Apalabrado, pensó Pablo, no la conocía ni de una semana, pero daría algo porque fuera de verdad, no se la podía sacar de la cabeza; si se le acercaba mil veces, mil dolores de estómago, si le hablaba mil veces, mil veces que oía a los ángeles, creyó que el sur lo había embrujado.
Intentó por todos los medios salir de la situación, hacerse el frio, pensar con lógica, decir que lo que le sucedía era una tontería, y algo dentro de él se reía, como diciendo que ni mil voluntades suyas podrían ni difuminarla. Se enfadó porque no puede quitársela de la cabeza, pero a la vez era feliz de que su fulgor siguiera poseyéndolo, si ella desapareciera, quizás el vacío que dejara le sería insoportable.
Su escala de valores estaba variando, en primer lugar, aparecía ella, después ella, y siguiendo, ella, lo demás se perdía cómo si no fuera real, cómo si lo único importante, sólido, auténtico, fuera su presencia. Pidió a dios que le ayudara a conseguir su amor, a estar con ella, no deseaba nada más, nada más anhelaba, ya ni se reconocía, Pablo el buldócer, de perrillo faldero, pero feliz.
Otro día más, cinco de la mañana, cargar y un atisbo de su mirada, y «sorpresa» su sonrisa en una mirada fugaz, ahora sí había salido el sol.
Llama por teléfono al Comisario.
Comenta lo que ha pasado con la visita de Tomás, omite todo lo relacionado al apalabramiento, ya habrá tiempo de justificarse si fuera necesario.
– Maldonado, he hablado con la fiscal y nos apoya totalmente, se la está jugando, confiamos en usted, ya sabe, la cabeza fría.
– Sí señor.
– Montes será su sombra, -le repite el Comisario, que también se juega algo.
– Pero muy de lejos, aquí se enteran hasta de lo que no pasa, y a Montes seguro que lo conocen, no quiero que se estropee la operación.
Una pausa, después, continúa hablando.
– Usted no se preocupe, mañana tendremos preparados sus nuevos documentos, ya le indicaremos como recogerlos sin riesgo.
– ¿Alguna orden más?, señor.
– No, continúe con la misión.
Cumplido, una cosa menos, vía casi libre.
Volvió a marcar.
– ¿Mamá?
– Ay, Pablito, ¿dónde estás?
Dos metros y seguía llamándole Pablito, peor era lo de su hermana, Irenita, y pensó “que se joda”, desde el cariño, pero que se joda.
– He salido a tomarme un café, y he aprovechado para llamarte, -mentir a una madre para que no se preocupe no es pecado.
– ¿Cómo te va?, -le pregunta, ignorante de lo que sucede.
– Haciendo papeleo, mamá, parezco un oficinista, no un policía, -siguen las mentiras, es la ley de los hijos.
– Los papeles no pegan tiros.
– Entonces me habría hecho oficinista.
– ¿Te tratan bien?
– Son gente agradable, es el sur, mamá, son más abiertos que en casa.
– Sí, ¿pero la comida?, -vuelve a insistir su madre, sabe que es un tragón.
– De muerte, mamá, me voy a poner redondo.
– Lo que me alegro.
– Dale un beso a nuestro médico favorito, a mi puñetero padre.
– Cuídate, Pablito.
– Adiós, Mamá.
Se incorporó a la marea humana, el mercadillo se caía de gente y aún era martes.
Pablo pensó que algún día le preguntaría cuanto sacaban al día, porque allí se ganaba dinero.
Poco a poco se fue relajando el tránsito hasta que casi nadie deambulaba por el albero del Mercadillo.
Ange gritó con todas sus fuerzas.
– Dolores, venga usted “paca”.
– ¡Ay niña! que me vas a matar de un infarto, voy, -contestó Dolores con cara de cansancio.
– Vas a serla primera en saberlo, la Rosita se ha apalabrado, -le cotillea al oído Ange, después la coge de los hombros y la sacude.
– ¡Ay mi reina!, -exclama la señora dando un abrazo de oso a Rosita que miraba todavía un poco sorprendida.
– ¿Quién es el afortunado que se lleva la Joya?
La señora mira a todos lados intentando adivinarlo.
– El Callao, el primi, que se nos la lleva, que lo tenían “mu” callao.
Le zampó dos besos con otro abrazo de mamá osa.
– Y encima éste no te va a marear charlando, pero que guapo y buen mozo, vais a tener los niños más bonitos del mundo.
Un segundo después estaba gritando nombres, que no daba ni tiempo a entenderlos, y en el siguiente segundo, la mayoría de los tenderetes se despoblaron, toda la marabunta fue al puesto de Tomás.
