Gonzalo pasó toda la noche dando vueltas, las piedras le preocupaban, pero Isa le dolía; el tener que rechazarla cuando lo único que deseaba era estar a su lado, lo tenía matado, y entre una cosa y otra pasó la noche mojando las sabanas de sudor, que el calor no ayudaba, una noche terrible.
Se despertó peor que se había acostado, se duchó, después levanto a Lázaro que dormía roncando como un cerdo, esperó a que se duchara y bajaron a desayunar algo en un bar cercano, par de tostadas y café fuerte, que el día se presentaba fresquito por los cojones.
-¿Qué vamos a hacer Gonzalo?
-Vamos a la chatarrería y vemos lo que descargan, lo que interese lo compramos, ahora a ver si nos cambian los billetes de cincuenta por de cinco y diez, para regatear con los chatarreros, recuerda antes de que lo metan en la chatarra, después va a ser difícil negociar con los de la empresa de recogidas.
-¿Y Mari Luz, mi amiga?
-Joder, Lázaro, primero que funcionara, ¿y si no lo hace?, ¿dónde duerme, como la vestimos?, vamos que hay que tener una infraestructura regular, espérate un par de días, después lo haremos.
-De acuerdo, tienes razón, pero no puedo quitármela de la cabeza.
-Pues no te la quites, pero céntrate en que consigamos dinero para poder hacer cosas, son las baldosas del camino, no lo olvides, tenemos una oportunidad, vamos a hacerlo bien.
Gonzalo pagó y emprendieron la larga caminata al polígono, una hora y media después, estaban esperando a que llegaran los chatarreros, todavía no era la hora, posiblemente hasta las doce no traerían cosas la mayoría, pero estaba impaciente, quería coger cosas, hacer dinero y ayudar a todos los que lo necesitaban.
¿Ayudar a los que lo necesitan?, “Gonzalo te lo has creído?, no eres nadie”, pensó, pero si apenas tienes para comer, ¿qué has cogido mil euros y te crees el rey de Roma?, se rio para sí mismo, joder que cosas le pasaban por la cabeza, “Gonzalo el poderoso”, y se descojonó de sí mismo.
Miró a Lázaro que charlaba con uno de los chatarreros, un rumano, llevaba ya un buen rato, vio como descargaban algo de la furgoneta, pero no pudo verlo, Lázaro le dio dinero, se dieron la mano, y el tipo entró en la Empresa de Chatarras, Gonzalo se acercó a Lázaro.
-¿Qué has ligado?, -le pregunto Gonzalo.
-Mira, -y Lázaro le enseño tres radios de las antiguas, pero antiguas, una con pickup de hace por lo menos cincuenta años, y era la más moderna, todas estaban destrozadas, pero era eso, que pedazo de radios.
Las miró, ¿si eran antiguas?, se podía sacar dinero por ellas.
-¿Cuánto te han sacado?, -le preguntó Gonzalo a Lázaro.
-Ocho pavos, las tres.
Gonzalo asintió con la cabeza y frunció los labios en señal de aprobación.
-Increíble, Lázaro, a ver que sacamos de esto.
Hasta las doce la mañana no empezaron a venir las furgonetas cargadas de cosas, cuando eran las tres de la tarde, tenían un montón impresionante de cacharros de todas clases, un perchero de bronce que había costado caro, seis radios, dos baúles metálicos súper antiguos y súper destrozados, dos teléfonos de los negros de dial, varias lámparas de cobre y de hierro, un reloj pequeño de péndulo, al que le faltaba casi todo el mecanismo y varios relojes más, pero más modernos, una buena colección.
En ese momento entraba una furgoneta muy grande de unos rumanos, Gonzalo se acercó al conductor, y le dijo.
-Amigo, ¿traes cobre, y chatarra?
-¿Para qué quieres tu saberlo? -le pregunto el rumano en un medio español.
-Coño, que lo mismo te lo compro y pago mejor que los chatarreros de la Empresa.
