
Pablo fijó en él sus ojos, la mirada de Ricardo daba miedo algunas veces.
– Y, ¿viene todo para España?
Preguntó Pablo intentando obtener más datos.
– Casi todo.
Ricardo miró a su padre, como esperando la confirmación.
– ¿Y la policía portuguesa?, -preguntó Pablo de nuevo, no le parecía demasiado claro.
– O no se coscan o no se quieren coscar.
Comentó despectivamente Ricardo.
– Veo un montón de problemas.
Pablo se sentía incómodo, todo demasiado…
– ¿Lo compra o no?
Le volvió a mirar con fiereza Ricardo.
– Yo sí, veremos los de arriba, ¿y cómo lo haríamos?
Movió la cabeza hacia un lado esperando su respuesta.
– Sólo hay una forma.
Comentó Tomás de improviso.
– ¿Cuál?
Contestó Pablo esperando cualquier cosa.
– Tú vienes con nosotros
Aseveró Tomás señalándolo con un dedo.
– ¿Cómo?
Pablo echó el cuerpo hacía atrás, lo había ido moviendo hacia adelante sin darse cuenta.
– O tú vienes con nosotros…
Entrecerró los labios, aseverando que era la única forma.
-O no hacemos nada, sólo me fio de ti.
– Pero yo soy novato, no lo van a aprobar.
De eso, Pablo estaba casi seguro.
– Sólo me fio de ti.
El viejo abrió los brazos dando a entender que era la única solución.
– Tomás, solo me conoce de ayer.
A Pablo ya le estaba empezando a sonar demasiado raro.
– Cuando te vi supe que ya te conocía, que podía fiarme de ti.
Tomás le señaló con el dedo índice.
– Pero, Tomás…
Pablo puso las palmas de las manos en dirección a Tomás.
El viejo balanceó la silla.
– Es mi palabra, o así o no
Ricardo asintió con la cabeza.
– Diles a los tuyos que son más de diez conteiner de cuarenta pies al mes, ellos verán.
Siguió balanceándose, pero ahora miraba detrás de él.
-Y a ti te digo que esta gente no es buena, que se juegan mucho y arriesgan todo, no se van a parar si ven algo raro.
Estaba todo dicho, se despidió, y con un nudo en el estómago salió de aquella casa. Ahora si estaba realmente asustado.
– ¿Da usted su permiso?
Pregunta, respuesta afirmativa, entrar y otra vez tieso como un palo.
-Pase Maldonado.
El Comisario Jefe levanta la mano con indiferencia indicando a Pablo que pase.
Entró y se sentó en la silla que le señalaba, le relató, esta vez completa, toda la conversación en casa de los Valdivia.
– Vaya entrada que ha tenido, casi nadie de esta Comisaría ha estado en un asunto como el que se trae entre manos. ¿Se siente capaz?
Preguntó, dudando de su valía.
– Sí, Jefe.
No vaciló ni un instante, por ello había estado toda la noche sin dormir, aunque solo media, la otra mitad había sido Rosita.
– De acuerdo, vamos al toro.
Llamó a su secretaria.
– Roberta, ponme con los Juzgados, busca a la fiscal Lozano, Ana Lozano.
– Sí señor.
Apenas si se oyó un susurro.
Esperaron unos segundos, ninguno habló. Sonó un pitido.
– Jefe, le paso a la fiscal.
Se oyó la voz de la secretaria.
– ¿Anita?
– Comisario Delgado, que placer oírle.
– Lo mismo digo, guapa.
– ¿Qué puedo hacer por usted?
– Estoy aquí con uno de mis nuevos oficiales, un valioso elemento, el cual ha tenido la fortuna o la astucia de dar con un caso importante, muy importante.
– Cuénteme, Comisario.
– ¿Tiene un momento?
– Si quiere me acerco allí.
– Se lo agradezco, pero si no le importa seremos nosotros los que iremos a verla. Ahora mismo salimos. Saludos.
El Comisario Jefe cuelga el teléfono.
Se levantó, se colocó la chaqueta del uniforme, e le que le siguiera, sólo comentó.
– Que empiecen los juegos.