35. Pablo y Rosa. La Profecía

Pablo fijó en él sus ojos, la mirada de Ricardo daba miedo algunas veces.

– Y, ¿viene todo para España?

Preguntó Pablo intentando obtener más datos.

– Casi todo.

Ricardo miró a su padre, como esperando la confirmación.

– ¿Y la policía portuguesa?, -preguntó Pablo de nuevo, no le parecía demasiado claro.

– O no se coscan o no se quieren coscar.

Comentó despectivamente Ricardo.

– Veo un montón de problemas.

Pablo se sentía incómodo, todo demasiado…

– ¿Lo compra o no?

Le volvió a mirar con fiereza Ricardo.

– Yo sí, veremos los de arriba, ¿y cómo lo haríamos?

Movió la cabeza hacia un lado esperando su respuesta.

– Sólo hay una forma.

Comentó Tomás de improviso.

– ¿Cuál?

Contestó Pablo esperando cualquier cosa.

– Tú vienes con nosotros

Aseveró Tomás señalándolo con un dedo.

– ¿Cómo?

Pablo echó el cuerpo hacía atrás, lo había ido moviendo hacia adelante sin darse cuenta.

– O tú vienes con nosotros…

Entrecerró los labios, aseverando que era la única forma.

-O no hacemos nada, sólo me fio de ti.

– Pero yo soy novato, no lo van a aprobar.

De eso, Pablo estaba casi seguro.

– Sólo me fio de ti.

El viejo abrió los brazos dando a entender que era la única solución.

– Tomás, solo me conoce de ayer.

A Pablo ya le estaba empezando a sonar demasiado raro.

– Cuando te vi supe que ya te conocía, que podía fiarme de ti.

Tomás le señaló con el dedo índice.

– Pero, Tomás…

Pablo puso las palmas de las manos en dirección a Tomás.

              El viejo balanceó la silla.

– Es mi palabra, o así o no

              Ricardo asintió con la cabeza.

– Diles a los tuyos que son más de diez conteiner de cuarenta pies al mes, ellos verán.

Siguió balanceándose, pero ahora miraba detrás de él.

-Y a ti te digo que esta gente no es buena, que se juegan mucho y arriesgan todo, no se van a parar si ven algo raro.

              Estaba todo dicho, se despidió, y con un nudo en el estómago salió de aquella casa. Ahora si estaba realmente asustado.

– ¿Da usted su permiso?

Pregunta, respuesta afirmativa, entrar y otra vez tieso como un palo.

-Pase Maldonado.

El Comisario Jefe levanta la mano con indiferencia indicando a Pablo que pase.

              Entró y se sentó en la silla que le señalaba, le relató, esta vez completa, toda la conversación en casa de los Valdivia.

– Vaya entrada que ha tenido, casi nadie de esta Comisaría ha estado en un asunto como el que se trae entre manos. ¿Se siente capaz?

Preguntó, dudando de su valía.

– Sí, Jefe.

No vaciló ni un instante, por ello había estado toda la noche sin dormir, aunque solo media, la otra mitad había sido Rosita.

– De acuerdo, vamos al toro.

              Llamó a su secretaria.

– Roberta, ponme con los Juzgados, busca a la fiscal Lozano, Ana Lozano.

– Sí señor.

Apenas si se oyó un susurro.

              Esperaron unos segundos, ninguno habló. Sonó un pitido.

–  Jefe, le paso a la fiscal.

Se oyó la voz de la secretaria.

– ¿Anita?

– Comisario Delgado, que placer oírle.

– Lo mismo digo, guapa.

– ¿Qué puedo hacer por usted?

– Estoy aquí con uno de mis nuevos oficiales, un valioso elemento, el cual ha tenido la fortuna o la astucia de dar con un caso importante, muy importante.

– Cuénteme, Comisario.

– ¿Tiene un momento?

– Si quiere me acerco allí.

– Se lo agradezco, pero si no le importa seremos nosotros los que iremos a verla. Ahora mismo salimos. Saludos.

              El Comisario Jefe cuelga el teléfono.

              Se levantó, se colocó la chaqueta del uniforme, e le que le siguiera, sólo comentó.

– Que empiecen los juegos.

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