
– Callao, tú vas a llevar la furgo, y me sigues a mí, os ayudaré a montar para que aprendas, y estate pendiente, mañana lo harás solo.
Ricardo no admitía réplica.
Se lo ponían duro, además no era capaz de deducir lo que pensaba Ricardo, a él sí que no lo había visto sonreír desde que lo había conocido.
Se montó en el asiento del conductor y arrancó el destartalado motor de gasoil, que sorprendentemente sonó bien, dejó que se calentara, y mientras, las dos primas se sentaron sin decir palabra, se notaba además que estaban cansadas.
Ester abrió la puerta del garaje, y con todas las dificultades del mundo pudo sacar la furgoneta en aquella angosta calle, parecía que iba a rozarla si no estaba pendiente. Sorprendentemente, la furgoneta iba como una seda, y podía tener más de veinte años, el aspecto engañaba.
Ricardo en un Citroën Xara los esperaba al final de la calle, lo siguió por las tortuosas calles hasta que salieron directamente a la antigua carretera General, cerca del Cuartel de la Policía de la Ribera, lo miró casi con cariño, y volvió a seguir a Ricardo por la amplia Avenida. Salieron a la Autovía, y poco después volvieron a entrar en la ciudad, iban al Mercadillo del Sector Sur, allí cerraban al tráfico la calle y montaban los puestos.
Ricardo paró el coche, y Pablo se colocó a su lado siguiendo las indicaciones que le daba.
Nadie había abierto la boca en todo el trayecto.
– Callao, saca los hierros.
Orden imperativa.
– Sí, Tío.
Contestó obediente.
Sacó los largueros metálicos, poniéndolos en el suelo, se acercó, y le fue indicando mientras le ayudaba, qué hacer con ellos, no era complicado, todo estaba muy estudiado, vería mañana, cuando estuviera solo.
Se acercó una vieja matrona morena, ya entrada en años, también tenía que haber sido muy guapa de joven, pero que ahora, lucía el aspecto de una gitana clásica, como de película.
– Ricardito, ¿quién es el mozo?
Preguntó la mujer poniendo los brazos en jarra.
– Pablo «el Callao», de la familia del Padre de la Rosita, que viene para echarnos una mano y dejar su tierra, que hace mucho frio, Dolores. Él va a acompañar también a mi Pápa.
Le contestó Ricardo con familiaridad.
– Otro gitanito rubio como la Rosita, ya no sabes quién es gitano y quién no. Pero mu apañado el chavea.
Afirmó la señora mirándome.
– Ya veremos, Doña Dolores, que el tiempo nos lo dirá, que es un favor el que le hacemos, a ver si responde.
Ricardo movió la cabeza de un lado a otro en señal de duda.
– La familia, Ricardito, que algunas veces ayuda y otras pesa.
La señora movió la cabeza afirmando con gestos lo que había dicho.
– Pero es familia.
Ricardo abrió los brazos.
– Eso es sagrado. Os dejo, que tengo a los nenes montando y no me fio ni un pelo, nos vemos, Callao.
La señora se marchó, moviendo con ampulosidad sus grandes caderas.
Pablo asintió con la cabeza, tenía miedo de abrir la boca. Con su pinta de hortera se sentía incómodo, pero al mirarse en el espejo que acababan de poner las primas, no se reconoció, y eso le tranquilizó.
Mientras habían estado pendientes de la visita, las primas habían montado unos percheros largos.
Rosa lo llamó.
– Callao, échanos una mano.
Ellas estaban colgando en el perchero las prendas, ayudadas por unos extensores de hierro, después las acercaban hasta dejarlas colgadas, se acercó cogió una y la colocó sin ayuda de ningún artilugio.
-Qué alegría.
Rio Ange.
-Ya me gustaría a mí colgarlas así, a partir de ahora ya sé quién va colgar las prendas.
Afirmó Ange con guasa, Rosita no abría la boca y casi ni lo miraba, él por su parte, sin darse cuenta, hacía lo mismo.
En apenas una hora estaba todo colocado, las prendas en estado de revista, ordenadas por marca unas sobre otras, los vestidos y cazadoras colgadas en los percheros.
Ange lo llamó.
– Mira.
Y le indicó que se acercara a la furgoneta.
– ¿Ves esas cajas?
Asintió.
Le fue indicando cada caja por marcas, por tallas, por colores. Se quedó con lo que pudo, tenía buena memoria, pero aquello era un montón de información, Pablo esperaba retener lo máximo, para que no fuera pesado para ellas tenerlo allí.
– ¿Y tu padre?
Le pregunté a Ange.
– Ya se ha ido, mi padre, ahora lo ves, ahora no lo ves, pero haz algo chungo y aparece por arte de magia, te lo digo por experiencia.
La chica se lo aseguró con cara de resignación.