-Vale, -le admitió el tipo moreno, se bajó del coche, y le abrió la puerta trasera, allí se veían montones de cobre pelado, una romana antigua, máquinas de coser destrozadas, y aparatos que no llegó a ver, incluso dos ventiladores sin aspas, todo ello en un batiburrillo difícil de descifrar.
-¿Cuánto quieres?, -le pregunto al rumano.
-Cincuenta euros, -era una exageración, posiblemente la mitad valdría.
-Te los doy, si metemos el montón ese que tenemos de chatarra, -y le señaló las cosas que había recogido- y nos llevas a la Judería, y nos ayudas a descargarlo a un segundo.
-No, no, mucho barato, setenta euros si quieres, -disintió el rumano poniendo las manos en un frenesí de movimientos.
-Sesenta, si lo quieres y si no lo dejamos, -le dijo Gonzalo.
-Vale, -y el rumano le tendió la mano, Gonzalo la estrechó, tenían un trato.
Lázaro, el rumano y Gonzalo se pusieron a cargar las compras de ambos en la furgoneta, después se subieron a ella, y ésta arrancó con desesperación, como si fuera un tormento volver a la vida.
Despacio el rumano avanzó por las estrechas calles, y con dificultades por lo largo de la furgoneta llegó a la calle de Gonzalo, eran más de las cuatro, y tenían un hambre de muerte, el trasiego de cacharros al segundo piso terminó de matarlo, “coño lo que pesa el metal”, pensó Gonzalo, estaba empapado en sudor como todos, menos mal que el rumano era una bestia parda, estaba acostumbrado a mover piezas pesadas, y fue una ayuda enorme, de otra forma quizás hubieran reventado.
Cuando terminaron Gonzalo bajó con el rumano, habían cerrado arriba.
-¿Cómo te llamas?, -le preguntó Gonzalo al rumano.
-Vasili.
-Pues Vasili, te voy a dar un número de teléfono, si tú o tus colegas, veis aparatos o cosas viejas, por muy rotas que estén me mandas las fotos por teléfono, yo te hago una oferta, y cuando haya algunas, me las traes y te las pago, porque te voy a dar más que su peso en la chatarrería, ¿de acuerdo?
-Sí, muy bueno si tu pagar.
-Coño, Vasili, que sí, que te pago.
-Pero, ¿dónde meter?, tú, casita chica.
-Tenemos otra, -mintió Gonzalo, pero está llena, la vaciamos y tú lo llevas allí, ¿bien?
-Bien.
Gonzalo le apuntó el número de teléfono de su móvil sin saldo, despidió al rumano.
-Esperemos que funcionen hoy, -le comentó a Lázaro- si no, vamos a tener un montón de mierda en la casa de cojones.
Se fueron a comer a un seis euros el menú, abundante comida casera rodeado de lo más granado de la Judería, gente como ellos que apenas si sobrevivían en la ciudad con más paro de España.
A las seis de la tarde volvían a casa de Gonzalo con viandas suficientes como para llenar el pequeño frigorífico de la casa.
Cuando llegaron allí, casi no pudieron entrar, el conjunto era dantesco, como para que lo viera la dueña del apartamento con la mala leche que tenía, menos mal que no había gente cuando lo subieron, pero así no podían seguir, tenían que encontrar algo para poder almacenar toda la mierda que seguramente comprarían.
-¿Cuánto nos hemos gastado?, -le preguntó a Lázaro, después de que metieran la comida en el mini frigorífico.
-Yo ochenta euros, ¿y tú? -le pregunto Lázaro.
-Sesenta y seis, hizo las cuentas de cabeza, pero para comprobarlo se sacó el dinero que tenía en los bolsillos.
-Trescientos euros, más o menos hemos gastado, nos quedan unos mil setecientos, no está mal.
El pequeño salón estaba lleno de chatarra, Gonzalo se sentó, arrastró los cables de cobre a uno de los pocos sitios libres, sacó la piedra roja, tocó el cobre y éste se deshizo creando un montón rojo, fue poniendo encima chatarra por chatarra, hasta que se formó un montón de polvo de casi medio metro, pero la habitación ya tenía claros, fue con una bolsa a su dormitorio, y allí cogió el montón que había formado el día anterior, cuando hubo terminado lo volcó sobre el montón mayor.
Cogió la primera radio, una grande de lámparas, sacó la piedra azul y tocó la radio, vio como hileras de granitos salían del montón, y la radio los absorbía, en pocos minutos la radio brillaba como si fuera nueva, hasta la madera parecía tener barniz.
Como no se fiaba, cogió la radio, la enchufó y esta empezó a echar humo y reventó haciendo un ruido enorme, elevando una humareda negra hacia el techo.
-Joder, ya sabía yo que esto de la regeneración tenía que tener un fallo, mierda no te puedes creer nada, mierda.
Lázaro que lo estaba mirando, le dijo.
-¿La radio no será de ciento veinticinco, no?
-Mierda -pensó Gonzalo, levanto la radio y en una pequeña inscripción aparecía, 125W, Lázaro tenía razón, la puso al lado del montón y la tocó con la piedra, apenas unos granitos se movieron, la radio volvió a ser nueva otra vez.
Gonzalo que todavía no las tenía todas consigo, cogió la radio que tenía pickup, miro por todos lados, hasta que vio en una pegatina casi borrada “220W”, esa sí era correcta para el voltaje.
La tocó con la piedra azul, y en un par de minutos Lucía nueva, la enchufó, se oyó el ruido de la estática, movió el dial, y apareció una emisora de radio, respiró con alivio, más aun cuando movió la cabeza del tocadiscos y giró perfectamente.
-Joder, -le dijo a Lázaro- me había acojonado.
A las diez de la noche, todo estaba lleno de resplandecientes aparatos, y el montón de polvo apenas si era la cuarta parte de lo que había sido, aquello parecía una exposición vintage, Gonzalo sonrió, allí había mucha pasta.
Entre todas ellas había un ventilador, que ahora resplandecía, era de los antiguos negros y pesados, Gonzalo lo enchufó.
-Este se queda, -le comentó a Lázaro, este sonrió aliviado, en el apartamento de Gonzalo sólo había uno, y Gonzalo se lo había puesto la noche anterior.
Se ducharon, y se prepararon un enorme bocadillo de atún con tomate, una enorme baguette larga como ella sola, pero no sobró ni una migaja, todo ello acompañado con dos enormes latas para cada uno de cerveza, además oyendo la radio como dos señoritos.
Aquella noche durmieron bien.
Al día siguiente se colocaron la misma ropa que habían lavado el día anterior, de plancha ni hablar, a pesar de todo no lucían demasiado mal, eso era lo que tenían; a las diez de la mañana estaban en el local del anticuario que apenas si había abierto en esos momentos, Gonzalo miró el escaparate y dentro de la tienda, no vio ninguna de las tres máquinas de escribir que le habían vendido dos días antes.
Sacaron las radios que tenían metidas en bolsas de basura negras, tampoco quería Gonzalo que la gente estuviera muy al corriente de lo que se traían entre manos. Las pusieron sobre el mostrador, y a pesar de ser un fenicio, al anticuario se le escapó una leve sonrisa que no le pasó desapercibida a Gonzalo, eso significaba dinero, podían apretar, el tipo le había sacado mucho partido a las máquinas de escribir.
-¿Esto es lo que me traéis?, -preguntó el anticuario.
-¿No te gustan?, -le contestó Gonzalo.
-Ya ha pasado la moda de las radios, -murmuró despectivamente el anticuario.
-Sí, como el de las máquinas de escribir, ¿no has podido venderlas, no?, ¿dónde están?
-Las tengo en otro sitio, aquí no se pueden vender, se quedó mirándolo desde detrás de las gafas de cristal cortado.
