Cuando llega la Noche. Capítulo X

CAPÍTULO X

El Hambre y los Visitantes

Y el verano se fue, las provisiones bajaban día a día, pero para los dos serían suficientes para pasar todo el invierno, no le preocupaba, más tiempo que aguantarán, más claras se pondrían las cosas, “paciencia, sin prisas, Álvaro”, pensó, y sonrió, la vida era tranquila, casi controlada; desde el asalto a la guarida de los Nocturnos, todo se había sosegado; continuamente observaba con las gafas de visión nocturna desde las ventanas y no percibía nada anómalo, todo tranquilo de la presencia de los putos animales o lo que fueran.

El invierno amenazaba con ser riguroso, duro como una piedra, Álvaro se entretuvo en llenar la casa de al lado de madera, por si acaso, no creía que tuviera que aguantar un asedio, pero “por si las moscas”, pensó, además en el buen tiempo, se pueden hacer las cosas más fácilmente que cuando el frío te golpea por todos lados.

-Bestia, queremos hablar contigo, -Álvaro se sobresaltó al oír la voz que lo conminaba desde fuera, cogió el Accuracy, y lo sacó por la ventana, era un tipo andrajoso en medio de la calle, lo miró detenidamente, parecía no tener armas.

– ¿Qué quieres?, te estoy apuntando, -y el puntero laser se movió por el pecho del individuo.

-Sólo hablar.

– ¿Vienes solo?, -le preguntó Álvaro.

-No, somos ocho.

-Habla, si veo un movimiento extraño te dejo los sesos a dos metros del cuerpo, ¿entendido?

-Lo sé, -asintió el hombre-, lo sabemos.

-Venga… habla.

– ¿Podemos unirnos a los vuestros?

– ¿Por qué razón os vamos a dejar entrar?, -Álvaro asumió que creían que eran más de uno.

-Somos lo que queda de una Comunidad, Gonzaga y los Nocturnos nos han dejado reducidos a ocho, fuimos más de cien personas, y somos los que quedamos, si no nos dejas entrar, Gonzaga acabará con nosotros en días, si no, lo hará el hambre, no tenemos nada para comer desde hace días.

-Dile a tus amigos que salgan y que dejen las armas delante de ellos.

Álvaro vio como salían cinco mujeres y dos hombres, delgados, sucios y con cara de desaliento, pusieron las armas que tenían delante de ellos, y se quedaron esperando.

Perro miraba a Álvaro y blandía el cuchillo listo para sacarle las tripas a cualquiera que se pusiera delante de él.

-No Perro, -Álvaro movió la cabeza-, de momento, no.

Álvaro abrió la puerta y salió, había dejado el Accuracy en la ventana, como si alguien los siguiera apuntando, ahora llevaba sólo la pistola.

-Perro, -gritó-, si alguien se mueve, los matas a todos.

Nadie podía imaginarse que Perro no sabía disparar un arma.

Se acercó a los ocho personajes y lentamente fue cogiendo las armas, las llevó a la entrada de la casa, cogió una de ellas, quitó el cargador, no tenía balas, sonrió, “sí que estaban desesperados” pensó.

– ¿Cuánto tiempo hace que no coméis?, -le preguntó a uno de los hombres, el que llevaba la voz cantante.

-Más de una semana.

-Esperad aquí, -Álvaro se metió en la casa con las armas.

Hizo una mezcla con agua y con el pienso de Perro, cogió unos boles y salió fuera, se sentó en la calle, el grupo se acercó con ojos de locos.

Álvaro fue echando una buena ración de comida en cada uno de los boles y se los fue dando.

-Mañana comeréis más, hoy es suficiente, caeréis enfermos si os atracáis ahora.

– ¿Tanta comida tienes?, -preguntó el que parecía llevar la voz cantante.

-Tengo la comida que me sale de los huevos, ¿algún problema?, mal empezamos.

El tipo agachó la cabeza y siguió comiendo con fruición, en apenas dos minutos relamían los boles para no dejar ni las trazas.

