43. Pablo y Rosa. La Profecía

Le contestó Ange riéndose.

– Y tú, Joyita, estarás contenta de tener aquí a tu primo.

Se guaseó dirigiéndose a Rosita.

– Sí.

Le contestó Rosa sin levantar la cabeza.

– ¿Qué le pasa a la Rosita?

Preguntó Paquito.

– Sus cosas, seguro que tiene sus cosas.

Le indicó Ange haciendo girar la mano.

– Vale.

Contestó con indiferencia Paquito.

– Me piro, y tú

Se dirigía a él.

-A ver si nos tomamos unas cervezas.

– Cuando quieras.

Le respondió Pablo con voz seria.

              Se alejó.

– Es un buen muchacho, el Paquito, trabajador y buena gente, pero tiene la boca muy grande, no lo asustes.

Le pidió Ange acercando su cara a su oído.

– Bien, -le aseguró que se portaría bien.

– Ange, -le pregunto Pablo.

              Dudó unos instantes.

– ¿Por qué le dicen a Rosita la Joyita?

– La llaman la Joya.

Lo corrigió.

– Y ¿por qué?

Volvió a preguntar, estaba realmente muy interesado.

– ¿Hace falta que te lo diga?, porque se le cae la cara de guapa, ¿miento?

Le puso cara de «¿eres tonto?»

– No.

Pablo asintió.

– Yo ya me había dado cuenta de que tú también te habías dado cuenta.

Y Ange se rio con ganas.

              Pillado.

– Tiene más pretendientes que ninguna muchacha que conozca.

Volvió a acercar su boca a su oído.

-No sé si sabes, que con nuestra edad para nosotros es normal estar ya casadas, e incluso con niños, pero el abuelo ha puesto una advertencia acerca de nosotras, nadie se puede acercar sin su permiso, y él no lo da, de ninguna de las maneras, y aquí nos tienes viejas y solteras, y sin nada a la vista.

– No lo sabía.

Después descubriría que era cierto.

– Pues así es, y mucho tiene que confiar el Ayo para dejarte aquí solo con nosotras.

Lo miró queriendo que le confiara algo, pero él sabía lo mismo que ellas o menos.

– Pero, si esto está lleno de gente.

Dijo sin picardía, realmente lo pensaba.

– Tú no nos conoces, mañana estarán todos preguntándose quién eres, que estás aquí en el puesto solo con las dos nietas de Tomás Valdivia.

Ange asentía con la cabeza mientras doblaba prendas y más prendas.

– ¿Por qué tanto interés?

Le preguntó.

– Tomás Valdivia, ¿tú no sabes aún quien es el Ayo?

Ange puso cara de, ¿tú no eres de aquí?, ¿verdad?

– Me lo imagino.

Pablo no quería parecer más ignorante.

– No, no te lo imaginas, si mi Ayo dice algo, no se pregunta nada más, termina la conversación. Ya lo irás viendo. Todo el mundo lo respeta.

Levantó orgullosamente la cara, como si fuera una verdad no escrita.

– Pues con lo guapas que sois, tiene que tener peso Tomás, para que no se acerque ningún muchacho.

Se lo dijo de corazón.

– Picarón, tu solo tienes ojos para la de la esquina.

Y sonrió señalando a Rosa.

              Creyó que se había puesto colorado, o lo sintió así.

– ¿Te crees que no te he “calao” desde el primer momento?, lo que me extraña es que el Ayo permita que estés con nosotras, mejor dicho, con Rosita.

              Calló.

– No digas nada, hijo mío.

Ange se alejó de él, acercándose a Rosita, ayudándola a colocar prendas que ya estaban bien colocadas.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *