53. Pablo y Rosa. La Profecía

– ¿A saber dónde has estado tú?, que tan poco has oído reír. -le respondió Rosita moviendo la cabeza.

– Un año de formación en Valladolid como policía, prácticas en Galicia, oposición y formación a subinspectores, prácticas en el Bierzo, oposición a inspector con vuelta para formación en Valladolid, total, cuatro años y medio. Cursos todos los que quieras, estudiar, estudiar y estudiar.

– Que vida más triste, -contestó con pena Ange.

– Yo la escogí, no puedo quejarme, -le respondió Pablo con sinceridad.

– ¿Tu padre es también de la Pestañí?

– ¿La Pestañí?, -preguntó Pablo extrañado.

– Poli.

Aclaró Ange.

– No, es médico y mi madre profesora en un instituto.

– ¿Tienes hermanos?

Preguntó Rosa.

– Una que te la regalo, a mí me decís el Callao, me gustaría saber que diríais de mi hermana.

– ¿Tan fea es?

Apostilló Rosa.

– ¿Irene?, qué va, pero tiene un carácter de tres pares de narices. Es mayor que yo y esa sí que no tiene novio, ni lo va a tener, como no cambie.

– ¿De verdad?

Se sorprendió Ange.

– Te lo juro, además es Inspectora de Hacienda, imagínate.

– Lagarto, lagarto.

Exclamó Rosa, poniendo los dedos en cuernos y tocando la madera de la silla.

– Pues va a ser tu cuñada.

Aseguró Ange con una pícara sonrisa.

– Quita, quita, malange, -le contestó Rosita.

              Estaba disfrutando realmente del momento, cuando vio acercarse a un muchacho de tez cetrina que se movía con prisa.

              Se levantó como si fuera un resorte, y se interpuso en el camino del chico.

– ¿Qué quieres, payo?

Y le dio un empujón.

              Lo cogió del pecho y cuándo estaba a punto de estrellarlo contra la mesa Ange gritó.

– ¡Pablo, déjalo!, es mi novio.

              La miró, y al ver su cara lo soltó.

              El muchacho se intentó acercar a Ange, sujetó a Ange con una mano y con la otra al chico.

– Hijo p.…, suéltame.

– Lárgate.

Le advirtió con cara de pocos amigos.

– Que es mi novia, tío.

Le aseguró mirándole con ojos asesinos.

– Cuándo me lo diga Tío Tomás.

Lo miró con el semblante serio, mientras que Ange lloraba.

              Una mano se posó en el hombro del chico, le dio la vuelta, era Ricardo.

– Te he dicho una y otra vez que no te acerques a mi hija. Como te vuelva a ver rondándola te reviento.

              Y lo dijo de veras.

              El chaval se fue alejando con una cara de enfado terrible.

– No soy bastante para tu hija, cabrón, y al hijo p… ese.

Señaló a Pablo.

-Le voy a sacar las tripas, cabrones, hijos de p….

              Salió corriendo y se marchó.

              Ange lloraba desconsoladamente, apoyada en el respaldar de la silla.

– ¿De verdad, eso quieres para el resto de tu vida?, ese desgraciado, -le preguntó Ricardo, señalando el lugar por donde el muchacho se había marchado.

– Pápa, yo lo quiero.

Lloraba Ange.

– ¿No te habrá hecho nada de lo que tengas que avergonzarnos?

Ricardo acercó su cara a la de su hija.

– No Pápa, te lo juro.

Ange lloraba cada vez con más dolor.

– A partir de ahora solo sales con Pablo y la Rosita, y tu Callao, gracias, con dos cojones.

– De nada, Tío.

              Se marcharon con Ricardo, que había ido con el coche para ayudarles con lo que habían comprado.

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