinada, muy despacio, intentando sorprenderle supuso. Esperó pacientemente, la figura cuando llegó al patio se dio la vuelta, Álvaro sintió un escalofrió de miedo, un espasmo le contrajo la columna vertebral, era un hombre, pero con las mandíbulas desencajadas, los ojos inyectados en sangre, un aspecto terrible, la ropa rajada, arrastrando una pierna, y con un rictus de cólera en la cara, la boca abierta enseñando los dientes; se volvió a pegar a la pared, deseando que aquella figura desapareciera, no sabía lo que era, pero su aspecto no era muy humano.

Esperó un tiempo prudencial, oyó como la puerta se cerraba de nuevo al paso de aquel ente, respiró y se dispuso a seguirlo con todas las precauciones que pudiera, tenía interés en saber qué pasaba, pero más interés tenía en que no le sucediera nada malo a él.

Salió por la puerta, fue cuando vio que la figura, arrastrando la pierna, caminaba arriba de la calle, giró a la izquierda, vio como agachaba la cabeza más, y se ocultaba en la sombra que proyectaban las bajas casas.

Echó de menos la escopeta que había dejado entre las zarzas, se acercó a la esquina, y contempló como apenas treinta metros más adelante el tipo se metía en una casa. Esperó unos minutos, nada se veía de extraño en el pueblo, volvió a oír el viento que se metía por las calles y soplaba al cruzarse, la aldea había vuelto a morir.

Se puso la pistola a la altura del costado y despacio, muy despacio, avanzó por la calle, miró enfrente, todas las puertas cerradas como en el resto del pueblo, se pegó a la pared, fue mirando y comprobando puerta por puerta, todas estaban cerradas menos una, la abrió, no observo nada anormal, y continuó.

Dos puertas más adelante se encontraban las que el tipo había cruzado, pasó la primera, estaba cerrada, llegó a la que buscaba, pensó en darse la vuelta, pero quería conocer qué era lo que sucedía, no podía marcharse sin saberlo, si continuaba en el desconocimiento, podía ser peor en el siguiente encuentro que tuviera.

Respiró profundamente, se tocó la navaja que llevaba en el bolsillo trasero, grande, pero no demasiado peligrosa, pero algo era algo, solo tenía la pistola con un cargador de doce balas, eso era todo.

Entreabrió la puerta, era una capilla, casi totalmente a oscuras, cerró un ojo y aguardó unos instantes a que se le aclimatara a la oscuridad, entró dejando solo la rendija suficiente como para pasar, después cerró la puerta, comprobando que se podía abrir de nuevo si era necesario.

Miró a su alrededor, un escalofrió le recorrió la columna, un montón enorme de cuerpos yacía en una esquina frente a él, no pudo reconocer si eran hombres o mujeres, pero seguro, humanos, de eso no cabía duda, un enorme charco de sangre llenaba todo en metros alrededor; sin darse cuenta lo había pisado, las gruesas botas habían impedido que se diera cuenta de ello.

Respiró profundamente, no sabía qué hacer, el primer instinto era salir de allí, pero, ¿Qué había pasado?, ¿qué clase de animal se escondía en ese lugar?, quería saberlo. Avanzó pegado a la pared, los bancos estaban vacíos, nadie se ocultaba en los que podía ver, nada, solo los cuerpos parecían reposar en la pequeña capilla.

Percibió como un ronquido, un sonido extraño, una respiración grave que parecía más la de un animal que humana, sin saber por qué se dirigió hacia el sonido, allí, en una de las esquinas algo dormitaba detrás del púlpito, se acercó con cuidado, muy despacio, apuntando a lo que hubiera allí, se colocó en uno de los laterales, y miró detrás, allí dormitaba una figura humana, acurrucada, llena de sangre, no hizo el mas mínimo ruido, pero la silueta abrió los ojos y lo miró, vio sus ojos inyectados en sangre, instintivamente se echó hacia atrás, pero la figura se incorporó, era humana sin duda, no era la que había visto antes, pero similar en el aspecto, encorvada, animalesca, le mostró los dientes, dio un paso más hacia atrás, no quería disparar, pero el espectro o lo que fuera aquello, se acercaba a él más de lo que él se alejaba.

Por un instante no supo que hacer, y como si estuviera esperando el momento la figura se le echó encima, sintió como le desgarraban el pecho, y disparó, una, dos, tres veces, aquel animal o lo que fuera, salió con fuerza hacia atrás, se tocó el pecho, notó como la sangre le manaba de la herida que le había causado lo que fuera que estaba delante desangrándose con tres tiros en el pecho.

Apuntó hacia todos lados, las detonaciones habían sonado con rotundidad y se habrían oído a distancia, se quedó dónde estaba, la figura se volteó, y con dificultades logró ponerse a cuatro patas, no se lo pensó de nuevo, le disparó en la cabeza, aquello se desplomó instantáneamente al recibir el disparo, los sesos del individuo salieron disparados manchando el atril.

Se quedó quieto respirando rápidamente, no se movió hasta que comprobó que nadie más venía, y que su corazón dejaba de latir como si estuviera loco.

