Cuando llega la Noche. Capítulo VI

CAPÍTULO VI

 El Soldado

Avanzó con precaución hacia las edificaciones, era un pueblo más grande que el anterior, bastante más grande, miró el pequeño y tortuoso cruce de direcciones que formaban las carreteras al juntarse y siguió la que le indicaba el centro del pueblo.

Llegó a una rotonda, y miró la recta carretera que le llevaba allí, apenas doscientos metros le separaban de unas naves, no sabía bien de qué. Volvió a comprobar si la escopeta estaba cargada, pensó que se le iba a ir la cabeza, el bien sabía que lo estaba, lo había comprobado apenas diez kilómetros antes, pero…

Conforme se acercó, vio un camión verde en uno de los lados de la carretera, más adelante se podía ver un jeep, también verde, eran del ejército, seguro, aunque desde la distancia no pudiera ver las insignias, se alejó de la carretera, aquello era algo aún más extraño, se acercó con mucha precaución por la parte trasera de las naves.

Allí una alambrada protegía el acceso al interior, pero estaba destrozada en algunas partes, miró desde la protección de la nave lo que estaba en el interior de ella, y en el solar frente suyo, cuerpos de militares, desgarrados en las más extrañas posturas, no uno, al menos veinte cuerpos, los cascos por todos lados, las armas, y casquillos, miles de casquillos, y agujeros de bala, miles, por cualquier cosa que se elevara, parecía que allí había tenido lugar una batalla y de las malas, todo lo que veía eran cadáveres, nada quedaba allí con vida.

Álvaro se agachó aún más, aquello era algo impensable, soldados bien armados víctimas de una autentica carnicería, todos muertos, desmembrados, y había sucedido hacía poco, no estaban descomponiéndose a pesar del calor reinante, quizás algunas ratas o perros habían contribuido a que lucieran aun peor, pero fuera lo que fuera que hubiera pasado, sucedió no hacía mucho tiempo.

Se pegó a la pared interior de la nave, era un almacén de cereales, de trigo, lo supo por los montones que había en el interior; allí algunos cuerpos estaban desparramados en posturas extrañas; por cualquier sitio más cuerpos, miró a todos lados, nada se movía, ningún ruido, se colocó detrás de uno de los enormes montones de grano, necesitaba tiempo para poder percibir el entorno.

Miró los vehículos, eran del Ejército, estaban tan acribillados como los propios soldados, como todo lo que podía ver, pero, ¿Quién era el enemigo?, solo veía soldados, nada más, ¿a qué le habían disparado?, ¿Quién les había atacado?

-Nocturno, cabrón, ven que te saque las tripas, las mías están al sol, hijo de puta, asoma la jeta.

Era una voz grave, que se paraba en un ronquido, no lograba ver donde estaba, pero alguien había logrado sobrevivir en aquella carnicería.

-Nocturno, hijo de puta, cómeme los huevos, asoma la jeta, -volvió a repetir la voz que comprobó que apenas si estaba a veinte metros, quizás menos.

-No sé qué es un Nocturno, pero yo soy Álvaro, ¿qué coño ha pasado?, -preguntó, y se encogió esperando que le dispararan, necesitaba que algo aclarara que sucedía, demasiadas preguntas sin respuesta.

-Joder, -sonó como un estertor-, ¿no estás podrido?, -oyó decir a la voz.

– ¿Podrido?, -preguntó Álvaro, que no sabía que era eso de podrido.

-Acércate, estoy en las ultimas, colega, acércate, pero como te vea los dientes, te meto el cargador, todavía tengo balas, hijo de puta.

Álvaro reptó los metros que le separaban de la voz, era un soldado, que con una mano sujetaba un fusil, y con la otra se apretaba el estómago.

Respiraba con dificultad, cada pocos instantes; hacia un esfuerzo y levantaba el rifle que se desplazaba de un lado a otro debido a la poca fuerza que el hombre tenía en la muñeca.

Asomó la cabeza, el tipo lo miró unos instantes, después dejó caer el fusil sobre las piernas y tosió, sangre le salía de la comisura de los labios.

-Acércate, no eres un Nocturno.

Álvaro al ver el amenazante fusil apuntar hacia otro lado se irguió hasta quedar de rodillas, el hombre sonrió, y tosió, escupió sangre, después intentó volver a sonreír, pero un espasmo de dolor hizo que su semblante cambiara.

Álvaro se levantó, se acercó al soldado y lo miró, estaba blanco como la cera, de la mano que sujetaba el estómago se veían salir cosas blancas, las tripas, se las habían sacado, olía a excremento, a aquel tipo le quedaba poco de vida, era increíble que aun pudiera hablar, esas heridas las había visto antes, y sabía que tardas en morir días.

– ¿Entonces no sabes que es un Nocturno?, -le preguntó.

Álvaro negó con la cabeza.