-Vamos a dejarnos de historias, te dije que vendríamos con más cosas, esto que te hemos traído es bueno, si nos vas a torear, me lo dices, y no perdemos el tiempo.
-No te pongas así, -sonrió el anticuario poniendo las manos frente a Gonzalo, en actitud de que esperara-, ¿cuánto queréis?
-Ponle el precio tú, pero que sea bueno, si no me largo, nos largamos.
El anticuario se colocó las manos en la barbilla, miró las radios, las levantó, las sopesó, y preguntó.
-¿Las puedo probar?, ¿funcionan?
-Dos son de ciento veinticinco, si tienes ese tipo de corriente puedes probarlas, funcionan, mi tío era un manitas, -aseveró Gonzalo con seriedad.
-Tengo un transformador, metió la mano bajo el mostrador, y sacó uno, además de una regleta; con tranquilidad, miró los voltajes y con todo el tiempo del mundo, fue probándolas una a una.
-Sí que tu tío es bueno, funcionan como un reloj. No tuvo más remedio que admitir el viejo.
-Ya te lo he dicho, ¿cuánto?, –insistió Gonzalo
El anticuario se quedó pensativo, imaginó que podría sacarles unos dos mil euros, la gente quería aparatos como esos, y estaban impecables, como nuevas.
-Trescientos.
-Una mierda, -le espetó Gonzalo que empezaba a cabrearse- si me ofreces una cantidad como esa, no nos vuelves a ver en la vida, y tengo más cosas.
-Quinientos, -regateó el anticuario.
-Seiscientos y cerramos el trato.
El anticuario extendió la mano, Gonzalo se la estrechó, el tipo sacó de debajo del mostrador los billetes, y se los puso encima.
-¿De acuerdo?, -el anticuario lo miró con interés-, ¿qué más tienes?
Gonzalo, aun con el móvil sin saldo le había sacado fotos a lo que tenían en su casa, le pasó el móvil al anticuario.
-Eso es lo que hemos sacado de casa de mi tío, quedan muchísimas más cosas, éstas son de las mejores.
Lázaro miró a Gonzalo y puso cara de estar feliz con la oferta, Gonzalo estaba pletórico aun sabiendo que seguramente lo estaba engañando el anticuario.
Pasó un buen rato mientras el anticuario se deleitaba, que no era otra cosa, con las imágenes que estaba viendo, casi parecía que viera pornografía, Gonzalo apostó a que se había empalmado al verlas, pero no estaba seguro.
-¿Qué me dices?, -le preguntó Gonzalo al anticuario, ya las había visto todas, seguro.
-¿Funcionan?
-Como un reloj, -le contesto Gonzalo-, probadas una y otra vez, material de primera, tú no encuentras nada como esto en tu vida.
El anticuario pensó que de donde sacaban ese material impecable, quizás lo robaban, a él le daba igual, la compra había sido legal, y esto que había visto lo tenía vendido, solo las dos máquinas de coser, las podía vender por más de mil euros cada una y en un momento, rápido, sin pensar. Uno de los relojes era la leche, seguro que cinco mil, seguro, y también lo colocaba rápido. Los teléfonos, las lámparas, todo de primera, vintage puro y en perfecto estado, podía sacar mucho dinero, pero si le hacía una oferta baja le podían cortar el suministro, y quería asegurárselo.
-¿Tienes más cosas?, -les pregunto.
-Sí, un montón, -admitió Gonzalo, moviendo la cabeza.
-Todo el lote ¿queréis que os haga una oferta?
-Todo el lote, completito, si no, salimos de aquí y nos vamos a la siguiente, no tenemos que llevarlos encima.
La cabeza del anticuario era en ese momento una gran calculadora, lo intentó sumar todo en venta a mayor solo, y le dio más de quince mil euros, joder un buen día si lo sacaba barato.
-Cinco mil por todo.
-Diez o nos vamos.