Dos mil besos, dos mil abrazos, dos mil felicitaciones, ADN de toda la ciudad; no supo cómo salió cerveza, botellas de vino, y antes de que se diera cuenta, se había formado un corrillo alrededor de ellos, como si estuvieran exponiéndolos a Rosita y a él, todos dándoles parabienes, y deseándoles fortuna e hijos varones. Hasta las cinco estuvieron allí, ni Rosita ni él bebieron, pero Ange si, se puso graciosa, no borracha, pero si alegre, estaba contenta, después de tantas inquietudes, un momento de alegría se agradecía.
Y esa tarde en casa, «que todavía no es la pedía, pero es motivo de alegría», gritaba Ange como loca, si alguien no se lo creía, al ver a Ange lo aceptaría como verdadero.
Llegaron a casa, allí los esperaba un triste bocadillo, Ester y dos mujeres que se presentaron como primas estaban en la cocina preparando toda clase de guisos, los congeladores llenos y primas que no conocía, le sonreían mientras dejaban la casa como el jaspe.
– Te quiero ver arreglado, que ésta tarde va a venir aquí la marabunta, la nieta del Tomás por fin se ha apalabrado, -le ordenó Ester señalándolo con un cucharón.
– Sí, tía, -Pablo se lo prometió, incluso le dedicó una sonrisa.
Se comió el bocadillo frente a Rosita y parecía una competición de lobos, desaparecieron en un momento, y los dos se miraron y sonrieron, los dos sabían.
Subieron todos a arreglarse, él lo poco que podía, dado lo escaso de su vestuario, pero oyó golpes en la puerta, era Ricardo.
– Toma, Rosita lo ha cogido para ti, -le entregó algo de ropa y unos zapatos.
Como un guante, una camisa azul con doble botón, de las que no le gustaban, pero que le quedaba muy bien, unos pantalones azules clásicos y zapatos con cordón, todos, no de su estilo, pero sí de su talla.
Cuando bajaba se oía la aldaba repiquetear alegremente, y voces en tono alto deseaban buenas tardes y otras agradecían.
En apenas dos horas habían transformado el patio en un salón de recepciones, seis mesas ocupaban casi todo el espacio, solo una esquina permanecía libre.
En las mesas de todo, jamón, caña de lomo, langostinos, botellas de vino, copas, como por arte de magia habían transformado el tranquilo patio, en un lugar de recepción y fiesta.
Se sintió un poco nervioso, pero sin saber por qué, o sabiéndolo, se sintió feliz.
Llegó Tomás, y empezó a saludar a gente, le requirió levantando el brazo y Pablo se acercó.
– Este es el afortunado, Pablo, un hombre de bien, -el Ayo se dirigió a todos levantando la voz.
Enhorabuenas y enhorabuenas.
Se sentaron a comer, los que pudieron, la mitad se quedó de pie picoteando y bebiendo, todo eran brindis y buenos deseos.
Apareció el lobo, Calero, y con sus hijos, Antoñín incluido.
Esperaba que la incipiente barba lo despistara junto con la falta de chaqueta y gafas de sol, en otro caso todo se iría al garete.
– Enhorabuena, Tomás, -Calero le dio la mano al Ayo-, ya era hora de que aprobaras a alguien, me extrañaba que trajeras un extraño, pero ahora me lo explico.
Le dio la mano a Pablo, y sus hijos lo felicitaron los tres, ninguno dio muestras de reconocerlo.
En ese momento oyó unos silbidos, y voces de guapa, guapa.
Por la escalera bajaba su reina, con un traje rojo entallado con unos detalles negros, el pelo recogido en una trenza romana, la cosa más bonita que Pablo había visto en su vida.
Cincuenta mujeres se le echaron encima, dándole besos y parabienes, la ocultaron de su vista durante un momento, la arrastraron hasta el triángulo del patio que había quedado libre, se acercó Tomás y lo llamó haciendo señas con el brazo.
Durante un instante, todos callaron, Tomás cogió a su nieta de la mano, cogió la suya, y las juntó, diciendo.
– Doy permiso a este hombre, al que tomo a partir de ahora como mi hijo, para que corteje seriamente a mi nieta Rosa, con el propósito de casarse en de aquí a tres meses. Que todos lo oigan y que sepan que Pablo será el compañero de Rosa y Rosa la compañera de Pablo.
Se oyó.
– Dale un beso esaborío.
Pablo miró a Tomás, que aprobó con la cabeza.
