
Ha terminado el trabajo, por lo menos el de horario, que es difícil como el trabajo en sí mismo; cansado, está cansado, tantas noticias que dar, dos operaciones, cortas, de las de manual, de las de primero de primero de lo que sea, todo bien, el equipo funciona, algunas veces es necesario darles con la llave del diecinueve, no la del once que es pequeña para tanto médico que se cree dios, suspira, deja colgada la bata, el babi como lo llamaba su madre cuando se los planchaba…, nunca han vuelto a estar tan limpios, ni empleadas, ni tintorerías, digan lo que digan, como una madre no hay nadie.
Suena el móvil, lo mira.
“Don Luis, el taxi que pidió le está esperando en la puerta principal”
Suspira, eficiencia, de las de no renovar el contrato, las grandes corporaciones tienen eso, el alma de metal, el tema de que te echan por nada, pero somos así, piensa, el miedo es el motor de que todo funcione, a él no le importa, si lo largan, mala suerte, no gasta nada, tiene dinero, pero piensa en los que no lo tienen, en los contratos precarios, en prácticas, y todo deja de ser claro, se embarra, se convierte en arenas movedizas, como cuando… y sonríe.
Ascensor, saludos y más saludos, alguien que lo para, no es compañero, es gente que lo saluda, a la que no recuerda, solo sonríe, y la experiencia lo ayuda a saber contestar sin que se note que no sabe de quién está hablando, con quien está hablando.
Taxi, dirección, el paisaje cambia, es el de siempre, el de las rodillas peladas, el de correr como loco, cuando la felicidad era simplemente el bocadillo de nocilla, las bragas de la Rosi, el ultimo comic, y suspira, ya todo sin que le llegue el olor, le huele a cocido, a frito, a plato de los de echar tiempo que no dinero, el de siempre, que buenos estaban.
“Taller Ponderosa”, sonríe, su padre que le gustaba más la serie de Bonanza que a nadie, esperaba montar muchos, solo sobrevivió el que desgranaba todos los días con sus manos grandes, fuertes, llenas de callos, suspira de nuevo, parece una novia esperando al que le arregle el cuerpo, sonríe de nuevo, lo gamberro que le sale cuando llega al barrio que lo parió, que no es bueno, que no es malo, que es porque nadie quiere construir ahí, y así le va, más abandonado que los almendros de la vía.
– ¿Hay alguien por ahí?
Grande, más que su padre, lo mira como si llegara en la boca del gato.
-Dichosos los ojos que te ven, que tenga que romperse el coche para que se digne el gran doctor en ver a su familia.
Luis se le abraza.
-Mira como me lleno de grasa por ti, eso no lo hace nadie.
Ernesto sonríe, es como su padre, una mole de músculo.
-Que cabrito estás hecho.
-Sí, Ernestito, -sabe que le jode-, ¿cómo están todos?
-Bien, ya lo sabes, son como nosotros, supervivientes.
Luis lo mira.
– ¿Y el Gorrino?
Ernesto mueve la cabeza.
-Para tirarlo, pero hay que pintarlo de verde antes, que si no, los imbéciles de Seprona te multan.
Luis lo mira ante la broma repetida mil veces.
-Que, si está arreglado, no me cuentes tu vida.
-Te lo iba a decir, encontré un motor nuevo, de un coche con un siniestro total, con menos de veinte mil kilómetros, que ya es suerte con los años que tiene, se lo he puesto al Gorrino, el que tenía no daba para más.
– ¿Y quién te ha dado permiso?
-Mis gordos cojones, ¿quieres que nos partamos la cara?, que soy el mayor, imbécil.
Luis sonríe.
– ¿Y los papeles y lo demás?
– ¿Quién te lleva el coche a la ITV?
-Tu.
-Pues eso, tu tranquilo, no hay problema, el coche suena como no ha sonado desde hace mil años, ¿cuantos tiene?
-No sé, Nieves lo compró…, estaba en primero, y de segunda mano, imagina, es decir por lo menos veinte años, quizás más.
-Pues cámbialo.
-No, -niega con la cabeza-, aun huele a ella.
Ernesto lo mira, con todo lo que es, y…
-Zopenco, ¿has ido a ver a madre?
Niega con la cabeza.
-Sabes que no.
– ¿No tienes huevos?
-Sí, Ernesto, pero no para que me mire a la cara, solo que me mire.
-Ahí está el coche, llévatelo.
– ¿Cuánto es?
-Vete a la mierda, -se limpia con un trapo-, por cierto. tu sobrina, genial, las fiebres esas…
-Si, a mí me lo vas a decir, que la vi ayer, gilipollas, tu mujer, que teníamos cita, imbécil.
-Pero la tenía con el cardiólogo.
– ¿Y quien estaba con el cardiólogo?
Ernesto sonríe.
-Dale más comunicación y más cama a tu mujer, sé que siempre has sido un poco Bujarrón, querido Tito, -sabe que le jode que le digan la terminación de Ernestito.
-Cerveza, capullo.
Luis asiente.
– ¿Donde siempre?
Vuelve a asentir.
-Espera que cierre, ya se han ido todos, todos menos Mingorance.
– ¿Duerme aquí todavía?
-Sí, no tiene conocimiento el pobre, ¿qué hago, lo echo?
-No, supongo que no.
Observa como su hermano se aleja, instintivamente ve los elevadores, los fosos que ya no sirven, pero que se usan, las herramientas, todo nuevo, y a la vez viejo, sin darse cuenta lo compara con el de la memoria, en el que echaba las horas que podía, que era necesario sacarlo adelante, y es el mismo, más limpio, más moderno, pero si su padre apareciera sonriendo, lleno de grasa, no le extrañaría.