Bajo la lluvia me esperas,
dentro de tu mirada,
brillan lágrimas sinceras,
de ángeles caídos en la nada.
Me esperas con la esperanza
del que nada duda, nada teme,
del que en su calma avanza
y nada en su mente lo detiene.
Y yo dudo, en la penumbra oscura,
viendo tus piernas desnudas brillar,
que terminan en tacones con altura,
y en esa imagen tuya, vuelvo a dudar.
Enciendo un cigarro ya húmedo,
las venas amarillas en el papel asoman,
dudo, y el humo se vuelve crudo,
mientras mis sentimientos se desploman.
Te veo agachar la cabeza cansada,
tu pelo negro cae sobre tus rodillas,
y yo dudo, con el alma quebrada,
lloro, perdido entre mis pesadillas.
¿Qué hago ahora? ¿Le digo que no la quiero,
cuando por ella en las noches me muero?
¿Le digo que solo seremos amigos,
cuando su sombra es el cáliz en mis latidos?
Agacho la cabeza, te miro en silencio,
a través de tu paraguas transparente,
la lluvia difumina tu bello semblante,
y el frio me despierta de tu incienso.
Dudo, porque te quiero hasta la muerte,
pero no puedo morir, no es mi suerte,
estoy aquí, embelesado y roto,
para decirte que me voy, no cabe otro.
Lo que te repetía, era mentira,
día a día, mi alma lo escondía,
y una lágrima, que no es de la lluvia,
cae de quien nunca lloró en su vida.
Te miro, una vez más, despidiéndome,
y siento que voy a morir en el intento,
cuando, como si me vieras rendido,
mueves tu melena sacudida por el viento.
El corazón se para en ese instante,
sin ver tu mirada, pero sintiéndola,
apago el cigarro, frío y asfixiante,
contra la pared desnuda que me hiela.
Y por primera vez, siento miedo,
te miro, una última vez, con mi anhelo,
y cobarde, me marcho con mi temor,
dejando atrás lo que fue mi gran amor.