48. Pablo y Rosa. La Profecía

Le preguntó Tomás a Rosa mirándola fijamente.

              Agachó la cabeza.

– Lo que tú digas, Ayo.

– ¿Sin quebrar tu voluntad?

Seguía mirándola con cara seria.

– No, Ayo.

Rosa continuaba con la cabeza agachada.

– Así sea.

Concluyó Tomás.

-Por el bien de todos.

– Pablo.

Y lo miró fijamente.

– A ti te doy la obligación de proteger a Rosita de cualquiera, sea quien sea.

– Así lo haré, Ayo Tomás.

Prometió el también.

– Vamos a cenar.

Tomás concluyó la conversación.

              Otra noche de mal dormir, la vida lo llevaba por senderos desconocidos y no por ello menos deseados.    

Con la boca abierta, así la dejó el Ayo, podía esperar cualquier cosa, menos aquello. ¡Ella, apalabrada con el padre de sus hijos! El sueño era realidad, pero esa era su virtud, creyendo a pies juntillas, convertir lo imposible en realidad.

              Ange chilló como una perra.

– Ay Rosita, ya te falta menos, apalabrá.

Puso las manos como si rezara, levantó la vista al techo.

– Déjame.

Rosita le pegó un empujón.

– ¿Y obligá?, por mis cojones.

Ange le devolvió el empujón.

– Estás como una cabra.

Rosa dio la vuelta y se quedó mirando el techo.

– Pues tú te estás poniendo gorda de lo a gusto que estás.

Le hizo mueca Ange inflando los carrillos.

– Ni a soñar que me hubiera echado.

Y Rosa sabía que era verdad.

– Te compro tu ángel de la guarda.

Ange acercó su cara a la de ella, la miró fijamente.

– ¿Y yo te lo voy a vender?, ¿ahora que está funcionando como un reloj?

– ¿Sabrás que sólo es un engaño?, -le preguntó Ange con cara de pena.

– Te juro que se convertirá en realidad.

Y Rosita tenía la certeza absoluta.

– Por cómo te mira el payo, yo casi lo aseguraría, y conociéndote, más. -aseguró Ange también con la misma certeza.

– Pero, -continuó hablando-, ¿qué te ha pasado esta mañana que casi no has abierto la boca?

– ¿Y si se va?, ¿y si me lo quitan?, me muero, mil veces me muero.

Rosa sintió que se le encogía el corazón.

– No pienses en eso, lo tienes aquí, y apalabrado, ¿no es más de lo que hubieras imaginado?

Ange le puso la mano en la cara.

– Sí.

Le respondió bajando la mirada, estaba triste.

– Pues disfruta. Todo se acaba.

Aseguró Ange, mirándola a los ojos.

– Esto no.

Le salió del alma porque lo creía a pies juntillas.

              Tomás movió el catavinos despacio, con la mirada fija en el cristal.

– Ricardo, hijo mío, se van poniendo las cosas en su sitio.

– Me asombra Pápa, ¿qué es lo que está haciendo?

– Las sombras se acercan y hay que resguardar lo que más queremos para que no se lo lleve el tornado de maldad que se avecina.

-Me asusta, Pápa.

-Yo también lo estoy.

Tomás levantó la vista, había hablado, aunque le pesara, la verdad.

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