
Tomás levantó la barbilla.
– Joder, un problema.
– Nieta mía y guapa como una Virgen, con posibles, además de lista y trabajadora. Pero te hago una pregunta, ¿si la damos en casamiento a alguien?, ¿tú crees que será feliz?
Ricardo agachó la cabeza pensativo, al momento la levantó.
– No Pápa, tiene usted razón, y ¿por eso el payo?
A pesar de todo seguía sin verlo.
– No hijo mío, no es el payo, cuando vi juntos a los dos, lo sentí natural, como cuando ves que algo se completa, que no comprendes como han podido estar separados, pues eso supe en ese momento, y te lo digo hijo mío, que sentí como si una tarea estuviera hecha, y por unos instantes me pareció que me pesaban menos los hombros, sabía que Rosita nunca estaría sola e indefensa.
– Sí, Pápa, -Ricardo no lo veía, pero si su Padre lo decía era santa palabra.
– Vamos a tomar el café que se enfría y así no me gusta.
– Sí, Pápa.
Nada más quedaba por decir.
Capítulo VI
Un Huésped Inesperado
Rosita se había despertado tarde, por una vez, y no llovía, holgazaneó un rato en la cama, y cuando se aburrió, cogió la almohada y la tiró con todas las fuerzas a Ange.
Le dio en la cabeza, y se levantó de golpe.
– Son las diez, so perra, despierta, -le gritó mientras me miraba con cara asesina.
– Vete a la mierda, para un día que puedo dormir, déjame tranquila, -se puso la almohada sobre la cabeza.
Se levantó se fue a su cama y se colocó sobre sus espaldas a horcajadas.
– Arre burra, arre.
Le cantó, Ange no hizo ningún movimiento.
De pronto pegó un tirón hacia arriba que casi la tira, se despegó de ella y se dejó caer a su lado.
– Primi, déjame, -le suplicó Ange con voz de pena.
– Vamos a desayunar, que tengo mucha hambre, -Rosita puso voz de estar famélica.
– Con lo que comes no sé cómo no te pones como una foca, yo tengo que cortarme y tú te comes hasta las uñas de los pies, -Ange la odiaba por eso.
Era cierto, el Ayo siempre le decía que donde escondía lo que comía, pero siempre tenía hambre.
– Hiena, que eres una hiena, -era el reproche de una Ange que vivía una vida de dietas.
– Y tu una vacaburra, -le contestó Rosa con voz de camionera.
Se fue al cuarto de baño se aseó y se vistió, Ange seguía rumiando en la cama.
– Vete a la mierda…, vete a la mierda, -Ange sonaba como una vieja.
AL bajar, lo primero que vio, fue a Ester en la cocina.
– Buenos días tía, -Rosa le sonrió.
– Buenos días dormilona, ¿y Ange?, -le preguntó devolviéndole la sonrisa.
– Como un saco de patatas, -Rosita hinchó los carrillos.
– Tú desayuna, -y comenzó a tostar unas tostadas, le puso un café con leche.
De espaldas a ella le preguntó.
– ¿Es verdad lo del poli?, su voz sonaba a principio de interrogatorio.
– Sí, tía, -intentó decirlo lo más suave posible.
– ¿Y por qué os avisó?, -continuó su tía con el interrogatorio.
– Ni idea, tía, -contestó sin variar la voz.
– ¿Tú lo habías visto antes?, le preguntó de nuevo, el interrogatorio por lo suave continuaba.
– No, tía, -contestó como la damisela que era, y sonrió al pensarlo.
– Que raro, chungo.
Su tía Ester se preguntaba…
– Eso me pareció a mí, pero a caballo regalado no le mires el diente.
Rosita pensó que su inocencia debía de ser proclamada a todos los niveles. Continuó…
– Ummm.
Queriendo decir sí con la boca llena de café con leche.
Callaron un momento.
– Y el tío, y el Ayo, ¿dónde están?, -le preguntó a Ester.
– Después vendrán, han ido a sus cosas, -Rosita tradujo, brevemente, que no le importaba una mierda, vamos.
– ¿Que hay que hacer hoy?, -le preguntó extrañada de no ir al mercadillo.
– Me ayudáis a hacer la casa, las dos, que como tu prima no se despierte le voy a echar un cubo de agua en la cabeza.
Rosita pensó que así, sí, ya le extrañaba que estuviera sin reñir tanto rato.
– Déjala dormir yo te ayudo, -le respondió.
– ¿De verdad que no me importa?
La miró encantada.
– Que pellejo tienes, cielo, -una sonrisa de oreja a oreja de su Tía.
Planchar, barrer, la colada, mecánicamente, como si no costaran esfuerzo por su habitualidad.
Media hora más tardó en bajar Ange, su madre la tachó de todo lo malo, perra, vaga, a todo asentía Ange, porque le daba igual, y a remolque se puso a ayudar sin ninguna gana.
Pasó la mañana, llegó la hora de comer, guiso de patatas que a Ester le salía como a nadie.
Cuando estaban poniendo la mesa llegaron Ricardo y el Ayo.
El Ayo bendijo la mesa y comenzaron a comer, Rosita, como siempre, devoraba como un animal del campo.
– Hija mía, -la miró sonriendo Ester-, que saque tienes, es una alegría verte comer, todas de régimen y tú como un bicho.
– Eso le digo yo, mamá, que es un bicho de los malos, como la comadreja, -afirmó Ange con cara de enfado.
– Ja, -le respondió Rosita, haciendo un mohín con la cara a Ange, pero con la cuchara en la mano, que oveja que berrea bocado que pierde.
– ¿Ange?, -la llamó Ayo, la chica se volvió todo lo rápido que pudo.
– Sí, Ayo, -le contestó inmediatamente.
– Tienes que ir a comprarme una lista de cosas que necesito, si no las encuentras búscalas, no me vuelvas sin todas, -le ordenó el Ayo mientras ponía la servilleta en el mantel.
– Vale, Rosita, vámonos, -miró a Rosa e hizo movimiento con la cabeza de que la siguiera.
– No, Rosita no va, -le contestó el Ayo sin levantar la cabeza de la comida.
– ¿Por qué tengo que ir sola?, -Ange puso cara de enfurruñada.
– Porque Rosita se va a quedar en el almacén, tienen que organizar algo de abajo, -la voz del Ayo no admitía réplica.
– Pero Ayo, el almacén lo tengo más visto yo, -contestó Ange, a pesar de que sabía que no tenía que hacerlo.
– Ange…, -el abuelo la miró con sus viejos ojos verdes.
– Sí, Ayo, -Ange agachó la cabeza.