-La gente que se convierte en agresivos, y atacan a todo el que tienen al lado, eso es lo que nos pasó.

Álvaro se sentó al lado suyo.

– ¿Tienes agua?, -le preguntó el soldado.

Álvaro le miró el estómago preguntando.

– ¿Esto?, -y el soldado se miró las tripas-, esto ya está hecho, ¿no creerás que me voy salvar?, estoy muerto, pero tengo la boca como si hubiera comido arena.

Álvaro cogió la cantimplora y se la puso en la boca, el soldado dio un trago, inmediatamente escupió sangre oscura.

-Me queda lo justo, -admitió el muchacho-, menos mal, porque duele la hostia, -y se apretó los intestinos.

– ¿Qué os ha pasado?, -pregunto Álvaro.

-Misión de eliminación de Nocturnos, de los que te he dicho, un Capitán que se cree que es el Capitán Trueno. Nos estaban esperando, pero lo peor, es que con nada que se dejaron caer entre nosotros, algunos se cambiaron, se volvieron Nocturnos, a mí me sacó las tripas con el uniforme puesto un compañero, imagínate, con el uniforme puesto, con las uñas, -sonrió de nuevo, y sangre salió de la boca del moribundo.

Paró un momento y respiró con dificultad, después continuó hablando.

-Un desastre, nos disparamos entre nosotros, los que no, se los comieron los Nocturnos, esto está plagado de esos animales, ándate con cuidado, esto es un nido de Nocturnos. Al final, solo quedé yo, me llevé por delante a unos cuantos, -volvió a sonreír-, me harté, se fueron, pero al amanecer, no había ni un solo cadáver de los Nocturnos, sólo nosotros, todos muertos, menos yo, oí gritar a mis compañeros mientras se los comían vivos, después el silencio.

El soldado miró el pecho de Álvaro.

-Tienes suerte, has sobrevivido a uno de esos hijos de puta, eres de los inmunes, y no sois muchos, créeme.

Álvaro no entendía lo que quería decir.

-Allí abajo, -e inclinó la cabeza-, no te vayas a creer que la cosa está mejor, aparecen por todos lados, solo atacan de noche, el que lo hayan hecho cuando aún no es la noche es extraño, pero así ha sido, mira el resultado, no son imbéciles, son unos auténticos asesinos, no te cortes, mátalos cuando los veas, no te preguntes nada, si no acabarás como yo. ¿Tú has sido militar?, -le preguntó a Álvaro.

Álvaro asintió con la cabeza.

-Hermano, pégame un tiro, por favor, pégame un tiro, no me dejes que siga sufriendo, yo lo haría por ti.

Álvaro quería preguntarle más cosas, pero la cara del tipo expresaba el dolor que se lo estaba comiendo por dentro. Sacó la pistola.

-Cierra los ojos, -el tipo lo hizo.

Álvaro pensó, “Ve con Dios Hermano”, y terminó con la frase que nadie decía en voz alta, “y gracias Señor por en estos momentos ver la culata y no el cañón”, la oración de la Misericordia de los combatientes.

Disparó, a pesar de colocar la mano para que no salpicara, sintió como algo caliente y viscoso le manchaba la cara, pero le dio igual, era un hermano, no un perro, le daba misericordia, no matarile, lo más cerca de él, sin asco, sin remordimientos, sólo misericordia.

Se quedó un rato de rodillas tal como le había disparado al soldado, mirando por si veía algo nuevo. Según el relato, solo atacaban de noche, eso de que fueran los Nocturnos, que realmente no lo tenía muy claro, sin embargo, a los soldados los habían atacado al atardecer, y que aquello era un nido.

Se levantó y miró a los cuerpos de los combatientes, vio uno de los fusiles que parecía en buen estado, los que había visto hasta ese momento estaban o rotos o llenos de vísceras. Era un HK36[1], el alemán, todos los que había visto eran del mismo modelo, comprobó que estaba bien, solo el cargador vacío, lo tiró, y miró en el equipo de uno de los soldados, le quitó la mochila que no estaba en mal estado, y pasó los dos cargadores, uno a un bolsillo, el otro lo colocó en el fusil, lo montó, y puso el seguro, después con paciencia, fue buscando en los cuerpos todo lo que le pudiera ser de utilidad, sobre todo las raciones de campaña, las más fáciles de transportar.

En el cadáver del capitán encontró una pistola, era del mismo calibre que la suya, así que solo cogió los cargadores de munición, después, desarmó uno de los fusiles, y le quitó partes que sabía que podían romperse, el percutor, el mecanismo del gatillo, los lió en un pedazo de lona y la metió en la mochila, ahora pesada, de que la había estado llenando, vio como el sol empezaba a querer tocar el horizonte, y supo que tenía que buscar refugio si no quería acabar como los que allí estaban.