-No puedo, es mucho dinero, seis.
-Ocho y es lo que hay, no me digas otra oferta, o eso o nos vamos.
El anticuario le volvió a tender la mano a Gonzalo. Este la estrechó.
-¿Cuándo me los traéis?
-Esta tarde los tienes aquí.
-De acuerdo, os espero.
Cuando salieron, Gonzalo estaba eufórico, Lázaro más.
-Joder que pastizal, -Gonzalo no se lo podía creer-, con ese dinero podremos hacer muchas cosas.
Bocadillo al canto, que no sería porque no estaba acostumbrado pensó Gonzalo, pero esta vez de jamón, “las ventajas que tiene ser un potentado”, le vino a la cabeza, después a acarrear cosas, que casi no pesaban, joder que tute, solo dos calles pero multiplicadas por la cantidad de cosas que allí había era un tormento, y con la fresquita, pero todo el peso se aliviaba con la idea de que iban a coger la pasta.
Era el último viaje, nada más dejar la última máquina de coser, sudorosos y jadeantes, se apoyaron en el mostrador.
-Un trato es un trato, -resopló Gonzalo, cansado como un perro.
-Veréis, es que tenían que traerme el dinero y no han llegado todavía, pasaros mañana.
Gonzalo lo vio claro, era el engaño de la cabra, jugaba con el cansancio para que lo dejaran allí, al día siguiente, diría que no se lo habían mandado todavía, pero nada de lo que habían llevado estaría allí, así hasta el infinito, tan viejo como el hombre mismo, el engaño.
Gonzalo puso cara de tedio.
-Joder Lázaro, ahora a llevarnos todo esto. -Lázaro resopló con ganas, estaba cansado y sudado como él.
-Dejadlo aquí, mañana os lo pago.
-No, -le repitió Gonzalo- tú no vuelves a ver nada de esto, y por supuesto se acabó el negocio, qué listo eres.
-Tengo seis mil, si los quieres…
-Joder, de libro, eres un estafador de libro. Lázaro a currar, hijo mío.
Cogieron entre los dos la pesada máquina de coser, a Gonzalo se le vino encima el mundo, aquello pesaba más aún que a la ida.
-Esperad, esperad, -el anticuario los llamaba.
-¿Qué quieres?, le preguntó Gonzalo soltando la máquina en el suelo.
-Vale, los ocho mil aquí están.
Gonzalo pensó en mandarlo a la mierda, pero eran ocho mil euros, el orgullo valía mucho menos.
-Afloja, -le pidió poniéndole la mano con los dedos moviéndose rítmicamente.
El anticuario sacó un fajo, y fue contando en billetes de cien y cincuenta hasta ocho mil. Gonzalo los contó de nuevo.
-Tuyo, es todo tuyo lo que ves aquí, pero a mí no me vuelves a ver, hijo de puta, -y escupió en el suelo- vámonos Lázaro.
El anticuario los miró, si necesitaban vender seguro que volvían, conocía a la gente de la calaña del tieso ese y de su amigo, sonrió, arqueó el labio apenas, y pensó en la pasta que iba a ganar.
Salieron de la casa del anticuario, y fueron a lo de Antonio, allí saludó y dos cervezas y dos bocadillos, esta vez a lo que cogiera en la tripa.
-Cuando dijiste que nos lo teníamos que llevar, joder me dio un vuelco el corazón, coño con lo que pesan, -suspiró Lázaro entre bocado y sorbo.
-Imagínate, pero ese hijo de puta nos la quería jugar, no íbamos a ver un duro nunca más, coño y que es una pasta.
Lázaro sonrió, levanto el botellín, Gonzalo chocó el suyo.
-Joder, por la pasta, -saludó Lázaro.
-Por la pasta -exclamó Gonzalo.
-¿Cuánto tenemos?, Gonzalo, bueno, tienes.
-Tenemos más de nueve mil, poco más, pero es una pasta, podemos hacer cosas.