Hoy

Aquí esta el libro, novela, como queráis llamarlo, que espero poner todos los días en la página, completo, por lo menos lo que esté publicado.

01 UN DÍA MEMORABLE

Hoy es un día de Bach, que no le pregunten el porqué, no lo sabe, pero es de esos días en los que una sonata de violín lo deja con la tranquilidad que normalmente no tiene.

             Hace ya unos meses que se acostumbró a dormir con música, muy suave, por cierto, pero por la razón de que tiene algo en los oídos, algo llamado tinitus, que le deja un pitido continuo y desagradable como la vida misma, que le impide poder conciliar el sueño; la música no es que lo haga desaparecer, pero lo mitiga, así que, desde hace ese tiempo, la banda sonora de su vida, pasa por cantatas, sonatas, madrigales… cualquier música que lo mitigue.

             El caso, es que ha comprobado que algunas veces, se levanta del humor de la música que ha escuchado, a pesar de estar dormido, eso no impide que el día, con su acontecer, se lo transforme en algo cuando menos tedioso, y algunas veces en algo terrible o similar, que cuando el día se pone de leche…

             ¿A qué viene todo esto?, no lo sabe, simplemente que hoy mira el tiempo transcurrir de una forma más agradable, cuando menos, algo que el que lo conozca sabe que no es algo usual, pero sea así, que mire con mirada de imbécil el acontecer de los seres humanos que lo rodean, lo cual no es plato de gusto…, ya está de nuevo, piensa, a la vez piensa en, “seamos buenos…”, pero no puede serlo, se asoma a la ventana y ve como el vecino se fuma un cigarro en su inefable camisa sin mangas, aireada, como la de padre, supone que la de su abuelo también, y ya todo no es tan idílico, no por la camiseta, sino porque al verlo le ha apetecido fumar, que está intentando dejarlo, la vida uno, él cero, y así continua, día nublado de los de olvidar, ya van dos a cero, hay que…, que mal día, la vecina que no le saluda, y eso que es fea como el día, pero… tres a cero, apenas ha llegado a la puerta y ha desaparecido la sensación de ese Bach, que ahora le parece un gilipollas, suspira, continúa, el coche, el p… coche, se lo han reventado, la calle llena de cristales, eso sí, de seguridad, la alarma que ha sonado, y que le ha sudado a todos los vecinos, pero tranquilo, mira al cielo, al encapotado, vuelve a suspirar, y se caga en todo lo que se menea, es un puto día como todos, quizás no, peor, es que cuando se está vivo…

02 HOY DE NUEVO EN PLANTA

Hoy de nuevo en planta antes de las cinco de la mañana, noche de Listz, noche tranquila, aderezada con aperturas de ojos no deseadas, al final, dormir como un niño pequeño, inquieto, llorando, cagado… una alegría, pero al final, despierto, lo que no significa que el cerebro haya comenzado a funcionar, el caso, es que quiera o no quiera, levantado, que esa es la vida, abrir los ojos, y comenzar a penar, o a vivir, que, por desgracia, muchos días es lo mismo.

             Pero no le gusta ponerme tremendista, me encanta…, pero no es eso, parco desayuno, muesli, que tenga azúcar, el tener diabetes no tiene que ser impedimento para nada, que quiere ser el muerto menos saludable del cementerio…, el día sigue encapotado, dan ganas de vivir, y una m…, pero la vida sigue, ducha, ropa, comprobación de que todo está apagado, o encendido, o lo que corresponda…, que cansancio, llaves, cerrar, escaleras, persona que no te saluda, pero que si quiere algo bajará o subirá a pedirlo, la tónica de siempre, la de la vida en una ciudad que cada vez lo es más.

             La calle, inhóspita, de eso se cuida el ayuntamiento, que para eso se pagan impuestos, si no te caes, es que eres un artista de la gimnasia sobre suelo, que les gustaría verlos esquivando las esquinas de los bloques mal colocados, partidos, el alquitrán nervioso que se levanta antes que él mismo, las humedades resbaladizas que compiten en maldad de la de pago, … en fin, mil dificultades que sortear antes de que el sol se ponga, que va con el negocio.

             Aun es de noche, el coche parece que se ha escondido desde que lo dejó el día anterior, es una estupidez, trabaja cerca, tiene cochera en el bloque, también donde trabaja, pero lo deja fuera, como si…, y no sabe el porqué, que es perezoso o que le sale de los innombrables, pi… pi, el mando que se comunica, las luces que parpadean, allí está, como escondido entre sus malvados congéneres, su mujer lo llamaba Gorrino, se lo tiene bien merecido, es un puerco, que apenas anda y come como lo que es, un cerdo.

             Abre, húmedo, olvidado, con los cristales empañados, casi como él mismo, un poco mejor, solo; asmáticamente arranca, lo deja calentar, que aun así le cuesta; primera, de automático nada, se cala, no arranca, lo intenta hasta que solo el instrumental de frente parpadea al girar la llave, se ha muerto la batería, sale, empuja hacia atrás mientras niega con la cabeza, al que esperaba para aparcar en un lugar que vale oro, u horas de dar vueltas, que se joda, como él, que haga la gimnasia que no ha pedido; si, el día comienza bien, como siempre.

03 HOY ME LE LEVANTADO COMO UNA MOTO

Hoy se ha levantado como una moto, Wagner, ya se sabe, le ha dejado dormir poco, también el tinitus que es ese cabrón que no lo deja, el caso es que se ha levantado con ganas de comerse el mundo, sabiendo, seguro, que al final, el mundo lo devorará sin despeinarse.

             Para celebrarlo, andando, el otro coche está…, ¿qué más da?, el caso, es que el trabajo está cerca, pero nublado, frio, con sueño, ¿Qué puede salir mal?

             La gente lo mira, no va de chaqueta, apenas arreglado para que no lo detengan por sospechoso de algo, que siempre puede ser, que no solo sería la policía, que, pasada la barrera, el que no lo conozca, pensará que va a dar lo que sabe, sino a llevarse lo que pueda.

             Fernando, control de hace años, sonrisa.

– ¿El coche muerto?, Don Luis.

-Como todo, Fernando, ¿me dejas pasar, o tengo que llamar a alguien para que me fie?

             Sonrisa de alguien con el doble de peso que él, que es alto, y todo de músculo.

-Como es, Don Luis, y gracias por lo de mi Adelita, que…

-Cállate, que tienes suerte que de alguien como tú, haya salido una niña tan bonita.

– ¿Me tengo que hacer lo del ADN ese, don Luis?

             Sonríe, es buena gente, pero si no hace la broma…

-Yo que tú me lo haría, eres feo como una manada de podencos.

-Después de una cacería de las de barro, usted sí que sabe, ¿un cigarrito?

             Lo mira, no es prepotente, es alguien que dejó lo que le gustaba por otra cosa que no le gusta, pero le da de comer, aunque sea subcontrata.

-Claro, pero gástate algo, que los últimos millones de días, el tabaco es mío.

             La mole sonríe.

-Como es usted, -lo mira con ojos aviesos-, ¿con lo que gana?, ¿al pobre de Fernando…?

             Saca el tabaco, casi no fuma, y es agradable dárselo al que…

-Toma, que lo he robado hace poco.

             Nueva sonrisa.

-Don Luis, ¿cómo es que viene andando?, la noche, -mira alrededor-, que aún lo es, no es buena, ronda lo que no tendría que salir a la calle.

-Sí, lo sé, pero el cochino se ha muerto.

– ¿El Gorrino?

-Sí, la batería, supongo.

-Cómprese otro coche, con lo que gana.

             Mira al cielo.

-No todo es dinero, era de…

             Fernando agacha la cabeza, después la levanta y vuelve a agacharla varias veces, lo mira.

-Sí, que es usted…

– ¿Qué?, -le pregunta con una sonrisa.

-Nada, Don Luis, que bueno está el tabaco.

-Y que sale barato, Fernando, que además aquí no se puede fumar.

-No se debe, Don Luis, no se debe, que no me voy a chivar, ¿mucha faena?

             Asiente con la cabeza.

-Como siempre.

-Descanse, hombre, descanse, que esto no se para.

-No, porque casi no se mueve.

             Fernando que lo mira.

-No diga usted esas cosas, Don Luis, que aquí hay mucho mostrenco.

-Pues eso, me marcho, que me gusta que me den.

             Fernando sonríe, asiente con la cabeza.

-Le dejo pasar, porque…, -nueva sonrisa-, que le sea leve, que seguro que tiene cola.

-Como lo sabes.

             Tira el cigarro, mira a la imponente figura del hospital que a la luz que quiere nacer, se le ofrece, quizás amenazándolo, no lo sabe, suspira, otro día más, otro día menos.

04 SIENTO FRIO EN EL CUERPO

            

Siente frio en el cuerpo, lo hace, aun es… ¿qué más da?, el caso es que o hace frio, o es que lo tiene, lo cierto es que el hospital, siempre impone, este es nuevo, pero, aunque lo sea, se convierte, al poco, en lo que todos, un lugar en el que la gente no va por gusto, sino porque está enferma.

             Recepción, sonrisa cansada, es la chica que está de guardia, que los hospitales no duermen, nunca, como si fueran incombustibles, que no lo son, por lo menos los que allí descubren lo que vale la vida humana.

             Caras con las que tropezar, cansadas, destruidas, las guardias, la venganza de algún dios retorcido, que hizo que cualquier hora sea buena para ponerse enfermo, pero para ellos ya casi ha terminado, para el apenas si empieza, solo sonrisa en la cara, respuestas de lo mismo, nadie se para, todos continúan intentando dejarlo todo comprensible para el que llegue después, que no es de la Seguridad Social, que es privado, que allí no es necesario expediente administrativo, sino…, lo que sea y a la puta calle.

             Abre el despacho, frio no, solo inhóspito, el hospital es como los que tienen fiebre, siempre es alta la temperatura, suspira, mira a través de la ventana, después el montón de expedientes de enfermos, lo usual, comprueba con el reloj de la pared, aún falta una hora para que comience a venir la gente, y se pregunta que hace allí, y no sabe que responderse.

             Sale de nuevo, sube por el ascensor, las mil plantas del coloso que parece no tener fin, música de la de hotel americano, suave, tenue, mejor el silencio, última planta, escaleras, la puerta de seguridad, la que va a dar al helipuerto, siempre cerrada, para el no, tiene la llave, como todos los que fuman, abre, frio, mucho más frio, la ciudad no es de viento, está protegida por las montañas, pero el edificio es más alto que ellas, y allí si sopla como si dieran dinero por ello.

             Llega a una de las esquinas, se ve la ciudad, que muestra las luces de una mortecina mañana que aún no quiere despertar, es plana, los edificios no son altos, solo que a pesar de ello, es bella, enciende el cigarro, el maldito cigarro, el que debe de dejar, pero no termina de salirle de lo que lo identifica como hombre; una calada que le llega hasta…, y sonríe, no tose, la costumbre, y se pregunta cómo es posible que los médicos de pulmón, sean los que más fuman, incongruencias que son fácilmente explicables si eres uno de ellos, él trabaja en el corazón, y fuma, otra incongruencia, y suspira mientras siente como alguien se acerca.

-San Luis en persona, ¿cómo por aquí?

             Se da la vuelta, es Lorenzo, compañero, que no de especialidad, sino de hospital.

-Aquí, ya sabes, comiendo aire puro, que hace falta.

-Sobre todo con el cigarro, dame uno.

             Luis saca el paquete, como si lo hiciera a cada momento coge uno, se lo va a guardar, cuando con una sonrisa le sujeta la mano.

-Quieto, león.

             Lorenzo sonríe.

-Si cuela, cuela que no quiero pararme a comprar.

– ¿Tu sin tabaco?

-La noche, Luis, una perra, que la morgue estará hasta los topes, de las de no parar, una guardia que más que guardia es hija de la gran…, -enciende el cigarro, otra calada de las impresionantes-, ¿cómo andas tú?

-Como siempre, ya sabes.

-Sí, lo sé, para un poco, no vas a heredar el mamotreto este, -señala con la cara el edificio.

-Lo sé, claro que lo sé, pero no tengo nada más, también lo sabes.

             Lorenzo asiente con la cabeza, se apoya en la barandilla.

-Estoy viejo, Luis, las guardias son cada vez más putadas que trabajo.

-Lo sé también.

-Tu no lo sabes, pocas tienes, menos tú, que no quieren que te canses, pero los demás…, -nueva calada-, mi mujer me va a dejar.

             Luis lo mira.

– ¿Por qué?, sois una de mis fantasías de parejas que se quieren.

-Sí, pero soy un imbécil.

– ¿Te ha pillado?

-Con las cuatro patas en la trampa, Mónica es lista como el hambre, se me había olvidado.

-Mal asunto, es dura como la piedra, solo te puedes escapar por lo que te quiere.

-Sí, me tendría que arrastrar como un gusano, pero ya no tengo la columna para esos trotes.

             Luis lo mira, no asiente, solo lo mira.

-Me voy, San Luis, deséeme suerte.

-Vaya con dios, señor Lorenzo, y Mónica durmiendo vale más que tú con anfetaminas.

             Lorenzo sonríe con tristeza, ve como se marcha.

             Enciende otro cigarro, el vicio, el puto vicio, en todas partes cuecen habas.

05 GORRINO

             Ha terminado el trabajo, por lo menos el de horario, que es difícil como el trabajo en sí mismo; cansado, está cansado, tantas noticias que dar, dos operaciones, cortas, de las de manual, de las de primero de primero de lo que sea, todo bien, el equipo funciona, algunas veces es necesario darles con la llave del diecinueve, no la del once que es pequeña para tanto médico que se cree dios, suspira, deja colgada la bata, el babi como lo llamaba su madre cuando se los planchaba…, nunca han vuelto a estar tan limpios, ni empleadas, ni tintorerías, digan lo que digan, como una madre no hay nadie.

             Suena el móvil, lo mira.

“Don Luis, el taxi que pidió le está esperando en la puerta principal”

             Suspira, eficiencia, de las de no renovar el contrato, las grandes corporaciones tienen eso, el alma de metal, el tema de que te echan por nada, pero somos así, piensa, el miedo es el motor de que todo funcione, a él no le importa, si lo largan, mala suerte, no gasta nada, tiene dinero, pero piensa en los que no lo tienen, en los contratos precarios, en prácticas, y todo deja de ser claro, se embarra, se convierte en arenas movedizas, como cuando… y sonríe.

             Ascensor, saludos y más saludos, alguien que lo para, no es compañero, es gente que lo saluda, a la que no recuerda, solo sonríe, y la experiencia lo ayuda a saber contestar sin que se note que no sabe de quién está hablando, con quien está hablando.

             Taxi, dirección, el paisaje cambia, es el de siempre, el de las rodillas peladas, el de correr como loco, cuando la felicidad era simplemente el bocadillo de nocilla, las bragas de la Rosi, el ultimo comic, y suspira, ya todo sin que le llegue el olor, le huele a cocido, a frito, a plato de los de echar tiempo que no dinero, el de siempre, que buenos estaban.

             “Taller Ponderosa”, sonríe, su padre que le gustaba más la serie de Bonanza que a nadie, esperaba montar muchos, solo sobrevivió el que desgranaba todos los días con sus manos grandes, fuertes, llenas de callos, suspira de nuevo, parece una novia esperando al que le arregle el cuerpo, sonríe de nuevo, lo gamberro que le sale cuando llega al barrio que lo parió, que no es bueno, que no es malo, que es porque nadie quiere construir ahí, y así le va, más abandonado que los almendros de la vía.

– ¿Hay alguien por ahí?

             Grande, más que su padre, lo mira como si llegara en la boca del gato.

-Dichosos los ojos que te ven, que tenga que romperse el coche para que se digne el gran doctor en ver a su familia.

             Luis se le abraza.

-Mira como me lleno de grasa por ti, eso no lo hace nadie.

             Ernesto sonríe, es como su padre, una mole de músculo.

-Que cabrito estás hecho.

-Sí, Ernestito, -sabe que le jode-, ¿cómo están todos?

-Bien, ya lo sabes, son como nosotros, supervivientes.

             Luis lo mira.

– ¿Y el Gorrino?

             Ernesto mueve la cabeza.

-Para tirarlo, pero hay que pintarlo de verde antes, que, si no, los imbéciles de Seprona te multan.

             Luis lo mira ante la broma repetida mil veces.

-Que, si está arreglado, no me cuentes tu vida.

-Te lo iba a decir, encontré un motor nuevo, de un coche con un siniestro total, con menos de veinte mil kilómetros, que ya es suerte con los años que tiene, se lo he puesto al Gorrino, el que tenía no daba para más.

– ¿Y quién te ha dado permiso?

-Mis gordos cojones, ¿quieres que nos partamos la cara?, que soy el mayor, imbécil.

             Luis sonríe.

– ¿Y los papeles y lo demás?

– ¿Quién te lleva el coche a la ITV?

-Tu.

-Pues eso, tu tranquilo, no hay problema, el coche suena como no ha sonado desde hace mil años, ¿cuantos tiene?

-No sé, Nieves lo compró…, estaba en primero, y de segunda mano, imagina, es decir por lo menos veinte años, quizás más.

-Pues cámbialo.

-No, -niega con la cabeza-, aun huele a ella.

             Ernesto lo mira, con todo lo que es, y…

-Zopenco, ¿has ido a ver a madre?

             Niega con la cabeza.

-Sabes que no.

– ¿No tienes huevos?

-Sí, Ernesto, pero no para que me mire a la cara, solo que me mire.

-Ahí está el coche, llévatelo.

– ¿Cuánto es?

-Vete a la mierda, -se limpia con un trapo-, por cierto. tu sobrina, genial, las fiebres esas…

-Si, a mí me lo vas a decir, que la vi ayer, gilipollas, tu mujer, que teníamos cita, imbécil.

-Pero la tenía con el cardiólogo.

– ¿Y quien estaba con el cardiólogo?

             Ernesto sonríe.

-Dale más comunicación y más cama a tu mujer, sé que siempre has sido un poco Bujarrón, querido Tito, -sabe que le jode que le digan la terminación de Ernestito.

-Cerveza, capullo.

             Luis asiente.

– ¿Donde siempre?

             Vuelve a asentir.

-Espera que cierre, ya se han ido todos, todos menos Mingorance.

– ¿Duerme aquí todavía?

-Sí, no tiene conocimiento el pobre, ¿qué hago, lo echo?

-No, supongo que no.

             Observa como su hermano se aleja, instintivamente ve los elevadores, los fosos que ya no sirven, pero que se usan, las herramientas, todo nuevo, y a la vez viejo, sin darse cuenta lo compara con el de la memoria, en el que echaba las horas que podía, que era necesario sacarlo adelante, y es el mismo, más limpio, más moderno, pero si su padre apareciera sonriendo, lleno de grasa, no le extrañaría.

06 LA CARRERA

 

            Acaba de aprobar la selectividad, la segunda mejor nota de la provincia, le ha salido bien, mejor el primero, pero no pasa nada, llega de sobra a la puntuación necesaria para que entre en la facultad de medicina, aún faltan casi tres meses, pero su padre necesita ayuda, así que de vacaciones nada, solo llenarse de grasa, que además le gusta, le gusta cómo se componen los motores, desarmarlos, limpiar las piezas, volver a montarlos, y sobre todo que funcionen, y si es mejor que antes…, soberbio.

             Pero también sabe que es un trabajo con esfuerzo físico, pero que necesita más, o quiere más, no lo sabe, el caso es que está en el enorme parque, aún no ha amanecido, hace frio, las zapatillas que le producirán ampollas, los pantalones que le dejaran los testículos rozados como si fueran la espalda de un gato, arañada, y las orejas  que tenderán a crear unos sabañones que se verán desde los satélites, pero le da igual, tiene que coger flexibilidad, forma, cuando empiece en la facultad, tendrá que echarlo todo, y tiene que estar como una bestia, petado, como diría su hermano, no puede ni enfermar, Ernesto que tiene cabeza no quiere estudiar, o ha pasado por él, el caso es que no puede permitirse ni un fallo, ni uno siquiera, las becas le pagan todo, pero no le aportan dinero para la familia, así que lo que es un esfuerzo notable para la familia, no permitirá que sea aún mayor.

             Se atreve, años sin correr, y mira que le gustaba, pero… comienza, despacio, los músculos fríos son ganas de joderte, el caso es que avanza, despacio, no se calienta, eso es bueno, el frio lo impide, más velocidad, sonríe, si, va bien, de pronto alguien que lo adelanta, como si nada, como si fuera un pingajo en el camino, es una chica, sin saber porque, aumenta la velocidad, no sabe, aunque sabe que no aguantará, pero lo hace, más velocidad, más cansancio, la pilla, va a adelantarla, pero ella sin mirarlo eleva la velocidad, otro esfuerzo, casi el imposible, de nuevo lo intenta, pero más avanza la chica, sin despeinarse, al final, unos minutos después, se deja caer en la fría hierba, el puto clavo en el costado, el flato, no esperaba menos, pero no se acordaba que dolía tanto, se queda quieto unos minutos, solo eso, mañana será otro día.

– ¿Estás bien?

             Levanta la cabeza, es la que intentó adelantar, seguro que le ha dado la vuelta al parque, le sonríe haciendo puntas, como si quisiera decirle que es una mierda pinchada en un palo, pero la mira de nuevo, es tan guapa que puede decirle lo que quiera.

-Sí, no te preocupes, es que me pico con todo, continúa corriendo, se te da mejor que a mí.

-En ese caso, ¿bien?

-Como un reloj suizo…, pero de los viejos.

             La chica sonríe, se le cae la cara de guapa.

             Observa cómo se aleja, ya no duele el flato, respira bien o eso le parece, no le importa, se acaba de enamorar de la correcaminos que acaba de destruirlo como si no fuera nada, pero Luis Monforte, futuro médico, lumbrera de la humanidad, compendio de todas las virtudes, no puede dejar que una chica tan guapa no disfrute de su excelsa compañía, y se sonríe para sí mismo, el hijo del mecánico tiene guasa, y mucha, porque sabe que reírse de uno mismo, es algo que es saludable, no olvidar de donde viene, es no perderse en el camino que te llevará a dónde quieres llegar.

07 CUESTIÓN DE…

 

        Un mes, un maldito mes que ha tenido que cambiar de parque, otro, más pequeño, más peligroso, más cabrón, con obstáculos, con gente que conoce, pero que es mejor no conocer, que no hacen nada porque son cabrones los Monforte, más su hermano que es una bestia con pelos en el lomo, y se pregunta por qué, y lo sabe, la correcaminos que le ha dado fuerte, se mira las manos, mil años limpiándolas y seguro que no saldría la mierda que tiene, además, un dedo machacado, que el motor no quería entrar, entró, pero con un dedo suyo, curará, no ha empezado medicina pero lo sabe, no conoce nada de medicina, pero se conoce a sí mismo.

             Ahora ya no está en el parque viejo, andrajoso, el de su barrio, está en el otro, y se sonríe a sí mismo, sabiendo que no estará la bonita correcaminos, pero si estuviera…, y respira fuete mientras calienta, le da igual, por lo menos se ha puesto en forma, como un animal, siempre lo ha sido, los genes de padre, duros, los de madre flexibles, irrompibles, y lo agradece.

             Es suerte, destino…, no le importa, pasan varios corredores, mejor tiempo, los abandonados salen, y ella también, sonríe, y comienza a correr, se coloca a su lado, la chica lo mira, sonríe, acelera, el también, se pega a su lado, la chica vuelve a sonreír, pero más corre, la sigue, le saca la cabeza, esta tan delgado como ella, y continua, una vuelta, otra más, la chica caldea, el empieza a hacerlo, pero aun no, otra más, las piernas de la chica marcan el suelo con menos certeza que al comienzo, se para, agacha la cabeza.

-Vale, vale, tu ganas, ¿qué esperas, una medalla?

-Sí, bueno, dos, que me ha costado cogerte, que me he tenido que entrenar…

             La chica levanta la cabeza, sonríe, ahora el corazón tiene la carrera, parece que se le va a salir por la boca.

– ¿Qué quieres que te dé?

-Tu nombre, tu teléfono, y si tienes novio, donde se mueve, para matarlo.

             Nueva sonrisa de la chica.

-Te ahorro el asesinato, no tengo, y, ¿por qué te voy a dar mi teléfono?

-Sería extraño que no tuviera el teléfono de la madre de mis numerosos hijos.

-Sí señor, sabes ligar.

-No, pero quiero tu teléfono, tu vida entera, sin obligar, solo que me gustaría…

-Nieves, me llamo Nieves.

– ¿En un lugar donde los cuarenta y cinco grados son normales?, se agradece.

– ¿Y el padre de mis hijos?

-Luis, el mísero mecánico que aspira a poder entrar en tu vida.

-Sí, seguro, con lo que corres, seguro que a nada que me descuide saldrías corriendo.

-Nunca, es una promesa, de las de Ulises.

-Coño, que clásico, don Luis.

-Doña Nieves, que usted no me conoce, pero, que soy así.

-Vale, vale, para ti la peseta, ¿y si comenzamos a correr todos los días?, te ganaré.

-Sí, supongo que sí, siempre es así, la bella heroína gana al ganapán que quiere conseguir que se fijen en él.

             Nieves sonríe.

-Qué poca vergüenza tienes.

– ¿Otra carrerita?

-Despacio, que se me afloje el flato que está a punto de darme.

-Usted me manda, bella dama.

-Que morro tienes, mecánico.

-Lo que usted diga, -nueva sonrisa.

             Nieves arranca, la vida se vuelve del color de la ilusión para el hijo del mecánico.

08 UNA CERVEZA

-Genaro, dos cervezas.

             La mole de siempre, vestida como siempre, asiente, los veladores están casi todos cogidos, pero ahora se está bien.

-Esto huele como solo el mismo.

 – ¿De que hablas?, -le pregunta Ernesto.

-El barrio, que pareces tonto, han pasado mil años, y huele lo mismo.

-Supongo que sí, -su hermano le da un trago a la cerveza que deja la mitad en él.

– ¿Cómo te va?

-Bien, ya mismo puedo empezar a devolverte…

             Luis levanta la mano.

-Ni se te ocurra, ya sabes, mis sobrinos, un regalo.

-Una mierda, los tiene que cuidar su padre.

-Déjate de historias, tenías cabeza, ¿por qué no estudiaste?

-Porque no servía, Luis, tú lo sabes.

-Sí, y que soy tonto, madre que decía que yo si valía, más que tú, y llevas el taller mecánico de Padre, que tenía que llevarlo yo.

-No, me gusta lo que hago, está bien, algunas rachas malas, puedo ir al banco…

– ¿A que te saque lo que no tienes?, déjalo, yo me gasto menos que un chupe de plomo.

-Sí, lo sé, ¿por qué no sales fuera?, con la pasta que ganas, yo estaría fuera todo el día, soltero…

-Ese es el problema, Ernesto, que soy viudo, que…

             Ernesto asiente.

-No me des la brasa, que ya ha caducado.

             Luis sonríe.

– ¿Y de verdad no vas a ir a ver a madre?, Luis.

             Este niega con la cabeza, levanta un brazo, al poco dos cervezas frías como el mes de Enero.

-No, Ernesto, no puedo, no quiero, ¿cambiarlo todo?, no, no tengo derecho.

-Pero los hijos de puta, no la dejan verla.

             Luis mira a un punto que no vería nadie.

-No tienen derecho, Ernesto, pero pueden hacerlo, lo siento por ella.

– ¿Y tú?

-Lo perdí en el momento en que me perdí.

             Silencio.

             Ernesto lo mira sin decir nada, al final habla.

-En verdad, hermano, como estás, no vienes nunca, ¿sigues igual?

-No, -Luis sonríe-, sigo la vida, esperando que me dé algo que no sé lo que es, me levanto, opero, opero de nuevo, visito a los enfermos, propongo, hago, llego a casa, duermo, el día siguiente es el mismo, aunque sea diferente…, ya sabes, -nueva sonrisa-, lo que es la vida.

– ¿Y nada más, ni ilusiones, ni posibilidades…?

             Luis se encoge de hombros.

– ¿Sigues con lo de arriba?

             Luis asiente.

– ¿Vas?

             Luis niega, Ernesto le da un trago largo.

-Es tu dinero, lo que veas, por mi está bien lo que hagas.

-Lo sé, si necesitas algo, Ernesto, pídelo, no te cortes, lo que quieras.

– ¿Tanto ganas?

-Cuando no me quisieron, me hicieron un favor, mejores condiciones, mejor sueldo, mejores incentivos, lo que es un hospital privado, solo eso, lo demás, -otra sonrisa triste más-, lo demás, ¿importa?

             Ernesto asiente con la cabeza.

-No, supongo que no.

09 NOCHE DE SILENCIO

             Llega a casa, vacía, como siempre, las persianas echadas, la mujer que limpia, que cocina, que todo…, tiene esa costumbre, lo abre todo como si fuera un hospital robado, para que se airee, pero cuando se marcha, todo está como un bunker, ni una rendija por la que pueda entrar el aire de fuera.

             Abre, la mayoría al menos, la de su dormitorio, la del salón, es un piso no pequeño, pero si reducido, viejo, reformado, pero que conserva el aura de Nieves, o eso quiere creer, mira la fotografía de una bella mujer que sonríe, y el dolor le destroza el alma, esa que cree que desapareció hace tiempo; se sienta en el sillón, ahora si coge una cerveza, pero la mira, ha tomado dos con su hermano, no, otra no, va al aparador, y toma una botella, la mira, sonríe, es Luis Felipe, el brandy, su amigo que siempre está ahí, eso sí, pagando, pero, ¿qué cariño no hay que mantener?, se echa un buen lingotazo, lo mueve en la copa, grande, globo, de boca amplia, y lo huele, solo eso merece la pena; mira a través de la ventana, solo edificios, cuando compraron el piso, no estaban por las vistas, sino por la cercanía a Reina Sofía, al Provincial, en el primero trabajaba ella, como el mismo hacia el MIR, tiempos de… duros, pero a la vez magníficos, toma del brandy, la malvasía, el sabor de los sabores, empalaga el cerebro a la primera bocanada de aire, más que de líquido, una lágrima, es Nieves que vuelve, sabe que es masoca, le da igual, no hay nada más, solo la soledad, el vecino que lo mira mientras fuma el cigarro, que le recuerda que él puede hacer lo mismo, pero sin esconderse de nadie, nadie está con él, ni tan siquiera para reñirle, mas Luis Felipe, otra íntima confidencia, está solo, triste, enciende el cigarro, el que iba a dejar, el que tiene dominado, yo controlo, diría como los que están enganchados, pero no lo hace, quisiera, pero no, ya no le quedan amigos, y guardando las enormes distancias, el tabaco lo es, como la calada que le acaba de llegar al intestino delgado, recorrerlo, sonríe, si, casi lo ha taladrado, y el de enfrente, el de la camisa de su abuelo que le sonríe, como si lo conociera, y se conocen, levanta la copa, nueva sonrisa, cigarro que el abuelo apaga en la jardinera, más muerta que Carracuca, y entra dentro, se queda solo, mirando los ojos cerrados de las ventanas, suspira, nada es igual, todo es lo mismo.

No cena, se acuesta, ¿Qué música poner?, tiene mucha, toda, pero ¿Cuál es que la que le apetece?, más que nada, porque despertará con el espíritu de la que haya oído, o quizás sea que el mismo se influye, no le importa, no va a discutir consigo mismo, y mira entre los cientos de directorios llenos de canciones, de sonatas, de óperas, de conciertos…, de mil cosas, sonríe, quizás Prokófiev, el Concierto para Piano y Orquesta No.1 en Re bemol mayor Op.10, y lo que siga, si, es eso, toca reproducción, la música comienza a sonar, se arrebuja entre las sábanas, pero sabe que el sueño se hará de rogar, como siempre, y mira al techo, solo iluminado por los led de los cargadores de móvil, de reloj…, de las mil cosas de las que no somos capaces de prescindir, suspira, mientras Morfeo lo ronda, sin ganas de acercarse, paciencia, es lo que piensa, ya llegará, y sin darse cuenta, duerme.

10 OPERACIÓN TIESOS

             Está cansado, como siempre, pero sonríe, le gusta lo que le viene, aunque sea como un alud que no se espera, lo que, si espera, es que el compositor ruso le haya llenado con su lírica, el espíritu de buenas vibraciones, el caso, es que, por primera vez desde hace tiempo, enciende el cigarro antes de tomar el café, el maravilloso café de lata, frio como el amanecer, pero que no está excesivamente malo.

             Abre la lata, lo saborea, ese es su desayuno, el de los campeones, una lata de un tipo que lo mira, Mr. Brown, el señor Moreno, que tampoco se han reventado el cerebro, pero así no tiene que tomar café del día anterior, solo de la lata, que acaba de terminar, ducha, vestirse, el día continúa nublado, es extraño, pero así es, como una broma en un sur que regala calor a cualquiera que pase por allí.

             El Gorrino que no rebuzna ni gruñe, como una seda, parece que el nuevo motor esta por la labor, espera que caliente, alguien que pasa, es el vecino de arriba que con dos mil años y que continúa trabajando, y que saluda, sonriente, cuando no tiene porque sonreír, pero responde al saludo, el saludo de alguien que conserva algo que se ha perdido, dios sabe dónde, la educación.

             Parking medio vacío, aunque se irá llenando, a pesar de sus dimensiones, con el transcurso del día, sube a su despacho, aún falta tiempo para que el coloso despierte; como siempre, los de las guardias, más mala cara que los pollos de un hipermercado, y se ríe al pensar que realmente se parecen, como el mismo cuando le toca.

             Mariana que entra, sonríe.

-No me acordaba, Luis, hoy es el día, lo siento.

-No pasa nada, mientras me hayas despejado la agenda.

-Si, por supuesto, lo hago dos semanas antes.

– ¿Todo el equipo?

-Sí, hay cola para operar, ¿quieres algo, café, vitaminas, cola…?

-No, gracias.

             Y Luis sonríe a su ayudante, no quirúrgica, sino la ATS que le lleva la vida adelante, la que le saca sangre a pesar de los regañadientes, la que le hace que vaya a los reconocimientos periódicos, la que le hace comer cuando no se acuerda, la que lo trata como un hijo más de los cuatro que tiene.

             Es el día en que opera a los que no pueden pagarlo, a los que la seguridad social deriva con alegría de quitárselos de encima, a los que no les presta atención, a los que no les cubre como debería, lo que malamente se llama la cobertura nacional.

             Son las ocho de la tarde, está sentado en la entrada del quirófano cuatro, se le acerca alguien, es Galante, su ayudante en el quirófano.

-Los tutes que nos metemos, Luis, ¿es necesario?

-No, cuando quieras, déjalo, es mi labor, no la tuya.

-No me los toques, ¿cuántos?

-Muchos, demasiados, cada vez estoy más viejo.

-Seguro, pero han sido once, ni comer, solo un bocadillo un poco más pequeño que las hostias que nos daba de pequeño.

-Como se nota que no has estado en mi barrio, allí las hostias eran como panes de a kilo.

             Galante sonríe.

-Vamos a fumar arriba, Operación Tieso ha terminado…, por lo menos este mes, que aún no me entero como lo permite este maldito hospital que solo piensa en el dinero.

-Pues porque fue una condición que puse al aceptar el trabajo, y que, a pesar de estos costes, sigo siendo rentable, el día que no lo sea, el puto Monforte a tomar…

             Ascensor, frio, mucho frio, el aire que se lo quiere llevar todo, toma el cigarro que le ofrece Galante, lo enciende con la llama del mechero que también le coloca al lado.

– ¿Cómo vamos este mes, Luis?

-Como siempre, muchos, demasiados, ¿o te crees que el hospital me permite lo de los Tiesos porque sí?

-No, ya sé que no, pero también deberías de descansar.

-Sí, cuando vienen a que los opere, y lo haces tú, que no es que seas peor, es que me quieren.

-Pues vas a reventar.

-Pues apártate, que no hay España para dar por el culo.

– ¿Qué haces con tanto dinero?, yo si se lo que te regalan.

-Simplemente tapar agujeros, ya sabes, una época mala que pilló la mitad de mi vida.

-Sí, supongo, llevo contigo tres años, ¿Qué conozco de ti?, que vives en un piso de mierda, con un coche que no vale ni arrancarlo, solo eso, ¿cuándo me vas a contar más?

             Luis lo mira y sonríe.

-Solo soy un viejo amargado, solo eso, sin historia, sin principio, sin final, solo eso.

– ¿Y las habladurías?

-Pues eso, radio macuto, a saber, lo que es verdad, lo que es mentira.

-Sí, pues doce horas en el quirófano.

-Sí, ¿estás cansadito, pequeño médico de un lugar perdido en el norte?

-Que te jodan, San Luis.

-Pues eso, dame otro cigarro, que están muy caros.

             Galante sonríe, le encanta el médico que nadie conoce.

11 JUEGOS DE VERANO

-No me mires así, sigue corriendo.

-No, gracias, -sonríe Luis-, quiero que sufras, la sonrisa que pusiste cuando me dio el flato, me la tienes que pagar.

-Eres rencoroso, como una alimaña, -Nieves lo mira con odio.

-Sí, Doña Nieves, el pobre mecánico, nacido en el arroyo, le da a la prepotente.

             Nieves respira con dificultad, pero sonríe.

– ¿Cuando me vas a pedir de salir?, -Nieves tiene la cabeza baja, le da vergüenza, pero más miedo el perder al mecánico, como el mismo se llama.

-Yo, -carraspea-, te lo iba a pedir, pero eres mil veces más que yo, guapa, magnífica, increíble, eso sí, corriendo no eres lo mejor.

             Nieves levanta la cabeza, sonríe.

-Que mamón eres.

-A partir de ahora tu mamón, aunque pronto serán muchos mamones que tendremos, ¿familia numerosa?

-Por supuesto, soy católica, ya sabes, a los que vengan.

-Me has acojonado, -sonríe Luis-, pero si quieres eso, arreglaré mil coches.

– ¿Cuándo quedamos?, que quiero verte en algo que no sea ese cochambroso chándal con mil años.

-Pues es un clásico vintage, mi hermano mayor lo tuvo años, imagina, una subasta, una pasta.

-Lo que tú digas, ¿me invitas a desayunar?

-Sí, -la mira-, si, estás perfecta, pero no debes de comer mucho, estás perfectamente delgada.

-Sí, espera que me veas comer, torpe.

-Lo que usted diga, Doña Nieves.

             Un bar moderno, para desayunar los pijos.

– ¿Aquí se puede comer sin dejar un riñón?, Nieves.

-Invito yo, tieso.

-No es eso, es que tengo una capacidad crediticia como la de un país africano.

-Vale, y déjate ya de lo de mecánico, ¿que eres?

-El hijo de un mecánico, talleres Ponderosa, pedazo de nombre, de mi padre.

-Venga ya, con lo que hablas, tú no eres un mecánico.

-Supongo, -sonríe-, sí, he terminado selectividad, el mes que viene entro en medicina.

-Venga ya, -sonríe-, ni loco, con la nota de corte…

             Luis asiente.

-Sí, el primero en entrar, los demás que se jodan, ¿y tú?

-No quiero responsabilidades, Enfermería, al lado de donde estudiarás, si es verdad, no termino de creérmelo.

-No miento, bella Nieves, ni aunque pierda dinero, es recorrer dos veces el mismo camino, y con mas vergüenza.

-Que listo eres, ¿de verdad que has sacado la nota de corte?

             Luis asiente.

-Por encima, el primero, tuve suerte en la selectividad.

-Pues yo no, Enfermería, pero no quiero ser médico, aunque mis padres no lo entienden.

-Que se jodan, lo siento, pero tú puedes ser lo que quieras, serás la mejor.

             Nieves se sonroja, lo mira.

– ¿Qué quieres?, hijo de un mecánico con la mejor nota de corte de la facultad de medicina.

-Tus días, tus noches, tus anhelos, tus lágrimas, tus risas, todo, quiero todo.

-Joder, que me has dejado sin respiración, -sonríe-, que golfo eres, ¿a cuantas se lo has dicho?

             Luis niega con la cabeza.

-No miento, eres la primera a la que se lo digo, y porque lo siento, a otras, no eres la primera, les he dicho lo normal, a ti, no sé…, me tienes embrujado.

             Nieves lo mira, si es cierto, la puede volver loca el larguirucho que le acaba decir que es más inteligente que ella, y que se le cae la cara de guapo, y que le enciende el corazón, pero…

-Ya veremos, ya veremos.

-Ya lo verás, ya lo verás.

             Nieves sonríe y asiente, mientras se mete en la boca un trozo de tostada con aceite más grande que ella.

12 GUIOMAR

 

            Galante mira a la impresionante figura que tiene delante suya, una mujer de bandera, guapa, morena, con el pelo largo, de una belleza casi dieciochesca, blanca como la leche, con los ojos claros, pero de un azul indefinible, unas piernas largas, tan largas que se pierden en la fantasía de los que las ven, sonríe, la punta de las botas lo tiene fascinado.

-Bien señora Cienlobos, hemos terminado todas las pruebas habidas y por haber, todo confirma lo que ya sabía, tan solo que un poco peor, como ya habrá imaginado.

-En ese caso, -ni un solo movimiento en la cara que delate que le importa su propia vida-, ¿cuales son las opciones que me quedan?

-Puede que haya tenido suerte de venir aquí…

-No, solo es un lugar en el camino, una designación, solo eso, continuaré mi camino….

             Ahora el que interrumpe, es Galante.

-No, no es eso, es que ha tenido la suerte de que aquí tenemos a uno de los más eminentes cirujanos cardiovasculares que puedan existir.

– ¿Sí?, -una sonrisa que apenas lo es-, ¿y quién es ese señor que está escondido en esta ciudad de provincias?

             Galante sonríe, si fuera por él, con todo el poder que le obliga a atenderla, se hubiera callado, no es un regalo, y menos para Luis, pero ya ha comenzado a hablar, la cosa tiene que seguir.

-Es el doctor Monforte.

-No he oído hablar de él.

-Pues es que se mueve poco en los círculos que debería, -es chulería, le encanta joder a la prepotente-, pero cualquiera que tenga que ver con esta parte de la cirugía, seguro que lo conoce, algunos, aunque no les gustaría que alguien que los supera exista siquiera, -sonrisa de bondad beatifica que quiere indicar una bofetada a la prepotente.

             La mujer lo mira, no es sonrisa, no es nada, es algo que solo ella tiene, y durante un momento, Galante sonríe, pero sabiendo que esa sonrisa no tiene nada bueno.

– ¿Me asegura que existe un cirujano que puede, con garantías de éxito, -nueva sonrisa-, acometer el reto de salvarme la vida?

             Galante asiente, aunque no sonríe.

– ¿Puedo conocerlo?

-Si, por supuesto.

– ¿Ahora?

-No lo sé, siempre está liado, primero creo que debería de estudiar el caso…

-Si es tan bueno como dice, -la enigmática sonrisa que no lo es, aparece de nuevo-, debería de dar, prima facie, una opinión, por lo menos eso.

-Supongo, Galante se da cuenta de que la que tienen enfrente es alguien a tener en cuenta, no es solo una bella mujer, es algo más… quizás tenebroso, comienza a darle miedo, y se da cuenta de que quizás mentar a Luis no ha sido buena idea, solo algo que quería para darse a importar…

-Sí, espere un momento.

             El teléfono.

-Luis, ¿dónde estás?

-Acabo de salir del quirófano.

– ¿Cómo estás?

-Sucio, cansado, agotado más bien, pero alguien que se ha escapado de la puerca, otro más, suerte, eso lo vale todo.

-Sí, ¿podrías venir?

-Tengo que arreglarme un poco, quitarme por lo menos la impedimenta de quirófano…

-No, déjalo todo, sube a mi despacho, alguien necesita una opinión sobre…

-Calladito estás más mono, ¿un laberinto?

-Como lo sabes.

-Subo ahora, pero es la última, no mientes mi nombre ni, aunque sea el presidente del gobierno.

-Lo sé, lo sé.

             El teléfono acaba, Galante mira a la mujer, sonríe.

-Ahora sube.

             De nuevo la enigmática sonrisa que no lo es.

13 UN INSIGNE CIRUJANO

-Buenos días, -Luis mira a la mujer, impresionante, no parece que esté enferma, sonríe.

-Dime Galante, ¿qué sucede?, -continua sin dar tiempo a más-, tengo que estar en la unidad en segundos, ¿qué me has quitado?

-Aquí la señora, -señala a la mujer-, tiene una complicación, importante, en el corazón, querría que me dieras tu opinión sobre ello.

– ¿Todas las pruebas?

             Galante asiente.

             Se va al lado de Galante comienza a ver, pasa con el teclado las imágenes, después las del TAC, de la eco, de mil cosas, más de quince minutos, después mira a la mujer.

-Mucho riesgo, supongo que se lo habrán dicho.

             La mujer asiente.

-Lo sé, no me ha salido en dos días, lo importante, su amigo cree que es un mago, ¿podría salvarme?

-No sé, no soy el mago que espera, lo que he visto no me preocupa, lo que realmente me preocupa, es lo que no se ve, los contrastes, las tomografías, las eco, no lo dicen todo, abres y te encuentras algo que no esperas, ese es el momento que nos quita la respiración, que nos mata, cuando todo lo que tenías en la cabeza, cuando toda la estrategia desaparece.

– ¿Que me dice?

-No sé, es un juego, un maldito juego, con lo que veo, complicado, pero si, muchas posibilidades, con lo que no veo…, -la mira a los ojos-, un juego malvado, en el que no se sabe por dónde va a salir.

– ¿Usted qué haría?

             Luis levanta la cabeza, suspira.

-Fácil, es mi opinión, que no se puede transpolar, me quedarían, con lo que he visto, unos meses de vida normal, después languidecer hasta morir, pasando por un período de dependencia de los malos, perdóneme la franqueza, me operaría, no hay atajos, es el camino que queda si no lo hace.

– ¿Me operaria usted?

-No creo, existen mejores que yo en cardiotorácica, mucho mejores.

-El doctor, -señala con la cara a Galante-, me asegura que es el mejor que puedo encontrar.

-Cosas de amigos, -sonríe Luis-, no, hágame caso, pregunte, pida opiniones, yo mismo le puedo facilitar una lista…

-Si le pidiera que me operara usted, ¿qué diría?

-Que se la juega con un cirujano de provincias.

-Pues que así sea, ¿cuándo?

             Luis se queda mirando.

-Ya lo tenía decidido.

             La mujer asiente, no sonríe.

-Sí, son muchos años, genético, imagine si sé del asunto, así que aquí estoy, esperando que me diga que sí, tiene…

             Luis asiente.

-Sí, no es que tenga cojones, si es lo que quiere decir, quiero salvar a los máximos que pueda, solo eso, si le vale, bien, sino, tengo que seguir con la tarea.

– ¿Cuándo?

             Luis mira a Galante que asiente.

-Mi compañero programará la cirugía, será larga, peligrosa, cansina, con mil riesgos, pero nos da una esperanza, supongo que, en poco tiempo, días, -mira de nuevo a Galante.

– ¿Cómo andas estás semana?

-Como siempre, busca un hueco con Mariana, y rápidamente al quirófano.

             La mujer lo mira.

-Dejo mi vida en sus manos.

-Sí, siempre es lo mismo, la cuidaré como si fuera la mía, como siempre.

-No espero menos.

             Luis asiente, se levanta y se marcha.

– ¿Que me dice, doctor?

-Que, si Luis dice que sí, yo voy al infierno.

-Pues nada, vayamos, ¿Cuándo?

-Un par de días, se leer a Luis, no quiere esperar ni un minuto.

-Pues hagámoslo.

14 CAVILACIONES

 

            Luis camina hacia casa, ha dejado el coche en el hospital, ¿Por qué?, no lo sabe, quizás porqué…, ¿Qué más le da?, necesita comunicarse consigo mismo, hoy ha pasado lo que nunca desea un médico, lo irremediable, alguien, padre de alguien, hermano de alguien, hijo de alguien, ha muerto, si, con todos los atenuantes posibles en la cabeza de cualquiera, ochenta y cuatro años, corazón mil veces dañado, mil veces reparado, cuando entró parecía el fin de fiesta, como si lo esperara para decirle, “me toca irme”, paradas, reanimaciones, no milagros, son imposibles, al final, con todo, a pesar de todo, se marcha, se va, al lugar del que nadie vuelve, aunque no pueda asegurarlo; la familia, la cabeza gacha, pero lo miran con comprensión, no hay ira, ni reproches, lo sabían, menos de un diez por ciento, pero era ese diez por ciento, que nunca se cumple, el que esperaban, todo comprensible, todo bien, pero camina solo, sin  mirar la calles, sin sentir el coche que le ha pitado, que se ha acordado de toda su familia con razón, y se para, mira el semáforo, no es cosa de matarse, el muñeco en verde, cruza, mira de nuevo, y como si la hubieran construido hace dos días, la parroquia de san Pelagio Mártir, o como dicen en el norte, San Pelayo, que es el mismo, en latín o en modo reconquista, entra, solo se sienta en uno de los recontados bancos, no es San Hipólito, la iglesia de los reyes, es solo una parroquia de barrio, pero en la que también está dios.

             Mira la imagen de la virgen, suspira, su madre, que olvidada la tiene, no piensa en nada que no sea que se le ha escapado alguien, siempre se escapan, incluso cuando los tienes rodeados, cuando no es nada, y al abrir, te encuentras cualquier cosa, menos lo que esperas, y se va con el que está en la cruz, o con su dios propio, que cada día hay más que no saben de cristos ni de vírgenes, pero que al final, si pueden, pasan por el quirófano para aliviar las penas.

             Piensa en la bella mujer con el nombre extraño, lo ha mirado en internet, un nombre germánico, como casi todos, “Famosa en el combate, mujer ilustre” y sonríe, si, lo parece, pero está rota por dentro, muy rota, mira a la virgen que no lo mira, y le pregunta, sabiendo que no hay respuestas, si la salvará, o solo es un charlatán de pueblo de los de botella milagrosa, y suspira, unas veces es uno, otras el de la botella, y hoy, se siente el de la botella, al que nadie cree, pero que los que no tienen otra esperanza, le compran la mentirosa botella milagrosa.

             El padre que lo mira, que no es su padre, es lo que se dice, como en el chiste, “padre es el que así lo llaman todos, menos sus hijos que lo llaman tito”, pero el que se acerca con la sonrisa es Eusebio, que parece sacado de un libro de la conquista de las Indias, es de allí, de donde los que se fueron se quedaron, y Eusebio ha vuelto, a dar más de lo que recibió.

             Se sienta al lado, habla poco, poco para ser una persona, mucho menos para ser un sacerdote, que tienen que predicar.

– ¿Cómo va la cosa?, San Luis.

-Arrastrándola, Eusebio, que algunas veces la madre, -levanta la cabeza-, me quiere quitar a sus hijos.

– ¿Hoy se ha ido otro?

             Luis asiente con la cabeza.

-Siempre se te irán, es ley de vida, ¿cuentas los que se quedan?

             Luis lo mira y sonríe.

-Que estoy yo para eso.

             El sacerdote calla.

– ¿Cómo andas de dinero?, Eusebio.

-Como de pistolas, -ahí si se le nota el acento de esa Sudamérica olvidada, hermana a la que no se llama ni en nochebuena.

– ¿Cuánto quieres?

-Todo lo que tengas.

-Como siempre, sin bromas, sabes que no tengo demasiado.

-Diez mil, ¿hacen?

-Sois como la mafia, pero, -señala con la cara al cristo-, con un jefe que acojona.

             Eusebio sonríe, le cuesta.

-La cosa está mala, no es mal barrio, pero mucho viejecito que este país olvidó que ayudó a levantarlo, ahora lo levanto yo, -lo mira-, con tu ayuda, y la de cuatro desgraciados más, que sois eso, desgraciados, que os merecéis lo mejor, y venís aquí a pedir el perdón de pecados que se perdonaron hace mil años.

-Seguro que me voy a confesar contigo, sudaca.

             Eusebio sonríe.

-Hace tiempo, mucho, allí en las américas, te hubiera sacado las tripas, ahora me rio, porque sé que lo dices con cariño, allí, aun así, hubieran visto el sol.

-Lo sé, sé cómo venimos aquí, no de donde o como venimos.

             El padre se persigna.

-Reza conmigo, Luis.

-No, padre, me voy con mis fantasmas, que también tienen derecho a comer de mi alma.

             Eusebio lo mira.

-Deja el cheque en la sacristía, aun me fio de ti.

             Luis que se ha levantado lo mira y ríe abiertamente.

-A saber, de que mafia sudamericana eras tú.

-De una que era de todo menos buena, que dios te acompañe, Luis.

-Queda tú con él.

             Mira al Cristo, a su Madre, al sacerdote, a la medio vacía mínima parroquia y sale, la calle no ha cambiado en nada, pero el alma, le pesa un poco menos, mínimamente, pero si, definitivamente menos, respira fuerte y continua caminando, su casa, no queda lejos, nunca lo está, ahora menos.

15 HAY QUE ECHARLE…

-Ya va, ya va…

             Teresa se limpia las manos.

-Es que algunos parece que el tiempo se les escapa de las manos, seguro que es una tontería, si lo es, el expolio que le voy a liar…

             Abre la puerta, a pesar de las advertencias nunca mira por la mirilla.

             Se queda con la boca abierta.

-Hola madre.

             Un momento de silencio, no sabe que decir, mejor dicho, lo sabe, sabe lo que se merece que le diga, pero no quiere decirle.

– ¿Qué haces aquí?

-Quería verte.

             Teresa suspira, quiere llorar, es su niño, el niño perfecto, cariñoso, amable, fuerte, inteligente, y un…

-Dime lo que tengas que decirme, y te largas.

– ¿Puedo entrar?

-Sí, supongo que sí, -se aparta-, creo que conoces el camino.

             Luis asiente, camina por el pasillo, largo como eran antes, el pequeño salón, el sofá de sky, todo limpio, como si lo hubieran sacado de la fábrica, sino fuera porque se le notan las primaveras.

             Teresa se sienta, lo mira.

-Estás chupado, como la aceituna en la boca de los viejos.

-Sí, supongo.

– ¿No comes bien?

-No es eso, ya sabes, no engordo, también que el trabajo…

-Sé que te va bien.

             Luis mira a su madre.

-Ernesto, ese te sigue queriendo como cuando se partía la cara por ti.

-Lo sé, madre.

– ¿Qué quieres?

-Lo que más trabajo te puede costar en la vida, madre.

– ¿Y eso es…?

-Que me perdones.

             Teresa lo mira, su corazón llora como no ha llorado en su vida, pero su cara es de piedra, de la que formó el dolor, la desazón, el desánimo.

– ¿Que tengo que perdonarte?

-Lo de Nieves.

             Lo mira, mueve la cabeza.

-Eso fue tu decisión, tu fallo, no el mío, el dolor si fue el mío, pero ese está ahí, no pasa nada, sigues siendo mi hijo, solo que ha sido mucho tiempo, siquiera para venir a verme.

-Lo sé, madre.

-Ni el entierro de tu padre, al que tanto querías.

             Luis agacha la cabeza, asiente con ella, no se atreve a levantarla.

-Con lo que te quería.

-Y yo a él, madre, era…

-Lo que tú digas, pero se fue solo, sin que su niño lo despidiera.

             Luis llora, como si se le escapara el alma.

-Lo siento madre, no puedo, -se levanta.

             Teresa lo coge del brazo.

– ¿Dónde vas?

-A seguir penando por mis pecados.

-Soy tu madre, quédate.

             Luis la mira, está arrasado en lágrimas.

-No puedo, madre, no puedo.

             Teresa se queda mirando como su hijo se marcha, corre, pero la puerta se ha cerrado, se deja caer en ella y llora desconsoladamente, como si fuera lo último que hacer en una vida que es trabajosamente larga.

16 LOS TRABAJOS DE HÉRCULES

  

 

          Es noche cerrada, apenas un flamenquín en el bar de abajo, que no cocinan mal, pero que el aceite ha hecho dos guerras y mundiales, si lo cambiaran cada decenio estaría bien, pero por lo menos los hacen allí, la Concha, que tiene unas manos increíbles, y un marido rata y pedorro que todo lo estropea con aceite malo, sin cambiar y con un servicio que da pena, pero tampoco la cuenta es como para echarse a llorar, que lo bueno y lo malo del barrio está allí, en el lugar en el que nació el flamenquín que ahora mismo llena de triglicéridos las venas de su cansado cuerpo, que también tiene derecho a morir, como los demás.

             Una vuelta, otra más, TAC, ecos, análisis, mil cosas, las de siempre, las vistas, con diferentes motivos, día tras día, tan iguales, tan diferentes, solo iguales al cien por cien, en que normalmente la vida va en ellas, si se operan, malo, sino se operan…

             Vuelta a la tecla, la anterior, la siguiente, ampliar, ampliar más, mirar, una vez, otra vez, mil estrategias, el reloj del ordenador le dice que son las tres de la mañana, eso no es importante, importante es, que no puede dejar nada al azar, que las imágenes son de alguien que necesita que lo salven, algo genético, malvado, desde siempre, dos veces operada, pero sin sanación, arrastra la vida, es lo que ha hecho la bella de extraño nombre, se merece que la vida sea algo más que penar, que arrastrarla, y es difícil, tanto que mil veces está a punto de dejar que otro…, no, no puede, no debe; él, quizás…, es un prepotente, se cree dios, mira a la luz del viejo flexo, de los de bombilla, de los que le ayudaron con la anatomía, con los libros que tenía que entrarse en la cabeza, y sabe que el de arriba, que lo odia, pero que le dio las manos y el entendimiento espera de él, que pague una factura tan grande que nunca podrá solventar, pero que línea a línea…, y la que tiene delante es una que es difícil de corregir, de llenar de algo con sustancia, está como cogida con alfileres, un  solo movimiento que no sea necesario…

             Se echa hacia atrás, mira al techo invisible, sucio, sin pintar, que no conoce un fregado en profundidad, desde…, y sonríe, lo tiene, o cree tenerlo, si, nueva sonrisa, eso es, complicado, una locura, nadie se atrevería, ¿está seguro?, no, pero sabe que puede, se lo ha preguntado a su cabeza, a la que le ha ayudado siempre, y le ha respondido, “¿tú estás tonto?, pues claro”, eso le vale, cierra los ojos un milisegundo, quizás menos, y duerme, el ordenador continúa encendido, la luz del flexo se esparce sobre las teclas, pero el que estaba mirándolos ya solo descansa, solo un poco, no tiene derecho, eso les diría si le preguntaran, pero duerme, no por él, sino porque su cabeza, sus manos, no fallan, no pueden fallar.

17 SUERTE, MAESTRO

Luis se lava en profundidad, como ha hecho miles de veces, movimientos precisos, concisos, sin nada que sea inútil, que no sea necesario; el equipo está preparado, mascarilla, el estómago en su sitio, una barrita energética, una bebida mínima con sales y compuestos necesario, no quiere, no necesita tener que ir al cuarto de baño, cuando la vida de una persona está pendiente de que le dé un pespunte, como decía su madre, que lo llamaba la costurera, porque cosía mejor que ella, cuando lo veía suturar con una sola mano, sonríe, pero al momento la sonrisa desaparece, es la chica, la de nombre extraño, además con público, que todos quieren ver como mete la pata, que es andaluz, que en su tierra no se falla, se mete la pata, y él puede fallar en cualquier cosa, pero en la vida de alguien, que apuesten a que no, su cabeza está llena de movimientos, de posibles fallas, de cosas ocultas que las máquinas han escondido con maldad o porque no dan más, pero mil opciones están en su cabeza, y sabe que, como en los combates, que la estrategia, lo mil veces pensado, desaparece cuando te pegan el primer puñetazo.

             Mira a Márquez, que lo mira a él, asiente con la cabeza.

             Entran en el quirófano.

-Buenas tardes, -mira a todos y a cada uno de los que componen su equipo, Barbas, su anestesista, Olivo, el ayudante del anestesista, su ayudante quirúrgico, Márquez, su ayudante de enfermería, las demás de apoyo, suspira-, esta tarde, vamos a tener una operación difícil, espero de todos y cada uno de vosotros, que como siempre, estéis a la altura de la situación, de que, -mira al cuerpo blanco abierto-, esta persona confía en que no solo salvemos su vida, sino que le devolvamos la vida que la naturaleza no le quiso regalar.

             Mira al anestesista, asiente, este le devuelve el movimiento, comienzan los juegos.

             Una sinfonía, aderezada por una cantata de Bach, de poco volumen, pero que ayuda a que te relajes sin que pierdas la concentración, el bisturí abre la blanca piel, nívea, y hace que surja el rojo de la carne, de la sangre, succión, limpieza, olor a quemado, a cera, todo se tiene que tapar, que no sangre, no es por ahorrar en el esencial fluido, es mantener las tensiones, que el cuerpo no se entere, o que se entere lo mínimo posible, de que se la está jugando por todo y a todo…, Bach continua, las pinzas como en un ballet, le son entregadas, las devuelve, desaparecen y aparecen las precisas, los ojos que miran a través de la máquina, separa la cara, le limpian la frente, la temperatura es perfecta, la situación no, cansa, quema, sudas, no es bueno, se limpia, sigues, venas, arterias, músculos, al final, el gran protagonista, cansado, triste lleno de algo que no tendría que tener, y lo reta, más pinzas, más cortes, micro cortes, ni el mejor robot podría hacerlo, son miles, muchos miles, precisos, marcados, abriendo, cerrando, uniendo, separando, succión, menos sangre, sigue, uno nuevo, otro corte, introducir lo grande en lo pequeño, magia, no es magia, son miles de años, de sufrimientos, de entrenamientos, e imposiblemente entra, lo que sobra desaparece, pero a pesar de todo, todo se opone, nada es fácil, hay que arrancarlo con fuerza, pero con más precisión, y sigues, continuas, “tensión baja”, oye a su oído, es Márquez, que está más pendiente de los aparatos que él, que no le hace falta mirarlos, lo sabe, el cuerpo reacciona, sabe cuándo abrió como estaba, ahora a cada minuto sabe cómo cambia, como sabe que ahora mismo le quedan un par de minutos antes de que entre en parada, demasiado débil para la reanimación, colapsaría, dos minutos, menos, uno, dos, mil movimientos, mil cortes, mil uniones, hilo de araña que entra en la carne, que une, que cose, no se ve, pero une, sana, sobra tiempo, un segundo de descanso, poder respirar, “tensión bien”, oye a su lado, lo sabe, no es necesario que se lo diga, pero si es bueno saberlo, Bach continua, tranquilo, sosegado, a estas horas sabe que vendría mejor algo de órgano, pero la cantata está bien, todo está bien, mira el reloj de tiempo, ha estado siempre ahí, siempre lo está, siempre, pero lo acaba de ver ahora, son seis horas quince minutos, doce segundos, trece, catorce…, sonríe, ha ganado, de momento ha ganado, pero no puede mas.

– Doctor Márquez, ¿puedes?

-Claro, Doctor Monforte, perfecto, todo perfecto.

-Eso espero, ¿te puedo dejar solo?

-Sabes que sí, ¿así estás?

-Sí, así estoy, pero hemos llegado, confío en ti.

-Dos horas AM, veinte minutos, sale de la habitación el cirujano jefe, doctor Luis Monforte, nuevo Cirujano Jefe, Doctor Laureano Márquez.

18 DESPUÉS DE LA FAENA

Sale del quirófano, se deja caer en el suelo, apoyado en la pared, el corazón se le sale por la boca, falta de líquidos, la tensión que sube, por suerte, después de que todo haya terminado, suspira, tiene ganas de llorar, pero hoy, ha ganado él, que le den a la que ronda los quirófanos, que siempre se lleva a alguien en la boca, hoy no, mira la entrada, se quita el estúpido pañuelo, pero lo guarda, se lo regaló…, y suspira.

-Monforte, levante.

             Es el Director del hospital.

-Sí, ¿qué quiere?, Maestre.

-Felicitarlo, y quitarlo de esa postura que no es la de alguien que ha firmado quizás la mejor operación que he visto.

-Suerte, Jefe, suerte.

-Pues el corrillo completo, -lo mira-, tiene cara de muerto, ¿ha comido algo?

-No lo recuerdo.

-Eso es que no, vamos a la cafetería.

-Prefiero dormir, estoy roto.

             El hombre lo mira.

-Ha conseguido que me quite horas de sueño, felicidades.

-Déselas a la pobre que ha salido del laberinto…, aunque todavía…

-No sea agorero, todas las papeletas para que…, por cierto, ¿sabe a quién ha operado?

