Pablo y Rosa. Capítulo XV. La Profecía

               Rosa mira a Ange.

– Ange, ¿tú entiendes algo de todo esto?, -le preguntó a su prima angustiada.

– Yo estoy acojonada, -le respondió con cara de espanto.

– Pues anda que yo, -admitió Rosa.

– La Bisa, acojona, pero deberías de estar contenta, te ha echado el lazo con Pablo.

La miró y asintió con la cabeza.

– Un lazo con una piedra, -admitió Rosa, bajando los ojos.

– Lo bueno es qué no se va a enterar nadie.

Rosa miró a su prima con el cachondeo, y ella muerta.

– Será porque ya se han enterado. ¿Y ahora qué?, -se preguntó más a ella que a Ange.

– Esperar Primi, lo que sea que vaya a pasar ya está escrito, la Bisa lo ha visto.

Ange puso cara de resignación.

                Rosa se metió en su cama y se abrazó a Ange todo lo fuerte que pudo.

– ¿Montes?

– Sí Boss, estaba esperando que me llamara, ¿cómo va eso?

– Tranquilo, pero en marcha. Ya tengo un grupo que va a venir con nosotros.

– Sorpresa, reunión en un restaurante a las afueras de Mérida, en los Toreros, en la carretera de Extremadura. Está revuelto el patio, la reunión es hoy, y te estamos esperando, tengo compañía, Inspector. No faltes.

               Entró de nuevo en la casa, buscó a Tomás, cuando lo encontró le comentó.

– Tomás, necesito un coche, tengo que ir a una reunión importante.

El viejo salió un momento y volvió con las llaves del BMW.

– Ten cuidado que nadie te vea, te conoce todo el mundo.

– Lo tendré, -le aseguró.

               Salió a la calle, entró en el coche, activó el GPS del móvil, buscó el tal Restaurante y se dirigió hacia allá.

               Se encontraba en la otra punta de Mérida, en la salida de la carretera hacia Madrid, apenas en veinte minutos lo encontró.

               Aparcó el coche bajo unos veladores de metal del aparcamiento, el sol caía de justicia, y apenas si eran las doce de la mañana.

               Montes estaba esperando en el porche de la entrada.

               Inclinó la cabeza, sin saludar siquiera, “bien hecho”, pensó, y le siguió por un pasillo, abrió una puerta y entraron en un pequeño comedor en el que no había nada más que una mesa ocupada por varias personas.

               Se acercó y saludó reglamentariamente.

– Buenos días, Señor, -el Comisario le dio la mano, la apretó-, buenos días Señora Fiscal, -y estrechó la mano que le tendía.

               Antes de que pudiera preguntar por la persona que los acompañaba, el Comisario habló.

– Este es el señor Comisario Joao Mendes de Lisboa.

– Inspector Pablo Maldonado, -estrechó la mano que le ofrecía.

-Encantado.

– Lo mismo digo, -le contestó en un castellano perfecto.

– Nos tiene en ascuas, Maldonado, -comentó el Comisario Jefe Delgado.

– Es algo más gordo de lo que imaginábamos, Valdivia ha conseguido un equipo de cinco hombres del clan de los Rojas, que parecen ser bragados y estoy a la espera de ver qué pasa.

– ¿Boss…?, -preguntó Montes-, ¿tiene que seguir solo?

Puso cara de que no le gustaba la idea.

– Si queremos llegar a algún lado, tengo que seguir solo, aquí ya me conoce todo el mundo, y estos Rojas tienen ojos en todos lados.

– Creo que tiene usted razón, Maldonado, -el Comisario, extrañamente, le daba la razón.

– Pero, ¿qué es lo que se trama?, -preguntó la fiscal.

– Yo creo…, -expresó lo que realmente pensaba.

-Que es más gordo que una simple falsificación, pero no puedo asegurarlo, no tengo pruebas, solo indicios. No creo que vayamos siete u ocho personas de peso, más los contactos portugueses a detener un par de conteiner de ropa o de relojes falsificados.

– Yo tampoco, ¿usted se encuentra bien para seguir con la misión?, -preguntó el Comisario.

– Sí señor, sin problemas.

– Aquí tiene la lista de lo que pidió, lo números de los embarques. Cuéntenos lo que ha oído, -pidió la fiscal.

– Solo conversaciones sueltas, pero por lo que he notado entre los Rojas y los Valdivia, los primeros estaban esperando a los Valdivia para esto, lo de la detención de Calero fue un gato que nos han metido, o quizás no, son taimados y muy astutos. Lamento no poder decirles nada más.

