Sonrisas, sonrisas huecas,
Resuenan secas,
En ecos de alabastro,
Mueren en oídos gastros.
Mudos testigos,
Del sonido perdido,
Vorágines, galernas,
Tempestades y tormentas.
Catástrofes, destrucciones,
Solo ecos en prisiones,
Que se apagan al compás,
De un loco diapasón más.
Heridas de huecos sonoros,
En discretos morideros,
De carne prieta,
Y míseros agujeros.
Latentes cizallas,
De metal candente,
Dolores de parto,
De hijos ausentes.
Que yacen en cloacas,
Mil veces olvidados,
Silencio al final,
De murmullos atrapados.
Murmullos de lodo,
Que tapa oídos sordos,
De un mundo bronco,
Que busca la muerte al pronto.
Barro viscoso, grasiento,
Que en su lento movimiento,
Ensucia el pensamiento,
Y mata con su tormento.
Mata con mirada vacía,
La ilusión más fuerte,
Y detrás, omnipresente,
Despacio, latente.
Solo se siente,
En el postrer suspiro,
El vacío de la muerte,
Que en silencio sigue vivo.