-A una chica que no merecía la vida que le ha dado un corazón defectuoso.

             El hombre sonríe.

-En eso tiene razón, ¿más operaciones?

             Luis asiente.

-Pues descanse hombre, que se va a buscar lo que no tiene, y usted a lo mejor puede permitírselo, el hospital, no…, ¿o no fue eso en lo que quedamos?

             Luis asiente.

-No se preocupe, el helipuerto parecerá una fiesta de las de botellón.

-No espero menos, pero descanse, los muertos no operan.

-De momento no, pero llegará el día.

-Qué sentido del humor tan negro, Monforte, vaya, vaya.

             Luis se levanta, va a la habitación de descanso, las de las guardias, mira el reloj, le quedan dos horas, casi tres, se echa en la cama, se queda dormido inmediatamente.

-Márquez…

             Laureano se da la vuelta, es Rondel, de administración.

-Dime, ¿qué quieres?, nada bueno, seguro.

– ¿Dónde está Monforte?

-Descansando, que la operación ha sido de la leche.

-Ya me he enterado, -y saca una carpeta-, pero me tiene que firmar esto, que me volvió loco pidiendo lo que le dio la gana, de lo mejor, de lo más caro…

-Pues gracias a eso, la chica ha salido viva, que le ha colocado de todo, que bestia, -Márquez sonríe-, la leche, que artista.

-Pues toma, -le da la carpeta-, que lo firme todo, que es una pasta.

– ¿Que va a pagar la que hemos operado, o Luis?

-No me jodas, la que habéis salvado.

-Entonces, ¿por qué tanta prisa?

-Yo no entiendo de rajar a nadie, pero tú no sabes cómo se gestiona este cabrón, -y con la cabeza señala todo el hospital-, así que a firmar.

– ¿No puedo yo?

– ¿Tu lo pediste?

             Márquez niega con la cabeza.

-Pues eso, ahí te quedas, y enhorabuena.

             Márquez ve como se aleja y ojea la carpeta, llena de pedidos, de aparatos de la máxima calidad, japoneses, americanos, alemanes, españoles, lo mejor de lo mejor, ¿Cómo lo sabía?, se encoge de hombros, esa es la diferencia, él lo imagina, Luis lo sabe, que cabrón, y sonríe.

19 MOCEDADES

– ¿Te puedo coger de la mano?

– ¿Qué quieres que se me pegue lo que tienes?

-Que borde eres, Nieves.

-Claro que sí, no seas tonto, que llevamos saliendo por lo menos un mes.

-Sí, ya sabes, otros, a estas alturas…

-Sí, pero a mí no se me pesca en barril, soy de altura.

-Sí, te saco dos cabezas, pero si, eres de alturas, de bajuras más bien.

-Que gracioso el mecánico, que gracioso.

             Se acerca e intenta besarla en la cara, pero Nieves gira la cabeza, lo besa en la boca, le coge la cabeza con las manos, y no lo deja ni respirar, cuando no puede más, lo suelta.

-Eso si es un beso, capullo, ¿qué te crees, que no tengo ganas de todo?

-Madre mía, que pedazo de beso, te comía…

-Lo sé, pero paciencia, mucho amor, adorarme, hacer lo que te pida, ser en definitiva mi esclavo, y al final…

– ¿Qué?, Nieves, ¿qué?

-Gilipollas, que tengo más ganas que tú, pero a mí me rompe quien se deja el alma por mí.

-Ya la perdí hace tiempo, me tienes loco.

-Ya lo estabas, pero me vale, ¿sigues con Papá Ernesto en el taller?, -le coge de las manos-, cuanta mierda.

-Sí, se nota, las manos llenas de dedos, los dedos llenos de uñas y las uñas…

-Llenas de mierda, que puerco eres.

-No, Nieves, que no sale, me pongo guantes, pero no, siempre pillo.

-Mi medicucho mecánico, por supuesto, sabes, que, si miras a alguna que no sea yo, te vas a matar a pajas, para siempre.

-Solo existes tú.

-Sí, y que, en medicina, hay más mujeres que hombres.

-No había caído, ahora que lo dices…

-Qué poca vergüenza tienes.

– ¿Otro besito?

-Hoy te la pelas, que te veo muy cargado.

             Luis la mira, es su ideal, sonríe.

– ¿A que estoy buena?

-Como el caramelo, eres lo mejor de mi vida.

-Eso, sigue, sigue, no te vas a comer nada, pero sigue, que me gusta.

             Luis sonríe, es el sol que ilumina sus días, incluidos los de taller, que son todos, los de estudiar que también lo son, los cansinos, los cansados, los tristes, es el sol que ilumina todos.

20 HERMANOS

-Medicucho, me han dicho que estabas con una pava que estaba de buena…

             Luis mira a Ernesto, su hermano, un amasijo de músculos.

-Cuando termine de colocar el palier, te voy a dar hostias como panes.

-Ya, tú, ¿y cuantos más?, ¿es en serio?

-Como un luto, capullo, para hablar de ella, tienes que lavarte la boca.

-Padre, padre, -grita Ernesto-, ven.

             Aparece el viejo Ernesto, tan fuerte como Ernesto hijo, pero más cansado, más quemado, más gris.

-El niño, el medicucho, el medio aborto, que se ha ennoviado.

             Ernesto padre se acerca, no se coloca debajo del elevador, malas experiencias que siempre las hay.

– ¿Que Luis, te ha llegado la hora?

-Espera que termine con el palier.

-No seas capullo, que, si es así, me alegro.

-Sí, Papá, sí, pero han aguantado demasiado esto, su puñetera madre, -se oye un gemido de fuerza-, el hijo de puta entró.

– ¿Quién es?

-Si padre, que delante de Tito poco pito, te lo voy a decir, que se está cachondeando hasta que le dé un infarto y lo deje tirado, para que boquee hasta que la palme.

             Ernesto hijo se acerca.

-No seas capullo, que me alegro, yo ya tengo novia, creía que tenías retraso, o que eras maricón, lo último más bien, pero si levantas, aunque sea un poquito, me alegro, ¿le pasa algo, oligofrénica, retrasada, no está entera, minusvalía completa?

             Luis lo mira.

-El día que te tenga en la mesa de operaciones, rajaré y me mearé dentro, aunque no vuelva a operar más.

-Nene, -le dice Ernesto padre a su hijo-, si te metes más con Luichi, -le jode que lo llamen así-, te pego una hostia, que hay que coger el todo terreno para ir a buscarte, dime si se mete contigo, que lo capo, y ahora, ¿quién es la niña?

-Nieves, -parece que ha soltado un riñón.

– ¿Que hace, estudia, trabaja?

-Está en primero de enfermería.

-Eso es bueno, -interviene Ernesto hijo-, alguien en la familia que pueda curarnos.

             Luis mueve la cabeza.

-Padre, coge el móvil, tráemelo.

             Ernesto padre hace lo que le ha pedido Luis, que se quita el guante, lo desbloquea y busca, después le enseña una foto.

-Coño, que tía más guapa, -suelta sorprendido Ernesto hijo-, que no sepa que estás medio gilipollas, que no la mereces.

-Eso es seguro, Ernestito, seguro.

-Me alegro, -le dice al final su hermano-, tanto estudiar, tanta paja, es mala.

-Que capullo eres.

-Déjalo Ernesto, sí que es guapa, y además si es simpática, ten cuidado, tu no vales nada.

-Padre, yo soy tu hijo.

-Supongo que sí, es broma, tráela, quiero conocerla.

-Sí, para que tenga que matar a mi hermano.

-Y la alegría a madre, ¿cuánto lleváis?

-Va para el año, padre.

-Que callado se lo tenía el capullo, papá, ves cómo es tonto perdido, pero solo lo parece, realmente, es subnormal.

-Tráela, que yo le pongo las pilas al jamelgo de tu hermano.

-Lo que tú digas, Papá.

21 DOMINGO

             Es domingo, el domingo, Nieves lo mira.

-Si te mato, ¿tengo que entrar?

-Mi gente no va a llamar a la policía por mí, no te preocupes, mátame, me muero con naturalidad, que para mí tampoco es algo de gusto.

– ¿No quieres presentarme a tus padres?

-No es eso, lo sabes, voy en serio, pero el cabrito de mi hermano, la penca de mi hermana, ¿qué quieres que te diga?

-Eso, tu ponme el cuerpo mejor.

             Luis mira el piso de protección oficial, ya los están mirando, el viejo Roncero, sonríe con el cigarro en la mano y la otra libre con la que medio saluda.

-Ya estamos en los periódicos, el de arriba de mis padres, cotilla como los de la Gestapo.

-Sí, siempre es así, ¿le echamos valor?

-Te recuerdo que somos pobres.

-Lo sé, lo sé, me lo recuerdas cada vez que salimos, que te gastas menos que un chupe de plomo.

             Luis la besa en la boca fugazmente.

-Gilipollas, -le suelta Nieves-, que nos vean, lo arreglamos todo.

-Tengo miedo, ama Nieves, imita a los negros de las antiguas películas, necesito alcalinas.

             Nieves sonríe, lo coge del brazo.

– ¿Y sin ascensor?

-Como debe de ser, ¿tú te has fijado en las cachas que tengo?

-Ya, debe de ser eso, -suspira fuerte, toman las escaleras.

             La puerta, el ultimo bastión que queda entre ellos y una nueva forma de que la vida los vea, a través de los ojos de la familia Monforte.

             Luis va a tocar al timbre, pero misteriosamente, mágicamente, la que mira a través de la mirilla, abre.

-Ay dios mío, qué cosa más guapa.

             Nieves mira a la mujer menuda, mayor, pero que aún es guapa.

– ¿Tu eres Nieves?

-Si señora.

– ¿Señora?, quita eso, Teresa, la madre del penco que tienes detrás, que no veas la cabeza que tiene, para echarlo, que dolor madre mía, pero ahora, muchos años después, me alegro, pero, pasa, pasa.

             Una casa pobre de solemnidad, visillos, sofá de sky, salón con adornos decimonónicos, que rodean el centro de todo, la televisión, solo eso, y un Split que será la alegría de los calurosos veranos.

             Un tipo enorme, tan alto como Luis, pero como si estuviera inflado, que se le acerca.

– ¿Cómo te juntas con el perro de mi hermano?

-Nieves este es…

-Lo, se, lo sé, Ernesto, la bestia.

             Ernesto sonríe.

-Me caes bien, eres guapa, creía que subnormal por estar con Luis, pero parece que te funciona el coco, a ver si lo arreglas, yo le he dado como a las televisiones viejas, pero no, a golpes no se arregla.

             Un señor mayor, es medio Luis, más Ernesto, más el hermano, la mira, sus ojos si son los de Luis, suspira.

-Has tardado, Luichi, pero merece la pena, soy Ernesto, el original, la copia, -señala con la cara a Ernesto-, es ese, bienvenida a la humilde casa de los Monforte, falta la chica, se fue, vendrá cuando le dé la gana, no le hagas cuenta, siéntate, preciosa, y cuéntanos, cuéntanos…

             Es domingo por la tarde, han quedado en el centro, está cansado, mañana es lunes, un lamentable lunes, que…, la ve llegar, sonríe, se le acerca, lo besa en la boca.

– ¿Qué es tan bueno?, Nieves.

             La chica levanta un brazo, mueve la mano, en ella una llave con un adorno grande.

– ¿Qué es eso?

-La llave del hotel que tenemos detrás.

             Luis no puede tragar.

– ¿Qué quieres decir?

-Que tengas cuidado, que es la primera vez, pero que tengo más ganas que tú, no sé cómo te controlas, esta noche, reviéntame, que sino pensaré que…

             Luis la besa, no tiene conciencia de lo que pasa hasta que llega a la habitación, lo que sucede en ella si se ha quedado grabado para toda la vida, muchas horas después sonríe, mientras Nieves, destrozada, ronca como un bicho en su oído, el mejor sonido del mundo.

22 SIN VISITAS

– ¿Cómo está mi enferma favorita?

             Guiomar mira al simpático médico.

-Supongo que bien, ¿me va a estudiar?, y mira a los dos médicos que lo acompañan.

-No, ya sabe, médicos también, terminando de prepararlos para que el mundo se los coma.

             Un amago de sonrisa, que no lo es, quiere parecerlo, solo eso.

             El médico mira y mira en la Tablet.

-Todo perfecto, ¿y de ánimo?

-Estoy acostumbrada a las vicisitudes, otra más no me tumbará, por lo menos moralmente, físicamente, ya me ve, postrada en la cama, después de una difícil operación, en la que el médico que la hizo, ni se molesta en saber…

             Galante levanta la mano.

-Está equivocada, Luis, quiero decir, el doctor Monforte, me pide, mejor dicho, me obliga a que le pase un parte diario sobre su salud.

-Como a todos sus enfermos, supongo.

-Supone mal, solo de usted, y de una niña de doce años, con más complicaciones que las suyas.

-No ofenda mi inteligencia, Galante.

             El doctor mira a la enfermera, esta asiente, toma el móvil.

– ¿Estás vivo?

-Cinco minutos.

-Espérame.

             La enfermera la coloca en una silla de ruedas.

– ¿Dónde vamos?

-A ver al ínclito doctor, entre carnicería y carnicería.

             Entran, Guiomar ve como el doctor sonríe, tiene el estúpido gorro de los cirujanos, se acerca a ella, huele a tabaco, y sin vergüenza ninguna, le toma la cara, la pellizca, le tira de los parpados, la palpa como si fuera una fruta, después le coge las manos, las mira, después a Galante.

-No me mientes, si, está muy bien, -después la mira a ella-, bella Guiomar, ¿estás tan bien como pareces?

             Ahora si sonríe, asiente con la cabeza.

-Me tenías preocupado.

– ¿Tan mal estaba, Doctor Monforte?

-No me gusta engañar, solo hemos tenido suerte, solo eso.

– ¿Liado?

-Como la cabeza de una loca, pero salió bien, he estado en tu habitación, no la había visto nunca, me la he pedido para vivir, Guiomar, y me han mandado a la mierda, ¿cuánto cuesta?

-Eso solo lo saben los que lo pagan, ¿lo vas a pagar tú?

-No puedo, enferma pastosa, no puedo, pero me alegro, -le toca la mejilla-, calor, en esta blanca piel, calor, que bien se siente, me alegro, sigue con tu vida, espero haberte ayudado, pero dalas al que las merece.

– ¿A quién, había alguien más en el quirófano?

             Luis asiente.

– ¿Quién?, -sonríe con prepotencia Guiomar.

-Dios, querida, ese dios omnipresente, que algunas veces se comporta como un niño mal criado, otras como un hijo de puta, pero a ti te quiere, vive, preciosa, que merezca la pena tu vida.

             Guiomar mira al médico, intenta descifrarlo, pero no lo entiende.

-Me voy a fumar, queridos, que yo también tengo derecho a un enfisema pulmonar, a una enfermedad coronaria crónica, quiero bypass, válvulas, eso sí, de las mejores, -sonríe-, vive, preciosa, vive.

             Luis sale.

– ¿Quién es la persona detrás de esa ropa azul?

-La mejor persona del mundo.

– ¿Estás enamorado de él, Doctor Galante?

-Hasta los tuétanos, pero más lo quiero como amigo, pagaría por estar a su lado, solo con eso me levanto con ganas de venir todos los días a este pudridero, donde la vida y la muerte, se juegan a los dados, el alma de los desgraciados.

-Que profundo, -comenta con sorna.

-Sí, ladra como una perra, pero ese hueso no es para ti.

             Guiomar se queda blanca, ¿quién es el medicucho para decirle…?, se calla, y piensa que el hueso es para el que lucha por él.

23 HABLAR CON EL SUEGRO

-Mi nuera más guapa con diferencia, -Ernesto sonríe al ver llegar a Nieves.

             Esta se acerca y le da dos besos.

– ¿Cómo estás?, Ernesto.

-Cada día me hace más viejo, a ti más bonita.

-Ya sé de donde sale el zalamero de tu hijo.

-Sí, supongo, pero ya sabes, la mezcla con la madre, que es mas seria, ¿que quieres que te diga, ha perdido mucho, que vas a tomar?

-Churros, chocolate, mucho de todo.

-Y no engordas, puñetera, que metabolismo, yo, -se toca la barriga-, cada vez más, eso es de cuando como menos, que crece.

-Lo que tú digas, -sonríe Nieves-, seguro que es eso.

– ¿De que querías hablarme, que no puede estar mi Luichi?

-No le digas eso, le enfada machismo.

– ¿Por qué te crees que se lo digo?

-Lo sé, pero, ya lo conoces, te adora, lo que tú digas…

-Ya será menos.

-No, -niega con la cabeza, han traído el chocolate, le mete mano, arde.

-Tienes el gaznate de lata, como mi mujer.

-Es que así está más bueno.

-Larga, deja de comer y larga, que al final eres una bruja, cien veces más lista que Luis, gracias a dios.

             Nieves sonríe.

– ¿Sabes que estoy trabajando en el hospital?

-Sí, eres una monstrua, la única.

-Sí, y los enchufes, el caso, es que gano algo más que el interprofesional, que no es mucho, así que me gustaría proponerte un trato.

-Larga, que te temo.

-Te doy la mitad, y sacas a Luis del taller.

             Ernesto la mira, le ha cambiado la cara.

-No te enfades, sabes que quiero a tu hijo con locura, lo que tú no sabes, es que es de los primeros, pero sin tocar un libro casi, faltando a las prácticas, escapando de algunas clases; que no esté conmigo, me jode, pero me da igual, lo que quiero es que sea el número uno, puede, seguro, pero así no, quiero que sea el mejor, el cirujano que, por solo rozarte con el bisturí, te cueste un riñón.

             Ernesto está triste.

-No, no sabía, creía que no daba más, que es una carrera súper difícil, que lo estaba haciendo bien.

– ¿No sabes que por las noches lo tiene que echar el hermano del taller, que duerme en cualquier sitio?

-No, no lo sabía, creía…, seguro que tienes razón, seguro.

– ¿Me aceptas el trato?

             Ernesto niega con la cabeza.

-No, cariño, no, yo tengo cojones, su hermano el cuerpo nuevo, así que levantaremos esto, sin él, si mi Luis, confío en ti, en lo que me has dicho, si vale tanto, no me pondré en medio como el tieso que soy, saldremos adelante.

-Sabes que si necesitas…

-Tu, tu dinero, yo, mis trampas, -intenta sonreír-, ahora me marcho, tengo faena.

– ¿Te he molestado?

             Ernesto la coge de la mano.

-Eres lo mejor que le ha podido pasar al inocente de mi hijo, sigue con él, aguántalo, que algunas veces, parece tonto.

-No, peor aún, buena gente.

             Ernesto asiente, sonríe con pena, y sale para el taller.

24 LAS MANOS

Luis está debajo de un todo terreno, colocando la caja de cambios, Ernesto a su lado, entre los dos, que tienen fuerza, les cuesta trabajo, pero al momento oye los taladros de apriete, ya está en su sitio.

-Luis, ven a la oficina.

-Espera que termine con Ernesto.

-No, ahora mismo.

             Luis se encoge de hombros mirando a su hermano.

-Corre, gilipollas, que el jefe te hostia.

             Entra en la oficina.

-Cierra la puerta.

– ¿Qué quieres?, padre.

-Quítate los guantes, enséñame las manos.

             Luis lo hace, el padre mira unas manos casi sin uñas, sucias, callos por todos lados, un dedo esta chafado, le falta la uña completa, en el dorso de una de ellas una quemadura sin sanar, respira hondo, si, Nieves tiene razón.

– ¿Cómo tienes las manos?

-Bien, se curan solas, la genética, padre.

– ¿Y cuándo estudias?

-Siempre encuentro algún momento, -sonríe.

-Eres gilipollas.

             Luis se queda en blanco, preguntándose qué quiere decir su padre.

-Quiero que seas médico, pero no uno cualquiera, el mejor, el más grande, que digan, ¿el Monforte?, ese es la hostia; hoy me han dicho, que, si tuvieras tiempo, serías el número uno.

             Luis sigue mirándolo no sabe que decir, pero se da cuenta.

– ¿Nieves?

-Como te quiere esa mujer, me daba el sueldo para que no trabajaras, para que estudiaras, -le coge las manos-, estas manos que salvaran miles de vidas, no pueden estar quemadas, machacadas, sin uñas, -mueve la cabeza-, no, Luis, no volverás a trabajar aquí, no, pero con una promesa.

– ¿Cuál padre?, pero que no me importa seguir, me gusta.

– ¿Más que ser médico?

             Luis agacha la cabeza.

-La promesa, es que seas el número uno, y otra promesa más.

-Pide, padre.

-No permitas que Nieves te deje, es difícil que encuentres a alguien que te quiera más que ella.

-Eso sí que lo sé, padre.

-Deja a tu hermano con la caja de cambios, ya le ayudo yo, ¿si te dejo libre, puedes estudiar?

             Luis asiente con la cabeza.

-Ya sabes, el número uno.

             Vuelve a asentir.

             Sale de la oficina, su hermano echado en la columna de un elevador.

-Padre me lo contó, me pidió que te ayudara, lo tienes, con dos condiciones.

-Otro más, no me jodas, pero suéltalas.

-Número uno.

-De acuerdo.

-Y si me va mal, que me ayudes.

-Siempre, aunque me sigas cayendo tan mal como ahora.

             Ernesto se le abraza, casi no puede respirar.

-Eres un gilipollas, pero mi hermano, te quiero ver arriba del todo.

             Luis llora.

-Y como llores, te comes dos hostias, que no vas a poder masticar con los dientes que han salido disparados.

             Sonríe, lo mira.

-Que bulto con ojos, Ernesto.

-Sí, lo eres, pero te he tomado cariño.

25 Y Tú, ¿de Quién Eres?

– ¿Cómo se encuentra hoy?

-Supongo que mejor, Ambrosio, quizás pueda ser, que, de alguna forma, todo mejore.

             Lo que es la sonrisa en Ambrosio, la de un lobo disecado.

-No sabe cómo me alegro, su padre…

-Ahora no es el momento, de hablar del gran Pelayo.

-No señora, lo que usted diga.

             Ambrosio se acerca a ella, le entrega una carpeta.

-En papel como usted quería.

-Sí, el papel arde, se va, lo informático se queda para siempre, por lo menos en la duda de su destrucción.

-Si me permite, le envié el dosier, enorme, -nuevo intento de sonrisa-, del Doctor Monforte, creo que era bastante exhaustivo.

-Lo era, sin duda, este como has podido comprobar, es más pedestre, no es sobre la estatua, sino sobre el hombre que sirvió de modelo.

             Ambrosio, cree que lo ha pillado, pero por si acaso responde como siempre.

-Creo que así lo han hecho, lo he pedido.

-Lo sé, siempre confío en ti, eso es bueno…

-Pero también malo, señora, lo sé.

             Se calla y mira a los ventanales de la habitación de hospital que parece más bien un ático, pero de los de clase, flores, humidificadores, una televisión increíble, portátil, aparatos por todos lados, pero de los colores que hagan juego con el color de los muebles, y lo mejor, ventanales, que dejan ver la ciudad, por la noche deben de ser increíbles.

             Un tiempo después, ha perdido la noción del mismo, Guiomar levanta la cabeza.

-Sí, está bien, pero no es exhaustivo, quedan lagunas, muchas lagunas, ¿piensas rellenarlas o dejarlas para que criemos patos, y muchos?

             Durante unos segundos le dan ganas de pegarle dos tiros, ¿Dónde está la niña con la que jugaba mil años atrás, supone que dentro, pero… y la mira esperando que le suelte algo más mordaz, con más inquina, con más mala leche, pobre del desgraciado del que ha pedido los informes, es del cirujano que parece que le ha devuelto la vida, pobre hombre, ¿Qué habrá hecho?, ¿se habrá pasado con ella?, suspira, levemente, que no se note, después escucha sin escuchar, antes de que pronuncie las palabras, sabe lo que quiere, asiente de nuevo, después sale, se va a la máquina de vending y saca un café de los apretados, tan apretados como los tornillos de un submarino, que al final no es nada, deambula hasta la cafetería, tampoco es tanto, sale a la calle, más calles, un café viejo en una calle vieja de viviendas de protección oficial, de las que ya no se hacen, de las que se caían, pero mientras no lo hicieran, protegían del miserable clima a los miserables.

             Huele a rancio, la higiene no es algo fundamental, la cafetera tipo italiano, tiene holguras por todos lados, le sirven el café, es un vaso pequeño como si se quisieran cachondear de él, malditos andaluces, piensa, se bebe el café, de un trago, él es del norte, duro como una piedra, siente el rajar, el sabor, la patada en la cabeza, sonríe, que bueno está, duro como levantar piedras cuando nieva, como las jornadas segando, pero los ojos se te abren, quizás hasta el que no debe, te despabila o te mata, mira al viejo.

-Coño, viejo, que bueno esta esto.

             El viejo lo mira, con la mirada de “me importas una mierda”, tan del lugar.

-Torrefacto, al que no le guste, -señala la puerta-, a tomar por el culo, que así los hacía mi abuela en la guerra, mejor dicho, tras ella, que antes era achicoria, ¿qué va a ser?, ¿enseñarle la puerta y a tomar…?

             Ambrosio niega con la cabeza.

-No, otro, más apretado, que me reviente por dentro, y algo de alcohol, que tenga más de cien, que queme los dedos, ¿hay de eso por aquí?

             El viejo sonríe.

-Así me gusta, la gente con los cojones granados, nene, va la siguiente, un sol y sombra de los de tomar sujetando el vaso con las dos manos.

             Ambrosio sonríe, todo lo que puede, apenas una mueca, si Guiomar lo viera, se sorprendería, pero bebe el pequeño vaso.

-Hostia, que bueno.

-De los hechos en casa, el registro sanitario para el cornudo de sus padres.

-Como tiene que ser, otro, -y señala el vaso.

-Sí, extranjero, me caes bien, eso es suerte, sino estarías…

             Ambrosio señala la puerta.

-A tomar por el culo.

             El viejo sonríe, ahora el vaso del sol y sombra es más grande.

26 MI POBRE HERMANO

– ¿Qué me respondes?, -Inma sonríe, le coge de las manos.

-No puedo, mi hermano…

             La cara de la mujer cambia.

– ¿Qué le pasa ahora al gilipollas de tu hermano?, tienes la oportunidad, un taller nuevo, mi padre te pone la pasta, y a ganar dineros, nos casamos, muchos hijos, y la tranquilidad, Ernesto.

             Ernesto la mira a los ojos.

-Sabes que me tienes loco…

-Lo sé, me duele abajo todos los días, ¿qué mejor termómetro que el chichi?

-Que cochina eres, -sonríe Ernesto-, pero Luis tiene que terminar medicina, como sea, va a dejar el taller, le he prometido a mi padre…

             Inma le suelta las manos, lo mira con furia.

-Con todo lo grande que eres y pareces subnormal, tu hermanito, tiene novia, que lo pague ella.

-Es lo que ha querido Nieves.

-Es una puta, ¿seguro que lo hubiera hecho si lo hubierais querido?

-Sí, te aseguro que sí.

– ¿Que es?, ¿qué te gusta la puta de la Nieves?

-No es eso, es mi hermano.

– ¿También vas comprarle condones a la puta de tu hermana?

-A Sita, ni mentarla, que con todo lo que te quiero te reviento la cara.

             Inma sabe que se ha equivocado, de momento con los cojones no le gana, llora.

-No me quieres.

-Si te quiero, está en cuarto, le quedan dos años, después, -le levanta la cara-, un futuro memorable, mientras te sigo rompiendo el chichi.

             Inma sonríe, después niega con la cabeza.

-Ahora será tu hermano, después tu hermana, después…, -sonrisa triste-, cualquier gilipollas, has nacido tonto, eso no lo cambia nadie como no sea fundiéndote de nuevo, y yo no estoy por la labor, quiero vivir una buena vida, quizás se me muera el chichi, pero me da igual, Ernesto, metete a cura, que te den por la trasera, hemos terminado.

             Ernesto la mira, fijamente.

– ¿No tienes nada que decir?

-No, tu, tu camino, yo, el mío.

– ¿Que esperabas, que me muriera enterraíta en mierda, en grasa, contigo?

             Ernesto niega con la cabeza.

-No, ya me lo dijo mi madre, esa no es buena, -Ernesto sonríe-, es lista, mi madre es lista, y además tienes dinero, que han permitido que te malcríen, soy un puto Monforte, gilipollas como pocos, pero mis hermanos son de mi sangre, -se recorre el brazo-, la que recorre mis venas, eso sí es importante, que tú te vayas, cuando sabía que te irías, eso no es importante.

             Una bofetada, suena como una pedrada en una chapa, el bar se para, Ernesto sonríe.

– ¿A que estoy duro?, solo se pondrá colorada, la cara, y poco, así que, buena suerte, Inmaculada, encuentra un gilipollas que haga lo que tú quieras, aquí hay demasiados huevos como para querer aplastarlos.

             Inma mira cómo se va, lo quiere con locura, la lleva al cielo, la hace reír, pero es un desgraciado, un muerto de hambre, un miserias, levanta la mano y encarga otro pastelillo de crema, que allí están soberbios.

27 LA BELLA CANDELA

– ¿Cómo van las cosas?, cosita linda.

             Candela sonríe, está enamorada del doctor, que la mira como nadie la ha mirado, es un ángel, no, un súper hombre, tiene que curarse, que criarse bien, tiene que conquistarlo.

-Bien, doctor Monforte.

             Le toca la cara, le aprieta las manos.

-Ya he visto la revista ilustrada de Candela, te lo he visto todo.

             Candela se ruboriza.

-Quiero decir los TACS, no seas cochina.

             La madre sonríe, que diga lo que quiera, ha salvado a su niña, es dios en la tierra.

-Estoy bien.

-Como lo que eres, una cosita linda, que merece llegar a ser la flor más bonita.

             Más rubor en las mejillas, se gira.

– ¿Qué me dices?, Galante.

-Todo bien, control a tope, -responde-, es Candela, la mujer maravilla.

             Aún más color en las mejillas, sabe que Galante es como ella, no como el doctor Monforte, lo sabe, sin saber por qué.

-Manuela, ¿podemos hablar fuera?

             La madre sonríe, se levanta, pero el estómago le gruñe como un gato en celo, araña, hace daño.

-No te asustes mujer, que sé que estás sola, la conversación en mi despacho debería de haber sido, pero no quiero que Candela se quede sola.

– ¿Tan malo es?

-No mujer, no, todo lo contrario, pero avisándote.

– ¿De qué?

-De lo que te dije, la niña responde como un reloj, el de arriba nos la deja más tiempo, una flor más, pero ya sabes, obsolescencia.

– ¿Qué es eso?

-Que, dentro de diez años, aunque los aparatos que le he puesto funcionen como relojes suizos, hay que cambiarlos por nuevos, que harán nuevas funciones, serán más fiables, todo para bien, pero también una operación, desagradable, con miedo, con recuperación…

– ¿Tan peligrosa como…?

             Luis niega.

-No mujer, no, solo cambiar, como cuando vas al taller mecánico a sustituir el aceite, el problema es cuando se rompe la bomba de aceite, eso tiene trabajo, pero cambiar el aceite, se hace todos los días.

             La mujer le coge las manos, se las besa.

-Si no hubiera sido por usted.

             Luis las retira.

-Olvídame, Manuela, a cuidar de la bella Candela, que tiene que florecer.

-Está loca por usted.

             Luis sonríe.

-Que sane, que sea la mejor versión de una niña preciosa, eso es lo único importante, te dejo, ya vendré menos, ya sabes, el viejo doctor, que lo esclavizan.

             Manuela ha oído de todo, y sabe que es mentira, que opera porque quiere, que hace más de lo que debería, que cura gratis, que es de lo que no existe.

-Que dios lo bendiga.

-Ha bendecido a tu hija, Manuela, ¿hay algo mejor que eso?

             La mujer sonríe, si, es un santo, ve como se aleja, mientras habla con un médico que se le cae la cara de guapo, y que va dejando una señal de aceite por cualquier lugar por donde pase.

28 TINITUS

             Luis da vueltas en la cama, todo va bien, las operaciones salen, algunas mal, es ley de vida, sigue siendo el médico con la tasa más alta de defunciones, le da igual, todos saben que cuando alguien le llega, tiene todas las papeletas para irse rápido, así que se le va, si quieren, si no lo entienden, que lo larguen, que se irá a seguir de médico, pero de forense, sin complicaciones, ¿que alguien llega?, está muerto, ninguna responsabilidad, y sonríe mientras siente el zumbido que lo está volviendo loco, ¿será la ligera diabetes que ha ocasionado debilitamiento en la circulación de uno de los oídos?, improbable, lo que sea, pero le da porculo como un niño chico al que no han cambiado después de que haya salido lo gordo.

             Mira al techo, Eine kleine Nachtmusik, suena levemente, la Serenata n.º 13 para cuerdas en sol mayor, más conocida como Eine kleine Nachtmusik (Una pequeña tonada nocturna, Una pequeña serenata o Pequeña serenata nocturna), K. 525, Mozart en sus mejores momentos, cuando el sol brillaba al simple toque de sus manos, e intenta perderse en ella, pero no puede, ¿Cuándo terminara todo?, y se levanta, abre el cajón de la mesilla de noche, abre la caja, mira el rótulo, el dibujo, y saca el arma, es una veintidós, suficiente para reventarse el corazón, dos dedos del esternón hacia la izquierda, apretar un poco, el gatillo, y se acabó, te mueres de solemnidad, la bala no te rozará y te dejará medio tonto, si lo haces como lo ha dicho, no hay salvación, aun haciéndolo mal, te desangrarás antes de que llegue alguien, por muy cerca que esté; suspira, la saca, la acaricia, saca el cargador, la amartilla, se la coloca en el pecho, está fría, y nota como está llorando, roza el gatillo de la vieja pistola, de su abuelo, de cuando la guerra, de cuando…, pero está engrasada, limpia, compró, por medio de amigos, balas nuevas, le cambiaron de extranjis el percutor que se rompe mucho en ese modelo, todo es un segundo, quizás menos; mira a la ventana, no ha cerrado la persiana, el vecino que fuma inefable con el frio que hace, en su camisa con agujeritos, sin mangas, la de su padre, la de su abuelo, y sonríe, des amartilla, la bala sale, la coloca en el cargador que deja en un lado de la caja, en el otro la pistola, cierra el cajón, se acerca a la ventana, la abre, entra un frio de muerte, enciende un cigarro, mira al vecino que lo mira a él, agacha la cabeza, el vecino hace lo mismo, levanta el cigarro, Luis sonríe, si, el vecino lo tiene prohibido, él no tiene nadie que se lo prohíba, que suerte tiene el de la camiseta de agujeritos, y sonríe, la noche no es tan negra como hace unos instantes, y no por las farolas que poca luz dan, como si les costara la vida, es el vecino, que sigue desobedeciendo, sigue con sus costumbres, a pesar del agobio, de todo, y piensa que siempre es momento de destrozarse la patata, que la pistola estará siempre en la mesilla de noche, sonríe, se despide, el viejo ya no está, cierra la ventana, se echa en la cama, y antes de poder taparse se queda dormido.

20 DESPERTAR

Se levanta, le duele la cabeza, como no podía ser menos, la noche de las de película de terror americana, de las que nunca te quedas con el argumento, solo con las cubetas de sangre, Mozart sigue oyéndose en el equipo de música, es algo, por lo menos el tinitus has disminuido, es algo que le minora, no le deja descansar, anoche durmió, no cuanto debía, ni como tendría que haberlo hecho, pero ya está con la cabeza en alto.

             Frigorífico, lata de café fría, fuerte, no tanto como querría, pero bien, ducha, de rato, de las de pago, de las de factura imposible de comprender salvo la última línea, la de la pedrada en la frente, como todas, basura, electricidad, lo que es un ayuntamiento buitre, que se queda como pollito descabezado ante un buitre-hiena que hiela la sangre de pensar en quien nos está gobernando.

             La fea, la que no saluda.

-Don Luis, Don Luis, que tengo una sobrina…

             La mala leche, que le sale, los mil no saludos.

-Pues yo tengo dos, que le vamos a hacer.

             Una mala mirada que se vuelve a meter en el enorme estuche de mala leche, en el barrio la conocen.

-Sí, ya sé, no se digna con los pobres.

-Lo que usted diga, y hágase mirar la mala leche, que eso mata mucho.

             Un intento de ponerlo como un ropón, pero algo más fuerte, más grande, que se lo impide.

-Sí, se quién soy, lo siento, nací así, me hicieron peor, pero tengo una sobrina que no merece estar en un sillón, con catorce años, porque ningún maricón se atreve a matarla o a devolverle la vida, me han asegurado, que no solo es el mejor hombre, sino el mejor cirujano, ¿puede ayudar a la sobrina de la vieja bruja?

             Luis la mira, sonríe, no de maldad, sino de la vida, que, al más duro, lo hace pedazos con nada que le sale.

-Claro, mujer, dígale que se presente, espere.

             Móvil.

-Mariana, llama a Galante, diez minutos, una niña, de las mías, si no tiene tiempo, lo jodo.

-Ya quisiera, jefe, ya quisiera galante.

-No seas mala.

             Deja el teléfono, la mujer que lo mira sin saber qué hacer.

-Dos minutos, Mariana es como una bomba alemana, no pasa sin dejar muertos.

             La mujer sonríe, quizás el medicucho…

             El móvil que suena.

-Suerte como siempre, a las once.

– ¿De cuándo?

-De ahora, que corra.

-Gracias.

             Cuelga, mira a la vieja.

-Las pilas.

– ¿Que pilas?, contesta con bordaría, se le ha olvidado.

-Que a las once la recibe el Doctor Galante.

-Pero, ¿no era usted?

-Yo opero según lo que me diga Galante que es como mi mano derecha.

-Ah…, no sabía.

-Pues ya sabe, zumbando, que tiene que lavar a la niña, montarla en un taxi de los reformados, y llegar a las once en punto, si no llega mal asunto, Galante perdona casi todo, la impuntualidad, no, además es un favor.

-Que dios se lo pague.

-Con que me salude todos los días.

-Va a costar trabajo, lo intentaré.

-Lo sé, lo que no es de natural, le cuesta salir.

             La vieja sonríe.

-Al final, me va a caer bien.

-Tampoco es eso, que la educación cansa.

-Y que usted lo diga.

30 EL RETORNO DE CARAS OLVIDADAS

Es Mariana que lo observa, aun no tiene la cara de que lo jodan por decreto, la mira desafiante, sabe que algo no va bien.

-Maestre, -señala con el dedo hacia arriba-, que quiere verte.

– ¿Qué querrá el mamón ese?

             Mariana se encoge de hombros, muchos años en el ejército.

– ¿No te hueles nada?

-No, seguro que no, he mirado por todos lados, los estadillos, los controles, las explicativas, los porcentuales, todo está en su sitio, ¿no será alguno de los que te quieren Joder?, Luis.

-Seguro, que no hay…, pero me da igual, que el gili de Maestre quiere verme, pues eso.

             Ha llamado a la puerta, se oye un pase, que, si no lo hubiera escuchado, sería la excusa perfecta para regresar por donde llegó.

Entra.

-Usted me dirá que desea.

-Monforte, el paciente Olmos.

-Sí, ¿qué sucede?

-Lo ha desviado a uno de sus compañeros.

-Así es, de momento, el cirujano soy yo, si me dice lo contrario, pues nada, hago la maleta y me marcho a otro lugar, los carniceros, que somos bien considerados.

-Déjese de historias, es el mejor, y la esposa del paciente quiere que le opere usted.

             En ese momento, se fija en la mujer que está sentada de espaldas a él, no se había dado cuenta.

-Perdone señora, pero su marido está mal, pero no tanto como para que ocupe el lugar de personas que están peor.

             La mujer vuelve la cara, llorosa, cansada, triste.

– ¿No puedes hacer un favor?, Luis.

             Luis la mira, es Inma, la que dejó a su hermano para ir a pastos más verdes.

-Sigo siendo el mecánico, el hijo del mecánico, el hermano del mecánico que tiraste como si no valiera nada, ¿ahora valemos, valgo algo?

             La mujer se calla lo mira.

-Si no lo operas…

-Amenázame, inténtalo, sigo siendo el mejor, y te puedo asegurar que, aunque estuviera boqueando en el suelo, ni lo miraba.

             El director no sabe de qué va la historia, que la hay y de las de tener cuidado.

-Tengamos la fiesta en paz, Monforte, ¿qué sucede?

-Que a mí, las personas prepotentes, me conoces, Maestre, pues que no las llevo, por cojones no, -mira a la mujer-, que no soy el mecánico canijo que era poco para Inma la fantástica, has conseguido lo que querías, alguien mayor con dinero, pues nada, gástatelo, pero no me pidas ni aire, para ti, no tengo nada.

             Luis da media vuelta y se marcha.

– ¿Qué es lo que sucede con Monforte y usted Señora?, nunca lo he visto así.

-Era la novia de su hermano, él quiso seguir trabajando para su padre, lo dejé, y me casé al cabo de un tiempo, con lo que quería, un hombre con posibles, Luis, he podido ver que no me perdona, ¿no es posible obligarlo?

-Lo único que conseguiría, es que se marchara a otro hospital, o al extranjero.

– ¿Tan bueno es?

-El mejor, con diferencia, vienen de cualquier lugar para que Luis los opere, el helipuerto trae gente de cualquier lugar.

-En ese caso…

             Maestre niega con la cabeza.

-Y le agradecería que no insistiera más en el tema, tenemos de los mejores cirujanos torácicos del país, su esposo, está en buenas manos, no quiera tener un problema.

-Paco es importante, tenemos mucho dinero.

-Él tiene detrás a los miles que ha salvado, una carrera ascendente, y un futuro increíble, ¿puede con eso?, pues inténtelo, pero al primero que tendrá enfrente será a mí, no me gusta, no me cae bien, pero es el alma de este hospital, y lucharé a brazo partido con quien sea.

             Inma se levanta y sale de la habitación, en un escondido, en la escalera de incendios, se sienta y llora, el pasado le ha pegado con lo más fuerte que tiene, el resentimiento, la necesidad de ayuda de los que abusó en el pasado, ahora, le devuelven el recado, pero con gritos, y lo pagará Paco, que es una bellísima persona, no lo quiere como quería a Ernesto, pero si quiere que viva, con todas sus fueras, el maldito Monforte, pagará, vaya que si pagará.

31 LAS ROSAS

Eusebio mira el plantel delante de la iglesia, las rosas que cortó, comienzan a brotar, en algunos casos tiene hasta capullos, pequeños capullos que el tiempo que está loco ha hecho que salgan antes de tiempo, y que a pesar de todo se agradecen.

             Una furgoneta, alemana, preciosa, para enfrente de la iglesia, justo en la señal que pone “Reservado cultos religiosos”, suspira, algunas veces echa de menos la pistola en la sobaquera, y le pide perdón al señor por tales pensamientos, pero la furgoneta, es el ideal, podría llevar en ella a los enfermos, a los viejecitos, a lo que siempre llegan tarde, y suspira, la vida es como es, no solo aparcan mal, sino que lo hacen con uno de sus sueños, los sueños de un viejo pandillero reconvertido en borrego, pero feliz.

             Se abre la puerta.

-Por favor, pueden…, -se acerca a la furgoneta.

             De ella sale alguien en una silla de ruedas, se tenía que meter la lengua en el culo, que habla poco pero casi siempre cuando tenía que estar callado.

             Una mujer, seria como la muerte, blanca, con unos ojos azules eléctricos, el pelo negro y largo, ocupa la silla, que como si fuera un barco, clava la quilla hacia él, para a menos de un metro.

– ¿Es usted el Padre Eusebio?

             No sonríe, la mujer le da miedo.

-Sí, ¿que deseaba?

-Hablar con usted, ¿dónde podemos…?

-A esta hora la iglesia esta vacía, cosas de los tiempos, y la sacristía es un monedero viejo, no puede entrar algo, sin que salga el doble.

-Pues que así sea, indíqueme.

             Es una orden, las ha obedecido toda la vida, es mando, es natural para el que está acostumbrado a eso, y no le gusta, demasiado tiempo, demasiadas cadenas, demasiado de todo.

             La esquina de un banco, enfrente la mujer, detrás de ella, alguien que parece sacado de su pasado, no mira, pero ve, parece quieto, pero bulle, respira tranquilo, no pasa nada, es España, la vieja España.

-Usted me dirá.

– ¿Conoce a Luis Monforte?

             Eusebio asiente.

– ¿Que me puede decir de él?

             Una gran sonrisa, o eso quiere parecer.

-Nada.

             La mujer no sonríe.

– ¿Como que nada?

-Nada como concepto, como realidad, esto es una iglesia, yo soy un sacerdote, ya no hay mártires, pero tampoco hablamos más de lo que debamos.

-No es nada malo, es solo saber quién es.

-Pues un cirujano, en uno de los cercanos hospitales que nos tienen rodeados.

-Lo sé, me ha operado, me ha salvado la vida, pídame que le describa lo que es capaz de hacer medicamente, y lo haré, solo quiero saber qué clase de persona es la que me salvó la vida.

-Buena gente, básicamente eso, lo más importante.

– ¿No me puede decir más?

-Poder, puedo, pero no debo, y, sobre todo, no quiero.

             La mujer lo mira con sus terribles ojos azules, que no se sabe si son de un ángel o de un demonio.

-Vamos a hacer una cosa.

-De acuerdo, ¿que quiere hacer?

             Eusebio toma el manillar de la silla y la acerca a un lateral de la iglesia, una hornacina.

-Mire lo que pone.

-Sí, San Luis.

-Exacto, pero acérquese, mírele la cara.

             Guiomar lo hace, sonríe.

-Es la cara de Monforte.

-Un exvoto, o como quiera llamarlo, es san Luis, es Luis, ¿responde eso a parte de sus preguntas?

-Básicamente, solo eso, seguiremos en contacto.

-Si es para dar limosna, es bienvenida, si es para seguir cotilleando, mire la cantidad de iglesias que existen en esta ciudad cada vez menos cristiana.

             Guiomar pone una mueca, calla y lo mira unos segundos.

-Mira que he juzgado a gente como tú, padre Eusebio, me gustaría saber cómo te llamaban.

-Ya no me acuerdo, fueron tiempos borrosos que intento redimir, como del que hablamos, Luis.

– ¿Tiene algo que redimir?

-Pregúntele a él, señora…

-Señoría.

             Eusebio sonríe.

-Sí, le pega, señoría, no me gusta, pero le pega, siempre será bien recibido su dinero para limosnas, solo eso, -deja la silla y marcha hacia la sacristía.

-Señora, ese era de los míos.

-Se le nota, tiene hechuras, que no hable de Luis, es extraño, lo hace mejor, me enteraré, vaya que si me enteraré.

             Pero hoy no, piensa Ambrosio, que sonríe por dentro, que de vez en cuando, es necesario que pongan a la niña en su sitio, y el cura sudaca lo ha hecho, si, un verraco de los que se crían en aquellos lugares.

32 TRAS LA CENA

             Luis fuma con Ernesto.

-Te pasas con las niñas tres pueblos, le compras lo más caro, ¿cómo puedo yo igualarlo?

-Soy su tío, vengo de vez en cuando, trago como un cerdo, y les traigo regalos de vez en cuando, vosotros las tenéis todos los días, ¿me vas a privar de eso?

-No, pero verás como mañana en el colegio hay problemas, los colgantes en este barrio, no se pueden sacar.

-Ya les he dicho que tengan cuidado, -le comenta Luis a su hermano.

-Y van ellas y te hacen caso.

-No, eso es verdad, pero que lo den, les compro otro y ya está.

-Que cabrito eres.

-Gracias por quitarme la edad, por cierto, el otro día, ¿sabes a quien vi?

-Ni idea, estás todo el día con una multitud de personas, a saber.

-Tu ex.

             Ernesto lo mira.

– ¿Mi ex?

-Esa misma.

– ¿Y que quería la del coño alto?

             Luis sonríe.

-Su marido, viejo y cansado, la patata con problemas, lo desvié a uno de los otros cirujanos, complicado, pero fácil a la vez, no veas como se puso, me amenazó con destruirme, con echarme, mil cosas, ya la conoces, mala como antes, no, peor.

-Ya tiene lo que quería, dinero, pues que lo disfrute, y tu haz lo que veas, me jodió a mí, a ti no.

-Eres mi hermano, si me lo hubieran hecho a mí, me hubiera dado igual, pero a ti, no, será guarra.

             Ernesto mira a lo que da el horizonte, el bloque de enfrente.

-Como lo pasábamos en la cama, no paraba, te dejaba seco como la mojama, sonríe, mira a Luis, que panzadas de follar…

– ¿Que dices?, Ernesto, -es Isa, su esposa.

-Nada, que este ya ni follar.

-Esa boca, que las niñas.

-Esas, Isa, -le contesta Ernesto-, saben más que tu cuando nos casamos, –se vuelve a Luis, ten cuidado, esa no ha perdonado nunca, a mi menos, porque la culpa fue suya.

-Sí, Ernesto, hay gente a la que la cabeza le funciona así, pero ya me conoces, soy cabezón hasta aburrir.

-Te repito que por mí no lo hagas.

-No, es por los Monforte, ¿te parece poco?

-Para ti la perra gorda.

33 DOMINGO

Nada más, nada menos, se despierta, ayer estuvo en el hospital, algo no programado, como siempre, saben que no tiene obligaciones, abusan, pero le da igual, hoy por si acaso, solo lleva el móvil que solo conoce su familia y Mariana, la que decide si es lo suficientemente importante como para que lo llame, cosa que no ha hecho desde que se lo dio.

             Se despereza, son casi las diez, una hora increíble, bien es cierto que eran las tres de la mañana y estaba mirando a un techo oculto en la oscuridad, oyendo una de Mendelssohn, que aún le resuena en el oído, para un momento, el zumbido sigue, nunca para, pero ahora un poco más mitigado; una lata, no, dos, que las necesita, seguro que son venenosas, pero le da igual, ahora tomara un café de los fuertes abajo, en la Terracita, el bar de Genaro, aunque sea la hora que sea, ducha, colonia, vaqueros aún más viejos, y cazadora que en los tiempos de la guerra de Vietnam ya eran antiguos, y lo bien que se arrastran por el irregular asfalto unas botas militares.

             Baja, una sonrisa, la fea que saluda, todo va bien para una niña que se ha escapado por los pelos, devuelve las sonrisa, que se quede con el cambio, y sale del bloque, el sol aprieta, es invierno u otoño, o lo que sea, pero a pesar del frío, el sol se siente magníficamente bien, camina con pereza hacia la terracita, han colocado una bombona, el Genaro que quiere estar con los tiempos, una mesa libre, antes de levantar la vista, un café, torrefacto, cortado, maravilloso, y sabe que habrá los que quiera.

-Me mimas, Genaro.

             El hombretón no contesta, al poco vuelve con una enorme tostada, zurrapa, un bote más grande que la vida, Luis sonríe.

-Lo a gusto que se queda uno con las cosas que te matan.

-Lo que tú digas, si quieres más, pide.

-Lo sé, querido cantinero, lo sé.

             Esbozo de sonrisa, ataque fulminante a unas emborrizadas tostadas que son más zurrapa que otra cosa.

             Alguien que se sienta, no tiene enemigos, por lo menos de los que atacarían por lo físico, mira, es la bella morena de ojos azules, de nombre impronunciable.

             La mira, deja la tostada, le levanta las gafas de sol, le toca los párpados, mueve la cabeza, mirándola por todos lados, después las manos, las frota, no las suelta.

-Querida paciente, corre demasiado.

-La culpa la tiene Galante, asegura que soy un portento de la naturaleza.

-No, esas no son palabras del médico más comedido que conozco.

-No, son mías, el guion suyo, las frases mías.

-No le ofrezco lo que como, porque mata más que yo mismo.

-No, no se preocupe, he pedido un poleo menta.

-Sabia elección.

             Guiomar mira alrededor.

-Cómo es que vive aquí, ¿es pobre?

-De solemnidad, ayer me echaron del club de las ratas, ¿a que no sabe por que?

             La mujer le sigue el juego, niega con la cabeza.

-Por rata.

             Una estrecha sonrisa, apenas descifrable por alguien que la conociera.

-Ya será menos.

-Sí, pero está cerca del hospital, cojo el coche…

-Otra miseria de automóvil.

-Sí, mi Gorrino, pues con él, en cinco minutos estoy en el hospital, ya sabe todo pagado, te da una sensación de paz.

             Guiomar sonríe de nuevo.

– ¿Que te trae por aquí, paciente?

– ¿Ya olvidamos el usted?

-Es domingo, hablo con quién me da la gana, como me da la gana.

-Me parece bien, pues si, Luis, he venido de casualidad, lo cual es mentira, a verte.

-Motivo.

-Conocer a la persona que me salvó la vida.

-No te preocupes, no te pongas densa, soy un tipo extraño en una pequeña ciudad, que apenas si sobrevive, lo demás, créeme, no es interesante.

-Sí, supongo que sí, solo me tiene dudando el hecho de que, a alguien común, en vez de llamarlo Luis, don Luis, Doctor, Cirujano…mil formas, lo llamen San Luis.

-Sí, ya sabes, Andalucía, el atraso, el retraso, que somos inferiores, que le voy a decir a alguien que viene de ese norte brumoso, donde todo es sapiencia, sudor, trabajo, y por supuesto inteligencia, aquí ya puedes ver, me llaman también chaman, hechicero, mil cosas, que nace de la ignorancia, áfrica empieza en Despeñaperros, que de eso os estáis encargando vosotros.

– ¿Nacionalista?

-No, andaluz.

-Interesante.

-No mucho, -levanta la mano-, ¿quieres algo?, -la mujer niega con la cabeza.

             Dos segundos después otro café.

-De tensión, ¿bien?

-No, pero me da igual, de algo hay que morir, los que más fumamos somos los de corazón y pulmón, incongruencia o dolor, a saber, que hagan un estudio.

34 PRELUNES

-Ya has desayunado, ¿qué es lo que haces ahora?

-Nada de nada, subo a casa, escucho música, tranquilo, lo que no sucede el resto de los días, no es domingo en la tarde, es prelunes.

-Sí, supongo que sí.

– ¿Para ti no lo es?

-Sí, pero de forma distinta, es como te diría, una profesión de forma más…, no sé explicarlo.

-Pues dime a que te dedicas.

-Soy jueza de lo penal.

-Es decir, ¿me puedes meter en la cárcel?

-Sí, supongo que sí, fabrico las pruebas, y no sales para el recreo.

             Luis sonríe.

-Eres increíble, con la enfermedad que has tenido, y has levantado una carrera, unas oposiciones durísimas, y tienes que ser buena, esta es una ciudad grande.

-No demasiado, pero si, ha costado, no he parido, pero supongo que dolerá casi tanto.

-Además del norte, venida al sur, otro hándicap más.

             Guiomar lo mira, no dice nada.

– ¿Puedo seguir preguntando?

-No, me marcho ya.

-Bien, pues su señoría, aquí me quedo, con mi gente en mi humilde barrio.

– ¿No vamos a comer juntos?

             Luis la mira, no sabe que pensar.

– ¿No mereces por haberme salvado una comida?

-Supongo que si, pero no me pienso acicalar, sé que voy hecho un puerco, así que el local, tendrá que ser de las mismas características.

-No te preocupes, a tu elección, supongo que comerás en lugares como este.

-Sí, -Luis asiente-, cuando puedo sí, pero tú no deberías.

-Lo sé, la alimentación, debo de cuidarla, he dicho que te invito a comer, no que yo te acompañe plenamente, solo estaré contigo, disfrutar viendo como comes.

-De acuerdo, sígueme.

– ¿Hay que coger el coche?

-No, aquí todo está comprimido.

             Una nueva tahona, más grande, también más gente, huele fuerte, a comida fuerte, a grasa, a humanidad.

– ¿Este es uno de tus paraísos?

-Sí, no sé si sabes, que seguro que sí, que soy el hijo de un mecánico.

– ¿Y no se te quita el olor?

             Luis niega.

-Nunca, no me gustaría, no soy el médico que se cree colega de dios, solo una persona con algo de habilidad, que ha desembarcado en una profesión con mucho predicamento social.

-Bien definido, lástima que el único médico que piense así seas tú.

             Luis se encoge de hombros.

             Han terminado de comer, más bien él, mueve el café y pregunta.

– ¿Que buscas?, Guiomar, la paciente impaciente que me acorrala como si fuera un animal a cazar.

-Nada, solo conocerte.

– ¿El motivo?

-Eres alguien especial, puedes ser lo que quieras y eres persona, puedes estar donde quieras, y eliges esto, tu coche tiene varios dígitos, tu casa, es de las de regalar dando dinero, ¿Por qué?

-Muchas preguntas que se responden con solo una, soy así.

-No me lo creo.

-Esa es tu prerrogativa, úsala cuanto quieras, me marcho.

– ¿Dónde vas?

-A casa, a descansar, mañana, mucho me temo, que será como todos, algo terrible.

             Guiomar mira cómo se marcha mientras intenta evadirse, que no lo ha conseguido, del griterío del personal del concurrido restaurante, mira la cuenta y sonríe, si, es un miserable, apenas si es nada, le fallará algo en la cabeza, no lo sabe, pero lo averiguará.

35 CASI DORMIDO

Ha llegado a casa, cansado, de no hacer nada, que es lo mejor para el alma, abre el frigorífico, nada, ¿Qué esperaba?, ¿Qué se llenara solo?, si la internet va como el culo, ¿cómo se va a conectar para compras un electrodoméstico que hizo la mili con lanza? 

             Leche, mira la caducidad, por los pelos, lo demás, mejor no mirarlos, que son de la casa desde tiempos inmemoriales, Paquita que sigue haciendo lo que le da la gana, lo mínimo es lo máximo en ella, pero le da pena, el marido alcohólico, su hijo en la cárcel y el con más hambre que el perro del afilador que se comía las chispas.

             Nada de nada, a la cama, enciende el televisor, un pequeño aparato que le sirve de ordenador, que lo es, pero mínimo, recomendación de uno de los de informática del Hospital, y funciona, mira lo que hay en el disco duro, antiguo de… ni se acuerda, comienza carpeta por carpeta, películas, series antiguas, de los tiempos de Nieves que se las comía con la avaricia del que le encanta, y ve la carpeta, “What’s Wrong with Secretary Kim” (Que le ocurre a la secretaria Kim) sonríe sin ganas, la favorita de Nieves, una serie coreana, le encantaban, en la que se mezclan personajes que no tienen coincidencias con los que conoces de Europa, de España, pero que engancha, sin darse cuenta, dándose, inicia el capítulo uno, nada se olvida, menos lo que hace que tengamos buenos recuerdos, y se deja llevar por el mundo de los conglomerados coreanos, los chaebol, la perfecta secretaria, el actor de moda de Corea, sonríe, pero las lágrimas le caen por la cara, no solo es la serie, es que el tinitus o lo que sea, ha parado, se ha callado, silenciado, y oye las estentóreas risas de una esposa muerta, la sonrisa de Nieves, que se lo pasaba como nadie, casi siente como se le agarra al brazo, como deja caer la cabeza sobre su hombro, mientras lee los subtítulos, en ese sudamericano, especie de español extraño, que en lo escrito se puede entender, que en lo hablado, no solo imposible, sino intento vano.

             Se despierta, el episodio se repite una y otra vez, mira el reloj, las cinco de la mañana, se ha quedado dormido con la serie puesta, no había música, si, mejor pensado, si, la música de la sonrisa de la que se fue, y su sonrisa se hace más grande, si, pase lo que pase, será un gran día, de los difíciles de dejar pasar, la ha sentido, el roce de sus risas, el toque casi vacuo de un cuerpo que sabe que no estaba allí, pero todo magnífico, hoy, por unos momentos, le ha parecido estar quizás sea mentira, pero no le importa, un poco menos solo.

             Baja, la vieja que coincide con él, le saluda de nuevo, está bien, todo está bien, incluso Gorrino que arranca, como agradecido, y sale del precario aparcamiento como si fuera el rey de una carretera que pronto se colapsará.

36 LUCHA A MUERTE EN EL PARQUE CRUZ CONDE

-Me he quedado con un piso.

– ¿Qué has hecho que?

-Te lo repito, mongolo, que me he…

-Ya, ya, despabilada, me he enterado, de lo que no me entero es el porqué.

-Al lado de la Facultad, independencia, cobro billetes, termino este año, seré una pastosa enfermera, especializada en ginecología, ya sabes lo que tanto te gusta, sonríe, pobretón, ¿no te imaginas que podrás disfrutar de la hurí de tus sueños, cuantas veces quieras, que se me va a pasar el arroz?

             Luis sonríe.

-Qué poca vergüenza tienes.

-Contigo ninguna.

-Explica mejor lo del desembolso económico.

-Se come el treinta por ciento de lo que gano, el resto para dispendios.

-Cómo se nota que eres de pasta, ni me has presentado a tus padres, ¿te avergüenzas de mí?

             Nieves le acaricia la cara.

-Me avergüenzo de ellos, tu familia es magnífica, la compro por el precio que sea, la mía ni aun dándome dinero, olvídate de ella, si algún día aparece, tendremos que salir huyendo, no deshagas la maleta.

-Qué cosas tienes.

-Ahora la pregunta del millón.

– ¿Qué es?

– ¿Te vas a venir a vivir conmigo?

             Luis la mira.

-No llego ni con la beca, mi padre me ayuda, que ya sabes como están, si, estoy en cuarto, mejor dicho, quinto, perfecto, he terminado primero de la clase, las manos no tienen grasa, y cada vez que las miro tan limpias se me cae la cara de vergüenza.

-Sí, lo entiendo, pero yo pago todo, con estrecheces, Gorrino tendrá que seguir viviendo a base de gorronear a tu padre, comer lo justo, y solo estudiar y fornicar, ¿qué te parece?

– ¿Quién puede decir que no?

-Pues vente rápido, que estoy de salida, ya sabes, yo si tengo carrera, las chicas con estudios terminados que somos así.

-Tengo que decírselo a mi madre.

– ¿Crees tú que iba a comprar el piso sin decírselo a tu madre?

– ¿Lo has comprado?

-Me salía más a cuenta, ya sabes, tengo trabajo, la hipoteca, miente, sin problemas, así que nos encontramos con más facilidades, podremos destrozarnos en la cama sin preocupaciones.

-Algunas veces me asustas.

– ¿Solo algunas veces?

-Tienes razón, ahora estoy acojonado.

-Demuéstramelo.

             Luis sonríe, lo tiene loco, haría por ella lo que fuese, ¿Qué ha comprado un piso?, magnífico, que no… ¿Qué más le da?, mientras ella esté allí.

37 SIMPLES CHARLAS

– ¿Que querías, padre?

-Hablar acerca de nuestro acuerdo.

– ¿Qué acuerdo?

             Alfredo sonríe, es ladina, como toda la familia, pero el inventó eso, no hay problema.

-Lo de que te arregle el cuerpo el mecánico, está bien que te haga disfrutar, sabes que tu matrimonio está concertado.

-Si tú lo dices.

-Por cierto, me he enterado de que te has comprado un piso de protección oficial, ¿se te pegan las cosas del mindundi ese?

-Supongo que sí.

-Te quedan dos años, ese fue el trato, este año, ejerce, para eso has estudiado, después te casas con Ramón, las familias os necesitan.

-Supongo, pero pueden pasar muchas cosas.

– ¿Cómo qué?

-Que me canse y me vaya al Tíbet.

-Es una buena opción.

-Que mande unos sicarios para que te maten, padre.

-Sí, estaría bien, pero los míos son buenos.

             Nieves sonríe.

– ¿Vas a cumplir?

-Si no queda más remedio.

             Alfredo sonríe.

– ¿Me vas a invitar a tu nuevo piso?

-En eso estaba pensando.

-Por lo menos visitarás a tu madre.

-Creo que voy a estar muy ocupada.

-Hazlo.

– ¿Me amenazas?

-No, sabes que tu madre consigue lo que quiere, si no vas, irá a tu casa, y si le coge gusto al camino, te hará la vida imposible.

-Sí, la conoces, no sé, ya lo pensaré, ni tú, ni mi madre, sois importantes.

-Sí, aun estarás encoñada con el mecánico.

-Como lo sabes, -sonríe Nieves-, es que la cama es mucho, muchísimo.

             Alfredo sonríe más.

-Sí, disfruta, después de las vacaciones viene el trabajo, no lo he inventado yo.

-No, pero pareces disfrutarlo.

38 UN HERMANO CARIÑOSO

-Nieves.

– ¿Qué quieres?, este no es lugar para hablar, es mi puesto de trabajo.

