
– Dios lo bendiga.
Gritó la señora mayor.
-Dios lo bendiga.
– Tendréis todo lo necesario para comer, ningún lujo, pero no os faltará algo que llevaros a la boca, y ya le buscaremos algo a tu nuera, ¿sabe cocinar?
Preguntó Tomás.
– Como los ángeles.
Le contestó en voz alta la señora mayor.
– Todo en su sitio, -afirmó Tomás.
– Que Dios lo bendiga.
Volvió a decir el señor mayor.
– ¿No quieren que les ponga nada?
Preguntó la señora mayor.
– Otro día, Aurorita, -le contestó Ricardo-, tenemos otros recados que atender.
Se despidieron, marchándose.
Apenas habían salido de la casa, Ricardo comentó.
– Pápa, el chico es un bala perdida.
Y miró a su padre.
– ¿Crees que no lo sé?, ya le advertimos que tenía una familia a la que darle de comer, pero no nos hizo caso, y lo han cogido robando una moto, ¡será imbécil!
Afirmó Tomás moviendo la cabeza.
– Pues eso, Pápa.
Volvió a decir Ricardo.
– Y dime tú, ¿qué culpa tienen esos angelitos?, ¿tú serás capaz de comerte un pastel mientras ellos pasan hambre?
Le preguntó Tomás a su hijo.
– No, Pápa.
Y Ricardo agachó la cabeza.
– Pues ya está todo dicho. Pero cuando salga el Chivo, el Lorenzo, me lo traes y tenemos una buena conversación, que será la última.
Y Tomás señaló con el dedo a Ricardo.
– ¿Destierro?
Preguntó Ricardo.
– Sí, y que lo sepa todo el mundo.
Tomás miraba al cielo, se le veía cansado.
– Así será.
Susurró su hijo.
– Pablo.
Tomás se dirigió a él.
-Esto es lo que yo hago, poner las cosas en su sitio.
Pablo no estaba preparado para lo que había pasado, no sabía si meterlo en el cajón de la mafia o en la de ayuda social, quizás en ambas.
Se calló.
– Que bien puesto está lo de el Callao.
Apostilló Ricardo, y no se volvió a hablar hasta que llegaron a casa de Tomás.
Una vez allí, el anciano los reunió a todos.
Se sentaron en la mesa del patio.
– Tengo que deciros algo importante, algo que atañe a las niñas, más concretamente a Rosita.
Todas estaban expectantes, creo que ninguna tenía la más mínima idea de lo que Tomás tenía que decirles.
– Todos sabemos que a Rosita la agobian los pretendientes, y los únicos que podemos defenderla somos Ricardo y yo.
Todas asintieron.
– La única forma que tengo de protegerla, es que se apalabre con alguien para que la dejen de agobiar, además, si tenemos que dejaros solas es mejor que la niña quede al albergue de la promesa de un hombre.
Continuó hablando.
– Le he pedido a Pablo que me haga el favor durante el tiempo que este aquí.
Lo señaló.
-Que se apalabre con Rosita, por supuesto no es de verdad. Cuando termine esta situación, todo vuelve a estar como estaba, y Pablo me ha dado su palabra de que se portará como un caballero y yo no dudo nada de su palabra.
– Pero Ayo, es que es algo muy importante lo que quieres hacer a ojos de todos los demás, -le suplicó una preocupada Ester.
– Lo que pretendo es mejor que dejarla desamparada, creo que así es, si alguien se sobrepasa con ella sabrá que tendrá una deuda de sangre con nosotros. De otra forma, cualquiera puede tomarla, y ofrecer en reparación el casamiento, que es lo que temo que alguien le está rondando la cabeza.
El viejo sabía cosas que los demás desconocían.
“Mal tienen que estar las cosas”, pensó Pablo, para soluciones tan drásticas, pero por él, bienvenidas sean, y una sonrisa le iluminó la cara, cosa que hasta a él mismo le sorprendió.
– ¿Tú qué piensas, Rosita?