34. Pablo y Rosa. La Profecía

              Rosa le sonrió, y Pablo creyó que le estallaba la cabeza de calor, creyó que se le había subido el pavo, solo deseaba abrazarla, sin saber por qué, o sabiéndolo, que locura, se estaba escapando de cualquier tipo de control, pero, a pesar de ello, no querría estar en ningún otro sitio, el mundo se había reducido alrededor de ella, y era perfecto, nada faltaba, durante un instante se sintió feliz, la realidad desapareció, para concentrarse en la sonrisa de Rosa, perfecta, cálida, amable.

              Se oyó abrirse la puerta del exterior y, como salvados por la campana ambos miraron a la entrada, apareció Valdivia con su hijo.

– Rosita, que bien acompañada te veo.

El viejo Valdivia sonrió.

– Sí, Ayo.

Agachó la cabeza, sin saber si lo que hacía era bueno o malo.

– Cuanto bueno, Pablo.

Le sonrió Tomás a él también.

              Se levantó y le ofreció la mano al viejo y a su hijo.

– Espero que le hayan atendido bien mi nuera y mi nieta.

Le preguntó Tomás, sabiendo de antemano que así habría sido.

– Perfectamente, Tomás.

Sonrió Pablo.

– Niña.

Se volvió dirigiéndose a Rosita.

-Tráenos unos medios para tu tío y para mí.

Y dirigiéndose a Pablo le preguntó.

– Pablo, ¿quieres algo?

– No, gracias, ya estoy con mi refresco.

Levantó el vaso lleno de naranjada.

              Estuvieron sin hablar hasta que Rosa regresó con los medios de vino (Aprendió, con el tiempo, que allí, un medio es un catavinos hasta el borde, y que sin embargo una copa es el catavinos lleno hasta la mitad).

– Ricardo y tú sois hombre de pocas palabras.

Señaló a su hijo, casi como si fuera un cumplido.

              El anciano asintió con la cabeza.

– Pero me tiene que decir algo, ¿no?

Lo miró como si tuviera que sacarle las palabras con una cuchara.

              Asintió de nuevo.

– Ya está hablado, en principio, bien.

Movió la cabeza.

-Pero el detenido está ahora en manos de la Fiscalía, que es la que nos puede autorizar la operación, y para poder vendérselo, tenemos que saber más.

Pablo levantó las manos, intentando expresar la complejidad de lo que pedían.

-En otro caso va a ser muy difícil conseguirlo, cauces oficiales.

– Lo entiendo, una pregunta, ¿ha quedado escrito?

La cara del anciano expresaba preocupación.

– No por mi parte.

Le respondió Pablo al viejo de buena fe, además, era cierto.

– Bien.

Pareció quedar satisfecho, no sabía por qué, era extraño, pensó que el viejo confiaba en su palabra.

              Tomás sacó un paquete de tabaco, le ofreció, Pablo negó con la cabeza.

– Un vicio, pero poco.

Le explicó como disculpándose.

– Ricardo, cuéntale.

EL viejo Valdivia miró a su hijo, mientras encendía el cigarro.

– Vais a tener que mover hilos.

Afirmó Ricardo mirándolo fijamente, en ese momento se dio cuenta de que Ange le daba el aire, pero Rosita no se parecía en nada, estaba perdiendo el norte, volvió a concentrarse en lo que decía aquel hombre.

– Podéis escoger entre el fabricante o el importador.

Comentó después de una pausa.

– ¿Cuál es el más grande?, -preguntó Pablo con interés, era su primer caso.

– De largo, el importador.

Afirmó mirando al suelo.

– Vamos a ese.

Se decantó por él con total seguridad, como si ellos no lo supieran de antemano.

– Vale.

Asintió con la cabeza Ricardo.

– Portugal, -fue lo que salió de la boca del hijo de Valdivia.

– Sí, Portugal.

Afirmó el viejo Valdivia que jugaba con el humo de su cigarrillo.

– ¿Y el fabricante?, -preguntó Pablo con curiosidad.

– Lo mismo, en Portugal, además, no solo es ropa, relojes, plumas estilográficas…, cualquier cosa que se pueda falsificar.

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