
Calero asintió con la cabeza.
– Gracias, a lo que mande.
Pablo le respondió con el mismo tono de voz.
– Eso está mejor.
Sonrió otra vez con desprecio.
– ¿Con que rumano?
Preguntó de nuevo.
– No, Don Antonio, español, mis padres eran rumanos, yo nací aquí.
Lo miró fijamente a los ojos.
– ¿Y que estabas con los Horcajo?
Me interrogó.
– Sí.
Le contestó, se estaba cansando.
– ¿Dónde están ahora?
– En Nanclares de la Oca (Prisión)
Respondió Pablo, imaginando que quizás lo comprobaría.
– ¿Feo?
Volvió a preguntar Calero.
– Muy feo.
Asintió sin mover un músculo de la cara.
– Lo siento, te digo lo mismo, si necesitas algo me lo dices a mí o a mis nenes.
– Gracias, Don Antonio, lo haré.
– Abur.
Y se marchó.
– Hijo de p….
Lo maldijo Rosita por lo bajo.
– ¿Qué pasa Rosa?
Estaba muy enfadada.
– Ese hijo de p… quería apalabrarme con uno de sus hijos, cuando el Ayo se lo prohibió, intentó que uno de los Ugalde también lo hiciera, y el abuelo respondió también que no, lo que lo colocó en una situación comprometida.
– ¿Apalabrada?
Peguntó, un lenguaje nuevo en un mundo desconocido.
– Prometerme para casarme, antes me tiro por el agujero de un pozo, son todos mala gente.
– ¿Quiénes son esos Ugalde?
Volvió a preguntarle realmente interesado.
– Dos hermanos, fueron legionarios, y son malos como la quina, protegían, o eso decían, al abuelo, hasta que has llegado tú, eso los ha encabronado más, eso y el hecho de que estés con nosotras, los tiene en sal. Ten cuidado con ellos, el abuelo iba obligado porque lo han amenazado, pero ahora está más tranquilo sabiendo que estás tú aquí, porque le conté al Ayo que me habías prometido que nada nos pasaría mientras estuvieras con nosotras, ¿es verdad?
– Sí.
Contestó sin pensar, ambos sabían que era totalmente cierto.
– Hay, Rosita tiene toda la razón, mala gente ándate al ojo, y al cabrón del Calero lo mismo, odia al Ayo con todas sus fuerzas, quiere ser como él, ocupar su lugar, pero no le llega ni a la suela de los zapatos.
Aseguró Ange.
Recogieron y volvieron a casa de Tomás.
Comieron como animales, sobre todo Rosa y él, le encantaba verla hacerlo, ¿dónde lo echaba?, parecía imposible que tan poca cosa pudiera albergar tanto apetito.
Terminaron y subieron, cada uno a su habitación a hacer la siesta, Pablo no estaba acostumbrado a dormir después de comer, pero aquel día lo agradeció, estaba realmente cansado.
Durmió hasta las siete de la tarde, casi tres horas, como un bendito. Se levantó aturdido, como un zombi, y tardó un buen rato en volver a la realidad.
Se lavó la cara, y bajó.
Le esperaban Tomás y Ricardo, ninguna de las mujeres estaba allí.
– Ahora te íbamos a llamar, necesitamos que nos acompañes, además tengo que pedirte un favor.
Le indicó Tomás.
Salieron de la casa, no hablaron hasta que llevaban unos minutos caminando por las estrechas calles.
– Pablo.
Le habló Tomás.
– Dime, Tomás.
– Ayo Tomás.
Apostilló Ricardo.
– Acostúmbrate, y yo, tío Ricardo.
– De acuerdo, -asintió.
– No sé si conoces que a mi nieta Rosa están intentándomela casar con gente que no la merece.
– Algo me han dicho las niñas.
Contestó Pablo asintiendo con la cabeza.
– Con lo que hablan te lo habrán contado todo, ¿no?
Aseguró Ricardo.
– Sí.
Y sonrió por lo bajo.
– ¿Rosita?
Le preguntó sabiendo la respuesta.
– Sí.
Sonrió.