-Me la suda, eres una mierda de enfermera, solo sirves para limpiar culos.

-Lo que tú digas, y baja la cabeza, no vayas a rayar con los cuernos el techo.

             Nieves sonríe, sabe que a su hermano recordarle la infidelidad de su futura esposa, es ganas de freírlo en aceite hirviendo.

-No me jodas, imbécil, que la tenemos, a mí no me despiden de aquí.

-Claro, estás en el despacho de Papá, como si valieras para algo.

-No me jodas, enana, no me jodas, ¿qué pasa con Ramón?

– ¿Qué quieres que pase?

-Que me dice que no le contestas las llamadas, que el otro día fue a saludarte y saliste disparada.

-Sí, es que le huele el aliento.

-No seas gili, dentro de poco os casáis, ¿qué vas a hacer?, joderlo todo, Papa tiene mal perder, y Ramón es amigo mío.

-Pues cásate con él.

-Haber dicho que no, siempre serás la más imbécil.

– ¿Que te crees que le dije a todos?, que no, pero os da igual, pues nada, seguid con vuestra historia.

-Te jodemos.

-Pues hacedlo, estoy cansada.

             La coge del brazo.

-Suéltame el brazo, o te pego una patada en los huevos que salen cáscaras por todos lados, ¿qué te atrevas a ponerle la mano encima a tu hermana, no te da vergüenza con todo lo grande que eres?

             Alfredo la suelta, ha sido instintivo.

– ¿Qué me dices?, y terminamos ya.

-Que me olvidéis todos.

             Nieves aprovecha el conocimiento del hospital y se pierde mientras su hermano la busca por todos lados.

39 CRUZANDO EL RUBICÓN

Nieves acaba de llegar de guardia, una tras otra, desde que se negó con su familia, las cosas se han convertido en difíciles, en más difíciles y sonríe, mira como estudia Luis, que no descansa, es el mejor, se lo rifan para las prácticas, nació para eso, no, sonríe más, nació para ella, nadie se lo quita, ni siquiera la familia que tiene, que más que abogados, parecen mafiosos.

             Ha tomado la determinación, lo hará, no pasa nada, antes o después es lo mismo, al final, siempre saldrá lo que tenga que salir, y se desnuda, cansada, casi mareada, se acerca a Luis, que, sin quitar la cabeza del libro, le habla.

– ¿Qué te pasa?, Nieves, ¿quieres algo?

             Nieves se coloca delante de él, desnuda como está.

-Madre mía, como está el gremio de enfermeras, que alegría.

             Ha aguantado lo que ha podido, ¿Cuántos?, no los ha contado, pero está sátira, incluso le duele que con el entrenamiento que tiene, así ha sido de fuerte.

– ¿Qué te pasa?, Nieves, esta extraña.

– ¿Lo dices por las veces, por el calor que tengo?

-No, me encanta, pero te veo triste.

-Mi gran hombre, el número uno de la facultad, tengo que vaciarlo para que las puercas de tus compañeras, te vean tan frio que parezcas mariquita.

-Qué mala eres, pero cuando quieras, sabes que eres mi musa, mi diosa, mi todo.

-Tu sigue así, hijo de mecánico, que vas a tener que seguir arreglándome.

-Por mi…

-Me duele, que noche hemos tenido.

             Luis mira a la ventana.

-Querrás decir noche y día, como se nota que tú has tenido guardia, que ahora puedes dormir…

             Luis la mira, ronca, está destrozada, sonríe, le acaricia el cabello, y la tapa, se ducha en silencio, se viste, y marcha a la facultad, destruido, pero feliz, la vida algunas veces es maravillosa, hoy si no lo jode el de Patología, puede ser que también lo sea.

             Nieves se despierta, ve como se marcha Luis, y piensa que hacerlo sin consultar es de ser una puerca, pero le da igual, lleva un mes sin tomar las pastillas, necesita quedarse embarazada, que nadie le pueda quitar a su amor que es una enfermedad, suspira, el sueño la vence, sonríe, si es como el padre, será inteligente, si es como ella, será malvada, como una bruja, que espera que tenga la suerte de enamorarse hasta la locura de alguien como Luis.

40 RENDICIÓN ABSOLUTA

-Os he reunido a todos aquí, en este bello escenario, -Nieves señala las vistas desde una de las terrazas del parador-, para comunicaros, que lo que me impusisteis, por fin podréis llevarlo a cabo, es decir, os hablo, de que, a partir de ahora, me ofreceré como pudridero de semen de Ramón, al que tanto estimáis, -una sonrisa amplia.

             Todos la miran desconcertados, la primera parte del discurso ha sido esperada, la segunda no tanto, por muy verdad que fuera.

– ¿Qué quieres decir?, Nieves, -pregunta su padre.

-Nada, que una vez que salgáis de aquí podéis comenzar a planear la futura vida de vuestra hija, la humilde enfermera que se vende para que los demás os beneficiéis.

             Su padre la mira con atención.

-No, te pareces demasiado a mí, ¿qué es lo que escondes?

             Nieves niega con la cabeza.

-Nada, querido padre, todo está a la vista, la ternera que se vende, -gira sobre sí misma-, esto es lo que ofrecéis como pago por alguna prebenda, favor, reparación, no lo sé, pero si sé, que soy yo, que serviré para que el puerco de Ramón se corra dentro de mí.

             Su madre la mira.

-Servirías para la comedia, más bien para el drama, por supuesto de puta.

-He salido a ti, querida madre.

-Déjate de boberías, ¿por qué no está aquí Ramón?, -comenta su madre sin perder la calma-, era el que primero debía de conocer la buena nueva.

-No, querida madre, aun debemos de aclarar una cosa.

-Cual es, -pregunta su padre-, creo que esa pregunta, más bien la respuesta, es el motivo de que nos hayamos reunido, cuando hace tanto tiempo que no quieres vernos.

-Sí, -nueva sonrisa-, lamento comunicaros, que la ternera, la vaca, está preñada del mecánico, -la ropa que lleva es amplia, se la restringe un poco en la barriga, ahora si se nota-, es una niña, decidme, ¿Cómo se la colamos al cabrón de Ramón?,  -mira uno a uno a toda su familia-, ¿cómo le metemos la niña que no es suya?, ah, y olvidaros de que aborte, el plazo legal paso, el ilegal siempre está ahí, así como la denuncia correspondiente, que no quedaría bien en cualquiera de vuestra vida laboral, y tu madre, que vas a ser abuela, ¿Qué piensas?

-Pienso lo mismo, que eres una puta, preñada por un piojoso, -la madre se levanta, Alfredo, ¿tenemos algo más que hablar?

             Su marido sigue sentado.

-No me creo nada, -sonríe-, eres taimada, que has planeado colarla como si fuéramos idiotas.

             Nieves va al bolso, y saca una carpeta, delante de cada uno de su familia coloca varios folios.

-Podéis comprobar, a mi nombre, el test de embarazo, la fecha, además de una imagen de una ecografía en la que se ve perfectamente, a mi hija, y por supuesto, cuando dé a luz, no me gustaría hacerlo antes, el ADN del padre, pero si insistís ya hay medios para hacerlo antes.

             Imaginaba, que no sabía, que la familia de Ramón, ni el mismo Ramón se comería un embarazo de tanto tiempo cuando no han estado juntos en la vida, pero…

             Se sienta, continúa sonriendo, la miran, su padre mueve la cabeza, su madre ya se ha alejado de la mesa, sus hermanos la miran con asco, se queda sola, cuando eso sucede, mete la cabeza, casi entre las piernas, no puede más, y llora, llora como no ha llorado en su vida, se ha dado cuenta de que salvo la que lleva en el vientre, y el que la ha creado, nadie más la quiere, se seca las lágrimas, y piensa que no es un problema, sonríe, mientras menos bultos, más claridad.

41 DEUDAS

Luis entra en la inmobiliaria, alguien con sonrisa que lo recibe, sonrisa de trabajo, de la trabajada, de la que desaparece con nada que el dinero ya no es opción.

-Buenos días, ¿que deseaba?

-Me gustaría saber acerca de la urbanización Marlín.

-Sí, ¿en que está interesado?

– ¿Tiene el mapa de la urbanización?

-Si, por supuesto, -se levanta, Luis lo sigue.

             Paran frete a un enorme plano que está en la pared.

             Casi sin dudarlo, Luis señala un pareado, no el más lujoso, ni el más caro, pero lo señala con decisión.

-Creo que está vendido, voy a comprobarlo.

             Luis lo sigue hasta la mesa de que la que se separaron un momento antes.

             Nueva sonrisa, pero que no dice lo que espera oír.

-Sí, lo siento, está vendido, pero hay muchos como ese, quiere que le…

             Luis levanta la mano, el tipo lo mira sin saber qué es lo que pretende.

– ¿Tiene el nombre de la persona que lo compró?

-Sí, pero…

-El precio de compra es de doscientos setenta mil euros.

-Sí, -se calla, que tuvieron que bajar treinta mil euros para poder venderla, el mercado no está boyante.

-Ofrézcale cincuenta mil euros más por la casa, y si lo consigue, cinco mil para usted.

             Un segundo de duda, sonrisa, móvil.

-Don Antonio, aquí delante mía tengo una persona, -se abstiene de decir los de cincuenta mil euros más-, que le ofrece por su casa trescientos veinte mil euros.

-No, no es una broma.

             Mira a Luis.

-Don Antonio dice que si es serio.

-Ahora mismo tiene una fianza de cien mil euros, y mañana, si quiere, al notario.

             Luis oye como se pone la mano delante, habla, pero no quiere que sepa Luis de que.

             Se termina la comunicación.

-De acuerdo, la señal ahora, mañana en el notario, ¿qué le parece?

-Perfecto.

– ¿Cómo lo hacemos?

             Luis saca un talón conformado de cien mil euros.

-Deme el recibo, el resto, al contado, no se entretendrá ni con la hipoteca.

             La sonrisa no puede ser más amplia, el de enfrente sabe que acaba de ganar cinco mil euros por la cara.

– ¿Y a que se dedica usted?

-Desempleado, -miente, no quiere hablar más de lo necesario.

             El de la inmobiliaria sonríe, aunque el dinero venga de la droga, le da igual, ya se ha gastado en la cabeza los cinco mil euros gran parte de los cuales serán para financiar el negocio que cree que tiene el comprador.

42 DESEOS

Nieves se estiraza todo lo que puede en el sofá, pero no consigue impedir que Luis se eche, es demasiado pequeña.

-Nieves, ¿qué te pasó de pequeña, comiste poco, algo genético que te dejo medio enana?

             Nieves sonríe, se abre la bata, está desnuda.

– ¿Qué me dices de la enana?

-Madre del amor hermoso, que exceso de valoración de las personas de estatura, estás maravillosa, increíble…

-Cállate y ataca, es domingo, el día en que se me pone como un tomate.

– ¿Cómo te fue con tus padres?

-Ya te he dicho que ataques, ¿o tengo que ir al vecino?, que me echa unas miradas…

             Un buen rato después, Nieves está sobre Luis.

– ¿Que me quieres decir?, bruja, que primero me has hecho la caída de Roma.

             Nieves lo coge de la cara.

-Mi niño que listo es, parecía tonto, y mira, solo es gilipollas.

             Luis sonríe.

-Suelta, larga por esa boca.

             Nieves se pone seria.

-Es algo gordo.

– ¿Malo?, Nieves, que te temo.

-Dependerá de la clase de persona que seas.

-Suelta ya, mujer, que me vas amatar.

-Estoy embarazada.

             La cara de Luis se torna seria, después sonríe.

-Pero tomaste la pastilla, era, es…

-Tienes los espermatozoides de las fuerzas especiales.

             Luis sonríe, la besa en la boca.

– ¿De cuánto?

-Pero, ¿te alegras?

-Claro que sí, ¿de cuánto?

-Más de tres meses.

-Que bruja eres.

– ¿Te importa que no te lo haya dicho?

-No, -niega con la cabeza-, un niño, que alegría.

-Niña, te va sacar los dineros…

-La próxima dímelo, no me gusta enterarme cuando tu quieras.

-Te lo juro, esta vez, ha sido la primera, estaba asustada, y si tú…, -miente.

-Sí, que no me conoces, tú has terminado, tienes trabajo, yo termino el año que viene, si saco el MIR, pues eso, sino al paro, joder que vida más perra.

– ¿Con las manos que tienes, cuántos empleos te han ofrecido?

-No es eso, -y se mira las manos-, y si estas…

-NI pajillas, ya te descargo yo, que mi niña depende de esas manos.

-Depende de súper Nieves, la madre poderosa que desde el hospital arregla los problemas del mundo, ¿qué vas a hacer con el trabajo?

-Hasta el ultimo día, después me tomaré el mínimo período, hay demasiadas brujas, que el embarazo no sea tomado como escaqueo, sino me relegarán.

-Me siento mal, yo tocándomelo, y tu manteniendo a la familia.

-No, me lo tocas tú, yo trabajo unos años, después gimnasio, compras, spa, ya sabes, lo de la esposa de un prestigioso, que digo prestigioso, del mejor cirujano, la pasta por castigo.

             Luis la mira, mueve la cabeza, es su diosa, ahora embarazada, perfecta, maravillosa, casi milagrosa, tanta suerte que le da miedo, muchos interrogantes, pero ahí está la estatua que no se fragmenta por nada, incólume, maravillosa, la besa con pasión.

-Una cosa más, vas a estar un tiempo que no…, ya sabes, si miras a alguna mujer, esas manos, te las corto, dedo a dedo y también el que tienes entre las piernas.

-En eso justo estaba pensando, como te quiero.

-Así me gusta, que te voy a dar un preñado como las niñas ricas.

-Eso espero, la abraza.

             Todo está perfecto, ¿cuánto durará?, y la alegría desaparece, reconoce que siempre ha sido de los del vaso medio vacío, no puede cambiar.

43 EL COCHE

Luis lleva un buen rato dando vueltas por la llamada ciudad, todo lleno de coches, alemanes, para él, los mejores, para otros solo símbolo de status, le da igual, pero nadie le hace caso, supone que los vaqueros no hacen llamada para comprar vehículos tan caros, que, en su mayor parte, son prohibitivos para casi cualquiera.

             Al final se acerca a un vendedor, que parece que no está haciendo nada.

-Oiga, me podría…

             Media vuelta, después otra media, como si fuera idiota, ha sacado el móvil y ahora hace como si hablara por teléfono, es de los listos, sabe o se imagina que es un tieso, que no es mentira, que solo viene a darse una vuelta, o con suerte, a que se la den, además lo ha visto llegar con un coche que tiene miles de años, de abandono, demasiado salto para cualquiera.

             Entra en la cafetería, pide un cortado, la señorita que le sonríe, le pone el café delante.

– ¿Me permite una pregunta?, señorita.

-Si, por favor, -sonrisa amable.

– ¿Aquí todos los vendedores son gilipollas?

             Ahora se pone la mano en la cara, no quiere que la vean sonreír, la acerca a la de Luis.

-Casi que sí.

-Es que quiero que me enseñen un coche y supongo…

-Caballero, que los vaqueros, a estos, le tiran para atrás, pero espere, -toma el móvil dos segundos-, no se preocupe, ahora le atiende alguien que sabe de coches.

             Efectivamente, chaqueta, pelo rizado por detrás, sonrisa amplia.

-Un cliente insatisfecho, me comenta Mandy, que es la reina de la ciudad, -sonríe a la chica, que se la devuelve-, ¿que deseaba?

-Ese, -y señala en dirección a la exposición, pero se puede interpretar varios.

– ¿El 200?

-No, el clase S, el full equip.

             El vendedor sonríe.

-Alma de dios, ¿sabe lo que vale ese trasto?

-Si me lo imagino, unos ciento cuarenta mil euros.

-Sí, con todo el equipo, o casi todo eso vale, ¿para que lo quiere?

             Luis se encoge de hombros.

             El hombre sonríe de nuevo.

-También es motivo, vamos a verlo.

             Luis lo acompaña, durante un cuarto de hora le explica las maravillas del vehículo, cuando termina lo mira, como diciendo, “ya lo has visto, hemos quedado bien, vuelve a tu madriguera, tieso”

-Ese que me ha enseñado, ¿está en venta?

-Sí, claro, se calla que no hay clientes para esos modelos allí, que seguro que en una o dos semanas volverá a la capital, es el más lujoso.

– ¿Cuánto?

             Nueva sonrisa condescendiente.

-Supongo que ya lo sabrá, 147, 890 euros, sin seguro, si con matriculación.

– ¿Ciento cuarenta me ha dicho?

             El hombre sonríe.

-Sí, -tira a la mentira para pillarlo. para demostrarle que lo está cansando, que lo ha pillado.

-Bien, de acuerdo, ¿dónde hay que firmar?

             El hombre lo mira, sonríe.

– ¿Está seguro?, que es un dineral.

             Luis asiente.

– ¿Dónde?

-Sígame.

             Un despacho, este es grande, el que lo ha atendido no es un vendedor, es uno de los directivos, le ofrece un café que trae la misma chica, un contrato, Luis mira que el modelo esté con todo lo que ha pedido, asiente, firma.

             Mira al vendedor que no lo es, saca la chequera, y extiende un cheque por el valor del coche.

             El vendedor lo mira, sonríe, puede ser un quedo.

-Llame al banco, están esperando en la sucursal su llamada, me imaginaba que no sería aceptado sin comprobación, tampoco sabía el importe exacto.

             Levanta el teléfono, llama, ha cogido el número de teléfono de su agenda, no quiere que haya un cómplice en el otro lado que diga a todo que sí.

-Buenas, tardes, estoy llamando referente a un cheque…

             No lo dejan continuar.

– ¿Está allí el Doctor Monforte?

¿Doctor Monforte?

             Luis asiente.

-Sí, está aquí.

– ¿De cuánto es el cheque?

-Ciento cuarenta mil, ¿es bueno?

-Sí, y cien veces eso, ¿sabe quién es?

-No.

-Espero que no tenga que conocerlo.

– ¿Por qué lo dice?

– ¿Ha oído hablar de San Luis?

-Sí, claro.

-Lo tiene delante.

-Muchas gracias.

-A usted.

             El hombre cuelga, mueve la cabeza.

-Los vaqueros despistan mucho.

-Sí, supongo, no tengo nada que vender.

-Sí, -sonríe el vendedor-, le ofrece la mano, Lucas Estero.

– ¿Uno de los hijos de Manuel?

-Sí, ¿conoce a mi padre?

-No, a su madre, fue mi paciente, creía que viniendo aquí…

-Y, ¿por qué no lo ha dicho?

– ¿El que, que vengo a beneficiarme porque hice lo que tenía que hacer con una mujer que no quería morir?, -el que sonríe es Luis-, ¿cuándo pueden recoger el coche?

-La semana que viene, todo perfecto.

-Vendrá mi hermano.

-Bien, gracias.

             Luis se levanta y se va.

             Lucas mira como el que salvó a su madre, se mete en un francés con mil años y sale de la ciudad de nombre alemán, y suspira, espera que no se entere su padre, que lo capa, seguro.

44 HAMBURGO

-Monforte, -es Márquez-, ¿a que viene con tanta premura con la leche de conferencia esta?

-Ni idea, -le responde Luis-, pero donde manda patrón…

-Sistemas de Orientación para Equipos Quirúrgicos en Procedimientos de Alta Exigencia, -lee Márquez, que se le da el inglés de fábula.

-Supongo que querrán que nos pongamos al día, que nos equivoquemos más, que sigamos la línea europea.

             Márquez sonríe, como persona Luis no le termina de convencer, pero como cirujano lo seguiría al infierno, de hecho, en invierno, esa parte de Alemania es el infierno, aunque sea de color blanco.

-Y pensar que, en nuestra tierra, comienza a irse el frio, -Luis señala la calle-, y aquí, tienen dos metros de nieve, ¿se puede vivir aquí gratis, Márquez?

-Yo no, desde luego, y sabe que soy del norte, pero te acostumbras a lo bueno.

             El coche que los recoge, alemán, grande, nuevo, lo único que necesita cambiarse, ¿en que más puede gastar un alemán que no sea en la casa o en el coche?

             Silencio, miran la rotundidad de color de lo que les rodea, pero el coche, tenía que haber parado algún tiempo antes, ambos hombres se miran.

-Márquez, ¿has estado aquí antes?, -le pregunta Luis.

-Sí, es en esa dirección, -señala a la parte con edificios más altos-, no se…

             Luis se encoge de hombros.

-Será en otro lado.

             Una finca fastuosa, cubierta de nieve, como todo, pero al terminar la arboleda un edificio que desentona, no es un palacio dieciochesco          , sino algo nuevo, ostentosamente nuevo, Luis que chamulla el alemán, traduce de viva voz, “Hospital Quirúrgico Nuevo Horizonte”, -se da la vuelta y mira a Marques, que ahora el que se encoge de hombros es él.

             Bajada, escaleras, una chica preciosa que pide que la acompañen con un español sin fallas en la pronunciación.

             Una habitación enorme, dos minutos, cafés, a cada uno como le gustan, cortado el, descafeinado Márquez.

             Una señora de su edad, todo lo arreglada que se puede estar, esbelta, bella, pero parece más fría que lo que se ve a través de la ventana.

             Dos hombres la acompañan, de mayor edad, se sientan frente a ellos.

-Soy Helga, el apellido no importa, estos son los doctores Meisner y Dippe, especialistas como ustedes mismos en las enfermedades coronarias y pulmonares, estoy hablando en inglés, ¿alguno de ustedes no me entiende?, -mira a los dos que no dicen nada.

-Continuo, comunicándoles que el caso que estudiaron para la presentación en la convención, no tenía motivo en eso, sino que consistía en el estado de uno de los accionistas más importantes del hospital en el que trabajan, mejor dicho, del grupo entero, y lo que presentaron, gustó, -mira a los hombres que la acompañan-, no soy médico, pero se han inclinado por su solución.

             Márquez mira a Luis, que respira fuerte, pone cara de vaca mirando al tren y espera que la rubia continúe.

-Doctor Monforte, ¿se encuentra con la fuerza para iniciar la operación, y, sobre todo, para salir airoso de ella?

             Luis vuelve a mirar a Márquez, después mira a la mujer.

-Supongo que sí, pero hubiera sido mejor para todos no andar con tanta triquiñuela, hubiera sido menos cansado.

-No era posible, si se supiera del estado del paciente, millones se perderían con la bajada de las acciones, así que todo debe de transcurrir en el mayor de los secretos, ¿algún problema?

-Sí, asiente Luis, mi ayudante quirúrgica, está hecha a mí, mueve el material quirúrgico a una velocidad…

-También está aquí, no se preocupe, ¿cuándo podrían comenzar?

             Luis mira a Márquez.

– ¿Cuando?

-Que sangre tan fría tienes, Monforte, -le responde en español-, cuando tú quieras, -continua en inglés.

-Pues ustedes indican cuando.

-Mañana, -responde Luis a la rubia.

-Pues que así sea.

45 COMO EN CASA

No ha dormido bien, la habitación, por supuesto. en el mismo hospital, increíble, pero a la vez inhóspita, de nada ha faltado, es casi un hotel para los que van a ser acuchillados usando el ácido humor español; la cama grande, para una orgía, pues no le ha dado ni vueltas, y ahora una Magdalena que con cara asustada lo mira.

-Don Luis, ¿qué ha pasado?

-Ni idea, pero que íbamos a una convención y aquí estamos, Márquez y yo, y tú también, ¿supongo que sabes inglés?

             La mujer asiente.

-Pues espero que no se te hayan olvidado los nombres del instrumental quirúrgico en ese idioma, que el resto del equipo estarán a estas horas listos para irse a casa, nosotros a los leones.

             Magdalena cambia la cara.

-Estoy asustada, doctor.

-Yo también, -sonríe Luis-, pero no se me nota, pues claro, como Márquez, no nos van a comer, por lo menos si lo hacemos bien, ¿has preparado todo?

-No, alguien llegó, me dio una Tablet para que escogiera el instrumental, lo di, hasta ahora.

-Pues seguro que lo tienes en perfecto orden, como operas en nuestra casa, Magdalena, que además al que cuelgan siempre es al capitán de los piratas, vosotros con decir que ibais obligados.

             La mujer sonríe.

-Qué cosas tiene usted.

-Lo único que os pido, es que os metáis las preguntas, el miedo y la zozobra en un bolsillo, al que vamos a operar, que no conozco, es una persona que nos necesita, así que lo mejor que podamos, ¿estamos de acuerdo?, Luis pone un puño, sus compañeros lo golpean con los suyos.

-Fuerza, dice como siempre, Márquez.

-Y tenacidad, -termina Luis, los mira, con lo viejos que somos, y con estas tonterías, todos sonríen, los que los acompañan también los miran, posiblemente pensando eso de “que locos están los españoles”

             Se lavan, un quirófano de los de película, el de su ciudad es bueno, este es como si fuera el tope de gama con todo lo que se puede poner encima, electrónica por todos lados, apoyo de visión, de comprobación, un equipo de más de quince personas que solo agachan la cabeza y saludan, solo eso, y Luis se siente el director de orquesta en una sinfonía ejecutada por judíos en un campo de concentración, que si sale bien, la vida puede continuar, si no lo hace así…, y sonríe detrás de la mascarilla de quirófano.

             Mayor, grande, gastado, remendado, con todo lo que se puede desear para prácticas de un cirujano, no es una operación, es un reto, un reto difícil de superar, lo sabe, pero suena una suite para violoncelo,, quizás demasiado fuerte, como si alguien quisiera que el alma se le subiera un poco más, que viera la operación con mejores ojos, y lo ha conseguido; ya la succión ha comenzado, el ballet de los mil dedos, de las cien manos, comienza, como si fuera la maquinaria mejor engrasada del mundo, no se conocen, pero seguro que cada uno es de lo mejor en su profesión, en su área, y la sinfonía comienza a sonar, sin estridencias, un stacato de vez en cuando, un vibrato, una nota que se agita, que convulsiona, que al final se deja llevar en el lago tranquilo en el que los cisnes navegan con la tranquilidad de que todo va bien, y la sinfonía continua, nubes negras, galernas, tifones, tornados, y uno a uno se van superando, la nave va, como dicen los italianos, siguen, todo parece ir bien, dentro de la última galerna, pero el pitido, la alarma, el corazón que quiere rendirse, no es posible, no está permitido, inyección, vive de nuevo, pero sabe que es un aviso, mira las máquinas, las pantallas, el cuerpo, sabe, sin saber porque, que es el último, respira fuerte, le limpian el sudor que llena su frente, todo su cuerpo, y como una máquina, corta, corta, resana, une, cose, pinza, sutura, vuelve a abrir, como si fuera una máquina, con la precisión del que sabe que el fallo no es opción, con la velocidad del que sabe que otra cantinela no es canción que pueda terminar bien, mira las máquinas, la galerna se ha tranquilizado, mira el cuerpo que acaba de coser y recoser, de cortar, de unir, de abrir, ahora sujeto por las máquinas, y sabe que ha terminado, las pantallas le responden que todo está bien, que es uno más, no uno menos.

             Ahora se yergue, sabe que le empezaran a temblar las manos, del miedo que no salió cuando no era necesario.

-Márquez, ¿puedes?

-Por supuesto.

-Pues continua.

             Oye en la habitación.

“Der OP-Chefarzt Dr. Monforte verlässt den Operationssaal, der neue OP-Chefarzt Dr. Márquez” (Sale de la Sala de Operaciones el doctor Jefe Quirúrgico, doctor Monforte, nuevo Jefe Quirúrgico, doctor Márquez)

             Ha salido fuera, solo con la vestimenta quirúrgica, ha sacado el paquete que guardó, se muere de frio, pero saca el cigarro, tan solo que le tiemblan las manos, no puede accionar el pulsador, alguien le acerca un mechero con llama, enciende, alguien le coloca un pesado abrigo encima, mira, es la bella Helga con un hombre monstruoso, que le ha colocado el abrigo.

– ¿Siempre miedo?

-Sí, pero solo después, -le da una calada enorme, cierra los ojos.

-Una obra de arte.

-Ese hombre estaba demasiado mal, ¿quién ha sido el matasano que quería matarlo?

-Olvídelo, el caso, es que mi padre, puede vivir algo más gracias a usted.

             Luis la mira, sonríe.

-Su padre, lo sabía, es alemana, pero también es hija, eso se nota, aunque su padre siga sin caerle bien.

             La mujer sonríe.

-Tenía que haber estudiado psicología.

– ¿Y dejamos a su padre en el patio de los callados?

             La mujer se sorprende, es inglés, una frase española, pero al final la entiende, sonríe.

-Un humor negro, muy español.

-No, andaluz, que siempre hemos tenido la muerte al lado, el humor es para disimular el miedo.

             Nueva sonrisa.

-Me permitirá que lo invite a cenar.

– ¿Cuánto me queda aquí?

– ¿Eso es importante?

-Supongo que no, pero tengo mucha hambre.

             Nueva sonrisa de la mujer.

46 EL REGRESO

Acaba de llegar de Alemania, todo bien, un trato exquisito, pero once días en la nieve, para los esquimales, ha llegado a la ciudad, y lo primero ha sido bajar a Concha, a por dos pringosos flamenquines, un salmorejo, y un secreto ibérico que llevaba tiempo en la familia, pero que le ha sabido a poco.

             Tan bueno estaba todo que ha tenido que salir en estampida al cuarto de baño, la grasa española, si se olvida, aunque sea por una semana, te lo hace pagar con carreras de muerte al cuarto de baño, de las de no llegas y llevarás la vergüenza toda tu vida, que no ha sido el caso.

             Se echa en el sofá, ha abierto las persianas, anochece, ha merendado-cenado, pero es lo que le pedía el cuerpo, no tiene que ir a trabajar mañana, pero irá, como siempre, ¿tiene algo mejor que hacer?, sabe que no, así que irá, controlará, mirará, corregirá, y le tocará los innombrables a aquellos que lo merecen, así será recordado por sus pacientes como un santo, y por sus compañeros como una autentico hijo de puta, como tiene que ser, que esa forma de ser es la que salva las vidas.

             Mira por la ventana, enfrente el de la camiseta, con el sempiterno cigarro, sale de traje, que le han hecho ponérselo, y que no le ha dado tiempo ni de quitárselo, ni comiendo, ni yendo al cuarto de baño, simplemente parece otro, y el fumador lo mira, sonríe y asiente, como diciéndole que parece de mejor familia, él sonríe también, y levanta el cigarrillo, el hombre vuelve la cabeza, parece que lo están llamando, lo mira, se encoge de hombros, apaga el cigarro en el parterre y entra en su casa, posiblemente a que le monten un expolio, y siente envidia, a él nadie le dirá nada, ni bueno ni malo; se queda allí, mirando los ojos cerrados y abiertos de los edificios, las ventanas de los que los moran, cada uno con su historia, hoy el, no está mal, ha regresado a su madriguera, ha estado en una maravillosa, que no quiere, y regresa a la de Nieves, que lo ha saludado, con, “ya era hora”, y ha sonreído.

             Se tumba en el sofá, y se mira como si fuera imbécil, al pensar en cómo se ha resistido a las insinuaciones de Helga, quizás porque los hacia una hija agradecida, quizás porque estaba casada, o quizás porque él no está preparado, lo único cierto, es que se siente bien, aunque también, sonríe, un poquito de por favor…

             Llaman a la puerta, abre, de primeras se asusta, pero es solo un tipo con aspecto de gorila, pero está bien vestido.

             Le ofrece un maletín.

-De parte de la señora Helga.

             No le da tiempo a más, instintivamente lo coge, quiere devolverlo, preguntas, pero cuando quiere hacerlo, el tipo no está, parece más una ardilla que una persona, y se queda solo con el maletín en la mano, y cara de gilipollas.

             Entra en casa, se sienta en el sofá de nuevo, y mira el maletín, sabe lo que contiene, no es imbécil, otras veces le han dado regalos, que la mayoría ha rechazado, otros no ha podido, no ha querido, no es imbécil, pero sabe que no solo está mal, sino que hacienda está como un mono con un palo, disfrutando de las cabezas que rompe.

             Con cuidado lo abre, es un amarillo intenso, son billetes de doscientos euros, los de quinientos están malditos, apretados con gomas que lee, pero no indican nada, toma uno, los cuenta, son cincuenta, cuenta uno de ellos, cien billetes en cada uno, si, la cifra exacta, es la que asusta, un millón de euros, se deja caer en el sofá, mira al techo que se alumbra con la tenue luz de una lámpara vieja como la humanidad, que no sabe lo que es el LED, amarilla de necesidad, no de fabricación, y su alma parece igual, es demasiado dinero, no es tonto, si lo pillan, con ese monto, puede ir a la cárcel, pero también piensa que puede dar una parte a quien lo necesite, otra a su hermano, otra a su madre, otra…, quizás, el caso es que no va a hacer el imbécil, el dinero viene de Alemania, no piensa declararlo, no piensa malgastarlo, solo usarlo para lo común, el resto a guardar, a pagar las trampas, que las hay, con más rapidez, quizás hacer algún dispendio…, y durante unos instantes piensa, no quiere nada, no desea nada, mira el maletín, los relucientes billetes amarillos, y decide quedárselo, sabe que no los gastará el, serán para otros, los guardará en una caja de seguridad, ya no son inviolables, pero si más seguras que su casa, tampoco es tanto, y sonríe, si, es mucho, demasiado, si lo pillan no podrá justificarlos, que los jodan, y piensa en la pensión de viudedad de Nieves, que le costó trabajo, en las dos inspecciones de Hacienda, en la jubilación de su padre, en la de viudedad de su madre, en… así puede estar mil horas, el estado es un ladrón, el peor de todos, pues roba con impunidad, y suspira, si, cierra el maletín, mañana irá a la caja de seguridad, la que tiene desde hace años, y quitará las telarañas y los once mil euros que ha conseguido meter, que entre Eusebio y quien no lo es…

             Sonríe mirando al techo, sin darse cuenta cierra los ojos, y se queda dormido, mientras piensa la tranquilidad que da el dinero en altas dosis.

47 DECORACIÓN DE INTERIORES

             Luis mira la puerta “Adela Ruiz, Interiorista”, suspira, en los líos que se mete, pero lo que es, es, así que, a hacerlo, que no es obligación, es devoción.

             Entra, unas campanas que suenan al rozar con la parte superior de la puerta, es algo pequeño, pero íntimo, como si entraras en la habitación secreta de una mujer, exquisitamente amueblada, decorada con mimo, con cariño, que te invita a sentarte y charlar, pero no de presupuestos, sino del mundo y sus necedades y reírse de ello.

             Pelirroja, sonriente, con una cara más que bella, bonita, se acerca, le ofrece una silla, sin preguntarle nada más, ¿se le ve cara de cliente?, no lo sabe, él no está en el mundo de las ventas, pero debe de ser así.

– ¿Un café, un té?

-No, gracias, ya he cubierto el cupo diario.

– ¿Qué es lo que deseaba?

             Luis saca a una carpeta, de ella, una serie de láminas, son fotocopias a todo color.

             La mujer las mira.

-Un buen dibujante, si, sabe pintar, y sabe lo que quiere, ¿qué es lo que desea que haga con ellas?

-Son las ideas de alguien que pensó en cómo debía de quedar su hogar.

-Bien, ¿cuándo me puedo reunir con ella?

             La cara de Luis se entristece.

-No, lo siento, no puede ser, solo tenga, -le da unas llaves-, la dirección está en la lámina principal, en la carpeta, todas las habitaciones, el jardín, todo.

– ¿Y que es lo que puedo…?

-Deme un presupuesto de cómo quedaría la casa con todo lo que aparece en las imágenes.

-Sería complicado encontrar…

-No soy estúpido, lo más cercano posible.

-Seria arduo, y no barato precisamente.

-Hágame el presupuesto, si es aceptable lo hará.

-Necesitaría cobrarle por el presupuesto.

-Me parece aceptable.

             La mujer cuenta las láminas, son muchas, más el jardín, más… mueve la cabeza.

-No sé qué pedirle.

-Pida, pero no como comercial, sino como persona.

-Mil euros.

             Luis saca la cartera y los deposita en la mesita.

– ¿Cuando los tendrá?

-No sé, ¿en una semana?

-Me parece bien, si es antes, mejor.

– ¿Cómo se encuentra la finca?

-Sin nada, recién construida.

             La mujer asiente.

             Luis le entrega una tarjeta.

-llámeme al privado, -una sonrisa de Luis-, si no puedo cogerlo, la llamaré después, ¿le parece bien?

             La mujer asiente, mientras ve como el hombre se aleja, mira la tarjeta, Doctor Luis Monforte Luna, Cirujano, después muchas cosas que no entiende, y al final solo un teléfono, mira de nuevo, pero ya ha desaparecido, un mirlo blanco, le sacará el dinero, pero con cuidado, no hay rico tonto, lo aprendió pronto.

48 EL BLOC DE DIBUJO

Luis llega a casa, está cansado, no es el último año y está preparando el MIR, la niña vendrá con el pan debajo del brazo, mira a Nieves que reposa en el sofá, con una barriga enorme, dibuja algo, se acerca.

– ¿Qué haces?, mujer montaña.

             Nieves sonríe.

-Lo que me da la gana.

-Enséñame lo que pintas.

-Las guardias, el preñado, que aburrimiento, así que decidí pintar lo que me gustaría que fuera mi vida.

             Abre el cuaderno de dibujo, grande, y allí a todo color un salón, después la habitación de una niña, un despacho, otro despacho, de pronto para.

– ¿Sabes de donde son?

             Luis niega con la cabeza.

– ¿Recuerdas la casita adosada que nos enseñaron, aun sabiendo que no nos darían ni el dinero de la entrada?

-Sí, el de la urbanización esa…

-Marlín, cateto, marlín.

-Pues no le falta de nada, se asombra mientras pasa las páginas, para en una, es de una cochera, allí un enorme y precioso coche.

– ¿Qué es esto?

– ¿Recuerdas el coche que vimos en la exposición del centro, el que nos dejó con la boca abierta con lo que tenía por dentro, hasta un frigorífico?

-Sí, que pasada.

-Pues en nuestra casa, dentro de nada, no puede faltar, será necesario, como el agua corriente.

-Por supuesto, como menos, ese coche, que se dé por muerto.

-Será nuestro hogar, enseña la página de la casa al completo, allí criaremos a la niña montaña, que me está rompiendo el cuerpo, después el potorro me lo pondrá como una vaca, lo de ser madre, tendría que estar mejor informado, mírame, la cara hinchada, los labios que parecen dos morcillas, mis tetas, gordas, el culo carpeta, la barriga, tendrá más estrías que las ruedas de un tractor, ¿estoy grávida?, no, estoy jodida.

– ¿Y cuando veamos a la niña?

– ¿Llorando, berreando, cagada, sin dormir…?

-Me encanta, será como tú, si hace eso.

-Que puerco eres, pintaré una cochiquera, para que te tires sobre tus excrementos, solo te limpiaré, ya sabes para qué.

             Luis sonríe, la besa en la boca.

-Espera que dé a luz, me debes muchas horas de trabajos forzados, de espeleología, de alimentarte de mí, de mil cosas, quiero las cuerdas vocales dañadas, inflamación vaginal, estar escocida, que me duela por dentro, así que prepárate.

-Por desgracia, -sonríe Luis-, tengo tal preparación, que el día que me des suelta…

-No espero menos, -comienza a llorar-, tengo miedo.

– ¿De qué?

-De que salga a ti.

             Luis sonríe, la besa de nuevo.

-Ves, capullo, ya estoy mejor, -comienza a llorar de nuevo.

– ¿Qué te pasa ahora?

-Que te quiero tanto.

             Luis ríe, la coge de la mano y mira al techo, el que habrá que pintar algún día, y ese color entre hueso y suciedad, es un color de la felicidad, seguro.

49 ENCUENTROS

Guiomar está casi bien, Braulio que no la deja ni a sol ni a sombra, además parece que realmente este medicucho, la ha dejado bien, se alegra, cuando no es una hija de puta, vuelve a ser la niña que quería ser como él.

– ¿Dónde vamos, señora?

             Guiomar le da la dirección.

-Señora, ¿está segura?, esta es la parte, como decirlo, más asquerosa de la ciudad.

-Ya será menos, Braulio, que tiendes a exagerar.

-Seguro, señora, seguro.

             Un taller, mierda por todos lados, Braulio mira el cartel, “La Ponderosa”, sonríe, le recuerda las tardes tirado en el suelo, viendo la serie, cuando al padre de Guiomar no se le metía en la cabeza que cuando sabes andar, sabes trabajar.

-Señora, esto es un pueblo del oeste.

-Pues llevo a mi lado al mejor pistolero, ¿no es cierto?, Braulio, ¿o has venido en pelota?

-No señora, sabe que mi niña siempre me acompaña.

-Eso me da tranquilidad, desde que te conocí, la culata de tu viejo revolver, siempre ha sido para mí el símbolo de estar segura.

-Me alegro de que así sea, señora, pero déjeme que baje yo.

-No, ven conmigo.

-Y si dejo el coche, nos lo encontraremos.

-Pareces una vieja, ¿vienes o no?

-Si señora, sí.

             Braulio deja el coche en medio de la calle, siempre es mejor una multa, la grúa, que verlo aparecer años después sacando el chasis del rio.

             Ernesto que sale, han llamado.

-Ya va, ya va, que no hay un incendio.

             Cuando sale se le cae la quijada al suelo, alta, esbelta, bella, con clase para exportar, gafas de sol de las de letras de hipoteca, piernas de me pierdo, uñas de…, recupera el conocimiento, el de atrás es de los de tener en cuenta, sabe del negocio.

-Usted me dirá.

             Guiomar lo mira, es Luis en basto, como si hubiera comido de más y se le hubiera convertido en músculo, no está mal, pero es una anécdota, cuando Luis es el argumento principal.

-Supongo que usted es Monforte.

-Si señorita, -sonrisa que se le va a romper la cara.

-Me van a enviar un coche, un deportivo, quiero que lo recoja, que lo ponga a punto y que lo lleve a esta dirección, entrega una tarjeta que ni mira.

– ¿De qué coche hablamos?

-Un Bentley Continental GT Volante, deportivo, nuevo, viene del norte, me han hablado bien de usted, ¿será capaz de mantener mi pura sangre?

-Por supuesto, pero este taller…

             La mujer mira alrededor.

– ¿Me quiere indicar que no es apropiado…?

-No, no, por dios, no, ¿cuándo llega?

-Pasado mañana, por camión; mi hombre, -señala con la cabeza a Braulio-, le dará la dirección al camionero, compruebe que no tienen ni un solo rasguño, pintar el coche, vale lo que cuestan muchos utilitarios.

-Lo sé, lo sé, no se preocupe.

-Bien, me marcho.

             La mujer sale, los movimientos causan dolor de entrepierna, más a él, que siempre está como… sonríe, vaya jaca, fuera de alcance, pero…, mira la tarjeta.

             Guiomar Cienlobos Bartel, Juez del Tribunal de lo penal Número 3.

             Ahora se le queda más abierta la boca, ¿quién le habrá dado su nombre a la maravilla?

50 ISABEL

-Ernesto.

-Dime, gilipollas, que no llamas como no sea para dar por el culo, ¿que se te ha roto ahora?

-El Gorrino, que no arranca, ¿puedes venir a recogerlo?, es que tengo prácticas hoy en el provincial, ya sabes que…

-No me los toques, las prácticas al lado de tu casa, y el capullo de tu hermano a recoger el coche.

-Básicamente, si, -una sonrisa malvada-, te jodes, ¿o se lo digo a padre?

-Que cabrito eres, ¿ves que soy bueno y te he quitado años?

             Un momento de silencio.

– ¿Donde las llaves?

-Se las he dejado en la garita a Fernando, que es un amigo, dile que eres mi hermano, aunque no hace falta, le he dicho que, como yo, pero con cara de subnormal.

-Es el alternador, seguro, ¿qué hago?

-Arréglalo y me lo apuntas en la cuenta.

– ¿En la que está escrita en una barra de hielo?

-Mira que eres listo; sin bromas, ¿puedes hacerme el favor?

-Claro.

-Te dejo, que pena de genes míos en ti.

             Ernesto sonríe, es su mejor amigo, el que lo va a sacar de pobre, seguro, pero antes ha tenido que sacarlo de mil peleas, amenazas, cualquiera toca a los Monforte, y sonríe, mientras pide a cualquiera del taller que le dé un salto, lleva una batería nueva, que pesa como un moro ahogado.

             El compañero que lo deja en la garita, coloca la batería en el suelo y sonríe, una chica muy guapa, pero que parece que se ha comido un escorpión lo mira.

– ¿Que desea?

-Vengo a recoger las llaves de un coche, de un Peugeot.

– ¿Usted es…?, -lo mira con cara de asco.

-Ernesto, el hermano de Luis Monforte.

-Con esa cara, -sonríe con desvergüenza-, deme la documentación.

-Joder, que no la traigo encima, Fernando me conoce, ¿dónde está?

-Donde le sale de los huevos, fuera de aquí, -señala la cola-, que hay carrusel.

             Ernesto se aparta, la cara le cambia a la mujer, es una anciana que pregunta algo que no puede oír, pero la chica se convierte de ácido en caramelo, todo sonrisas, señala lugares, no hay prisa, y se queda esperando, la cola se deshace.

             Ernesto le ofrece un móvil.

– ¿Qué quieres, mi número?

-Coño, guapa, cógelo.

-Dígame, -la chica pone cara de asco.

-Isabel, guapa, que es mi hermano, el bestia que ves, es la mejor persona del mundo, solo que ha salido a mi padre, que es un gorila, cuídamelo, es lo que más quiero en el mundo.

-Vale, me debes una.

             La mujer se da la vuelta, coge unas llaves, gira de nuevo, se encara con Ernesto.

-Donde los depósitos de oxígeno…

-Sí, guapa, lo sé, siempre lo deja ahí, por si explotan, que le pague el seguro el coche.

             Isabel sonríe.

-Ves, con lo guapa que eres, y no sacas esa sonrisa.

-Yo se la saco a quien me da la gana.

-Me imagino, ¿a qué hora sales?

– ¿Por qué quieres saberlo, listillo?

-Me encantaría ver esa sonrisa de nuevo.

-Puede ser que a las ocho.

-Tengo un coche robado con batería nueva, -la levanta-, ¿hace una cerveza?

-Sin alcohol.

-Por supuesto.

-Gorila.

-Dime, Bombón.

-Tienes que recoger a las niñas, no me cuentes tu vida, si tardas cinco minutos te capo.

-Mi Isabel, lo más bonito del mundo.

-Sabes que te puedo reventar…

-En la cama lo que quieras, vamos a por el cuarto, que sea varón.

– ¿Para que sea tan burro como tú?

-Si es que dios me vino a ver, cuando no me dejaste ir a por el coche de Luis.

-Anda, que, si lo sé, -e Isabel sonríe, viendo al hotentote de su marido, levantando al aire una niña que pesa más de cuarenta kilos, suspira, si, es cuestión de pensar en que cuatro no es mal número, quiere un niño como su padre.

61 ANTES DE QUE SALGA EL SOL

-Ya va, ya va, coño con los nervios.

             Ernesto mira a la figura que tiene delante suya.

-Coño, no vienes a las horas normales, ahora dos veces, y antes de que el gallo saque los huevos a que le dé el aire.

-Qué cosas tienes, capullo, ¿puedo pasar?

-Se supone, la mitad es tuyo.

-Que pesado eres.

             Entra en la oficina.

-Ernesto, dan premios a la mierda en el despacho, lo tienes fijo, y con notas meritorias, que puerco eres, seguro que Isabel no lo sabe.

– ¿Que te crees tú, que si lo supiera iba a estar esto así?

-Menos mal que te casaste con alguien con más huevos que tú.

             Ernesto sonríe, de pronto se pone serio.

– ¿Que tiene que suceder para que vengas antes de que pongan las calles?

-No te asustes, es para algo bueno.

-Eso espero, ¿qué es?

             Luis abre una bolsa de moda, de ella saca un paquete, se lo da.

– ¿Qué coño es esto?

-Ábrelo, capullo.

             Ernesto lo abre, son mazos de billetes de doscientos euros.

-La hostia, ¿qué es esto?

-Dinero, ¿te lo explico?

-No me jodas, que, ¿de dónde viene?

-Un regalo que me han hecho, y quiero que tu tengas una buena parte.

-Joder, ¿cuánto es?

-Cien mil.

-La hostia, ¿qué hago con esto?

-Cómprales cosas a las niñas, le haces mimos a Isabel, la preñas con un varón, pero de dispendios, ninguno, hacienda esta como loca; para gastos comunes, un poco más, pero no demasiado, que no se pregunten como un taller que está siempre con un pie en la mierda, corre ahora las quinientas millas de Indianápolis.

             Ernesto mira hipnotizado el dinero.

-Joder, que pasta, pero Luis, que es mucho.

-Tengo tres sobrinas maravillosas, que de vez en cuando les tienes que decir que no, porque son tres, porque el taller, mil cosas, no les compres tonterías, pero si detallitos, ¿lo entiendes?

-Claro que lo entiendo.

-Me voy, ten cuidado, -se levanta.

             Ernesto le da un abrazo, no dice nada.

– ¿Te has vuelto moña?

-Como te quiero, mamón.

-Por lo que no pudiste estudiar, por las hostias que me quitaste, porque siempre estuviste ahí…

             Ernesto lo mira, sonríe, con lágrimas en los ojos.

-Pues no te queda nada que pagar.

-Por eso, -señala el montón de billetes-, este es un pequeño pago.

-Piérdete, que los pobres tenemos que pasar fatigas.

             Luis sale, mientras Ernesto mira los fajos de billetes que ha colocado encima de la mesa.

52 MÁS PAGOS

Acaba de llegar del banco, ha dejado cuatrocientos mil en cada una de las dos cajas que tiene desde hace años, ha avisado que llega tarde, pero apenas pone los pies en el hospital, Márquez, que lo está esperando.

-No tenemos operaciones esta mañana.

-No es eso, Monforte, vamos arriba a fumarnos un cigarro.

-Tu no fumas.

-Me acabo de enviciar.

             Luis se encoge de hombros, se imagina de que va la historia.

             Llegan arriba, es temprano, no es invierno, pero el aire, allí arriba, corta el resuello, Luis enciende un cigarro.

-Cuéntame que sucede.

– ¿Te ha llegado a casa un tipo raro con un maletín?

             Luis lo mira, asiente.

– ¿Dinero?

             Luis vuelve a asentir.

-Joder, joder, que no es un regalo de mil euros, que se entiende, o incluso diez mil, no doscientos cincuenta mil euros, la hostia, ¿qué hago con ellos?

-Ve a Hacienda, les explicas que los has encontrado tirados en el suelo, lo mismo te nombran gilipollas del año.

– ¿Tu que vas a hacer?

– ¿De qué?

-Con el dinero.

– ¿Que dinero?

             Márquez se queda a cuadros.

-Eso es lo que tienes que hacer, que no se entere ni dios, no gastes mucho, ni coche nuevo, ni tonterías de las gordas, un viajecito, un caprichito, y los gastos comunes que se hacen con eso, ¿o nunca te han regalado nada?

-No es eso, pero es que es delito…

-Sí, si te pillan, ¿has pensado en devolverlo?

-Sí, los cojones, -calla un momento-, además, ¿devolvérselo al accionista más gordo del lugar donde trabajo?

-Pues eso, no se lo dices ni a tu mujer, a la caja de seguridad, a un agujero en el campo, lo que sea, ayuda a los necesitados, a la parroquia, a quien sea, tíralos si quieres, pero no le ladres a la luna.

– ¿Qué quieres decir?

-Que no se entere nadie, no seas alma de cántaro, ¿tú sabes lo que tardaría alguno de tus queridos compañeros en denunciarte a Hacienda, por envidia, por creer que no lo mereces, por ser un ciudadano ejemplar?, realmente, porque él no los tiene, ni los tendrá.

-Tienes razón, joder, que se me ha ido la pinza.

-Con los nervios que tienes operando.

-Lo sé, pero se me presentó en casa.

– ¿Estabas solo?

             Márquez asiente.

-Esos saben hasta chino, si vas a Hacienda, manda a alguien a quien no quieras, esos saben si te mueves y a donde.

-No me jodas.

-Si haces un favor a alguien y lo quieres joder…

-Sí, es cierto, a mí no se me ocurriría.

-Pero a ellos sí, guárdalos, y si quieres no los gastes, solo un favor.

-Pide.

-No quiero volver oír hablar más del puto dinero, si no quieres operar más conmigo fuera del hospital, me lo dices.

-No es eso…

-Joder, ¿que si quieres operar conmigo fuera o no?

 -Sí, claro, por supuesto.

-Pues te metes la lengua en el culo.

             Márquez asiente, le pide un cigarro a Luis, lo enciende, tose, nunca ha fumado, hasta ese día.

53 OTRO PAGO

Luis se persigna, se sienta en el banco, no reza, no es lo suyo, simplemente piensa, esperando lo que sabe, que, en poco, si está allí, aparecerá; mira el reloj, el record son cinco minutos, apenas tres y siente como el peso mueve el banco.

– ¿Algo más duro de lo normal que tengas que dejar aquí?

-No, supongo que no, quizás tu si, ya sabes, el hombre que fue, nunca deja de ser, Padre Eusebio.

             El sacerdote sonríe, le encanta conversar con el médico al que extorsiona como en sus viejos tiempos.

– ¿A qué has venido hoy?, San Luis.

-A hacer una buena obra, vamos a la sacristía.

-Antes me gustaría hablar contigo.

-Traigo dinero, tú me indicas el orden.

-Vamos a la sacristía, excelso cristiano, -cómicamente se inclina en la salida del banco.

             Se sienta frente al sacerdote.

-Tú me dices.

             Luis saca un sobre gordo, muy gordo, lo deja en la mesa.

             El cura lo coge, lo abre, sonríe.

-Me parece que este no necesita un justificante, un recibo, me recuerda los viejos tiempos, cuando el que apuntaba algo en cualquier sitio, al final, siempre, le disparaban.

-Sí, supongo, eres más perro que yo, el caso, es que me han querido hacer un regalo, y yo quiero hacértelo a ti, a la parroquia, que se me olvida que solo eres un recaudador, con mala uva, pero solo un recaudador, el jefe, está el pobre en una cruz.

– ¿El viaje a Alemania?

             Luis asiente.

-Algunas veces los protestantes…

-En Alemania quizás haya más católicos que protestantes, aunque quizás ya no queden de ninguno de los dos.

             Eusebio saca el dinero, lo mueve.

-En cuanto a tu conciencia, que permanezca tan nívea como siempre, ya sabes, al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios, ¿tú te has preguntado para que sirve este dinero?

-Si tú me dices…

             Eusebio mueve la cabeza.

-No, sirve para que se paguen las hipotecas de los viejos que no llegan a cobrar sino son miserias, de un país que promete, pero que solo da a los lameculos; a que coman, a que no estén solos, a que la vida sea un poco meno puerca que lo que es, y, ¿sabes que es lo más triste?

-No, pero me lo vas a decir.

             Eusebio sonríe.

-Por eso me caes bien, por lo simpático que eres.

-Me vas a decir…

-Sí, te comentaba que lo curioso, es que muchos de ellos no son cristianos, pero cumplen el primer requisito y fundamental del que está clavado en la cruz, ¿sabes cuál es?

             Luis niega con la cabeza, quiere que desahogue, que diga, sabe que el cura también sufre.

-Que son seres humanos, y que sufren.

-Eso son dos, Eusebio, ¿el Parkinson con la edad que tienes?

-Hubiera sido una buena pelea entre dos mareros, uno con más mala leche que el otro, solo uno hubiera salido con vida de la selva, Luis, ¿sabes quién?

-Sí, yo, seguro.

             Eusebio asiente.

– ¿Sabes por qué?, Luis.

             Luis niega.

-Porque quieres morir, yo no quería morir, ahora, con el jefe, el de la cruz, no me importa, pero a ti hace años que no te importa nada, quizás que seas católico evita que te quites de en medio, no lo sé, solo que doy gracias a lo que sea, porque vengas, -mueve el dinero-, a dar la vida a los viejecitos, y a los pobres…, -la sonrisa cada vez es más grande.

54 OTRO PEDIDO MÁS

-Corta el predicamento, ¿qué era lo que querías pedirme?

-Sí, se me olvidaba, los viejos tiempos, veo el dinero y se me va…, lo que te quería decir, espera un momento, -se levanta y sale, por supuesto después de abrir el cajón con llave y cerrarlo a cal y canto con el dinero dentro.

             Vuelve con una chica preciosa, muy joven, eso sí, no le han arreglado ni el bigote, ni las cejas, ni sabe lo que es un cosmético, la colonia la de su abuela, pero una belleza natural que tira de espaldas.

-Mira Paloma, ¿no querías conocer a San Luis?

             La chica sonríe, agacha la cabeza.

-No seas vergonzosa, solo es un matasano, que no vale para nada.

-No diga eso, Don Eusebio, que es el mejor médico que sé que existe.

             Eusebio sonríe.

-Mírala, una niña, guapa como una virgencita, en segundo de medicina, un coco, lista como el hambre, solo un problema.

-Que tendré que solucionar yo.

-Ves, -mira a Paloma la coge de la barbilla y se la levanta-, por eso es tan buen médico, es adivino, sabe que le iba a pedir un favor, porque la pasta, ya se la he sacado.

             La chica sonríe.

-Venga, pide por esa enorme boca, que comes más que una lima nueva.

-Aquí, esta belleza, -la coge de las manos-, está fregando escaleras, mírale las manos, mira los sabañones.

             Luis se incorpora.

-Como huevos de golondrina, niña, ¿qué sucede?

-No sé si recuerdas al hombre desempleado que salvó a una chica de ser violada, y que lo mataron.

-Sí, quiero recordarlo, fue por aquí cerca, un héroe.

-Lo que tú quieras, mucho periódico, después no le concedieron ni viudedad a la mujer que estaba con él desde veinte años atrás, su madre, están que se mueren de hambre, mírala, ¿tendrás los cojones de dejar que una persona inteligente como ella, con lo genes de un héroe se la lleve la corriente sucia de este estercolero?

-Joder, Eusebio, me has dado miedo, ¿qué quieres?

-Subvenciones, becas, ayudas, lo que puedas conseguir, y lo más importante…

-Mi dinero.

             Eusebio sonríe.

-Te dije que era adivino, Paloma.

-De acuerdo, de momento, toma mil euros que te dará Eusebio de lo que le he dado; todos los meses, mínimo eso, después ya veremos, por supuesto, la matricula, los libros, lo demás, a mi cargo, la mira, ¿te parece bien?

-No sé cómo agradecerle…

-Número uno, la número uno, Paloma, la número uno.

             La chica sonríe.

-Sí, seré la número uno.

             Cuando sale, Eusebio lo acompaña.

-Eusebio, ni una encerrona más, no me gustan, se me quitan las ganas de venir a la parroquia.

-Yo voy a tu casa a por la limosna.

-No es una broma.

– ¿Dime tu cuando es un buen momento para pedirte que apadrines a una de las miles de chicas que hay que merecen estudiar y no pueden?

             Luis lo mira.

-No, Luis, no, con el alma de Paloma, no, desde siempre está aquí, comiéndose lo que nadie quiere, trabajando en lo suyo, pero más en lo de los demás, el alma de su padre es la suya, así que, ¿tú me vas a decir con tus cojones gordos, cuando es el momento?

             Luis lo mira y sonríe.

-Sí que das miedo, cuando estabas allí, madre mía, tenías que ser…

-Luis, no es broma, ayúdala.

-No te preocupes, lo haré, olvídate de ese problema y busca una nueva forma de chincharme, de hacerme la vida bastante más difícil.

-Sabes que lo conseguiré.

-Lo sé, lo sé.

– ¿Vas a lo de Concha?

-No.

-Que mentiroso eres, invítame a unos flamenquines, que hace tiempo que tengo los triglicéridos bajos.

-Y la vergüenza más baja aún.

-Eso tampoco te lo niego.

55 RECUERDOS

Luis pasea por la casa, lleva en la mano el bloc de los dibujos de Nieves, habitación por habitación va comprobando lo que la pelirroja ha realizado con lo que le dio, que a fin de cuentas es lo mismo que él está mirando, tan solo que en fotocopia a todo color.

             Camina por la casa, que no ha visto, pero que conoce, paso a paso, habitación a habitación, recorre el parque, la cochera donde duerme el alemán que cuesta lo que un buen piso, se para, mira el seto, que ha agarrado al final, dos veces se ha pospuesto la visita, la tierra de allí es mala para los setos, los seca, se han trasplantado, pero ahora lucen como una moneda al sol.

             Mira la piscina, pequeña, recoleta, orientada al sur, que el sol le de desde que amanece, los que no la orienten así, a pesar de la calurosa ciudad, el agua no calentara lo suficiente, y sonríe, lo sabe por experiencia, Nieves se lo demostró más de una vez cuando iban, esas pocas veces, a bañarse a casa de alguien.

– ¿Qué le parece?

             Es Adela Ruiz la sonríete interiorista que nunca creyó que aquel imbécil le aceptara la oferta sin regatear, pero ya se ha enterado, es un desgraciado que tiene las manos de oro, que se lo rifan los hospitales, estúpido, con dinero y viudo, una presa de las de tomar en cuenta, si puede, le quitará las penas al viudo, por supuesto, previo pago de su precio.

-Sí, no está mal.

-Yo creo que ha quedado bien.

-Sí, pero no por el precio que me ha costado.

             La mujer sonríe.

– ¿Qué es lo que quiere decir?

– ¿Se cree que fue la primera opción?, tengo presupuestos en casa mucho más baratos que el suyo.

             La cara de la mujer cambia.

-Entonces, -levanta la cabeza-, ¿por qué el mío?

-Confié, en la eficiencia de la mujer que tenía una oficina que me encantó, después me he enterado que es otra persona la que tiene el buen gusto, pero trabaja para usted, así que dese por bien servida.

– ¿No le gusta?

-Sí, no es lo que me guste o no, es que no es obra suya, ha cobrado lo que no debía, y encima viene a que le aplaudan, -Luis sonríe-, creía que era un pobre viudo idiota, quizás, pero criado en uno de los peores barrios de la ciudad, me enseñaron con tres años a bregar con gente como usted, así que, como ha cobrado el trabajo en su totalidad, salga de aquí, no quiero volver a verla, y por supuesto no espere que la recomiende a nadie.

-Lo del precio, lo aceptó…

-No hablo de eso, el precio lo pone cada uno, me parece bien, pero que le dignifiquen lo que a fin de cuentas es de puestecillo de mercado, de comercial de tercera, que es lo que es, pues no, usted vende bien, perfecto, pero, esto, -señala alrededor-, no tiene su espíritu, nunca lo tendrá, -sonríe-, querida, con este gusto hay que nacer, a nosotros, se nos nota el barrio del que salimos, querida Adela, ¿o te llamo Angustias como tu madre?

             La cara le cambia.

– ¿Qué quiere decir?

-Que pocas pedradas nos hemos dado, allí en el barrio, mira el apellido, Monforte, los hermanos, ¿no nos recuerdas?, yo a ti si, eras como un caballo percherón de grande, pero a fin de cuentas una piedra del barrio, por eso te escogí, por eso y porque tenías contratada a la persona que ha hecho esto.

– ¿Tu eres el Monforte chico?

             Luis asiente.

-Joder con la vida, ¿y que pasa porque vengamos del mismo lugar?

-Nada en absoluto, solo nos define, nos hizo lo que somos, tu una buena vendedora, yo el imbécil que paga esto, nada más, no pasa nada.

-Podemos quedar algún día…

-No, yo sigo siendo de los que no valía la pena, a ti te gustaba eso con mi hermano, con los de su pandilla, cada uno lo que es, Angustias, o Adela, o como te quieras llamar, sal de la casa, por favor.

             Mala cara, pero al final sale de allí, se queda solo, llaman a la puerta, son los cerrajeros, no se fía de nadie, espera mientras colocan nuevas cerraduras, y vuelve a comprobar que todo está como Nieves hubiera querido, arranca el coche, cierra la puerta, y se echa sobre el volante, llora, ha pasado mucho tiempo, pero la herida no se cierra, ¿se cerrará, algún día? Niega con la cabeza, instintivamente; alguien que toca la ventanilla, una sonrisa, es un hombre joven, que le ofrece unas llaves.

– ¿Ya han terminado?

-Sí señor, todas cambiadas, mañana le paso la factura.

-Hágalo, y muchas gracias.

             Ve como se marcha, se queda solo, pasea por la casa, una hora tras otra, oscurece, la casa tiene luz, pero no enciende nada, solo se encienden las luces que están programadas para dar la impresión de que está habitada, lo demás, no importa, se queda en el sofá, mirando por las cristaleras, ve a la gente pasar, como el parque se oscurece, como llega la oscura noche, los faroles encenderse, pero nada es importante; hace frio, mucho frio, obra nueva, el frio que no se ha ido, pero da igual, solo siente la humedad que cae por sus mejillas, es un día cualquiera, pero a la vez, es el día que hubiera querido compartir con la mujer que sigue queriendo más que a nada, aun sabiendo que no quedará casi traza en la tumba que ocupó su cuerpo, pero no, para él, no se ha ido, y no llora, gime, aúlla como una fiera herida, como un alma que se destruye, y la oscuridad, impávida, solo devuelve el eco de los lamentos del que sufre.

56 BUEN TIEMPO

Hay cosas que son imposibles de comprender si no las has vivido en el lugar apropiado, en el único, otras podrán ser mejores, peores, pero como la experiencia de una terraza en la calle, cuando el calor se ha ido, es algo que solo es posible experimentar en esta ciudad, y al que le pique que se rasque.

             Luis sonríe, es casa Concha, como siempre, ¿para qué variar?, por lo menos sabes lo que comes, que no es gran cosa, pero tampoco lo peor; la tarde que cae, casi que llega la noche, nada que hacer, el sol se marcha con su cansancio, el albero, la loseta, lo que sea, regado, con el calor esparcido, que nunca huye, que tiene el desparpajo de ser el que domina el sur, y se queda esperando que llegue el día, para seguir dando por donde más duele; pero en ese momento, Luis solo mira a la calle, donde pasa gente humilde, con un Vargas, que en cualquier lugar del país puede ser una cosa, pero allí, donde fue la capital de un imperio, es vino tinto con gaseosa, que hora es casera, antes Pijuan, o la que fuera, pero siempre es lo mismo, un Vargas, y este poco cargado, que el tinto no es de campeonato, y carraspea cuando pasa, pero la gaseosa, que no el sifón, lo ennoblece, al lado, las patatas fritas, más al lado, lo que sale de pegarle una patada a un  olivo, y Luis respira tranquilo, son los momentos que no valen lo que cuestan, es como el sexo, si supieran lo bueno que es, lo joderían a impuestos, pues una terracita es lo mismo, lo mejor para la ansiedad, para la depresión, para cualquier cosa, siempre que no se te presente el que no quieres que se te aplaste.

             La ve venir, la vieja, que se dirige como un torpedo; arregló a la niña, y del más rancio odio, al amor más persistente, parece que prefiere el primero, pero alguien que se sienta.

-Buenas tardes, Doña Maruja, aquí con Don Luis, que quería preguntarle una cosa, -ve como Paloma sonríe con desparpajo.

-Si niña, si, pregúntale lo que quieras, como si tú supieras…, buenas tardes, don Luis, cuando pueda.

-Por supuesto, -sonríe Luis.

             Ve como se marcha la mujer y sonríe.

-Lo que quieras, cola, patatas, flamenquín, riñón de médico, lo que quieras, que pesada es.

-Sí, le ha dado por usted, pasaba por aquí, le he visto la cara de miedo, y he pensado en salvarlo con riesgo de mi vida.

             Luis sonríe, la mira, es una niña con cuerpo de problema, y la cara de lio de los gordos.

– ¿Que hace por aquí?

-Vivo aquí, Paloma.

             La muchacha lo mira sorprendida.

-Venga ya, con la pasta que tiene.

             Luis señala.

-En el segundo tienes tu casa, si vienes con tu madre, o acompañada de una persona mayor.

– ¿Por qué dice eso?

-Con lo guapa que eres, en casa de un viudo, hazme caso, somos modernos, pero no tanto, esto es un barrio, que es un pueblo de los perdidos en la serranía.

             Paloma ríe.

– ¿Conoce esto?

-Sí, llevo viviendo aquí, -piensa-, no sé, unos quince años, o más.

             Paloma señala atrás un bloque.

-En el tercero vivimos mi madre y yo, villa Miserias como la llamo.

-Porque no conoces el mío, Paloma, el otro día entró un ratón, y cuando iba a ir a matarlo, se dio la vuelta, vomitaba, me dijo, ya me voy, ya me voy, arregla esto, por favor.

             La muchacha ríe con ganas.

-Qué cosas tiene.

-Háblame de tu.

-Es usted un médico…

-Un vecino, talludito, que se toma un Vargas, ¿quieres uno?

             La chica asiente.

-Pero flojito, que no soy de…

-Eso está bien, el alcohol y nuestra profesión no hacen buenas migas, lo sé porque pisé el cable bien pisado, no dejes nunca que el alcohol entre en tu vida, por lo menos como actor principal, secundario y de los que no aparecen al final de la película.

             La chica lo mira, no dice nada, al momento, el Vargas, Paco, el de Concha que los mira con una sonrisa.

             Luis levanta la cara.

-Paquito, ¿quieres un problema conmigo?

-No, Don Luis, es que…

-Lárgate.

– ¿Qué pasa?, Don Luis, -pregunta Paloma.

-Que la Concha, buena gente, el Paco es un cerdo.

             Paloma asiente, de un golpe se ha bebido el Vargas.

-Que calor.

– ¿De dónde vienes?

-De la biblioteca de la facultad.

-La conozco, ni horas que me he pegado allí, ¿con que estás?

-Fisiopatología.

-Es un castigo, pero útil, sobre todo si la apruebas.

-Sí, pero cuesta trabajo.

-Eusebio me asegura que no, que eres una monstrua.

             La chica sonríe.

-Sí, pero hay que echar troncos a la candela, que cuesta, entra, pero siempre es trabajo, sobre todo llegar a ser la número uno.

-Eso espero, me voy a comer un churrasco a la pimienta con salsa cordobesa, ¿te apetece?, de los que le salen las orejas fuera del plato, que ya sabes cómo es la Concha.

-Es que mi madre…

-Después le llevas uno, ¿no los has probado?

-Claro, pero…

             Luis levanta la mano.

-Paco, dos de los salvajes con mucho pique, después, uno para llevar.

-Muchas gracias.

-No, si veras el turbión en la barriga cuando termines.

             Paloma agacha la cabeza, la oye contener las ganas de reírse.

– ¿Qué te pasa?

-Es que yo soy de esas.

– ¿De cuáles?

-De las del turbión.

             Luis se ríe de buena gana, mientras que Paloma no puede contener la risa y se estremece, entre carcajada y carcajada.

             Luis la mira, si, es la juventud, ese divino tesoro, del que ya ni se acordaba, pero continúa riendo, son esos escasos momentos los que hay que atesorar, como lo que son, algo irrepetible.

57 DE MALA MANERA

Paloma recoge los bancos de la iglesia, tampoco es tanto, ha terminado de estudiar, más bien se ha aburrido, todo va como tiene que ir, el no tener que fregar escaleras le hace mucho, sonríe para sí misma, no es que haga mucho, es la diferencia entre un antes y un después, ahora las asignaturas siguen siendo duras, pero no tanto, apenas si son paseos comparadas con el tiempo…, vuelve a sonreír, fue hace poco, en que no podía casi dedicarle tiempo, ni de veces que ha pensado en dejar la carrera, ahora con la ayuda de don Luis, quizás…

             Mira una figura en uno de los bancos de la esquina, los que nacen de tener que retorcerse en sí misma para acoplarse al reducido solar que ocupa, le es familiar, si, es…, no sabe qué hacer, se acerca poco a poco, recogiendo lo que tiene que recoger, pero en dirección a la encorvada silueta.

             Sin querer, como si fuera impelida por alguien que no conoce, se sienta al lado, eso no es lo peor, la reseca madera, olvidada de años, cruje ante su peso que aun siendo poco, es.

             La figura no se mueve, solo está con la cabeza baja, parece ni respirar, se queda quieta a su lado, como si…, no sabe que es lo que está haciendo, pero…

             Pasa un buen rato, sigue quieta sin decir nada, respetando el silencio de la figura.

-Hola, Paloma.

-Buenas tardes, Don Luis.

– ¿Qué haces aquí?

-Haciéndole compañía, que desde donde estaba se le veía de solitario que daba miedo.

             Luis gira la cabeza, sonríe.

– ¿Que le sucede?, Don Luis, ¿algo malo?

-Siempre es lo malo lo que nos trae a pedir al que a saber si existe, si es algo bueno, la mayoría se nos olvida, nos crearon egoístas, chiquilla, muy egoístas.

– ¿Y que le ha pasado hoy?

– ¿Quieres una vacuna contra la ilusión, contra la vocación?

– ¿Qué quiere decir?

-Déjalo, no quiero hacer daño, menos a alguien tan inocente como tú.

-No, diga lo que tenga que decir, el peso compartido es la mitad para cada uno.

-Si fuera cierto.

-Eso es lo que dice Don Eusebio.

-Si fuera cierto todo lo que dice ese cura fullero…, pero vale.

– ¿Me va a contar?

             Luis asiente.

-Imagina, tu que ya estás de aspirante a matasanos, un niño, guapo, simpático, con ganas de vivir, lo has visto, sabes que lleva el quinario pasado, que le queda solo un paso para poder ser normal, solo un paso, -Luis va juntando dos dedos.

             Mira a la cruz.

-Todo está bien, las máquinas dicen que todo está bien, me piden que haga la operación por favor, es fácil, media hora, y a la calle, todo perfecto, las malas fueron las dos anteriores, hace mucho tiempo, las que yo no hice, pero que están guardados los vídeos, que he visto varias veces, ¿sabes lo que son los vídeos?

-Sí, las grabaciones de operaciones, son obligatorias.

-Así es, pues entro en el quirófano, todo bien, sonrisas, Bach, el omnipresente Bach, abro, ¿todo bien?, no, nada está bien, una válvula que no restañaron bien, un aparato mal puesto, todo lo que podía estar mal, lo estaba, de media hora, seis, no pasa nada, -intenta sonreír-, solo es tiempo, cansancio, dolor, pero no, es más, es la vida que querías tener, que se escapa, como si no fuera nada, y te oyes decir caldeando, “hora de la muerte…”, y eso no es lo peor, la familia, que la conoces, que confiaban, que no saben que los que operaron eran unos matarifes, los llantos, las lágrimas, las maldiciones, los golpes, con razón, sin ella, ¿Dónde echan el dolor los que sufren?, -mira a Paloma-, esa es nuestra profesión, por eso nadie la quiere, hazte médico de familia, que también tiene tarea, pero, ¿cirujano?, -niega con la cabeza-, no, Paloma, no, matas, y a la vez mueres, dejas morir, mueres, salvas, mueres esperando que no regrese, mueres, mueres, solo mueres, día a día, y eso con suerte, no eres como mis compañeros, que les da igual, que los que están en la mesa son solo números, estadísticas, dinero, buena vida, el que rajan, que procure estar bien, que ellos…, -y , sonríe sarcásticamente-, también son médicos, cirujanos, -suspira-, y el que está enfrente, mira como lo putearon, lo clavaron en una cruz, que no dice nada, que no manda a San Miguel encabronado, a eliminar a la morralla, que solo en mi hospital tiene para hartarse, -sonríe de nuevo-, si, bonita, San Miguel, el de la espada, nada de advertencias, cortar por lo sano, conmigo también, mejor me callo, que estoy para partirme y probarme.

             Paloma lo mira, le quita una lágrima con un dedo, después en el otro ojo lo mismo, saca un pañuelo, moja una punta y la pasa por los hinchados párpados, no dice nada.

             Luis la mira, la chica sonríe.

-Cuando lloro, mi madre me hace lo mismo, a mí me consuela, ¿a usted, don Luis?

-A cualquiera, Paloma, a cualquiera.

58 UNA TARDE CUALQUIERA

Paloma mira a Luis, está destruido, solo sonríe, le recuerda a su padre, el que hace tanto tiempo que se fue, que siempre penaba por alguien, que le gustaba llevar el peso del mundo en sus anchas espaldas.

-Don Luis…

-Luis, por favor, que me has limpiado los mocos, eso da confianza.

             La chica sonríe.

-La Concha, que ha traído caracoles, ¿me invita?

– ¿De los chicos?

             Paloma asiente,

-Y de los gordos, de las cabrillas con la salsa de siempre.

– ¿Los has probado?, niña.

-No hace falta probarlos, si, están de muerte.

– ¿Cuantos nos comemos?, -pregunta Luis con cara de niño malo.

-Una cubeta de cada uno, cada uno.

-Hecho, vámonos, Paloma.

             Eusebio lo ha oído todo, él no hubiera podido levantarle el alma al médico que salva vidas, dejándose la suya, como si tuviera la culpa de todo, no es como él, que si la tuvo y paga, el que se va, no ha hecho nada, o casi nada, pero paga como si fuera el que debe de pagarlo todo, y bendita sea la chica que le ayuda a llevar el peso, sea joven, sea vieja, guapa, fea, gorda, delgada, ¿qué más le da al de arriba?; cuando los diablos rondan a un santo, el de arriba manda a su San Miguel particular, que no tiene que ser varón, ni grande, ni fuerte, ni salvaje, solo duro, duro como el granito sobre el que se levantó la ciudad, y sonríe, mira a la figura clavada en la cruz, sonríe, y piensa, ”Mira que eres listo”

             Todo lleno de cuencos de caparazones de caracoles vacíos, Paloma reposa tirada hacia atrás con la cabeza caída en la misma posición.

-Madre mía, como me he puesto, mañana tendrán que repoblar todo de caracoles, que buenos estaban.

-Vamos a reventar, que maravilla, ¿quieres algo más?, -le pregunta Luis.

-La extremaunción, y que haya gente que le de asco comer esta maravilla.

-Déjalos, Paloma, que el señor, en su infinita inteligencia los castigará enviándolos al norte.

             Paloma sonríe.

– ¿Y si alguien del norte nos oye?

-Si está comiendo caracoles, es que no es tan malo.

             Paloma levanta la mano.

– ¿A quién saludas?

-A mi madre.

             Luis se yergue.

-Dile que se siente con nosotros.

             Paloma la llama, pero la mujer solo sonríe y se queda quieta, la chica se levanta y sin piedad, a empellones, la acerca a la mesa, Luis se levanta.

-No se levante, que la que molesta soy yo.

-No diga esas cosas, siéntese, que nos hemos puesto de caracoles…, ¿quiere usted?, que los de la Concha…

-Los de mi madre son mejores, Luis, de morir, -Paloma mueve la cabeza como si fuera la verdad más fundamental.

             Luis mira a la mujer, se la ve gastada, cansada, posiblemente más vieja de lo que realmente es, sonríe con cansancio, con la sonrisa del trabajo, que, para ella, Luis lo sea, y no sabe que hacer.

-Luis, de verdad, ¿tú ves los de la Concha?, pues nada que hacer, los de mi madre, increíbles.

-Si hay tiempo, Paloma, que sabes que son muy liados, -le contesta su madre.

– ¿Cómo se llama usted?, -pregunta Luis.

-Perdone, don Luis, Visitación, me llama Visi, para lo que usted desee, y gracias por ayudar a la niña, que es un zopenco, pero no es mala.

-No diga usted eso, -mira a Paloma-, ¿qué notas has sacado en esta evaluación?

-Número Uno.

-Yo no entiendo de eso, don Luis, de usted si, ¿va bien?

-Como un reloj, -le responde.

-Con eso me quedo más tranquila, y me marcho, que mañana a las cinco empieza la faena.

– ¿Sigue usted con lo de las comunidades?

-No sea usted tan fino, ¿con lo de fregar escaleras?, claro que sigo, que remedio.

– ¿Unos caracoles?

             La mujer sonríe.

-No le voy a decir que no, que yo no tengo tiempo, y que a la Concha no le salen mal, que chica más apañada, si no fuera…

-Por el Paquito, Visi, por el Paquito, la madre que lo parió.

-Me ha dicho la niña que vive aquí.

             Luis asiente.

-De toda la vida, -señala a su casa, aunque sea de mala educación, le da igual.

– ¿Usted es el médico que su mujer…?, -Visitación se corta.

             Luis asiente.

-Sí, que me la mataron, Visitación, ayer, hace mil años.

             La mujer calla.

-Lo siento, no quería…

-No importa, no miente, fue, es verdad, soy viudo desde entonces.

-Qué pena de mujer, con lo guapa que era, -suspira Visi.

Si, una pena, -está a punto de no decirlo, parece cotilla, pero le han dicho que no, solo que de conocimiento solo ha salido la niña.

-Me han dicho que cocina bien, Visi.

-Sí, eso dicen, yo no creo que sea para tanto, -intenta sonreír, se ha dado cuenta de que ha metido la pata.

-El caso, es que la chica que llevaba mi casa se ha ido, historias de las suyas, lo cierto es que me ha dejado tirado, si la contrato…

– ¿Que tendría que hacer?

-Cuidarme como si fuera su niño pequeño al que quiere con locura.

             La mujer sonríe.

– ¿Tan abandonado es?

             Luis asiente.

-Mientras que no se pegue, no está sucio del todo, además, comida, ropa…, todo.

– ¿Y de cuánto hablamos?

-Un buen sueldo, dada de alta, el que se paga de normal.

– ¿Puedo seguir con las escaleras?

-Si tiene cuerpo.

             La mujer levanta la mano.

-Por mí, trato hecho.

             Luis la estrecha.

-Mañana a las siete la espero en el segundo B, que me marcho a esa hora al hospital.

-Allí estaré.

             Luis mira a Paloma.

– ¿Tu qué opinas?

– Que sí, que es un santo.

-Que te lo diga tu madre cuando conozca como vivo.

             Paloma sonríe.

59 LA RECOGIDA

-Buenos días.

             Ernesto mira al que acaba de entrar por la puerta del taller, es como los podencos, conoce el paño, enteco, ya en edades, pelo gris, pero poco, sonrisa parca, y cuidado con los lugares oscuros, que, si le debes algo, lo pagas en tripas.

-A los buenos días, -responde con la sonrisa de a pocos euros la hora-, ¿que deseaba?

-Venía a recoger el automóvil de la Señorita Cienlobos, ¿le ha llamado?

-Sí, ¿usted es…?

-Ambrosio Regueras, para servirle, si no es mandar mucho, -sonrisa de las de muerdo con bichos que no matan los antibióticos.

-De acuerdo, -nueva sonrisa-, todo correcto.

– ¿Me puede informar de cómo estaba el coche?, para que, a su vez, yo le informe a la señora.

-Bien, algo a notar, que el aceite de la caja de cambios, que no era bueno, lo pedí, una pasta, también el del aceite, una pena para un coche que marca solo doscientos kilómetros.

-Más un capricho que otra cosa, usted me entiende.

             Ernesto sonríe, le hace una indicación de que lo siga; pasan por innumerables pasillos, señal de que el taller creció como las setas entre los árboles, lo que le dejaban los edificios y los locales comerciales de los mismos.

-Muy reconcentrado, ¿su nombre es?, -pregunta Ambrosio.

-Ernesto, y sí, mi padre fue comprando lo que pudo entre los solares que se vendían, suerte, que, aunque malamente, están comunicados.

-Sí, conozco la situación, ¿y el coche?

             Ernesto enciende una luz, se ve un enorme guarda polvos, que tira con presteza, aparece el coche de un azul precioso, dado brillo hasta la saciedad.

-Sí que lo han dejado bonito.

-Buen material, buena herramienta, -contesta Ernesto-, más tiempo que dedicarle, pero merece la pena.

-Sí que la merece, supongo que la dolorosa será…

             Ernesto sonríe.

-Dolorosa, por supuesto, si fuera menos, menos le gustaría.

-Me cae bien, Ernesto, está criado en la vida.

-No hay más remedio, o espabilas, o te arrancan la cabeza.

-Como la biblia de claro, -nueva sonrisa de fiera.

– ¿Y cómo ha sido que la señorita…?

-Señoría, que es juez, -levanta la barbilla-, y de las que van al supremo.

-Joder, que alegría, pero como es que…

-Porque le cae bien, Ernesto.

             Este sonríe.

-Supongo, pero mejor decir eso, que no me va a contar una mierda.

-Pues eso, pago, me llevo el coche, y todos como hijos de dios.

-Vivos, -responde Ernesto.

-Que sí que es listo, coño, -nueva sonrisa.

             Ahora Ernesto sonríe, pero deseando que se lleven el coche, que estaba mal mantenido, espera que haya podido…, mejor no pensar en nada.

60 TODOS LOS PRIMEROS SÁBADOS

Luis sale de la casa, está mejor ordenada, Visi le pega con las dos manos, la mierda no ha desaparecido, es imposible, pero parece retirarse, no en desbandada, que es fuerte, pero sí que poco a poco da la impresión de que algún día podrá ser vencida, y sonríe; mira al cielo, es un buen día, es sábado, el sábado, quiere verlo y el día acompaña, se ha arreglado un poco, no le gusta ir como es él en día de descanso, cree que lo ve, sigue siendo un cristiano imbécil de los que dicen que no creen en dios, y se encomiendan a él con nada que el día comienza.

             Gafas de sol, no es verano, pero el Lorenzo castiga con la intensidad que solo un andaluz puede sentir, ni los maldita madre de los moros saben lo que es el sol del sur, y vuelve a sonreír, ya está con la cantinela de que…

             Lo ve, mueve la cabeza, esa cabeza con una boca que sonríe.

– ¿Qué coño haces aquí?, Anatoly.

-Lo de siempre, Don Luis, es sábado, -toca el reloj-, lo pone aquí, ¿o se le ha olvidado, y viene pronto, como si quisiera escaparse?

-No, no me escapo, pero la carrera me la cobras.

-Sí, y cara, como las putas, súbase, Don Luis, que cuando lleguemos, lo mismo está abierto.

             Luis sube.

– ¿Has dejado de fumar?, Anatoly.

             Con la desvergüenza del que las ha pasado de todos los colores, el ucraniano responde.

-Sí que es un día magnífico, ¿ve que palabras?, la Maruja me jura, que mis tacos son los de un camionero con dos mil kilómetros que venga de Francia, ya mismo nadie sabrá que no nací aquí.

             Dos metros, rubio de miedo, con unos ojos azules que hablan de hielo, y la cara de eslavo que no es la del rubio español, seguro que cuela, eso sí, con la mujer y con los niños más bonitos que se puedan imaginar.

             Antes de darse cuenta, está en el cementerio, lo están abriendo, siempre está abierto, pero de par en par, desde temprano en la mañana.

-Ve, todo a punto Don Luis, perfecto, la hora bien.

             Luis lo mira y sonríe, sale del coche y se encamina hacia el cementerio, mientras Anatoly, se persigna al revés, como buen ortodoxo, y enciende un cigarro, como los niños malos de los colegios, que esperan a que el profesor se haya marchado, quizás hasta sabe mejor, seguro.

             Apenas el pasillo, la iglesia, más bien capilla, a la derecha, al frente, el patio principal, primer pasillo de tumbas, allí, la primera en la esquina, “Familia Junquito”, y ve, como mil veces ha visto, los nombres que aparecen en el panteón, desde el primero, que no era Monforte, que era del primer apellido de la ciudad, Junquito, hasta…, que se pierde en los últimos siglos de la ciudad, pero el viene a ver al último, “Ernesto Monforte Lemos”, y suspira, quita las pocas hojas que el viento ha llevado de cercanías, pero lejanas, en el patio todo son cipreses de los viejos, que habrá que arrancar, pues, hay algunos, que queriendo llegar al cielo, levantan el suelo.

– ¿Qué pasa?, viejo, ¿cómo estás?

-Aquí me ves, -mira alrededor-, de nuevo aquí, como todos los sábados primeros de mes, salvo el pasado, que tuve que…, ya sabes, operar fuera, y los viajes que salen de las enfermedades no tienen conciencia de las fechas.

             Saca de entre la chaqueta una barra, es algo que se descompone en una silla de caza, de las de una pata, que se llevan en cualquier sitio, pero que para un aguardo son lo mejor que se ha inventado; coloca en la lápida central, algo que parece, que es, un cenicero, y enciende un cigarrillo.

-Lo que es la vida, ni los médicos, padre, podemos escapar de los vicios humanos, el tabaco, -mira el cigarro-, es malo, pero en la vida todo es malo, salvo lo que nos gusta más, que suele ser peor.

             Mira de nuevo al cielo, ni una sola nube.

-Este mes ha sido de los gordos, me ha subido la ratio de mortalidad, ya sabes, que se me mueren cada vez más, que soy un médico torpe, o quizás no, ni lo sé, ni me importa, que cuando llegan están en las ultimas, soy como la última bala, y como es normal, se me quedan en el quirófano, muertos, “hora de la muerte…”, esa es la puta frase que duele como si fuera esa última bala.

             Para, da una fuerte calada al cigarro.

-Madre, bien, no me atrevo a verla, pero la cuido, verás, yo no, no tengo ese valor, pero hago que Ernesto, que es una bestia, lo haga, y sobre todo el milagro de Isabel que lleva a las tres niñas como si no pesaran, y al bestia de mi hermano, que es un bulto con ojos, -sonríe-, si, padre, sigue siendo el mismo, bruto, grande, y con un corazón…, ¿qué te voy a contar?, tus nietas preciosas, han salido a mi madre o a la suya, a la de Isabel, porque si salen al padre, las hubiéramos tenido que casarlas de espaldas.

             Suspira.

-Ahora, cuando te deje, iré a ver a mi niña, a Nieves, como duele, como contigo, pero con un dolor distinto, hasta en eso somos complicados los seres humanos, tu, mi padre, un dolor, ella. mi esposa, otro, ¿qué más da?, pero que estáis aquí, que yo vengo a visitaros, cuando me gustaría que fuera al revés, sí, eso, no me desdigo, nadie me cuida, nadie tengo que cuidar, estoy tan solo como ustedes, puta vida, que mal reparte las suertes, por lo menos, cuando vengo, os traigo el regalo de haber ayudado a que algunos hayan pospuesto su visita a un lugar como este, mejor que visita, a su incorporación…, lo que sea.

             Apaga el cigarro en el cenicero, y continúa mirando alrededor, lo único que le ronda la cabeza, entre los lapidarios, rodeado de cipreses que creen dios, y que quieren llegar a él con sus copas, lo único que le ronda la cabeza, es “que solos se quedan los muertos”

             Ha pasado una hora, se levanta, y camina hacia la tumba de Nieves, mientras que los cipreses siguen en su invisible carrera para tocar la túnica de dios.

             Anatoli ve como llega Don Luis, el santo que le salvó la vida, cuando nadie daba nada por ella, y nadie quería ni gastar saliva en salvarlo, llegó y lo devolvió con sus hijos; no se ha dado cuenta, apaga el cigarro, y ve como se acerca, ha llorado, tiene los ojos hinchados como siempre, como todos los sábados que pide el coche de la empresa de taxis, solo para llevarlo, como si fuera, que lo es, una promesa, y piensa que, por qué el de arriba permite que los buenos hombres sufran más que los malvados, y no encuentra solución, mientras comienza a hablar.

-Ni un cigarro, Don Luis, ni un cigarro, -comenta al que llega, mientras que con el tacón aprieta la última colilla, por si acaso.

61 PRIMERAS IMPRESIONES

Visitación mira la casa, el salón sin haberle dado un agua en condiciones desde hace mucho tiempo, todo sucio, pero de los de darle un trapazo y hacer que la mierda sea más, y piensa que como se puede ser tan guarra, como para cobrar por poner las cosas peor, ni que fuera funcionaria.

             Entra en el dormitorio, huele a mocito viejo que tira de espaldas, y piensa en cómo es posible que alguien tan inteligente, con tanto dinero, se permita vivir como en una zahúrda; mira las sábanas, no están mal comparadas con el resto de la casa, solo tienen el olor del tiempo que llevan puestas, ¿y qué decir de los cuartos de baño?, una pátina en los azulejos que se extraña de que el que paga no hubiera hecho nada por echar a la puerca que decía que limpiaba, huele a suciedad, ¿y la cocina?, eso es otro mundo, un mundo que para que funcione hay que echar todo, no queda nada que se pueda aprovechar, ni tan siquiera las pocas especias que quedan, algunas caducaron hace más de cinco años, un desastre, y mirar en los armarios, los de ropa femenina, supone que de la fallecida, impecables, en plásticos, como todo, en los cajones, hasta la ropa interior, y al verlo siente repelús, más cuándo se ha dado cuenta de que todo está lleno de fotos del señor y de la difunta esposa, y en cuanto a la ropa, la que tiran para beneficencia mejor seguro, no la querrían ni en las tiendas de segunda mano, ni regalándolas, además con rotos, lamparones de haber cogido lejía cuando se lavaban, todo es un desastre, comenzar por el principio no tiene otra, pero lo primero que hacer, comprar miles de bolsas de basura, que otra cosa no, pero eso, seguro, seguro, que le va a hacer falta.

             Luis llega del hospital, está cansado, entra en la casa, todo está igual, pero diferente, huele fuerte, es un perfume primario, poco agradable, mira unos aparatos que escupen algo que parece perfume de una mujer mayor y acabada, pero por lo menos no huele mal, mira el salón, está igual pero no es lo mismo, han desaparecido muchas cosas, supone que Visitación no se casa con nadie, como lo que descubre al entrar en el cuarto de baño, todo es nuevo, desde los cepillos de dientes, hasta la escobilla; abre el aparador, cuchillas nuevas, crema de afeitar, dentífrico, sonríe, una buena intendencia, y por supuesto, muchos rollos de papel higiénico, pero lo más importante, lo que le llega al corazón, es la cocina, en ella todo en su sitio, abre las alacenas, no hay nada, pero la hornilla, aparece limpia como los chorros del oro, la encimera es de otro color, y no queda nada, ni tan siquiera…, no, en el frigorífico, si, dos cosas, una botella de leche, del día, sin abrir, y una nota.

“Le he dejado una carrillada que he tenido que cocinar en mi casa, la mujer que cuidaba esto, no se cambiaba ni de ropa interior, y déjeme dinero, que tengo que reponer todo, y mi economía está como para poder pagar lo que necesita. Compre ropa, por favor”

             Luis toma el plato de carrillada, enorme, de los de hueco profundo como el mar de Irlanda que no tiene fondo, y lo mete en un microondas que parece nuevo, gira, calienta, unos minutos después, un delicioso olor se reparte por toda la cocina, cuando lo saca, el aroma lo está matando, toma un cubierto, y aun quemándose, come, una maravilla, cuando termina, rebaña con pan de molde, que maravilla, repite, así, hasta que, sin darse cuenta, echa la cabeza atrás y se queda dormido profundamente con una sonrisa beatífica.

62 SACANDO BOLSAS DE BASURA

Paloma tira de la bolsa.

-Mamá, cárgalas más cuando puedas.

-Sí, que bien, -responde con sarcasmo Visi-, que he notado que puedo aprovecharlas más.

             Paloma mueve la cabeza, al pasar por el salón mira la foto, en ella una mujer muy guapa y Luis que sonríen ambos como si estuvieran en el cielo.

             Visi que pasa, se le queda mirando.

– ¿Que miras?, Niña, -le pregunta.

-Viendo la foto de Luis con su mujer.

-No manches con la baba el retrato, que después tengo que limpiarlo.

– ¿Qué quieres decir?, -responde con una insegura sonrisa Paloma.

-Que te saltan las babas, que se te caen encima del retrato.

             Paloma se corta, Visitación deja la bolsa de basura que lleva y se sienta en el sillón.

-Siéntate, Paloma quería hablar contigo, esperaba hacerlo después, pero…, -y sonríe con pena.

-Dime, Mamá, -la chica agacha la cabeza.

– ¿Qué?, ¿estás enamorada como una colegiala del médico?

             Paloma no contesta, continua con la cabeza agachada.

-Yo no lo veo mal, es guapo, inteligente, buena persona, rico, -sonríe-, aunque no se note, la diferencia de quince años o más, no es nada, por lo menos para mí, el único problema, mírame.

             Paloma levanta la cabeza.

-Es que luchas contra una muerta, y esas no tienen fallos por lo que puedas vencerlas.

-Lo dices, por…, -Paloma señala con la cara la foto.

-Sí, Nieves se llamaba, como sabes, estaban enamorados como críos, cuando murió casi se pierde en el dolor ese, como tú lo llamas a él, San Luis, el caso es que salió, pero el alma, aún está enganchada con una muerta, y no quiero que mi hija se quede ahí, en un terreno en el que no eres nada, solo algo que es carne.

             Paloma llora.

– ¿Y qué le hago madre?, lo veo y me quiero morir, cuando llora lo abrazaba hasta que sonriera, no sé qué hacer, madre, ¿qué hago?

-Contra el amor no se puede hacer nada, pero tienes que luchar contra algo real, no contra algo que siempre será mejor que lo mejor que tu hagas, el recuerdo en la cabeza del que amó a una persona que se fue, siempre es perfecto, tu, lo que tu hagas, será maravilloso, pero… imperfecto, ¿lo entiendes?

             Paloma asiente, levanta la cabeza.

– ¿Qué puedo hacer?, madre.

-Olvidarlo.

-No puedo.

-Entonces trabajar como la cuerda en el brocal del pozo, día a día, momento a momento, con la esperanza de que olvide, de que ganas, pero sabiendo que será difícil, que puedes perder lo mejor de tu vida en el empeño, y al final…, -sonríe con pena-, que nada, a partir de ese momento, valga nada.

             Paloma la mira, se levanta.

-Sí, mamá, pero te recuerdo que las bolsas no se llevan solas, a trabajar que te veo muy floja.

             Visitación sonríe, sabe que va camino a ser una desgraciada, pero no puede hacer nada, solo ayudar, apoyar, y cuando llegue el momento, servir de paño de lágrimas, sonríe de nuevo, sí, todo va a salir bien, por una vez en la vida, todo va a salir bien.

63 EL RUIDO

Luis mira el reloj digital, no soporta el ruido de los despertadores, de los relojes mecánicos, es malo de dormir, los sonidos lo vuelven loco, sobre todo si son continuos, aunque sean tenues, como el latido del corazón de una rata, así compara a los sonidos de los despertadores mecánicos, pero el problema no es ese, el digital no suena, no emite sonido, pero si su insidiosa cara de cómo va pasando el tiempo; entra en la carpeta de música, y se atreve, Karl Orff, duro como el pecho de un enano, y sonríe, la noche se las va a traer, ¿por qué no poner algo que es distinto a lo que se siente al escucharla?, Carmina Burana, las canciones de un pequeño pueblo alemán, en latín, pero que pone los vellos de los brazos, del cogote, como escarpias, además que quizás con esa fortaleza, logra echar el zumbido del maldito tinitus, que ahora se ha crecido, como si quisiera comerse la mente, la suya, y le da al play, al reproducir, que el inglés, como las ladillas, entra cuando no te das cuenta.

             Pero el sonido, incólume, se pasea por su cabeza, a pesar de la fortaleza de la música, y el cuerpo cansado, se resiste más aun, pasea por el dormitorio, y piensa que ha sido un día malo, dentro de una semana terrible, no ha sido médico, ha sido enterrador, el cincuenta por ciento, algo terrible, el propio director lo ha llamado, no para recriminarlo, sino para felicitarlo por el cincuenta por ciento que ha salvado, reconociendo, a pesar de lo que piensan sus colegas, que lo que entró en el quirófano, por desgracia, era insalvable, pero eso no es óbice para nada, los muertos son muertos, el sonido sigue, subiendo a cada estrofa de la música, a cada golpe de tambor, a cada…, y piensa que está mal, que no quiere seguir, se plantea si le merece la pena seguir operando, un día…, quizás no tan lejano, se pondrá en el pecho el hierro, o se tirará por la ventana, sonríe, tendría que subir al cuarto para hacerse daño, sabiendo además que no hay ascensor, una nueva sonrisa, es lo que le echaría más para atrás.

             Deja caer la cabeza sobre la almohada, y mira el reflejo de las luces rojas del reloj digital que se proyecta tenuemente en la pared, en el techo, se hacen grandes con la distancia, y sin darse cuenta, sabiéndose perdido, creyendo que el sueño es algo imposible, sin poder creerlo porque no piensa en ello, se queda dormido.

             Abre la puerta de casa, un día no demasiado denso, más bien anodino, que de vez en cuando se necesita, oye voces de mujeres, sale Visi que sonríe, está entre bolsas de basura enormes.

-Don Luis, que esto no se acaba nunca.

– ¿Tan cochino soy?

             La mujer sonríe, al momento sale Paloma con un pañuelo en la cabeza.

-Madre mía, Luis, que cantidad de todo.

– ¿Os ayudo a bajar las bolsas?

             Visi lo mira.

-Don Luis, ¿puedo llamar para que pinten el piso?, que es blanco, que lo de color hueso, es de la porquería que tiene, que se puede sacar nicotina y alquitrán solo con pasar un trapo, que no se ha pintado…

-Lo sé, lo sé, soy un dejado, pero, ¿dónde duermo?

-En la otra habitación un par de días, después vuelve a su dormitorio y se pinta el resto, yo le traigo la comida, pero que esto parezca una casa, y de los muebles no hablamos, ¿de cuando son?

-De cuando eran nuevos, ¿la única diferencia?, que eso fue hace mil años, compra los que quieras, no te preocupes, son solo recuerdos que no significan nada, no los he cambiado, -se encoge de hombros-, porque…, no lo sé, no tengo ni idea, compra lo que veas.

-Es que, Don Luis, yo soy vieja, mi gusto…

             Luis mira a Paloma.

-Atrévete, tu eres joven, piensa que yo no, pero cómpralos tú, ¿de acuerdo?

             Paloma asiente.

-Y don Luis, ¿de la ropa?, -continúa Visitación.

– ¿Que ropa?

-De la que no tiene, todo está de pobre, solo una chaqueta que se salva, y dos camisas blancas, y unos pantalones azules…

-Qué control, -sonríe Luis-, iré algún día a comprarlos.

-Paloma, -Visi mira a su hija-, llévalo a comprar algo.

– ¿Yo?, madre.

-No, esperamos a que se la compre él, que está abandonado, niña.

             Luis sonríe, le recuerda algo que hace tiempo que no…, y suspira.

-Menos cháchara, -coge una bolsa-, a llevar esto para abajo, que mujeres más vagas.

             Visi sonríe, después coge una de las grandes bolsas y sigue al insigne médico, que sabe que es el hijo de un mecánico, y que ahora mismo parece lo que era, no lo que es, y le gusta, cosas que le pasan por esa cabeza suya, que la tiene loca.

64 LA ENCERRONA

Guiomar está sentada en el bar entre los edificios de los grandes almacenes del centro de la ciudad, del Corte Inglés, le han asegurado que los churros allí son geniales, lo cual es cierto, como también lo es, que quiere probar los clásicos jeringos, los del jardín de la princesa Wallada, el de los amantes, que aseguran que son los mejores, pero el motivo de estar allí sentada, bajo el parasol enorme que protege la separación entre los dos edificios, no es ese, el culinario, el de saber sobre el sabor de esto o de este otro, el motivo es diferente, le han informado lo que ha pedido, se lo han susurrado al oído, en forma de dosier completo, y efectivamente, sonríe, allí esta, mira la Tablet, si, es ella.

             El uniforme del colegio mal puesto, una falda que está de cualquier forma, pero no en línea, debajo unos pantalones cortos, que sigue siendo una ciudad de provincias, y allí nadie enseña el culo, menos una señorita de las de familia de bien, despeinada, con una pinza que recogió el pelo de una manera determinada, y ahora apenas si cuelga de una forma que no tiene ninguna.

             Si, se parece a su madre, son quince años, casi dieciséis, y ya tiene el cigarro en la boca, cosa de los genes, dicen, pero ya saben hasta liar el cigarro, como su abuelo, y sonríe, la mira de nuevo, la chica se sienta en uno de los pitotes colocados para impedirlo, cosas de tener el culo prieto como una granada.

             La chica la mira, Guiomar levanta la mano, la chica la mira fijamente, mueve el brazo indicándole que se acerque, la chica se coloca la mano señalándose, ella asiente con la cabeza, sabe que es la mejor forma de tomar contacto con alguien que está con las hormonas locas de una edad que ella también pasó, aunque de forma diferente.

             La chica se acerca con el cigarro en la mano, intentando que se note que es dura, dura como una piedra, que es más mujer que nadie, que es…, simplemente joven.

– ¿Qué quería?

             Por lo menos habla de usted, que sirva de algo el colegio de pago.

– ¿Tu eres Nieves?

-Sí, ¿qué pasa?

-Nada, cariño, ¿Nieves Monforte?

-No, Nieves Robledo.

-En ese caso, perdona por haberte molestado, creía que eras la hija de Luis, pero me he equivocado.

             La chica la mira de nuevo.

-Y si soy la tal Monforte, ¿hay un premio o algo?

-No, siéntate, ¿quieres un chocolate, unos churros?

-Una cola, muy fría.

             Guiomar levanta la mano, el solícito camarero se acerca, la mujer de ojos de cielo lo tiene loco.

             En dos segundos la cola descansa en la mesa, junto con un vaso de tubo largo, lleno de hielo.

– ¿Y qué es eso de Monforte?, -pregunta la muchacha mientras echa la cola en el vaso, y se despide de las amigas, a la vez que pega un chicle debajo de la mesa.

-Nada, una persona que admiro, Luis Monforte, tiene una hija, vamos, que te pareces a su difunta mujer mucho, ¿no conocerás a Nieves Monforte?

-Aquí no hay muchas Nieves, con el calor que hace, -sonríe-, ¿y si la conozco?

-Nada, solo decirle algo sobre su padre.

             La chica la mira, le da un sorbo a la fría cola, de los de amigdalitis.

– ¿Y qué es eso de su padre?

-Nada, guapa, son cosas de ella, no tuyas.

– ¿Y si fuera la tal Nieves Monforte?

             Guiomar la mira.

– ¿Me quieres engañar?

             La chica niega con la cabeza.

-Sí, soy Nieves Monforte, pero al cabrón de mi abuelo, lo mataría de un infarto si lo dijera por mi gusto; cuando pasan lista en el colegio, de oxidado que tengo el apellido, me sorprendo, ¿qué es eso de mi padre?

-Nada importante, solo decirte que nunca te ha dejado.

             La niña sonríe, bebe más cola.

-Sí, y una mierda, -la boca se le llena con la palabra, es del sur, y las palabrotas son solo formas de ensalzar lo que se quiere decir hasta límites que el lenguaje normal no alcanza.

– ¿Que te han contado los abuelos?

-Lo que vi, que me dejaban tirada como una perra, -se encoge de hombros-, supongo que es lo que soy.

             Guiomar la mira, uno no es lo que es, sino cómo se siente, y durante un momento sabe creer, con las distancias, lo que siente la muchacha.

-No lo has visto desde…

-Desde nunca, se fue, se murió, que lo jodan.

-Nunca lo han dejado que se acerque a ti, ni una sola vez, y lo ha intentado mil veces.

-Si lo hubiera intentado, si hubiera querido…, ¿hay dinero para otra cola?

             Guiomar levanta la mano, dos segundos, nuevo vaso de tubo lleno de hielo, nueva cola.

– ¿Sabes quién es tu abuelo?

-Sí, -asiente con la cabeza-, un hijo de puta, que se cree que es dios porque me paga la mierda de colegio de monjas putas, que un día quemaré.

             Guiomar sonríe, es como la madre, no como Luis, o quizás como el hermano, como Ernesto, le hierve la sangre, quiere venganza.

-Pues ese querido abuelo, ha hecho y deshecho con el poder que tiene, toda tu vida, toda la de tu padre.

             La chica la mira, sonríe.

-Venga ya, no me jodas, ¿que eres, adivina?

             Guiomar deja una tarjeta en la mesa, se levanta y se marcha.

             Nieves mira a la tipa, es un espectáculo, si, se los tiene que comer crudos, mira la tarjeta, una puta jueza, así que no está loca, es una hija de puta que está de buena que ya quisiera ella, loca, pero jueza, ¿Qué juego se trae?, ¿la querida del puerco de su padre?, se encoge de hombros, pero se guarda la tarjeta en la mochila, en el compartimento que solo ella sabe cómo llegar, por si acaso, que la bruja de su abuela, le mira hasta las bragas, por si…

65 A REMOLQUE

– ¿Todo esto es necesario, Paloma?

-Vale, después escuchas tú a mi madre, que te ha adoptado, has cogido kilos, ¿quieres conservarlos?

             Luis sonríe mientras entra en el probador, cuando sale, Paloma asiente.

-Tres como esos, -le pide Paloma a la dependienta.

-Tres, ¿para qué?, solo me puedo poner unos.

-Sí, ¿los lavas tu ese mismo día para ponértelos?

-No, no es eso, tienes razón, pero, ¿tanta ropa?

-Si no tienes nada, además cuando mi madre vea que estás surtido, tira toda la que tienes, que ni para la parroquia.

-Sí, que además Eusebio está como para que le den.

-Lo han llamado del obispado, Luis.

– ¿Que sucede?

-Que no se calla, que pide para los suyos, lo único que va a conseguir es que lo larguen de la parroquia, y mira que soy católica, pero seguro que mandan a alguien que no vale ni sus zapatos.

-Eso es seguro, conozco al obispo, ¿quieres que hable con él?

             Paloma asiente, sonríe.

-Pero eso no va a impedir que sigas probándote ropa.

             Luis mueve la cabeza.

-Lo que hay que aguantar.

             La dependienta sonríe.

– ¿Con tarjeta?

             Paloma niega.

-No, al contado, ¿nos pueden enviar la ropa?

-Claro, por supuesto.

             Luis sale de nuevo, ahora camisas, después saquitos, trajes, cuando terminan, Luis mira atónito el montante del ticket.

-Esto es mucho dinero.

-Sí, para mí, si, Luis, para ti, no, que estás abandonado.

-Vale, todo bien, solo una condición.

-De acuerdo.

-Haz lo que yo te diga a partir de ahora, solo una vez.

             Paloma lo mira, haría lo que él quisiera, siempre que quisiera, cuando quisiera…, pero solo sonríe.

-Lo que tú digas.

             Bajan dos plantas, Paloma se queda blanca, Luis señala a la enorme sala de esteticién, ella niega con la cabeza.

-Lo prometido es deuda.

-Pero no me van a coger, seguro, esto es lo más caro de la ciudad, está siempre lleno.

-Tu madre llamó la semana pasada, te esperan.

             Luis la coge del brazo, la lleva dentro, allí una señora mayor, pero guapísima, la mira.

-Por favor, a tope, que tiene pelo hasta en el blanco de los ojos, -asegura Luis con una sádica sonrisa.

-Por supuesto, Don Luis, por supuesto, -mira a Paloma-, si me sigue.

             Paloma mira a Luis, que sonríe.

-No, esto no está bien.

-Si está bien, que tienes más bigote que mi abuelo.

-Tu p…, -Paloma sonríe.

-Dilo, dilo, no te vas a escapar de ninguna de las maneras.

-Joder, que no me gusta.

-Pues ya sabes, como yo, que estabas abandonada, me voy, disfruta de un poco de tortura.

-Me las vas a pagar.

-Supongo, pero ahora el que sonríe el último, soy yo.

             Se da la vuelta y se marcha, la mujer la mira.

-Con lo bonita que es, nunca…

             Paloma niega con la cabeza.

– ¿Va a doler mucho?

-Hay que pasar tormento para que el que se ha ido, no la mire como una niña.

– ¿Tanto se nota?

-Soy vieja, pero si, se nota, y mucho, no pasa nada, nunca pasa nada, es una historia que se repite, pero el pescador que no pone cebo, no pesca nada.

             Paloma la mira, sonríe.

-Qué le vamos a hacer, el cebo, aunque duela.

-Que dolerá, seguro.

66 LUGARES EXTRAÑOS

El hotel es majestuoso, una parte de Johannesburgo es increíble, la otra parte también es increíble, pero por la miseria que hay, a su alrededor gente de todas las etnias, pero más de la de ojos azules y cabello rubio en el país de los negros más negros.

             Es el Marriott Hotel Melrose Arch, una maravilla arquitectónica que no recuerda nada que no se vea en Europa, pero allí, donde todo es diferente, si resalta, como una moneda de plata entre las de cobre.

-Esto no está pagado con nada, Monforte.

             Luis lo mira.

-Cuando cogiste el regalito de la última, no dijiste nada, ¿qué sucede ahora?

             Márquez lo mira, se da la vuelta, levanta el vaso, pide otro, es el tercer whiskey.

-Mañana tenemos faena, no lo olvides.

-Solo soy el ayudante de San Luis.

-No me los toques.

-No es eso, estoy bien, menos responsabilidades, pero lo que es, es.

-Supongo que sí, -mira el vaso-, la verdad es que estoy de cola hasta más para ya, y a esta hora, -mira las cristaleras que dan un cielo oscuro-, sin cafeína, sin nada que me excite, que siempre duermo fatal, y mañana, faena, que, además, Márquez, nos pagan como si fuera de oro, el paciente, que lo es, que tenemos que ser buenos, porque los anglos, no nos quieren ni regalados.

-El que operamos es negro.

-Sí, pero criado por los anglos, los mismos prejuicios, a mí me da igual, intentaré salvarle la vida, solo eso, después que hacienda haga los destrozos necesarios para que se te quiten las ganas de seguir operando fuera.

             Márquez lo mira.

-San Luis indignado, -sonríe-, lo que me faltaba por ver.

-Sí, supongo que sí, ¿crees tú que venir a trabajar al quinto pino, es de gusto?

-Pues muchos darían un cojón por hacer lo que tú haces.

-Pues que vengan, a mí me da igual.

-Eso es lo que los mata, que lo haces como si no fuera nada, cuando ellos se ahogan en la envidia.

-Es su problema.

             Ya están en el avión, Márquez mira a Luis, que duerme como un bendito, el que decía que le costaba trabajo, nada más que el pájaro levantó el vuelo, se quedó frito, tanto que ni ha comido, lo ha intentado despertar, pero no, imposible, como un tronco, y se sorprende de como el que le da igual todo, haya hecho una operación de las de libro de texto, que ha dejado a todos lo que la han visto con la boca abierta, cuarenta y ocho horas después, cuando todo parece estar bien, para España, se arrebuja en el asiento de primera, si, ha ganado dinero, mucho dinero, al final va a estar bien eso de viajar, cada vez es más dinero, cada vez, lo más importante, los regalos debajo del radar son más importantes, y sabiendo quien es, se pregunta dónde echa el dinero.

             Luis llega a casa, son las cuatro de la mañana, el puñetero jet lag, el dormir en el avión, lo vuelve loco durante unos días, enciende las luces, sonríe, todo ha cambiado, lo ha pintado todo, parece más grande, las lámparas son modernas, dan más luz, el sofá ahora no es algo vintage de sky, es algo que parece caro, blanco, como el moderno aparador que no lo parece, entra en la cocina, si, lo han cambiado todo, hasta el microondas, que era lo único que funcionaba; abre el frigorífico de dos puertas, está lleno, toma un tetrabrik de leche, bebe a morro, las buenas costumbres que no se olvidan, pasea por la casa, todo está bien, hace de tripas corazón y entra en la habitación de su hija, si, está como estaba, pero pintada, limpia, es la única en la que no han cambiado los muebles, incluso el tocador juvenil lo han reparado, que lo compraron de segunda mano y ya estaba roto; se sienta en la cama, y mira la cara de una niña que sonríe enseñando las faltas entre los dientes, junto a su esposa, a la que se parece como si fueran hermanas, y sonríe, después llora, se levanta, pensando que está loco, se va a su nuevo dormitorio, con el maravilloso colchón que todo lo vale, y se deja caer, no hace frio, pero se echa un sábana, y mira al techo, que ahora incluso a la tenue luz del despertador, es blanco, de un blanco que dañaría a los ojos si encendiera la luz, y durante un momento parece que todo está bien, pero comienza el zumbido, es el tinitus, que durante el viaje le respetó un poco, ahora, vuelve como el viejo amigo que quieres echar pero no se va, suspira, piensa que música poner, bebe del tetra de nuevo, y se incorpora, mira a través de la ventana, que le ofrece la maravillosa vista del bloque de enfrente, y una pequeña parte del parque, que llora sin luces, abandonado como la mayoría del barrio, y suspira, si, lo sabe, la noche va a ser larga, pero al final, pasará, como todo en la vida, solo pasará, y se perderá en la inconsistencia de lo que no es importante, ya nada lo es, para él, ya nada es importante, nada, y bebe del tetra, y mira a la ventana, y sabe de la noche larga, que se olvidará…

67 GARRI

Luciano Garrido, el Garri, mira a los dos que están debajo del árbol, en la zona oscura, como si fueran comandos de las películas, de los malos de pago, cuando son solo pedazos de mierda que al sol se secarán, sonríe, si, hace mil años él era así, ahora son unas risas cuando lo recuerda; mira el reloj a la luz de una farola que se carga con paneles solares y que apenas si recuerda lo que es alumbrar, pero sirve, si, es tarde, es la hora que empieza a salir el personal del turno diario, y sabe lo que buscan, sabe a quién buscan, y sabe que…, sonríe con la sonrisa que hace que a los demás se les aflojen los esfínteres, y que no hace a sabiendas, es solo que le sale.

             Camina despacio, todo está huérfano de seres humanos, es la noche, la esquina que nadie mira, de vez en cuando sale alguien, que camina derecho en dirección a la salida del hospital, lo han estudiado, pero no han aprobado, no saben que el cazador puede ser cazado, esa asignatura no la aprobaron, seguro, es de primero de malotes, de los de andar por casa, pero ni esa mierda han aprobado, y sonríe con la sonrisa…

-Buenas noches.

             Los dos individuos lo miran, saben de su catadura, que se dan cuenta, de que, si ellos son del negocio, él lo inventó, y si no se dan cuenta, es que son gilipollas, y los gilipollas tienden a sufrir accidentes, muy graves, de esos en lo que vas y te mueres.

– ¿Qué coño quieres?, -le contesta el más grande, como si el tener inmensidad en el cuerpo diera la cantidad de maldad que tienes.

-Solo avisaros, el que buscáis, no hay que buscarlo, el que os han pagado por hacerle algo, menos en las manos, es intocable, como dios en las alturas, el que crea en eso, ¿lo habéis pillado?

-Y tu quien te crees que eres…

             No termina, el tipo siente el frio del acero en la barriga.

-Me has matado.

-No, no te he matado, y más bajito, que te mato si chillas como un cochino, -mira al compañero quien se ha quedado congelado-, y tú, recoge esta mierda, lo metes dentro, y dices que se ha caído sobre una navaja de veinte centímetros de hoja, de los cuales, solo le he metido cinco, o diez, -sonríe de nuevo-, solo eso, si no…, ¿sabes quién soy?

             El tipo niega con la cabeza, a la luz de la muerta farola parece más blanco de lo que es.

-Soy el Garri, el que mató a vuestro puñetero padre, y violó a vuestra puta madre, al médico no lo toca ni dios, decidle a la guarra de Inma, que a Luis no se le toca, a quien si se le muere el marido que lo entierre, que si está muy jodido que le eche hojas de morera a la tumba para que coman los gusanos.

             Mira al que está en el suelo, tapándose la herida con las dos manos, y sonríe.

-Gordo, puerco, no me seas maricona, que no te vas a morir, que yo en lo de pinchar soy mejor que el queríais darle el repasito, cuando te miren, verás como no te ha pasado nada, de momento, sonríe, si os vuelvo a ver… -mueve la cabeza-, ahora, -mira al compañero del herido-, llévate al puerco dentro, si te preguntan…

-Que jugábamos con las navajas, que…

-Así me gusta, al final os voy a coger cariño, por gilipollas, -levanta la cabeza rápidamente indicando la puerta del hospital, ordenándoles que se muevan.

             Ve como se alejan, la sonrisa desaparece, se guarda la navaja, le tiene cariño, no le van a coger el ADN, que tendría un popurrí, le daría igual, pero no pasa nada, la policía tiene mejores cosas que hacer que ir a por él, que solo come de los de su calaña, que lo de ir a por los civiles, pasó a la historia hace mucho tiempo, suspira, mira a la puerta, y ve cómo sale Luis, se le escapa una leve sonrisa, apenas mover la comisura de un labio, pensando en la ignorancia de los justos, que lejos viven…, de la vida, que lo que ellos viven no lo es, es solo una sombra, que desaparece cuando tropiezan con…, con alguien como él, como el Garri, que no lo quiere ni su puta madre.

68 NIEVES

Espera sentada en el lugar en que la vio por primera vez, lleva así toda la semana, ¿Por qué?, ella misma sin darse cuenta se encoge de hombros, supone que…, no quiere suponer nada, cuando la ve venir, con la clase que tiene, pedazo de tipa, ¿Qué coño se trae con su padre?, y piensa que esa con el coño…, y sin darse cuenta sonríe, pensando la clase de puerca que es.

             Lía un cigarro, no quiere fumar, no la vuelve loca, pero es lo que hay, todo el mundo lo hace, la Nieves, también, que hay que estar en la onda, no en la del vaper, que es para raritas, un buen cigarro, que rompa…

-Mira quien está aquí.

             Nieves levanta la cabeza, cara de extrañeza, sabiendo quien es, de sobra.

-La jueza, -sonrisa-, ¿o la tarjeta es de broma?

-No bromeo, no me gusta, es signo de…

-Estupidez, me gustan mucho las bromas, el cachondeo, pero tú no eres de por aquí, no lo entenderías, Jueza.

-Si lo entiendo, y no es señal de estupidez, sino señal, muchas veces, de que estás mal, o como decís aquí, jodido, así que, Nieves, ¿quieres una cola, o unos churros…?

-Unos churros con cola, me gusta el contraste.

-No los has probado en tu vida, pero me vale, sentémonos.

             El camarero solícito que no la ha olvidado, el resto de los clientes ninguneados, los churros se saltan el orden natural.

-Son las siete de la tarde, ¿churros?

             Nieves asiente.

-A la hora que sea.

– ¿Qué haces por aquí?

             Nieves se encoge de hombros.

– ¿Quieres saber más del hombre que dices que te abandonó?

             Nuevo encogimiento de hombros.

-Yo tengo un padre, Nieves, que ese si es un hijo de puta, como tu abuelo, pero, además, no tuve modo de escapar de él, no es tu caso.

– ¿Y cuál es mi caso?

-Un padre que quisiera cualquier hijo, que ha sido manipulado por un suegro, que ese sí que es un auténtico hijo de la gran puta.

             Nieves levanta la cabeza, sonríe enseñando los dientes.

-Entonces, seguro que lo conoces.

-No, no lo conozco, pero creo que lo voy a conocer.

– ¿Por qué lo vas a conocer?

-Por ti, por tu padre.

-No me jodas.

-No soy homosexual.

-No seas rancia, jueza, es una forma de hablar.

-Ves, te manipulo como quiero, sé la forma de hablar, pero te puedo hacer sentir incómoda, y no quiero, esa es la diferencia con tu abuelo, disfruta haciendo el mal, jodiendo al personal, ¿es correcto?, ¿así es como se dice por aquí?

-De puta madre, así si se entiende todo, y lo has clavado, pero te falta mi abuela.

– ¿Cómo es?

-No es más mala porque no se entrena.

             Guiomar sonríe, la niña tiene salidas para todo.

– ¿Te hace la vida imposible?

-Lo intenta, pero tengo una ventaja.

– ¿Que eres más inteligente?

             Nieves niega con la cabeza, después sonríe enseñando los dientes, la mira a los ojos.

-Yo tengo todo el día para buscarle las vueltas, ella no, se cree insustituible, vaya mierda de casa.

– ¿Querrías irte de allí?

– ¿A dónde iría?

-Con tu padre.

– ¿El que me dejó tirada como una perra?

-Eso no es cierto, pero, sí, con ese.

             Nieves mira al cielo, más bien a la lona que cubre la separación entre los edificios.

-No lo sé, no quiero ir de Guatemala a Guatepeor.

-Sí, es una buena reflexión.

– ¿Que hace mi padre, secuestra niños para quitarles los órganos?, que eso es lo que dice mi abuelo, que nunca habla de él, pero yo los oigo cuando ellos creen que no los escucho, eso es lo que sueltan, aparte de mil cosas más, ninguna buena.

-Supongo que es así, pero no lo es, ¿sabes cómo lo llaman?

-Ni puta idea.

-Esa boca.

-Si es preciosa, lo sé, me la quieren comer los marranos del colegio.

             Guiomar sonríe.

-Sí, eres guapa.

-Y también tengo una mala leche que corta, que se lo pregunten a los huevos de más de uno, que a mí lo del acoso como que no.

-Eso es importante.

-No, es una putada.

– ¿Quieres ver a tu padre?

– ¿Sin que él me vea?

             Guiomar asiente.

-Bueno, ¿otra cola?

             Guiomar vuelve a asentir.

69 TORRALBO

Nada más llegar a la facultad, Bea, la única quizás amiga, que sabe que tampoco, se le acerca, es feílla, lista y está al loro de todo, tiene amistades en cualquier lado, y es la ama de los cuartos de baño, donde los cotilleos son sin anestesia.

             Se le acerca con un móvil y sonrisa de que buena soy, lo que quiere indicar que lo que lleva en el móvil, puede suponer la exclusión social, el ostracismo, o incluso un linchamiento con público y de los de pago.

-Que puta eres, yo que te creía Santa Paloma, y lo tienes que tener de goma, ¿qué le das?

             Paloma la mira sin entender nada.

– ¿Qué es lo que quieres decir?, ¿te has tomado las pastillas?

             Bea sonríe, tiene maldad para exportar, y con esa misma y satisfacción en la cara, le enseña el móvil.

             Sin interés casi, o queriendo demostrar eso, Paloma mira, casi con desdén, pero se le viene abajo el ánimo, es una foto de ella con Luis, ambos riendo, muy cerca, el ángulo desde el que la cogieron hace que sea así, parecen amantes, la pena es que no lo sean, lo cierto, es que le duele es estómago, casi como para salir corriendo al cuarto de baño.

– ¿Estos regalitos, los dan con el carnet de meapilas?, Bea sonríe con maldad, talludito, bien conservado, guapo, alto, y uno de los mejores cirujanos, no de este país, del mundo, ¿de qué va la historia?, Paloma, ¿tengo que contribuir con mi imaginación a engrandecerlo?

-No seas malvada, eres posiblemente la única que me conoce, ¿crees que voy de ese palo?

-Cuando se nos mete algo en el nonete…, -sonríe con picardía.

-No es eso, yo te lo explico, pero antes, ¿has pasado la foto?

             Bea la mira, mueve la cabeza.

-Alma de cántaro, me ha llegado a mí por mil sitios, el que os trincó, posiblemente la, lo ha difundido por el planeta entero, eso es lo que tienes.

             Paloma se entera ahora de que las miradas no eran por su nuevo look, sino…

-Además, por sus signos los conoceréis, es lo que decís los meapilas, mírate, depilada, peinada de peluquería…

-Si con vaqueros, una sudadera…

-Unos vaqueros que valen diez veces los que tenías, una sudadera que es de las elitistas, que vale, lo que no vale una estudiante de medicina metida a puta, aunque no es tanto, cuenta.

-No se lo vayas a decir a nadie.

-Pues cuenta, sabes que soy cotilla, saldrá de mi boca, pero lo dulcificaré…, si me entero por otro lado, lo recubriré de veneno, haré que sea tan tóxico que los móviles se quemen al transmitirlo, que los crucifijos se den la vuelta…

-No seas melodramática, que eres muy cotilla.

-Lo sé, suelta.

-Luis…

-Coño, no don Luis, Luis, que nivel.

-Sí, hija de puta, Luis es quien me paga la carrera, ¿recuerdas que fregaba escaleras?

-Sí, y que no las friegas, que vas de peluquería, que tienes ropa cara, ¿cómo va en la cama?

-No seas puerca, somos creyentes, de la misma parroquia, mi madre es la que cuida de su casa, así que me ha cogido bajo su tutela.

– ¿Solo eso?

             Paloma asiente.

-Qué mala suerte, está bueno, y la pasta le sale por las orejas, viudo, así que tiene en conserva para dar y regalar, -suspira-, que mal repartido está el mundo, a mí se me acerca, y a los dos minutos estoy preñada de gemelos.

             Paloma sonríe, piensa que, si pudiera, trillizos, o más, lo que fuera, pero no lo es, vox populi, a saber, y le importa, está en tercero de una facultad mala, malvada, y poblada por seres competitivos, animales de presa, salvajes, desalmados, ¿qué puede salir mal?

