Cuando llega la Noche. Capítulo VIII

CAPÍTULO VIII

La Ciudadela

Sobre la montaña un Hotel, casi puesto en el borde de un cortado, enorme, dominando toda la ciudad, muchos pisos, una vista excelente para poder controlar todo lo que se mueve en mucho terreno, una buena elección, a partir de ahí, casas independientes, chalets, y muchos.

Colocados entre uno y otro, protecciones metálicas y sacos terreros a una altura superior a los tres metros, arriba, concertinas en cantidad, revoluciones y revoluciones de concertinas, y gente que se movía de un lado a otro por las improvisadas murallas, posiblemente por una balaustrada interior.

Contó los vigilantes, solo en la parte que él estaba más de veinte, toda una fortaleza, contó las casas, más de doscientas, y eso a simple vista, no tenía prismáticos que le hubieran permitido tener una información mejor, pero por lo que vio, los que estaban allí dentro sabían lo que hacían, iba ser un hueso duro de roer.

En el terreno libre, sin edificar, que habían sido jardines y que separaba la zona de las casas de la del Hotel, pudo ver multitud de vehículos, la mayoría militares, algunos todoterrenos, e incluso dos tanques, dos Leopard, algunas tiendas de campaña, y una multitud de personas que se movían de un lado a otro de la enorme explanada, solo existía un fallo, estaba a las faldas de la sierra, controlaba casi toda Córdoba, pero detrás tenía mucha más altura que la dominaban, nada es perfecto.

Continuó estudiando el recinto, cuatro ametralladoras pesadas se podían ver sólo en la parte que estudiaba, posiblemente en todo el recinto habría más de veinte, seguro que tendrían lanzagranadas y toda la parafernalia que se consigue al asaltar un arsenal, y sabía que lo habían hecho, la mayoría vestían uniforme militar como el que él mismo llevaba.

Horas estuvo vigilando, se movió de un lado a otro, intentando saber de los puntos flacos de aquel sistema, pero no los encontraba, también sabía que todo era cuestión de estudiar, de conocer, al final encontraría la forma de coger a Gonzaga, no tenía la menor duda.

Atardecía cuando dejó de vigilar, con prudencia, se alejó de allí en dirección al coche, tardó un buen rato, patrullas iban y venían por el perímetro de las instalaciones, y no quería ser detectado.

Se montó en el coche cuando comprobó que nadie lo veía, arrancó y dio marcha atrás, en ese mismo momento una patrulla asomaba por la calle, sin pensarlo dos veces, sabiendo que lo habían detectado, aceleró y salió a toda velocidad, la patrulla, que era de dos coches, emprendió su persecución, giró a la derecha cuando terminó la calle, eso sí lo sabía, por el camino por el que había venido, el resto era cuestión de suerte.

Salió a una Avenida no muy ancha, pero libre de coches en la calzada, en los arcenes los había por docenas, aceleró todo lo que pudo, era larga y recta, pero los perseguidores conocían la ciudad mucho mejor que él, sabía que no podría despistarlos, así que solo le quedaba una opción

Vio que en un tramo de la Avenida no había coches abandonados en ninguno de los lados, se la jugó, frenó a tope, a la vez giró el volante, el coche quedó cruzado en medio de la carretera, cogió el fusil, y apuntó al coche que a toda velocidad se dirigía hacia él como si quisiera partirlo, apuntó y le vació el cargador completo, cuando se acabaron las balas, aceleró a tope.

El coche que le seguía perdió el control, casi lo parte por la mitad, pero por los pelos evitó que lo chocara, él salió disparado por encima de un parterre a lo que había sido un Restaurante de comida rápida, entró por las cristaleras, se llevó mesas, estanterías, todo lo que tenía delante, pero el coche siguió avanzando, al final chocó contra otro vehículo aparcado al que movió, pero giró el volante y siguió hacia adelante, aunque el morro izquierdo vio que estaba derrengado.

Salió a una calle distinta, una Avenida con edificios a la derecha y un parque a la izquierda, aceleró de nuevo a tope con la esperanza de que el otro coche no lo siguiera, pero vana esperanza, dos segundos después estaba tras de él, avanzó por la calle, y cuando vio la primera intersección, una calle a la izquierda, se metió por ella, frenó quemando rueda, se bajó del coche, cogió el fusil y lo amartilló.

