36. Pablo y Rosa. La Profecía

Tomaron el ascensor que los llevó al sótano, allí entraron en el coche oficial del Comisario Jefe que estaba preparado para llevarlos.

              Arrancó, y durante un momento nadie habló. Cinco minutos después, cuando ya se veían los imponentes edificios del juzgado, le explicó a Maldonado.

– Va a conocer a una persona interesante, Anita Lozano…, Ana lozano, su padre fue compañero mío, ya fallecido, pero una gran persona, y ella tiene el carácter de su progenitor, sólido y moral.

              Salieron del coche, pasaron el arco de detección de la entrada.

              Llegaron un pasillo, el Comisario Jefe llamó a la puerta que se abrió sin esperar, Laurita, la Secretaria de Anita sonrió, lo conocía.

– Pasen, la Señora Fiscal les está esperando.

– Gracias Laurita.

              Los recibió la fiscal.

– Luis.

Saludó, y sonriendo, abrazó al Comisario Jefe.

– Anita, mi bella fiscal.

– Luis, tan zalamero como siempre.

– A nadie castigan por decir la verdad, te presento a Pablo Maldonado, la nueva incorporación a mi unidad.

El Comisario Jefe señaló a la persona motivo de la visita.

              Pablo estrechó la mano que le ofrecía la bella mujer, a la vez que notaba como ella lo miraba de arriba a abajo.

– Encantado, contestó Pablo, sin mover un músculo de la cara.

– Encantada, sentaros por favor.

Indicó dos sillas delante de su mesa de despacho.

– No te voy a hacer perder el tiempo, ¿tú llevas el caso de Antonio Calero?, -preguntó el Comisario Jefe, sabiendo de antemano la respuesta.

– ¿El de la ropa?, sí.

La fiscal asintió.

– La científica, ¿qué ha dicho?

El Comisario Jefe quería saber si el guion se ajustaba.

– Más falsa que un euro de plástico, -la fiscal se encogió de hombros, era evidenete el delito.

– ¿El fraude en cuanto se valora?

Eso sí era importante para calificar el delito, el Comisario esperaba la respuesta, mucho de lo que pedirían se basaba en eso.

– Alrededor de ochenta mil euros, hay que cuadrarlo a cero todavía.

La fiscal movió la mano indicando que era aproximado, que podía variar.

– ¿Vas a pedir prisión?

Era la pregunta del millón, la que podía dar al traste con lo que la cabeza del Comisario Jefe traía dentro.

– Sí y sin fianza, tiene antecedentes, y en todo caso una fianza muy alta, conocemos a los Calero, y el padre puede no querer que el niño pise la cárcel.

Parecía que la fiscal lo tenía claro.

– Anita, lo que te voy a contar no puede salir de esta sala, si cuando termine no lo ves viable, nos olvidamos de todo y nunca ha existido esta conversación, ¿estás de acuerdo?

El Comisario Jefe movió el cuerpo hacia delante para darle más importancia al momento.

– Por ser tú.

Sonrió la mujer.

– Lo sé.

Extrañamente el serio Comisario Jefe, sonrió.

– Algo gordo tienes que traer para venir aquí y con prisas.

La fiscal movió la cabeza, estaba claro.

              Relató la historia a la fiscal, haciendo que Maldonado corroborara algunas de las afirmaciones que hacía.

              Cuando terminó, la mujer echó la silla hacia atrás, la giró un poco de lado a lado. Se irguió de nuevo, encaró a Maldonado.

– Inspector Maldonado, ¿cuánto tiempo lleva aquí?

La fiscal lo miró fijamente.

– Llegué el domingo pasado, tomé posesión el lunes, estamos a viernes, hoy hace cinco días, Señora Fiscal.

Maldonado, impertérrito, como siempre.

– Ana, -la mujer le sonrió a Maldonado.

– Pablo, -contestó Maldonado con sonrisa forzada.

– ¿No conocías a nadie de los que hemos hablado?

              Movió la cabeza negativamente.

-De ninguna manera, no sabía ni que existieran.

Pablo no dudó ni un segundo.

              Se dirigió al Comisario Jefe.

– Valdivia, los Calero, ¡que completito el nuevo!, y un caso que implica la colaboración portuguesa, la retirada de cargos, la infiltración de un inspector de policía, en tres meses nos deja sin trabajo.

Comentó la Fiscal entrelazando los dedos.

              El Comisario Jefe se notaba satisfecho.

– Pero, ¿es posible?, -preguntó Pablo.

– Creo que sí.

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