Se acercó con precaución a la figura caída, se puso de rodillas, y antes de que pudiera hacer nada, sintió más que vio, como otra figura se le echaba encima, giró a la vez con ella, su enemigo intentaba morderle el cuello, le disparó dos veces en el vientre, este se encogió, pero no cesaba de intentar llegar al cuello, le dio con la pistola en la cabeza, lo soltó, pero antes de que pudiera hacer nada, otra figura se le vino encima, pegó un salto hacia atrás y tuvo suerte, le disparó y le dio en la cabeza, el salto quedó interrumpido por el tiro, quedándose sobre él. Otra figura más se le puso encima, le golpeó la cara con la culata, pero el cuerpo que tenía encima le impedía moverse con libertad.

Una y otra vez, lo que fuera, intentaba morderle la cara, los brazos, le arañaba, le sacaba pedazos de la poca camisa que le quedaba, y golpeó con saña aquella cabeza, paró apenas un segundo de intentarlo, el suficiente tiempo como para que pudiera dispararle en la cabeza, se desplomó sobre la que tenía encima.

Sintió como líquidos calientes le mojaban, y pegó un tirón con todas las fuerzas que tenía para desembarazarse de los cuerpos, poco a poco consiguió salir del amasijo que tenía sobre él, miró a todos lados, de una patada con la pierna libre, quitó uno de los cuerpos que aún quedaba sobre su otra pierna.

Apuntó a todos lados, sabiendo que apenas si le quedaban balas ¿Qué coño era eso?, se preguntó, pero de momento solo tenía que estar alerta, ¿se había acabado, o no?

Recobró el aliento, la oscuridad no contribuía a tranquilizarlo, pero no oía nada, solo sentía el dolor de las propias heridas. Se arrastró hasta la puerta por donde había entrado, estaba lejos, pero no sabía lo que podía encontrar tras de las otras, cuando llegó a ella, se dejó caer sobre la pared, se puso la pistola en la izquierda, y con la derecha abrió una de las hojas, a la luz del día el panorama era peor, más de cuarenta personas yacían unas sobre otras, algunas con las vísceras por fuera, medio roídas, con las cabezas rotas, desmadejados en un confuso montón de miembros y de destrozados cuerpos.

Se incorporó, no quiso ni mirar las balas que le quedaban, no eran muchas, lo sabía, aunque no las hubiera contado, un error imperdonable, pero comprensible, se había acojonado.

Abrió la puerta de par en par, la luz aun enfatizó más el horror de la pila de cadáveres, avanzó con la máxima precaución a donde había sido atacado, eran tres hombres y una mujer, despeinados, descalzos, sucios, por lo demás normales, nada parecía indicar que ellos hubieran hecho la mortal pila, pero, ¿Quién si no? Ya había tenido bastante, tomó todas las precauciones, y a pesar de todo, salió al exterior.

Todo seguía vacío y muerto, respiró con alivio, la luz del día le tranquilizó, retrocedió lo que había avanzado y volvió al centro de la aldea; allí en la fuente, se quitó lo que le quedaba de camisa, y se miró el pecho, le habían mordido, pero no lo suficiente como causar una gran herida, le sangraba pero poco, pensó que no sabía que le pasaba al que se la había ocasionado, abrió la mochila, cogió uno de los antibióticos y se tomó una gragea “por si acaso”, pensó, después se lavó en la fuente y bebió para quitarse la sensación de sequedad que tenía en la boca.

Se miró la mano de la pistola, él, que había visto de todo y a pesar de ello, su mano temblaba como si tuviera azogue, se la cogió con la otra intentando que estuviera quieta, pero lo que acababa de vivir era algo que le había acojonado, ¿Qué era aquello?, se preguntó, la pila de cadáveres, qué locura, ¿Por qué le habían atacado?, en toda la lucha solo había escuchado gruñidos, ni una sola palabra salió de la boca de los atacantes, no sabía que pensar, pero si allí había más de esos seres, podía darse por muerto.

Metió la cabeza debajo del agua después de cerciorarse de que nada había cambiado, estuvo un buen rato debajo del grifo, de vez en cuando sacaba la cabeza para comprobar que todo seguía igual.

Lo más lógico hubiera sido coger comida, ropa, cualquier cosa para poder seguir el camino, incluso dormir allí, pero algo le decía que no, se puso a caminar hasta llegar a la entrada del pueblo, cogió la escopeta de las zarzas, comprobó que estaba cargada por enésima vez, y siguió la carretera ancha y bien cuidada, le pareció más segura, además otra población estaba a pocos kilómetros, Cardeña, quizás allí encontrara algo que no fuera la masacre que había visto en aquella aldea. Solo quería alejarse de allí.

Cuando llegó a ella, miró alrededor, nada, nada de nada, todo estaba desierto, ni un solo automóvil, ni andando ni parado, solo silencio, calor, y ahora miedo, mucho miedo.

Cogió el amplio arcén y comenzó a caminar hacia Cardeña, le separaban diez kilómetros, o eso decían las indicaciones; a pesar del calor, sintió como tiritaba, “el miedo qué malo es”, pensó, y continuó caminando.

Nada interrumpió su caminar, deambuló los diez kilómetros bajo el sol de justicia, cuando llegó a la vista del pueblo, el contenido de la cantimplora había desaparecido totalmente. Miró con precaución el pueblo que se hallaba a medio kilómetro, dudó si entrar en él, leyó las indicaciones, lo siguiente que ponía era.

“CORDOBA 89 KM”

Demasiado trecho, no lo soportaría, además atardecía, y la herida del pecho, le supuraba algo asqueroso que le parecía oler a muerto de días, algo acre y fuerte, se lo limpió, pero a la herida no pareció importarle, momentos después volvía a supurar.