Apenas había tardado unos segundos cuando tenía el segundo coche casi encima, por las ventanillas le dispararon al verlo, sintió como las balas rebotaban en el asfalto, no le tembló el pulso, disparó el cargador entero contra el frontal del coche, este pareció volverse loco y se aplastó contra uno de los coches abandonados, se dio la vuelta, metió la cabeza en el coche y cogió la pistola, corrió hasta el coche que echaba humo por todos lados, el motor se había reventado con el golpe y sus disparos.

Cuatro tipos dentro, el conductor muerto, los otros atontados del golpe intentaban levantar sus armas, primero disparó en la cabeza a los dos del asiento trasero, después remató al acompañante del conductor.

Abrió la puerta de atrás, volvió a disparar en la cabeza a cada uno de los que estaban dentro, después en un rápido cacheo, recogió todas las armas que tenían, incluidas cinco granadas de mano, lo llevó todo a su coche y sin mirar atrás, salió de allí. No aflojó la marcha hasta que atravesó quince o veinte calles, en ese momento paró el coche, ahora sí que no tenía ni idea de donde estaba.

Miró a todos lados, en una indicación metálica vio “Glorieta de la Fuensantilla”, la buscó en el mapa pero no la encontró, el mapa sería antiguo, supuso, así que arrancó el coche y llegó a una Avenida de doble sentido con un pequeño parterre que separaba ambas calzadas, aparcó de nuevo, miró el cartel de la calle “Avda. Agrupación Córdoba”, enseguida la encontró, estaba al lado de la avenida de Carlos III y esa sí la conocía, dio un suspiro, estaba cerca del refugio, y anochecía, casi  no se podía ver ya.

Iba a arrancar cuando observó algo que se movía entre los coches, cogió el fusil y comprobó que estaba cargado, lo había recargado después de la escaramuza, pero prefería asegurarse, se quedó quieto, esperó, vio como entre los coches una figura se alzaba, detrás de ella un gran grupo, una manada, nadie humano se movía de esa manera, se le erizaron los pelos del cogote, sintió que un escalofrió le recorría el vello de la piel.

Iban hacia un edificio nuevo, pero delante tenían un jardín infantil, una zona a campo abierto, apenas treinta metros de zona descubierta, con cuidado se bajó del coche, y se apoyó en el capot con los codos, apuntó con el rifle.

El primero avanzó, con mucha precaución, vio su figura nítidamente a la luz de la luna, no se oía ningún sonido, sintió que en la parte de atrás de las orejas le daba el viento, su olor no llegaría a esos animales, apenas el primero cruzó el claro, la manada salió de entre los coches, cuando llegaron al centro comprobó que eran más de treinta, más grandes, más pequeños, pero todos andaban agachados casi a cuatro patas, no lo pensó dos veces, disparó una ráfaga completa, vacío el cargador sobre ellos, aullidos inhumanos llenaron el silencio, gruñidos, alaridos, pero nada que pareciera provenir de una garganta humana.

No quiso saber nada más, se metió en el coche, arrancó y salió de allí dejando que aquellos animales se desangraran. Diez minutos después estaba en el refugio, aparcó a más de doscientos metros de la casa, posiblemente buscarían el coche, lo había encajonado en el parque, además no quería correr riesgos. Anduvo hasta el refugio, apenas se acercó a la casa, Perro salió de entre dos coches, se quedó a unos metros de él, siguió caminando, abrió la casa, dejó que Perro entrara, volvió a poner los muebles contra la puerta y se dejó caer en el sillón.

Perro miraba las armas llenas de sangre que Álvaro había dejado en el suelo del salón, sonrió como si la sangre fuera algo bueno, lo miró y pensó que tampoco podía fiarse de Perro, estaba loco, pero, a pesar de todo, le había salvado la vida.

Cerró las contraventanas y encendió unas velas, una tenue claridad inundó el salón, fue a por un par de chorizos y unas latas de carne, con la excitación no había comido nada, abrió las latas le pasó una y un chorizo a Perro, y él comió con ganas, entonces se dio cuenta del hambre que tenía.

Gonzaga miró a su alrededor y se sintió satisfecho, había conseguido organizar una fuerza considerable, el lugar que había elegido estaba bien emplazado, podrían defenderse, aunque con los Nocturnos nunca se sabía, el número de ellos era desconocido, pero por los encuentros que había tenido, eran muchas veces superior a las dos mil almas que habitaban la Ciudadela.

Había organizado un plan de saqueo sistemático, tiendas, supermercados, cualquier cosa que pudiera suplirlos de lo que necesitaban, fue expoliada, todo lo que se encontró en su interior fue llevado a la Ciudadela y almacenado meticulosamente.