– Apunte mi teléfono directo, -le pidió el comisario Mendes, no pasa por centralita, si necesita algo, sólo tiene que llamarme, si quita ratas de en medio, nosotros se lo agradeceríamos, -le comentó sonriendo.

– Comisario Mendes, ¿ustedes no tenían información del contrabando en Sines?, -preguntó Pablo.

– De una forma general sí, pero sin más información. Nunca hemos podido meter a nadie allí. Cada vez que hemos inspeccionado, y lo hacemos con regularidad, no hemos encontrado nada sospechoso.

Eso respondió, y le creyó.

– ¿Conoce usted al clan de los Gomes?, -le preguntó Pablo.

– Sí, -respondió el Comisario-, es un clan muy grande, pero por lo que yo conozco de ellos no son muy problemáticos.

– Ese es el clan que va a ayudar a los Valdivia.

– No le entretenemos más, puede volver al caso de los Rojas, -asintió el Comisario Jefe.

– A sus órdenes.

Se retiró.

               Volvió a casa de los Rojas, llegó cuando empezaban a comer.

– ¿Dónde has estado?, Pablo, -le preguntó Rosa.

               Sacó del bolsillo dos pequeños crucifijos de plata que había comprado en la tienda de la gasolinera. Empezaba a conocer a la bruja de su niña, no pasaba nada por alto.

               Rosita y Ange le ofrecieron el cuello, se lo colocó a una y otra.

– Es precioso.

Se decían entre sí.

– Es solo un regalito pequeño, estoy tieso, -una verdad como un templo. Ni lo escucharon, salieron por toda la casa contando.

– Mira lo que nos ha regalado Pablo.

A cualquiera que encontraran.

               Como una sombra se acercó Tomás.

– Despídete de las niñas, esta noche nos vamos.

               Después de comer, Rosita tenía la cabeza sobre sus piernas, y le estaba contando cómo sería la casa que tendrían.

– Será una casita adosada, con una pequeña piscina, cerca de la ciudad, pero no dentro de ella, toda de vista a la calle, totalmente exterior.

– Joyita, -le habló Pablo con suavidad.

– Dime Pablo, -le contestó, ella estaba en lo suyo.

– Esta noche nos vamos, -y le acarició la cara, cogió su mano.

– Prométeme que no harás ninguna tontería, -lo miró con miedo en los ojos

– Tú sabes quién soy, como de poderoso, -le respondió riéndose.

– No es de coña, gilipollas, como te pase algo, la que te mata soy yo, -vio por primera vez la cara de gata de su niña.

– Venga, ya sabes que nada impedirá que vuelva a tu lado, -se irguió y la besó en la boca.

– Por la cuenta que te tiene, gilipollas, -lo amenazó con el dedo.

               Eran las dos de la mañana cuando salieron hacia Sines, Tomás, Ricardo, Juan, sus dos hermanos y dos hombres más, hijos de Francisco, Inda y Bartolomé. Las niñas bajaron a despedirlos con la cara descompuesta.

               La besó en la mejilla como hizo con Ange y se despidió con la mano, Juan le comentó al oído.

– Duele, ¡eh! primo.

– Cómo una puñalada, -le dio la razón mientras se le rompía el corazón.

– Eso es bueno, querrás volver con más ganas, -se rio con alegría, se lo agradeció.

               Guardaron las bolsas en el maletero, y a pesar del bochorno sintió frio.

               Iban en tres coches, pasaron la frontera sin problemas, de hecho, rodaban completamente solos por la carretera. Juan iba con ellos en el asiento trasero, junto a él.

               Eran menos de trescientos cincuenta kilómetros y por autovía, sólo tuvieron que desviarse antes de llegar a Lisboa. Aterrizaron en Sines a las cinco de la mañana.

– Pablo, activa el GPS, y dime donde está la rúa Ramiro Correia, -le pidió Ricardo.

                Pablo le fue indicando hasta que llegaron a una calle llena de casas adosadas, totalmente nuevas, de las cuales sólo una parecía estar habitada.

               Allí los esperaba un hombre, que levantó la mano indicando que siguieran. Aparcaron los coches a su lado.

               Se bajaron.

– Bos dias.

– Bos días, -le respondió Tomás.

– A casa de esquina, a partir daí você pode ver tudo, à porta (la casa de la esquina, desde ahí se puede ver todo, hasta el puerto)

– Vir, tudo está pronto, os figorificos completo, e sob os ferros no andar de cima da cama. (entren, está todo preparado, los frigoríficos llenos, y debajo de la cama de arriba, los hierros.)

-Don Pedro vir mais tarde. Eu não sabia quando eles chegaram. (Don Pedro vendrá más tarde. No sabía cuándo llegaban).