Álvaro señaló la casa.

-Esa es mi casa, si no hacéis lo que os mande, os mato, si intentarais algo contra mí, os mato poco a poco, si os veo haciendo cualquier cosa estúpida, os mato, ¿entendido?

Asintieron todos.

-A ti te mato antes, -aseguró Álvaro al que parecía ser su jefe.

             Los volvió a mirar, sin saber si hacía lo correcto.

-Seguidme, -les ordenó.

Dócilmente lo hicieron, cuando entraron todos pegaron la espalda a la pared al ver a Perro que los amenazaba con el enorme cuchillo, Álvaro sonrió, pero no les explicó nada, pasó a la casa siguiente a través de uno de los agujeros en la pared.

Les señaló el salón.

-En la planta de arriba tenéis colchones y camas, bajadlos y descansad, ya hablaremos, no hagáis ninguna tontería, Perro es malo como un Nocturno, si hacéis cualquier tontería os sacará las tripas, no os fieis de su juventud o de su tamaño, tened cuidado con él, no le gustáis, no le gusta nadie, ni aun siquiera yo. Si tenéis que hacer algo, en el patio hay cubetas, después tendréis que sacarlas fuera, que ya huele bastante mal esto como para echarle más mierda.

– ¿Alguno tenéis un arma?, -preguntó Álvaro, que no terminaba de fiarse de ellos.

El tipo grande, despacio, muy despacio se puso las manos a la espalda y le entregó un cuchillo.

-No estábamos seguros de que no nos ibas a pegar un tiro, sabemos que no tienes piedad con nadie.

Álvaro lo miró, inclinó la cabeza y decidió dejarlo pasar, el tipo nunca sabría lo cerca que había estado de quedarse sin cabeza.

-De cara a la pared, -ordenó Álvaro con una voz que no admitía réplica, los cacheó, olían como cerdos, se dio cuenta de que habían pasado situaciones terribles, solo tocó huesos, en todos ellos, hombres y mujeres, se cercioró de que no tenía nada oculto que pudiera hacerle daño.

-Ahora dormid, ya hablaremos, aquí hay tiempo para todo.

Salió de la habitación, y atrancó las dos entradas con cajas y muebles, no quería sorpresas, aun no sabía qué hacer con aquella gente, llevaba demasiado tiempo solo como para admitir un cambio tan drástico.

Álvaro pasó el día intranquilo, a la hora de oscurecer, los levantó a todos.

Los llevó al primer salón, preparó tres latas de carne para Perro y un bol grande de sopa de pienso como él la llamaba, limpió someramente los boles, les sirvió primero la sopa de pienso, Perro como siempre el primero, a cualquier hora tenía hambre, Álvaro no se explicaba cómo estaba tan delgado; todos comieron la sopa rápidamente, después les sirvió la carne, a esa sí que le dieron fuerte, todo limpio en apenas diez minutos, “lo que es el hambre”, pensó.

-Yo soy Francisco, era bombero, me uní al grupo desde el primer momento, estábamos en unas casitas pequeñas como éstas, en el Zumbacón, cuando llegué eran más de cincuenta, después siguió viniendo gente, casi doscientas personas llegó a albergar aquello, pero el problema, es que Gonzaga había saqueado casi todo, el hambre era algo que iba con la nueva vida, eran continuas las razias de los hombres de Gonzaga.

-Ellos, -continuó-, estaban mejor armados que nosotros, así que cada vez quedábamos menos y menos comida teníamos, al poco, los mas débiles, ancianos, niños pequeños, empezaron a estar enfermos, débiles, fueron muriendo, el patio se llenó de tumbas, los que salían fuera, muchas veces no regresaban, apenas si quedábamos treinta hace poco, el resto, muerto por los hombres de Gonzaga, en enfrentamientos y cazándonos como si fuéramos animales, nuestra gente colgaba de las farolas, al día siguiente ya no estaban. Hace dos días un asalto, más de cien contra nosotros, enfermos, débiles, cansados, nos masacraron, decidí escapar cuando apenas si podíamos movernos, y sabíamos de vosotros, así que no nos quedaba más opción, si nos disparabais, bien, mejor que el que nos ejecutara fuera Gonzaga. ¿Porque tú eres la bestia, no?