Grandes convoyes recogieron a todos los que aun sobrevivían en la ciudad, el que se negó, fue ejecutado, no quería a nadie a sus espaldas, se les avisó una y mil veces, pero siempre hay recalcitrantes, y las farolas se llenaron con los cuerpos de los que se habían opuesto a sus órdenes.

Todos los almacenes llenos a reventar, fortificaciones de tres metros y ametralladoras con abundante munición listas para disparar contra cualquiera que osase atacarlos, si eran humanos sería una locura, de los Nocturnos no lo tenía tan claro, pero esas dudas nunca podía expresarlas, el miedo dominaba a los habitantes de la Ciudadela.

Lo habían nombrado Delegado del Gobierno, carta blanca para hacer lo que quisiera, ordenó a la base militar que los proveyera de armas, de comida, y los militares, los que quedaban, así lo hicieron, por esa parte no había problema, estaban bien surtidos.

Su camarilla, liderada por el Manoplas, del que se fiaba lo justo, hacía lo que él quería, cualquiera que se negara desaparecía, cualquiera que levantara la voz, era acallado, no era difícil hacer desaparecer su cuerpo, se dejaba por la noche cerca de la muralla, y al día siguiente no quedaba nada, algo bueno tenían que tener esos malditos mutantes.

Había aprendido algo de los informes de Madrid, ciudad en la que quedaba tan poco como en Córdoba, quizás estaban peor, la comunicación estaba cortada, sólo el teléfono satelital los había mantenido comunicados, desde hacía más de dos semanas estaba callado, y los intentos de comunicarse fueron en vano, así que su poder era inapelable, ahora que nadie los podía vigilar ni controlar, la civilización tal como la habían conocido, había desaparecido, y él pensaba aprovecharse de la situación, imbécil no era, y sabía que posiblemente no sobrevivirían a los ataques de los Nocturnos que parecían innumerables, por esa razón optó por rodearse de todos los lujos que podía.

Se había reservado cuatro casas que había unido, en ellas colgaban cuadros de la más exquisita factura, muebles que nunca  hubiera soñado poseer, bebidas y comidas que nunca había probado, y por supuesto una pléyade de cortesanas que accedían a sus más mínimos deseos, puesto que era la única forma de obtener prebendas en aquella comunidad, pasar por su cama, y cada vez más jóvenes, lo que a él realmente le gustaba, pero sin prisa, ya las traerían sus propios padres para obtener una buena comida o una situación mejor que la del resto de los habitantes de la Ciudadela.

Miró a sus hembras que veían películas en una de las pantallas mientras comían lo que nadie se imaginaba que aún quedaba en la Ciudadela, seis, más una de doce años, su favorita, se excitó, aquello era vida, aunque durara poco, que lo sabía, o por lo menos lo imaginaba. El muchachito de la misma edad, era un complemento que hacía que las noches tuvieran un encanto especial.

Vio como entraba Manoplas, y uno de los jefes de las Patrullas, el encanto se evaporó, nunca venían con buenas noticias.

-Gonzaga, -le preguntó Manoplas-, ¿recuerdas que las patrullas informaron de que una de ellas no apareció en el punto de encuentro?

-Sí quiero recordar algo, pero siempre hay tropiezos.

-Pues hoy, han sorprendido a un coche, cerca de aquí, han salido dos vehículos a interceptarlo, sólo un hombre, cuando hemos llegado los había matado a todos, uno a uno, los hombres del segundo coche ejecutados como animales, con un último disparo en la frente, un profesional.

– ¿Sólo uno?, -preguntó Gonzaga sorprendido-, ¿ocho de los nuestros?

-Sí Gonzaga, -le respondió Manoplas-, no será…

-No digas tonterías, eso sería una causalidad extraña, no creo, aunque conociéndolo…

-Sí, Gonzaga, espero que no sea él, es un verdadero hijo de la gran puta.

Gonzaga pensó para sus adentros que ojalá que no fuera Bestia, era un puto animal, si se le había metido en la cabeza vengarse, habría que matarlo, no cabía otra cosa para pararlo, y sabía que, si ese era el caso, tendrían muchas dificultades para hacerlo, muchas.

Álvaro a partir del día del enfrentamiento con los dos vehículos empezó a ver más patrullas, no es que fueran diarias, pero cada par de días más o menos, localizaba algunas, eran de diferentes tamaños, desde un par de coches hasta interminables caravanas, de vez en cuando un camión, pero esos eran los menos, buscaban también provisiones, pero creyó firmemente que realmente lo que buscaban era a él.