               Les entregó la llave, y con parsimonia, les dio la mano, se marchó andando tranquilamente.

               Tomás le dio la llave.

               La introdujo en la cerradura, y con precaución abrió la puerta, nada parecía estar fuera de orden, encendió un interruptor, y sólo vio un sofá, una mesa, sillas y una tele pequeña. Era lo único que amueblaba la casa de nueva construcción, que aún no había sido habitada.

               Salió a la puerta.

– Abajo bien, voy a subir.

Con precaución eso hizo, estaba desarmado, miró cuarto por cuarto, y solo vio camas y nada más. Fue al dormitorio principal, y miró debajo de la cama, había dos maletas, las abrió, pudo ver ocho pistolas y tres escopetas recortadas.

               Bajó y se asomó a la puerta.

– Todo está bien, podéis pasar. 

               Sacaron las bolsas de los coches, y pasaron dentro.

               Sólo las ventanas tenían cortinas, lo demás estaba sin amueblar en absoluto, apenas una bombilla en cada habitación.

               Todos se arremolinaron en el salón. Tomás se colocó en la cabecera de la mesa, y les habló a todos.

– Lo primero, nadie sale sin mi permiso, ahora, subirá Ricardo y os dará las armas a cada uno, las escopetas las quiero para aquellos que estén vigilando en las ventanas.

               Bajó Ricardo, y le dio una pistola a cada uno, incluido Tomás, que cogió una, lo que le hizo pensar que todo se complicaba por momentos.

– Estamos esperando a Pedro Gomes, él nos dará unas últimas instrucciones, pero lo que tenemos que hacer es fácil, esta casa está frente al puerto deportivo, un poco más allá, está el puerto de conteiner, ese es nuestro objetivo, pero no de momento. Sólo tenemos que estar preparados y atentos, aquí somos carne de caza.

               Todos asintieron, sabiendo que no era ninguna broma. Sonaron unos golpes en la puerta.

               Ricardo abrió con precaución.

– Pase usted, Don Pedro.

               Entró un hombre mayor, casi como Tomás, pero con la cara quemada del sol y mucho más fuerte, de pelo ensortijado y manos grandes, detrás entraron dos hombres más jóvenes.

               Le estrechó la mano a Tomás.

– Estos son mis hijos Helder y Joaquim.

Don Pedro presentó a sus acompañantes, ambos agacharon la cabeza en señal de respeto.

– Estos son mi Hijo Ricardo, mi sobrino Pablo, Francisco Rojas, sus hijos Inda y Bartolomé, Juan, Lorenzo y Salvador, hermanos y también de los Rojas.

               Ellos también agacharon la cabeza. Se sentaron todos.

– Don Pedro, ¿está todo preparado?, -preguntó Tomás.

– Sí, Don Tomás, todo lo está, las casas que nos comentó están vigiladas, y nada sospechoso hemos detectado en el pueblo. Sólo algo más de movimiento de coches en el puerto comercial.

– ¿Más movimiento?, -volvió a preguntar Tomás, pensativo.

– Sí, coches que entran y salen.

– ¿Cuántos almacenes hay en el puerto?, -le preguntó Tomás a Don Pedro.

– Ocho compañías tienen oficinas y zonas francas en el puerto.

– ¿Coincide alguna de las compañías, con la lista que le di?, -preguntó de nuevo Tomás.

– No, ninguna.

– No esperaba menos, son más listos que el hambre, -comentó pensativo Tomás.

               Guardó silencio unos instantes.

– Bien, os voy a explicar que es lo que pasa, estad atentos, -volvió a hablar Tomás-, pero esta vez a todos.

               Carraspeo y comenzó la explicación.

– Hay seis compañías en la ciudad o cerca de ella que tienen allí sus almacenes, estas empresas son totalmente legales, importan productos y materias primas de todo el mundo, -paró un instante, pero dentro del puerto, hay ocho navieras con almacén, y una o varias de ellas juegan sucio.

Alargaba las paradas para que lo asimilaran.

-Voy a intentar explicarlo más gráficamente. Una empresa llamémosla LEGAL, importa un conteiner de veinte pies que contiene cien mesas de oficina, hasta ahí todo correcto, -los miró por si había alguna duda, prosiguió.

-Hay otra empresa, llamémosla NO LEGAL, que se crea específicamente para el contrabando o lo que quiera que traigan, esta compañía importa dos o tres conteiner y después desaparece, y se crea otra nueva, así impiden que se inspeccionen las compañías, más tarde, un contacto de la empresa LEGAL, envía el contenido de lo que va a cargar a la empresa NO LEGAL, el manifiesto de carga, se llama.