Álvaro no habló, nada tenía que decir.

– ¿Por qué no te ataca Gonzaga?, -le preguntó.

-Porque tendría que contar los muertos, y no creo que sepa tantas matemáticas.

– ¿Tantos habéis matado?

-Todos los que han venido a mi tierra, esto es mío, el que quiera entrar que se lo piense, aquí no se hacen prisioneros.

-Este es Juan, -le indicó Francisco-, era tornero, es un buen hombre, de los mejores, pero todos estamos derrotados.

Álvaro lo miró, delgado, veinticinco años como mucho, moreno y con el pelo cortado a lo militar, no levantaba los ojos, “ni bien ni mal”, pensó Álvaro, otro desgraciado.

-Yo soy Raúl, -se presentó el otro hombre-, trabajaba de contable, pero no hay cuentas que llevar, me manejo con el rifle, no sabía nada de armas hasta que empezó esto, -sonrió débilmente-, pero bueno, hasta aquí he llegado.

Bajito, casi treinta, más delgado aún que los demás, pequeños ojos tras unas gafas con la patilla reparada con cinta americana, “no era Superman, seguro”, pensó Álvaro.

-Antonia, enfermera en el Hospital, he perdido a mi marido y a mi hija, sigo porque no quiero morir, pero no me importaría reunirme con los míos.

Ojos verdes, facciones regulares, unos treinta años, quizás menos, era difícil en el estado que estaban saber realmente los años que tenían, algún día si cogía peso sería guapa, pero menuda.

-Rosa, funcionaria, lo mismo, perdí a mis hermanos y a mis padres, manejo las armas regular, no soy una soldado, eso seguro.

Rubia, ojos claros, unos veinte, seguramente la más guapa del grupo, pero ajada y abandonada, como todos ellos.

-Eloísa, era abogada, pero para lo que sirve, también me defiendo con las armas, he perdido todo lo que quería, me da igual todo.

Morena, sobre los veinticinco, también sería guapa algún día, menuda y sucia como todos los del grupo.

-India, trabajaba en una fábrica de conservas, operaria, el rifle lo llevo bien, además no me importa trabajar, también estoy sola, como todos.

“La más feílla”, pensó Álvaro, morena, ojos marrones, cuando engordara podría decir más de ella.

-Azahara, arquitecto, ya no construyo nada, sola como la una, pero hago cualquier cosa, soy buena con las manos.

Ojos enormes en una cara redonda, o que algún día lo fue, la más alta, parecía decidida.

“Vaya grupo” pensó Álvaro, son restos de catástrofe, no sabría qué hacer con ellos.

-Coged agua de los canalones, debajo de cada uno de ellos hay un bidón, estarán llenos, arriba tenéis en la casa de al lado una bañera, calentáis el agua en la chimenea de allí, dentro hay una olla enorme, la subís y os bañáis en esa habitación, -y Álvaro señaló una-, hay montones de ropa, coged la que os haga falta, ya iremos de compras, tenéis jabón, y poco más, es de lo que disponemos aquí.

-Una pregunta, -le hizo Francisco-, ¿cuántos sois?

Álvaro sonrió.

-Más de los que tú te crees, pero no verás a ninguno, es lo bueno que tiene ser profesional, ya llegará el momento, ya los conoceréis, y os repito, cuidado con Perro, mata por placer, no está bien de la cabeza y sólo me obedece a mí.

Álvaro se levantó.

-Id a lavaros, que oléis peor que Perro, venga.

Obedecieron, Álvaro se quedó solo. Cuando salieron habló dirigiéndose a Perro, que lo miraba con ojos de indecisión.