Volvió al almacén de piensos, y no paró hasta que lo dejó casi vacío, dentro de la casa no podían moverse, pero no quería que lo descubrieran, posiblemente estuvieran buscando alimento con más empeño, las provisiones se acaban al final, y dar de comer a tanta gente como la del Patriarca acabaría con todo, los viajes consumieron casi todo el gasoil del coche, tuvo que hacer muchos coches para poder llenar el depósito, pero lo consiguió.

Las ratas empezaron a ser un problema, las había por miles, los perros habían desaparecido, y no había conseguido ver a un gato, así que campaban a sus anchas, ellos dejaban la basura en el patio, y por la noche se las oía rebuscar entre los desechos por cientos, incluso en la calle se las veía campar a sus anchas, Álvaro decidió que tenía que llevar la basura fuera, pero a pesar de hacerlo, por las noches se las oía moverse por todos lados.

Y pasaban los días, Álvaro esperaba a que se calmara la tormenta que habría provocado por la escaramuza con los vehículos del Patriarca, y empezaba a aburrirse de comer latas de carne para perro, con todo lo buena que estuviera, quería salir libremente y aquellos gilipollas se lo impedían.

Estudió una y otra vez el plano de la ciudad, no quería perderse del todo, la mejor forma habría sido circulando, pero ni tenia gasoil, ni quería toparse de improviso con alguna de aquellas patrullas.

Pensó que lo primero que tenía que hacer era alejar a las patrullas de donde estaban, además tenía ganas de joder a alguien, y no perdonaba ni a Gonzaga ni a los que habían querido colgarlo, así que trazó su plan.

En la mañana cargó la mochila con un poco de comida, metió una pistola, y otra se la puso en la espalda, cogió un HK, diez cargadores, y un fusil de caza de precisión que le había quitado a uno de los cadáveres del Patriarca, apenas si tenía veinte balas para ese rifle, pero creyó que eran suficientes.

 Había limpiado las armas, tenía todo el tiempo del mundo, así que lucían brillantes y engrasadas, pero si quería guerra tendría que encontrar munición, porque en cualquier enfrentamiento se iban como si las regalaran.

Salió de la casa seguido de Perro que lo miraba sin saber por qué iba tan cargado, pero nada decía como siempre, o sonreía patibulariamente o gruñía, ese era su repertorio, lo demás a adivinar, y Álvaro no tenía ganas de descifrar nada.

Caminó por lo que creía que sería el camino más cercano al río, allí había un nudo de comunicaciones que hacía de paso obligado para cruzar los distintos sectores de la ciudad, se perdió una vez, pero después de una hora llegó al cruce.

Tres carreteras confluían en él, una que salía hacia la autovía, otra que iba hacia los barrios antiguos, y otra que era por donde había venido, era un nudo importante, se podían tomar otros caminos, pero eran calles estrechas, para andar más rápido necesitaban pasar por allí.

Estudió la zona, un amplio llano lleno de rotondas, cruces, semáforos, en frente unos edificios de una sola planta, a la izquierda mas edificios de tres plantas, y en el otro lado, a más de quinientos metros el sólido edificio de la Policía, detrás el río; justo en la ribera, una pequeña capilla de piedra en un parque con árboles, el mejor sitio, si lo localizaban, la pequeña ermita con su piedra le serviría de protección en caso de que lo acorralaran, la escalinata que bajaba al río, era su mejor opción, éste no estaba crecido, y sólo era arena con abundante vegetación que podría esconderlo.

Ya tenía reloj, se lo había encontrado en una de las casas, uno de marca desconocida Tolek, copia de una conocida marca, pero que funcionaba bien; las nueve de la mañana, buena hora para cazar, se dejó caer en la hierba cerca de la capilla, cogió el rifle y lo cargó, ocho balas.

Puso el HK a su lado, escudriñó los alrededores por la mira del rifle de caza, esta era buena, esperaba que el arma estuviera calibrada, colocó a su lado las balas restantes, doce, eso era todo lo que tenía para ese calibre, se relajó, era cuestión de esperar, el camuflaje hacia que fuera difícil verlo, pero la mejor defensa era no darle tiempo a que le pudieran localizar.