             Bea sale para el cuarto de baño, posiblemente con el asunto fisiológico, pero también con el motivo de compartir la historia que ha hilado su cabeza sobre su situación y Paloma le pide que sea de las buenas, de las de no ponerla como la querida de Luis, aunque le da igual.

-Torralbo.

             Se da la vuelta, se le pone la cara blanca, Francisco Pozo, el catedrático de anatomía patológica, no lo había visto, pero ahora que la ha pillado, con lo hijo de puta que es…, está para jubilarse, ¿Por qué no se va a tomar por el culo ya?, sonríe.

-Dígame, Doctor Pozo.

– ¿Usted conoce a Monforte?

-Sí, Doctor Pozo.

– ¿Que es de él?

-Bien, está en el privado que pega con el hospital.

-Sí, eso lo sabía, ¿está operando?

-Sí, -Paloma sonríe-, ahora está en Johannesburgo, operando a un paciente.

– ¿Opera en el extranjero?

-Sí, pero solo si insisten, no le gusta.

-Sí, no me extraña, -el médico sonríe, algo que parecía imposible.

-Torralbo, aprenda, ese hombre fue alumno mío, es de los que hacen lo imposible, los que resuelven el problema mientras que otros nos quedamos congelados, veo todos los videos que me traen de sus operaciones, algunas son…, como decirlo, impresionantes, creo, que ahora mismo es el mejor cirujano de su especialidad.

             Paloma asiente con la cabeza.

-Bien, continúe, Torralbo, siga con su buena trayectoria, y le repito, aprenda de Monforte, es un portento, -nueva sonrisa, dos en un mismo día, posiblemente muera de un envenenamiento en la sangre de alegría, que no está acostumbrado.

             Paloma aprovecha y sale disparada, sabiendo que los que la miran, informarán a los que no sepan, dándoles unas conclusiones tendenciosas que tardarán en desaparecer, si algún día lo hacen, pero al final, decide levantar la cabeza y saca de un sitio ignorado una sonrisa, de las de soy magnífica, mírame por si no lo sabías.

70 SAFARI

-Tanta historia, tanto coche importado, maravilloso, para traerme a un sitio cutre, con más mierda que el palillo de una jaula, más abandonado que los almendros de la vía, con una pátina de mierda que es más gorda que la casulla de un monje…

– ¿No sacas un sobresaliente en lengua?

-Si, en la viperina, -sonríe Nieves-, que le voy a dar una alegría al hijo de puta de mi abuelo.

– ¿Por eso no sacas buenas notas?

-Más que nada, aunque también cansa, con lo que me ahorro el esfuerzo.

-Te has sentado a mi lado, ¿cómo vamos de higiene personal?, creo que regular.

             Nieves sonríe.

-Pues me has pillado en un día bueno, si es cuando la cosecha sangrienta, -sonrisa malvada-, me echas del coche seguro.

-Que eres una señorita.

-Abandonada, sin madre, y con abuela a la que toco los ovarios, cuando le llega el tufito de mi indolencia.

             Guiomar sonríe, la niña se las trae, digna hija de su padre, pero con una mezcla que la hace feroz, y se alegra de estar en la parte del barrio con más posibles, la más cuidada, en otro caso…

– ¿Hay que esperar mucho?

-Supongo que lo que sea necesario, -le responde cansada Guiomar, está a punto de darle una contestación.

-Es que llevo ya tres colas, dos cuartos de baño, y si sigo así, a las cuatro de la mañana viendo películas porno.

-Vale ya, -Guiomar se pone seria, la cansa.

             Ve como llega Luis, ha tardado un poco, pero al final, ahí está.

– ¿Ese es?, -pregunta la niña.

-Sí, ¿no lo recuerdas?

-Sí, pero está más viejo.

-Como tú.

– ¿Se sienta ahí todos los días?

-La mayoría sí.

– ¿No dices que tenía pasta?

-Comencemos por el principio.

-Pues empieza, esta película es francesa, no hay por dónde cogerla.

-Aquí vive tu padre, en el piso que es tuyo.

– ¿Mío?

-Sí, cuando murió tu madre, le dejo el usufructo, es decir que lo puede usar mientras viva, pero que la nuda propiedad es tuya.

-Pues si es mío, y vive él, vaya mierda de propiedad, ¿puedo venderla?

-No, además eres menor de edad.

             Nieves se encoge de hombros.

– ¿Continúo?

-Pues sigue, que aburrimiento.

-El coche, ese que ves allí, con más años que Matusalén, era el de tu madre, que compró de segunda mano, ¿sabes porque no lo cambia?

             Nieves niega.

-Porque tu padre dice que aun huele a tu madre.

– ¿Quería a mi madre?

-Como en las novelas románticas.

– ¿Esas donde los dos son unos imbéciles que da miedo verlos?

-Exactamente.

-Pues que gilipollas.

-Yo daría todo lo que tengo porque alguien me amara, como tu padre amó a tu madre.

             Nieves la mira.

-Con lo buena que estás, podrías tener a quien quisieras.

-En la cama si, el corazón de alguien no se puede comprar.

-Joder, que profundo, más que eso, hondo.

-Me estoy enfadando.

-No seas así, Guiomar, es quitarle hierro, es mi padre, es mi madre, cada uno se defiende como puede.

– ¿Que vas a dejar para cuando seas mayor?

– ¿Llegaré?

-Si no quieres llegar, antes llegas.

             Nieves ve como una chica joven, guapísima, se acerca, sonríe, y se sienta.

– ¿Quién es la perra?

             Guiomar sonríe, la niña es un podenco de nacimiento.

-La que bebe los vientos por tu padre.

– ¿Y el viejo?

-En sus mundos.

– ¿Qué significa eso?

-Que para el murieron los amores, las mujeres.

– ¿Por mi madre?

             Guiomar asiente.

-Cuando te digo que es gilipollas, ¿y tú qué?, ¿haces lo de comprar a la niña sin que te guste el padre?

             Guiomar la mira.

-Eres larga, pero conmigo te quedas corta.

– ¿Qué quieres decir?

-Que tu padre me gusta, cierto, pero estoy en deuda, primero es pagarla, lo demás no es importante.

-No me entero.

-Pero tienes buena memoria, quédate con la pregunta.

-Vale, -observa a su padre-, mira el guarro como se ríe con la perra, ¿y dices que no está por comérsela?

-No, -la mujer niega con la cabeza-, todo lo que es como médico, no lo es como pícaro, no tiene malicia, se quedó atrapado en un mundo que desapareció.

– ¿El de mi madre?

-No, el de ellos, a tu padre ya no le importa nada, mejor dicho, si, algo le importa tanto, tu.

-Pues bien que lo demuestra.

– ¿Aun no lo entiendes?

             Nieves niega con la cabeza.

-Bien, este solo es el primer asalto, con esa cabeza que tienes, la pelea será larga y dura.

             Nieves se encoge de hombros.

71 OBSERVACIÓN DE LA NATURALEZA

– ¿Dónde estamos ahora?, quedas conmigo para darme paseos en el coche enorme, ¿que tenga envidia porque andas con chofer?

-No es eso, sé más inteligente.

-Lo soy, me gusta tocarte las narices.

-Sí, no se te da mal.

-Ya sabes, los abuelos, que son para regalarlos…, a alguien que te caiga como el culo, ¿qué es esto?

             Son casas pareadas, esperan delante de una de ellas, al poco se abre una puerta, una mujer que sale, les hace señas con la mano.

-Vámonos, Nieves, quiero que veas esto.

             Entran en la casa, un jardín cuidado, una casa normal.

– ¿Esto es algo de una película de terror?, -exclama con maldad Nieves-, me aburro.

-No deberías, es el sueño de tu madre.

             Guiomar le señala la cochera, la abren, allí un coche alemán, como el de Guiomar.

-Es como el tuyo.

-Es el que quería tu madre, el que formaba parte del sueño de futuro con tu padre, mira, -abre la puerta, toca un botón, se enciende la consola delantera-, lee el cuentakilómetros.

             La niña se acerca cuando Guiomar se retira.

– ¿Qué quieres que mire?

-Los kilómetros.

-Sí, mil doscientos justos, ¿qué quiere decir eso?

-El coche tiene cuatro años, solo se ha movido eso, y porque tu tío Ernesto, lo saca de vez en cuando.

– ¿Y qué es lo que hace aquí parado?

-Tu padre ha recreado lo que tu madre quería, esto es lo que deseó cuando estaba viva y no tenían donde caerse muertos, cuando ha podido, mira… -le señala la casa, el jardín.

– ¿Quieres decir, que no vive aquí?

             Guiomar niega con la cabeza.

-No, cuando empezó a ganar dinero, se metió en hipotecas, en préstamos, por conseguir lo que ves, dentro está la casa según lo que dibujó tu madre, -le saca un cuaderno de copia de los dibujos de la medre-, no me preguntes como los he obtenido, pero son de tu madre, los dibujó sobre esta casa, que tu padre pagó más cara, que pagó mucho más, porque la pusieran como hubiera querido tu madre, para luego…

-Ni aparecer por aquí.

-Sí, viene, el día que tu madre murió, siempre, ese no falla, después, apenas un par de días.

-Y vive en el cuchitril donde está ahora.

-Donde están los recuerdos de tu madre, ahora lo ha cambiado todo, al cabo de tantos años, menos tu cuarto, que sigue siendo el mismo.

-Joder, como me acuerdo de él, de cuando, -la cara se entristece, una mueca-, y una mierda, no cuela, es un gilipollas que me dejó tirada como una perra, que me dejó en manos de gente que son más malos que los malos.

-Sí, supongo que sí, quizás algún día, espero que no, vivas una situación como la de tu padre.

– ¿Me la vas a explicar?

-Aun no, Nieves, las cosas a su paso, correr mucho es caerse de boca.

-Esperar demasiado es dejarlo pasar.

-Mejor dejarlo pasar que destruirlo.

-Joder, abuela, como estamos hoy, ¿no sabes eso de la diferencia de edad, que hay que dejarles su sitio a los niños?

-No eres una niña, eres una mujer escondida.

             Nieves sonríe.

-Me gusta, vieja Guiomar, me gusta, vámonos, esto está muy visto.

-Sí, no quiero que llores aún.

             Nieves la mira, la mataba, va mil pasos por delante de ella, ¿que se trae la mujer que está tan buena que da miedo?

72 SUGERENCIAS

-Usted me dirá, Maestre, que es que lo que desea.

             Una sonrisa, a Luis no le gusta, es el nuevo director, no trató con el cuándo se incorporó, quizás sea un gestor magnífico, como médico no pasa ni el aprobado, que tampoco hizo mucho, ni el MIR siquiera, pero es el director.

-Como usted sabrá, las operaciones en el exterior, están aumentando.

– ¿Las de todos los médicos?, no sabe cómo me alegro, -sonríe con doble intención.

-No, no, -levanta la mano desde detrás de la gran mesa de despacho-, quiero decir las suyas.

-Es una lástima, hubiera que querido que todos los cirujanos tuvieran… -más sonrisa-, pero, ¿qué le vamos a hacer?, por lo menos a mí me sonríe la suerte.

             Maestre lo mira, sabe que es listo, pero ahora también ha descubierto que es taimado, el aspecto no es todo, algunas veces como en la presente, nada.

-El caso, es que me gustaría que se llevara a Ramírez como ayudante, tengo mucha más confianza en él que en Márquez, además Ramírez tiene una trayectoria…, -sonrisa amplia-, ¿qué opina?

-Me he cogido con Márquez, de tal manera que no tengo que pensar en nada más que en lo que tengo delante, Márquez lo controla todo, sabe de mis carencias, que son muchas y las suple de una forma en la que hasta ahora no tengo queja, como con el resto del equipo, todo va bien, ¿Por qué la idea del cambio?

-Es una sugerencia, que me complacería profundamente, se lo agradecería, -nueva sonrisa-, la trayectoria de Ramírez es fulgurante.

-Sí, he oído hablar de él, he visto alguna que otra operación, así que, si según su opinión es una estrella en ascenso, que salga a operar, que me sustituya, -sonrisa beatifica de Luis-, así me quito el tener que salir fuera de operar, que además no está en mi contrato.

-No, -levanta la mano-, sería para que Ramírez aprendiera…

-Para que al final ocupara mi puesto, todos los caminos llevan al mismo sitio, así que dejémonos de formalidades, mi contrato, tal como lo firmé, con el anterior director, concluye en poco tiempo, pero la avaricia, no lo lleva a ver que lo único que quiero es que el paciente se salve, usted ha visto los pagos al hospital, a mi persona, y los quiere para su yerno, si, -Luis asiente-, sé que es su yerno, pues nada, aproveche, yo me marcho del hospital, se queda con todo, la jugada perfecta.

             Maestre lo mira serio.

-Nadie es insustituible.

-Ni usted tampoco, -Luis mira el móvil-, si, dentro de dieseis días termina el contrato con este hospital, nada que deber a nadie, ni ustedes ni a mí, así que, -comienza a hablar al móvil-, reunidos don Arturo Maestre Director del Centro Hospitalario, y Luis Monforte, médico del mismo, acuerdan de motu proprio, la cesación del contrato referido a la fecha de término del mismo, -coloca el móvil en dirección al director, este calla.

             Luis sonríe.

-Maestre, ¿le ha comido la lengua el gato?, estoy cansado, no quiero encima de todo, nepotismo; que su yerno se lo gane, si vale, perfecto, pero le falta mucho, quizás mil años, si puede, que lo haga, mientras el paciente se salve, -Luis mueve la cabeza-, todo es perfecto, así que ya sabe, el contrato se finiquita ahora, a pesar de que quiere que no aparezca su voz en la grabación, mañana, tendrá un burofax de mis abogados con los mismos términos que yo si he hablado, -Luis desconecta el móvil, ya no estoy grabando, ¿algo que decir?

-No creo que sea la postura adecuada, fuimos el único hospital…

-No, fue el antiguo director, Velarde, que gracias a la insistencia de un amigo mutuo, aceptó darme una oportunidad que yo he devuelto de mil formas y maneras, a usted, -Luis mueve la cabeza-, nada que agradecerle, será un magnífico gestor, acabará mil veces más rico que yo, no lo dudo, pero este que lo es, no le da más dinero a ganar, supongo que algún  hospital me querrá para algo, aunque sea para limpiar las letrinas, y, es cierto, se me olvidaba, que tengo excedencia como titular cirujano en la pública, menos dinero, pero también, menos problemas.

             Maestre lo mira.

– ¿Son sus últimas palabras?

-Ha sonado a epitafio, pues que lo sea, a partir de pasado mañana, dejo de operar, esos dos días son pacientes con la operación concertada, ¿el resto?, que se pongan en contacto conmigo los médicos que se harán cargo de los siguientes pacientes, los pondré al día de cualquier cosa que necesiten sobre los mismos.

             Maestre se calla, no responde.

             Luis se levanta y se marcha, cuando llega a su despacho, Mariana que le pregunta.

– ¿Que quería el gordo?, -se refiere a Maestre que pesa siete veces lo recomendado por cualquier nutricionista.

-Que me marcho, Mariana, me comunicaba que me despiden.

             Mariana esboza una sonrisa.

-Venga ya, están contigo en el hospital…

             La mujer se fija en la cara.

– ¿No es broma?

             Luis niega.

-El puerco de Maestre quería que en mi equipo entrara Ramírez, quitando a Márquez, después desaparecería el resto, al final tú, Galante…, me quedaría en sus manos, y él se lo llevaría todo, no soy imbécil, aunque lo parezca, se ha encontrado con el estúpido de Monforte, y quiere ordeñarlo al máximo, no me parece mal, pero me ha hecho daño en una teta, eso no se lo perdono, aunque sepa que solo soy una mísera vaca.

-Y yo…, ¿qué hago?

-Quédate, vente conmigo…, no lo sé, me estoy planteando dejar de operar, estoy cansado de todo lo que rodea a un quirófano, de los egos, de los miserias, de los ladrones, de los impostores… -sonríe con pena-, no, no es lo mío, sí, creo que voy a dejarlo.

– ¿Y qué vas a hacer?, tu sin operar, no aguantarás mucho.

-Te sorprendería, llevo demasiado tiempo con demasiada presión, nada merece la pena, ahora, -suspira-, el cerdo de Maestre, me ha hecho ver, que tampoco importa a quien salvo y como, y porque…, así que solo que soy…, ¿Qué soy, Mariana?

             La mujer calla, nunca había visto a su jefe de esa manera.

73 CONSULTAS

– ¿Qué haces por aquí, más problemas?

             Luis mira al cura, sonríe con poca gana.

-Lo de siempre, Eusebio.

– ¿Los que se van?

-Y los muertos de algunos, -mira a la sacristía-, con perdón, pero es cierto.

             Eusebio sonríe también.

-Estás en la picota, algo gordo.

-Lo de siempre, los ladrones, que se esconden, o salen a la vista, el caso, es que me voy del hospital, quizás deje de operar para siempre.

– ¿Y qué vas a hacer?, ¿sabes hacer otra cosa?

             Luis se encoge de hombros.

-Así, que el dinero se acabará.

-Al poco tiempo, cura, tus sablazos son dolorosos, otro motivo más para no ganar dinero.

-Eso nunca, ese, -señala a la cruz-, no lo permitirá.

-Lo permite todo, para el solo somos…, -mira a Eusebio, sonríe-, ¿qué somos, querido padre?

– ¿Vamos a empezar con la dialéctica?, ¿así estamos?

-Y peor.

-Por cierto, -intenta cambia de palo-, ¿has hablado con el obispo?

             Luis asiente.

-Por teléfono, hemos quedado en comer cuando podamos, es decir, el que no quiera, tiene todas las excusas del mundo.

– ¿Sobre mí?

-Creo que salió algo, -mira a Eusebio a la cara-, no creo que fuera importante, ¿qué ha sucedido?

-Nada, pero el inminente traslado, ha sido suspendido sine die[1].

-Qué suerte, -Luis sonríe-, no sabes cómo me alegro.

             Eusebio mueve la cabeza.

-Qué poca vergüenza tienes.

-Desde que me junto contigo, sacerdote de cuestionables orígenes.

-Sí, es cierto, pero has cambiado, te veo mejor, ¿la ropa?

-Supongo, y la comida, y mil cosas más, la madre de Paloma que me ha adoptado.

-Te hacía falta, ¿y Paloma?

-Bien, cumpliendo su promesa.

-Si no operas, ¿podrás cumplir la tuya?

-Sí, guardo algo en el sombrero, no mucho.

– ¿Suficiente como para seguir con la ayuda a la iglesia?

-Sabes que no, soy pobre.

-Y con muy poca vergüenza, señor cirujano.

-Todo se pega.

-Paloma, ¿qué piensas de ella?

             Luis afirma levemente con la cabeza, frunce los labios.

-Sí, es buena, inteligente, lista, llegará lejos.

             Ahora el que mueve la cabeza es Eusebio.

-Eres un idiota, la niña se muere por ti.

             Luis lo mira con una medio sonrisa.

-No seas iluso, Eusebio, soy viudo, viejo, cansado, además…

-Pon más excusas, di que lo que tienes realmente es miedo.

-Además, también miedo, si, correcto, no estoy en el ruedo.

-Da igual, tienes que salir, asignaturas pendientes.

-Si lo sé no vengo.

-Eso suelen decir los clientes, agradecidos o no, el caso, ¿no te gusta Paloma?

-Es una niña, Eusebio.

-Joven, guapa, cristiana, inteligente…, ¿algo más?

-Sí, no es Nieves.

-Nieves ya no será, no puedes estar solo.

-Si puedo.

-No debes, dale una oportunidad.

             Luis niega con la cabeza.

-No, esa niña necesita estar con gente de su edad que se divierta…

-Sí, que se eche un novio, que la desvirgue, los cubatas, los porritos, lo que viene detrás, -Eusebio niega con la cabeza-, no Luis, es cristiana, de las que ya no hay, pobre, pero cristiana.

– ¿Por qué has metido lo de pobre?

-Por si…, -sonríe-, no, déjalo, dale una oportunidad.

-No.

-Lo pensarás al menos.

-No lo sé.

-Pregúntaselo al de la cruz, aun tienes cosas que hacer, y solo no es forma de estar.

– ¿Y tú?

-Yo tengo al de la cruz, menudo es, entretenido como un escaparate de juguetes.

-Cada vez eres más andaluz.

– ¿Eso es malo?

             Luis lo mira, se encoge de hombros.


[1] Latín. ( pron. [sine-díe]) que significa literalmente ‘sin día’. Se emplea con el sentido de ‘sin fijar una fecha o plazo’

74 NOVEDADES

Luis oye los pasos, sonríe, es la comidilla del hospital, todos hablan sobre su salida del mismo, cosa que nadie se esperaba, pero que al final parece cierta.

-No me lo podía creer; hasta que no me lo ha confirmado Mariana, no he sabido que era cierto.

             Luis conoce la voz de Galante, le da una calada al cigarro, si el helicóptero viniera en ese momento, seguro que creería que estaba en Londres, lleva tres, y sin bajar, por primera vez en sus años en el hospital.

-Pues sí, ¿quieres un cigarro?

-Ganas me da, pero no, sigo férreamente en la abstinencia, cuéntame lo que ha sucedido.

– ¿Lo de Maestre?

-Eso lo sabe todo el mundo, lo que no sabemos los pobres lacayos, es como has tomado la decisión.

             Luis mira a Galante, se le nota preocupado, es quizás, nunca estará seguro, de que es el único amigo en el edificio.

-Maestre es tan listo, más bien se cree que es listo, que se le ven los cuernos y el rabo.

– ¿Lo del yerno?

             Luis asiente, nueva calada.

-El chaval promete, pero no es de las grandes ligas, yo tampoco lo soy, el caso, que se me pegará, que cogerá caché, para después de haber destruido el equipo, quedarse con el tema de las operaciones en el extranjero.

-De las que siempre hablas pestes.

-Por supuesto, pero que me tomen por gilipollas, va a ser que no, que parezca idiota no significa que me metas un dedo en la boca y no te lo muerda.

-En ese caso, ¿no hay vuelta atrás?

             Luis lo mira, vuelve a negar con la cabeza.

-Lo siento Galante, formábamos un buen equipo, pero parece que la ambición es mala consejera, sobre todo para aquellos que no consiguen lo que buscan por su propio esfuerzo.

– ¿Que vas a hacer?

-No lo sé, -nuevo cigarro-, supongo que un período sabático, me lo merezco, después la pública, donde me manden, o alguna oferta de trabajo que me interese.

– ¿No tenías en Alemania, en Inglaterra…?

-Sí, pero, Galante, ¿has estado en Inglaterra?

-Sí, claro.

– ¿Viviendo?

-No, ¿por qué lo dices?

-Aquí, tenemos un extra que no pueden pagar en ningún lado, el terminar el trabajo y tomarte una cerveza con un clima maravilloso, con una gente que no da más porculo porque no puede, pero que se le coge cariño, ¿y las tortillas de patatas, los flamenquines, los rabos de toro…, tengo que continuar?

-No, -Galante suspira-, puestas las cosas así…, es difícil marcharse, no obstante, si te estableces, dímelo, si pudiera me iría contigo.

-Sabes que conmigo nada de nada.

– ¿Sabes que soy…?

             Luis asiente.

– ¿No te importa?

             Luis niega.

-Pero, eres católico, de los de misa, de ayuda a la parroquia…

-Pero no gilipollas, tu eres como eres, y lo más importante, eres buena persona, eso es lo importante, el resto es accesorio.

             Galante sonríe.

– ¿Tanto se me nota?

-No, Galante, pero conmigo si, alguna compañera me lo comenta.

-Lo siento.

-No te preocupes, -nueva calada-, nada es importante, amigo Galante.

-Eso es cierto, ¿qué haces aquí?

-Pasar el tiempo, ya he dado la información de mis pacientes, algunos lo han tomado mal, se han cancelado casi todas las operaciones, solo las perentorias continúan, pero sin esfuerzo, que se jodan, no los pacientes, el hospital, que perderá el dinero de pacientes que vienen aquí pagando fortunas porque los opere el cateto cordobés.

             Galante sonríe.

-No sabía que tuvieras tan mala leche.

-No es eso, Galante, es que me los han tocado, después de tanto tiempo…, -sonrisa-, todo está bien, si me meto en algún laberinto, te llamo, no eres el único.

– ¿Mariana?

             Luis asiente.

– ¿Márquez?

             Luis vuelve a asentir.

-Y alguno que otro más, ya sabes, formábamos un buen equipo; sin la cabeza, todo se va a la mierda, ¿o crees tú que el siguiente equipo no será el del yernísimo?

-Sí, -ahora el que sonríe es Galante-, no me cabe ninguna duda.

             Ambos callan, y miran las calles que comienzan a llenarse de gente.

-La ciudad despierta, Doctor Monforte.

-Sí, pero hoy, francamente, me da igual, que la pele quien le toque, Luis Monforte, gilipollas federado, piensa estar tocándose los propios hasta que se le queden pelados.

             Galante sonríe, sabe que nada de lo que quiere hacer, lo hará al final, pero por lo menos a los perros se les permite ladrar a la luna.

75 OTRO NUEVO COMIENZO

Luis mira el camino del parque, suspira, la temperatura es buena, el día fresco pero sin pasarse, hay poca gente, bien, todo bien, las condiciones perfectas, pero duda, ¿Por qué duda?, porque hace años que no lo hace, así que ha intentado arrancar varias veces, pero le cuesta trabajo, se mira las zapatillas, cada una tiene los cordones de un color, se le ha roto una de ellas, de no ponérsela, y lo que ha encontrado ha sido negro, en unas zapatillas blancas, que además tienen algo de años, las suelas, son de haber pisado mil caminos de mil parques distintos, y sonríe, hace tanto tiempo…

             Un paso, el siguiente, otro más, si, parece que la cosa va bien, cien metros, doscientos, algo que se rebela en el interior, son demasiados años, y el flato, ese viejo conocido hace acto de presencia, y no recordaba lo que llegaba a doler, se apoya en un árbol, intenta recuperar el aliento, pero le cuesta, no son muchos años, pero si para conservar una forma que se olvidó hace esos mismos años, se recupera, aun es joven, pero andando, apenas si levanta alguno de los pies de vez en cuando, un banco, la salvación, se deja caer en él, más que se sienta, y se siente profundamente decepcionado, incluso sabiéndolo, pero con lo cabezón que es, seguro que consigue…, pero solo doscientos metros…, suspira fuerte, mira al cielo.

-No sabía que corrías.

             Baja la cabeza, una esplendorosa Paloma vestida de yogur de fresa, que le sonríe con los colores de las mejillas subidos, parece una muñeca rusa.

-Sí, lo intento, pero estoy viejo, desentrenado, caído, desmoronado, ya me ves, sombra de lo que fui.

             La chica continúa haciendo puntas.

– ¿Te vas a quedar ahí?

             Luis asiente con la cabeza.

-Me quedan dos vueltas, si me esperas, dejo que me invites a desayunar.

– ¿Y la Facultad?

-Siempre desayuno, soy humana, el tiempo está controlado, como todo, ya no friego escaleras gracias a don Luis, solo hago running, como dicen los idiotas de la facultad, correr como un perro con la lengua fuera, para que no se me ponga el culo carpeta.

             Luis sonríe, la frescura de la chica le hace gracia, hace tanto tiempo que no…

-Te vas a enfriar, yo estoy muerto, pero tú no, da las vueltas, te espero.

– ¿Seguro?

-Seguro, me tendrás que ayudar a levantarme, no puedo huir.

             Nueva sonrisa, y ve como se aleja la chica, que va en un cuerpo que parece que…, y sonríe con pena, no, muerto no está, y frunce los labios, mientras ve cómo pasan los colgados de la forma física, de los del mantenimiento, de los del que me vean, de los del lo mismo ligo… y sonríe, quizás pensando que ha creado uno nuevo, el de los viudos reventados, que han descubierto que la belleza aun los pone como una moto, y sonríe de nuevo mientras se dobla, se había olvidado del flato, pero el flato, que tiene buena memoria, no.

             Son jeringos, aplastantes, magníficos, grandes, compensados en su maldad, maravillas de los jeringueros que no churreros, que la gente confunde, y que hagan de todo, no significa que lo principal, que el lustre, venga del jeringo, patrimonio universal, por lo menos para los cordobeses.

-Madre mía como están, -es Paloma que está haciendo una escabechina.

-Te vas a poner como una foca, -le comenta de broma Luis.

-Tengo el metabolismo de un buitre, mi madre se asombra, el día que no como, se pone como loca, cree que me voy a morir.

– ¿Y sucede a menudo?

             Paloma piensa mientras mastica.

-Hace como ocho o diez años, mi primer período, no sé, un día sin ganas de comer, casi me lleva al hospital, pero para que me ingresaran en la UCI.

             Luis la mira, sudada, colorada como un tomate, con los labios llenos del aceite de los jeringos, es una belleza natural, lo de afinarla en la esteticién, fue un fallo imperdonable, ahora está aún más atractiva, aunque siga sin cuidarse.

– ¿Quieres más?

-Sí, pero me tengo que ir a clase, tengo el estómago, que… -sonríe-, ya sabes.

-No, no sé.

-Que vamos, que tengo tendencia a…

             Luis se encoge de hombros.

-Que soy una pedorra, y si hago un círculo a mi alrededor, pues eso, que me hago fama, y no quiero.

– ¿Cómo ha pasado con el gilipollas de Pozo?

– ¿Cómo te has enterado?

-Esto es una casa de… perdona, pero lo es, al momento hay alguien que, sin querer decirlo, te lo suelta todo con pelos y señales, lo siento si alguien piensa que estamos liados, podría ser tu padre, pero la gente es como es, si no quieres acercarte a mí, lo entiendo, querrás que los chicos se acerquen, eres joven y bonita.

             Paloma lo mira, no sabe si es tonto, o que se lo hace.

-Luis, -suspira-, te lo voy a decir, te voy a decir lo que sabes, me gustas, más que eso, eres el hombre con el que me gustaría formar una familia, no soy de las de cama fácil, ni me gusta la juerga, ni las locuras, soy tranquila, creo que inteligente, centrada, religiosa, y estoy enamorada del hombre que me paga la carrera, – sonríe-, es lamentable, ¿no es cierto?

             Luis no dice nada.

-Sí, no hace falta que digas nada, solo soy una niña a tus ojos, una estudiante que has salvado de tener que dejar la carrera que la mantiene viva y cuerda, solo eso, lo sé, -sonrisa de pena-, lo sé.

-No es eso, como sabes, soy viudo, triste, acabado, no puedo permitir que nadie entre en mi vida, cuando está llena de alguien que se marchó, sé que es una estupidez, pero me siento así, ¿qué me atraes?, claro que sí, eres un bombón, lista, sensata, con los pies en el suelo, si, eres el epítome de la buena mujer, pero no te puedo hacer daño, soy tóxico, no tengo la escala de valores bien puesta, no sería nada de tu agrado.

-También que soy pobre como una rata.

-Sí, supongo que los hijos de mecánico, estamos en un pedestal, arriba, -levanta el brazo-, en las alturas.

             Paloma sonríe.

-Dame una oportunidad.

– ¿Qué quieres?

-Que no huyas, que pueda sentarme contigo, el roce hace el cariño, déjame que me roce hasta que te gaste esa forma de pensar.

             Luis la mira.

-Sí, pero sigue tu vida, eres demasiado bella, alegre, bonita, como para quedarte quieta por alguien como yo, eres de las escasas, casi no quedan mujeres como tú, has feliz a un hombre que se lo merezca.

-Eso lo decido yo, y he decidido que eres tú.

             Luis se encoge de hombros.

-Ya te he advertido, Paloma, no te quejes de …

-Calla, Luis, déjame que disfrute, aunque sea de tus anuncios.

             Luis sonríe, si, al final, solo tendrá anuncios, como las cadenas de televisión privadas.

76 EL ASALTO

Ella es así, no puede evitarlo, primero no hacer lo que la tía buena quiere, no tiene ni idea de lo que busca conseguir, posiblemente, nada bueno, así que información que no sea de la misma fuente, y como de vergüenza anda corta, se dirige como si fuera un buldócer hacia la mesa.

             Sin pedir explicaciones ni nada, se sienta, la chica la mira.

-No te mosquees, que he roto con mi novio, y allí está, con cara de lo que es, un gilipollas, un momento, solo eso, que se le quite la tontería, y no me volverás a ver, hasta te puedo invitar a una cerveza.

-Tú no puedes tomar cerveza, ¿tienes dieciocho?

-Como si en este barrio pidieran el carnet.

             Paloma sonríe, una pija que va sobrada.

-Piérdete, que te hostie el novio, -sabe que todo es mentira-, estoy esperando al mío.

-Sí, supongo, -sabe que le han metido una nueva explicación ante la junta, contactos en todos lados, así que, por ese motivo, tranquila.

– ¿Y que hace tu novio?

-Es médico.

-Esos ganan una pasta.

-Me da igual, si tuviera que mantenerlo, me daría igual.

– ¿Tanto ganas?, -pregunta Nieves.

-No, soy estudiante, pero algún día, ganaré dinero, lo mantendría.

-Así que en la cama…

             Paloma sonríe.

-Tú estás muy suelta, el que quiera mi cama, con un anillo en la mano, y los papeles firmados en la vicaría, después de la boda.

-Sí que eres antigua, ¿eres una meapilas?

-Supongo que sí, y me parece, que tú vas por libre.

-Mayormente, no te tienes que creer todo lo que te digan, que parece que la menor de edad eres tú, quizás por eso el médico esté contigo, que le gusten las nenucas.

             Paloma sonríe, pero le están dando ganas de partirle la cara, y eso que la conoce, no deja de darle vueltas, la ha visto, mil veces, pero no sabe dónde.

– ¿Y si es médico, como vive en este barrio de porquería?

-Te voy a dar una hostia, que te va liberar de todos los pecados.

-Vaya con la meapilas.

-Es viudo, aún no ha superado la muerte de su esposa.

– ¿Y tú quieres meterte en la cama?, pues no ha cambiado la iglesia desde que fui a misa la última vez, que no sabía ni hablar, pero lo entendía todo.

-Es complicado, lárgate, tu novio se habrá ligado a otra y ha ganado en el cambio, por muy puta y mala que sea.

-Seguro que sí.

             Paloma sabe dónde la ha visto.

-Nieves, ¿por qué no me preguntas directamente por tu padre?

             La cara de la niña cambia, está a punto de levantarse, pero no lo hace, solo sonríe, la mira…

-Así que eres lista, ¿dónde me has visto?

-Eres igual que tu madre, hay mil fotos en la casa de tu padre.

-Así que allí es donde…

-Pero, que puerca eres, no, hija mía, mi madre es la que cuida a tu padre, solo eso, yo la ayudo cuando puedo, que está muy vieja.

-Ya, voy yo y me lo creo.

– ¿Crees que me importa?

             Nieves suspira, la fuente de información se ha acabado.

-Pregunta, no miento, no tengo necesidad…, Nieves.

– ¿Cómo está?

-Un poco mejor, hemos conseguido que cambie la casa, toda menos tu cuarto, está como cuando te fuiste.

-No me fui, me llevaron.

-Lo sé, fue famoso en el barrio, aquí, es como los pueblos pequeños, se sabe todo del todo el mundo.

– ¿Y qué piensan de mi padre?

– ¿Sabes cómo lo llaman?

-Alguien me intentó decir eso, dímelo tú, amante sin sexo de mi progenitor penco.

             Paloma sonríe de nuevo.

-San Luis.

– ¿Hace milagros?

             Paloma asiente con la cabeza.

-Podríamos decir que sí, ayuda a los pobres, opera gratis, subvenciona a medio barrio, mil le deben favores, otros mil le deben más, y el resto, agradecer que haya nacido una persona como él.

-Vaya con la Paloma, que estás que no cagas con mi padre.

-Qué poca vergüenza tienes.

-Ya sabes, los colegios de pago.

-No, no lo sé, soy del público, y mírame, en medicina.

-Eso es fácil.

– ¿Con la nota de corte que tiene?

             Nieves se queda mirándola.

– ¿No sabes lo que es?

             Nieves niega con la cabeza.

-Una media entre tu curricular en el colegio, con la nota que sacas en selectividad, eso es la nota de corte, te da puntos; para entrar en medicina, es casi imposible, de diez mil que quieren, lo mismo entramos veinte, no sé los porcentajes, pero que te equivocas en lo más mínimo, y fuera, se acabó.

             Nieves piensa que a ella no la limita nadie, tendrá que estudiar, no porque quiera ser médico, sino porque la opción no exista, sacará una nota de corte de la hostia.

– ¿Tu cual sacaste?

-Fui la número dos, me quedé aquí, en mi casa, suerte.

-Así que eres lista, creo que tendré una madrastra gilipollas.

-No, contigo no cargo, quiero a tu padre sin cargas, tu eres una muy pesada.

-Vale, lo que tú digas, ¿puedes no decirle a mi padre que he estado aquí?

– ¿Por qué?

-Porque no se lo merece, si no sabes eso, es que no conoces a mi padre, lista, y me voy, paga las colas, que para eso tendrás, que le sacarás al viejo hasta el hígado.

             Paloma ve como se marcha, otro problema que resolver, y piensa que para ella la vida siempre ha sido un cúmulo de problemas a superar, así que adelante, que no se diga.

77 OBSERVACIÓN DE LA NATURALEZA

Nieves hace como que se va, pero encuentra en uno de los soportales, sucios y abandonados, un lugar desde el que poder ver sin ser vista, quiere saber cómo es la vida del que la trajo al mundo y después la dejó en el infierno, tiene demasiadas preguntas, y muy pocas respuestas, todo el mundo habla, pero al final, no dicen nada, retazos, pero no realidades, y está cansada de dar vueltas a una noria como si fuera un asno cansado de todo o tonto del culo.

             La tipa, la querida, la guarra que quiere comerse a su padre tiene un gran problema, le cae bien, parece buena gente, educada, fuerte, y lo peor, guapa, que se le cae la cara de lo guapa que es, y que eso el viejo, seguro que no se da cuenta, aunque tenga dos mil años, que los tiene.

             Mira alrededor, todo abandonado, cerca suya, cartones de alguien que pasa las noches allí, pintadas por todos lados, como si pagaran por hacerlas, un parque que está más abandonado que áfrica, bancos rotos, luces que brillarán cuando algún día las cambien, y poco tiempo, el mobiliario urbano, es motivo de tiro, que no dé más, y por supuesto en un parque como aquel, la hierba está intentado comerse las aceras, dentro, pocas briznas de una hierba que no quiere, que no puede crecer, y el olor, es de lo peor, como si se mezclara la grasa de una comida de mala calidad, con los destrozos, grandes destrozos de una entrada triunfal en uno de los cuartos de baño, que seguro que serán tazas turcas, respira fuerte, no se imagina como puede vivir allí su padre, diciendo de él lo que dicen, en un barrio que no es extrarradio, es que es otra ciudad, que ni siquiera está dentro de la ciudad en la que ella vive, dos mundos distintos.

             La espera no es larga, lo ve llegar, como siempre, discreto a pesar de lo alto que es, cazadora clásica, ni de cuero siquiera, pantalones vaqueros, parece que menos gastados, como si hubiera comprado algunos, que dicen que le cuesta soltar la pasta por mucha que tenga, ella es reflejo de que no quiso gastarse ni un euro por conservarla, y va el cabrito y cuando lo saluda la pelleja, sonríe y se sienta, a partir de ahí, romperle el alma sin saberlo, ¿cómo es posible que con la vida que le ha dado, se ría como si no hubiera hecho nada malo?, lo odia, como lo odia, y se da cuenta de que su cara está mojada, muy mojada, no sabía que podía llorar tanto, de hecho piensa, y cree, que no ha llorado así…, desde que tiene recuerdos, que es mucho tiempo, y maldice al hombre que la hace llorar, que supone que no será el último, aunque los motivos varíen.

             Sale del barrio, quizás un poco asustada, las pintas son cuando menos difíciles de ver, las miradas si dan miedo, como si se la fueran a comer, incluso las niñas, que la miran con cara de asco; se da cuenta de que el uniforme escolar, de ir con el allí, es como declarar la guerra, como si fuera a reírse de ellas, pero ya es tarde, allí está, se acercan varias, se para, aprieta los puños, a alguna le va a dar una hostia…, pero pasan a su lado, solo risas, pronunciación barriobajera, y un olor a mocita vieja que tira de espaldas, y sonríe, como ella misma, ¿será rebeldía o guarrería?, le da igual, al final, todos somos iguales, piensa, sobre todo porque ya ha llegado a una zona civilizada, llama a un taxi, y cuando realmente está lejos del barrio de su padre, respira aliviada, sin saber porque, pero sabiéndolo, ella no pertenece allí, ella… mira a través de la ventana, la realidad le ha dado una bofetada con fuerza y con las dos manos.

78 CORRIENDO

Luis ve como lo pasa, sonríe, aun quiere que le dé el flato, pero ya lleva corriendo mucho tiempo, incluso ahora, cuando el calor sube, se siente bien destruyéndose un cuerpo que no tiene veinte años, pero que aún tiene la fortaleza de querer hacer más.

             Empujón y sube, las piernas responden, no las ha forzado demasiado, corre con ella, pero no todos los días, los que corre con Paloma, son de dejarse vencer, los que está solo, de reventar, de probarse que el infarto aún está lejos, que el flato se olvidó y que el que tuvo, retuvo.

             La pasa, inmediatamente, como no podía ser menos, se acerca a él, lo pasa sonriendo, como si fuera fácil, que sabe que no lo es, llevan ya tiempo corriendo, y él, de velocidad, regular, pero de lo que es resistencia, más que un sapo en una junquera, y continua, la adelanta, nuevo sprint de la muchacha, la deja, se coloca al rebufo, y deja que ella lleve la voz cantante, unos metros, no muchos, doscientos, trescientos, se para poco a poco, caldea, agacha el pecho.

-Que mamón eres, lo siento, pero es verdad, no me gusta hablar así, -habla entrecortadamente-, estabas esperando para destruirme.

-Tengo mil años más que tú, ¿cómo puedes imaginar tales cosas?, aunque sean verdad.

             Paloma ríe, comienza a caminar.

– ¿El flato?, -sonríe Luis.

-No, fallo general multiorgánico.

-Como se nota que le pegas a la facultad.

-Es pequeña y se deja, miento, es grande, y cabrona.

– ¿Que te sucede?

-Estoy asustada, Luis, -lo mira con ojos a punto de llorar-, ¿y si fallo, y si no sirvo?, mi madre, tu, Eusebio, los que habéis confiado en mí, ¿qué hago?, llora.

             Luis le echa la mano por el hombro.

-No seas niña, es solo un bache, he pasado mil mientras estudiaba.

– ¿Tu?, -lo mira con asombro.

-Sí, yo, carrera larga, difícil, profesores que juzgan sexualmente, que te ponen la nota que le sale de los cojones o del propio, compañeros que son hienas, competitivos, desagradables, malvados, ambiente de presión, mil cosas; se ven cuando te sientas en casa, miras a la pared y todo es negro, ¿sabes lo único bueno que tiene?

             Paloma niega con la cabeza.

-Que, si aguantas un tiempo, pasas, no te voy a decir que sea un camino de rosas, pero lo superas, más tú, que eres la mejor estudiante, que me cuentan que progresas que da miedo.

-Venga ya, ¿quién te va a contar eso?

-Sí, es que yo soy médico.

             Paloma sonríe.

– ¿Eso te han dicho?

             Luis asiente.

– ¿De verdad?

             Luis vuelve a asentir.

-Habrá que aguantar, pero para eso necesito muchos jeringos, ¿me acompañas para invitarme?, que este mes estoy canina.

– ¿Cuando no lo estarás?

-Supongo que cuando nos casemos, ¿ganas mucha pasta?

-Sí, pero me gasto menos que un chupe de plomo.

             Paloma sonríe, es como una persona normal, que se convierte ser mitológico cuando le colocan una bata blanca, la tiene encandilada, suspira, ¿podrá?, y siente escalofríos, no quiere nada que no sea lo que tiene, no planeado, pero si deseado, con todas sus fuerzas.

79 LA INESPERADA VISITA

Luis va a entrar en su casa, la entrada general está abierta, siempre dicen que la van a reparar, pero al final nada, siempre es lo mismo, suspira, en la próxima reunión de vecinos, volverá a pedirlo, todos dirán que sí, el administrador que no hay dinero, y vuelta a la rueca, que no saca hilo.

             Sube por las escaleras, el sitio del ascensor está en la estructura, pero al final, para abaratar los pisos no se colocó, y ahora con la economía de los que allí viven, imposible pensar en eso, ¿si no pueden con una cerradura, con algo cien o mil veces más caro, podrán?, y sabe que no.

             Va a meter la llave, cuando nota a alguien en sus espaldas, es mal barrio, nunca le han atracado, pero siempre hay una primera vez.

-No te asuste, Luichi.

             Solo con el nombre ya lo sabe todo, agradece que la llave esté metida, en otro caso, se hubiera dado la vuelta, no hubiera podido meterla.

-Hola madre, -no se da la vuelta.

– ¿Puedo entrar?

-Claro, mamá.

             Luis abre la puerta y se retira, su madre entra.

-Me sorprende que no sea una cochiquera absoluta, conociéndote, ¿quién ha conseguido que al final vivas como un ser humano?

-Visitación, una señora mayor que me ayuda con la casa.

– ¿Que lo hace todo en la casa?, -le pregunta la madre.

             Luis asiente.

– ¿Por qué te fuiste de casa el otro día?, mejor dicho, la única vez que has ido en muchos años.

             Luis se sienta enfrente de ella, agacha la cabeza, duele.

-Madre, he destruido tantas cosas, que no sé cómo podrías perdonarme, tu nieta, padre, la decepción, el dolor, no sé, es difícil poner las cuentas a cero.

-Si fuéramos extraños, quizás, o, mejor dicho, seguro, pero soy tu madre, te tuve muchos meses en mi vientre, después te eche con el pedazo de cabeza que tienes, eso sí que duele, ¿crees que no te perdonaría?

-No lo sé, madre.

-Está esto bien, ¿puedo husmear?

-Claro, mamá, es tu casa, la conoces.

– ¿No me acompañas?

-No, si no te importa.

             La mujer niega con la cabeza y se pierde en el pequeño piso, como si fuera el palacio de un príncipe.

             Unos minutos después la mujer vuelve.

-Sí, la que te ha ayudado tiene la cabeza en su sitio, si, lo necesario, sin locuras, una persona sensata, me gusta esa mujer, ¿me has dicho que se llama?

-Visitación, Visi.

-Pues eso, me gusta, -mira a Luis-, te veo mejor de aspecto, ¿también te cocina?

             Luis vuelve a asentir.

-Me gusta que estés bien alimentado, me molesta que no sea yo la que lo haga, ¿no te gustaba lo que cocinaba?

-No es eso, tú lo sabes, después de la crisis…

– ¿Crisis?, una mierda, caíste tan profundo que no se te llegaba a ver.

-Pues eso, me das la razón, ¿cómo voy a volver como si no hubiera pasado nada?

             Teresa lo mira.

-Que capullo eres, siempre lo has sido, ¿tú te crees que a tu padre le importó que no fueras al entierro?, el será feliz ahora arriba viendo que te has mejorado.

– ¿Seguro?, mamá.

– ¿Conocías a tu padre?

             Luis asiente con la cabeza.

-Pues ahí tienes la respuesta.

– ¿Y ahora, madre?

-Ahora a seguir caminando, ¿qué sabes de tu hija?

             A Luis se le viene el mundo encima, niega con la cabeza.

– ¿Nada?

             Vuelve a negar.

-Malditos hijos de puta, como se aprovecharon de todo, ¿vas a luchar?

-He perdido tantas veces, que ahora, años después, si sale de allí, ¿no será peor?

-Supongo, pero que lo decida ella, ¿eres un Monforte, o un maricón de playa?

             Luis sonríe.

-Lo que tú digas, mamá.

-Así me gusta, querría que por lo menos conociera a sus primas.

-Estaría bien, madre.

– ¿Que podemos hacer?

-Ahora mismo, nada.

– ¿Por qué?

-He dejado el hospital.

-Y, ¿no tienes dinero?

             Luis asiente.

-Sí, mucho, pero lo que busca el tribunal es que el progenitor que pida la custodia tenga un trabajo bien remunerado.

– ¿No puedes encontrar otro hospital?

-Sí, pero en el quinto pino.

– ¿Como de lejos?

-Alemania, Inglaterra, los más cercanos.

             La madre de Luis suspira.

-Lo dejamos en suspenso, este domingo a casa, a comer con todos, sé que ves a tus sobrinas, y que le sacas las castañas del fuego al torpe de tu hermano, ¿algún problema?

-Ninguno, en absoluto, Doña Teresa.

             La mujer sonríe, se levanta, cuando Luis lo hace, se abraza a él.

-Pero que imbécil eres.

             Luis llora, el abrazo se vuelve eterno, y se lleva las trazas de nubes grises, por lo menos en ese momento, que ya es bastante.

80 OPORTUNIDADES

Luis espera en el bar cerca de los grandes almacenes, es el renovado, el que conocía, desapareció, quedando todo allí, menos el nombre, y el café, que queriendo ser superior, se queda corto, sabe a americano, que, si son odiosos en todo, en el café bordan lo repulsivo.

             Suspira, todo lleno de gente, ya mismo las vacaciones de verano, en la ciudad a más de cuarenta todo se congela, el calor en la ciudad tiene ese extraño poder, pararlo todo, salvo que quieras aparecer en los periódicos víctima de un fatal ataque de calor, que solo puede saber el calor que hace, el que viva en Córdoba, los demás, los de oídas, eso, que se queden como oyentes, y que le den gracias al dios en el que crean, por vivir alejados.

             Dos enchaquetados, se les huele a distancia, son los individuos con los que ha quedado.

– ¿Don Luis Monforte?, -pregunta el de mejor aspecto, cuarenta años, engominado, traje impecable, zapatos de lujo, moreno y deportista, el epítome del hombre de actualidad en la calle.

             Se levanta.

-Sí, soy yo, ¿Usted…?

-Emiliano Valer, a su disposición, abogado del grupo Medicinaleris, y mi compañero Augusto Trover, jefe de contratación de nuestro Grupo.

             Luis le da la mano, es más gordo, con cara de risueño que ni siquiera las gafas de sol le hacen cambiar el aspecto, por lo demás, anodino, uno de los miles de hombres de uniforme de corbata que deambulan por cualquier ciudad moderna.

-Siéntense por favor, ¿que desean?

             Luis levanta la mano, y ordena los pedidos, dos cafés con leche, es lo que más se pide, y lo cobran en consonancia a varias veces el valor de otros lugares, cosas de tomarse un café en el centro.

-Ustedes me dirán.

             El sonrosado saca de un maletín un dosier a todo color que le entrega a Luis.

-Léalo por favor, -le pide con una sonrisa.

             Luis lee, todo bien vendido, muchos hospitales, mucha pasta, seguro, una cadena extranjera, con capital de cualquiera que quiera ganar dinero con la enfermedad ajena, que, en la sociedad moderna, el dinero nunca coge olor de la forma de obtenerlo, termina.

-Muy bonito, los conocía, ¿es el nuevo hospital que están construyendo?

             Habla el más cuidado, Emiliano, le cuesta trabajo seguir los nombres.

Si, ya está a medio funcionamiento, como puede observar usted que vive aquí, la ciudad necesita más centros hospitalarios.

             Luis piensa que necesita más públicos, pero él no es economista, ni político, ni inversor.

-Supongo que sí, ¿por eso estamos hablando?

-Por supuesto, -asiente con la cabeza, levemente, es comedido con todo, hasta con sus movimientos, alguien difícil de coger en un fallo-, la mitad, como le decía está operativa, el resto estará terminado después del verano, cuatro meses.

-Unos plazos muy cortos, para una obra de esa envergadura, sé de hospitales, y sé que son difíciles de construir.

-Y más de equipar, pero tenemos el mejor elemento para conseguirlo, el dinero, con ello, se corre mucho, el ser humano es así, dando más dinero, todo corre a más velocidad.

-Sí, lo sé.

-No es su caso, creo que no le importa el dinero.

-Mal empezamos, si vienen a verme, y lo primero que dicen es que me van a pagar poco.

-No es eso, -sonríe el tal Emiliano-, es una expresión, sabemos de sus obras de caridad, de que para usted lo primero son los pacientes, solo eso.

-Bien, pues ustedes me dicen.

-Le ofrecemos el puesto de jefe de Cirugía.

             Luis piensa un momento.

– ¿Mucha labor gerencial?

– ¿Gerencial?, -pregunta el tale Emiliano.

– ¿Muchos papeles?

-Sí, supongo que sí, pero tendría ayudantes, muchos.

– ¿Seguiría operando?

-Menos, pero sí.

-Supongo que no quieren perder al médico viajero.

             Emiliano sonríe, el médico tiene más tarea de la que le habían dicho.

-Sí, es una faceta que haría que el renombre de nuestro grupo fuera más estelar, su fama le precede.

-Y el dinero que se obtiene, pero estoy cansado, el hospital obtiene todo, para el que opera, nada, o muy poco.

-Con nosotros no es así, el documento que le entreguemos con su salario más las condiciones específicas, no guardan secretos, estúdielo con sus abogados, no queremos problemas, solo que la empresa esté satisfecha, y para eso, siendo inteligentes, el primero que tiene que estar satisfecho es usted.

-Sí, supongo que hablar es barato, el resto…, -Luis sonríe-, ¿en cuanto a mi equipo?

-El que desee, siempre que pueda conseguirlo.

– ¿Podría traer a los míos?

-Si, por supuesto.

– ¿Las condiciones?

-Las mismas o mejores, por supuesto, las instalaciones, mejores, más nuevas, aparatos más modernos, formas de trabajar más eficientes.

-Si es así, está bien, ¿mi sueldo, mis comisiones?

             El sonrosado saca otra carpeta que entrega a Luis, este la lee, se queda sorprendido, el sueldo es cuatro veces lo que ganaba, y las comisiones por extranjero se multiplican, increíble, no sabía que alguien podía ganar tanto dinero.

– ¿Qué le parece?, -la sonrisa de Emiliano, es la de un ganador, sabe de seres humanos, sabe que ha picado.

– ¿Conocen toda mi historia, mis blancos y mis negros?

-Por supuesto, -nueva sonrisa-, por supuesto, por nosotros todo bien, ¿qué me dice?

-Me gusta, no le voy a mentir, usted es más listo que yo, pero necesito comprobar algunas cosas, y por supuesto que lo lean mis abogados.

-Si no lo hubiera dicho, se lo hubiéramos recomendado nosotros, las contrataciones especiales, son eso…, especiales, no se parecen ni unas con otras, ¿cuándo podemos esperar su respuesta?

-Unos días.

-Esperaremos en la ciudad.

– ¿No lo harán por mí?

-En gran parte, pero también hay otras situaciones.

– ¿Cuándo empezaría?, -pregunta Luis.

-Ayer, -nueva sonrisa-, cuando pudiera, pero si es lo más rápido posible, se lo agradeceríamos, de su puesto jerárquicamente, dependen muchas de las contrataciones que estamos posponiendo, para no llenar los puestos de las personas que usted no designaría.

-Me parece inteligente.

-Le dejamos que lo piense.

             Ambos hombres se levantan, Luis también, les da la mano, se despiden, y lo dejan con la cabeza más liada que la pata de un romano, pero a pesar de todo, sonríe.

             Se queda pensando en todo, en cómo organizar, en como dejarlo todo, en como cambiaría la vida económicamente, de prestigio, pero más que eso, de poder ayudar a gente, y sigue sonriendo, a pesar de que sabe que lo que tiene en la mano, son proyectos que no serán realidad, aunque si se acercan un poco, serán buenos.

81 CONSULTAS

Luis espera de nuevo, pero esta vez es en un reservado en el centro, esperando a lo que fue su equipo, y a algunos más, la excusa es invitarlos a comer, quizá alguno se imagine que es para lo que es, pero le da igual, es comunicarlo, si tiene que crear un nuevo equipo quirúrgico, lo hará, tardara más, pero solo eso, siempre se encuentra a alguien que sustituya a otro, nadie es insustituible.

             Van llegando, cada uno con su historia, también falta alguien, que llama excusándose, a última hora, nada le interesa de lo que él diga, y haciéndolo así, no hay oportunidad de que lo obliguen a ir, es como lo de me han comido los deberes el perro, cuando no tienes, y sonríe.

             La comida buena, en el restaurante, uno de los mejores de la ciudad no te equivocas, la sobremesa magnífica, es un reservado, nadie molesta, y los licores corren por todos los asientos, en un lugar donde se fuma, donde está prohibidísimo, pero hay clientes y clientes.

-Ahora, -todos se callan cuando comienza a hablar-, es cuando os tengo que comunicar algo, como habréis esperado algunos de los que estáis, que o me conocéis mejor, o que sois más listos que el hambre, -enciende un cigarro-, sé que algunos no han venido, no sé el motivo, pero supongo que no querían saber nada del que se ha largado, -mira a todos lados, silencio, parece que tiene razón.

-El caso, es que me han ofrecido un puesto importante, el de jefe de cirugía en el nuevo hospital.

– ¿En el monstruo que construyen al lado del Universitario?, -pregunta Magdalena, su ayudante quirúrgica.

             Luis asiente.

-El mismo, con el poder de controlar todo el departamento de cirugía del hospital, que tiene casi el triple de quirófanos que en el que estáis ahora mismo, además, he estado allí, impresionante, se han dejado el dinero a manos llenas, señal de que vienen con ilusión de hacer dinero, y eso a pasar de su inmundicia, es bueno para nosotros, médicos, que, a fin del cabo, solo somos simples asalariados.

             La mayoría sonríe, se creen dioses en la tierra, los conoce, y también que le da igual mientras trabajen bien y no hagan el estúpido.

-Por ello, os he reunido aquí, para saber quiénes, si hay alguno de vosotros que quisiera unirse a mi nuevo equipo quirúrgico allí, además de las demás bondades que pueda hacer en mi nuevo puesto, donde tengo más poder, me han prometido que será mínimo el diez por ciento de subida para cualquiera de vosotros, eso es el comienzo de la negociación, ¿qué me decís?

             Se miran unos a otros, no dicen nada, nadie rompe el hielo, es como si les hubiera echado un jarro de agua fría, parece que incluso los que lo han imaginado, no se lo creían, pero ahí lo tienen, y Luis sonríe depuse de darle la última calada al cigarro que está apagando.

-Yo, si me dan condiciones, me voy contigo, Luis, es Mariana, su ayudante de enfermería.

             Luis sonríe.

-La primera, bienvenida, si te dan lo que quieres, no lo hagáis por compromiso, el que quiera, sé que la mayoría estáis hechos al hospital donde trabajáis, si no hay nadie más…

             Galante, educado hasta el final, levanta la mano.

             Luis sonríe.

-El más aplicado de la clase, ¿qué quiere decir?

– ¿Cuentas conmigo?

-Claro, Galante.

-Pues sigue contando, no me gusta donde estoy, el yernísimo es un gilipollas que asegura que sabe más que yo, no confío en él, como supongo que él no confía en mí, así que si me dan solo ese diez por ciento, me largo.

-Bienvenido, amigo.

             Galante sonríe.

             Luis mira a todos lados, pero nadie más.

-Déjalo Luis, -es Galante-, Márquez sigue en su puesto, como los demás, el yernísimo los joderá a todos, las equivocaciones se las comerán ellos, pero la vida es así, más vale lo malo conocido, que lo bueno por conocer.

-Lo entiendo, -está decepcionado, pero intenta no parecerlo-, lo entiendo, cambiar siempre es un problema, así que, -levanta la copa-, por el futuro, -sonríe de nuevo-, donde sea que nos pille.

             Las copas se levantan, en la mayoría de los casos, sin ganas, sin fuerza, es compromiso, solo eso, salvo los que se van, que tienen más fuerza, pero mucho más nerviosismo, la nave zarpa, y solo quedarán dos marineros de los que hicieron viajes con él, Luis suspira, no esperaba lo que ha pasado, pero como siempre, le da más valor del que tienen a los que tiene cerca, es lo que hay.

82 HISTORIAS

Luis desayuna con Paloma, que como siempre parece un náufrago de años, comiendo los jeringos como si los fueran a prohibir.

-No creo que pueda correr, por lo menos con la asiduidad con la que lo hago ahora.

             Paloma levanta la cara, con los labios llenos de aceite.

– ¿Estás enfermo?, con lo que te gusta.

-Sí, me gusta, pero no es eso, me incorporo, posiblemente, al hospital nuevo que están construyendo al lado del universitario.

-No me jodas, va a ser un monstruo, con lo más moderno, ¿te ha contratado?

             Luis asiente con la cabeza.

– ¿De qué?

-En mantenimiento, torpe.

             Paloma sonríe.

-Ya sé que de cirujano, pero, ¿con salidas al extranjero y eso?

-Si, además de jefe de cirugía.

-Toma ya, -es cara de asombro de Paloma-, jefe de cirugía, pedazo de puesto, el que más manda en los quirófanos.

             Luis asiente.

-Pero aún no lo tengo claro, me han ofrecido una plaza en un hospital de Berlín, uno nuevo también, más costoso incluso que el que están haciendo, más pasta, más tranquilidad, más nivel, más eficiencia…

-Más a tomar por el culo, -la cara de Paloma cambia.

-Tú lo has dicho, frio el ambiente, el personal, nieve, austeridad, sin colores, eso sí, a las alemanas le gustan los mediterráneos.

-Sí, con la cara de moro que tú tienes.

             Luis sonríe.

-Lo he pensado, y me quedo aquí, demasiado lo que perdería, no lo podría sustituir con dinero.

– ¿Tanta diferencia hay?

             Luis asiente.

-Una locura.

– ¿Y si me voy de secretaria tuya y me das la diferencia?

             Luis la mira.

– ¿Con el frio que hace?

-Una buena calefacción…

-Como se nota que no has estado allí, cuando ven el sol, lloran como niños pequeños.

             Paloma sonríe, después le cambia la cara.

-Entonces, estarás más liado que la cabeza de una loca.

-Como lo sabes, hasta que organice lo que no existe, va a ser una locura, y eso si no me equivoco escogiendo mi equipo, los demás equipos…

– ¿Vas a seguir operando?

-Sí, más que nada, porque me han contratado por el tema de las operaciones en el extranjero, que dejan dinero al hospital, pero más fama.

-Eso está bien, lástima ser una pobre estudiante, que además la están jodiendo en anatomía patológica, me suspendieron en el primer trimestre, a ver si la recupero, sería un baldón en mi expediente.

– ¿Quién es el catedrático?

-Jordano.

             La cara le cambia a Luis.

– ¿Raúl Jordano?

             Paloma asiente.

– ¿Lo conoces?

-Claro que lo conozco, así como sé el porqué del suspenso.

-No me jodas.

-Sí, el torpe de Jordano quería ser cirujano y no valía ni para carnicero, tuvo que cambiar en medio del MIR, supongo que no me lo ha perdonado, y quiere pagarlo contigo.

– ¿Qué pasó?

-Me lo pusieron de compañero, yo como ayudante, a la tercera, propuse que no quería ser compañero suyo, me lo quitaron, a partir de ahí, otro compañero, que también lo repudió, al final cambió de especialidad, complicado, pero tenía padrinos, a pesar de todo, supongo que ha recalado en la facultad, porque no habría nadie que lo quisiera, no vale para nada.

-Sí, pues a mí me ha jodido.

-No te preocupes, tengo la kriptonita del hijo de puta del Jordano, tendrá muchos enchufes, pero yo tengo algo que…, -sonríe-, ya verás.

             Paloma lo mira.

-Entonces, ¿no soy un topo?

-Si lo eres, pero intentaré salvarte de ti misma.

-Que gracioso eres, -levanta el brazo-, otro plato más, te voy a arruinar.

-Sí, invertir en el culo tan gordo que se te está poniendo, no creo que esté bien.

-Te odio.

-Es mentira.

             Paloma sonríe.

-Es una buena inversión, sobre todo para una buena estudiante tener unos mofletes tan gordos, amortiguación se llama.

             Paloma levanta un jeringo, mientras Luis se tapa con los brazos la cara, el objetivo seguro del lanzamiento del jeringo.

83 HISTORIAS QUE CONTAR, SI ES NECESARIO

Luis entra en el cuartillo de la azotea, cada uno de los vecinos tenía derecho a un trozo de suelo para edificar un pequeño lugar donde guardar cosas, solo tres lo han hecho, los otros dos, están abandonados, uno de ellos con la puerta abierta, pues los robos se disparan continuamente en el barrio, solo queda incólume el suyo, que defiende con mucho acero, hormigón armado, y que la gente sabe que en algún momento le puede hacer falta que le eche un cable, más que a ellos, a sus familias, así que permanece en perfecto estado, cuando lo mira.

