Hoy el frio araña los cristales como si quisiera quebrarlos, no es malo, no es bueno, pero como me comentaban, lo que falta es agua, siempre es el agua el sur.
Miro por la ventana, la sempiterna ventana, y solo veo las figuras de los edificios, la de mis desconocidos vecinos, y añoro, entre el hormigón, el asfalto, la pintura del color de los edificios, el verdor de la sierra, el blanco de la mañana helada, de los vientos de las alturas, que no en el llano, y los alerces, los quejigos, las encinas, los álamos de corteza blanca, y como, no de las taramas que llenan todo, de las venenosas jaras, de los arroyos tempranos, mal que corren, pero a pesar de todo, los veo en mi memoria, todo verde, al amanecer blanco, y enciendo el cigarro, y como si la magia creciera, veo de nuevo, en las volutas de humo blanco, los corzos, las pepas, los desvergonzados marranos, y veo la rehalas, los ladridos de los podencos, el ansia de la caza, del acecho, de los roquedales quebrados, y huelo, como si estuviera en los recechos, el olor de los gamones, de los lirios, de la verbena, del espinillo, del plumerillo de oro, de todos los colores que al perder la vista de las volutas, pierdo también su belleza, solo veo el cansado, viejo edificio de al lado, o el de enfrente, o el retrancado, todo vuelve a su ser, ya no berrea el ciervo, sino el conductor enfadado, el olor es el que es, que no es nada, solo el del adoquín olvidado, y miro por la ventana, nada de verdes colinas, de roquedales quebrados, solo un vecino que a fumar ha salido, que me mira, y que sin sonrisa en la cara, inclina la cabeza como saludo, o lo que sea, pues todo lo que imaginaba, con el humo del tabaco, se ha marchado, vuelvo a la monotonía, al tocar del teclado, a la oscuridad de la luz de un brillante led, blanco como lo que es artificial, lo que es cómodo y sencillo, lo que feo y obligado, la vista de las ventanas en mi barrio olvidado.