51. Pablo y Rosa. La Profecía

Se levantó al terminar y aplaudió con todas sus fuerzas, Rosa se alejó del escenario, se acercó a él, se agarró a su cintura y se dejó caer bajo su brazo. Se cerró el círculo. Para siempre, y ella lo supo, como él ya lo sabía. La noche era perfecta, sólo ella estaba allí, y él con ella.

              Tomás al lado de ellos miró de reojo, Pablo lo vio, y sonrió, lo miró y asintió.

              Se irguió en la silla y se echó hacia atrás como si el mundo pesara un poco menos.

              Cuando terminó la fiesta y fueron cada uno a su dormitorio, sabían que no habría distancia que los separara, que a pesar de todo y de todos, seguirían juntos, pasara lo que pasara.

              Cuando llegó a la cama se dejó caer sin desvestir, se puso boca arriba, cruzó los brazos y miró al techo, completo y feliz, y durmió como un niño que sabía que en dos horas estaría en planta otra vez, pero que no le importaba lo más mínimo.

Capítulo X

Siempre Pablo

Destrozaditas, como dirían ellas, llegaron Ange y Rosita; su prima la agarró nada más cruzar la puerta del dormitorio, y empezó a dar saltos como una loca.

– Que beso, de película, yo quiero uno así.

–  Primi, te lo dije, me quiere.

Rosita la agarró de los brazos y la sacudió.

– Me lo creo.

Asintió con la cabeza Ange, ella también lo había visto.

– Por Dios, que beso, “mojaita” entera estaba, en la gloria.

– No es pa menos.

Volvió a asentir Ange.

– Y él me quiere como yo lo quiero. Esto es pa los restos.

Rosita sonreía como una niña pequeña.

– En una semana, Primi, de película, pero ten cuidado que los hombres…

Le advirtió Ange poniendo cara seria.

– Este no, y el Ayo me ha dado la bendición que lo he visto mirar a Pablo y sonreír.

– Habrá sido por otra cosa, ¿el Ayo?

Preguntó Ange con cara de no creérselo.

– Sí Primi, lo que yo he visto es la verdad, estaba segura.

              Se echaron en la cama, vestidas y todo, y se quedaron dormidas y felices, abrazadas como niñas pequeñas.

Le despertó la claridad del día, pensó que, seguro que no eran las cinco de la mañana, miró el móvil, le informó de que eran las once y no le habían despertado. Se sobresaltó, pero oyó voces en la casa y se tranquilizó.

              Fue a asearse y tropezó con Ricardo.

– Dormilón…

Se rio mientras pasaba.

– ¿Hoy que…?

Quiso contestar Pablo.

– Qué malas son, ¿no te dijeron que los miércoles descansamos?

Se le notaba la guasa en la voz.

– No.

Y sin darse cuenta puso cara de tonto, y el muy cabrito se fue sonriendo.

              Bajó con una ropa menos hortera que la de diario.

              Todos ya habían desayunado, se sirvió un café y cogió un par de donuts de un frasco de cristal.

              Apareció Ester.

– El señorito ya se ha levantado, -sonrió con sorna.

– Sí, buenos días.

– ¿Que te pareció lo de ayer?

Le preguntó Ester levantando la barbilla.

– No lo había visto en mi vida, pero genial.

– Ni lo volverás a ver.

Ester miró hacia otro lado, indicándole que todo era de mentira.

– Podría ser.

Pablo le puso cara de que eso podía no ser así, no sabía por qué contestó eso, pero Ester le respondió.

– Vaya con el Callao, cada vez que habla tira un quicio. Termina, que tienes que ir con las niñas a comprar.

              Secretario para todo. Pensó.

              Alguien lo agarró por el cuello.

– Primo que nos vamos.

Era Ange.

– Termina de una vez.

– Vale,

Contestó. En la puerta los esperaba Rosita.

– ¿Has dormido bien?

Rosita le dedicó una sonrisa que le iluminó el día.

– Como un niño.

– ¿Cagado y con hambre?

Le sonrió. Pablo hizo lo mismo, casi estúpidamente, o eso pensó.

– No mujer, muy a gusto.

Todavía no le pillaba el aire a la guasa que tenían allí.

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