             Lo abre, está con humedad, como todo lo que permanece a la intemperie, que le cae el agua como si fuera castigo, y que no esta tan impermeabilizado como gustaría, además de que el agua en las alturas, entra desde todos los ángulos.

             Cajas, más cajas, sobre todo libros, de investigación, de conocimiento, de la carrera, cientos de los que no quiere desprenderse, al final, en cajas de la ignifugas, anti humedad, las grabaciones de las operaciones que ha tenido en toda su vida, siempre pedía una copia al de informática, para tener la colección, que aun ahora sigue aumentando, pronto habrá otra caja con mas, permanece abajo porque no está llena aún.

             Organizado como es, la encuentra rápido, es un disco pequeño, con un terabyte de capacidad, donde cogen muchas operaciones, espera que esté bien, en aquellos tiempos, que no tenía mucho dinero, compraba los discos duros reparados, que solían estar bien, y eran mucho más baratos, aunque tuvieran sectores inaccesibles que, si estaban controlados, no daban ningún problema.

             Saca el disco, y deja las cajas como estaban, solo cambia de lugar la que tenía el disco que ha sacado; cuando haga la copia, volverá a ocupar su lugar, el disco y la caja, sabe que no es interesante para nadie la colección, pero el disfruta con tenerla.

-Buenos días, ¿podría hablar con el Doctor Jordano?

– ¿Ha pedido cita con el Catedrático?

-No, soy un compañero de facultad, dígale que Luis Monforte quiere saludarlo, más bien dígale, que necesito informarle de algo que es de sumo interés para él.

-El asunto es…

-Que le repita lo que le he dicho.

-No sé si podrá.

-Si no puede, pues me marcharé, y que el asunto al que he venido salga sin el conocimiento de uno de sus protagonistas, -Luis sonríe, se da la vuelta, y se sienta en uno de los sillones, saca el móvil, y comienza a leer una revista inglesa de cirugía, un artículo que tenía ganas de leer, y no encontraba tiempo, ahora lo tiene, seguro.

             Media hora, sabe que tiene que cocerse, el que se cree más poderoso, hace sufrir, rebaja al que cree más débil, es la ley de la selva, que en los médicos es de la más salvaje que se pueda pensar, pues se supone que son personas con grandes empatías, y más bien son personas con miles de antipatías.

-Señor Monforte, -es la chica de recepción.

-Me dice Don Raúl, que puede pasar.

             Nueva sonrisa, cierra despacio el libro, coge el maletín y entra en el despacho.

             Un Raúl más viejo, mucho más, envejece rápido, con su bata blanca, vaya a ser que lo confundan con alguien normal, engominado, gafas de diseño, y una sonrisa más que destacable, casi de desencajarse la mandíbula.

-El bueno de Monforte, ¿qué te trae por aquí?

– ¿No me esperabas?

             Le ofrece la silla frente a su gran mesa de despacho.

-No sé qué quieres decir.

-Torralbo.

– ¿Torralbo?, -hace como que piensa.

-La conoces, piensa un poco más.

– ¿La de mi clase?

             Luis asiente.

– ¿Que sucede con ella?, -nueva sonrisa.

– ¿Todo matrícula y le dejas la asignatura?, es extraño, ¿no te parece?

-Que revise el examen conmigo, ningún inconveniente.

-En todo caso sería mejor la junta, ¿no es cierto?, Raulito, -la cara le cambia.

-No estabas parado, pues quédate quieto.

-No, lo estaba, dejé ese hospital, ahora soy el jefe de cirugía del nuevo, del monstruo de aquí al lado.

-Qué suerte, me alegro.

– ¿Que va a pasar con Torralbo?

-Pues, -sonrisa amplia-, que tercero se le va a hacer complicado.

-No creo, -Luis abre el maletín, saca una Tablet, la toca, comienza a oírse voces.

– Pero, ¿qué haces?

-Los siento, Monforte, lo siento.

-Has perforado la vena, ¿te lo quieres cargar?, que te pasa, ¿te debe dinero?

-No, perdona, arréglalo.

-Te denuncio, que estás borracho, o te has metido algo, voy a pedir que te hagan pruebas…

             Luis corta la comunicación, la cara de Jordano ha cambiado, la prepotencia ha desaparecido, ahora solo la cara de póker que denota más de lo que quiere ocultar.

-Tú me dices, Raulito.

– ¿Cómo es que tienes eso?

-Eso y todas las operaciones que hiciste conmigo, no he traído las mejores, en una de ellas lloras.

-No, -sonríe-, es mentira.

-No, uno de los compañeros grabó, cuando de rodillas me pedías que no te denunciara, cosas que no hice y me lo pagas atacando a personas que estimo.

– ¿A tu querida?

-Lo que tu pienses con tu cabeza de cerdo, no me importa, ¿qué va a suceder?

-Nada, aprobada.

-Con buena nota, la mejor.

             Jordano asiente.

-Dedícate a escribir libritos, sé que estás muy orgulloso de eso, porque de médico solo para enseñar, que ni para eso, es lo que me han dicho los que han estado en tu cátedra, que pena de comida la que se gasta en que estés vivo, -mueve la cabeza-, esta semana, la siguiente, la junta del colegio de médicos…, cuanto antes se saca la basura, mejor.

             Luis se levanta, sale de la habitación, sonríe a la secretaria y se marcha, sabe que se la jugará si puede, de todas maneras, lo hubiera hecho, tan solo que ahora sabe, que, si hace algo que no le guste, el infierno caerá sobre su pobre cabeza, respira con más facilidad, si, es bueno poner las cosas en su sitio.

84 ALFA Y BETA

Guiomar se sienta en la silla que le ofrece Alberto Serrano, del Juzgado de Familia, una institución en la ciudad, cualquiera que lo conozca tiene conocimiento de que es corrupto como las putas de la ribera.

-Usted me dirá, Jueza, es un placer tener en la ciudad a alguien con tanto peso específico.

-Supongo que sí.

– ¿Y qué le trae a este modesto juzgado?, aquí no hay casos penales, solo, ya sabe, problemas familiares, desagradables, pero raramente regados en sangre, -el viejo Juez sonríe, se cree que es algo así como un galán maduro, realmente es un viejo verde del que huyen las mujeres instintivamente, incluso las niñas…, por si acaso.

-Era para comentar un asunto relativo a una pieza que me trae uno de los fiscales, en el cual, creo que puede aportar información para que el caso, sea lo mejor juzgado.

-Podría haber mandado a cualquiera de su juzgado, encantado de que venga a vernos, pero ya sabe, usted tiene el tiempo justo, vale demasiado, -nueva sonrisa-, ¿y de que se trata en concreto?

-De una patria potestad.

-De esos miles, -sonrisa más amplia-, es casi que lo más.

-Es de hace unos seis o siete años.

-Con ese arco tan amplio será difícil que lo encuentre, quiero decir, que mi gente lo encuentre, -quiere resaltar que él también tiene mando.

-No, -sonrisa, la primera de Guiomar-, seguro que lo recuerda.

– ¿Y por qué sería?

-Por la misma razón que yo he venido aquí, me interesa personalmente, y mucho, no como para recusarme, pero si para tener un interés más que notable en que la justicia se restablezca.

-Bien, perfecto, ¿podría decirme el nombre del menor, o de los solicitantes?

-Por supuesto, Nieves Monforte Robledo.

             La cara le cambia al juez, sabe quién es, claro que lo sabe, lo que no se imagina es porque la puta de la jueza viene a tocarle los innombrables, cuando él tiene peso específico en la ciudad.

– ¿Monforte…?, no me suena.

-Sí, la nieta de su amigo Alfredo Robledo.

– ¿Qué quiere decir con amigo?

-Que hicieron la carrera juntos, que su esposa es prima de la suya, que van de vacaciones juntos, mil motivos para excusarse, pero no, usted juzga, ¿sabe cómo se llama lo que ha hecho?

             EL juez va a contestar, pero Guiomar no lo deja.

-Prevaricación, dictar una sentencia a sabiendas de que es injusta, por si lo ha olvidado, este es un claro ejemplo del nombre que he sacado, prevaricación.

-Es muy grave lo que dice.

-Más grave, es separar a un hijo de sus padres.

-No, -sonríe-, el padre estaba destruido.

-Sí, pero los abuelos paternos, no, también reclamaron la custodia, ni aparecen en la sentencia, por supuesto de derechos de visita, nada, incluso los abuelos paternos que no la ven desde entonces, así como su padre, que ahora es un reputado cirujano, y se le deniega de continuo el derecho a verla, incluso con orden de alejamiento.

             La cara del juez cambia.

– ¿Cómo podemos arreglar esto?

-Una investigación, y que caigan las cabezas de los que han cometido delitos.

-Es decir, quiere que me manden fuera de la judicatura.

-Realmente se lo merece, aunque muchos hay, pero eso no excusa, el caso, ahora le pregunto yo, ¿qué puede hacer para revertir, en lo que se pueda, la injusticia que provocó su sentencia?

             El juez piensa.

– ¿Que quiere?

-No me importa como lo consiga, pero quiero que la patria potestad, retorne al que tendría que tenerla, a Monforte, eso apaciguaría los vientos que rondan este juzgado, después, tendríamos que hablar de más cosas.

– ¿Qué cosas?

-Primero, lo primero, después lo siguiente.

-No sabe quién es el abuelo.

-Si lo sé, alguien que poco a poco se ha ido comiendo medio colegio de abogados, que se ha hecho rico con la defensa de lo peorcito de la ciudad, y de lo más depravado, eso le da poder, mucho, pero ante una ley inexorable, la que viene de Madrid, -Guiomar mueve la cabeza-, mal asunto, una larga batalla legal, puede acabar con alguien en la cárcel.

– ¿Me está amenazando?

-No, le estoy asegurando lo que sucederá, tiene tres días.

– ¿Para qué?

-Para devolverle la patria potestad.

-Es imposible…

-Medidas cautelares, mejor defensa, invéntese lo que quiera, pero le doy eso, setenta y dos horas, después, -Guiomar sonríe sádicamente-, me dedicaré a lo que más me gusta, impartir justicia, pero de la de verdad, de la que habla de la vida y libertad de las personas, y no le robo más tiempo, -sonrisa extraña-, Señoría, que tenga buen día.

             Guiomar se marcha, mientras el juez se queda pensando en lo estúpido que fue ayudando al puerco de Alfredo, que con nada que consiguió lo que quería, lo borró de la lista de amigos, de beneficiados, apenas unos días en la playa, no, no se merece nada, menos que él vaya a la cárcel, sonríe, no, piensa, no, eso no puede suceder nunca, soy un juez.

85 ENCUENTROS

Luis camina hacia casa, ha estado haciendo de todo, el papeleo que era mucho, primero en el nuevo hospital, después en hacienda, más tarde con sus abogados, la entrega de los contratos, la recomendación de ellos, mil cosas, trae la cabeza como un bombo, pero sabe que cuanto más alto vuelas, más te va disparar hacienda, que no conoce de nada que no sea llevarse lo que pueda, como buena carroñera que es, y sonríe.

             El taxi lo deja dos calles antes de la suya, quiere unos falafeles[1], que han abierto una tienda, y algunos le encantan, lo mismo que hay otros que no puede ni oler, pero así es la vida, para gustos, colores.

             Es una buena tarde, el frio se ha ido, y la primavera comienza a hacer de las suyas, pero aún no han cambiado la hora, y es de noche, apenas si ha corrido el día, y llega la noche, y piensa en las ganas que tiene de que sean las ocho de la tarde y continúe el día, que allí, en su tierra, la tierra de los milagros, es posible.

             Garri ve a Luis, y también ve a los que llevan parados muchas horas, mirando como los halcones hacia el  lugar por donde llega la paloma, se lo dijo el Chino, que no es nadie, que está como el mono, y sonríe, por la cuenta que le trae, que si se le escapa una lo capa, y no es algo que entre en una conversación, sino una dolorosa realidad para el que falla en sus encargos, el siguiente fallo, es el regalo de una bonita capa de tierra en algún lugar escondido, y sonríe de nuevo, pensado a donde ha llegado, y la idea le surge, ha llegado al agujero más profundo del pozo más hondo que se pueda imaginar un ser humano, y sonríe otra vez más, eso hace que le resalte la chirla que le hace el labio extraño, recuerdo de lugares en los que estar encerrado no es lo peor que te puede pasar.

             Luis se acerca a su casa, va a entrar, cuando alguien se le coloca de frente, es alto, delgado y con gafas de sol en una noche que no tiene ni luna, el caso es que lo ha asustado.

-Don Alfredo que quiere hablar con usted.

             Luis se para, lo mira de nuevo, e intenta seguir su camino, pero el hombre lo coge del brazo, con fuerza, con demasiada para la pinta que tiene, es una zarpa, el tipo sonríe.

– ¿Nos acompaña por las buenas o por las malas?

             Luis va a decir algo.

-Bien, bien, bien, -se oye decir desde la cercana línea de setos-, así que aquí tenemos a los nuevos amos del barrio, Penco, ¿tú te habías enterado?

-No, -es otra voz, chulesca, más que la anterior-, es que nos tienen abandonados.

             Luis ve como se acerca un tipo grande, de rasgos agitanados, que lleva a un tipo con una pistola en la nuca, detrás otro, que sujetan dos hombres, tiene la cara morada.

-Bicho, ¿qué hacemos con los dos pajaritos que hemos cazado?, -comenta el que amenaza la nuca.

-Nada, nada, solo vamos a tener una conversación, de esas cortitas, que terminan algunas veces como un tiro, con rapidez, y sonidos, -sonríe, se le notan dos mellas, a Luis le da más miedo que el que lo ha parado.

             Se acerca al que lo tenía sujeto por el brazo.

-Así que tú te quieres llevar a Don Luis, a saber, con qué historia.

             El tipo no contesta, solo mira con chulería al que lo amenaza, el golpe con la culata de una pistola que no se veía, es terrible, el individuo sale disparado unos metros, se queda en el suelo, parece que le ha roto la mandíbula, la mirada ya ha desaparecido.

-Mira, soy el Bicho, -sonríe-, me llaman así porque lo arreglo todo dialogando, con el que me enfrento, pero de cuerpo presente, no me gusta que me lleven la contraria, si vuelvo a ver por aquí a alguien que amenace a don Luis, -sonríe con maldad-, ni vuestros muertos os encuentran, ¿queda claro?

             El de la mandíbula rota asiente, por la comisura de la boca, sale cada vez más sangre, se levanta, y cuando pasa por Luis se oye.

-Si Alfredo quiere algo de mí, que venga él, yo no voy a ningún lado.

             Ni interrumpe su movimiento, en apenas unos segundos han desaparecido, el que se ha llamado Bicho, se acerca.

-Don Luis, ¿cómo está?

-Bien, pero, ¿por qué…?

             El tipo se encoge de hombros.

-Son cosas que se hacen, algún día, quizás, supongo que sabrá porque, hoy solo que se ha escapado, así que ponga cuidado, que esos vuelven, son de los caros, y son como las bujías, se queman y se ponen nuevas, porque hay dinero para cambiarlas.

             Luis asiente, sabe de las formas de su suegro.

-Puedo pagaros…

-No, Don Luis, cuídese, le echaremos un ojo, pero dios cuida al que se cuida, -sonríe, inclina la cabeza-, espero que no tengamos que intervenir de nuevo, o que podamos hacerlo a tiempo, solo una cosa más.

-Dígame.

-Que uno crea que no tiene enemigos, no lo hace cierto.

             Luis sonríe mientras asiente, ve como se alejan, hablando de algo que es intrascendente como si solo se hubieran tomado unas cervezas.

             Ambrosio mira desde la esquina opuesta, si, alguien no quiere bien al médico, pero alguien a su vez quiere que nada le suceda, interesante, es lo que piensa, cuando se lo comunique a Guiomar, a la niña, ¿qué pensará?, se lo imagina, pero lo que sabe, es que el médico no tiene ni puta idea de todo lo que se mueve a su alrededor, se encoge de hombros, no le gustaría estar en el pellejo del eminente cirujano, ni por todo el oro del mundo, los que lo buscan, más bien uno que lo busca, es malo con una enfermedad terminal


[1] Faláfel o falafel1​ (en árabe egipcio: فلافل falāfil [faˈlaːfɪl], en arameo: ܦܠܐܦܠ) es una croqueta de garbanzos o habas. Suele consumirse en Oriente Medio, y en los últimos años se ha dado a conocer en occidente gracias a los restaurantes especializados en comida oriental y vegetariana. Tradicionalmente se sirve con salsa de yogur o de tahini, en pan de pita o bien como entrada.

86 REUNIÓN

– ¿Que me traes, que tan rápido ha tenido que ser?, -pregunta Alfredo Robledo.

– Supongo que recuerdas la patria potestad de tu nieta, -le indica el Juez Serrano.

-Claro, es asunto particular, no del despacho, ¿algún problema?

             Serrano asiente con la cabeza.

-Pues explícalo, coño, que hay que sacarte las palabras con unas pinzas.

             Serrano sonríe a pesar de que también le atañe, más que al puerco de Robledo, le gusta verlo retorcerse un poco, le gustaría que se retorciese más, como él ha tenido que hacerlo, pero es un buen comienzo.

– ¿Conoces a la nueva Juez?

             El viejo Robledo sonríe, pero a su lado al que llaman Junior se relame.

-Yo sí, padre, está de buena que se rompe.

-Yo también Junior, -le replica el padre-, y he oído que más que estar buena es una hija de la gran puta, -mira a Serrano-, ¿qué coño tiene que ver la puerca esa con nosotros?

-NI idea, -contesta el juez-, pero que levanta el caso, que me incoa un expediente, que me puede mandar al paro, con los papeles negros, y a ti, supón que, si a mí me pasa algo, tu vienes conmigo, de la manita.

– ¿Me amenazas, Antonio?

-No Alfredo, te cuento, no he tomado ninguna determinación, pero me quedan dos días para tomarla, si no lo hago, ella me denuncia en cinco minutos, ya sabes la fuerza que tiene un juez de lo penal, y más ella, que tiene ese pedigrí.

             Alfredo Robledo echa la cabeza atrás, piensa en como el mierda de su yerno ha levantado cabeza, y como ahora tiene gente que le ayuda, maldice a todo, pero no le quitaran a la niña, no, no es porque la quiera, es porque es su nieta, el no ama, posee, y Nieves es suya, sonríe, lo destruirá, lentamente o con rapidez, depende de lo que le apetezca en ese momento.

– ¿De qué te ríes?, padre.

-De que tu cuñado es un imbécil, que tiene gente que le ayude, y que maldita sea la idea que hizo que se levantara después de haber caído tan bajo.

             Nadie habla.

– ¿Qué hacemos?, -pregunta el juez de nuevo.

-Tranquilo, Antonio, de esto me encargo yo, no llegará la sangre al rio, apuesta por ello.

-Supongo que será así, si no lo es…

– ¿Me vas a joder?

-Sabes que no, así como creo que sabes que no pienso permitir que me echen de la judicatura, algo puedo inventar, siempre se puede inventar algo cuando tienes poder, y yo tengo, menos que tú, pero…

-No me jodas, Antonio, no me jodas.

             El juez los mira y piensa en que le pasó por la cabeza, como para querer ayudar al mongólico que tiene enfrente.

             Alfredo Robledo ve como se levanta el juez, que es ignorante de que tiene un dosier que puede enterrarlo, pero en la cárcel, es corrupto hasta la médula, además de aprovechar de su cargo para violar a las madres, a las niñas, sonríe de nuevo, no se entera de con quien está, no solo puede ir a la cárcel, esas niñas tienen padres, esas mujeres maridos…, vuelve a sonreír, si, no llegará la sangre al rio, por lo menos la suya, no.

87 OSCURIDAD

Luis se mete en la cama, apenas si ha comido, un sándwich de los de poca leche, de menos preparación, un vaso de leche, y por supuesto, un tranquilizante.

             Su suegro es un animal, lo sabía, pero hasta el punto de mandarle matones a su casa, eso no lo esperaba, es más, ¿de qué quiere hablarle?, ¿ejecutarlo?, quizás, más no le puede quitar, se llevó lo que más quería, ahora… ya le da igual, pero lo que lo tiene intranquilo ha sido la aparición de ls que lo han salvado, ¿Quiénes son?, y más importante, ¿Qué buscan?, respira con dificultades, le está entrando un ataque de ansiedad, vuelve a la cocina, una bolsa de papel, respira a través de ella, tiene que esperar a que el tranquilizante haga efecto, pero mientras tanto…

             De vuelta a la cama, y el tinitus que lo vuelve loco, es lo que le faltaba, será por el stress, más bien por el miedo, él no es de las fuerzas especiales, su hermano tampoco, y era una bestia, cualquiera de los que le han parado, le podían haber conseguido un traje de madera sin despeinarse, vuelve la ansiedad, el miedo, el tinitus que sube su volumen, como si quisiera ser parte de lo que parece un todo, y no sabe si lo es.

             Mira al techo, que ahora si es blanco, y refleja la poca luz que entra entre las rendijas de la persiana, se sienta en la cama, un cigarro, es el número…, muchos, no puede dejarlo, pero además, no es el momento, y recuerda la película “Aterriza como puedas” … no es un buen momento…, sonríe, una tontería de película, pero algunas frases se quedaron en el anecdotario popular…, una calada que parece que va a obligarlo a que se cambie de calzoncillos, seguro que le ha llegado…

             Sigue con el razonamiento, más bien con los miles que le rondan la cabeza y que no sabe dónde colocar para que tengan sentido, ¿Por qué ahora?, se encoge de hombros, no ha cambiado nada, después de reclamar la custodia durante cuatro años, lo dejó, más que nada por la niña, a fin de cuentas…, y se percata de que se ha portado como un cobarde, y si, lo es, nueva calada de las culeras, las venas del cigarro se muestran en todo su esplendor, enciende uno nuevo con el que está medio consumido, el sonido del tinitus, que hijo de puta, es suyo, pero podía darle alguna día de descanso, que no es caso, ya no se va con nada, se acostumbrará, ahora mismo no, pero tiene esa esperanza, lo único bueno, es que cuando opera, desaparece, o él no le presta atención, imbuido en la responsabilidad de lo que hace.

             Abre la persiana, una figura que cruza el parque, solo una, y le echa cojones, no es que roben mucho por allí, pero es que no hay nadie, es como ir con una salchicha en el cuello en una perrera con los peores sueltos.

             Música, piensa, música, de nuevo a la carpeta de música, como si le fuera a servir de algo, sabe que de poco, pero menos da una piedra.

             Schubert, la sinfonía inacabada, pega con el momento, mañana no tiene que operar, solo conocer a los que formarán su equipo, cosa que hará con ojeras, seguro, saldrá con la cara de un oso panda gigante, y le saca una sonrisa, apaga el cigarro, la sinfonía comienza, se echa hacia atrás, sin darse cuenta, se queda dormido.

88 LUCIANO

Llama al timbre, no le tiene miedo a nada, a nadie…, bueno, si, a la persona que estará detrás de la puerta, que es la única que le da miedo; ha peleado con lo peor de la calle, de la cárcel, y peleará en el infierno, donde no le cabe duda de que lo hará, hasta que no pueda más, y sonríe con la sonrisa que hiela la sangre de los que la ven, y que es producto de una pelea a navaja cuando apenas levantaba un metro del suelo, y suspira, lo que tiene que hacerse, hay que hacerlo, y no echarle tiempo en pensar que podía haber sido de otra forma, si has tenido huevos para hacerlo, te comes lo que has hecho, llama, segundos de silencio, de miedo, ¿por qué no?, pasos que se a cercan, se retira de la mirilla, por si acaso, quizás viéndolo no abran, no quiere, se pega más a la pared, es grande, debe de hacerlo.

             La puerta se abre, menuda, con un moño de siempre, vestida de negro, para no variar, y eso que su padre murió antes de los calendarios, pero la Toñi es así, Antonia, su madre, una cara de sorpresa, una mano en la boca, se recompone, sabe de dónde viene la sangre fría que tiene, de la mujer que tiene enfrente, serena, lo mira, más que ello, lo estudia, unos segundos que parecen años, al final la palabra, de vida o de muerte, pero más al sur.

-Pasa, ¿o te vas a quedar a vivir en el descansillo?

             Sonrisa que no sale, ganas de abrazar que se contienen, vuelta a cuando no tenía pelos abajo, no sonríe, pero entra en una casa que no esperaba volver a ver, se sienta en el viejo sofá de sky, el mismo sobre el que se echaba para ver las películas en la tele que tenía una esquina rota, que solo daba colores por esa parte, sin forma, caprichosos, y sigue allí, agacha la cabeza, nota como lo cogen de la mano.

– ¿Sabes que sigo siendo tu madre, hagas lo que hagas?

             Luciano asiente con la cabeza, despacio, ampulosamente, no solo lo sabe, sino que era lo que esperaba, aunque la duda, se comió imperios.

– ¿Cómo es que estás aquí, te quedaban…?

-Años, madre, pero, buena conducta, beneficios penitenciarios, mil cosas, hasta en la cárcel hay que buscarse la vida, tener amigos, de los que pueden hacer cosas por ti, pero de las de verdad, que de boca andan todos que dan miedo, -levanta la cabeza sonríe con la cara de perro, como le decía su madre.

-No has cambiado, solo estás más viejo, más grande, más fuerte.

-Pocas cosas se pueden hacer cuando estás en la trena, me he machacado el cuerpo, siempre es bueno, sobre todo para animales como yo.

– ¿Que vas a hacer?

             Se encoge de hombros.

– ¿De qué vas a comer?, aquí siempre tienes el plato, poco más, pero los vecinos…

-No te preocupes, madre, tengo dinero, tengo donde vivir, eso no es problema.

– ¿Cuál es el problema?

             Luciano agacha la cabeza, no la levanta.

-Lo sabes bien, madre, ¿me perdonas?

-Mírame, -le levanta la cabeza.

             Luciano la mira, sabe la mala leche contenida de su madre, es la misma que le devora el alma, con él puede, con su madre no, hubiera querido, pero no…

– ¿Tienes los santos cojones de venir a mí, a pedirme perdón?, a mí no me has hecho nada, ve al que se lo hiciste y pídele el perdón que no mereces, además, con lo animal que eres, ¿qué te importa que alguien te perdone o no, siempre has hecho lo que te ha dado la gana, has venido cambiado?

-No, madre, no, sé que, si él no me perdona, tu no me perdonas, yo no me perdono, y sería…

-Peor de lo que eres, -la mujer mueve la cabeza-, no, no serías peor, serías tú, siempre serías tú, tan solo que haciendo más mal, tu siempre puedes hacer más mal, lo sé, te he parido.

             Silencio, Luciano mira a la madre.

– ¿Que hago madre, ponerme delante suya y pedirle perdón?

-Eso es lo fácil, que te hostie, que te pegue un tiro, que llore…, más dolor, ¿eso es perdón?, -mueve la cabeza negando-, no, eso es tranquilidad para ti, no, -mueve de nuevo la cabeza-, gánatelo.

– ¿Como, madre?

-Protégelo desde las sombras, que nada le roce, evítale que los demás le hagan daño, si lo haces bien, tu alma, si aún la tienes, sabrá que te han perdonado, sino…

             Luciano la mira, la madre se levanta.

– ¿No le vas a dar un abrazo a tu puta madre?

             Luciano sonríe, esa si es la Toñi que conoce, que todo el barrio teme, barriobajera, con una lengua viperina, que se remanga al cuarto de vuelta, si, esa es su madre, creía que se había perdido, que el mismo la había destruido, pero no, es como las viejas pistolas, cuidado con ella, que oxidada y todo dispara, y a mala leche.

89 GALANTE

Luis lo ve, es algo extraño, ¿qué hace Galante en el bar de un barrio empobrecido?, es la pregunta del millón que se hace cualquiera, no le falta de nada, seguro que la ropa, toda es de ese año, cara como una hipoteca, sin que haya la más mínima mácula en toda ella.

             Se sienta, sonrisa de Galante.

– ¿Qué haces por estos lares?

-Intentar hablar contigo, ¿miras el móvil?

– ¿Francamente?

             Galante afirma con la cabeza, Luis niega con la suya, ambos sonríen.

– ¿Qué quieres que te ha hecho venir aquí, con el asco que te damos los pobres?

-Saber.

– ¿Qué quieres saber?

-Donde me estoy metiendo.

             Luis lo mira, suspira, no era obligatorio.

-Galante, lo has escogido tú.

-Sí, siguiéndote a ti.

-No lo dudo, pero no me puedes hacer responsable, haberte quedado en el antiguo hospital, eras bien considerado.

-Aquello era, ahora más, una casa de putas…, y cabrones.

             Luis sonríe, es raro que Galante utilice ese lenguaje.

– ¿Así estas de quemado?

-Sí, estoy fuera de uno, y en el que voy…

– ¿Que sucede?

-El contrato, lo firmé, ¿Qué está pasando?

             Luis coge el móvil, habla con una persona, pero bajito, Galante no se entera de nada.

             Un sonido en el móvil de Galante, que lo mira.

-Es la confirmación de mi incorporación al nuevo hospital, ¿Que ha sucedido?

-Nada, cosas mías, quería que optaras por un puesto de más responsabilidad, pero para tu tranquilidad, ahí tienes la confirmación con todo lo que te ofrecieron, me he cuidado de ello, ¿estás más tranquilo?

-Sí, ya sabes, que soy un poco histérico.

-Sí, un poco, seguro, eres una vieja en una orgía.

             Galante sonríe, las comparaciones de Luis siempre le sorprenden, a pesar de que la mayoría no las entiende.

-Así que este es tu barrio.

-Años después de miles de operaciones te dignas venir, sí, es mi barrio.

-Un poco cutre.

– ¿Solo un poco?

-No, la verdad, muy cutre.

-Pero se vive bien, no es necesario todo lo que puedes tener, solo lo que necesites.

-Que profundo, ¿qué es, que te quita el sueldo hacienda?

             Luis sonríe de nuevo.

-No, tu que vas a lo último, no lo entenderías, con la ropa que llevas, come una familia un año, no lo entenderías, niega con la cabeza, somos esferas independientes, no se ve, no existe, solo eso, yo me crie aquí, los conozco, este barrio y otros incluso más cochambrosos, aun no se me ha quitado el olor a comida grasienta, a bar de los de serrín, de los de jamones colgando, si, Galante, sigo siendo el hijo de un mecánico, ¿tu padre es Registrador de la Propiedad?

-Sí, lo sabes.

-Por eso nunca lo entenderás, no sabes lo que es no llegar a final de mes, que el banco no te de lo que necesitas para continuar comiendo, que tengas que pedir prestado a los tiburones, que te saquen las tripas por veinte euros, que… mil cosas, que son el diario de estos lugares, no tanto, sé que exagero, pero solo en el tiempo, al final suelen suceder, tan solo que no de seguido.

– ¿Por qué no te mudas?, sé lo que ganas.

-No, -se encoge de hombros-, aquí estoy bien, la gente es amable, me saludan, casi todos, el piso es cómodo, no sé porque tengo que mudarme.

-Tus pacientes no saben que vives como un dependiente de cualquier almacén, si lo supieran…

-Pues que no aparezcan, me da igual, menos problemas, yo no he llamado a nadie.

-Que chulo eres.

-Supongo que sí, -suspira-, estoy cansado, he estado a punto de colgar los guantes.

– ¿La decepción del equipo?

-Una de las muchas razones.

-Sí, son unos perros.

-No, Galante, el miedo es libre, yo no tengo ataduras, si me quedo sin trabajo, en este barrio solo me dirán, “otro más al club”, no tengo que pagar una pasta por el coche, por la hipoteca, por los colegios ingleses, por mil cosas que no necesito, ellos no, tienen su vida, necesitan seguir alimentándola, no los culpo, pero la decepción, sí, aun sabiendo lo que te he dicho, no por sabido, es consentido, como se decía antiguamente.

             Galante lo mira.

– ¿No me vas a invitar a nada?

-Aquí lo que se come es duro como una piedra, con sus triglicéridos, sus grasas malas, arterioesclerosis de la buena, ¿qué me dices?

-Estoy de comer adecuadamente hasta más para allá, así que pide, si hay que morir, que se muere uno.

-Pues nada, a reventar.

             Luis levanta la mano.

-Paco, dos churrascos con mucha salsa y unas patatas a la brava con mala leche.

             El llamado asiente con la cabeza, solo sirve para eso, y para jugarse el dinero que gana su mujer, pero si lo llevan bien…, más sabe el loco en su casa, que el cuerdo en la ajena, mira a Galante, y piensa que si se ha equivocado…, sonríe, no pasa nada, nunca pasa nada.

90 DÍA DE LOCOS

Levanta las piernas y las coloca sobre la mesa, está destruido, mira a su alrededor, le dieron un despacho magnífico, y los huecos que le dejaron, están como se los dieron, como si fuera la boca de un viejo desdentado, suspira, el proceso de selección de su equipo, no solo es laborioso, sino complicado, Mariana recibe mil llamadas, preguntando por él, intentando que la selección se mueva de uno a otro; el resto de los equipos, más o menos, los jefes parecen buenos, los equipos reflejaran la calidad de los mismos, pero el suyo…, respira fuerte de nuevo.

             Llaman a la puerta, Mariana se ha ido, la criatura tiene derecho, que el día es largo, el de ella más, que él sea un agonía, sí, pero ella tiene hijos que cuidar, aparte de el mismo, y que le están dando por todos lados, con la intención de caerle bien, lo que sea, pero que la tienen agobiada.

             Un cansado.

-Pase, -ni se molesta en bajar los pies.

             Una sonriente cara que asoma por la puerta.

-Una pobre estudiante de medicina que viene a ver al nuevo Director Quirúrgico.

-No me muevo, preciosa, estoy roto, ¿qué haces por aquí?

-Que me pilla cerca, vi las luces encendidas…, -nueva sonrisa-, es mentira, me moría por ver el despacho de un médico de los de verdad.

-Pues mira, -Luis señala los estantes vacíos.

– ¿Ni los has tocado?

             Luis niega con la cabeza.

-Ni loco, me voy a morir, que palizas.

– ¿Me puedo sentar?

             Luis asiente.

-Como si te quieres echar en el sofá, -lo señala-, yo, es que no me llega la fuerza.

             Paloma se sienta, es lo único bello que ha visto en todo el día, la chica lo mira.

– ¿Tan fuerte es?

-Como un camión cargado de plomo.

– ¿Los equipos?

             Luis asiente de nuevo.

-Los de los demás, malo, el mío, imposible.

– ¿No tienes candidatos?

-De sobra, todo el mundo quiere.

-Es que eres muy bueno.

-Y la pasta que se cobra, ¿tienes idea, bonita?

             Paloma niega con la cabeza.

-Me gustaría decírtelo, más que nada, porque te comerías los libros.

– ¿Tanto?

             Luis vuelve a asentir.

-No tengo ganas de terminar el MIR.

-No te queda, guapa, sudar tinta como los calamares.

-Lo sé, no me importa, pero eso de que me mantengas…

-No me importa, te lo he explicado, gano algo más, no mucho más del salario mínimo.

-Sí, con este despacho, el de tu ayudante ya es, pero este, -lo mira-, madre mía, pueden correr caballos, y al lado el despacho de reuniones, ¿puedo verlo?

             Luis lo señala con la mano en plano.

             Dos minutos después vuelve.

-Ni pasta que tiene que costar la mesa, ¿cuántos?

-Doce jefes de equipo, algún directivo, alguno de los jefes, y si sobra sitio, yo mismo.

-Joder, lo que me gustaría estar ahí algún día.

-Eres joven, no sabes lo que quieres, para ocuparlo tienes que hacer demasiadas cosas.

             Paloma lo mira.

-Es que eres un monstruo.

-Sí, de feo.

-No, eres guapo, más que eso, atractivo.

-Sí, el Don Juan de los quirófanos.

             Paloma sonríe, Luis se da cuenta de que es más bonita que guapa, mal asunto, se le cambia la cara.

– ¿Qué te pasa, Luis?

-Nada, hija mía, un bajón de glucosa, supongo, la vejez.

-Te invito a una tapa.

– ¿Una tapa?

– ¿Sabes qué día es hoy?

             Luis niega con la cabeza.

-Último día del mes, más tiesa que una regla de titanio.

             Luis baja las piernas.

-Para variar, pago yo.

-Menos mal, -Paloma menea la cabeza-, que tengo un hambre.

-Como para mantenerte.

-Es lo que haces, pero aun no te has dado cuenta.

             Luis se para, la chica se da la vuelta.

– ¿Estoy buena?

-Qué poca vergüenza, que puedo ser tu padre.

-Pero, gracias a dios, no lo eres.

91 ASALTO

Paloma camina camino a casa, está reventada, ha sido un día duro, además lleva la bata para tirarla, la remendada, la de las prácticas, la que la mayoría de sus compañeros llevan bien visible, para que se sepa que son estudiantes, y sonríe, pensando en lo imbéciles que son los seres humanos, incluida ella, que se siente más cuando lo coloca como si fuera un parachoques sobre sus brazos.

             Alguien que se le pone delante, es una mujer mayor, arreglada, pero sin más, cara nervuda, no de mala leche, pero sí de las de tener en cuenta, no se parece a su madre, pero sabe que es su madre en otro cuerpo, la universal, la que te riñe como nadie más puede hacer.

             Se intenta echar a un lado, pero como si fuera una jugadora de rugby, la placa, Paloma sonríe, sabe que más se consigue con una sonrisa que dando un codazo, aunque algunas veces…

– ¿Que desea?, señora, -sonrisa aún más amplia, el segundo placaje denota experiencia, y sobre todo persistencia, nota que no se va a escapar por un movimiento de cintura.

– ¿Tu eres Paloma?

-Si señora, -otra sonrisa más, no le cuestan, pero ahora sí.

-Ven conmigo, tenemos que hablar.

– ¿Y usted quién es?

-Alguien que te interesa conocer, ¿te parece bien en el bar de la chica esa que el marido se juega hasta lo que no tiene?

-Sí, -asiente Paloma-, en lo de Concha.

-Esa mismo.

             La mujer camina como un barco con el timón trabado, la quilla lo rompe todo, ni mira que la siga, solo que Paloma sabe que es mejor hacerlo, que encontrarse en el lado malo de la señora que avanza impertérrita.

             La silla, la mesa, antes de que levante Paloma la mano, ya lo ha hecho la señora contúndete, hasta Paco se rinde ante la superioridad de la señora.

             Una cola, fría como si fuera invierno, más frio en la mirada de la señora, que la estudia más que la mira, silencio, incómodo, de los de esperar que acaben, sabiendo que este tiempo es tarde o nunca.

-Así que tú eres la Paloma de la que me han hablado.

– ¿Bien o mal?, -se atreve a decir en voz tan baja que cree que no la ha oído, pero si, es un podenco con las orejas afiladas.

-No sé, me han contado que eres una meapilas, de las de la iglesia, que fregabas escaleras, que ahora te mantiene un tipo con pasta, no sé qué pensar.

             Paloma se yergue.

-Vete a la mierda, que a mí me mantiene el mejor hombre del mundo, que soy católica, entera, vieja, si entera, de las que no quedan, y sí, soy una meapilas, mejor que una putilla, de esas hay muchas, -intenta levantarse, pero una mano de hierro lo impide.

             La señora mayor sonríe, Paloma piensa que quizás sea para matarla de una vez por todas.

-Sí, tienes carácter, me gustas.

             Paloma se queda a cuadros, ¿de qué va la historia?

-Tu madre es Visi, trabajadora, como tú, tu pobre padre uno con los cojones prietos, -nueva sonrisa-, que no está, como mi Ernesto, -suspira-, que pocos quedan ya de esos, pero no te subas a la parra, rubia, que no he venido a comerte, he venido a conocerte, las futuras suegras somos así.

             A Paloma se le suben todos los colores, de la piel, blanca, casi sonrosada de las mejillas, no queda nada, solo un rojo que sube de temperatura a segundos vista.

– ¿Usted es?

-Sí, hija mía, la madre del torpe de Luis, de tu Luis.

-Señora, que yo…

-Cállate mocosa, que tengo más trienios que el tito Paco.

             Paloma agacha la cabeza.

-Sí, se te ve que bebes los vientos por el pánfilo de mi hijo, que aún sigue en los tiempos de luto, por una mujer que fue buena, muy buena, pero que se murió, y no lo entiende, pero es lo que hay, juegas en un campo con todo lo de perder, ¿qué piensas?

-Nada, señora…

-Teresa, coño, que se me olvida decir cómo me llamo, al final acabaría siendo la esa, continúa.

-Pues que Luis es demasiado, el mejor médico, un hombre que es para los demás, que ayuda, que salva, que sana, que no hace mal a nadie…

-Sí, eso es una parte, lo es, pero lo que queda es un viudo, apático, olvidado, apocado en lo personal, que llora ausencias, la de su mujer, que murió, su hija que le robaron, y solo revienta por los demás, por pagar una deuda que el mismo cada día hace más grande.

             Paloma mira a la mujer, a Teresa, sí que sabe de su hijo, y eso que conoce que no se ven…

-Pues sí, niña, quieres al gran hombre, al viejo que te saca quince años.

             Paloma no levanta la cabeza, pero la mueve de arriba abajo, afirmando.

-Bueno es saberlo, sigo preguntando, pero, ¿quererlo de esos de amor eterno, de que me maten antes que olvidarlo…, de los de las películas esas de que van y se mueren si no están juntos?

             Paloma vuelve a asentir sin levantar la cabeza.

– ¿Que dice tu madre?

-Que perderé mi vida esperando que me mire como mujer.

             Teresa sonríe.

-Tu madre es como yo, nos llevaremos como dos gatos con un ratón a compartir, mírame.

             Paloma levanta la cabeza, tiene dos regueros de humedad en la cara, Teresa saca el pañuelo, le limpia las lágrimas, después moja una punta, y le quita lo que queda, como su madre.

-Con lo guapa que eres, madre mía, eres espectacular, quiero nietos, no veo a mi nieta Nieves, pero si te ayudo, ¿cómo se llamara tu primera hija?

-Teresa.

             Teresa sonríe.

-Es que, -continúa Paloma-, el nombre de mi madre…

-Sí, bonita, tiene cojones, Visitación, ni pagando.

             Paloma sonríe de nuevo.

-Sonríes y se te ilumina la cara, ¿tu fregando escaleras?, no, tú la doctora Paloma, que se le cae la cara de guapa, ahora a la faena, que nos queda el concepto, ¿estás de acuerdo en que te ayude a que te lleves a la cama al penco de mi hijo?

-No, la cama, no.

-Es verdad, que eres una meapilas, sí, que se case contigo, pero cuando se te caliente el bollo, la iglesia, seguro que se va a la mierda, -Teresa sonríe-, que la vida es muy perra, un gustito, y nueve meses jodida, es decir, te joden del todo, suspira, pero merece la pena, y eso que he criado dos varones, más burros que…, -sonríe de nuevo-, se me va la pinza, que te cases o lo que sea, más que nada, que lo saques del pozo en el que está metido con una muerta.

-Da miedo cuando lo dice así, Doña Teresa.

-Esa era mi madre, yo soy Teresa, tu suegra, a la que tendrás que limpiar el culo cuando no pueda limpiármelo yo.

             Paloma sonríe, le cae bien la mujer, es como Luis, pero salvaje.

-Lo que tú digas… Teresa.

-Bien, lo primero es el roce, que hace el cariño, ¿cómo andas de vergüenza?, -la mira bien-, con los colores que te han salido, seguro que demasiada, -suspira-, niña, que hay echarle poca vergüenza para que el bicho se agache, ¿estás dispuesta?

             Paloma asiente, Teresa la coge de la cara.

-Anda que, si yo hubieras tenido una cara como esta, me hubiera casado con mi Ernesto…, sí, me hubiera casado, pero le hubiera hecho pasar…, nada, pero que tienes una cara por la que los hombres matan o mueren, -suspira-, que le vamos a hacer, de Celestina.

-Muchas gracias, Teresa.

-Cuando estés preñada me lo cuentas, ahora a comenzar el camino que te lleva a que des a luz a mis nietos.

             Nuevos colores, como una amapola.

-Anda, que no me queda nada que pasar.

             Paloma levanta la roja cara y sonríe.

92 EL COCHE NEGRO

Nieves sale del colegio, ha sido como todos los días, una mierda, con todas las letras, dicho en voz alta, y se despide de las pencas, amigas que no lo son, pero que a la vez son necesarias si no quiere luchar contra toda la clase, así son las congregaciones de personas, más bien de puercas, que hay en su colegio, donde el dinero, el poder, la posición social lo marca todo, lo único bueno que han hecho por ella los cerdos de sus abuelos, es darle el estatus de nieta de hijos de puta, sonríe, sí, eso es ella, el residuo de quemar unos viejos hijos de puta.

             Levanta la cabeza después de intentarse colocar la coleta, que al final queda peor de lo que estaba, reconoce, que será muchas cosas, pero lo que es coqueta, es que no le sale de dentro, le da igual, si algún día alguno de los del pito se le acerca, pasara el quinario si quiere estar con ella, se le va la pinza, y ve el coche, lo conoce, es el enorme, el de la juez tía buena, que al bajar la ventanilla ofrece la pinta de lo que es una tipa guapa como le da la gana, se acerca.

– ¿Otra visita a los monumentos?

-Supongo que sí, Nieves, ¿me acompañas?

-Que educación, como se nota que no eres de aquí, -da la vuelta, y se mete en el coche.

– ¿Traes tu ropa?

             Nieves asiente.

-Cámbiate.

– ¿Para qué me vea el rubio el que conduce?

             Guiomar sonríe, toca un botón, una pantalla de separación de vidrio oscuro se levanta.

-Ya no nos ve nadie, y yo no soy lesbiana.

-Eso es lo que dices, que lo de ser adolescente está caro con los guarros.

-Anda, que no voy a ver nada que no veo por las mañanas al despertarme.

-Sí, pero apretado como la mano de un albañil.

             Guiomar mira a la ventana mientras Nieves se cambia, sabe que todo es defensa, es atacar para defender.

             Cuando mira de nuevo, la niña ha cambiado, ahora a pesar de los vaqueros, de la camisa a la última moda, es la misma, tan solo que parece de otra forma, la del envoltorio.

– ¿Y ahora qué?

-Vas a conocer a alguien que conoce a tu padre, que te puede informar…, si quiere.

– ¿Y si no quiere?

             Guiomar se encoge de hombros.

-Joder, que ayuda la de la jueza.

             Paran delante de una iglesia pequeña, moderna, de las pocas que hay, las normales tienen más años que matusalén, Nieves mira a Guiomar.

– ¿Ahora que, me van a bautizar de nuevo?

             Guiomar la mira.

-Sí, puedes entrar, dentro un cura, se llama Eusebio, es borde, desagradable, duro, pero un auténtico perro de los de Cristo.

-Joder, vaya elementos los que tengo que conocer.

-Sí, pero por lo menos, vestida de una forma que no denote que eres de un colegio pijo, que parece querer reírse de los pobres.

-Vale, lo he pillado, -va a coger la mochila.

-No, te esperamos aquí.

– ¿Y si pegamos la hebra?

-Cenaré aquí, dormiré aquí, -sonríe Guiomar-, soy funcionaria, a fin de cuentas, no gasto nada que sea mío, ¿lo entiendes?

-Sí, que te mueves menos que una talega de rasillas.

-Que lista eres.

             Nieves sale del coche y entra en la pequeña iglesia, que cambia el fulgor de la tarde del sur, por una penumbra alimentada por vidrieras y velas de las de pago, que la iglesia se une a la realidad en lo malo, que sabe que el dinero es el amo de todo.

             Se queda de pie, mirando el púlpito, pobre donde los haya, un cristo que sufre, como todos, una triste leyenda, la de siempre, y algunas hornacinas en los laterales, nada que no sea, estoy aquí por los que me rodean, no quiero nada, y doy todo lo que tengo, o eso tenía que ser, que los del centro, los curas, son unos puercos que pillan de todo y no sueltan ni pedos, sonríe al pensarlo.

– ¿Eres nueva?, sé que eres nueva, ¿quién eres?

             Nieves se gira, un cura moreno, de los de sudaca, como los llaman los compañeros, que ella también, pero no le gusta, la cara fuerte, sólida, los brazos grandes, unas manos del mismo tamaño, XXLLLL, de los que han sido, quizás ya no, pero en sus tiempos…

-Solo vengo aquí, ¿hay que dar el pasaporte, esto es otro país?

             El cura sonríe.

-Sí, no eres de aquí, aunque lo de borde, me suena a este barrio, la ropa no.

– ¿Por qué?, son vaqueros, una camisa…

-Con esos vaqueros, con lo que valen, te visto yo media clase de un colegio.

-Tampoco es eso, pero, ¿qué pasa, tengo que comprar de mercadillo?

-Aquí sí, tu si puedes hacer otra cosa, hazla, pero no me vendas la moto, tu cara me suena.

-La tuya, cura, no.

-Supongo, ¿qué quieres?

– ¿Tu eres Eusebio?

-Sí, el padre Eusebio, ¿qué quieres?, te vuelvo a preguntar.

-Tú conoces a mi padre.

-No lo sé, ¿si me dices quién es?

-Luis.

             Eusebio sonríe.

– ¿Conoces a muchos Luises?, -pregunta Nieves.

             El cura le pide con la mano que le acompañe, cuando llega a una hornacina con un santo la señala.

             Nieves mira.

-Sí, San Luis.

-Mírale la cara.

-Coño, es el viejo.

-Esa boca.

– ¿San Luis?

-Así lo llama alguna gente.

– ¿Y por qué San Luis?

-Puede hacer lo que quiera, es un genio, pero aquí está, penando por lo que le hizo a una hija que abandonó.

– ¿Esa soy yo?

-Claro, Nieves.

– ¿Sabes de mí?

-Me tiene aburrido, que hartón de Nieves, ven, siéntate, no hay nadie, ya no quedan católicos practicantes.

-Supongo, es que aburrís a las moscas.

-Sí, ¿qué quieres saber?

-Tengo solo una pregunta.

-Pues hazla.

-Una amiga, me dice que puedo volver con mi padre, no sé qué hacer, tu que eres cura, que no conoces a mis abuelos, dime, aconséjame, ¿qué hago?

– ¿Cómo son tus abuelos?

-Si son más malos, no nacen, se hubieran comido a los bisas.

             Eusebio asiente.

-Escoger entre unos abuelos malvados, que se aprovecharon de alguien que el amor llevó al infierno, y que al final salió de él, infierno al que contribuyeron ellos, y una persona, buena, amable, inteligente, dura, pero sabía, no sé cuál escogería.

– ¿Tú estás enamorado de mi padre?

-No, pero es un buen amigo, al que le saco la pasta con facilidad.

             Nieves sonríe.

-Si yo vuelvo con mi padre, será menos pasta, soy especialista.

-Todas las mujeres, pero no me importaría, os merecéis los dos, eres como tu padre, pero con la maldad, con la picardía, mejor dicho, de tu madre.

– ¿La conociste?

             Eusebio asiente.

-Poco tiempo, lo que si conocí, fue la caída en picado de tu padre, de una pareja que daba gusto verla, a alguien que se refugió en el alcohol, al que el dolor casi mata del todo, triste, tan triste que no le encontrabas explicación, un gran médico convertido en una piltrafa, ayudé lo que pude, pero todo iba de mal en peor, hasta que un día, un año después, cuando voy a su casa, a llevarle comida, me lo encuentro, afeitado, con traje, las manos temblorosas, delgado como una cadáver y tan blanco como uno, que me dice, “ni una gota más, tengo que luchar por mi hija”, era creyente, desde aquel día, supe que dios estaba al lado de todos, y se levantó, pero tu abuelo es malvado, una hiena, casi lo devora, no sé si te quiere, pero como tu padre, no.

-Pero me quedé abandonada…

-Y tu padre muerto, paso de ser la mitad de la perfección con tu madre, a la unidad de nada, ¿quién puede soportar eso?

             Nieves calla.

-Mira que charlas, cura, simplificando, ¿qué hago?

-Tu padre, sin duda, pero si lo vas a apoyar, si lo vas a joder, -el cura se persigna-, no vengas, que ya está mucha gente intentándolo.

             Nieves lo mira.

-De todas maneras, haré lo que me dé la gana.

-Que ilusa eres, joven Nieves, no harás lo que quieras, harás lo que te dicte el corazón, y así conocerás quien eres realmente, lejos del borroso espejo de tus abuelos.

-Sí que eres listo, -lo señala-, eres muy listo, a saber quién eras cuando te vestías de colorines.

             Eusebio sonríe.

-Siempre de negro, gallega, siempre.

             Nieves sonríe, ha visto muchas telenovelas sudamericanas, se levanta, y se despide con la mano.

             Sale de la iglesia, se monta en el coche, nada más hacerlo, Guiomar le pregunta.

– ¿Cuál es la respuesta?

             Nieves suspira, mira a ningún sitio.

-Con mi padre, aunque sea saltar de la sartén al fuego, este calienta más.

             Guiomar sonríe, asiente levemente con la cabeza.

-De acuerdo, Ambrosio, vamos a dejar a la pasajera en su casa.

-Si señora.

             Nieves mira como el coche se mueve, pero su cabeza está en otro sitio, en algún lugar que no conoce, ni de oídas.

93 SU SEÑORÍA

-Su señoría, el letrado Robledo pide audiencia.

             Guiomar sonríe.

– ¿Está en la lista de peticiones?

-No, su señoría.

– ¿Sabes que le trae por aquí?

-No, lo siento.

– ¿Le has preguntado?

-Sí, me ha respondido que es algo personal.

– ¿Que le has dicho sobre eso?

-Que aquí los asuntos personales no tienen cabida.

             Guiomar asiente con la cabeza.

-Bien dicho, ¿qué te ha respondido?

-Que también era acerca de un asunto penal.

             Una sonrisa más amplia de Guiomar, Remedios, su secretaria judicial no se lo cree, no sonríe nunca.

– ¿Cómo andamos de tiempo?

-Mal, su señoría, he preparado las sentencias, en los puntos que acordó, pero aún queda…

             Guiomar levanta la mano.

-No te preocupes, ¿cuándo tengo que estar en la sala?

             Remedios mira el reloj, después comprueba con el que tiene la jueza allí, que no falla nunca.

-Una hora, pero tiene que preparar…

-Lo sé, lo sé, terminaré lo que queda, diez minutos antes lo pasas.

– ¿Alguna excepción?, señoría.

-Que se esté muriendo, en ese caso llamas a los sanitarios, y que no me molesten.

             Ahora la que sonríe es Remedios que ha comprendido porque la llaman la bruja del norte, que solo hace parada allí para el supremo.

             Guiomar levanta la cabeza.

-Su señoría, el letrado Olmedo.

-Que pase.

             Entra un tipo alto, delgado, sonrisa de vendedor de coches, pero, es más, es un tiburón con los colmillos afilados, y que se le cae uno y le salen dos.

             Lo mira fijamente.

-Diez minutos y le sobran cinco, sé la pregunta, usted se imagina una respuesta edulcorada, no tomo ni azúcar ni edulcorantes.

             Se sienta.

-Su señoría…

– ¿Le he pedido que se siente?

             El hombre se pone de pie.

-Rápido, que tengo que emitir sentencia.

-Es con respecto…

-Tres días, prevaricación, cohecho, a su amigo, a usted lo de colaborador necesario cuando menos, colegio de abogados, ya sabe, lo que es una inhabilitación, además de mil cosas que se me vayan ocurriendo, creo que es consciente de que tengo predicamento.

-Tú lo que eres es una puta que se folla al matasanos.

             Guiomar toca el interfono.

-Rodolfo, ven, vas a proceder a una detención.

– ¿Con que pruebas?, puta.

– ¿Puedes mirar a la cámara?, -y señala con el bolígrafo a una de las esquinas.

             La cara le cambia al letrado, se calla, en ese momento entra un oficial de paisano, mira a la juez.

-Robledo, ¿estamos de acuerdo o le doy la orden a Rodolfo?

             El hombre la mira con cara de odio, después asiente con la cabeza.

-Tres días, que no se le olvide.

             Ve como se marcha el abuelo de Nieves, el policía la mira, asiente, el hombre se marcha, se coloca las manos en la barbilla, con los dedos se roza los labios, respira fuerte, es una ciudad sin ley, no, lo piensa mejor, hay ley, tan solo que se aplica solo en el sentido en que beneficia a los de siempre, no puede evitar el general, pero por lo menos, con el caso de Luis, lo intentará, y siente como le duele el…, si quizás el corazón, quizás.., ¿qué más da?, la vida sigue, se levanta, y parte a dar sentencia, que sabe, que como siempre, creará controversia, alguien dirá que es una buena juez, otros dirán que es una malvada, una puerca, pero llevar eso sin despeinarse va con el cargo, si no lo soportara, no podría haber sido juez, abre la puerta, mira el pasillo, de nuevo a la batalla, que no falte.

94 REVISIÓN

-Todo parece estar bien, de aspecto, como siempre, increíble, -Galante sonríe-, todas las pruebas notable.

– ¿No sobresaliente?

-Dentro de más tiempo, pero sí, todo está bien.

             Alguien que entra, sonríe.

– ¿Dónde está la enferma?, -pregunta mirando a la mujer.

             Esta sonríe.

-Ya sabía que no podía faltar.

             Luis se sienta en la mesa de Galante, le quita el ratón, y durante un rato solo mira la pantalla.

-Te hemos hecho más pruebas, te habrás dado cuenta, este hospital es más moderno, Guiomar, así que por mi parte todo está en orden, -asiente con la cabeza-, no quiero verte en años, muchos años.

– ¿Seguro?

             Luis sonríe, se sabe todas las bromas de los pacientes.

-En la mesa de operaciones, siempre con las mismas, -le toca la cara-, es que estás perfecta, buenos genes, parece que no has estado enferma en tu vida.

-Sí, supongo, -mira a Luis-, ¿tengo que preocuparme?

-Siempre, sabes que tienes el corazón regular, ahora parece que bien, pero siempre cabe la duda, buena alimentación, poco stress, ejercicio, pero no bestia, tranquilo, ya sabes, lo de siempre, es lo que trae el querer estar bien.

             Guiomar asiente.

– ¿Cómo lo del nuevo hospital?

-Me fui, antes de que me echaran.

-Ya será menos, sé que eres de los mejores cirujanos.

-Sí, pero no hay quien lo aguante, -habla Galante.

-Por esa razón, te has venido con él a este macro hospital.

             Galante sonríe.

-Uno, que se acostumbra a lo malo también.

-Así que me puedo marchar.

             Ambos hombres se miran y asienten.

-Perdona, Galante, pero me gustaría hablar con Luis, ¿vamos a la cafetería?, -le pregunta a Luis.

             Este asiente. Durante el camino no hablan, en parte porque todos con los que se cruzan, o saludan o preguntan algo, ella no entiende, pero se nota que quieren conocerlo, lo mira, siempre en la inopia, mueve la cabeza.

             Un café, descafeinado para ella, cortado y con mala leche como dice Luis para él.

– ¿Qué es lo que quiere saber mi enferma favorita?

             Guiomar lo mira.

– ¿Cómo estás, Luis?

             Luis asiente con la cabeza, frunce los labios.

-Todo lo bien que se puede estar, ya sabes, el stress de incorporarte a un nuevo trabajo, con más responsabilidades, como tú.

-Sí, supongo, ¿puedo hablar con franqueza?

-No te pido menos, Guiomar.

-Conozco tu vida, me informé porque me interesaba saber en manos de quien ponía mi vida.

-Es lógico, yo también lo hubiera hecho.

-Sí, lo profesional, sí, pero también lo privado, lo que está podrido en uno, está podrido en el otro, ¿te importa?

             Luis la mira, niega con la cabeza.

-Nada que ocultar, si me lo hubieras preguntado, como han hecho algunos pacientes, te hubiera contado la verdad.

-Sí, me lo imagino, te voy conociendo.

-Dispara ya, no eres de las de dorar la píldora demasiado.

-Me he implicado, sin querer, queriendo, en tu vida.

             Luis la mira fijamente.

-No, no es por tu mal, es por, no sé, quizás por devolverte parte del favor que me has hecho, de jugarte por mí un mal expediente, si me hubiera muerto…

-Lo hubiera sentido por ti, al expediente que le den, ¿o crees que a mis manos vienen casos fáciles?, no, a mí me vienen los pacientes que nadie se atreve a operar, me los como, así como los resultados, ¿que mi tasa de éxito es baja?, bueno, pues que me traigan pacientes con una apendicitis.

-Sí, lo sé, pero…

– ¿Que has hecho?

– ¿Sabes que soy jueza?

             Luis asiente.

-El caso es que he hablado con el juez que juzgó tu patria potestad, mejor dicho, el que te la quitó.

             La cara de Luis cambia.

-Lo siento, pero leí el expediente, un cohecho de los de manual, hablé con el juez, sabe que lo he pillado.

             A Luis se le atraganta el agua que está bebiendo, le cambia hasta el color de la cara.

– ¿Qué quieres decir?

– ¿Quieres recuperar la patria potestad de tu hija?

-Sí, mil veces sí, hace que no la veo…

-Otra injusticia, vi las pruebas alegadas, ¿tan mal estabas?

             Luis asiente.

-Sí, peor, cuando me quitaron la patria potestad, estaba destruido, mi suegro alegó lo que no podía tener legalmente, pero allí estaba, fotografías mías borracho como una cuba, en mis propios vómitos, en una casa que parecía Vietnam.

-Tu suegro es un tiburón, no te va a dejar indemne, incluso sabiendo que perderá, que puede tener más problemas.

-Lo sé.

– ¿Quieres jugar?

-No es un juego, es lo único que tengo, ¿que necesitas?

             Guiomar niega con la cabeza.

-Nada, solo que estés preparado para alguna jugada de tu suegro, no es trigo limpio, es un abogado de los sucios.

-Sí, lo sabía, ha hecho su fortuna con la droga, mejor dicho, con los capos de la droga, mucha influencia, muchos contactos, mucho dinero, al final, se convirtió en alguien importante, a Nieves le hizo la vida imposible por querer casarse conmigo, se embarazó sin que yo supiera nada, estaba comprometida con alguien importante, -sonríe Luis-, se presentó en su casa con la barriga, con dos cojones, y les dijo que, si querían, que se casaba con el capullo ese, pero que iba con regalito.

             Guiomar sonríe.

-Era de armas tomar.

             Luis asiente con cara de tristeza.

-Sí, un carácter formidable, irrepetible, pero pasó lo que pasó…

-En ese caso, ¿continúo?

-Por favor, ¿que necesitas que haga?

-Que te cuides, tu suegro estará como un mono con un machete.

             Luis la mira, sonríe con pena.

-Gracias, supongo, no sé si lo merezco.

-Yo sé que sí.

             Luis mira la cristalera, se ha quedado con la mente en blanco, la vida le ha dado un vuelco en segundos, suspira, que sea lo que tenga que ser.

95 REUNIÓN

– ¿Que querías, Márquez, con tanta premura?

             Luis lo mira, está cambiado, más delgado, con cara de cansado, lo mira extrañamente, como si no fuera el mismo.

-Dime, ¿o te vas a pasar callado toda la tarde?, recuerda que el que me ha pedido que nos reunamos rápido, has sido tú.

             Se frota las manos, Luis lo mira, no es el Márquez con el aplomo de un ser que parecía no tener nervios.

-Es sobre lo del equipo.

– ¿Qué quieres decir?, Márquez.

– ¿Aún quedan plazas en tu equipo, Monforte?

             Luis niega con la cabeza.

-No, lleva ya cerrado mucho tiempo, de hecho, las prácticas de coordinación se han terminado, es sólido, o por lo menos eso parece.

– ¿Tenéis operaciones en el extranjero?

-Sí, -asiente Luis-, y en España también, vosotros también, supongo.

             Márquez niega con la cabeza.

-Maestre se equivocó de cabo a rabo, apenas te fuiste se cayeron muchas, pero parecía que solo eran cosas del ajuste entre un cirujano u otro, pero un par de operaciones que no fueron…, -levanta la cara y sonríe con pena-, “adecuadas”, por no decir otra cosa, y todo cambió, se cayeron todas, la que no se fue rápido, lo hizo al poco tiempo, incluso los que tenían dinero dado para la operación, prefirieron perderlo a quedar en manos de yernísimo, que no es ni tan siquiera bueno.

-Supongo que tú eres mejor cirujano que él.