Paró unos instantes.

-Esta segunda Empresa, la NO LEGAL, pone el mismo manifiesto de carga que la LEGAL, es decir aparece en él que va a importar también cien mesas del mismo modelo que importa la LEGAL. Sin embargo, no vienen en el conteiner las cien mesas, sino contrabando, o lo que sea. Por si hay inspección colocan cajas en los laterales por si lo ponen en la línea naranja, y tienen que pasar por Rayos X, con las cajas hay que fijarse mucho para poder ver más allá de las mismas, esto, además, sólo les quita el diez por ciento de la capacidad de carga.

               Paró un momento.

-Por medio de sobornos y chantajes, los dos conteiner salen y llegan a la misma vez, un contacto en el puerto, consigue que se descarguen lo suficientemente tarde como para que pasen la noche en el puerto, ahí entran en juego los almacenes de las compañías, después, introducen ambos conteiner, el de la LEGAL, y el de la NO LEGAL, y les cambian los cierres de seguridad, y los números, por lo demás todos los conteiner son iguales.

               Miro a los que escuchaban por si alguno mostraba signos de no entender nada.

-Al día siguiente pasan ambos conteiner, el de la LEGAL va con el contrabando, normalmente corresponde a una empresa de solvencia con mucho tráfico marítimo, por lo que raramente son inspeccionados, además en el caso de que lo sean, si es naranja, pasa los rayos X, que con lo de las cajas puede pasar normalmente, y en el caso de que sea Rojo, y abran el conteiner, el problema es para la compañía LEGAL; la NO LEGAL, corre el riesgo de que la inspeccionen al tener poco movimiento y ser nueva, pero le da igual, sólo lleva cien mesas de oficina, comprueban el manifiesto de carga y lo dejan pasar; la empresa NO LEGAL solo hace dos o tres conteiner, después desaparece y se crea otra.

               Bebe de un vaso de agua que le han colocado delante.

-Una vez que ambos conteiner han pasado, los manifiestos de carga van duplicados en la carga real de la compañía LEGAL, con los números cambiados de los conteiner, por lo que al llegar a la compañía LEGAL y comprobar los números, todo va a estar correcto; el tema, es que los conteiner de la compañía NO LEGAL, pueden proceder de distintas compañías, pero el almacén de destino siempre es el mismo, uno donde se abren y la mercancía es separada en lotes más pequeños, que son distribuidos al resto de Europa, ése es el que debemos que encontrar. Pero para ello tenemos que controlar los conteiner que salen del puerto; cada compañía de las legales mueve veinte conteiner por semana, es muy difícil saber cuál es el conteiner falso. Para eso estamos aquí. Porque hasta ahora nadie ha sido capaz de detenerlos.

– Pero, Don Tomás, -preguntó Don Pedro, un poco de contrabando no está mal.

– Don Pedro, ¿pone usted la mano en el fuego por sus hijos?

– Seguro.

– ¿Está totalmente seguro?, recalcó Tomás.

– Sí, -volvió a responder con voz alterada mientras respiraba con fuerza, ofendido.

– No traen contrabando, traen droga, armas, mujeres para prostituirlas y lo peor, niños para trasplantes de órganos.

               Don Pedro se echó hacia atrás diciendo.

– Meu Deus.

               Juan se persignó, y besó un crucifijo que llevaba debajo de la camisa. Los demás murmuraron con preocupación.

               Él, al fin se había enterado, ¿y ahora qué hacer?

– Por eso…, -prosiguió Tomás-, es lo de las armas, las escopetas.

               Juan fue a hablar. Tomás no lo dejó.

– Tu suegro, Juan, lo sabe, o ¿crees tú que os hubiera dejado conmigo?, esto es por nosotros, no podemos dejar que piensen que los gitanos hacemos estas atrocidades. Algunos de vosotros, pensáis que por qué no he traído gente de Córdoba, salvo a Pablo y Ricardo, pues os lo digo con el dolor que me causa, que uno de los promotores es de allí. No podía dejar que nadie se enterara, y si alguien lo hacía, todo se iría al traste; imaginaros la cantidad de dinero que mueve este tráfico. No me podía fiar de nadie de los de mi ciudad. A pesar de ello, vengo con la vida de mi hijo, y del que será mi nieto. Traigo los hombres que más quiero, para que se jueguen la vida. Además, el «Que Siega los Campos», no es casualidad que venga con nosotros. Imaginemos por un momento que esa enorme cantidad de dinero entrara en la comunidad, corrompería a una gran parte, además sería muy difícil de eliminar, toda una generación perdida.

               Ahora le sonaba Calero a Pablo, posiblemente era la razón de todo esto.

– ¿Calero?, -preguntó a Tomás.

               Este asintió con la cabeza.

– No tiene alma, -escupió Ricardo.

– Sólo una cosa más os digo, disparad a matar, son alimañas, no tened compasión, ellos tampoco la tendrán con vosotros, -aseguró Tomás con rabia.

               Un silencio tenso se adueñó de la habitación.

– Sigo a su disposición, -afirmó Don Pedro-, y mis hijos, y mi gente. Sera un honor estar a su lado.

– Señor Tomás, -afirmó también Francisco-, será un honor para nosotros estar a su lado, y al lado «del Que Siega los Campos».

– Gracias, -Tomás asintió.

               El Ayo le llamó, Pablo se acercó sentándose a su lado.

– ¿Entiendes hijo mío, el porqué de todo este secreto?

– Ahora si lo voy entendiendo, y comprendo por qué no ha hablado hasta ahora.

– Es más grave, tenemos que descubrir el sitio donde cambian los conteiner para volverlos a poner en orden, -lo miró con preocupación.

– ¿Por qué?, Tío Tomás.

– Te explico, allí los seres humanos, son recogidos por coches con el maletero habilitado con climatizador a presión, los drogan y uno a uno salen para toda Europa, tenemos que romper esa cadena como sea.

– Sí, Tío Tomás, lo comprendo.

– Entenderás que no puedes decir nada que no sea lo del contrabando a tus superiores, en otro caso tendrían que comunicarlo a las autoridades portuguesas y españolas de más nivel, y tanta gente escuchando…, ya sabes.

Dio a entender que se enterarían.

– Desaparecerían, -afirmó, sabiendo que sería lo que sucedería.

– ¿Por qué te dije que cuidaras de mis niñas si nos pasaba algo?, vamos a tratar con animales y nos llevaremos más de un bocado.

– Se lo prometí.

– Después de lo de la Bisa María, no tienes que prometerme nada, lo llevas clavado a fuego en el corazón.

– Sí, -afirmó Pablo.

               Ricardo se le acercó.

– Sobrino, reza conmigo.

               Y después de muchos años rezó de corazón, sin saber si volvería a ver a su Joya.

               Al rato, Tomás ordenó.

– Poned hombres de guardia arriba y abajo, el resto descansad, esta noche empezamos.

               Aprovechó para llamar a Rosa. Desactivó el grabador. Marcó el número.

– Hola guapo, lo saludó Rosita.

– ¿Qué haces?, cosita.

– Aquí con Ange, despiertas después de la siesta. Ya te echo de menos.

– Y yo a ti.

– Rosa, quiero hablar contigo en serio, ahora que nadie nos molesta.

– Dime, -Rosa sintió un nudo en el estómago.

– No sé qué parte de esto creerás que es verdad o mentira.

– ¿De qué parte hablas?

Ella sabía perfectamente de lo que hablaba.

– De toda esta montaña rusa que hemos vivido, pero ahora, que ya se calmó esa tormenta, ahora que voy a ponerme en peligro de nuevo, tengo que hablar en serio contigo.

– Dime, -le pidió de nuevo, y se le puso ahora también un nudo en la garganta.

– No sé si tú me quieres.

– Pero…

– Escúchame, Rosa.

– Al principio (y pensé, ¡todo en una semana!), me lo tomé casi a broma, yo, ¡con una gitana!, pero ahora me da igual todo, sólo quiero saber si sientes lo mismo que yo, que no puedo vivir sin ti, que cuando no te veo, estoy como alma en pena, que te veo, y se ilumina mi vida. Que quiero estar contigo el resto de mi vida, que me da igual que tengas diecisiete años, que seas gitana, que no conozca tu cultura…, es que me da igual todo, menos tú. Que me has embrujado.

               Mientras Pablo hablaba, a Rosa le caían por la cara lágrimas como garbanzos, lágrimas de felicidad, de saber que lo que ella sentía por él era correspondido, que nada era una ilusión, que era real como el día y la noche.

– ¿Qué contestas?

– Que soy la mujer más feliz del mundo, que nadie me puede apartar de ti, que, si no estás tú, me muero, que se me quitan las ganas de vivir cuando no estás.

– Rosa, ¿te quieres casar conmigo cuando esto acabe?

– Casarme contigo y tener cinco niños por lo menos. Lo que tú quieras. Te quiero con toda el alma, pero por favor, ten cuidado y vuelve entero, si no me muero.

– Adiós, Joya mía.

– Adiós, Pablo.

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