La Primera Flor

La gitanilla se abrió,

un pétalo movió,

y vio el sol,

sonrió,

otro abrió,

luego todas al compás

 se abrieron de par en par,

sintiendo el cálido abrazo

 de un amanecer sin igual,

 miraron a su alrededor,

rosas, claveles, geranios de olor,

 todas sus amigas se abrieron

 al abrazo del querío

que les daba su calor,

 y la calle, triste, pálida,

 de colores estalló,

de calor, las puertas se abrieron

 y las acunó el sol,

 las sombras alargadas desaparecieron,

huyendo del resplandor.

Y el aire, de frio,

 pasó a frescor,

 a llevar el olor

 entre las milenarias callejas

 que se  despertaban,

 anunciando a los de dentro

 que llegaba,

 aunque no lo creyeran

esa que parecía olvidada,

la primavera, la ilusión.

Y despertó, rincón por rincón,

 Calleja y callejón

plaza, ronda y jardín, despertó,

 y lleno del color de la ilusión,

 del letargo dormido

 hasta la más mísera habitación.

Se olvidaron los abrigos,

hasta las medias, mi amor,

el frio casi ni era un recuerdo,

tras esos rayos de sol,

ni la escarcha, ni la ventisca,

ni siquiera la helá,

todos eran fantasmas perdidos,

evaporados

 por la alegría del de arriba,

por nuestro calor.

Y tomó vida,

del letargo salida,

la ciudad floreció,

se oyó el rasgar de una guitarra,

el agua de los pozos brotó,

para enjugar la tierra de la rosa,

del clavel, de la gitanilla de olor,

y llamaron a sus hermanas,

y aunque pareciera imposible

todo se bañó de un increíble color.

Y la guitarra tocaba,

para despertar la calor,

y una voz ronca,

salía del corazón,

entonaba una seguirilla,

 de lamento y de pasión,

despertaban los hombres,

despertaba la calor,

y la vieja ciudad, se movía

al ritmo del diapasón

de la guitarra rasgada,

del quejío del cantaor.

Y allí en una esquina

mirando la cruz,

engalanada de flores,

sus perfumes,

su belleza regaló,

a todo aquel que sintiera

en el alma la calor.

Y  nuestro hogar

de exuberantes perfumes,

de par en par se abrió,

para darle amores

a los que querían embriagarse

de las flores,

de su aroma,

de su olor.

¡Ay¡ la ciudad perfumada,

¡Ay! ese bello color,

que por nada cambiaría,

que nunca me alejaría,

que esta es mi tierra quería,

 en la que se toca una guitarra,

en la que canta un cantaor.

A mi Córdoba, Pedro Casiano González Cuevas 2.018

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