77. Pablo y Rosa. La Profecía

              Como por arte de magia salieron dos navajas mariposa[1] que brillaron en sus manos.

– Tomás, está a tu disposición para que cuide de tus nietas.

– ¿Bien?, Anita, -le preguntó a la muchacha Rojas.

– Lo que usted mande, Don Francisco, -le respondió la chica mientras guardaba las navajas.

– Gracias Francisco, -le reconoció Tomás, realmente agradecido.

              Todo el mundo siguió hablando, formando corrillos, Juan le mostraba las fotos de sus dos varones, ufano, como si fueran lo mejor del mundo. La verdad, eran guapos los chiquillos, uno apenas tenía tres años, y el otro andaba en pañales.

– Mira, Francisco el mayor, y Juan el pequeño, cualquiera le pone otro nombre al mayor, que la Manoli me decía, “tú mismo, pero como salga hembra, te capo”, entonces pensé que no era bueno correr el riesgo, Francisco el primero, que tú no conoces a la Manuela, más cojones que nadie, imagínate, Francisco padre tiene once hijos y ocho son varones, criada con tanto tío, sabe dar castañas como un camionero.

              Pablo sonrió.

– Guapa y con carácter, lo que te queda que pasar.

– Más te queda a ti, Primi.

Y se echaron a reír.

– Mira, -y Juan señaló dos hombres-, ahí tienes a dos de mis cuñados, esos vienen con nosotros. Aquel es Inda, y el otro el Bartolomé, dos buenos elementos, los hermanos de mí Manoli.

              Eran como Rojas, pero criados con más alimentación, callados y pendientes de todo, se les veía serenos y seguros.

– Gracias.

Pablo saludó a los dos.

– Los hombres son hombres, lo demás son mariconás. ¡No has tenido tú suerte!, que te vas a casar con la Joya, la ha pretendido lo mejor de nosotros, y el viejo ni por dineros, ni por prestigio, ni por nada ha dado el consentimiento, y llega el rumanito y se la lleva, la cosa más bonita de toda la gitanería, pedazo de cabrón.

– Lo sé, primo, tengo la suerte de cara.

– Pero que la tienes loca, solo había que veros ayer, como se agarraba, pobrecilla, no sabes cómo me alegro de que se la lleve un tío con dos cojones, mi primo, -y le pegó un abrazo y dos besos.

              Se irguió, lo cogió el brazo, lo levantó y gritó.

– ¡Mi primo!, el tío con más cojones del mundo.

              Y todo el mundo gritó, el Callao, el Callao…

– Esta noche fiesta en mi casa, que mi primo no se va sin conocer a sus sobrinos.

              Cómo si alguien hubiera dado la orden entraron las mujeres y fueron colocando tapas y copas, botellas de vino y todo lo necesario para que comiéran todos lo que estában allí, Juan vio entrar a Rosa y Ange, y se levantó.

– Te dejo, que caigan las flores.

              Rosita se puso a su derecha, levantándole el brazo se acurrucó a su lado y lo abrazó, al otro lado se le acurrucó Ange.

– Hombre, rodeado de niñas chicas.

              Lo miraron con cara extraña.

– Sí, -les aseguró con guasa, de las que se hacen pis, -en un segundo se llevó dos codazos qué hicieron que se doblara.

– Gracioso, -le sonrió Ange con un mohín.

– Más bien simpático, -soltó Rosa con cara de asco.

– Gracias Pablo, -Ange lo miró con una sonrisa.

– ¿Qué iba a hacer, no te iba a dejar allí?, -Pablo puso cara de estar obligado a hacerlo.

              Codazo de nuevo.

– Que gracioso está hoy el Callao, -Ange lo miró con cara de mala leche.

– Yo creí que no salía de allí, -habló compungida Rosita.

– Esos hijos de puta, iban en serio.

– Creo que sí, -le contestó sinceramente Pablo,

– Tú, dame ánimos, -Rosa puso los brazos en jarra.

– Ya ha pasado, Rosa, no tiene motivo que te engañe.

– ¿Cuántos te has cargado?, -le preguntó Ange con cara inquisitiva.

– Los que fueran, Ange, ¿estáis a salvo?, eso es lo que importa.

– Me han dicho que reventaste a dos, y uno con las manos, -afirmó Rosita con cara de malvada-, me hubiera “gustao” verlo.

– No, no te hubiera gustado, a mí no me gustó, -aunque mentía, los hubiera matado mil veces.

– Mi héroe, -gritó Rosita, dándole un beso en la cara.

– El mío también, -gritó Ange, dándole otro beso en la mejilla contraria.


[1] Navaja de mariposa o de abanico (balisong), en la que el mango está dividido en dos mitades que pueden pivotar a ambos lados de la base de la hoja. Su apertura se puede realizar por inercia mediante un movimiento circular y rápido de la mano que sostiene la navaja.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *