Cuando llega la Noche. Capítulo VII

CAPÍTULO VII

La Ciudad

Cuando llegó a un cruce, comprobó que tenía que subir una pequeña cuesta, el coche renqueó y empezó a pegar tirones, mientras que por el escape un humo azul de grandes dimensiones producía volutas blanquiazules.

Paró el coche, y esperó que éste respirara un poco, apretó el embrague metió primera, y aceleró, el coche pegó un par de saltos, después continuó reptando más que andando, pero al final la superó, Álvaro sudaba como no lo había hecho en su vida, cada vez estaba más cerca de un centro civilizado.

El coche avanzó lento pero decidido entre las nubes blancas que salían de su escape, Álvaro giró para incorporarse a la autovía, allí frenó. Hasta donde se extendía la vista miles de coches en ambos lados de la ancha autopista la colapsaban, frenó, era imposible seguir, se subió en las estriberas del coche, desde allí divisó un camino posible entre tanto vehículo.

Empujando a unos, raspando con otros, logró hacer unos cientos de metros, mientras el coche agonizaba a ojos vistas, lo paró, le quitó los cables, el coche necesitaba descansar algo, él también, demasiado terreno había recorrido en tan poco tiempo, se colocó la mochila, y cogió todo lo que llevaba, se acercó a una zona de restaurantes a apenas doscientos metros.

Los Restaurantes estaban como todos los que había visto hasta ese momento, arrasados, nada de comida, charcos de sangre y como siempre, ni un solo cuerpo, nada que dijese donde estaban los que habían habitado allí, ojalá los hubieran rescatado, pero las manchas de sangre le hacían pensar lo contrario, al menos encontró una máquina de venta de tabaco destrozada, y dos paquetes en el suelo, algo era algo, miró en las barras, tras de ellas, en un pequeño supermercado de la carretera, pero todo estaba sistemáticamente expoliado.

Salió fuera, miró a su alrededor, y vio un camino a su derecha en dirección a la ciudad, empezaba a atardecer, no tenía sentido seguir la caminata para encontrarse en medio de ningún sitio.

Sin protección, era un suicidio, buscó entre los edificios, al final encontró una carnicería, lo había pensado, se introdujo en ella, nada de comer, pero tenía cámara frigorífica, la abrió, solo los ganchos donde colgar la carne, y nada en ellos, miró el cierre, era desde fuera, cogió el atizador y después de muchos esfuerzos logro sacarla, la puerta se abriría libremente, no quería quedarse encerrado.

Buscó un mueble, en este caso encontró un aparador pesado, lo metió en la cámara, se introdujo con el dentro del recinto, lo colocó detrás de la puerta de la que dejó abierta unos centímetros, no quería quedarse incomunicado, quería saber lo que pasaba alrededor, además al ser hermética, con el calor del ambiente se hubiera asfixiado, se echó sobre el mostrador, el peso del mueble y el suyo propio impedirían que alguien pudiera entrar, se sintió más seguro, abrió una de las latas de carne para perros, y la comió, bebió un largo trago de agua, y durmió profundamente, aquella noche se la perdonaron.

Se levantó sudoroso y con la cabeza pesada, la cámara frigorífica había sido una buena idea, pero había sudado toda la noche, necesitaba más agua, le dio un trago a la que le quedaba en la cantimplora y salió a buscar más, cargado con todo lo que tenía.

Fue casa por casa, hasta que se aburrió, apenas un buen machete de caza, enorme y afilado como la muerte, “algo es algo”, pensó; en uno de los bares, encontró que los grifos tenían agua, posiblemente de algún aljibe, llenó la cantimplora, bebió hasta casi reventar y después se lavó la cara.

Salió y se fue hacia el Renault, le costó arrancar, pero al final lo hizo, el problema, el depósito estaba en casi un cuarto, pocos kilómetros le quedaban por hacer en ese coche si no encontraba gasolina. Cogió el camino que nacía a la derecha de la autovía, no sabía dónde llevaba, pero no se veía interrumpido como la gran carretera.

El coche comenzó a circular a tirones, la nube blanca era cada vez más grande, seguro que la veían desde el espacio, pero avanzaba, el camino estaba asfaltado, tenía muchos baches, los amortiguadores del coche aparte de ser antiguos estaban reventados, y entre eso y lo grande que era él, de vez en cuando daba con la cabeza en el techo.

Dos horas por camino, coches abandonados, algún camión en medio de la carretera, pero nada más, solo sitios desiertos, sensación de vacío y carreteras con vehículos en todas las posiciones.

A la hora de comer llego a una población “Alcolea”, después de pasar el rio entre los coches que casi colapsaban el puente, se paró en una de las rotondas, se bajó y miró alrededor, vio más arriba un puente de conexión de carreteras, parecía libre, arrancó de nuevo y subió a la parte más alta, dejó el coche al ralentí, después se bajó y estudió el entorno desde la altura; el pueblo estaba dormido, como todos, nada que se moviera, un desierto, ni un alma que dijera que aquello no era un pueblo fantasma.

Vio un indicador “Córdoba 10 Km”, por fin estaba cerca de una ciudad importante, allí tenía que haber alguien, por narices, no era posible que una ciudad entera desapareciera como por arte de magia, un pueblo, bueno, pero una ciudad entera con sus cientos de miles de habitantes, era imposible, ¿o quizás no?, no estaba seguro.

Ni se molestó en rebuscar en el pueblo, seguro que estaba como los que había visto hasta ahora, sistemáticamente saqueado, las casas sin nada, así que montó en el Renault, y la nube blanca continuó extendiéndose hacia la ciudad.

Apenas pasó los polígonos industriales llegó a Córdoba, pasó el cruce de carreteras de la entrada y vio unos grandes almacenes, se dirigió hacia allí, era ya avanzada la tarde y no había parado ni para comer, dejó el coche aparcado a unos cientos de metros de las enormes naves de los mayoristas y fabricantes, y anduvo por la enorme explanada, allí para variar se veían algunos coches ardiendo apenas.

Llevaban ya tiempo consumiéndose, pero todavía el plástico que contenían les hacían dar pequeñas llamas y un humo acre y tóxico se elevaba hacia el cielo azul y sin nubes.

Las puertas estaban abiertas de par en par, algunas de las enormes cristaleras rotas, y por todo el brillante suelo se veían las trazas del saqueo, miró las tiendas de fuera, apenas unas aceitunas tiradas, paquetes rotos por todos lados, fue a las estanterías, en una vio dos paquetes de azúcar, los cogió y los echó en uno de los carritos, pasó por la sección de perfumería, estaba aun con cosas, se tocó la cara, la barba ya estaba muy crecida, señal de como tenía que oler, así que cogió un desodorante que aparecía solo en una estantería, unas maquinillas de afeitar y poco más, el saqueo había sido sistemático.

Salió de allí apenas con el azúcar como comida, estaba preocupado, iba a ser difícil encontrar algo que llevarse a la boca, todo estaba saqueado, mal asunto, él necesitaba comer, y todo había desaparecido. Se montó en el coche y salió de la explanada, vio a la izquierda una larga calle y tomó por ella.

Era una amplia avenida llena de bloques grandes, casi totalmente colapsada de coches y nadie allí, solo se denotaban en la acera enormes manchas de sangre, seca, corrompida, coagulada, por todos lados, pensó que nada podía salvarle de aquello, quien fuera que estuviera matando gente, parecía extremadamente efectivo en su trabajo.

Vio entre edificio y edificio, más allá de ellos, una barriada de casitas de una o dos plantas, se dirigió hacia ellas, meterse en uno de los bloques era una locura, si lo olían, posiblemente no tendría escapatoria, era una jaula enorme, pero al fin del cabo una jaula.

Dejó el coche en la calle, una vía larga y más estrecha que la Avenida que había dejado, las casas parecían en buen estado, necesitaba algo que pudiera defender, con dos entradas como máximo, algo que pudiera fortificar, los Nocturnos no eran tontos, lo buscarían, y si podían acorralarlo, seguro que lo cazarían como si fuera un perro.

Fue a la primera casa, con el atizador de hierro forzó la entrada, pero le costó un buen rato, todo perfecto, los muebles en su sitio, miró la cocina, casi orgasmó, estaba llena de latas, de corn flakes, de agua embotellada, de tetra de leche, de tomate, de casi todo, vio un enorme frigorífico, llevaba tiempo sin electricidad, cuando lo abrió una bofetada de mal olor le dio en la cara, a pesar de ello no lo cerró, cogió un paquete de margarina, un pedazo de chorizo que tenía ya señas de moho, pero eso no mataba, lo limpió con un trapo que había en el fregadero, le dio un bocado, estaba duro como un cuerno, pero más era el hambre, los veinte centímetros de chacina desaparecieron en poco tiempo, le supo a gloria, después de haber estado comiendo comida para perros.

Registró la casa, en una de las habitaciones, en la planta baja, encontró un montón de cajas, en ellas había chorizo y morcilla, lomo, todo envasado al vacío, la satisfacción le llenó el estómago solo de verlas, todas ordenadas, cientos, cada una en su sitio, aquello era una sorpresa de las buenas dentro de lo que había visto hasta ese momento.

Cerró la puerta, entró en la siguiente habitación, era un pequeño despacho, miró el tarjetero “Chacinas López Pérez”, representante para Córdoba y Provincia, después un teléfono y una dirección, había tenido suerte, por alguna razón no habían saqueado aquello, y realmente era un almacén de chacinas.

Subió las escaleras, tres dormitorios arriba, como esperando a que volvieran los que habían salido, pero nada interesante. Volvió a bajar, abrió la habitación de las chacinas, cogió varios paquetes de lo que allí había, y volvió a la cocina, el agua que salió del grifo, sirvió para que llenara la cantimplora, poco más, después goteó lentamente, indicándole que eso era todo lo que había.

Cogió un paquete mohoso de pan de molde, lo abrió, y fue quitándole a las rebanadas la parte mala, hizo un buen montón de pan comible, y abrió con el cuchillo de campo las bolsas al vacío, solo el olor ya hizo que el estómago rugiera como un animal rabioso.

Creyó que iba a reventar, pero le dio igual, hasta que no terminó con todo lo que había abierto, no paró, bebió de la cantimplora y se dejó caer hacia atrás en la silla de la cocina, aquello era el paraíso, se le descompuso el vientre de lo que había comido, pero por primera vez desde que se había recuperado lo hizo en un cuarto de baño en condiciones, cuando salió, apiló todos los muebles que pudo en la entrada, y en la pequeña puerta que daba a un escaso patio con limoneros.

Ya estaba más tranquilo, se fue al sofá del salón, un lugar de paso desde el que podía oír y ver a cualquiera que quisiera entrar, y se dejó caer reventado, todavía era de día cuando se quedó dormido.

Era noche cerrada cuando lo despertaron los ruidos, eran disparos, unos en la lejanía, otros más cercanos, pero seguro que eran disparos, de eso no le quedaba la menor duda, ráfagas largas, secuencias cortas, un disparo aislado, de pronto se envalentonaban y se oían más disparos, miró por la enrejada ventana, cerca no era, no podía ver nada que indicara qué estaban peleando en las proximidades, pero algunas de las detonaciones eran no muy lejos, menos de doscientos metros.

Estuvo despierto y pendiente hasta que dejaron de sonar, cando calló todo, a la media hora calculó, amaneció, a partir de ahí, nada, solo el silencio de nuevo.

Desayunó fuerte, aprovechó las chacinas junto con un bol con agua y cereales, se sintió lleno, el agua era un problema, pero fue a uno de los cuartos de baño de arriba de la casa, abrió la tapa de la cisterna y olió el agua, parecía estar bien, llenó la cantimplora, bebió, le pareció potable, y la rellenó, todavía quedaba agua allí, no demasiada, pero suficiente para un par de cantimploras más.

Llenó la mochila hasta los bordes, por si acaso, después miró en uno de los colgadores, allí había varios manojos de llaves, había descerrajado la puerta, pero quizás si la enderezaba y encontraba la llave… más de dos horas, pero al final la encontró, enderezó el cierre, y vio cómo se encajaba algo, era fácil de romper, pero así daba la impresión de estar cerrada, se alejó con pena, allí había mucha comida, quizás la perdiera, pero tenía que saber por dónde se movía, qué pasaba, qué era lo que sucedía en ese mundo loco que le había tocado vivir.

Caminó por entre las bajas casas, un coche ardía lamiendo la pared de una de ellas, se acercó, se agachó y cogió algo del suelo, era un casquillo de un rifle de asalto, posiblemente del mismo calibre que el que llevaba en la espalda, manchas de sangre, pero nada más, agujeros en la pared, señales de una pequeña batalla, seguro que era lo que había oído cerca de la casa de las chacinas.

Entró en las casas de alrededor, éstas si estaban revueltas, las cosas patas arriba, manchas de sangre, destrozos, más agujeros de bala, más casquillos en el interior, casa por casa quien fuera, había ido luchando, posiblemente había perdido, porque allí no había nada, salvo los enormes manchurrones de sangre en el suelo, y otros en las paredes, gotas de dispersión de sangre, como si alguien hubiera recibido un disparo a corta distancia, y la sangre hubiera salpicado la pared, más sangre en el suelo, pero ningún cuerpo.

Llegó a una plaza grande con palmeras y una fuente en el centro, miró a los alrededores, estas si mostraban trazas de lucha, las paredes agujereadas, las puertas de los comercios destrozadas y todo salvajemente saqueado, sin orden ni concierto, y las grandes manchas de sangre, y ningún cuerpo.

Una de las tiendas era un estanco, entró, todo estaba tirado, pero vio un par de latas de tabaco rubio, las cogió, también una caja de paquetes de papel para liar, él no sabía, pero aprendería, lo guardó todo, apenas si había algo más, pero bienvenida era cualquier cosa útil, y el tabaco lo era, no sabía cuándo encontraría más.

El estómago le gruñó, salió de la tienda y miró al sol, parecía que la hora de comer había llegado, se fue al parque desde donde tenía visión de los cuatro puntos cardinales, y se sentó en uno de los bancos, frente a la vacía fuente.

Abrió la mochila, y vio una lata de comida para perros, no supo por qué pero le apeteció, la abrió, metió la cuchara, pero por el rabillo del ojo vio algo que se movía en lo que en otro tiempo había sido una tienda de ropa, ahora destrozada y con cristales por todos lados, dejó la lata en el banco, cogió el fusil, comprobó que llevaba la pistola en la espalda, y fue hacia la tienda, nada se movía, podía ser un reflejo de luz, cualquier cosa pero sabía que no, algo le decía que no, que era otra cosa.

De una patada quitó lo que quedaba de puerta, con el rifle apuntando al mostrador que tenía delante suyo. Allí estaba lo que fuera, lo sabía, no lo podía asegurar lógicamente, pero allí estaba, seguro, apoyó el pie sobre la esquina del mostrador, este se movió un poco, echó la pierna hacia atrás, le dio una patada con todas sus fuerzas, el mostrador se movió hacia la izquierda, impidiendo que saliera lo que estuviera allí por ese lado, dejando solo como salida la parte derecha, así que el que saliera se encontraría el cañón de su fusil, sonrió, listo para disparar a fuera lo que fuese que allí se escondía.

Esperaba cualquier cosa, un soldado, un Nocturno, pero era sólo un muchacho de unos doce años, casi desnudo, con un cuchillo de cocina que a cuatro patas casi, lo amenazaba con él. El mango del arma había desaparecido, estaba cubierto de un trapo que lo envolvía para hacerlo más manejable, el chico moreno le miraba con cara de odio, le enseñaba los dientes y movía el cuchillo amenazadoramente.

Estuvo a punto de disparar, pero sabía que no era un Nocturno, era otra cosa, pero un Nocturno no.

-Tú, ¿quién coño eres?, -le preguntó, sin dejar de apuntarle con el rifle.

-Grr, grrr, -era lo único que salía de la boca del chico, mientras le enseñaba los dientes y le amenazaba con el cuchillo.

-Dame el cuchillo, o te pego un tiro que te saco las tripas por la boca, chaval, -le repitió Álvaro, el chico siguió gruñendo y amenazando.

Álvaro bajó el fusil, y se echó unos pasos atrás, el chico salió corriendo como alma que llevaba el diablo, conocía aquello, pues salió disparado por una salida trasera que no había visto.

Álvaro sonrió, por lo menos había alguien vivo allí, bajó el fusil y salió de la tienda, sabiendo la inutilidad de seguir por allí al chico, “que haga lo que quiera, yo no soy su padre”, pensó y salió de la tienda, volvió a sentarse en el banco, y reanudó la tarea pendiente con la lata de carne para perros.

Apenas comió el primer trozo de carne, supo que el chico estaba allí, detrás de la fuente, lo miraba como un animal, “sabia esconderse el cabrón”, pensó, cogió un trozo de carne, lo tiró cerca de la fuente y esperó, el chico milímetro a milímetro se fue acercando, apenas cogió el pedazo salió disparado de nuevo buscando la protección de la fuente, Álvaro siguió comiendo, echó otro pedazo, esta vez más lejos de él, más cerca del chico, visto y no visto, “el hambre que mala es”, pensó.

Echó un tercer pedazo, desapareció mas rápido incluso, levantó la lata y dejó que el grasiento caldo le llenara la boca, después la tiró, volvió a abrir la mochila, sacó un chorizo al vacío, lo abrió con el cuchillo de monte, se cortó un buen pedazo y se lo comió casi de un solo bocado, estaba genial, era curado, de los caros, de calidad, algo que en otro momento hubiera sido para la boca de alguien exquisito, cortó otro pedazo, e hizo como con los trozos de carne, visto y no visto, como un fantasma el chico apareció lo cogió y volvió a guarecerse tras de la fuente.

Continuó dándole trozos hasta que el chorizo desapareció, después encendió un cigarro y se lo fumó, perdió de vista la fuente unos segundos y ya no podía asegurar que el chico estuviera allí, “mejor”, pensó, sabe cuidarse solo, lo ha hecho hasta ahora, qué tenga suerte.

El día estaba echado, se dejó caer en el banco hacia atrás extendiendo las piernas, lanzó volutas de humo del cigarro al cielo, “bien comido, ahora un cigarro, esto es vicio extremo” pensó, y durante unos segundos no estuvo allí, se mantuvo sin pensar en nada, algo que valía mucho en aquel mundo loco.

Se levantó después de lo que calculó que habían sido más de dos horas, se colgó la mochila al hombro, y caminó de nuevo hacia la casa, vio con el rabillo del ojo como el chico lo seguía, no hizo señal de que se diera cuenta, pero ocultándose entre los coches lo seguía a una distancia prudencial, cuando llegó, atardecía, comprobó que la cerradura no estaba tocada, abrió con la llave, y entró con precaución.

Cuando estuvo seguro de que no había por qué preocuparse, cerró la puerta del patio, pero dejó la delantera abierta, cogió la cantimplora, y en una ensaladera volcó un montón de pienso para perros, le echó agua y lo removió hasta que se quedó en una pasta granulosa de un color extraño, casi verde, casi marrón, pero que no olía mal, volcó el contenido en dos platos, salió de la casa, y puso uno de los platos en la acera de enfrente, él se sentó en los escalones de la casa, cogió la cuchara y comenzó a comer la pasta que no estaba mala, además sabía que era un alimento más completo que comer solo chacinas.

Apenas llevaba un par de cucharadas, cuando vio salir al chico, que se acercó con lentitud al plato, lo olió sin perderlo de vista, le dio un lametón y se retiró de nuevo, el siguió comiendo como si nada, el chico se acercó de nuevo al plato, iba a cuatro patas, aproximó la cara, y dio un bocado grande a la pasta, después se retiró de nuevo, instantes más tarde, el muchacho de nuevo a cuatro patas, comía del plato devorándolo.

En apenas unos segundos la pasta había desaparecido y lamía el plato, “ese seguro que no hace falta lavarlo”, pensó Álvaro, cuando terminó lo miró, y desapareció, Álvaro se quedó allí un buen rato después, ya era de noche, pero todo seguía igual, salvo lo del chico todo seguía igual, como siempre en la tierra de los muertos.

Sintió un ruido lejano, pero no tanto, ya había empotrado los muebles contra la puerta, el ruido venía de arriba, subió las escaleras, y se quedó quieto, alguien andaba por el tejado, apuntó al techo con el fusil, sintió como alguien quitaba las tejas que caían al suelo haciendo un gran ruido, al cabo de media hora, o así, el ruido cesó, Álvaro no sabía si habían abierto un agujero o si se habían cansado de intentarlo, estuvo mucho rato esperando, ya no se fiaba, se echó en la cama con el fusil sobre el pecho y allí se quedó durmiendo, pero aquella noche nada más sucedió.

Se despertó como si le hubieran dado una paliza, miró al techo, nada parecía haber cambiado, pero no se fió, bajó y cogió el atizador, ese maravilloso atizador macizo, se subió a una silla y golpeó el falso techo hasta romperlo, grandes pedazos de escayola le cayeron sobre la cabeza, pero no le importó, miró al techo real, y no se veía ningún daño, había temido que lo hubieran abierto, pero no era el caso, respiró tranquilo.

Bajó y quitó los muebles que protegían la entrada principal, hizo otro bol de pienso para perros con el agua que quedaba, llenó la cantimplora con lo que restaba en la cisterna, e hizo la misma operación, puso el plato en el frente de la casa.

Como por arte de magia el chico apareció, pero ahora se quedó al lado del plato mientras que a cuatro patas seguía comiendo, después relamió el plato, lo miró, con tranquilidad, sin gruñirle y se marchó.

Encontró una garrafa vacía, de las de veinticinco litros, que había contenido agua destilada, parecía limpia, salió de la casa, la cerró, y se fue a los bloques de enfrente de las casas bajas, entró en el primero, el recibidor tenía impactos de bala y sangre reseca en algunos sitios, esperó que la suerte le sonriera, le dio una patada al primer piso, no cedió, metió la palanca y con dificultades logró abrir la puerta, oyó un ruido atrás, miró y vio al chico esconderse, lo iba a matar de un infarto.

Dos cuartos de baño, una cisterna llena, otra vacía, echó el agua de la llena en la garrafa de plástico; con dos que estuvieran limpias y que pudiera llenar, solucionado el problema para unos días, pero abrir las puertas era agotador, así que se fue hacia la pared que comunicaba un piso con otro, dio unos cuantos golpes con la punta del atizador, caló los ladrillos, después una patada y la pared se vino abajo, sonrió, a lo bestia salían mejor las cosas.

En el siguiente piso tuvo suerte, encontró que las dos cisternas estaban llenas, además encontró un armero, vacío por supuesto, pero rebuscando en los cajones, encontró dos cuchillos de caza, de un aspecto formidable, serrados y con el corte para que entrara el aire en la herida, los miró satisfecho y los echó en la mochila, arrastró la pesada garrafa, y regresó a la casa, la dejó allí, y siguió con la ronda buscando algo extraño.

Después de más de una semana, conocía el barrio como la palma de la mano, solo dos casas tenían algo de comida que había llevado a la que ocupaba, lo demás, todo vacío, esquilmado, disparos por la noche y poco más, el chico que se había acostumbrado a que le diera de comer todos los días, y la comida que desaparecía a marchas forzadas.

Una mañana se levantó, arrancó el Renault que sin saber porque se negaba a morir como él mismo, y renqueando salió hacia los polígonos que había visto a la entrada a apenas un kilómetro, entró allí, y vio que todas las naves de alimentación estaban saqueadas, tontería buscar, alguien lo había hecho antes, sería una pérdida de tiempo, el vehículo a tirones avanzó por las amplias calles.

Desolación y manchas de sangre, sólo eso, después de más de dos horas dando vueltas sistemáticamente encontró una nave, “Piensos Carmona”, aparecía cerrada, de apariencia nadie la había forzado, se bajó con el coche arrancado, cogió su atizador maravilloso, y forzó la entrada de una pequeña puerta al lado de un gran portón, entró con precaución, se veía perfectamente, la nave tenía unos grandes ventanales.

Nada más entrar los vio, pallets de latas de carne para perro, junto a pallets de pienso para perros, otros para gallinas, incluso de extraños animales; rompió con el cuchillo el plástico que envolvía uno de los pallets, y fue cogiendo cajas de latas hasta que llenó el coche, después hizo la misma operación con un pallet de sacos de veinticinco kilos de pienso, hasta que vio que los amortiguadores del coche casi tocaban chapa de lo vencidos que estaban por el peso.

Cerró la nave, intentando dejar la apariencia de que no había sido forzada, arrancó con el coche, que tardó en coger algo de velocidad, sintió como los vencidos amortiguadores se quejaban ya que de vez en cuando, las ruedas rozaban contra el chasis, se fijó en que acababa de entrar en reserva, mal asunto, pero llegaría a la casa; cuando así lo hizo, descargó en el mismo salón lo que había traído, cuando terminó, lo miró satisfecho, con eso tendría para comer un buen tiempo, se había enganchado a las latas de carne para perros, sonrió, y pensó que si el estómago estaba lleno qué más daba de qué.

Ahora el problema era la gasolina, peor que eso, el coche en sí mismo, pero eso sería mañana, a la tarde hizo la misma operación con el chico, que ya consideraba una obligación el que lo alimentara, pero ahora iba a ser diferente, sintió pena por él, o lo mandaba a la mierda o lo protegía, al final se lo comería cualquiera de los bichos que rondaban por allí, además empezaba a hacer frio, una persistente lluvia estaba todo el día cayendo, y vivir fuera era un problema, así que abrió una lata, y la mostró en el descansillo de la casa, el chico sacó la cabeza, Álvaro la puso justo allí, y se sentó en el sillón desde el que veía perfectamente la entrada, al cabo de pocos minutos el chico apareció, cogió la lata se le quedó mirando, se sentó y fue sacando los trozos con la mano, después se bebió lo que quedaba, pero cuando terminó no se movió, se le quedo mirando.

– ¿Cómo te llamas?, -le preguntó.

El chico lo miró con sus ojos grandes sin decir nada.

-Comes carne para perros, así que como te tengo que llamar de alguna forma, a partir de ahora te llamas “Perro”.

El chico le volvió a echar un vistazo con una mirada indeterminada.

Álvaro había preparado un jergón con un colchón pequeño que había encontrado en la planta de arriba, le señaló el invento, el chico no hizo ningún movimiento, Álvaro volvió a señalarle el jergón, el chico se movió muy despacio a cuatro patas, y al final se echó sobre el colchón, estaba casi desnudo, delgado como el hambre, se le notaban casi los huesos, descalzo. Parecía el anuncio de un país con hambruna.

Álvaro volvió a atrancar los muebles y después se dejó caer en el sofá, levantó los pies y se puso el rifle sobre las piernas, cuando volvió a mirar, el chico dormía roncando como un animal, Álvaro sonrió, y sin darse cuenta se quedó él también dormido.

Cuando se despertó se llevó un susto, a apenas veinte centímetros de su cara Perro lo miraba fijamente.

-Coño, Perro, que me vas a matar de un infarto, -el chico sonrió, y se volvió a su catre, Álvaro se levantó, fue a la cocina, lleno dos vasos de agua, y cogió dos latas de carne para perro, le dio una de cada una al chico, y él comió y bebió.

Quitó los muebles y salió a la calle, la temperatura había bajado, y todo estaba mojado por una pertinaz llovizna, miró a Perro, estaba casi desnudo.

-Perro, hoy vamos de compras, -le avisó.

El chico lo miró con una cara neutra, pero apenas se movió, lo siguió, cerró la casa, y volvieron a la plaza, allí entraron en una zapatería, le miró los pies, un cuarenta y dos, pensó, “que pedazo de pata tiene”, pensó; buscó y encontró unas botas tipo militar, se las ofreció al chico, este le miró sin demostrar nada ante el calzado, Álvaro cogió una de las botas, se fue a acercar al chico y este retrocedió, le cogió la pierna, el chico gruñó.

-Perro, -gritó-, estate quieto.

El chico se quedó inmóvil enseñando los dientes, Álvaro le puso la bota, le quedaba grande, “bien”, pensó, con los calcetines, perfecto.

Entró en otra tienda, allí cogió ropa para él, lo obligó a ponérsela, esa por lo menos sabía qué hacer con ella, ropa interior, y para su sorpresa un mostrador lleno de chaquetas de cuero, se probó una, le venía bien, cogió otra y se la puso a Perro, este se resistió un poco, pero al final consiguió que se quedara quieto con la cazadora, solo la olía una y otra vez, después lo calzó.

-Coño, Perro, pareces otro, -exclamó asombrado Álvaro, el chico casi sonrió.

-Ahora vamos, que tenemos que buscar un coche nuevo, visitemos al concesionario, -aun sabiendo que Perro no le iba a decir nada, pero se sintió menos solo.

Recorrió las calles buscando algo de gasolina, le resultaría más fácil reponer un vehículo de gasoil, la mayoría de los coches que allí había eran de ese tipo de combustible.

Vio cientos de coches, de eso no faltaba allí, pero todos eran demasiado modernos, sabía que no podría arrancarlos con los sistemas antirrobo nuevos como le pasó en el pueblo con el Opel, además no quería liar un follón con el sonido de una alarma cerca del sitio donde se escondía.

Pero pensó en otra solución, volvió al bloque que ya había abierto para coger agua de las cisternas, se había acordado de que normalmente la gente dejaba las llaves en la entrada de las casas o puestas en cualquiera de los colgadores de la entrada.

Recorrió las puertas o las paredes las había echado abajo, cuando terminó, media hora después, tenía más de veinte llaves, y un trozo de manguera que había arrancado de una instalación de gas de una de las casas, por si tenía que chupar de algún depósito para el combustible.

Se colocó en un radio más o menos equidistante de un gran número de coches, Perro lo miraba sin saber qué estaba haciendo, de hecho, se escondía entre los vehículos, siempre buscaba los sitios donde menos vulnerable era, sólo Dios sabría qué es lo que había pasado el chiquillo.

Al quinto o sexto coche, uno emitió un ligero parpadeo, era un coche de carretera, fue hacia él y le puso las llaves encima, y siguió con la labor, otro más, un todo terreno coreano emitió un ligero pitido, ese era el que quería, se montó en él, el coche hizo amago de arrancar, pero no lo consiguió, Álvaro esperó unos minutos, volvió a darle al contacto, hizo como si le costara trabajo volver a la vida, pero milagrosamente arrancó, suspiró satisfecho, el Renault podía descansar en paz, había dado más de lo que cualquiera podía pedirle.

Miró el depósito, apenas si le quedaba menos de un cuarto, y esos coches no eran económicos en el consumo, dejó el coche al ralentí para que cargara la batería, fue a la casa y cogió una garrafa de productos químicos que había visto, junto con el atizador, y sonrió pensando que no había encontrado cosa más útil que esa.

Regresó y movió el primero de los coches, el depósito sonó a tener líquido, no quería darse el tute para que después no tuviera gasoil, reventó el tapón del depósito, le metió el tubo que había encontrado en la casa, le costó trabajo introducirlo, pero al final lo consiguió, chupó como un tonto, parece fácil de hacer pero no lo era; cuando tenía la boca con sabor a gasoil, un chorro salió del tubo, lo metió en la garrafa, y vio agradablemente sorprendido que no se acababa, la llenó completamente, sacó el tubo y fue al todoterreno, le abrió el depósito y dejó que los veinticinco litros cayeran, volvió y saco diez litros más, después subió al coreano y miró el indicador de combustible, tres cuartos y un poco más, asintió satisfecho.

-Perro, gritó, vamos de compras, -cuando volvió a mirar estaba al lado suyo, le abrió la puerta del acompañante, pero el chico se quedó mirando al coche como si no supiera lo que quería decir, salió del coche y se fue a la otra puerta.

-Venga sube, -pero el chico se alejó.

-Que te den, -cogió el cuchillo y cortó el cinturón del acompañante, cuando terminó metió la cabeza en el agarre del mismo, hizo lo mismo con el suyo, no quería que el coche estuviera pitando continuamente, porque él no se lo iba a poner por si tenía que salir a toda prisa, cerró la puerta y salió hacia el Polígono, Perro se quedó mirando cómo se alejaba, cuando volvió a posar la vista en el retrovisor, Perro había desaparecido.

El coche andaba bien, además los baches eran menos en ese tipo de vehículos; cuando llegó a la nave se alegró porque parecía que nadie había tocado lo que allí estaba, llenó el coche de latas y sacos, sobre todo latas, después dejó todo como estaba, y volvió a la casa, allí descargó todo lo que llevaba, pero Perro no aparecía, dejó la puerta abierta, y comió en la escalera de fuera, esperando que volviera.

Aquella noche cuando cerró la puerta sintió pena por el chico, pensó que en este mundo es mejor no encariñarse con nadie, se fue al sofá y durmió un poco intranquilo.

Se despertó y abrió la puerta, salió afuera y miró, nada se veía, mejor dicho, a nadie, Perro por supuesto era a quien esperaba, pero todo seguía tan vacío como desde que había llegado.

Cogió la mochila dispuesto a ir hacia el coche cuando oyó.

-Si te mueves un poco, te reviento el alma. Levanta las manos.

Lo habían cogido de improviso, no se lo esperaba, tanto tiempo sin ver a nadie le había hecho bajar la guardia, lentamente levantó las manos, sabía que tenía pocas esperanzas de salir con vida.

Sintió como le clavaban el cañón de algo en los riñones, una mano le cogió la bandolera del rifle, y muy despacio se lo quitaron, una mano sacó la pistola, el tipo sabía lo que se hacía, porque no relajó ni por un momento la presión del cañón en su espalda.

-Vamos, -y le dio un golpe con el cañón en la espalda-, anda, conque tenemos a un saqueador, muy bonito, vas a durar lo justo, puedes escoger el árbol que quieras, después ya te recogerán los Nocturnos.

Se oyó un grito de dolor, la presión del cañón disminuyó apenas, pero se la jugó, giró y con el brazo desplazó el cañón del rifle, que disparó al aire quemándole el brazo, dio una patada muy fuerte en la entrepierna del tipo, este se inclinó, momento que aprovechó para darle un rodillazo en la cabeza, el que lo tuvo apuntado, cayó como un fardo, apenas había tocado el suelo cuando le dio otra patada en la cabeza con todas sus fuerzas, “ese no se movía”, pensó, miró al lugar de donde provenía el grito, allí estaba Perro con el cuchillo ensangrentado en las manos sonriendo a la vez que enseñaba los dientes.

Álvaro recogió la pistola, alejó los rifles del tipo vestido con ropa de camuflaje y lo cacheó, sacó una pistola y un cuchillo grande como un sable, miró la documentación, era un policía, muchos documentos, pero apenas nada más, en una pequeña mochila alguna lata, solo eso.

Sin perderlo de vista se acercó al otro tipo que yacía en un charco de sangre al lado de un árbol, Perro le había cortado el cuello con la precisión de un cirujano, un corte de un lado a otro, apenas si había podido articular el estertor que le había salvado.

-Buen chico, Perro, buen chico, -susurró mientras le acariciaba el pelo. Lo miró de nuevo, era para tenerle miedo al mocoso.

Lo registró, un carnet que no ponía profesión, la misma ropa de camuflaje, un rifle como el suyo, mucha munición que se llevó consigo y poco más, ese no tenía comida. Volvió al tipo que le había encañonado. Cogió el tubo de goma y le ató las manos con fuerza, si no se lo quitaba en diez minutos, posiblemente perdería alguna de las manos.

Lo cogió del pecho y lo levantó, lo dejó sentado, mientras le golpeaba la cara, un lado de ella se hinchaba a ojos vistas, era donde le había pegado la patada.

El tipo abrió los ojos, por lo menos el que podía, un hilillo de baba le caía por la comisura de los labios, la patada había sido bestial.

– ¿Quién eres?

-Hijo de puta, te voy a matar, ¿tú sabes lo que haces?

-Te he dicho qué quién eres.

-Soy de los de Gonzaga, los Delegados del Gobierno, puto saqueador sarnoso.

Álvaro oyó Gonzaga y sintió como se le revolvían las tripas.

– ¿Gonzaga has dicho, el de Madrid?

-No, él es de Córdoba, ha venido de Madrid, pero él es de Córdoba.

– ¿Así que me ibais a colgar?

-Hay orden de colgar a los saqueadores, son órdenes, yo no tengo nada contra ti.

– ¿Dónde está Gonzaga?, -le preguntó.

-En la Ciudadela, quítame las ligaduras me duelen mucho las manos.

-Te jodes, -le contestó Álvaro-, ¿dónde está la ciudadela?, -le volvió a preguntar Álvaro.

-En el Patriarca, donde el Hotel.

– ¿Dónde es eso?, -Álvaro no conocía Córdoba.

-En las faldas de la sierra, -el tipo señaló con la cabeza en una dirección-, allí es donde está el Gobierno de la ciudad, solo algunos grupos se resisten, pero no son nada, ya mismo se los comerán los Nocturnos, -y el tipo sonrió con maldad-, esos putos bichos.

– ¿Cuáles son los otros grupos que se le oponen?

-Los del Sector Sur y los del Arenal, pero son más pequeños, nosotros controlamos la ciudad. Déjame libre, si no, te matarán como un perro.

– ¿Y los Nocturnos?

-Salen por la noche, atacan al que pueden y después se llevan los cadáveres, los esconden en algún lugar para comérselos.

– ¿Son muchos?

El tipo sonrió.