             Márquez asiente.

-Como si eso fuera importante, no tengo los amarres del sinvergüenza ese, que apenas levanta un palmo y el suegro lo lleva a las alturas, el golpe ha sido terrible, ni una sola, nada, supongo que te las has llevado todas.

             Luis niega con la cabeza.

-No, que yo sepa, sabes que no me interesa el tema del dinero, solo intervenciones, esas si me las preparo bien, lo que si es cierto, es que no puedo coger ni una más los próximos seis meses, entre la jefatura y el extranjero, no doy abasto.

-Como me equivoque contigo, Monforte, tenía que haberme ido contigo.

             Luis lo mira, se alegra, no tiene ese corazón, pero se alegra.

-Márquez, más me sorprendí yo de que te quedaras en el hospital, yo lo vi, no claro, nítido, supongo que saltar de un lugar a otro no es de alegrase, pero quedarse cuando suenan los cuchillos…

– ¿Esperabas que me fuera contigo?

-Cien por cien.

-Supongo que te dolió.

-No, no somos tan cercanos, me decepcionó, formábamos un buen tándem, pero me he dado cuenta de que el tándem se forma con gente que es válida y quiere, mi ayudante ahora, una médica, funciona conmigo como un reloj.

– ¿No hay posibilidad?

             Luis niega.

-No, todos los equipos están cerrados, pero si hay alguna vacante, te llamaría inmediatamente, -miente, sabe que faltan médicos, pero le dolió cuando se quedó prácticamente solo.

             Márquez lo mira, no dice nada.

-Márquez, ¿tan mal está la cosa?

-Sí, tan mal, no, peor, ya no piso casi el quirófano, la culpa de la torpeza del yernísimo es mía, ya sabes, lo importante no es tener un fallo, si se tiene a alguien a quien culpar, y ese soy yo.

– ¿No lo imaginabas?

-No soy tan listo, o…

-Yo lo vi, no soy muy listo, en el resto de la vida no me entero, pero en el color blanco de las salas de los hospitales, es como si mi cerebro funcionara de otra forma, hubiera durado allí alrededor de un año, después me hubiera quedado sin nada, quizás ayudante, pero en otro sitio, olvidado, sin referencias, no hacía nada bien, lo descubren después…, lo que es una labor de zapa.

-Yo no me lo creía, tengo, tenía, -sonrisa triste-, buen nombre, no creí…

-Es política, la que debe de saber jugar un gestor, nosotros no somos así, de hecho, en una pelea como la que ha hecho Maestre, no duraríamos nada, lo que has durado, ¿y el resto del equipo?

-Cada uno, por un lado, no queda nada.

– ¿El equipo del yernísimo ya no tiene a nadie del primitivo con el que comenzó?

             Márquez niega.

– ¿Ni tan siquiera los anestesistas?

             Nueva negativa.

– ¿Ni material?

             Márquez niega de nuevo.

– ¿No ha venido nadie antes que yo?, pregunta Márquez.

-No, -le responde Luis-, por lo menos que yo tenga constancia, lo cierto, es que, durante el tiempo de selección y preparación, no he tenido tiempo para nada.

-Te agradecería…

-No te preocupes, Márquez, en el momento que sepa algo…

             Márquez se levanta, le da la mano, él se incorpora, le da un abrazo, y ve como se aleja, mientas piensa, que mientras viva, mientras tenga oportunidad, no estará al lado del que lo dejó tirado ni un segundo, no es venganza, es que el que hace una acción, tiende a repetirla, cuando no conoces este proceder, te lo comes, si lo sabes y no te enteras, es tu culpa, y él, está cansado de hacer el tonto, y sin darse cuenta lo despide para siempre, pues sabe que aun en el caso en que lo vea, ya no será el Márquez de las complicadas operaciones, sino algo intranscendente que no significará nada, por lo menos nada bueno, suspira, la vida sigue, el teléfono suena, Márquez pasa a ser una sombre olvidada que solo se recordará…, no, no se recordará.

96 LA PALOMA DE LAS NIEVES

Paloma se acerca al bar de Conchi, tiene hambre, siempre tiene hambre, hambre de las de Carpanta, de las del mendigo en la barriga, y está que parece tísica, no le saca un pellizco nadie, su madre le dice que está más apretada que los tornillos de un submarino, su madre tiende a coger peso, ella como su padre, enteca, canija, flaca, pero con más nervios que un euro de filetes, y sonríe, si, suspira, piensa que es mejor ser así, que preocuparse del peso, si pilla a Luis, le sacará una tarde de alegría, y si puede, una merienda, o cena, o lo que sea, que no le reviente la hoja de cálculo en la que se ha convertido su vida, sabiendo que le dará lo que quiera, pero que no quiere que le dé…, nada más.

             Una figura en la mesa, la conoce, pero, ¿Qué hace por allí?

             Se acerca, la chica la mira.

– ¿Qué haces aquí?

– ¿Te tengo que enseñar el carnet de identidad?, me han enseñado que esta mierda de país, es libre.

             Paloma sonríe.

-Vaya boquita que tienes, ¿tu padre sabe que echas diablos por la boca?

-Si te digo lo que echo por el culo.

             Paloma se sienta, ve el trolley que está al otro lado.

– ¿Te vas de tu casa?

-Supongo, no sé, -ve como la niña suspira-, tu eres una cría como yo, Paloma, la de la baba en la quijada.

– ¿Qué quieres decir?

-Que mi padre es gili, que no se da cuenta.

– ¿De qué?, -los colores comienzan a aflorar en la cara de Paloma.

– ¿De que no cagas por él?

-No digas esas cosas.

– ¿Lo de que no cagas, o de que estás loca por él?

             Paloma la mira con cara de pena.

-Ninguna de las dos, una de educación, otra, porque me duele.

             Nieves la mira.

-Anda que como le entres a mi padre, ¿qué voy a hacer con una madrastra sin criar?

             Paloma sonríe.

-Sin bromas, ¿qué haces aquí?

-Me han dado largas de Guantánamo.

– ¿De Guantánamo?

-Sí, de casa de mis abuelos, el lugar más malvado a este lado de la galaxia.

– ¿Largar?

-Sí, ayer me sentaron y me dijeron, así, en frio, que si quería irme con mi padre, que podría irme, pero que siempre tendría su casa…, bla, bla, bla…, ya sabes, que me decidiera, y leyendo entre líneas, que si cruzaba el dintel de la puerta, que no volviera.

-Así que has decidido quedarte con tu padre.

-Sí, -la mira a los ojos-, ¿me he equivocado?

             Paloma niega con la cabeza.

-Se volverá loco, pero no lo asustes, tiene el corazón en carne viva.

-Coño con la cateta, que poderío de lenguaje, -le cambia la cara-, si, supongo que así será, otra pregunta más.

-Hazla, estoy de oferta.

             Nieves sonríe.

– ¿Te va a joder que venga a vivir con mi padre?

             Paloma la mira de nuevo a los ojos, se encoge de hombros.

-Cualquier cosa que suceda, sucederá, que cambie las cosas o no, es lo que sucederá, no puedo hacer nada más.

-Te ayudaré a cazarlo, si tú me ayudas a, no sé…, a ser la hija de mi padre.

-Yo no conozco a tu padre…

-No, pero lo quieres a morir.

-Sí, se me nota, me lo han dicho, y tú, ¿no lo quieres?

-No he dicho eso, solo que no lo conozco.

-No te preocupes, lo querrás como si se te metiera en la piel.

– ¿Tu estudias medicina?, equivocaste la carrera.

             Paloma asiente, suspira.

-Me voy, ya mismo tienes aquí a tu padre.

             Nieves la coge de la mano.

-No te vayas, has de becaria de madrastra, -saca el monedero con una mano, lo abre, está lleno de dinero-, la indemnización por despido, nos podemos poner…

             Paloma sonríe, pega un tirón y se acerca la silla metálica, que suena, Nieves se le echa en el hombro.

-Que abandonada estoy, Paloma.

-Estamos, cariño, estamos, pero con los ovarios como cántaras de leche.

-De las de cien litros.

-O más, Nieves, o más, ¿unos churrasquitos?

-Que no falten, -mira la pringosa carta-, nos podemos comer docenas.

             Paloma le acaricia la cara.

-Solo tienes cuerpo, es lo que me dice mi madre, ¿te consuela?

-No, pero sigue, por si acaso.

             Paloma sonríe, siente el calor de la mejilla de Nieves, algo se despierta en ella, suspira, mira a Paco, que las contempla con una sonrisa, le hace la peseta con una sonrisa aún mayor.

97 FIGURAS EN LA NOCHE

Luis regresa del trabajo, ha dejado el coche mal aparcado, después de dar dos vueltas, el barrio que se está poniendo de moda, y por la tarde, que es lo peor, que antes con los estudiantes y los pacientes, de día, imposible, pero en la tarde, fácil, ahora, con los edificios pijos de enfrente, todo se ha vuelto peor, buenos coches, carne para los chorizos, y otra fauna que comienza a aparecer por un lugar en el que nunca hubieran imaginado estar.

             El bar de Conchi, figuras familiares, se acerca, son Paloma y su hija dormidas profundamente, las mira, son guapas, muy guapas, mira el trolley, el corazón se le sale por la boca, quizás…, pero no, espera que Guiomar le diga, así que ninguna campana al vuelo, suspira, levanta la mano, y por una vez, Paco no hace ruido, hay pocos parroquianos, pero parecen haberse puesto de acuerdo, el lugar más ruidoso de todo el barrio, es ahora un camposanto, y ese Paco, que levanta el dedo, que Luis asiente, ni un ruido, como si fuera inteligente o le importara algo, y bebe una cola que sabe entre amarga y dulce hasta que empalaga, y el tiempo pasa, la mirada fija, el pensamiento perdido en las oportunidades perdidas, en las que pueden nacer, y el tiempo pierde su contexto, no es nada, vuela.

             Un ojo que se abre, es el de Nieves, que lo mira sin decir nada, minutos, una sonrisa de imbécil de padre que no sabe decir nada, cuando tiene millones de cosas que decir, al poco Paloma que lo mira, y se yergue como si hubiera tenido un picotazo de algo muy doloroso.

-Paloma nos hemos quedado fritas, eres solo huesos.

-Casi, Nieves, casi.

-Hola, padre, -Nieves lo mira-, ¿cómo ha ido el día?

-Como siempre, una lápida en la cabeza de un muerto, -señala con la cara el trolley-, ¿eso qué es?

– ¿Me vas a aceptar en tu casa?

-Sí, sabes que es tuya, solo tengo…

-El usufructo, lo sé, eso no es lo importante, ¿qué dices?

-Claro, siempre, eres lo que más quiero, Nieves.

-Pues lo disimulas que da miedo.

             Luis intenta cambiar de conversación.

– ¿Solo eso traes?

-Sí, ropa interior, alguna muda, el resto, supongo que me lo comprarás, tu que no eres el tieso que dice el cerdo de mi abuelo, y que se metan donde les quepa lo que me han comprado como si fuera una esclava.

             Luis sonríe.

-Eres tu madre.

– ¿Eso es malo?

-No sabes la suerte que tienes.

-Querido padre, me tienes que explicar tantas cosas.

-Las que quieras.

-No, primero una cena, después a la cama, -mira a Paloma que no ha abierto la boca-, tú te quedas a dormir conmigo, tengo miedo.

-No, -una sonrisa que no lo es-, no tengo ropa…

-Te presto unas bragas, en de lo poquito que llevo en el neceser, y como nuevas, además no te hace falta sujetador, las tienes como si fueran de piedra, que envidia.

             Paloma se pone colorada.

– ¿Qué me dices?

-No, tu padre…

             Nieves interrumpe.

– ¿Que dices, padre?

-Lo que quieras, Nieves, lo que te haga sentir más cómoda.

             Mira a Paloma con cara de pena.

-Estoy triste.

             Paloma asiente, Nieves le acerca la boca al oído.

-Me debes una grande, tamaño extra.

             Más colores a la cara de Paloma.

-Que bien empezaría a estar, querido padre, si no tuviera tanta hambre, -mira a Paloma-, ¿Churrasquitos?

             Paloma asiente, Nieves levanta la mano, Paco que se acerca, pone tres dedos.

-Churrasquitos de esos, de los que hacen tradición, me han dicho que no son malos, ¿lo son?

             Paco niega con la cabeza.

-Pues tres, y colas, y cogollos, y patatas a la brava, el de enfrente, -señala a su padre-, invita, -mira a Paloma-, ¿cómo lo ves?

-Bien, -es lo único que contesta Paloma.

-Que lacia eres, hija mía, padre, ¿te has dado cuenta de lo guapa que es Paloma?

-Sí, claro, no soy tonto.

-Pues algunas veces, he estado aquí, viéndote sin que me vieras, y me ha dado la impresión de que muy espabilado no eres.

– ¿Te estas vengando?

-Y lo que me queda.

-Derecho tienes.

-Pues eso.

             La cama es pequeña, la compraron de segunda mano, no es de una niña, quizás la de un matrimonio pequeño, y las dos son grandes, Nieves está agarrada a Paloma y llora, no puede parar.

-Te voy a dar la noche, -le comenta entre hipido e hipido.

-No te preocupes, mi padre se fue, como tu madre, pero al final yo tenía madre, tu…

-Sí, dicen que me raptaron casi, que me robaron.

-Creo que sí, se aprovecharon de que tu padre…

– ¿Vas a luchar con mi madre?

-No, Nieves, no, los que se fueron son perfectos, yo no lo soy.

-Pero eres joven, estás de buena que te sales, guapa, lista, simpática, meapilas, perfecta.

-Qué poca vergüenza tienes.

             Nieves continúa llorando.

– ¿Dónde dan el carnet de meapilas?

-Que tortazo te daba, ¿tan mala vida te han dado tus abuelos?

-Imagina, el abrazo anterior a este, fue el de mi madre, aun lo recuerdo, fue antes de que me recogiera el autobús del cole, parece que fue hace un rato.

             Paloma la aprieta un poco más.

-Sí, sigue, aprieta, aunque duela, -y continúa llorando.

             Nieves se calma, Paloma se duerme, Nieves se duerme, y detrás de la pared del cuarto, Luis, sentado, con la espalda sobre ella, no se atreve a pensar en el futuro, ni siquiera en el más cercano.

98 EN CASA

Paloma despierta a Nieves, que ronca como un animal.

– ¿Qué pasa?, -pregunta con la cara hinchada.

-Qué noche me has dado, llorando y roncando.

-Es lo que tenemos las hijastras, malas, malas, -intenta sonreír-, joder, como me duele la cabeza.

             Paloma le acerca un vaso de café, al verlo la chica sonríe.

-Te quiero, madrastra.

-Es descafeinado, eres demasiado joven.

-Aun así.

-Te he cogido unas bragas, que guarra eres, ¿no te da vergüenza?

-Si alguien las viera, tampoco, soy como tú, pero espero llegar rota a la edad que tienes.

             Paloma sonríe.

– ¿Y mi padre?

-Ha salido, volverá pronto.

– ¿Ni los sábados?

             Paloma niega.

-Tu padre controla a mucha gente, es la leche, el mejor médico.

-Las babas, madrastra.

-Déjate de bromas, que como te oiga tu padre…

-Pues nada, se entera de que su querida hija, la abandonada, ha encontrado el sostén que necesitaba en los brazos de la meapilas de Paloma, -le giña-, la primera noche en casa del médico, no está mal.

             Paloma mueve la cabeza.

-Estás podrida, te tendré que enderezar.

-Puedes intentarlo, -se abraza a Paloma-, de verdad que quiero que te ligues a mi padre, de verdad.

             Paloma se separa.

-Anda, dúchate, que hueles que tiras de espalda, lo de la higiene…

-Se corrige con rapidez, no hay problema, era una forma de joder a mi abuela.

-Y a cualquiera.

             La chica se levanta, se despereza y lanza un cuesco.

-Que guarra eres, Nieves.

-No, querida madrastra, la naturaleza que tiene que seguir su curso.

-Sí, lo que tú digas, como hiedes.

             Se ha comido cuatro tostadas, tiene los morros llenos de mantequilla, de mermelada, Paloma se los limpia.

-Creía que no lo ibas a hacer.

-Que tienes pelos en el potorro, Nieves, no me seas niña chica.

             Nieves, la toma de la mano.

-Quiero todo el cariño del mundo, quiero abrazos, besos, amor incondicional…

– ¿Y yo que obtengo?, -pregunta Paloma con una sonrisa.

-Picarona, que lo sabes, el médico en bandeja, pero dejemos las cosas claras, somos jóvenes, ya sabes, hay que darme cuerda larga, que…

-Y una mierda, ya sabes, el carnet de meapilas.

– ¿Con el cura que da miedo?

             Paloma asiente.

-Joder, que cruz, ¿no hay más tostadas?

-Si te las haces tú…

-No sé.

-Pues no hay tostadas.

             Luis que aparece por la puerta, las mira.

– ¿Puedo pasar?

             Paloma se corta, Nieves lo mira.

-Padre, ¿qué pasa ahora?

– ¿Qué quieres decir?

-El puerco del abuelo me ha echado, es definitivo, ¿me vas a largar tú?, ¿cómo continúa mi vida?, ¿en la zozobra, sin saber dónde acabaré, como siempre?

             Luis niega con la cabeza.

-Lo que tú quieras, ¿qué quieres?

-Quedarme contigo, me dijo la tía buena que podía hacerlo, que ella…

– ¿Conoces a Guiomar?

             Nieves asiente.

-En ese caso, que sepas que todo es gracias a ella.

– ¿Quién es Guiomar?, -pregunta Paloma.

-Una tía que está que se cae de buena, jueza, que me ha… -mira a Paloma, se da cuenta-, nada, Paloma, una mujer que le debe un favor a mi padre.

             La chica no dice nada, Nieves sabe que ha metido la pata.

-Me voy, hasta luego.

– ¿Dónde vas?, Paloma, -pregunta Luis.

-Mi madre, tengo que ir a casa, la llamé a última hora, no estaba muy convencida, si llego más tarde…, -sonrisa.

             Nadie dice nada, cuando sale, Nieves pregunta.

– ¿Qué piensas de Paloma?, que es una maravilla de muchacha.

-No, padre, es un pedazo de mujer, de las que tienen ya todo hecho, -mueve la cabeza-, ¿o estás por la Guiomar esa?

             Luis sonríe.

-No seas tonta, yo estoy en lo mío, que es operar, mi profesión.

-Y supongo que yo también, o eso espero, pero que la vida no tiene que pararse ahí.

             Luis asiente, se ha dado cuenta de golpe, de que su vida va a dar un giro de ciento ochenta grados.

99 TURISMO

– ¿Que vas a hacer el resto de la semana?

-Nada, más bien menos que nada, -le responde a Luis Nieves-, como sabes, he aprobado.

-Sí, lo sé, pero por los pelos, supongo que eso, para ti, está bien.

– ¿Para mí?, -se señala Nieves-, para cualquiera.

-Para mí no, pude ser médico porque mi hermano no lo fue, porque mi padre casi revienta, por mil cosas, para mí el aprobado raspado era un suspenso de los de cárcel.

-Ya me han refregado mil veces, que soy la hija de una Robledo y de un puerco hijo de mecánico.

             Luis sonríe, quizás poco a poco le cueste menos hacerlo.

-Sí, querida Nieves, pero tenemos que organizarnos.

-Sí, esto no está mal, entre los indígenas, pero si, el piso es coqueto, ¿quién lo ha decorado?, tu no.

-Paloma.

-Se le nota, pobre mujer.

– ¿Por qué dices eso?

-Nada, cosas mías, pero que me gusta un montón, es alguien especial, no tiene maldad, es una meapilas, más meapilas que tú.

             Nueva sonrisa de Luis, se puede acostumbrar.

-Sin bromas, Nieves, sabes la historia, ¿te crees ya que intenté casi todo para que volvieras, y que tu abuelo lo impidió?

-Supongo que sí.

-En ese caso, si quieres vivir aquí, tienes que respetar unas normas, sabiendo que estamos solos, que tú eres menor de edad, y aunque no lo fueras, eres mi hija, y que el hecho de que ha sucedido un milagro, no me va a hacer cejar en mis deberes, así que hay que obedecer.

-Si, al principio me costará, después entre que te engañe y que cambie algo, pues si, viviremos más o menos bien.

-Qué poca vergüenza tienes.

-Sí, querido padre, -se sienta al lado, sobre el apoyabrazos del sillón-, no sé cómo comportarme.

– ¿Qué quieres decir?

-Quiero abrazarte.

-No te cortes.

             Nieves lo hace.

– ¿A qué viene esto?

             Nieves se encoge de hombros.

-Tus abuelos…

             Nuevo encogimiento de hombros.

-Como si fuera una extraña que tiene que agradecer que le den cama y comida.

             Luis calla, el estómago se le retuerce.

-Lo siento, Nieves, no sabes cómo lo siento, pero…

-Lo sé, y si no lo sabía, me he enterado, mi abuelo, es como decirlo, un hijo de la gran puta.

             Luis siente que el bocado del estómago se le afloja, casi sonríe, por suerte, su hija tiene muchos más genes de su madre que de él.

– ¿Y tu abuela?

-Una puta, a la que no le entraría ni un marinero borracho pagándole una pasta.

-Vaya boca que tienes.

-Papá, -se despega, lo mira-, ¿tú crees que un colegio de pago, es para mejor educación?

-Supongo, soy del público.

-Pues es lo mismo, la morralla la misma o peor, pero la separan de los tiesos, solo eso, las monjas son malas como animales de esos que se lo comen todo, que aprovechan cualquier oportunidad para hacer daño, y que solo sirven para lamerle el culo a los que tienen pasta.

-Así es la vida aquí fuera también, Nieves, todo va para abajo.

-Sí, la mierda, no te cortes, Papá, que no me he criado en un convento, no, me he criado en algo duro, solitario y cruel, eso sí, con dinero, con ropa de marca, con la mejor comida, pero solo eso, -se vuelve a abrazar con fuerza-, tengo que recuperar el tiempo perdido.

-No te cortas.

-No, papá, no me corto, puedo perder el tiempo recriminándote, haciende pagar porque no lo has hecho mejor, más tiempo, mil cosas, no, perdería lo que más he echado de menos, no te perdono, dejo la culpa flotando por si me hace falta usarla, necesito mimos, muchos mimos.

             Luis la mira, la salvaje de su hija llora, ahora el que aprieta es el.

-Pues nada, querida hija mía, disponga de su padre como quiera.

-Lo primero, tiré la ropa que me compraron los abuelos, olía a tristeza, a dolor.

-Me parece bien.

-Sí, pero en bragas no puedo salir a la calle.

-Porque no quieres, serías un espectáculo antes de que te detuviera la policía.

-Ja, ja…, hablemos en serio, necesito pasta para ropa.

– ¿De la cara?

-No, en este desierto cantaría, no, de la buena, pero sin pasarme.

-De acuerdo.

-Solo hay un problema, no tengo olfato, gusto, como para no tener, que es lo que se lleva por aquí.

-Y…

-Necesito que venga Paloma, pídeselo tú.

– ¿Por qué yo?

-Porque yo estoy vista, la chiquilla se quedó conmigo la primera noche, la ahogue en lágrimas no durmió, es una bendita.

-Y que lo digas, hecho, pero con una condición.

-Hecha está, ¿cuál?

-Que le compres ropa a ella también, apenas si pude comprarle algo la última vez que me echó una mano…, aunque eso es casi todos los días, sí, me paso con ella.

             Nieves piensa que se pasa con la chica, menos en lo que la chica quiere que se pase.

-No te preocupes, eso está hecho, ¿se puede quedar a dormir conmigo?, no tengo amigas, no tengo a nadie…, -lo mira, sonríe-, aparte de ti, así que es mi único sostén femenino con la que pudo hablar de cuando me entra la tristeza, el dolor del período…

-Vale, vale, esta es su segunda casa, no estoy acostumbrado, aunque tu madre era como tú.

– ¿Sí?, cuéntame.

             Luis sonríe.

-Tu madre era, como si aquí hubiera caído un platillo volante, y un ser superior hubiera bajado de él, y enamorado del hijo de un mecánico.

-Sigue, es interesante, me suena el argumento, pero parece que está bien, sigue, sigue.

-Pues bien, encontraron un nido de amor, en el lugar donde te encuentras…

             Nieves duerme plácidamente, mientras Luis nota como se le duerme un cachete del culo, y sonríe, es su hija, que ha vuelto como si no pasara nada, después del dolor, de la soledad, del miedo que ha tenido que pasar, respira fuerte, mira al techo, y le da gracias a dios, porque haya vuelto, y también porque sea como su madre, dura como el pedernal, y lista como una ardilla, lo que le falta a él, y sin darse cuenta, también se queda dormido.

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Visi está cansada, tiene que seguir haciendo escaleras, el sueldo está bien, pero ella puede con más, lo importante es que la niña lo tiene todo cubierto, y sonríe, pero se le corta rápidamente, que la vida es muy puta, suspira mientras que lava los platos, pocos platos del padre, que ahora también hay una hija, que ha llegado solo con las bragas, sonríe, como si no tuvieran dinero, que la niña ha estado desde que se la quitaron, viviendo con los abuelos, que tiene un pastizal, cosas de los ricos, que ella nunca entenderá, así que prefiere trabajar con San Luis como lo llaman, que a fin de cuentas, cree que aún le queda grasa en las manos, buena gente, inocente, pero buena gente.

             Llaman a la puerta, se dejan abierta la de abajo y un día se va a colar lo que no tiene que entrar, aunque piensa mientras camina a abrir, que, si el bicho quiere entrar, una cancelilla de nada no lo va a impedir.

             Mira por la mirilla, es una señora mayor, seguro que una vecina que quiere algo, suspira, se podía ir a la mierda, que no está el horno para bollos.

             Abre, sonrisa de las de no me lo toques.

-Sí, ¿qué quería?

– ¿Es usted la que cuida de Luis?

-Sí, ¿sucede algo?

-No, ¿puedo entrar?

-Va a ser que no, esta no es mi casa, y si Don Luis no autoriza, pues que me tiene que pasar por encima, y vieja y todo, es complicado.

             La mujer sonríe, Visi le responde con la misma sonrisa cínica, la de quisieras tú, pero se está alargando, está loca por terminar, ni comer, un coscón, que hay más sueño que hambre.

-Soy la madre de Luis, no traigo el carnet de madre.

-Pase usted, haber empezado por ahí.

-No se preocupe, tampoco vengo tanto, solo, que me enterado que mi nieta está aquí.

-Sí, vino hace un par de días, muy suelta, pero buena gente, asegura mi hija, y muy guapa, pero, pase usted.

             Teresa entra, la casa está muy bien, se sienta en el sillón.

– ¿Quiere que le traiga algo?

– ¿Hay cafelillo?

             Visi asiente.

-Uno, si no es molestia, y siéntese conmigo, que quiero hablar con usted.

             Dos minutos, el café humea, mientras con una sonrisa neutra mira a Visi.

-Señora, ¿qué quería decirme?

-No soy señora, soy Teresa.

-Bien, bueno es saberlo, pero pregunto de nuevo, que tengo muchas cosas que hacer, ¿qué quiere?, Teresa.

             Nueva sonrisa, es dura la Visi, si, una mujer que cría a una niña sola y limpiando escaleras, necesita serlo.

-Conozco a Paloma, a su hija.

-No lo sabía.

– ¿No le contó que la vi, que tuvimos una conversación?, como decirlo, interesante.

-No, -mueve la cabeza-, no me la ha contado, eso no me gusta, no tenemos secretos, pero ya tiene derecho, además no me preocupa, es un alma de dios, demasiado buena gente para lo que nos rodea.

-Y que usted lo diga, Visi, que usted lo diga, el caso, es que, -se interrumpe un momento-, ¿seguro que no le ha comentado nada?

             Visi niega con la cabeza, Teresa más que suspirar, respira fuerte, tenía en la cabeza cosas metidas, pero no hay nada, si no miente, son personas simples, aunque la simpleza no quiere suponer que sea bondad.

-El caso, es que hablé con su hija, de mi hijo.

– ¿De Don Luis?

             Teresa asiente.

-Sí, de mi hijo, de que su hija está enamorada de él, como si fuera tonta.

             La cara de Visi cambia., Teresa sonríe.

-No, no es lo que piensa, creo que es la mejor mujer que podría estar con él.

– ¿Qué quiere decir?

-Mi hijo, es un triste viudo, será el mejor médico, pero la vida se le acabó cuando murió su mujer, cuando se llevaron a su hija, creo que lo sabe.

             Visi asiente.

-El caso, es que, salvo el dinero, no es una bicoca, triste, acabado, no ha terminado aún de enterrar a su mujer, -suspira-, un problema para cualquier mujer, eso fue lo que le dije a su hija, pero ella quiere.

– Y si quiere, ¿qué sucede?, -la cara de Visi, es la de una tigresa.

-Pues que, si lo quiere, que, si puedo, se lo colocaré en una bandeja con una manzana en la boca.

             Visi cambia, se tapa la boca, se ríe, Teresa también.

-Una niña preciosa, inteligente, religiosa, buena de casi tonta, ¿dónde va a encontrar a alguien mejor?, ¿no cree eso, Visi?

-Sí, -asiente-, pero él es un médico de los mejores, ella una estudiante que el quitó de fregar escaleras, ¿qué va a pensar la gente?

-Eso se acaba con un par de nietos.

             Visi la mira, no entiende nada.

-Si mujer, -le toma la mano-, mi Luis, más abandonado que los almendros de la vía, que su hija le da vida, mil veces bendita, ¿que lo quiere?, otras mil más, ¿que le hace niños?, cien mil más, ¿cuantas bendiciones más quiere?

-Pero, la gente…

-Que jodan a la gente, que la jodan, lo que me dolió cuando lo parí, que tenía más cabeza que el cabezón de su hermano, ¿quién va a tener cojones de decirme algo de él?

             Visi la mira, sigue sin saber…

-Sí, es lo que pienso, Visi, ¿qué me dice?

-Que mi hija puede ser una desgraciada, -mira una de los portarretratos-, ella, la que murió, pesa mucho, ¿hay sitio para los vivos?

-Supongo que no será fácil, pero es un hombre, con más de treinta, pero hombre, su hija una preciosidad, sabe lo que es la naturaleza, -bebe del café que ya está frío, ¿qué me responde?

-No sé qué decirle.

– ¿Quiere que juguemos este juego, o me olvido, y que se lo coma una médica estirada o alguien más imbécil aún?

             Visi sonríe, le cae bien la Teresa, que tiene que ser de pata dura, asiente con la cabeza.

-Que sea lo que dios quiera, Teresa.

-Mejor, lo que queramos nosotras.

             Visi sonríe, si, le cae bien.

101 UNA COMIDA EN CASA

Nieves mira a la familia de su tío, señala a Ernesto.

-Te conozco, -después a Isabel-, a ti también, -mira a las primas-, no os recuerdo, pero tú debes de ser Teresa, que tenías más mala leche que una gata romana.

             La chica la mira con cara de asco, Nieves se fija en el look de poligonera, camisa que no le tapa el ombligo que lleva el obligatorio piercing, una coleta en una melena, que, seguro que no es rubia, aunque lo parezca, el resto es digno de estudio, pero calla.

             Una figura que se le abraza, la conoce, es la abuela Teresa.

-Madre mía, eres una mujer.

– ¿Que esperabas?, abuela, ¿una burra con purgaciones?

             Teresa la mira seriamente.

-Que hija de la gran puta, con perdón de tu madre, que estás hecha.

-Sí, abuela, -la vuelve a abrazar.

-Vamos a la mesa, que está todo preparado, -mira a sus primas, un movimiento de cabeza y se van directas a la mesa.

-Padre, que control tiene la abuela.

– ¿No lo recuerdas?

-Apenas, no sé, retazos, solo eso.

             Una buena comida, recuerdos, una Nieves que solo escucha, cuando terminan, se van al cuarto de la abuela con las primas, obligatorio.

-Luis, ¿cómo te va con ella?, -pregunta Isabel.

-Dura como su madre, todo un carácter.

-Y que lo digas, -sonríe la abuela-, y con la boca de su abuelo, que nivel, con purgaciones.

             Ernesto sonríe, recuerda a su padre.

-Es verdad, la que nos liaba, Luis, con esa boca que tenía, -asiente Ernesto-, pero va a ser difícil de criar, está muy suelta, demasiado inteligente, siempre he dicho que eso es un problema.

-Porque te lo han contado, que tú, -sonríe Isabel-, de eso, en las películas.

– ¿Y en la cama?, leona.

-Por eso te escapas, -sonríe Isabel-, si no…, -mira a Luis-, si necesitas ayuda, ya sabes.

-Sé, pero de momento solo quiero disfrutar de algo que hace pocos días, era un sueño.

 – ¿Como el puto abogado, maldito sea, ha consentido?, -pregunta la Abuela.

-Una amiga, que es jueza, lo ha pillado mal, madre.

-Bendita sea, ¿quién es?

-La que sea, madre, el caso es que esta aquí.

-Pero, es menor de edad, -insiste la abuela-, y si…

             Luis la coge de la mano.

-Déjalo mamá, ya habrá tiempo de llorar, hoy es otro día.

-Sí, hijo mío, si, que alegría, mis cuatro nietas, tu, -mira a Isabel-, que te coja el bestia y te haga un par de varones, que se va a caer la casa con tanta raja.

-Sí, que me voy a dejar yo, que tiene en el pito para hacer nenas, Luis, -lo mira-, ¿y tú?, un ratito conmigo siempre es bueno.

-Cuando mate a mi hermano, no te preocupes, que tampoco.

-Luis, ya sin bromas, ¿tú le has dado dinero a tu hermano?, -pregunta Isabel-, quiero decir, más del que te saca normalmente.

             Luis pone cara de asombro, se señala.

– ¿Yo?, no, quizás se esté vendiendo como fabricante de niñas.

-Vaya con los hermanitos, tu, bestia, ¿cuánto te ha dado Luis?

-Nada, cariño, nada de nada, te lo diría si fuera cierto, -mira a Luis-, ¿a que no me has dado nada?

             Luis niega.

-Ni te voy a dar, que estoy canino.

– ¿Te hace falta?, Isabel, -pregunta Teresa.

-No Teresa, es que, en estos días, el taller parece una mina de oro, tanto que quiere que deje el trabajo y me quede con las niñas, -sonríe-, y una mierda.

             Se oyen unos gritos, ambos hermanos salen corriendo, cuando llegan el espectáculo es serio, Nieves está siendo golpeada por las tres hermanas, mientras se defiende como puede, en un momento se las quitan de encima, Luis la mira, le han mordido en la cara, tiene un ojo que se pondrá morado, le levanta la camisa, tiene un golpe en el costado.

-Joder, estáis locas, -mira a las tres sobrinas-, ¿las tres?

             Ninguna dice nada, despeinadas y con cara de malvadas, la miran con odio, Ernesto coge a Teresa.

– ¿Que ha pasado?

-Nada, papá, que se cree que es alguien, es una puerca, que no la quieren ni los puercos de sus abuelos.

             La bofetada la tira de espaldas, ha sido Isabel que parecía que no había llegado.

-Coged la ropa, puercas, que sois unas puercas, estáis castigadas hasta que se me olvide, danzando.

             Las niñas se retiran.

-Lo siento, -le dice Ernesto-, no sé…

-Déjalo, -le responde Luis-, cosas de niñas, con el tiempo…

-Se pondrá la cosa peor, -reniega Teresa-, Isabel, que las tienes muy sueltas.

-Abuela… -le contesta Isabel de malas maneras.

– ¿Qué, me vas a comer?, -la abuela se enfrenta a ella con los brazos en jarra.

-Vámonos Ernesto, vámonos que…

             Isabel da la vuelta y se marchan, Ernesto se encoge de hombros.

-Anda guapa, siéntate, que te voy a limpiar la cara, que te cure tu padre, traeré los aperos.

             Luis le mira la cara, después el costado.

-Pegan fuerte.

-No, pero son tres, que las mire su puta madre cuando lleguen a su cochiquera, yo he cobrado, pero ellas se han llevado más.

-No seas así, -le pide Luis.

– ¿Dejo que me maten?, vieron la ropa, y ya empezaron, ¿tengo yo la culpa?, después, que, si era guapa, rubia, que yo era rubio sucio, que esto que lo otro, atacando, entonces le respondí, -sonríe.

– ¿Que le dijiste?

-Rubias de bote, chocho negrote.

             Se oye una carcajada, algo que se cae, es Teresa que se está partiendo de risa y ha dejado caer lo que traía.

-Después empezaron con los abuelos, no sé quién se lo ha contado, pero el que lo haya hecho es un hijo de puta.

             Teresa le acaricia la cabeza.

-Eres una Monforte, dura como una piedra, el problema, es que ellas también, te salva la mezcla de tu madre, que cosas dices, ¿por qué, no te habrás callado tú?

             Nieves levanta la cara.

– ¿Tú me has visto callada alguna vez?

             La abuela niega.

-Pues eso.

             Teresa mira a Luis, sonríe y asiente, suspira, sabe lo que le queda que pasar, es demasiado parecida a su madre, le encanta, despeinada, mordida, golpeada, pero no asustada, así era la Nieves madre, así es la Nieves hija.

102 SORPRESA

Luis espera en el bar de siempre en el centro, frente a los grandes almacenes, le han cambiado el nombre, los propietarios son distintos, pero nada cambia, todo continúa con el ritmo de una ciudad, grande, pero que no deja de ser provinciana, y el bar es el abrevadero de los de oficina, de los negocios turbios, de los tratantes de ganado, aunque sean animales de metal, de los buitres de las subastas, los peores animales, que allí abundan, y sobre todo del paso de tórtolas para los de pico fino, de los de brazo levantado, que todos quieren que los vean, lo de siempre, que nada ha cambiado, mil años han pasado, y seguro que los romanos, sin variar mucho el sitio, tenían las mismas costumbres.

             El café no es malo, pero si escaso hasta la estupidez, como si fuera un tiro en la boca, que económicos en todo menos a la hora de cobrar, camareros como los leones, molestarlos lo menos posible, que todos muerden, salvo la excepción que mira a sus compañeros y mueve la cabeza, consciente de que en esa selva de egos cordobeses va a durar lo que un chicle a la puerta de un colegio, pero de los públicos, que es menos tiempo.

             Un cigarro donde no se puede, pero Luis conocedor de la leyes y costumbres, hace como el de al lado, que parece una chimenea, que hay leyes que no es que sean estupideces, es que son contra la misma vida, que también es dañina, como casi todo lo que es bueno o gusta en la vida.

             La figura imponente de la norteña, no pasa desapercibida, nadie tiene el coño suficiente como para presentarse, bajando de un enorme alemán negro, con un abrigo más que blanco níveo, tan bonito que da pena que lo gaste un cuerpo, hatea que se lo ves a Helga, que parece que ha nacido con él, sonrisa de la mujer de hielo, que algo quiere.

             No pregunta, se sienta, sonrisa de nuevo, no es que quiera algo, es que espera ser obedecida, como si no quedara otra opción, posiblemente así lo sea, en este caso, si es a lo que viene, ha venido por nada.

-Buenos días, Herr Monforte.

-Buenos días, Helga, ¿cómo está su padre?

-Bien, recuerdos le manda desde nuestra helada casa.

-Gracias, sigo su salud, sé que está bien, lo demás es cortesía, ¿que la trae a esta soleada tierra en la que el abrigo que encandila se dejó en los armarios hace semanas?

             Helga sonríe, la observa, no hay una sola línea fuera de su sitio, no la han maquillado, la han recreado como diosa de la antigüedad nórdica, como princesa guerrera, ¿lo peor?, lo sabe, sabe usarlo, es consciente del poder sobre los hombres, y como las mismas diosas, no duda en usarlo.

             Luis sonríe, sabe que ella sabe que lo sabe, es un juego que se juega desde el momento en que la primera mujer tuvo conciencia del poder que ejercía sobre el macho bestia y salvaje.

– ¿Que la trae por aquí?

– ¿Me va a decir que no lo sabe?

-Yo nunca sé nada, por lo menos de lo que no es mío, otra cosa es mi imaginación, a la que no le hago caso, te hace perder demasiado tiempo.

             Sonrisa asesina.

-Siempre le digo a mis amigos, que conocí a alguien del sur, que es más que los del norte.

-Sí, Helga, los del sur no tenemos abuela, vosotros tenéis más que padres.

             Pone cara de extrañeza.

-Que no os hace falta nadie, que os ensalzáis vosotros mismos.

             La mujer asiente.

-Vuestro idioma es complicado, ¿necesitaré aprenderlo?

             Luis se encoge de hombros.

-Solo somos unos lerdos hombres del sur, no merece la pena, señora de las nieves.

-Me gusta el nombre.

-No más rodeos, Helga, ¿a qué ha venido?

-Lo sabe bien, pero no le demos más vueltas, me gustan algunas, pero no navegar en círculos, el motivo de que dejara el hospital.

– ¿No lo sabe?

-Sí, lo sé.

-En ese caso, ¿cuál es la pregunta?

– ¿Podría volver?

-No, cuando me echan de un sitio, por salud, mental y física, no me lo vuelvo a plantear nunca.

– ¿De ninguna manera?

-Sí, así es, de ninguna de las maneras.

-Me he desplazado kilómetros de mi ruta, en una agenda tan cargada que me cuesta llevarla, y he venido hasta aquí, ¿se da cuenta del valor que tiene?

-Ahora que me he ido, quizás sí, que me echaron como un perro, en su momento me lo definió aún más claro.

-No le echaron, terminó su contrato.

-Sí, cierto, si me quedo, me destruyen poco a poco los mercachifles de dirección de su centro, así que sí, me fui, diez segundos antes de que me echaran, y si, sé que el experimento fue un fracaso, lo sé, porque los que no se quisieron operar, posiblemente ya los habré operado en el nuevo hospital, imagino, no llevo la cuenta, pero algunos nombres, más que eso, sus expedientes, me son conocidos.

             La mujer lo mira, la sonrisa ha desaparecido.

-Pida.

-No, -Luis niega con la cabeza-, cuando operé a su padre, creo que le dejé claro que el dinero no es mi motor principal, lo son mis pacientes, si después del mejor de los cuidados hay dinero, me parece bien, pero primero lo primero.

-Pues pida.

-No necesito nada, en el nuevo hospital me lo han dado todo, incluso un sueldo, unos premios por objetivos que no creía que me pudieran ser dados, supongo que eso también me hace pensar que donde estaba era solo un mercado de esclavos, quizás como en el que estoy, pero más rata.

-Supongo que eso quiere decir que no volverá.

-Efectivamente.

– ¿Sabe que Maestre ha desaparecido con todo su bagaje?

– ¿Quiere decir con su yerno?

             La mujer asiente.

-Eso no es importante.

-Contaría de nuevo con el equipo que creó.

-No, lo único bueno de que me echaran, fue saber que, salvo excepción, no podía confiar en nadie.

-Habla de Galante y de su secretaria.

             Luis asiente.

-Los traeríamos también, las condiciones serían mucho mejores para todos…

             Luis la interrumpe levantando la palma de la mano frente a ella.

-Sé que no es cosa suya, es demasiado buena negociadora, sabe que no va a conseguir nada, me ha estudiado como una rana abierta en canal bajo el microscopio, así que debe de ser todo instrucciones de su padre.

             La mujer no contesta, no sonríe, continúa con una bella cara de póker.

-Dígale a su padre, que estaré pendiente de él, que no lo descuidaré, que, si me necesita, que cuente conmigo, que seré su cirujano si así lo desea, que se despreocupe, los hospitales pueden cambiar, pero mis pacientes, siempre tienen el mismo cirujano, por supuesto, si ellos lo desean así.

– ¿Lo que dice es cierto?

-Como que ha amanecido esta mañana.

-Bien, y sepa que Maestre pagará en el infierno de los abandonados, sus ínfulas de grandeza, sus intentos de hacerse rico con el trabajo de los demás, el que no sabe su sitio, acaba en ningún lado.

-Sí, pero no es mi problema, ahora por lo menos.

-No confíe, Monforte, los hospitales son solo un negocio, de cuerpos destruidos, de los que se saca más, debido a la desesperación, al dolor, a mil cosas, pero solo un negocio, un consejo, no se cierre a nada, mañana le puedo hacer falta.

-Querida Helga, se equivoca en una cosa.

             Sonrisa sibilina de no puede ser.

-No crea que para mí operar es algo imprescindible, cada vez más, me doy cuenta de que no solo no soy necesario, sino que quizá el que no opere, sea hasta bueno, posiblemente acabe en una facultad, clases magistrales si alguien las quiere, no sé, demasiada responsabilidad, como hoy, que me amenazan ofreciéndome todo lo que querría, -sonrisa de Luis, cansada sonrisa-, no, querida Helga, el torpe médico cordobés, de ese sur profundo, quizás deje de operar, me canso, no de mi profesión, sino de lo que la rodea, demasiada suciedad, demasiados egos, demasiados intereses espurios, -suspira-, si, demasiado que está y que no debía de estar.

             La mujer lo mira, sonríe, se levanta.

-Estaremos en contacto.

             Luis se quiere levantar, pero antes de que pueda hacerlo, Helga se mueve hacia el magnífico coche alemán, que misteriosamente está a apenas unos metros de donde han hablado, ve como se monta y se van, sabiendo que ningún prepotente soporta no conseguir lo que quiere, levanta la mano, otro mínimo café, necesitara quizás dos docenas, pero durante media hora, no tiene nada que hacer, después hospital, mesa de operaciones, y algún desgraciado que entra con las esperanza de que el miserable matasano andaluz le salve la vida, por muy de lejos que venga.

             Sonríe, mira a la chica preciosa que orgullosa camina por el centro de la ciudad, es magnífica, de una belleza hasta casi terrible, en un lugar en el que a las mujeres se les cae la cara de guapas, vuelve a sonreír, si, es un paso de tórtolas, de maravillosas tórtolas, pronto vendrá el calor, pronto, si, pronto.

103 INOPINADAMENTE

Luis entra en el cuarto de su hija, ve como estudian afanosamente, su hija y Paloma.

-No molesto, me marcho.

             Las dos lo miran, como reafirmando que es lo mejor que puede hacer.

             Entra en la cocina, toma un zumo, llena un vaso de hielo, y se deja caer en el sofá; como todos los días, este ha sido pesado, pesado como una vaca en brazos.

             No enciende la tele, para escuchar estupideces…, una pequeña serenata[1], es mejor para el alma, te calma el clamor que surge de un cuerpo cansado, de una mente saqueada, por vándalos que solo quieren la mágica solución a sus problemas, por supuesto sin estrujar la suya.

             Nota como se sientan en el sofá, oye respirar fuerte, casi resoplar un caballo, es Paloma.

– ¿Que hacéis?, ¿estudiar?

-Como lo sabes, tu hija me ha pedido que estudie con ella, esta mañana me la he pasado en la biblio, no tenía ninguna asignatura, ahora con ella.

– ¿Cómo está?

-Es de las de aprobado.

-Lo sé.

-Lo que no sabes, es que no estudiaba para no darles una alegría a los abuelos, a los que odia con sana inquina.

             Luis sonríe, expresiva si es, aunque no quiera.

-Así que piensas que es lista.

-Nadie con la boca de Nieves puede ser estúpida, te puede llenar de insultos bien estudiados casi sin esfuerzo, más bien, diría que lo que le cuesta esfuerzo, es que no salgan.

             Luis sonríe.

-Buena definición, ¿y tú?

-Una gilipollas que lucha por quitarme el número uno, además no es de aquí, esto es feudo de catetos, ella de Madrid, que se vuelva.

-Bien dicho, ¿lo conseguirás?

-En eso estoy, que me duele el cerebro.

-No tiene…

-Lo sé, lo sé, lo he estudiado en anatomía, el cerebro no duele, supongo que el de los demás, el mío, si, y como.

-Si mi hija te entorpece, dímelo.

-No, al contrario, me hace estar más tiempo estudiando.

– ¿No te interrumpe?

-De vez en cuando, está oxidada, no ha prestado atención y algunas cosas, pues que no las sabe.

– ¿Qué es lo que quiere conseguir?

-Merecerte.

             Luis abre los ojos, vuelve la cabeza, la mira.

– ¿Sabe que, con estar aquí, es suficiente?

-Sí, -Paloma lo mira, tiene los ojos más verdes que de costumbre, está bien, son los únicos ojos que pueden decir cómo está el que los lleva-, ella lo sabe, pero no, quiere ser como tú, siempre lo ha querido, pero pensado que la abandonaste…

-Sí que eres lista, ¿seguro que tienes veinte años?

-Casi veintiuno.

-Sí, que vieja eres, el Parkinson.

             Paloma le quita el vaso de refresco, se lo bebe del tirón.

-Ahora te traigo uno, ahora, -le echa las piernas sobre las suyas.

-Cómo voy a poder…

-Nieves, -grita Paloma-, tráete refrescos, que tu padre y yo estamos muy viejos.

             Dos minutos después, una despeinada Nieves que los mira.

– ¿Tengo que comprar gomitas?

             Luis la mira sin entender lo que dice, después cuando lo pilla, mueve la cabeza.

-No, Papá, si a mí me parece bien.

             Desaparece, ellos permanecen en silencio, vuelve con los refrescos, se sienta enfrente.

-Palomita, ¿cómo me ves en los exámenes?, -le pregunta.

-Bien, -le responde esta.

– ¿Como para poder sacar la nota de corte de Medicina?

             Paloma mueve la cabeza.

-Tu expediente, según me has dicho, es regular, necesitas este año y el que viene la perfección, la selectividad diez o diez y medio, y después, que la nota de corte no sea una locura.

-Eso, tu dame ánimos.

-Yo no miento a las personas que quiero.

             Nieves sonríe.

-Ves, Papi, me la comía, mi Paloma, que me cuida como si fuera su propia hija.

             Paloma se pone colorada como un tomate, mientras que Nieves sonríe con el refresco en la boca, nada de vaso, que cansa.

             Sin darse cuenta, Luis le ha masajeado los pies a Paloma que no ha contestado a su hija, la mira, duerme como un ángel, mira a su hija que se encoge de hombros, echa la cabeza hacia atrás, sí, todo está bien, y piensa en cómo cambian las cosas, para bien o para mal, y le da las gracias a ese dios esquivo por los pocos momentos en que se siente bien.


[1] La Serenata n.º 13 para cuerdas en sol mayor, más conocida como Eine kleine Nachtmusik (Una pequeña tonada nocturna, Una pequeña serenata o Pequeña serenata nocturna), K. 525 es una de las composiciones más populares de Wolfgang Amadeus Mozart y de la música clásica en sí. Está fechada en Viena el 10 de agosto de 1787, coincidiendo con la composición de la ópera Don Giovanni. Sin embargo, no se sabe para quién ni por qué la compuso Mozart.

104 RUMBO DE COLISIÓN

Luis camina hacia casa, se le ha hecho tarde, como siempre, además el coche no lo ha cogido en la mañana, y ahora cuando el sol se ha ido, se echa de menos, nunca pasa nada, pero lo que fue no hace tanto lugar de naves industriales, la mayoría abandonadas, se ha convertido en algo cuando menos tenebroso, y eso consigue que el cuerpo enerve el vello como si fuera un animal que teme por su vida.

             El calor no termina de llegar, y si en el día se puede estar bien, cuando aparece la oscuridad, nada es lo mismo, se mete en el cuerpo de una manera que no es agradable, se para, enciende un cigarro, está nervioso, no sabe porque, pero se promete que no volverá a dejar que el coche se quede en casa, que ahora con el motor cambiado está muy bien, y en todo caso puede coger un taxi, y sonríe, pensando que es un rata con el dinero.

– ¿No nos vas a decir de que te ríes, medicucho?

             A Luis se le encoge la tráquea, por la definición es que no se trata de un asalto salvaje, sino de algo premeditado, van a por él, está claro, muy claro.

-No te preocupes, doctorcito.

             Casi no puede ver al que habla, lo que si ve, son las dos figuras que a la mala luz de una farola se perfilan como algo a lo que tenerle miedo, y lo tiene, quiere correr, pero sabe que lo atraparían, así que solo se queda mirando como si fuera estúpido, temblando, casi con ganas de orinarse encima, pero que no sepa defenderse no significa que sea cobarde, solo se arrepiente de no haber sido más precavido, conoce a su exsuegro, que lo que le ha hecho no le ha gustado, ¿podría imaginar que actuaría de otra manera?, no, seguro que no, así que si lo joden es por estúpido, no porque no sepa defenderse.

-No te preocupes, doctorcito, solo me han pedido que te machaque esas manitas, ¿es que te la cascas mucho?, -una sonrisa de desprecio-, no, es que el que me manda, dice que ganas dinerito con esas manitas, y quiere que te mueras de hambre, que sepas que al que roba, se le cortan las manitas, pero no te las vamos a cortar, te las vamos a dejar de tal forma que querrás que te las hubiéramos cortado, que tú sabrás de operar, pero nosotros de hacer daño, más.

             Nota como se acercan, cierra los puños, quizás no sirva de nada, pero que, si sobrevive, que piense que por lo menos no se quedó quieto para que lo mataran como un cordero.

– ¿Ya estamos de nuevo aquí?, -es una voz más grave-, joder, ¿es que no os cansáis?, a vosotros mismos, o a otros perros que mandaron, les hice unas advertencias cortantes, así que el que siga con las tonterías, este que lo es, le corta lo que os sobre, que, seguro que es mucho, que de pellejo como la de un viejo, llenos estáis.

– ¿Quién eres tú?, so tío mierda, -es la voz de anterior-, somos tres, te vamos a cortar los huevecillos, después le vamos a quitar unos dedos al médico, para que no nos pueda señalar, -sonríe, se ha hecho gracia, se cree gracioso.

-Pues nada, a la faena, -y Garri piensa que de los descuidos come el lobo, nada pasaba, dejó que se quitaran de en medio los que vigilaban, y así le va la faena, que las ratas salen a la calle haciendo fiesta en vista de que no se ve al gato.

             El que habla se acerca, pero sabe que es solo una estratagema, son los dos gorilas de los lados los que van a ir a por él, abre la navaja, que brilla a la luz de la luna como el colmillo de una gran fiera, y es lo que es, salta a un lado, pilla de improviso a uno de los que querían coparlo, es en la barriga, huele a excremento, a porquería, sabe que quizás lo ha llevado a tener que cagar en bolsa, y sonríe, lo que es, es lo que es, pero lo importante, es que uno de menos, de tres a dos, va diferencia, pero el otro gorila que creía más lento, salta, se la clava, no es mucho, ha parado con la mano, pero sangra, mucho, por la barriga, también la mano con la que ha parado el hierro, e instintivamente, la suya, su colmillo, que se dispara, no raja, pincha, en el pecho, con maldad, ya no es herir, es matar, y si no mata, casi, el tipo cae al suelo, chilla como lo que es, una perra, pero casi no oye el cantineo, “me has matado”, no le interesa, era lo que buscaba, y sonríe a pesar del dolor, que no ha esperado ni a enfriarse.

             El que hablaba que saca huevos de donde sea y se arranca, otra en la barriga, más profunda, más malvada, más mala, pero se descuida, y es faena lo que se hace de continuo, ni pensar, la navaja entra en la barriga y sin querer queriendo, tira para arriba, sale de todo, y el tipo asustado, se mira lo que sale, se echa hacia atrás, sorprendido, si no anda listo, se morirá.

             Se mira la barriga, dos pinchazos, tiene mucha sangre, pero más le sale, siente como alguien le aprieta la barriga, ve como un saquito se aplasta contra ella.

-Corre a un centro sanitario, si no te desangras, todo irá bien, -aprieta el torniquete que le ha hecho con su propio saquito, mira al hombre-, ¿por qué Garri, por qué?

-Te lo debo, mira a los que están chillando, sino estarías como ellos.

– ¿Y tú?

-Soy duro como el cuerno de un cura, -sonríe, o lo intenta, llama por el móvil.

             Se sienta en el suelo, se aprieta el saquito que era amarillo claro, ahora es rojo.

-Bicho, a los de las naves del hospital, con un matasanos, me han pegado dos pinchos, escucha, -solo habla-, porque no habéis tenido los cojones de seguir con lo que os ordené, como no vengas, mejor que me muera, hijo de puta, que te saco las tripas por las orejas, -cuelga.

             Despacio mira Luis.

-Vete, estos irán al hospital, ellos que son los malos al hospital, que mal hecha esta la vida, -sonríe-, hostia, como duele, pero no me voy a quejar como esas mariconas, vete, que la policía coge a quien quiere que lo cojan.

– ¿Y tú?

-Yo sé más que los que salen en la tele, tira, fuera, nadie dirá nada, ellos porque no les interesa, yo, porque me habré ido a un médico, o a tomar por el culo, que me da igual.

-Gracias.

-Piérdete.

             Luis camina rápido, no lleva nada que le cubra el pecho, y corre de lugar oscuro en lugar oscuro, no por nada, por todo, la locura, y siente como si el mundo hubiera cambiado en solo un segundo.

105 PAISAJE PARA DESPUÉS DE UNA BATALLA

Luis regresa del hospital, mira a todos lados, por supuesto ha ido en coche, tardará mucho tiempo en que vuelve a hacerlo andando; además, le ha dado la paliza a su hija, después lo hará con Paloma, sobre seguridad, sin contar lo que…

             Es oscurecer, que no ha aguantado tanto, no por casualidad, sino por miedo, el que nace después de la cogida, aunque solo haya sido un revolcón, y piensa en cómo estará Garri, aunque ese es duro como las piedras.

             Se sienta en lo de Conchi, Paco que lo mira, pero levanta la mano, quiere que se le acerque, habla con todo el mundo, de todo sabe, y aparte de ser un ludópata hijo de puta, también es el pregonero del barrio.

-Sí, ¿que querías?

– ¿Anoche pasó algo por aquí?

– ¿Que es algo?, -pone cara de extrañeza.

-Es que desde el piso oí gritos extraños, alguien pidiendo ayuda.

-Pues no te tomes las pastillas, que te hacen oír lo que no se ha dicho, -sonríe con suficiencia Paco, no sabe hacerlo de otra forma.

-Ponme una cola con algo de pizcar.

             Paco asiente, ni una palabra más, sabe que cualquier cosa que diga, será tergiversada, manipulada, expandida o comprimida antes de contarla a cualquiera que se pare a preguntar o aunque no se pare.

             La cola esta fría, la tarde agradable, es cuando no cambiaría la ciudad por nada, todo nace nuevo, como si viniera del averno que ha sido el invierno, frio como la vida de un muerto, antes de convertirse en ardiente infierno que lo secará todo, pero esos momentos, los de florecer, donde el agua lo protagoniza todo, no en lluvia que ya cayó, sino en madre de bondades, hay que vivirlos, que contarlos, y por muchas letras que se empleen, nunca son suficientes para definir mínimamente las sensaciones que produce.

             Una Paloma que sonríe, viene con un compañero, un muchacho tan bien criado como ella, un tipo guapo, alto y delgado, que también lleva liada en el brazo la bata-medalla que quieren que los diferencien del resto de los mortales, es el primer signo de que los médicos comienzan a alejarse del resto de los humanos, y sonríe, se alegra de que la chica esté con muchachos de su edad, siente algo de pena, pero sabía que era imposible, y ahora se alegra de que todo esté en su sitio, suspira, si, la noche es magnífica, pero sin saber por qué se ha vuelto un poco más áspera.

             Pasan de largo, nada dice, solo debe de hablar con el vaso teñido de oscuro de una cola mentirosa, que quiere ser y no puede.

-Luis, -levanta la cabeza, es Paloma que lo saluda, ya casi rebasado el rango de visibilidad.

             Luis responde con una sonrisa, y ve como se despide del muchacho, y con diligencia, más bien con prisa, se acerca a él, caldeando.,

-Que vieja estoy, eso sí, todo el día con el culo aplastado, que cansancio de facultad, de carrera, de catedráticos…

-Quéjate cuando tengas un rato.

-Si algún día vas a la facultad a dar algo, lo que sea, una clase magistral, una enseñanza, a tomar café, no seas plasta, que es lo más fácil, el cerebro se desconecta, y comienzas a vagar por otros mundos, -asiente con la cabeza.

-Lo sé, lo he vivido, aún sigo con ello, por cierto, ¿qué decías?

             Paloma sonríe.

-Que malo eres, todo porque eres el mejor cirujano, bah…, eso lo es cualquiera, cuando salga del MIR solo servirás para coser mis calcetines.

-Ya no se cosen, Paloma.

-Serán los tuyos, yo continúo en economía de guerra.

– ¿Te hace falta más dinero?

-No, -niega con la cabeza-, no me hace falta, gastaré cuando sea mío, cuando lo gane yo, y aún faltan dos años mínimo, eso si salgo y me presento al MIR del tirón, que será difícil hacerlo, más que hacerlo, que apruebe, ¿cómo lo hiciste tú?

-Fácil, una hija pequeña, mi mujer que me mantenía, lo de MIR es dinero, me comía los libros, terminé la carrera y ya estaba preparado para el examen, y plaza directa donde estudias, en el universitario.

-Joder, que suerte.

-Sí, suerte, aun me duelen los codos, tengo una enfermedad terminal, inflamación de codos, es decir de húmero, cubito y radio, los tres.

– ¿Terminal?, -sonríe con la pregunta Paloma.

-Sí, que no termino de quitármela.

-No te veo estudiar

-Pues sí, -asiente Luis-, siempre estás estudiando, y lo malo es cuando se publican en otros idiomas que no conoces, con la maldad del idioma chino, que muchos publican en inglés, pero como te interese el artículo y sea solo en chino, -mueve la cabeza-, los traductores son, para matarlos, el caso, es que si, mientras estés con la bata que llevas como bandera o la azul…

-La bata azul…, -Paloma suspira-, ¿qué se siente al llevarla?

             Luis sonríe.

-Frio.

– ¿De la responsabilidad?

-No, hija mía, que es muy corta, que no tiene mangas, que vas a fumarte un cigarro, y la neumonía, en invierno, asegurada, son riesgos del oficio, que es considerado, por el uniforme, de alto riesgo.

-Qué cosas tienes, -le golpea el brazo-, ojalá…

             Luis levanta la mano.

-Tienes posibilidades, me han pasado un vídeo de las prácticas con cadáveres, si, tienes pulso, si tienes inteligencia, si, serás una gran cirujana.

– ¿Cómo lo consigues?

-Cosas de trabajar de guardia de seguridad, no te jode, Paloma, que parece que te han dado en la cabeza.

             Paloma sonríe.

-Entonces, ¿valgo?

             Luis se encoge de hombros.

-Te queda mucho, pero sigue durante muchos años, aguanta lo que te echen, que es mucho, y ni, aun así, te puedo prometer que lo conseguirás.

-Pues seguiré amargándome la vida, que remedio, que además tengo que devolverte la pasta que te cuesto.

-Esa está olvidada, estás cumpliendo la promesa que me hiciste.

– ¿La de la número uno?

             Luis asiente.

-Y trabajo que cuesta, pero no importa, estaba prometido, pero el dinero es otra cosa.

-Otra cosa, Paloma, ten cuidado, un amigo policía, -miente-, me ha dicho que aquí está la cosa caliente, que hay asaltos con arma blanca, por gente que ha venido en los últimos tiempos.

-Madre mía, encima de pobres, jodidos.

-Así que dile al muchacho que venía contigo, que te acompañe, o coge un taxi, por el dinero no te preocupes, yo te subvenciono.

-La facultad está aquí al lado.

-De día, si, de noche, son muchos kilómetros en tierra de animales.

             Paloma calla, lo mira.

– ¿El muchacho que me acompaña?, -sonríe.

             Luis asiente con la cabeza.

-Sí, parece apañado.

-Sí, y también que le gustas tú más que yo, seguro, es de ambigüedad pronunciada.

– ¿Homo?

             Paloma asiente.

-Y aunque no lo fuera, además sabes que el único hombre en mi vida, me está pagando la carrera.

-No seas tonta.

-Es cierto, tan cierto como que para Paloma Torralbo Alarcón, no existe otro hombre que no sea el ilustre cirujano San Luis Monforte Mínguez.

             Luis la mira y mueve la cabeza.

-Mira que eres cabezona.

-Eso no lo sabes bien, insigne cirujano.

             Luis la mira, por primera vez, tiene un brillo distinto, suspira, está loco, loco como una cabra.

106 VISIONES

Guiomar mira desde el pasillo de los dos edificios que dominan la terraza, es difícil, casi imposible, que alguien pueda verlos, más que nada. porque la maleza forma una tupida red a la altura de los hombros de Ambrosio.

