Hoy he Pasado una Noche Regular

Hoy he pasado una noche regular, de las de dar vueltas y no encontrar la postura, el caso, es que me ha destruido mí ya cansada espalda, y me ha dejado con ojeras como si fuera un panda gigante, pero a eso no iba, realmente la situación, me ha hecho recordar los tiempos en los que apenas un gorrión, en las mañanas de invierno, cuando apenas amanecía, me despertaba mi madre, con la paciencia del santo Job, despacio, una y otra vez; he sido persona de dormir poco, pero ya de mayor, que en esos tiempos, me costaba, y tanto, que sabía lo que me esperaba.

Cola Cao, la bebida de los campeones, nada más, en aquellos tiempos no desayunaba, no sé porque razón, pero así era, y fuera de la cama, en una casa humilde, un frio de los de matar con ganas, arrecido, con la cara blanca, que aunque pareciera imposible por mi color natural, así era, y encogida hasta el alma, vestirse, un calvario, que la ropa picaba, que los pantalones rascaban, que los zapatos, Gorila, se llamaban, estaban hechos de recortes de piedra, servían para siempre, no así, los pies que portaban, que para toda la vida, tendrían rozaduras y bultos que había creado el zapato duro como el granito.

Cartera de cuero, que pesaba como un moro ahogado, casi a arrastrar, pero lo peor, los pantalones cortos, pues era joven, muy joven, pero alto, muy alto; cualquiera que me viera, pensaría que tenía retraso o falta de haberes para comprar unos que cubrieran la pierna entera, pues ni uno ni otro, sino todo lo contrario, el caso es que el colegio, el Carmen, nido de curas malvados y pecaminosos, se hallaba a una distancia considerable, desde la avenida de Barcelona, hasta San Cayetano, eso con un frio que cortaban el alma, pisando charcos congelados para romperlos, y con unos sabañones que parecían cojones de burro.

Congelado, muerto, destruido, casi sin alma, llegaba al imponente bastión de la barbarie, donde reinaba el más puerco, el más ladino, el más fuerte, pero nunca el más inteligente, sea lo que fuere, el caso es que allí se reunía la caterva de repetidores más grande de la ciudad, pues con dinero se conseguía todo, así que teníamos a gente que estaba en quinto de primero, en sexto de segundo, es decir apenas tenía pelos en los genitales, y algunos se hacían el afeitado completo, como hombres que eran.

Mi mala suerte es que estaba adelantado dos cursos, con lo que me tocaba estar con cabestros de más edad, que no inteligencia, que la mía, la única suerte, es que, al cabo, soy grande como un carro de paja, eso disimulaba mi edad, y con el tiempo, y las palizas, aprendí que, en la selva, el más malvado es el amo, así que…, pero eso ya es otra historia.

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