-Muchas veces más que nosotros, pero si no sales por la noche… suéltame, mis compañeros me echarán de menos y si te encuentran…

Álvaro miró el enorme cuchillo que le había quitado, le echó la cabeza hacia atrás, y lo degolló como si fuera un cerdo.

-Tú me querías colgar, -escupió al cadáver-, yo lo he hecho más rápido, solo eso, nada personal.

Perro se acercó y se puso a pegarle patadas al cuerpo, saltó sobre él como si fuera un ritual, cuando se cansó, miro a Álvaro sonriendo.

Álvaro limpió el cuchillo en la ropa del tipo, y cogiéndolo por la hoja se lo ofreció a Perro.

Este sonrió y lo cogió, antes de que pudiera hacer nada lo clavó con saña en el cadáver, sonreía como si estuviera loco, sintió miedo y pena, solo él sabía lo que le habrían hecho, y como no hablaba…

Esperó a que se cansara, después arrastró los cadáveres entre los coches, cogió las armas, la munición y la comida y la llevó a la casa, cuando terminó, esparció arena sobre los grandes charcos de sangre, puso un dedo delante de la boca, indicándole a Perro que se callara, este se estuvo quieto mirando a todos lados con su enorme cuchillo rasgando el aire, daba miedo el enano.

Con precaución Álvaro se movió por las calles buscando a los compañeros de los dos tipos, pero por más vueltas que daba no veía trazas de nadie.

Oyó un ruido constante de un motor, aguzó el oído, pasó un par de calles y allí vio varios coches parados, por lo menos una docena de hombres fumaban alrededor de ellos con el motor en marcha, de vez en cuando, sonaban el claxon. Seguramente estaban llamando a las patrullas, era cuestión de tiempo que se dieran cuenta de que una de ellas no volvía, así que decidió quedarse allí esperando a ver que hacían después de comprobar que no llegarían.

Algunas parejas venían con los brazos cargados de cajas, otros con las manos vacías, al final eran más de treinta los que rodeaban los coches, y continuaban tocando el claxon.

Uno de ellos daba órdenes que no podía escuchar, era caída la tarde, el tipo levantaba el brazo, indicando que salieran, eso parecía decir, pero ninguno de ellos hacia amago de moverse, sólo fumaban nerviosamente.

Cuando faltaba poco para que oscureciera, parecieron discutir acaloradamente, los coches arrancaron y en fila salieron de las casitas bajas en dirección a donde ellos estaban, a la casa.

Discretamente, sabiendo que podían verle por los retrovisores, Álvaro los siguió, cuando llegaron a la altura de su casa, ni siquiera aminoraron el paso, tomaron dirección hacia la avenida que estaba al lado y desaparecieron, Álvaro supo que comenzaba la hora de los Nocturnos.

Miró alrededor y no vio a Perro, fue hacia la casa, y momentos después aparecía entre los coches con el cuchillo manchado en las manos, Álvaro le hizo señas de que entrara, dócilmente, Perro entró en la casa.

Aquella noche durmió intranquilo, Gonzaga estaba allí, quería matarlo como él lo había intentado, ahora sabía qué la noche era de los Nocturnos, qué Córdoba estaba repartida en tres bandas, qué el saqueo estaba organizado, y que de día tenía que tener cuidado con las patrullas.

Todo ello hizo que durmiera fatal aquella noche, pero no le dedicó ni un momento de vigilia a los muertos, no era su estilo, el que tiene un arma sabe a qué juega, si no, es que es gilipollas.

Al día siguiente intentó que Perro subiera al coche, pero no lo consiguió, colocó el fusil entre los dos asientos delanteros y la palanca de cambio, después puso la pistola en el asiento del copiloto entre el respaldar y el asiento, metida con el cañón hacia dentro, lista para que pudiera cogerla sin esfuerzo.

Salió de allí, intentando seguir la dirección que le indicó el tipo que lo había encañonado, llegó a una amplia Avenida, pero seguía perdido, se fue a uno de los lados de la calle, donde estaban los comercios que aparecían saqueados y buscó una librería.

Le costó trabajo, porque bares muchos, pero librerías sólo una, cogió sólo la pistola, cerró el coche y entró dentro, todo estaba revuelto, estuvo un buen rato buscando y al final en un despacho encontró colgado un enorme cuadro con el mapa de Córdoba, lo sacó de la alcayata y lo tiró contra la pared, el cristal estalló, rompió el marco y sacó el plano, buscó donde estaba, al final lo encontró, quedaba en una gran Avenida, la de Carlos III, trató de encontrar el Patriarca, después de un buen rato lo encontró, estaba lejos, pero por lo menos sabía cómo llegar.

Tomó todas las precauciones, paraba de vez en cuando, no quería encontrarse con alguna de las patrullas que sabía que rondaban la ciudad; las calles vacías, algunos edificios quemados, todo saqueado, nadie por la calle, sólo coches por todos lados, con las puertas abiertas, quemados, volcados, una pesadilla circular por entre ellos.

Le costó encontrar el famoso Patriarca, cuando llegó a las inmediaciones aparcó el coche de tal manera que pareciera uno más de los muchos abandonados que había en el área, a partir de ahí, todo era paciencia y las cosas despacio, estaba acostumbrado a ir en avanzada, pero ahora entre tanta destrucción, sabía que no existía otra norma no fuera el pasar inadvertido, si lo capturaban, seguro que era la muerte lo que le esperaba.

La zona había sido residencial de alto nivel por las construcciones que veía desde una de las colinas que había podido llegar, se ocultó detrás de una derruida paredilla de una de las casas adyacentes.

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