Te veo en la esquina mientras te espero,
Esperando dejarte aunque no quiero.
Te amo más que a la vida entera,
Más que al futuro, más que a la primavera.
Pero no puedo ofrecerte nada,
Tú naciste en cuna de plata,
Yo apenas me quito la herrumbre,
Tú eres tranquila, yo una incertidumbre.
Amas la paz, yo la batalla,
Qué vida te daría, solo metralla.
Nada tengo, solo fuerza desatada,
De quien no teme la senda desgastada,
Ni la altura del enemigo fiero,
Soy loco, el que ven con recelo,
El que nadie se atreve a enfrentar,
El que todo lo puede desafiar.
Pero tiemblo como hoja en el viento,
Sabiendo que dejarte es tormento.
¿Qué puedo darte, si soy desmedido?
Mis libros, mi poesía y mi destino herido.
Tendrás que quedarte erguida,
Sin agachar ni ceder en la vida.
Hay un precio que no quiero que pagues,
Maldigo el orgullo que no apagues.
Por ti, quisiera ser otro hombre,
Sereno y callado, de sonrisa pobre,
Pero, mi amor, no puedo cambiar,
Este espíritu que no se quiere domar.
Te acercas con tu dulce sonrisa,
Mi corazón al instante se avisa.
¿Dónde quedó aquel sin miedo?
Tus ojos verdes, caídos del cielo,
Tus labios dibujados con esmero,
Y tu rostro, como el más bello lucero.
Antes de poder hablar o decir,
Me miras con tristeza, sin reír.
Agachas la cabeza y, en un susurro,
Me dices algo que corta mi murmullo:
“Estoy embarazada”, dices con calma,
Y mi corazón deja la alarma.
Se acabaron las dudas, los temores,
La abrazas y en tu pecho los dolores.
Tienes camada, león indomable,
Un sueño nuevo, incuestionable.
Agachas por primera vez la cabeza,
La besas con ternura y pureza.
Qué bella es esta vida injusta,
Cuando miras sus ojos de esmeralda augusta,
Y su sonrisa angelical, tan precisa,
Sabes que ella es feliz, con certeza,
Bendita sea su alma pura,
Y perdonas la vida, sin amargura.
Con ella, lo que en sus entrañas habita,
Es lo que en tu pecho, ahora palpita.