-Mira, Niña, esa es la chica que te está quitando lo que has defendido con uñas y dientes.

-No seas idiota, hoy soy su señoría.

-Cuando me pides que trabaje de lo que no tengo que hacerlo, eres la Niña, ¿lo entiendes?

-Sí, viejo saco de huesos.

             Ambrosio sonríe, enciende un cigarro.

-Estamos al aire libre, Niña, no me jodas, que estás mejor que yo.

-No, estoy mal, tengo el corazón mal.

-Como excusa cansa, -mira al médico-, mira, llega la niña, la que has salvado de la quema, la que ha vuelto con su padre, la que puede ser tu hija.

-No, sabes que no, este no es mi camino.

-Pues para no serlo bien que te recreas en él, y lo más triste, es que yo tengo que traerte.

– ¿Tanto te molesta?

-Me molesta que estés golimbreando[1], cuando…

– ¿Cuándo qué?

-Cuando tenías que estar allí sentada, ¿quién ha hecho más por él que tú?

             Guiomar calla, piensa en lo que ve, y siente una tristeza que sabe que le costará dominar, lo único cierto, es que la deuda con el que le ha alargado la vida, está cada vez más cerca de pagarse, o ella lo estima así, no le gusta deberle nada a nadie, y menos al que está tomando una maldita cola en un barrio de tercera, suspira, ¿o no es solo eso?, no lo sabe, no lo quiere saber.

– ¿Nos vamos?, Niña.

-Sí, Ambrosio, y saliendo de este maldito barrio, soy su señoría, o te jodo.

             Ambrosio sonríe, no le gusta cuando es la Dama de las Camelias[2], pero cuando se convierte en una auténtica hija de la gran puta, se siente bien, tan bien como cuando le preguntó porque no era su padre, vuelve a sonreír.

-Niña, que he aparcado mal el coche.

-Ve a por él.

-No, niña, vamos los dos, sabes, que estar aquí sola, un bombón como tú, no es bueno.

             Guiomar sonríe.

-Puto Ambrosio.

-Sí, Niña, el puto Ambrosio de siempre.

             Nieves sale del cuarto, se despereza delante de Luis.

-Hola padre, no te he oído, ¿llevas mucho tiempo aquí?

-Una media hora, no he querido molestar, ¿durmiendo o estudiando?

-Lo último, lo de dormir cuando terminen los exámenes, que es pronto, ¿puedo preguntarte algo?

-Claro, dispara.

– ¿Tenemos dinero?

             Luis asiente.

– ¿Mucho?

             Vuelve a asentir.

-Pero eso no significa que vivamos como si el dinero no importara, importa, y más que eso, nos definiría, solo seríamos dinero, si nos basáramos solo en eso.

-Si pensara lo que dices, me hubiera quedado con los abuelos, tienen más que tú, por mucho que tengas.

-Sí, supongo que sí, -le responde Luis-, pero vamos, que no me interesa, yo el poco o mucho que tengo, lo he conseguido salvando vidas, ellos…, -sonríe-, ¿sabes cómo es tu abuelo?

-Sí, supongo que sí, un abogado malvado.

-Se ha hecho rico comprando y vendiendo jueces para gente de la droga, de la prostitución, de la trata de blancas, no sé, no entiendo, sé que es un derecho, pero hasta el límite en que lo lleva tu abuelo…

             Nieves lo mira.

– ¿Que has aprendido estando con ellos?

-Lo que es estar sola, cuando hay gente a tu alrededor.

-Ven, siéntate conmigo.

             Nieves se echa sobre él.

– ¿Me vas abandonar de nuevo?

-No.

-Ya lo hiciste.

-No, pero me vencieron, era joven, tu madre muerta, destrozado, sin dinero, sin poder…, tus abuelos hicieron conmigo lo que quisieron, ellos si lo tenían, y te llevaron por…, no lo sé, te lo juro, yo no tengo esa clase de maldad, no permitieron que te vieran, ni tu abuela Teresa, ni a mi padre, que se murió sin saber de ti, eso no se lo perdonaré nunca, como a mí mismo.

-Déjate de historias, anciano, júrame que nunca me dejarás.

-Ni por todo el oro del mundo.

-Me vale.

-Así que espero que estés más confiada, más tranquila, porque me ha dicho Paloma que empollas para sacar nota para Medicina.

-Sí, pero lo tengo crudo, años de no hacer nada.

– ¿Quieres que te ayude?

– ¿Como?

-Usando mis influencias, que algunas tengo.

– ¿Cometer un delito por tu hija?

             Luis asiente.

-Me parece bien, pero espero que no tengas que hacerlo, tengo el culo plano, un culo precioso.

-Que además eres como tu madre, con el punto flojo.

-El que quiere la flor, quiere las hojitas de alrededor.

-Sí, supongo que sí, soy feliz, aunque me coma tus pestes.

-Una pregunta, anciano.

-Pregunta.

– ¿Paloma?

– ¿Qué pasa con ella?

– ¿A ti te gusta, la quieres, la odias, la…?, lo que sea.

– ¿Por qué lo preguntas?

-Para quitárselo de la cabeza, que la chiquilla es tan tonta, que es capaz de morir siendo virgen, esperando que tu des algún signo de que sabes que ella está viva.

-La vida no es tan sencilla, bruja.

-Si lo es, te gusta o no te gusta.

-Claro que me gusta.

-Atácale.

-No, soy viejo, viudo, sigo queriendo a tu madre, tú has venido a mi casa, no te va a criar una cría como tú, dirían que es una aventurera que busca el dinero, es demasiado joven, demasiado guapa, lista y buena, yo soy solo eso, alguien amargado que pasó el tiempo en el que…

-Pero que chorradas dices, no eres viejo, eres un maduro atractivo, eso sí, con muchas pasta, una eminencia, eso que se lleva Paloma a la buchaca[3], si dicen que digan, a mí me suda, en cuanto a que me va a criar, creo que sería al revés, la criaría yo.

-Sí, eres mucho más madura de lo que pareces, gracias a dios, por eso parece que me perdonas.

-No eres tan listo, pero sí, me gusta la chica, para ti sería algo positivo, para ella, algo increíble, llénala de hijos, eso sí, después de casarte, que con esa no te comes una rosca, anciano, que tiene el bollo prieto hasta que te cases.

-Como debe de ser, y, ¿qué es eso, de “bollo prieto” …?, ese tipo de expresiones no puedes decirlas.

-Me cortaré un poco de decir las verdades de la forma en la que entenderlas sea más fácil, hablábamos también de que tienes mucha pasta, mi paga, que no tengo, no hablo de subirla, sino de crearla, por supuesto partiendo de unos mínimos.

– ¿Cuánto serían esos mínimos?

-Teniendo en cuenta la inflación, la subida de los precios, que es aún más alta, cien euros.

– ¿Al mes?

-Semanales, ¿dónde vives, padre?

-Aquí, en el barrio, con ese dinero, me compro un piso cada tres meses.

-Ni aquí padre, ¿en cuánto has pensado?

-No sé, veinte semanales.

– ¿Que tú tienes dinero?, será porque no gastas nada, que rata eres, progenitor, ni hablar, otra cifra.

-Cincuenta.

-Una subida apreciable, ochenta.

-Sesenta y empiezo a tirar para abajo.

             Nieves se le abraza.

-Como te quiero, con treinta me hubiera conformado esto es un desierto, la ropa la regalan.

-Pues los cien los hubiera pagado sin problemas.

-Volvemos a la negociación, padre.

– ¿Veinticinco?

-No, padre, un trato es un trato.

             Luis sonríe, si, se está bien con una hija que creía perdida, además le sale a cuenta, pero ya aprenderá.

             Nieves lo mira, esta tiernito, le ha dejado que gane, pero que no se acostumbre, es capaz de sacarle agua a una piedra, pero es su padre, lo que quiere es a él, no su dinero, sonríe, si, se está bien con un padre que nunca hubiera esperado que fuera así, si, se está bien, muy bien.


[1] Popularmente, golimbrear es sinónimo de curiosear, olisquear, investigar lo que te rodea.

[2] La Dama de las Camelias es una novela que muestra el sacrificio y el amor. Tanto Marguerite como Armand sacrifican algo para amar al otro: Marguerite deja su vida llena de placeres y dinero, Armand deja de lado sus celos por la vida pasada de Marguerite.

[3] Bolsa, bolsillo. En Colombia, Cuba, Bolsa de la tronera de la mesa de billar.

107 BUENAS NOTICIAS

Luis está en el bar de Conchi, lleva un buen rato, estaba, está cansado, pero ahora con la sombra, casi en la penumbra de un oscurecer magnífico, con una cola en una mano, un cigarro en la otra, se está perfectamente, podría dormirse y completarlo, pero no es eso.

             Espera a su hija y a Paloma, que han quedado, terminados los exámenes, en ir a comprar ropa para Nieves, que al final también comprará para Paloma, esas son sus órdenes, cuando realmente hará lo que le dé la gana, como su madre, y le gusta, dentro de un orden, pero si, está bien que tenga carácter, solo espera que no salga el lado salvaje, aunque parece que no es lo que está sucediendo.

             Las ve venir, riéndose, dándose con las bolsas de las que vienen cargadas, y ve que está bien que estén juntas, y si…, pero se niega con la cabeza, no, no puede ser, el caso, es que una chica que estaba a punto de dejar la carrera, ahí está, dándole sopa con honda a todos los pijos de padres ricos, y una niña abandonada, ahora es alguien que sí, que merece la pena, que sonríe, que parece que es feliz, si, la vida algunas veces da cosas buenas, solo espera que dure, o por lo menos que la caída no sea muy dura, sonríe con tristeza al pensar en cómo la vida lo ha transformado en alguien pesimista, casi negro.

             Se sientan como si hubieran ido al Everest, dos colas que caen del tirón, después vendrán más, ni lo tienen en cuenta, como si no existiera, se ríen con sus bromas privadas que comentan tan bajo que entenderlas sería padecer una inflamación crónica del oído.

-Paloma, ¿no me tienes nada que decir?

             La chica lo mira, mueve la cabeza negándolo.

-No, que yo sepa no.

– ¿Y las notas?

-Aún no han salido, si las supiera…, -sonríe-, quizás te lo hubiera comentado.

             Luis le pone delante de la cara el móvil.

– ¿Qué es?

             Se acerca, lo mira con atención.

-No me jodas.

             Luis asiente.

-Sí, querida, son tus notas, asignatura por asignatura, con el cómputo total por puntos, si, la primera, pero por los pelos, -mueve la cabeza-, no sé qué…

             Paloma le coge la mano, y grita casi.

-La primera, la primera, que no lo tenía claro, que alegría, que alegría, pero, ¿cómo…?

-Recuerda que sigo trabajando de guardia de seguridad.

             La chica se echa hacia atrás, se deja caer todo lo larga que es.

-Madre mía, lo he conseguido, que hay dos elementos que me siguen en cola, pero, aunque sea por décimas, por milésimas, lo he conseguido, -mira a Luis, sonríe-, un trato es un trato.

             Nieves se le abraza, Paloma la besa.

-Pequeña, que sepas que estás abrazando a la más insigne de las cirujanas del mundo mundial.

-Ya será menos, foca.

-Sí, y tu pez globo.

             Ambas ríen, Luis las mira con satisfacción.

-Querida Nieves.

-Dígame, anciano.

-Me ha llegado un correo de unas monjas facinerosas.

-Las putas monjas.

             Esa boca.

-Sí, que es mentira.

             Luis mueve el móvil, se oye pitar el móvil de Nieves que lo toma, lo mira y pone cara de sorpresa.

-La leche, un nueve con veinticinco, increíble, si, -mira de nuevo-, Nieves Monforte, -se toca el pecho con un dedo-, si, es la nena, pedazo de notas.

-Sí, para en el primer trimestre una media de cinco con cuarenta, no está mal, -asiente Luis-, enhorabuena.

-Anciano, -sonríe con maldad Nieves-, me he ganado, nos hemos ganado un regalo fastuoso digno de las mil y una noches.

-Sí, más o menos tres años de soledad.

-Mira el anciano, Paloma, lee cosas que no son de rajar a las personas.

             Paloma sonríe, le toma de la cara.

-Anda, bruja pez globo, no aprietes, yo no quiero nada.

-No seas mentirosa, tú quieres algo, pero no quieres pedirlo, sácale la pasta al anciano, tiene mucha, pero es un rata.

             Luis las mira.

– ¿Qué queréis?

-Ves, -comenta a Paloma Nieves-, podemos sacarle lo que queramos, yo una moto.

-Ni loco, pide otra cosa, y lo pensaré, un día te voy a llevar a urgencias, a las del universitario, que son las más concurridas, para que veas lo que le pasa a un cuerpo al que ha revolcado un coche, al que ha destruido un camión, un quitamiedos…

– ¿Así tienes que ser de malo?, hubiera bastado, con, “querida hija mía que tu padre no sufra”, no te hubiera hecho caso tampoco, pero me vale, estoy pensando, lo del regalo no caduca.

-No, no caduca, y tú, Paloma, ¿qué quieres?

-Nada, Luis, estoy satisfecha con haber cumplido mi promesa…

-Déjate de romances, que te lo mereces, algo caro, que no haya que pagar a plazos, pide por esa boca.

-No quiero abusar.

-Pide, y te diré si abusas.

-No lo sé, -comenta Paloma con mirada abstraída.

-Cuando lo sepas me lo dices, tu, bruja de las Nieves, ¿qué me dices?

-Me pido tiempo como Paloma, la tonta de goma.

– ¿Otra cola?, pez globo.

             Nieves asiente.

-Pedazo de palo que te hemos pegado en la tarjeta, -señala las bolsas-, hay tapaculos para parar a un regimiento.

-No me importa, te lo descontaré de la paga y tan contento.

-Sí, pues no voy a ver dinero en meses, más bien en años.

             Luis las mira, sigue con sus bromas, si, se está bien en el barrio olvidado a la hora en que la oscuridad toma el control de las luces, sentados en la tierra regada, con una cola en una mano, y en la otra un cigarro.

108 INCORPORACIONES

-A la paz de dios.

             Luis levanta la vista, es el padre Eusebio que lo mira con una sonrisa.

-Que, ¿a pegar la gorra?, cura guerrillero.

-Como lo sabes, rajapersonas.

-Siéntate, querrás cenar.

-Supongo que sí, -mira a las dos mujeres.

-A ti, Nieves, te veo poco, se me ha olvidado tu cara, no apareces por la iglesia así te lo mande el médico, que en este caso es tu padre, ¿no te manda?

             Nieves niega con la cabeza.

-No, ya sabe, padre, que él, es meapilas pero de segunda, la de primera, es la que tengo al lado, la que acaba de terminar el curso como primera de la clase.

             Eusebio, sonríe.

-Enhorabuena, no vienes ya tanto por la iglesia, -señala las bolsas-, me alegro de que os llevéis bien, el que paga es el médico, eso está bien, también, siempre que no escatimes con la iglesia.

– ¿Tienes alguna queja?, chantajista con sotana, -pregunta Luis.

-No, -niega con la cabeza-, de momento no, pero han surgido…

-No me cuentes historias, que cada vez que hablas me cuesta el dinero.

-Como tiene que ser, -sonríe el sacerdote-, que la cosa esta cada vez peor.

-Haré lo que pueda, -responde Luis.

-Paloma, -pregunta Eusebio-, ¿cómo está tu madre?

-Mucho mejor, Luis, que es un santo, hace que esté tranquila, paga todos los meses a su hora, creo que es el único español que lo hace.

-Y que lo digas, Paloma, en cuanto a ti, Nieves, ¿lo de confesar…?

-No tengo pecados, padre, no salgo, solo estoy con esta, que es un muermo, mi padre un santo, ¿qué quiere que le diga?, ganas de pecar, si, ¿oportunidades?, ninguna, solo la cola, que es un vicio.

             Eusebio sonríe, mira a Luis.

-No te queda nada que pasar, se te ha metido un bicho en casa.

-Y que lo digas, pero es lo que hay, así que cenemos, que el imbécil de Luis, como siempre, es el que paga.

-Amen, -es la última palabra de Eusebio, que sonríe con malicia.

             Alfredo se sienta después de haberse servido un buen pelotazo de whiskey de la mejor calidad, cincuenta años, que a fin de cuentas son menos que los que tiene.

-Padre, ¿cómo has dejado que el matasanos se la lleve?

-Pareces tonto, Junior, nos hubiera jodido la jueza esa, la que te gusta tanto.

-No me gusta, padre, es que está buena, -sonríe-, que pedazo de tía, pero que hija de puta.

-Sí, el caso, es que la niña que apenas aprobaba, ahora es la numero uno de la clase, -mira a su esposa-, ¿eso cómo nos deja?, Adela.

-Como si la hubiéramos tratado como a una chacha, -bebe de otro vaso de whiskey-, le gusta tanto como a su marido, nunca lo hará en público, pero en privado…, ¿qué me quieres decir con eso?

-Nada, que no me gusta perder ni en los entrenamientos, la hemos cuidado como si fuera nuestra hija, nunca nos ha prestado atención, -sonríe-, como su madre, el caso, es que se va con el padre y todo perfecto, como si…

-Te repites, padre, ¿qué vas a hacer?, -le pregunta Junior.

-No sé, pero no me gusta que el mecánico…

-Sí, padre, no te eternices, -sonríe de nuevo su hijo-, ¿qué vas a hacer?, es fácil la pregunta.

             Alfredo sonríe.

-Supongo que el nivel de vida que tienen está bien, sigue con las dos manos, el caso es que la niña es menor de edad, sigue siéndolo, así que el hecho de que vuelva a su casa… -sonríe con maldad.

-Que pretendes, Alfredo, secuestrarla, la juez es una hija de puta, se irá a por ti con todo, es ganas de jugar con el diablo, -e advierte su esposa.

-Querida, ¿dejo que se rían de nosotros, incluso la imbécil de tu nieta, a la que hemos cuidado durante tantos años?

-No es eso, querido, solo que lo pienses bien.

-Mientras actúan o no actúan, -vuelve a sonreír con maldad-, la niña a un colegio de Suiza, después que busquen, entre una y otra, la niña recuperara la lucidez, y si no lo hace, -nueva sonrisa-, mala suerte.

             Junior sonríe.

-Sí, siempre la niña se ha parecido a su madre, la que no quería vernos ni en pintura, ahora que la eduquen bien en Suiza, sería hacerle un favor, que nunca sabría cómo pagarnos.

-Efectivamente, Junior, -sonríe Adela-, efectivamente, nunca sabría cómo agradecérnoslo, que es necesario meter cordura en esa cabeza, tan dura como una piedra.

             Alfredo levanta el vaso.

-Por los viajes a países que están lejos de aquí.

             La esposa y su hijo levantan la copa, son bastantes similares, no como Nieves, a la que nunca comprendieron, mucho menos a su hija, de la que piensan que solo ha vivido del cuento, y que con el carácter que tiene, combativo, no llegará a ningún lado, todo es para el bien de la niña, para ellos es tan fácil creerlo…

109 NOTICIAS PARA LUCIANO

-Dime Ladilla, que no has venido a verme por gusto.

             Garri sonríe, está sentado en una de las esquinas, del “Coloso”, el bar donde la mugre es patrimonio del local, la clientela con más antecedentes que el que mató a su abuela, y con caras de gente que en los pasquines salen como quieren.

-Nada, -siempre comienza a hablar así, es pequeño, delgado y nervioso-, que me enteré de que tenías cuitas con un médico, -se retuerce las manos, Garri le impone, es uno de los grandes de la ciudad, si le caes bien, bueno, si lo hace mal, respiraderos en la barriga-, y que me he enterado de algo que te puede interesar.

             Luciano lo mira, sonríe, con la sonrisa que asusta, levanta la mano.

-Dos carajillos, -mira a Ladilla-, ¿está bueno?

             Ladilla, Francisco Luis en su casa, hace ya muchos años, asiente.

             El pelotazo lo es en toda la boca, apenas se ha vaciado hay otro, que Luciano sabe lo que dar para que los nervios desaparezcan, y para que la boca se afloje, que a fin de cuentas es de seguro, no del sanitario, sino del de continuar con vida.

– ¿Qué es eso que me querías decir…, de que médico?

-De ese que le llaman San Luis.

– ¿Que sabes tú de eso, como no sea con las tripas abiertas de par en par?

– ¿Conoces al Rituales?

             Luciano asiente, lo conoce, antes de cualquier faena, reza y hace rezar a los suyos como si fueran cómicos sacerdotes de una religión que más que dar la vida, la quita.

-Pues que el otro día, estaba en un reservado, en lo de la Carlota, y lo que pasa, aunque no quieras, que me quedé con la oreja pegada, que era interesante lo que decían, -sonríe con la mínima cara que tiene, él, quizás le pidió a dios cuerpo, pero de seguro que no se lo dieron, es una birria de persona.

– ¿Y qué es lo que oíste que vienes aquí, que no es lo tuyo, a decírmelo?

-Es algo importante, Garri, -sonríe de nuevo-, algo que espero….

-Sabes que no tengo alma, pero se pagar lo que me interesa, si es bueno, cobrarás, si es mentira, más, pero de lo que no es bueno.

-Lo sé, lo sé.

-Pues suelta, coño, que me vas a tener la mañana como un niño tonto.

-Sí, -más restregar de manos-, que el Rituales, hablaba con los suyos, de que le han encargado el secuestro de una niña, de la hija del que llaman San Luis, que decían que era médico, que había que tener cuidado, que era llevarla hasta un país de afuera, para quitarla de en medio, vamos, lo que viene siendo el secuestro de una niña.

             Ladilla mira a Garri, que no ha variado la expresión de la cara.

– ¿Sabes cuándo será?

-Tiene que estar en ese país, dentro de ocho días, así que imagina, oír que día era, no, pero con saber que son ocho días…

-Sí, no hace falta ser muy listo, que será de aquí, a dentro de un rato.

– ¿Es bueno lo que te he dicho?

             Garri asiente de nuevo.

– ¿Quien estaba con el Rituales?

-Dos de los suyos, Poyaque y el Manolillo, otro más, pero que no conozco.

-Esos son los más duros que tiene, gente de pistola, no de navaja, son buenos los hijos de puta, no se han rozado conmigo, que saben que me quedo con el pellejo, pero, -sonríe, con su malvada sonrisa-, quizás ha llegado el momento, -mira a Ladilla-, ¿dijeron algo de quien es el que paga?

             Ladilla asiente.

-Pues dímelo, coño, ¿te tengo que rajar para que salga?, -se está empezando a enfadar.

-Sí, dijeron que era el que los sacaba del trullo.

             Garri sonríe más ampliamente, es como si le hubieran dado la solución a un mapa que estaba seguro donde terminaba, y se pregunta, él, que es malo, como puede haber gente peor que él, que parezca que no son malos, y suspira, él no es tan inteligente, pero si sabe de lo suyo.

             Junta unos billetes de cien euros, las cosas van bien, lo que es respeto, al final se transforma en dinero, se lo alarga a Ladilla, que lo coge con las manos como garfios, sonríe.

-Ladilla, si sabes más…

-Como un cohete, -nueva sonrisa-, como un cohete.

-Piérdete, que tengo cosas que hacer.

             Ladilla asiente, dos segundos después no queda ni el olor, que no es poco, del que tiene un nombre apropiado a su carácter.

             Luciano levanta el móvil.

-Momi.

-Sí, jefe, ¿qué pasa?

-Te voy a dar un nombre, una dirección, tú lo conoces, pero lo que quiero, es que ya, sin dormir, sin cagar si es necesario, dos días pegado, tu o de confianza, que te lo juegas por lo militar, hasta cuando hecha un quiqui, por lo que veas, por lo que te cuenten, sin levantar la liebre, que sabes cómo se hace, santos y milagros, ¿lo tienes?

-Cogido del cuello.

-Ahí va, el nombre, la dirección, -se la dice.

-Joder, ¿es para algo bueno o malo?

– ¿Que te importa?

-Es que le tengo querencia.

– ¿De querer cornar?

-Sí, jefe de empitonarlo y que salga por el otro lado.

-Pues eso, que vas a disfrutar.

-Me alegro de que no sea para alegrarlo.

-Déjate de historias, no me jodas.

             El teléfono se desconecta, se queda con él en la mano, mientras mira afuera, el día es esplendoroso, de los de salir a caminar, a dar vueltas con una mujer, de joder en el campo, sonríe con tristeza, pero se ha convertido, como los siguientes, en días de cacería, donde puedes hacer muchas cosas, solo una no puedes, que es dejar que se escape la pieza a cobrar; deja el teléfono en la mesa, levanta la mano, dos segundos después un sol y sombra esta frente a él, cae de un trago, otro más, está acostumbrado, el hígado no lo tocó el último asunto, y es como un cojín de los grandes, unas cuantas copas no le harán nada, solo que el día transcurrirá como si fuera de pago, suspira, si, como si fuera de pago.

110 COSAS DE MÉDICOS

Visi sabe que lo que le pasa no es bueno, y sabiendo que Luis está en un hospital, ella al público, pero no al de la ciudad, al de uno de los pueblos limítrofes, donde está empadronada, no Paloma, que nació en la ciudad, ella sí, cosas de la desidia, de no ponerse mala nunca, de tener la genética del campo, de la fuerza, del que se pone malo que se muera, que antes, mejor morir que gastar cuartos para el médico, eso es así, y los genes no cambian en un rato.

             La habitación blanca, la mesa blanca, todo bien, sino fuera porque el edificio es antiguo, y tiene las esquineras con humedad, de la vieja, de la que tiene dermatosis de porquería, que lo de ser de pueblo, no es de gastar dineros, sino de seguir funcionando, lavando la cara un ratillo, para seguir tirando, que tampoco la clientela es demasiado mirada con el aspecto del animal, si lleva el arado al paso.

-Visitación, la cosa es grave, ¿de verdad no tiene a nadie a quién acudir?

             Visitación niega con la cabeza.

-Una hija, estudia en Madrid, Medicina, -sonríe mientras miente-, está la cosa como para molestarla, que tiene buenas notas.

-Pero ahora está con vacaciones.

-Ella nunca tiene, aprovecha la oportunidad, está terminando…, o casi, así que estudia para la residencia.

– ¿El MIR?

             Visitación asiente.

-A pesar de todo, la enfermedad…

-El cáncer.

-Sí, eso, el cáncer.

-Lo que les cuesta hablar de eso, a fin de cuentas, ustedes no lo tienen, lo tenemos los pacientes.

-Sí, pero algunos pacientes no les gusta, intentamos…

-No me importa, ¿cuánto me queda?

-Poco, un mes, semanas, ha durado mucho más de lo que daban las previsiones, en fin, ¿cómo son los dolores?

-Terribles, pero las pastillas ayudan, -sonríe con pena-, estoy acostumbrada al dolor, a estar sin fuerzas menos, pero hago el paripé y todo perfecto.

-No puede trabajar como está.

– ¿No puedo o no debo?, como se nota que es funcionario, si fuera autónomo, le aseguro que podía fregar sin manos, correr sin piernas, la fuerza que da el no saber si ese mes comes.

             El doctor la mira con pena, es de las mujeres que no saben nada de feminismo, de empoderamientos, pero es la fuerte, la que parió a los grandes hombres, que también morirán como ella, sin quejarse, dándolo todo, su madre era así, se lo recuerda, suspira, nada puede hacer, rellena una receta.

-Es lo más fuerte que hay, no se la enseñe a nadie, es droga, de la de la calle, -sonríe con pena-, no sentirá nada, no obstante, venga si no puede soportar el dolor, no sé qué decirle, pero es su voluntad, ha firmado el papel, -se encoge de hombros.

-Usted ha hecho todo lo que ha podido, -sonríe-, le coge una mano, es usted buena gente, me ha ayudado a morir, que también llega, y cuando se está solo, sin nadie que acompañe…, -sonríe, más bien una mueca-, ya sabe.

             El medico asiente, Visi se levanta y se marcha, con las pocas fuerzas que le quedan, sabe que de un mes nada, le echa todos los cojones que tiene solo para levantarse, el viaje de apenas veinte kilómetros en un moderno autobús, una epopeya, ¿un mes…?, no, días, pero callada que está más mona, que la niña, siga, pero, ¿después?, y el cuello se le cierra, que será de ella, sabe que…

             Para cerca de la casa, camina despacio por la calle, ve la iglesia, que lejos está, y mueve el cuerpo que se queja constantemente, como una niña pequeña, y huele el olor de la muerte en ella, pero no es miedo, es quejarse, como decir con lo que he sido, y mírame, hediendo a muerta, a mí que no me ha dolido nunca nada, que me he lavado cuando se te congelaba lo que la fría agua tocaba, suspira, se para unos segundos, quizás algo más, que no puede con el enteco cuerpo que se le está anquilosando, que siempre fue delgada, pero porque se contenía, ahora no hace falta, no hay control, no hay ganas, come por comer, porque es necesario, se lo quita de cabeza, el último esfuerzo.

             La sacristía, llama, un sonido que no logra interpretar, pero que supone que es un “pase” de los de toda la vida, entra, allí el moreno sacerdote que le sonríe con esa cara que, si no hubiera tanta luz, podría parecer la de alguien que da miedo, del bueno, del de pago.

-Con su permiso, padre, que estoy medio muerta.

-Siéntese, Visitación, -sonríe-, que alegría, usted que no viene por aquí nunca.

-Las cosas de un padre republicano, al que colgaron debajo de un almezo, mientras que los que tiraban de la cuerda rezaban, -una triste sonrisa-, ya sabe, que no se le coge cariño.

-Pues Paloma…

-Déjalo cura, -la cara le cambia a dura-, déjalo, Paloma es una alegría, la bendición, que ese que adoras, me dio.

-Sí, supongo, -la mira, más bien la estudia durante unos segundos-, vamos a dejarnos de historias, Visitación, ¿qué te pasa, que quieres?, que vienes a agachar la cabeza a donde no has ido nunca.

             Visitación sonríe.

-Eres cura, pero también de los que las han visto canutas, sabes que el de arriba tiene tarea, mil de cal, una de arena…, con algo bueno, rodeado de maldad, siempre es así, ¿lo sabes?

-Sí, supongo que el de arriba de vez en cuando tira demasiado de la cuerda.

-Y los que estamos con ella al cuello, se nos estiraza hasta que sacamos la lengua.

-Sí, supongo, ¿qué quieres decir?

-A mí la lengua me llega ya a los zapatos, me queda poco de estar en este moridero.

-Explícate mejor.

-Cáncer, pero ya no en etapas, metástasis, de la buena, de la que no se sale, de la que pasó hace tanto tiempo que no se explican cómo estoy viva, yo no lo sé, lo único que sé ahora, es que me ha llegado la hora, sin duda, mi cuerpo, que conozco desde siempre, me dice que me quedan días, -respira con dificultades-, el autobús me ha dejado a cincuenta metros, ha sido una subida a una montaña muy alta.

             Eusebio la mira, sin saber que decir.

-Lo siento, ¿qué quieres?, supongo que no has venido a decírselo a un cura, que no somos de tu agrado.

-Sabes que nunca he interferido con Paloma, no me hacía gracia que estuviera aquí, rodeada de cuervos, -sonríe-, pero, el caso, la habéis tratado bien, le conseguiste lo del médico, o yo, ¿qué más da?, el caso es que continúa con una carrera imparable hacia el mejor lugar al sol, salvo que me voy, que no podré estar como el halcón en la rama, vigilándola, que se quedará sola, que no está criada del todo, que de buena es tonta, -levanta la cabeza mira al cura con mirada aviesa-, ¿sigo contándote?

             El cura niega con la cabeza.

– ¿Qué quieres que haga?

-Por supuesto, que no la dejes sola, que la ayudes, pero eso no evitará que con lo guapa que es, en un lugar de ricos, intenten seducirla, tirarla al barro, sabes cómo funciona la vida.

-Por desgracia Visi, la conozco.

-Por eso te pido, que ayudes, que hagas que se case con Luis, con San Luis, está enamorada de él como si fuera lo que es, una niña, él es mayor, con la cabeza sensata, con una muerta en ella, pero la juventud de Paloma lo volverá como un calcetín, ¿cómo lo ves?

             El cura asiente.

-Por mí, perfecto, se lo dije hace ya tiempo, pero piensa que es viudo, viejo, cansado…, ¿qué puedo hacer?

-No lo sé, cura, no lo sé, pero ayúdala, no la dejes sola.

-No, nunca, mientras yo pueda, lo estará.

– ¿Y si te marchas de aquí, que sucederá?

-Tienes razón, no puedo llevármela, ¿qué hago?

-Que se case, júrame que harás todo lo posible porque se case con el médico.

-No puedo jurarte eso.

-Si puedes, que no quieres también, ¿no tienes cojones?, Cura, que me parece que mataste al diablo más que lo abandonaste.

             Eusebio la mira, es la cara que tenía cuando mandaba en los hombres, cuando las bromas costaban sangre, cuando hablar más alto, era ganas de tener la última palabra, y la mujer, la que se muere, con la fuerza de los que no quieren dejar nada atrás habla, más bien grita, suspira.

-Sí, se casará con el médico, se casará.

-Y si no se casa…

             Eusebio mueve la cabeza.

-No aprietes más…

             Visitación se ríe.

-Mira que me gusta veros sufrir como el papel sellado, no pasaría nada, si lo has intentado todo y no has podido, no pasa nada, cuervo.

             Eusebio sonríe, después mira al que está clavado en la cruz que parece levantar la cabeza sacar un brazo y recriminarle por prometer lo que no debe, cuando recoge el brazo, ve como sonríe, respira fuerte, lo que haya de ser, será, pero con un empujoncito…

111 ÚLTIMAS VOLUNTADES

-Dime madre, te veo cansada.

             Visi la mira, sonríe con las pocas fuerzas que tiene.

-Cariño, no estoy bien, es más, estoy en las últimas.

             Paloma sonríe, su madre tiene un humor negro que algunas veces le dan ganas de matarla.

-Sí, hasta Luis me ha dicho que lo tienes abandonado, que si ha hecho algo.

             Visi intenta sonreír, pero no puede.

-Que buena gente es, ¿cómo vas con él?

– ¿Qué quieres decir?

– ¿Te hace caso como mujer?

-No el que yo quisiera, pero…

– ¿Y la niña?

             Paloma sonríe.

-Una pedorra, mamá, pero adorable, dentro de que es un escorpión de los malos, sí, me cae bien.

-Me alegro, el caso, es que no estoy bien.

– ¿Llamo al médico?

-No, tengo a la mejor del mundo, -le aprieta las manos-, pero creo que tengo que hablar contigo.

– ¿De qué?

– ¿Y si me voy?

– ¿Adónde, madre?

-Mira que eres tonta, que si me muero.

-Cállate, que tienes ese humor que te mataba.

-No es broma.

-Pues me voy a la última planta y me tiro.

-Dos veces, bonita, que la altura…, en serio.

-No quiero pensar en eso.

-Por favor, hazme ese favor.

-No sé, depende de Luis, si me sigue pagando la carrera, que no sé, no quiero abusar.

-Abusa, abusa, cuando ejerzas, le pagas el doble, pero termina.

-No sé si podré, se me cae la cara de vergüenza.

– ¿Y de que esta colada por él, sigues así?

             Paloma siente.

-Pues a por él.

-No pienso hacer la guarra.

-No he dicho eso, -le da una torta en el brazo que ni suena-, no tiene fuerza.

– ¿Qué quieres que haga?

-Que te cases con él.

-Me lo tendrá que pedir, -una sonrisa de compromiso-, qué más quisiera.

– ¿Si te lo pide?

-Me muero de felicidad.

-Pues prométeme, que, si te lo pide, aceptarás.

– ¿Que sabes, madre, que yo no sé?

-No sé nada, salvo que la vida…

             Visi cierra los ojos.

-Madre, -Paloma la zamarrea, algo no va bien, es casi médica, pero no, es su madre, no está enferma, nunca lo está-, madre, -continua, le coloca dos dedos en la carótida, nada, es imposible, los dedos en la nariz, como hace mil años, menos, le falta el espejo, pero no es necesario, sabe que se ha muerto.

             Sin saber porque, sin darse cuenta, toma el teléfono, llama, no sabe ni que lo tiene en la mano.

– ¿Luis?

-Dime, guapa, ¿qué quieres?

– ¿Puedes venir?

– ¿Adonde?

-A casa, mi madre ha muerto, no sé qué hacer.

-Tranquila, guapa, tranquila, ahora mismo voy.

             Está en su casa, acaba de llegar, entra en el dormitorio de Nieves.

-Niña, la madre de Paloma acaba de morir, pide comida si tienes hambre, no le abras a nadie…

– ¿De verdad…?

-Sí, cariño, sí.

-No la dejes sola, es demasiado buena, que no se rompa.

             Luis asiente y sale disparado.

             La puerta está abierta, entra, en el sofá, una Paloma que en silencio llora, las lágrimas le caen por la cara, no se mueve, solo tiene las manos cogidas de la madre, que está a su lado, que, salvo el color, parece que duerme plácidamente.

             Luis la toma de los hombros, la levanta, la deja en el sillón de una plaza, la chica solo lo mira.

-Luis, estoy sola, sola.

-No, no estás sola, no te preocupes.

             Toma el teléfono y llama a una ambulancia con médico, indicándoles que es un fallecimiento, quiere que emitan el certificado allí, no más historias, conoce el paño.

             Diez minutos con las manos de Paloma cogidas, que descansa la cabeza en su pecho, pero que no habla, solo llora.

             Médicos, sanitarios, certificar, ponen distancia, es una barriada humilde, ellos van allí como salvadores, hasta que Luis los pone en su sitio, después, todo miel sobre hojuelas.

             Luis levanta a Paloma cuando, todos se han ido.

-Dúchate, ponte ropa oscura.

– ¿Por qué?, no es importante.

-Hazme caso, vamos al tanatorio, después las misas, después, ya sabes…

-No, no sé.

-Yo, si, lávate a conciencia, no sabes cuándo tendrás otra ducha, te refrescará, quedan días duros.

             Paloma lo coge de las manos, los ojos que lo miran son grandes, tan grandes que parece que no le cogen en la cara.

-No me dejes sola.

             Luis niega.

-Me tendrían que matar.

             Paloma se abraza a él, es un largo instante, después se mete en su cuarto, Luis abre la ventana, se sienta en el sillón, enciende un cigarro.

             Paloma sale, a pesar de la oscuridad de sus ropas, refulge como una moneda de oro, se da cuenta, de que no es indiferente, la chica lo coge de las manos.

– ¿Dónde vamos?, Luis.

-Al tanatorio, hay que arreglar papeles.

-No sé…, sí, lo haré.

– No es necesario, lo haré yo.

             Paloma va a uno de los cajones saca, unos papeles.

-El seguro de defunción, como lo he odiado toda la vida, pero aquí está.

– ¿Enterramiento o cremación?

-Lo último, al final se convenció, -no puede contenerse, llora como si se estuviera muriendo, Luis la agarra, se echa sobre su pecho, un buen rato hasta que se recupera.

             Amanece, Luis permanece a su lado, Paloma se encoge sobre él, que no se mueve.

– ¿Que va a ser de mí?, Luis.

-No te preocupes, no pasará nada, cuidaré de ti.

             Continúa llorando.

– ¿No tienes familia?

-Supongo que sí, pero nunca la he conocido, mi madre no tenía hermanos, mi padre, fue repudiado por la familia, que es del norte, ¿qué quieres que le haga?, más sola que la una.

-No, nos tienes a nosotros, a Nieves y a mí, verás lo que tarda el mico en llegar.

-Pues que no se quede, que esto no es para una niña.

– ¿Y qué hace?, está de vacaciones.

             Paloma lo mira, es la imagen de una dolorosa de refulgentes ojos verdes.

-No lo sé, pero esto, -mira alrededor-, es un lugar de dolor, no sé para qué hemos cogido esta habitación, no vendrá nadie.

-Vamos a desayunar, te hace falta, después, todo será más duro.

-No creo, -intenta sonreír-, casi nadie vendrá.

-No lo sabes, a desayunar.

             Luis la arrastra hasta la cafetería que está abriendo sus puertas, conoce el movimiento de la muerte, ya lo ha vivido, y salvo excepciones no ha variado con el tiempo, no como el resto de la sociedad, suspira, si, la vida cambia, la muerte tiende a continuar igual.

             Luis mira la cama de Nieves, allí descansa la chica acurrucada en su hija, que es más pequeña, pero da igual, el caso es que descansa, sale a la terraza, fuma como un descosido, ha sido duro, por suerte para los recuerdos de Paloma fueron muchos de sus compañeros, de sus amigos, de gente del barrio, lo suficiente como para hacerle pensar que era alguien valorada, en el entierro, unos faltaron, otros se añadieron, bien, suficiente, más que eso, el caso es que puede dormir, aun sabiendo, mejor dicho, si saber que será de su futuro, mientras que Luis echa volutas de humo, sintiendo que su cabeza parece un remolino.

112 CONVERSACIONES EN MEDIO DE LA NOCHE

Luis mira por el ventanal, apenas son las cuatro de la mañana, ni dos horas ha aguantado en la cama, cogió el sueño a pesar del tinitus, de que lo vuelve loco, pero apenas unas horas después, pocas, los ojos como platos, más tarde, una manzana, nunca fuma con el estómago vacío, así que después de comerla, el cigarro, el sempiterno cigarro, signo de que es de carácter flojo, o que… ¿Qué más da?, el caso es que allí está, viendo como la noche lo tapa todo, incluso las farolas que quieren llevarle la contraria.

– ¿Puedo acompañarte?

             No se vuelve, sabe que es Paloma.

– ¿Qué haces que no estás dormida?

-Como tú, supongo, ¿me das un cigarro?

-No, no te lo doy, ¿quieres un vaso de leche?

             Luis mira a la muchacha, incluso recién levantada es guapa, más bien se le cae la cara de guapa.

             Ve como asiente. Un momento después tiene el vaso en la mano.

– ¿Qué te pasa, Paloma?

             La chica se encoge de hombros.

– ¿La cama que es pequeña y mi hija no te deja dormir?

-No, no es eso, bendita Nieves que me deja que esté con ella.

-Sí, Paloma, no es por decir nada, pero en casa de un viudo…

             Paloma sonríe.

– ¿Con el peligro que tienes?

             Luis sonríe, sabe cómo decir las cosas sin ofender.

-Eso lo sabes tú, pero el que lo vea desde afuera…

-Pues que mire lo que quiera, me da igual.

-Eres joven, no tienes por qué echarte la fama que la maldad de la gente…

– ¿Me vas a echar de tu casa?

-No seas ridícula, no por mí, -sonríe Luis-, ¿tú has visto la mala leche que tiene mi hija?

-Es un caramelo, incomprendido, con una boca que ahí se queda, que gracias a dios está cambiando sus hábitos de higiene, que está volviendo a ser una gran estudiante, ¿qué más quieres?

             Luis sonríe, le da una calada al cigarro.

– ¿Sigues con el tinitus?

             Luis asiente.

-Sí, es mi condena, salió porque le dio la gana, moriré con él, la ciencia avanza, el tinitus se lo pasa todo por el arco del triunfo, pero eso no es importante, ¿qué vas a hacer con tu vida?, Paloma.

-No sé, es que…

-Por supuesto, -corta Luis, que se imagina que va a decir-, cuenta con el dinero que tienes asignado.

-No quiero aprovecharme…

-No me jodas, perdona, ya sabes de dónde le viene a mi hija la boca que tiene, el caso, que termines la carrera, después en el MIR coges pasta, haces lo que te dé la gana, mi casa tiene las puertas abiertas si necesitas algo, ¿lo tienes claro?

             Paloma asiente.

– ¿Crees que aprobaré el MIR?

-Si no aflojas, sí.

– ¿Y si me toca lejos, si no puedo llegar a quedarme aquí?

-Pues nada, alquilas un piso cerca de donde te toque, te ayudaré, después la mejor cirujana, y a devolver la pasta con intereses, me dedicaré a vivir de las rentas.

             Paloma lo mira.

– ¿Cómo te lo podré agradecer…?

-Salva tantas vidas como puedas, eso se lo debemos a los demás, si alguien estudia la carrera, que son la mayoría, para ser alguien, para ganar dinero, no son médicos, solo son…, ni sé que son, pero no seas de esos, todos los médicos somos unos imbéciles, no seas de esos, no seas dios, solo alguien que ayuda a los demás.

-Te lo juro.

-Vaya con los novios, que no dejáis dormir a nadie.

             Nieves se echa todo lo grande que es sobre Paloma.

-Mira que eres pegajosa, -le suelta Paloma.

-Lo que tú digas, pero no me dejes sola, me he acostumbrado a que estés conmigo, no me digas que te vas a una casa solitaria, fría, abandonada, que te he oído, teniéndome a mí, que digo los tacos más cariñosos al este de Cantarranas[1].

             Paloma sonríe, le coge la cara.

-Mi niña, que la voy a tener que matar un día, eso sí, con cariño.

– ¿Que hacéis despiertos?

             Nieves se despereza sin vergüenza ninguna.

-Tu padre que no puede dormir, yo que tampoco, ya sabes.

-No, no sé, no me lo expliques, me voy a la cama, dormid, aprovechad.

             Nieves se levanta, se marcha.

– ¿Que hará en esta vida?, Paloma.

-Lo que quiera, es inteligente, con carácter, si no se tuerce…

-Sí, pero yo no sé cómo hacerlo.

-Es más lista que tú, -le responde Paloma-, que yo, no te preocupes, ¿qué haces mañana?, quiero decir hoy, -señala la oscuridad de la noche.

-Operar, el nuevo equipo va bien, faltan cosas, pero ya sabes, la repetición es la llave de la maestría.

-Y que lo digas, pero aburre.

-Pues cuando tengas que tirar de un equipo, me lo cuentas, es difícil manejar a las personas.

-Pero, el alma de la operación eres tú.

             Luis enciende otro cigarro.

-Sí, lo que tú digas, pero ya sabes, o sabrás que puedo hacer lo que quiera, pero solo, no, -niega con la cabeza-, necesito a gente que me cubra, que este pendiente, que… -sonríe-, mil cosas, que al final son cuestión de práctica, y tú, -la mira-, ¿qué vas a hacer mañana?, -también señala la oscura ventana-, mejor dicho, hoy.

-No sé, iré a casa, limpiaré, tengo que empezar a quedarme allí.

– ¿Sola como la una?, no es necesario, ya sabes que Nieves te quiere con locura.

-Ya lo sé, pero de todas maneras sigo sola, -suspira-, mi pobre madre…

-Sí, más sola, pero no sola, estamos nosotros.

-Lo sé, pero…

-Sí, cuando los padres se van…

– ¿Una pregunta?

-Dime, -le responde Luis.

– ¿Quién te va a limpiar la casa?

-No lo sé, ya buscaré a alguien.

– ¿Te importa que me haga cargo?, aún no han empezado las clases, me gustaría, -miente-, por Nieves.

-No quiero aprovecharme…

– ¿De la que le pagas la carrera?, no me cuentes cuentos, Luis.

-Inténtalo, pero sin cargarte, no doy mucha faena, pero ya sabes, soy un poquito puerco.

– ¿Un poquito?, Luis.

-Es que me tengo cariño.

-Se nota.


[1] Arroyo de Córdoba.

113 UN ENCUENTRO CASUAL

Alfredo sale del club, ha sido una noche memorable, la chica un caramelito, si es menor de edad, a él le da igual, el no pide el carnet de identidad, sonríe, la vida que es una puerca, no debería, pero…, están tan apretadas, sobre todo cuando son menores, se siente de nuevo caliente, con lo viejo que es, y sonríe, se siente como el viejo macho que aún puede, pero se contiene, suspira, si, la noche es genial, unas buenas rayitas, una buena niña, unos buenos whiskeys y a casa como si no hubiera pasado nada, a aguantar al viejo loro que es su mujer.

-Lorenzo, ¿dónde está el coche?

             Mira por la campa, casi no hay ya vehículos, donde está, a la entrada, sí, pero el resto, con la llegada de la madrugada a desaparecido, y es extraño, Lorenzo es cumplidor, por lo que le paga, no tiene más remedio, suspira, como el gilipollas le joda la noche, lo capa.

– ¿Qué pasa?, señorito, -es una voz que no conoce.

             Alfredo se da la vuelta, es un tipo corpulento con un cigarro en la boca, con chulería, sonríe, conoce el paño, está cansado de sacar de la cárcel a gente como él, y más peligrosos que él, se ha equivocado de persona si lo que quiere es asustarlo, o sacarle la pasta, además, en el aparcamiento de un local de uno de sus mejores clientes, es que hay imbéciles en todos lados, sonríe.

– ¿Qué coño quieres, sabes quién soy?

-Sí, el puto Robledo, el abogado chorizo y sinvergüenza.

             La cara le cambia a Alfredo, ruega porque aparezca Lorenzo.

– ¿Buscas a tu niño?, -le pregunta el tipo con una sonrisa que da miedo.

             Alfredo no contesta.

-Momi, ¿qué ha pasado?

-Jefe, que el tipo ese, el que decía que protegía al puerco del abogado, que se seguía creyendo que de cerca una pistola vale más que una navaja, se lo he explicado, pero se le ha partido el corazón, -una sonrisa hueca-, si, ha sido eso, no se levanta, supongo que estará cansado, pues se va a poner perdido con la sangre que está soltando.

– ¿Qué queréis?, tengo mucho dinero, os puedo dar…

             Garri niega con la cabeza.

-No es eso, Alfredito, que no te enteras, que has metido la pata al final, mientras yo no he estado, has podido putear al matasanos como lo llamas, de la forma que has querido, pero he llegado yo, te he roto los juguetitos que mandaste a joder al médico, si, los rompí yo, pero sigues, ahora buscando gente para joder al médico, y a tu nieta, -Garri mueve la cabeza-, eso no está bien.

– ¿Qué quieres que te diga, que no lo haré?

-No, Alfredito, sé que lo harás, eres así, naciste alacrán, morirás lo mismo, así que sabes que es lo que hay que hacer contigo.

-Si me haces daño, muchos de los que ayudo…

-Eso no es problema, soy el Garri, mis asuntos son siempre de sangre, seguro que has oído hablar de mí, en mi negocio, se mata a los que me pagan por matar, porque han robado entre chorizos, porque quieren ir de listos…, mil cosas, pero cuando quieren algo bien hecho, soy yo el que lo hace, así que nadie quiere problemas con el Garri, contigo se puede salir de la cárcel, conmigo, no se sale nunca, ¿entiendes?

-Pero…

-No te preocupes, es rápido, Momi, los honores, -Garri saca una navaja enorme, la abre, se la entrega al que lo acompaña-, hazle los honores.

             El tal Momi, -su nombre real es Jerónimo, sonríe, su hermano se comió doce años en el talego por una acusación falsa que montó el abogado para quitarle una pena de dos años a uno de sus clientes, no lo resistió, la droga lo mató, así que sonríe, más cuando siente como la hoja se clava en el corazón, la cara de extrañeza, y la sapiencia de la muerte, no es una pelea por algo, donde se raja, la navaja es algo que, si se sabe utilizar, mata mejor que cualquier otra cosa, más la Bonita, la del jefe, cuidada como una virgen, que no lo es, que tiene más sangre encima que una batalla, que mil batallas, y disfruta al sentir como cala, sin oposición, a través de la ropa, de la carne, de todo, y entra hasta romperle el corazón, nota como se afloja, se separa, deja caer el cuerpo.

-Mira que es guarro lo de matar con cercanía, Momi, -le señala la ropa.

-Sí, jefe, pero cuando es personal, lo que se disfruta.

-Eso sí, ¿todo controlado?

-Sí, jefe.

-Termina, tengo que hacer un recado, a la mañana en lo de mi hermano.

– ¿La Bonita?

-Llévala, y cámbiate, que pareces un matarife.

-Llevo ropa en el coche.

-Pues eso.

             Luis entra en su despacho, otra noche de dormir, no mal, terriblemente, al final se acostumbrará o se morirá, ahora mismo con el cansancio, le da exactamente igual, además, el coche pega tirones, le ha costado arrancar, desde la bronca de las niñas, no pisa el taller de su hermano, no le apetece, es orgulloso, su hermano no lo llama, el tampoco, hay un par de talleres cerca, lo llevará a uno de ellos, al final, nada es importante ni esencial.

             Cuelga la cazadora en la percha, se deja caer en el sillón, como siempre, el día que se rompa, se mata, pero no piensa cambiar, un salto, alguien enfrente de él, el susto aminora, aunque no demasiado, conoce al que tiene enfrente.

-Buenas noches. Luis.

– ¿Qué quieres?, Garri.

– ¿Ya no soy Luciano?

-No, eso se fue hace tanto tiempo.

-Sí, el día que maté a tu mujer.

             La cara de Luis cambia.

-Sí, lo pagué, ocho años, menos por buena conducta, ya sabes, los chorizos, que somos listos para todo lo malo, hasta para no cumplir, pero el caso no es ese.

-Si te crees que estás perdonado porque me salvaste el otro día…

             Garri niega con la cabeza.

-No, sé que no tengo perdón, sé que no fue mi intención, venían a por mí, era joven, inexperto, me volví loco, cogí el coche, salí a lo que daba, que era mucho, tu mujer iba al trabajo, muerta, al instante, como si hubiera querido, pero no fue así, lo cierto es que murió, que te dejó viudo, pero lo peor, es que dejó sin madre a tu hija, y más, a ti destruido, a tu hija en manos de unos auténticos hijos de la gran puta, si lo hubiera sabido…, -respira fuerte-, pero eso no sirve de nada.

– ¿Qué quieres?

-Nada, solo explicarte lo que ha pasado.

-No me interesa, lárgate.

-No, te interesa, -su sonrisa que da miedo, y mucho.

-Pues habla, que me está ensuciando el despacho tu presencia.

             Garri asiente con la cabeza.

-Bien, te explico, la vez que paré a los que iban a por ti, no es la única, antes también te libré de otra, la de nuestra amiga Inma, la del barrio, ya sabes, quería que te rompieran algo, las manos no, su marido, que no querías operarlo, y sabes, eso es algo que deberme, pero lo más importante ha sucedido esta noche.

– ¿Alguien que quería hacerme daño?

-Cómo eres, Luis, no te das cuenta de que todo está lleno de gente malvada, de gente como yo, que, por un dinero, por un querer, te cambia la vida en un segundo, ¿a quién se le ocurre joder a un puerco como tu suegro?, que tiene las manos en la mierda, que sabe de lo peor de lo peor de esta jodida ciudad.

– ¿Que quiere, matarme?

-Sí, supongo, pero no de un navajazo, había contratado gente para que secuestraran a tu hija, que la llevaran a un internado en Suiza, mientras te enterabas o no, podías traerla o no, un par de años, lo suficiente como para que fuera una mayor de edad, amargada, sola, es un auténtico hijo de puta, quero decir, -una nueva sonrisa-, era.

– ¿Qué le has hecho?

-Lo que tú no tendrías estómago, ni aun por tu hija, perro muerto no muerde.

– ¿Lo has matado?

             Garri asiente.

-Sé que no podré estar en paz contigo nunca, pero digamos que algo he adelantado, más que nada por mi madre, yo no tengo alma casi, duermo bien, siempre que mato a alguien, pero tu apareces de vez en cuando, tu mujer también, así que espero que me dejéis tranquilo, y cuidado, estás, estamos rodeados de la compañía de las sombras, de gente como yo, que camina a tu lado, al lado de los que se creen seguros, y todo lo que tienen, desaparece en un segundo, según nuestra voluntad, recuérdalo, me marcho, no me importa lo que pienses, soy un asesino, lo sé, pero a ti te he hecho un favor que nunca sabrás lo importante que ha sido.

             Luis ve como Luciano Garrido, el Garri, uno de los asesinos de asesinos sale por la puerta, piensa, si ha matado a su suegro, se encoge instintivamente de hombros, que así sea, él no ha ordenado nada, pero su vida es ahora un poco más segura, y la de su hija; sí, es cierto que se enterará, enciende un cigarro, si saltan los detectores de humo, le da igual, abre la ventana, es una planta altísima, el aire entra a presión casi, si, el día se ha vuelto más luminoso, un puerco se ha ido, sonríe, y piensa que es malvado, aunque sabe que solo es humano.

             Momi espera en la puerta de talleres Garrido, la fragua del hermano del Garri, lo ve llegar, como se baja del coche.

– ¿Está abierto, ha llegado mi hermano?

             Momi asiente, entran.

-Hola Luciano, -es su hermano Federico-, ¿qué te trae por aquí?

             No son cariñosos, ni cercanos, solo que salieron del mismo sitio, con carácteres parecidos, tan solo que la vida los llevó por derroteros diferentes.

-Dame la Bonita, Momi.

             El hombre le da la larga navaja.

-Fede, quémala, que tiene historia.

– ¿Fundirla?, -responde mientras la coge.

-Eso mismo, que tiene ADN de un puñado de hijos de puta.

-Es una pena.

-Hazlo, ¿algún problema?

-Ninguno.

-Traemos ropa…

-Lo mismo, dile al Momi que lo eche en el fogón, ahí se funde todo, es carbón, echará humo, tan temprano nadie se dará cuenta, y con el acero de la navaja, te haré otra.

-Sí, pero con otra forma, que la forma de la que estás fundiendo, aparece en la mitad de las comisarías.

– ¿Cuándo vas a parar?, -le pregunta su hermano.

-Cuando me enseñen a hacer otra cosa.

             Federico sonríe, le cae bien su hermano, hace lo que le sale de los huevos, y eso es importante.

-Pues si no quieres más, lárgate, que no quiero que esto huela a madera.

-Ni yo, cuídate.

             Federico mira cómo se marcha, le da al fuelle, tiene que fundir, lo hará ahora, no le gusta tener algo que tiene más historia que…

114 DESPEDIDA Y CIERRE

Luis toma café en el centro, a su lado, Nieves que hace lo propio con chocolate, y dos platos de churros, no tiene conocimiento con ellos, se está poniendo de morirse.

– ¿No sientes pena por el abuelo?

             Nieves para de comer, lo mira.

– ¿Es en serio?, ¿después de lo que me he enterado que hizo y porque lo hizo?

-No, supongo que no.

-Además, ¿has visto como me ha mirado la abuela?, la vez que lo ha hecho, -sonríe, – que puerca, que se muera, y mi tío, y mis primos…

-No seas así.

-Me han tratado siempre como si fuera una desgraciada, una recogida, no se acercaban a mí, ni para pegarme, que hijos de p…

-Déjalo, que te subes y te cuesta bajar, como a tu madre.

-Bendita sea, -continúa comiendo churros.

             Luis mira la iglesia de San Hipólito, el ultimo parecer de su suegro, una de las iglesias más antiguas de la ciudad, donde yacen enterrados reyes de España, ¿qué más hubiera podido pedir?

-Por cierto, -para Nieves mientras se limpia la boca sucia de chocolate y aceite de los churros, ¿qué pasa con Paloma?

– ¿Qué quieres que pase?

-Desde luego, o eres tonto, o muy listo.

– ¿Qué quieres decirme?, Nieves.

-Sola, abandonada en el quicio o tanta desgracia es vicio, buena gente, guapa, preciosa, diría, cristiana, te quiere como loca, y tú con la cara de no enterarse de nada.

– ¿Qué quieres que haga?

– ¿Te gusta?

             Luis para unos segundos, asiente con la cabeza.

-Claro.

-Pues, ¿qué haces que no le atacas?

-Que, ¿qué la meta en la vida de un viejo aburrido?

-Al que tiene en un pedestal.

-Sí, pero, ¿y tu madre?

-Deja a la pobre, que está muerta.

-Si tienes razón, pero…

-Mira que tienes excusas, la siguiente es que me tienes a mí, puesta como impedimento.

             Luis la mira asintiendo.

-No digas tonterías, me gustaría que terminara de criarme, así la criaría también a ella, impidiendo que el sátiro de mi padre fuera a por ella…

-No seas así, sabes que…

-Eres un hombre, nada de novia, que te conozco, anillo, de los de pasta.

– ¿Estás loca, casarnos?

             Nieves asiente con la cabeza.

             Luis calla.

-Ya no es tan extraño, verdad, Anciano, una tía como ella, lista, médico ya mismo, que te ama con locura, que te puede dar la vida que te falta, una madre a mí, ¿qué fallo tiene, que no seas tú?

-Sí, supongo que sí.

– ¿Que vas a hacer, indeciso padre?

-No sé.

-Pues cuando lo pienses, se puede haber convertido en imposible, piénsalo bien, pero no mucho tiempo, ¿puedo pedir más churros?

-Sí, polilla, que eres una polilla.

             Luis se queda pensativo, mientras enciende el cigarro, que aun siendo temprano, no sabe qué número hace, además de que le da igual.

             Nieves se ha quedado en casa estudiando, empieza en una semana, se lo toma en serio, como Paloma, que está en la biblioteca de la facultad, y él está en lo de Conchi, no hay casi nadie, es de los últimos coletazos de un buen tiempo que termina como todo, y deja paso al mal tiempo, no solo atmosférico, sino al del trabajo a destajo, de los problemas, de las peticiones, de los días interminables…, lo de siempre, así que…, y le cuesta trabajo.

             Ve la figura de Paloma, nota como las pulsaciones se disparan, y piensa como puede ser así, se enfrenta a una operación de las complicadas, sin que el pulso se le altere, pero hoy…

– ¿Me puedo sentar?, -le pide con una sonrisa.

             Serio, Luis le señala la silla de al lado.

-Que serio estás, ¿pasa algo malo?

-No, no es eso, quería hablar contigo.

– ¿Ha pasado algo malo?

-No, mujer, no.

-Es que con esa cara…

-No tengo otra, Paloma.

-Pues dime.

-El caso, es que quería hablar contigo…

-Ya lo has dicho.

– ¿Puedes no interrumpirme?

-Tienes razón, continúa.

-El caso, es que llevo dándole vueltas a la cabeza, sobre ti, sobre nosotros, -la cara de Paloma se pone colorada como si tuviera calentura-, el caso, es que sabes que soy un viudo con su mujer muerta rondando en la cabeza, con una hija que tiene tarea, serio, amargado, cansado, demasiado cuadriculado, con el tiempo justo para poder prestarle atención a alguien como tú, pero me gustaría, que…

-No sigas, si solo es lástima, porque…

-No seas tonta, si no me gustaras, no me movería, creo que conoces lo que me cuesta cambiar mi vida, pero te veo, y quiero cambiarla, no sé cómo será el futuro, sé de la sombra de mi mujer, no te lo voy a ocultar, lo ogro que soy, pero sí, me gustas.

             Paloma agacha la cabeza.

– ¿Y eso quiere decir?

-Levanta la cabeza.

             Paloma lo hace, Luis tiene en la mano un anillo en el que la piedra es enorme, no entiende, pero lo sabe, como si lo llevara en los genes.

– ¿Te quieres casar conmigo?

             Paloma se levanta, Luis se sorprende, cree que ha perdido, pero Paloma se coloca de rodillas, paralelo a él, y le coge la cabeza con las manos, lo besa, le aprieta tanto que siente el sabor de la sangre, pero le da igual, es calor humano, certeza de que lo acompañará, si, la tarde se ha puesto perfecta.

             Paloma retira la cabeza, le pone la mano, Luis le coloca el anillo.

– ¿Cuando?

-Cuando quieras.

-Lo más rápido posible.

-No hay prisa, Paloma.

-Para ti, quizás, yo soy una mujer, quiero, ya sabes, -sonríe-, te deseo.

-Qué mala eres, -sonríe Luis, que siente como el hombre que lleva dentro de enerva-, si, supongo que tendremos que casarnos rápido, ¿cómo se lo decimos a Nieves?

-Ya lo sabe, vio el anillo ayer, me llamó por teléfono, solo esperaba que no fuera para otra o un regalo de amistad o lo que fuera, -se mira el anillo-, señora de Monforte.

-Sí, de San Luis.

-Gracias.

– ¿Por qué, Paloma?

-Si no te conociera, con la muerte de mi madre me hubiera quedado sola, sin ti, -le aprieta la mano-, no sé, no quiero saber.

-Pues olvídalo, ya sabes, me sigues debiendo lo que te he dado de la carrera.

-Sí, que te voy a sacar hasta los higadillos.

-Tú no eres así.

-Pero Nieves sí, tenemos un acuerdo de comisiones del dinero que te saque.

-No me extraña lo más mínimo, -Luis mira alrededor, todo se ha ido llenado de gente, Paloma levanta las manos y con los dedos de una mano, señala el anillo en la otra, sonríe, algunos aplauden.

FIN

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