Imaginé lo que nadie imagina,
creí en verdades de fábula fina.
Oí lo que nunca se puede escuchar,
y al fin, todo era puro y real.
No concebí esta cruel distopía,
este mundo ciego en su triste miopía.
No pensé que el hombre, en su mente insana,
pudiera tornarse bestia inhumana.
Pero me han hecho ver, sin reparo,
que en mi juicio me quedé muy raro.
Y aquí me detengo, cual necio perdido,
tratando en vano de hallar sentido.
Pensamientos que nublan, que hacen llorar,
ideas que hieren, que impiden pensar.
Mientras me asalta la misma cuestión,
la que tú mismo harás sin razón:
Esos demonios de carne y de hueso,
¿hasta qué infierno descenderán presos?