A las nueve pasó un convoy de más de diez vehículos, ese no era su objetivo, demasiada gente, no hubiera podido con ellos, los dejó pasar, y siguió esperando, no tenía prisa, para matar nunca hay que tener prisa, le entró el nervio, la respiración se relajaba, solo un objetivo, matar sin ver visto, nada más, la mente en blanco, la precisión era lo que importaba, no eran seres humanos solo objetivos, “o ellos o tú”, pensó, siempre es así, conquistar la simpatía del diablo, la maldad, la frialdad sin corazón, solo mente.

Se mueve, disparas, se muere, nada más, no es humano, no tiene familia, no tiene hijos, no sufre, lo vas a liberar, ese es el lema, cuanto mejor dispares menos sufrirá, salvo que quieras que sufra.

Te enseñan a matar, te enseñan a disparar sin matar, a dar tiempo para que los compañeros se pongan nerviosos y se expongan, puedes dispararle diez veces a alguien y no matarlo, el costado izquierdo, te desangras poco a poco, pero no te mueres, la barriga, donde está la vejiga cerca del estómago, lo mismo, los huesos de las rodillas, los tobillos, caen y se quedan en el suelo, a tu merced, pero no los miras, miras a los que van a salvarlos, alguien de buen corazón, un estúpido sale, y le disparas en la rodilla, ya son dos.

 ¿Qué compañero se queda quieto?, sólo los muy veteranos. Alguien más sale y conformas un coro de lamentos, y así poco a poco con paciencia consigues destruir la moral de cualquier unidad, la maldad sin perdón, eso define a un francotirador que desde la distancia crea el dolor, el caos, la muerte. Con precisión, fríamente, solo son objetivos, no sienten, no sufren, solo los liberas, esa es tu misión, el enemigo no es humano, hay que eliminarlo, erradicarlo de la faz de la tierra, contra menos haya, más seguro estás, esa es tú misión, no son seres humanos.

Once horas trece minutos, dos vehículos, dos todoterrenos, el de atrás monta una ametralladora de cincuenta, son objetivos alcanzables, una décima de segundo, estructuras tu estrategia, disparo al conductor del primer vehículo, lo ves en la mente, el de la ametralladora intenta girarla a la posición de donde imagina que ha salido el proyectil, tienes dos segundos, después, los acompañantes del primer vehículo salen despavoridos como conejos asustados, han visto los sesos del conductor y el miedo no les deja pensar, son blancos fáciles, abates dos, después el conductor del segundo vehículo intentará dar marcha atrás para moverse de la línea de disparo, respira, tranquilo, no puedes fallar, si se va es un enemigo que va libre a por ti con algo que es más rápido que tú, mentalmente lo abates, después eliminas a los que puedas, se han parapetado, recarga el arma, no saben dónde estás, pero ya están a tu merced, ahora empieza a eliminar a los que disparan a todos lados. Todo esto en una décima de segundo, te han enseñado bien, ahora respira, están justo frente a ti, ahora…

Un disparo, el conductor es alcanzado en la cabeza, la tenía adelantada cerca del volante, mala suerte, compañero, el coche frena como si lo hubiera alcanzado un rayo, el de atrás le falta tiempo para frenar.

El de la ametralladora que va en el chasis, se golpea con el arma, intenta girarla, efectivamente, disparo, cabeza que desaparece, perfecto, de manual, dos tipos uno en cada una de las puertas del primer vehículo intentan salir, ¿cuál?, es una decisión que tienes que tomar en una centésima de segundo, para eso está el entrenamiento, para que no tengas que pensar.

Por la forma de salir, más insegura, sabes que tu tipo, el que más controla, el que sale de atrás es el más peligroso, disparo y cabeza fuera, ni chaleco ni Dios para esa bala, siguiente, el más inseguro, no le da tiempo a moverse más, abajo con él, uno menos, el del coche de atrás da marcha en reversa, lo esperabas, ahora te ofrece una mejor visión, disparas, frena de golpe, los demás también se asustan, cazas a uno, solo quedan tres, ahora tranquilamente recargas, dale tiempo a que el miedo se apodere de sus almas.

Has terminado, ves como los que quedan no tienen sitio donde esconderse como no sea los vehículos, pero sabes que alguno intentará salir presa del pánico, no son guerreros, y si lo son, no son de los buenos.

Diez segundos, un tipo dispara, y sale corriendo, un tiro difícil, pero lo haces, una rodilla, bueno, un poco más arriba, el tipo chilla como un cerdo, intenta arrastrarse, pero otro disparo le rompe la pierna un poco más abajo, este no ha sido difícil, casi ni se movía. Esperas, paciencia, nadie va a venir, y si viene, desaparecerás.