-Qué te enteres Perro, tú y yo somos la terrible banda de la Bestia.

Cuando se levantaron al día siguiente el mismo alimento estaba en la mesa, él y Perro ya habían desayunado, cuando terminaron, recogió los boles, ya tenían mejor aspecto, aunque toda la ropa la había cogido para él y para Perro, con lo que la del muchacho les quedaba pequeña y la suya grande, salvo a Francisco que de complexión era parecida a la suya, pero por lo menos ya no hedían, y las mujeres realmente parecían mujeres.

Sacó ocho fusiles a los que les había quitado la munición, los colocó en la mesa.

-Desarmadlos, ordenó.

Todos se quedaron mirándolos como si les hubiera ordenado ir a la luna.

– ¿No lo habéis hecho nunca?, -preguntó extrañado Álvaro.

Todos callaron.

-Joder, así no me extraña que os mataran como a perros, el mundo ha cambiado, o espabiláis, o seréis pasto de los Nocturnos. Me extraña que sigáis vivos.

-Allí había gente que lo hacía para todos.

Álvaro sonrió con condescendencia.

-Ya, ¿y se te encasquilla y pides a los malos que se esperen?

Álvaro empezó a desarmar uno.

-Quedaros con esto, que no tenga que hacerlo dos veces.

Volvió a montarlo y lo puso en la mesa.

Torpemente comenzaron a hacerlo, cinco horas los tuvo, a algunos le salieron ampollas, otros incluso sangre, pero no tuvo compasión con ninguno.

Más o menos ya sabían cómo se montaba y se desmontaba un fusil de asalto.

-Esta tarde después de comer, iremos de compras, sobre todo para vosotras, -y señaló a las mujeres-, necesitareis cosas de las vuestras.

-No nos baja desde hace meses, el período y el hambre no son buenas compañeras, -afirmó Rosa.

-Por si acaso, -volvió a decirles Álvaro-, además tendremos que coger más cosas.

– ¿No es peligroso?, -preguntó Eloísa.

-Todo es peligroso en esta vida, -le respondió Álvaro-, pero no queda más remedio, ésta es mi zona, saben que, si entran, mueren, así de sencillo.

Comieron, cuando terminaron Álvaro le mandó a Francisco.

-Coge un HK, cárgalo, nos vamos.

Perfumería, ropa, zapatos, al final, una tienda de pesca que casi estaba sin tocar.

-Coged todo lo que encontréis de redes, -les indicó Álvaro.

Encontraron aparejos pequeños y en la trastienda un gran rollo de red de unos dos metros de ancho, en la etiqueta aparecía “treinta metros Red dos x dos”, “una buena adquisición”, pensó Álvaro, para realizar la idea que tenía en mente.

Anochecía cuando volvían, todos estaban asustados, Álvaro sonrió, “vaya soldados de mierda que me he buscado”. Además, los carritos de supermercado producían un fuerte sonido al golpear con las ruedas macizas el deforme pavimento, Álvaro sonrió de nuevo, poco espíritu, esperaba que cogieran nuevas fuerzas, porque así no le servían para nada, simplemente era tirar la comida.

Durante unos días los enseñó a disparar, no eran gente de combate, no podría confiar en ellos, pero por lo menos tendrían que ganarse el alimento, después recogieron coches, cargaron baterías poniéndolas en serie, robaron gasoil…

Por lo menos que sirvieran para algo, ampliaron los huecos entre casas hasta llegar a cinco, eso le permitió tener más cosas guardadas, los envió a los edificios, mientras Francisco y él vigilaban, que era el único que parecía conocer algo de armas, además de ser del que menos se fiaba.

Llegó el día en que los probaría, así lo había decidido, cogieron tres coches, a todos les olía la boca a gasoil el día que lo hicieron, él ya conocía el sabor, que supieran de ese asqueroso gustillo. Los armó por primera vez, parecían cualquier cosa menos gente a la que tenerle miedo, no se imaginaba cuanto sobrevivirían, un par de meses, pero no sintió pena, era como si se hubiera desconectado de la raza humana.