La cogió por el talle, ni la miró y la levantó hasta acercarla a su cara, entonces la admiró y la besó, ella le respondió y le echó los brazos alrededor del cuello y fue el momento más cálido de su vida, no podía separarse, quería que ese momento durara para siempre, y en un segundo, una eternidad, se acabó. La bajó, y lo único que oía eran silbidos y palmas, golpes en la espalda para todos, abrazos de gente que no conocía, carmín de todos los colores.
Aquello se descontroló desde su punto de vista. Pero no desde el punto de vista de ellos.
En la esquina que había quedado libre, como por arte de magia, apareció una guitarra, alguien cantando y otros bailando, todos tocando las palmas.
Excitante y extraño para él, pero cálido y hermoso. Iba con la tibieza de la noche, cuerpos que sudaban, cante, baile, algo instintivo surgía en el interior sin darse cuenta, algo primitivo le hacía seguir el ritmo con el pie, y casi animarme a tocar las palmas, pero a tanto no se atrevía.
El tiempo pasaba, de pronto paró, y dos muchachos se acercaron y a pesar de su oposición lo levantaron arrastrándole hasta donde estaba aquel improvisado escenario.
Gracias a Dios se acercó Ricardo, y negando con la cabeza, lo cogió del brazo y lo llevó al lado de Tomás, se acercó a Rosita y Ángela y les señaló el escenario.
Y comenzaron a bailar. Después supo que Rosa solo podría bailar conmigo, nunca con otro hombre a partir de ese momento.
Pura magia, dos bailarinas consumadas, que habían bailado juntas cientos de veces, en una noche donde la brisa empezaba a acariciar los sudorosos cuerpos, por arte de magia todo el mundo calló, y solo se oía la guitarra, el cantaor, y aquellos cuerpos moviéndose al unisonó.
Es rubia como los trigos a la salía del sol
A la salía del sol
Es rubia como los trigos
A la salía del sol
Tiene los ojos azules
Como el romero la flor
Como el romero la flor
Cuando la vió el Rey de España
Don Alfonso de Borbón
Como un novio enamorao
Le ha dao su corazón
Que bien parece
Doña Victoria Eugenia
Que bien parece
Doña Victoria Eugenia
Y Alfonso XIII
Cartas iban y venían desde Londres a Madrid
Desde Londres a Madrid
Cartas iban y venían
Desde Londres a Madrid
Yo estoy loco vida mía
Lo mismo que tú por mí
Lo mismo que tú por mí
En el Palacio de Oriente
Todo es risa juvenil
Doña Cristina sonríe
Viendo al hijo tan feliz
Que bien parece
Doña Victoria Eugenia
Que bien parece
Doña Victoria Eugenia
Y Alfonso XIII
El 31 era de Mayo, bajo un sol primaveral
Bajo un sol primaveral
El 31 era de Mayo
Bajo un sol primaveral
Y era un asta de alegría
San Jerónimo El Real
San Jerónimo El Real
La novia ha entrao en el templo
Con graciosa majestad
De Castillos y Leones
Era su manto nupcial
Doña Victoria
Es la reina más guapa
Doña Victoria
Es la reina más guapa
Que vio la historia
Cuando vuelven de la boda, y ya en la Calle Mayor.
Y ya en la Calle Mayor
Cuando vuelven de la boda
Y ya en la Calle Mayor
Una bomba entre las flores
Le han tirao desde un balcón
Le han tirao desde un balcón
El traje blanco de novia
La sangre lo salpicó
Pero Victoria sonríe
A Alfonsito de Borbón
Y se estremece
Viendo vivir a su reina
Y se estremece
Viendo vivir a su reina
Alfonso XIII
“Y es rubia como los trigos y a la salía del sol…”
Se levantó al terminar y aplaudió con todas sus fuerzas, Rosa se alejó del escenario, se acercó a él, se agarró a su cintura y se dejó caer bajo su brazo. Se cerró el círculo. Para siempre, y ella lo supo, como él ya lo sabía. La noche era perfecta, sólo ella estaba allí, y él con ella.
Tomás al lado de ellos miró de reojo, Pablo lo vio, y sonrió, lo miró y asintió.
Se irguió en la silla y se echó hacia atrás como si el mundo pesara un poco menos.
Cuando terminó la fiesta y fueron cada uno a su dormitorio, sabían que no habría distancia que los separara, que a pesar de todo y de todos, seguirían juntos, pasara lo que pasara.
Cuando llegó a la cama se dejó caer sin desvestir, se puso boca arriba, cruzó los brazos y miró al techo, completo y feliz, y durmió como un niño que sabía que en dos horas estaría en planta otra vez, pero que no le importaba lo más mínimo.