Alguien asoma apenas la cabeza, esperando que dispares, pero no lo haces, ves por donde la ha sacado, sabes que, si es un poquito inteligente, no la sacará por el mismo sitio, piensas por dónde la sacarías tu para disparar, lo harías al lado de la rueda, mueves el cañón un milímetro y apuntas allí, un segundo, dos, tres, disparas, no fallas, la cabeza reventada produce un gran charco de sangre, el que falta no se mueve.

No se va a mover, recargas el rifle, el tipo herido no para de chillar, eso es bueno, el que queda tras de los vehículos está cada vez más aterrorizado, no sabe qué hacer, no piensa con claridad, solo quiere que la situación desaparezca, no estar allí, lo único que piensa es que quiere que el miedo se desvanezca, si no se controla hará una tontería, eso es lo que tú esperas.

Apuntas a través del cristal del todoterreno, es la ruta que tú tomarías para escapar, es el edificio más cercano, ya al tipo le da igual su compañero herido, solo quiere huir, y tú lo esperas, sabes que no tardará, tienes la certeza del diablo, sonríes ves la espalda, y disparas, lo dejas casi pegado al edificio que quería alcanzar, fríamente miras al que sufre, le disparas en la cabeza, se acabó, ahora solo el silencio, nada más.

Esperas cinco, diez minutos, quince, te levantas, y sigues mirando a todos lados, te acercas a los vehículos, rematas a los heridos, a los que no le has reventado la cabeza, pero no hay nadie con la cabeza entera, no, te equivocas, el que le has disparado en la espalda, te acercas, está frito, pero las balas son baratas, le vuelas la cabeza, recoges las armas, los registras, sacas todo lo que puedes, las granadas, la munición, unas gafas de visión nocturna, te alegras, pero sigues, debes de estar el menor tiempo posible.

Sacas al conductor del todoterreno con ametralladora, y sales como alma que lleva el diablo, vas a tu refugio, desmontas la ametralladora, seguro que no te sirve para nada, pero te han entrenado para que guardes todo lo que dispare, y aunque no te sirva a ti, a quien no le sirve seguro si la tienes tú, es a tu enemigo.

Dejas el coche lo suficiente lejos para que no sepan dónde está tu zona de seguridad, y ese episodio terminó, los que han muerto se borran de la mente y se sigue luchando.

Perro mira el montón de armas con ojos inquisitivos, pregunta con la mirada a Álvaro.

-Perro, son armas como el cuchillo, cuando te vea más tranquilo te enseñaré, ahora mismo no es el momento.

Perro las toca y siente el frio del metal, sonríe hacia Álvaro, le gustan, son bonitas, negras, metálicas, pesadas, pero no sabe nada más que eso, eso y que Álvaro es un cazador, que mata a los que matan, y Álvaro le gusta, se siente seguro con él, le da comida, ya no tiene frío, no le hace daño, es bueno Álvaro, si alguien quiere hacerle daño a Álvaro, Perro le sacará las tripas, y mira el enorme cuchillo largo que le dio, Álvaro es bueno, piensa de nuevo, después se centra en la lata de carne para perros, le encanta, se comería muchas, pero está bien, está caliente, no tiene hambre, no tiene frio, está bien, muy bien.

Álvaro miró las gafas de visión nocturna, son realmente amplificadoras, ha conseguido también una batería extra en el coche que desvalijó, las coloca en las gafas, ambas están casi descargadas, las mira tienen un puerto USB para cargar, además de otros conectores, pero no tiene los cargadores, ni siquiera tiene electricidad, ¿Cómo conseguir cargarlas?, son algo importante, sobre todo con los Nocturnos.

Al día siguiente buscó en los coches algún cable USB, cuando encontró uno, rompió la ventanilla y lo cogió, la alarma saltó, abrió el capo y de un golpe quito una de las bornes de la batería, la alarma calló, pero permaneció pendiente por si había provocado algo, pero nada sucedió, se fue al todo terreno coreano, lo arrancó y puso a cargar una de las baterías, tenía el depósito lleno, así que lo tuvo un buen rato arrancado, después lo dejó, por la tarde hizo lo mismo con la segunda batería, anochecía cuando la recogió ya cargada, tenía en la mente tocarle las narices a los Nocturnos, saber realmente de qué iban, si no conoces a tu enemigo, no sabrás como defenderte, ahora con las gafas de visión nocturna la cosa cambiaba a su favor.

Al día siguiente se preparó, buscó unas escaleras, unos cobertores, las gafas, munición suficiente, un nuevo fusil de precisión del que encontró varias cajas de munición, un precioso Accuracy[1] con mira térmica también, supresor[2], colimador[3], y se preguntó de dónde sacaban ese tipo de armas, el HK por si acaso, y munición en abundancia, subió al tejado de la última casa, después tiró de la escalera, poniéndola en el techo y se colocó en la parte más alta, se acomodó, y se tapó con una manta de camuflaje, media hora más tarde, anocheció.

Esperó, no tenía prisa, había dormido una siesta, quería ver de que estaban hechos los puñeteros Nocturnos; pasaron un par de horas, nada se movió en ese tiempo, pero a partir de ahí, comenzó a ver como se mostraban, primero uno apareció detrás de un coche, al poco se acercó otro, avanzaron por la calle, levantaban la cabeza para oler, y seguían avanzando, tras de ellos, pequeños grupos de cinco, de diez, pero los veía como una manada grande, calculó que más de cien se movían desde donde podía ver, lo que no podía ver le erizo el pelo de la nuca. Dejó que se metieran por las calles, comprobó los cargadores de 300 Winchester[4] de diez balas, tenía cinco, y dos cajas cada una con cincuenta balas, muchas, pero más Nocturnos se movían debajo de él.

Vio uno a cien metros, le pareció bien, el bicho salió disparado hacia atrás sin cabeza, el disparo con el supresor casi no sonó, a partir de ahí, tiro libre, cuatro cargadores y no sabían por donde les venía la cosa, pero el supresor empezó a fallar, seguramente se había deteriorado por el calor.

Paró, y llenó los cargadores con balas, sin prisa, creyó que los Nocturnos no se habían enterado todavía, oyó un ruido de tejas, habían caído a la calle, se dio la vuelta, vio lo que se le venía encima, soltó el fusil que resbaló por el inclinado tejado quedando encajado en un canalón, cogió el HK, más de veinte Nocturnos venían sobre él, ya sin precaución, rompiendo tejas y saltando sobre el frágil techo.

Apenas le dio tiempo de coger el HK, un cargador, Nocturnos que salen por todos lados, otro cargador, el primer disparo es casi en el pecho de uno de los monstruos, los siguientes caen abatidos, pero al tercero los tiene encima, utiliza el fusil como si fuera una porra, golpea con saña a todo lo que se acerca, los Nocturnos resbalan por el techo, algunos caen por la gravedad, otros por los golpes, pero parecen no acabar nunca, si cae uno, diez lo reemplazan, machos y hembras, que son tan fieros unas como otros, la pistola, el cargador aguanta las balas que tiene, nada más, pero los animales son más, muchos más, el cuchillo de caza, lo último que le queda, corta a todo lo que se acerca.

 Álvaro quiere morir matando, su brazo hace arcos de sangre sobre las bestias, pero el alud no cesa, un  traspiés, y casi cae a la calle, pero más vienen encima suyo, la calle está lejos, si salta muere, o se queda lisiado y muere, al final muere, siempre muere, Álvaro sonrió, otro más ensartado, otro más cortado, y sin saber por qué se quedan parados, lo miran con ojos brillantes, muchas parejas de ojos brillantes, y lo mismo que vinieron con el ímpetu de un alud, ahora se retiran despacio, Álvaro que ha visto de cerca la muerte no se imagina otra cosa, les grita.

-Hijos de puta, venid que os voy a cortar los cojones.

Pero antes de que se dé cuenta de lo que pasa, los Nocturnos se han ido, está solo, rodeado de cadáveres que manchan el techo de la casa, tiene mordeduras, rasgones, arañazos profundos, no sabe cuál es su sangre y cual la de las bestias, recupera la respiración, no se lo cree, espera que de un momento a otro salten sobre él de nuevo, se enfría y corre a coger la pistola, le mete un cargador, hace lo mismo con el HK que ya no tiene culata, y espera, durante un interminable momento espera que vuelvan, pero nada se ve, ni con las gafas, nada de nada.

Se sienta en el techo, asustado, ha estado cerca, muy cerca y mira como le tiemblan las manos, vomita casi encima, no se lo cree, está vivo, ni él mismo hubiera apostado a su favor.

Cadáveres hasta donde puede ver y mira en los últimos en morir, uno es una hembra, pero tiene el pelo hirsuto[5] de casi dos centímetros y la cara está transformada, casi parece felina.