Era una apuesta arriesgada con los novatos, saldrían de la zona segura, lejos, bastante lejos, así que Álvaro no las tenía todas consigo, montó en el primer coche, los otros dos le seguían a cierta distancia, no quería que los cogieran en una trampa.

Con mil ojos avanzó, cogió la Avenida del Mar hasta que llegó a un paso debajo de la autovía, estaba lleno de coches, los que venían tras de él pararon lejos, siguiendo sus instrucciones, se bajaron del coche y se desplegaron entre los quemados vehículos, ofreciendo la menor silueta posible. Por lo menos seguían las órdenes al pie de la letra.

Álvaro no tenía ganas de empujar coches, el que llevaba era un todo terreno automático, un alemán, metió el cuatro por cuatro, se pegó al primer coche, y apretó el acelerador, sintió como el guardabarros sufría la tensión, posiblemente se partiría, pero le daba igual, mientras el chasis aguantara, todo estaba bien, las ruedas chirriaron al patinar un poco, pero la masa se movió.

Poco a poco arrastró hacia adelante algunos de ellos hasta que fue dejándolos a la izquierda, salió por el otro lado, adelantó unos cientos de metros, y paró, vio como los otros dos coches cruzaban sin problemas el paso, continuó avanzando, entraron en un camino de tierra, viejas naves a su alrededor, la mayoría estaban destruidas con las puertas abiertas, algunas quemadas, era el extrarradio y allí no existía ninguna ley, nadie controlaba aquello.

Se desvió a la izquierda, una enorme gravera se ofrecía ante ellos, la cancela abierta, y una pequeña casa, que en sus tiempos fue la oficina, aparecía quemada hasta los cimientos.

Enormes máquinas descansaban a los lados de los grandes montones de arena, prosiguió cruzándola hasta cerca de una enorme poza de agua, la atravesó por el borde y llegó a un puente que se apoyaba en más de veinte enormes tubos de obra, era el que servía para que los camiones cruzaran al otro lado para coger la arena del río.

Cuando el río crecía, pasaba sobre el mismo, en esa época tampoco cogían arena pues el rio estaría muy subido para meter las máquinas, pero ahora mismo, apenas si el caudal llenaba la mitad de los tubos, era ideal para llevar a cabo la idea que había tenido y que esperaba que funcionara por la cuenta que le traía.

Había estado un par de días perfeccionando el invento, cortó la red en trozos de tres metros por cuatro metros, uniendo y cortando la que encontró en el comercio, con alambre había atado unas piedras redondas y grandes para que sirvieran de plomo, y las había unido a la red, en la otra punta un gancho era todo lo que tenía.

Cogió el invento con ayuda de Francisco, y la colocó tapando completamente uno de los ojos, la red se hundió hasta el fondo debido al peso de las piedras, asió después el gancho grande y pesado y lo puso en el otro lado del puente, cogió la red, le enganchó una cuerda a todo lo largo de la misma y la ató al otro extremo del gancho, después la soltó, la red no se movió, hizo lo mismo con los cuatro que había conseguido hacer, no tenía más red, si funcionaba, buscaría más, pero necesitaba probarla primero para saber si era útil.

Cuando terminó, se subió a uno de los coches, y desde allí oteó con la mira de la Accuracy, nada se movía alrededor de donde estaban.

-Francisco, estate pendiente, -le avisó, indicándole que se subiera al coche-, los demás colocaros en posiciones defensivas, que no se os vea, y preparados, al más mínimo movimiento disparáis, después preguntáis.

No esperó ni a que contestaran, lo harían por la cuenta que les traía.

Cogió uno de los sprays de pintura y pinto en cada cosa que pudo, paredes, máquinas, en cualquier sitio que se pudiera ver “Tierra de Bestia”, esperaba infundir el temor en los que intentaran pasar por allí, según parecía su nombre ya inspiraba miedo, si le servía, bien, pero no le importaba, no se sentía mejor por eso.

Comieron unas latas de carne para perro, y esperaron pacientemente, sobre las cinco de la tarde, recogieron las redes, la primera, nada, en la segunda, les costó más recogerla, Juan que entendía de peces, cuando la subieron exclamó.

-Barbos, y enormes, carpas, mira, anguilas, que alegría.

Todos salieron corriendo hacia la red que se movía como si estuviera viva.

-Rosa, Francisco, Raúl, no os mováis de vuestros puestos, -grito Álvaro.

Pararon inmediatamente, pero siguieron mirando la promesa de comida.

Juan levantó una enorme carpa que casi no podía sostener en un brazo.

-Mirad qué alegría, la izó sonriendo.

Fueron echando los peces en unas cajas que habían traído, de las verdes oscuras de fruta. Con una sola red habían llenado cuatro, todos sonreían; al terminar tuvieron que echar los peces en el capó de uno de los coches, más de veinte cajas y un maletero lleno era el resultado de unas horas esperando en el puentecillo.

-Vámonos, -ordenó Álvaro-, recoged las redes, y dejamos esto, rápido, -gritó. Habían hecho demasiado ruido, mientras esperaba miró con la Accuracy, nada parecía moverse, pero no se fiaba de nada ni de nadie.

Cargaron los coches y salieron de nuevo hacia la casa, fue más despacio incluso que a la ida. Cuando se acercaron al refugio comenzaba a atardecer, descargaron las cajas y el maletero, y dejaron los coches lejos del refugio.

Todos estaban contentos, les parecía que les había tocado la lotería.

– ¿Cómo se te ha ocurrido, Bestia?, -preguntó Juan que había sido pescador de caña.

– ¿Qué es lo único que no comen los Nocturnos?, pues eso.

Álvaro fue a la cocina.

-Coged cuchillos, -les mandó-, vamos a limpiarlos.

Álvaro cogió una de las carpas, le rajó el vientre, sacó las tripas, le quitó la espina central, y la echó en una cubeta con agua.

-Ya sabéis, lo habéis visto, eso es lo que tenéis que hacer.

Estuvieron hasta las doce limpiando el pescado, después lo salaron, sal podía encontrarse de sobra por todos lados; después frieron unos cuantos, y les supieron a gloria, Álvaro era la primera vez que comía hasta hartarse desde que estaba allí, también le gustó, la idea la tenía en la cabeza desde tiempo atrás, pero el solo no podía realizarla, ahora veía que funcionaba.

Cuando terminaron, le avisó a Francisco.

-Tú y Raúl mañana conmigo.

– ¿Dónde vamos?, -preguntó Francisco.

-A evitar que nos roben la idea, ya veréis, hoy había alguien observándonos.

-Pues yo no vi a nadie, -contestó India.

-Yo tampoco lo vi, -afirmó Álvaro-, lo sentí, estaba allí.

Todos callaron.

Apenas amaneció salieron de la casa, con precaución condujeron hasta llegar a la gravera, Álvaro paró el coche en la puerta, los otros dos se bajaron.

-Ahora silencio, ni un ruido, detrás de mí, tu Raúl, controla la espalda de Francisco y la mía, despacio, sin prisa, no hay necesidad de correr, si hay que pararse nos paramos, pero no quiero que nos puedan detectar por ir demasiado rápido.

Ambos asintieron con la cabeza.

Lentamente se fueron acercando al puente, a unos cien metros, Álvaro vio una excavadora con el brazo caído, no parecía estar dañada, se parapetó en ella, les indicó con la mano a los otros dos que guardaran silencio y que se protegieran.

Álvaro miró al frente, nadie, totalmente vacío.

Raúl le señaló el puente, le hizo indicaciones con la mano de que estaba vacío, después encogió los hombros, como indicando no saber que hacían allí.

Álvaro movió la mano, advirtiéndoles de que tuvieran paciencia.

Más allá del puente aparecía una llanura plana como la palma de la mano que se extendía mas de un kilómetro, nada donde esconderse, esperaron más de una hora.

 Raúl, lo miraba continuamente como indicando que era una tontería lo que hacían, pero momentos después, despacio, muy despacio, vieron como una figura se erguía en el final de la llanura, le indicó a Francisco, que llevaba un rifle de francotirador, que se esperara.

Salió la figura, tras de ella, otra, y otra más, hasta que más de veinte avanzaron por la extensa llanura, Álvaro seguía indicándoles que esperaran. Se puso un dedo en la frente señalando que quería muertos, no heridos, y que esperaran.

Media hora tardaron en llegar casi al puente, Álvaro asintió con la cabeza, apuntó y disparó, la primera figura cayó hacia atrás de la fuerza del impacto, sin pararse a pensar siguió disparando, una detonación, un muerto, cambió el cargador cuando contó diez disparos, puso un cargador nuevo, levantó el rifle, pero ya nada quedaba a lo que disparar.

Las figuras que antes andaban erguidas hacia el puente ahora estaban en el suelo desparramadas en un desigual aquelarre de muerte, Álvaro vio que una se intentaba levantar, disparó, otro tiro dio a la vez al superviviente, cayó unos metros detrás para no moverse nunca más.

Miró a Francisco, indicándole que iba a salir, que estuviera pendiente, con precaución dejó la protección de la enorme máquina, y cruzó el rio, llevaba el fusil a la espalda y la pistola en la mano.

Le dio la vuelta al primer cadáver, apenas un muchacho, pero llevaba un rifle y una pistola, lo registró, puso en un lado todo lo que encontró de utilidad, el siguiente era una muchacha joven, famélica, pero también armada, se movió un poco, no se lo pensó, le disparó en la cabeza, no sintió nada, no pedía nada, no daba nada.

Continuó saqueando los cadáveres, y vio que llevaban también redes, las cogió y las puso al lado de los cuerpos de los que las transportaban, salvo tres o cuatro, los demás no tenían más de veinticinco años, una pena, pero Álvaro quería seguir comiendo, que fueran a otro lado, en un rio tan grande podían encontrar otro lugar, porque ese era suyo.

Levantó la mano haciendo indicación de que fueran, Raúl apareció con el coche, se le cambió la cara cuando vio la matanza.

-Son apenas niños, -le comentó con la cara blanca.

-Son ellos o nosotros, la compasión mata, Raúl.

Francisco no contestó nada, comenzó a llenar el capó del coche con todo lo que había separado Álvaro, cuando terminó se quedó mirando a los cadáveres.

-Puta vida, -maldijo-, pero lo entiendo, Bestia.

-Mañana, si no me equivoco, será el gran día, -les advirtió Álvaro-, cuando vean que no regresan, vendrán con todo lo que tienen, ¿creéis que tenemos que defenderlo?

Ambos le miraron, volvieron la cabeza a la carnicería, y no dijeron nada, querían comer, querían vivir.

Llegaron a casa, dejaron lo que habían saqueado a los muertos, después de explicarle lo que había pasado, los reunió.

-Quizás me equivoque, pero mañana volverán con todo lo que tienen, creo que son los de la comunidad del Sector Sur. Los que hemos abatido hoy, estaban famélicos, están al borde morir de hambre, debemos de defender lo nuestro.

– ¿No podemos dejar que pesquen un par de veces?, hay pescado para todos.

Álvaro sonrió.

-Son más que nosotros, tienen armas, ¿tu quien crees que al final no pescará?

-Tienes razón, ¿pero cazarlos como animales?, -preguntó Rosa.

-Ellos o nosotros, -contestó Francisco-, creo que lo he entendido, por desgracia es así.

Álvaro pasó un buen rato enseñándole a Francisco a recargar la ametralladora pesada, por si acaso, y esperaba equivocarse, pero algo en su interior le advertía de que no era así.

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