Está desnuda, le aparecen seis tetillas; donde tenían que verse dos normales son seis pequeñas como las de una niña, con el cañón le abre la boca, los colmillos son grandes, muy grandes y los dientes no son blancos, enciende la linterna sin ninguna precaución, son amarillos, los ojos que lo miran fijamente, son verdes, como los de un gato, realmente son los de un gato, la nariz más ancha, “joder, ¿qué clase de animal es este?” piensa, y no puede adivinarlo, es algo distinto de una mujer.

Mira el resto de los cadáveres, algunos tienen piel de melocotón, las más diferentes son las mujeres, han evolucionado más que los hombres, ellas empiezan a tener pelo, no de la longitud de la que ha visto antes, quiere cerciorarse y toca a una de ellas, es pelo, por todas partes, solo un poco menos en las tetillas, más transformadas, menos transformadas, han perdido mucha de su apariencia humana, vuelve a la primera, la mira, extiende los brazos, mira las manos, las uñas son largas, más fuertes que las de cualquier ser humano, las orejas empiezan a afilarse en su punta, y piensa que quizás sería la matriarca, que quizás le ha salvado el matar a la jefa de la manada, que han parado el ataque porque al desaparecer ella se han quedado sin guía, sin líder.

Sin darse cuenta del paso del tiempo, le sorprende el amanecer, parece despertar de una pesadilla, busca las escaleras y las coloca, salva todo lo que puede, lo más difícil, recuperar el Accuracy del canalón, estaba bien enganchado, baja con la cabeza aun dando vueltas, esconde la escalera en el jardín, se coloca las cosas y llega a casa, aun medio atontado.

Allí durmiendo está Perro, no se ha enterado de nada, “quizás sea mejor”, piensa, y se deja caer en el sofá, después de atrancar la entrada, inmediatamente cae en un sueño lleno de pesadillas, seres extraños se le aparecen por todos lados, es su cerebro sudando lo que ha pasado, se levanta sobresaltado, Perro lo mira sin saber qué hacer.

Álvaro se mira, está lleno de sangre por todos lados, coge una de las garrafas y se va al cuarto de baño, se quita la ropa, está rasgado por todos lados, tiene cortes en el pecho, en la barriga, mordidas en los brazos, puede ver los colmillos, unos enormes arañazos le cubren la parte izquierda de la cara, se limpia los cortes, echa Betadine[6] en ellos y se cubre con una camisa, sale a ver a Perro.

Se sienta de nuevo, Perro se le acercó, le toca la cara. Sonríe.

-Los Nocturnos, Perro, mira lo que pasa cuando eres un gilipollas y te crees mejor de lo que eres, tú sí que eres listo, te escondes y los dejas pasar, eso está bien.

Álvaro le removió el pelo de la cabeza, Perro le sonrió.


[1] El Accuracy International Arctic Warfare (AW) es una familia de fusiles de francotirador de cerrojo manual diseñada y fabricada por la compañía británica Accuracy International. Se ha hecho popular como fusil de caza, de policía y militar desde su introducción en los años ochenta.

[2] Un silenciador es un dispositivo, comúnmente de forma cilíndrica y de longitud y diámetro variable, con finalidad de reducir o eliminar ruidos fuertes.

[3] Una mira réflex, también conocida comúnmente como mira de punto rojo, mira holográfica o marcador, es un sistema de puntería moderno utilizado principalmente en el ámbito militar, que se acopla a un arma, sea esta de cualquier tipo, reemplazando al alza y el punto de mira de esta, con el propósito de mejorar la eficacia y facilitar el uso. Existen múltiples configuraciones posibles y una amplia gama de formas, medidas y prestaciones que varían dependiendo del modelo y del fabricante.

[4] El 300 Winchester Magnum (conocido como .300 Win Mag), o 7,62 x 67 en el sistema métrico, es un popular cartucho Magnum para fusil, introducido por la Winchester Repeating Arms Company en 1963 como parte de la familia de cartuchos Winchester Magnum.

Es un cartucho preciso, de largo alcance y con una trayectoria relativamente estable.

[5] Se aplica al pelo que es grueso y rígido

[6] Nombre comercial de povidona, polividona yodada o iodopolivinilpirrolidonar​ a los productos formados por una solución de povidona y yodo molecular, generalmente en un 10 %. Este producto es empleado frecuentemente como desinfectante y antiséptico, principalmente para tratar cortes menores en la piel.

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