Pensó en seguir el camino, sabiendo que aquello era un nido de bestias, pero si lo cogían en un descampado de noche, no podría hacer nada, se terminó de colocar la ropa que había quitado a los cadáveres y que no estaba manchada, por lo menos no demasiado, cinchó los correajes y tomó la dirección que le llevaba al pueblo.

Torció hacia la izquierda y enfiló la larga calle que llevaba al centro del pueblo, se colocó en medio, el sitio desde el que podía controlar mejor, eso porque creía que no le dispararían, en otro caso hubiera sido una locura.

A medias de la calle encontró un supermercado, estaba reventado, los estantes vacíos, pero ni un solo cadáver, algún rastro de sangre, pero solo eso, las manchas de sangre, grandes o pequeñas, pero nada más, los arcones abiertos, y las luces encendidas, nada de comer.

Continuó caminando, entró en una casa, pero el resultado fue el mismo, totalmente vacía, por suerte en el centro del pueblo había una fuente, allí bebió y se mojó la cara, se limpió la herida que seguía supurando, y llenó la cantimplora, los soldados no llevaban, apenas lo que tenían en las mochilas era todo su bagaje.

Miró a su alrededor, aquello sí estaba destrozado, los restaurantes abiertos, desvalijados y buscó hasta que se hizo casi de noche, nada se podía coger de allí, levantó la vista y vio la iglesia, un sitio sólido, posiblemente el más consistente del pueblo, hacia allí se dirigió.

En medio de la calle vio una clínica veterinaria que parecía menos saqueada que el resto, con precaución entró dentro pasando la destrozada puerta, ni un solo animal en las jaulas, algunas aparecían destrozadas, machacadas, manchas de sangre, y apenas nada dentro, solo algunas latas de carne para Perros, y una bolsa de cinco kilos de comida seca para canes, el resto, unos cuantos trozos de comida seca por el suelo, cogió las cuatro latas indemnes, y se echó el saco a la espalda.

Continuó su camino hacia la iglesia, cuando llegó comprobó que tenía las puertas abiertas de par en par, entró con precaución, pero a la vez sin perder tiempo, no podía tardar mucho, las sombras empezaban a caer, suerte que era verano y tardaba en anochecer, de otra manera, la noche lo oscurecería todo desde horas atrás.

Los bancos movidos, apilados unos encima de los otros, manchas de sangre, nada que no hubiera visto antes, miró hacia arriba, efectivamente, tenía balaustrada, siguió la línea de la misma, sólo una escalera era la que daba acceso a ella, una pequeña y empinada escalera que salía de la trasera de la iglesia detrás del altar.

Subió por la misma, y dejó casi todo lo que llevaba allí, miró y vio un aparador pesado y viejo, lo colocó en la entrada de la escalera, estudió el recinto y en una de las esquinas vio rasillas de las grandes, recuerdo de alguna obra realizada en el viejo edificio, las colocó sobre el aparador, con la esperanza de que sirviera de obstáculo a cualquiera que quisiera acceder allí, era su única esperanza, un solo punto para defender, se asomó y miró abajo desde la baranda, más de cinco metros, sería difícil que alguien pudiera saltar esa distancia, se sintió un poco más tranquilo, no era que fuera a sobrevivir, pero por lo menos podía defenderse.

Se colocó en una posición desde la que tenía visual de la puerta de la iglesia, y de la subida a la balaustrada, ahora podía controlar los accesos, y justo a tiempo, la noche había caído, y la luna menguante poca luz daba en el enorme edificio.

Soltó la parte de atrás de la cantimplora, era tipo militar, la llenó con agua, y echó el alimento seco del saco de alimentos para perros, tenían forma de pequeñas grageas, un poco más grandes que las de los dulces para niños.

Las dejó un momento que se humedecieran, se metió una cucharada en la boca, la textura no era muy buena, el sabor ninguna maravilla, pero miró la composición que aparecía en el saco, y seguro que era de los complejos más completos que podías pedir, además era “Especial para Perros Grandes”, sonrió, supo que la habían hecho pensando en animales como él.

Más tarde, para rematar, abrió una de las latas, espesos trozos grasientos de carne de inidentificable color bailaban en algo grumoso, la verdad es que el aspecto tiraba para atrás, pero no le apetecía una ración del ejército, las conocía demasiado bien, y las latas de carne que llevaban podía asegurar que tenían peor aspecto que la que miraba en ese momento.

Cogió la cuchara, atrapó un trozo viscoso, que intentó escaparse un par de veces antes de que pudiera atraparlo, se lo llevó a la boca, y se quedó sorprendido, estaba bueno, grasiento, pero se deslizaba que daba gusto, atrapó otro, “realmente bueno” pensó, y acabó con la lata, terminando con cualquier cosa que se pudiera enganchar, al final se la puso en la boca, y dejó que cayera el denso liquido en su gaznate.

Sólo le faltaban un buen par de cervezas, se consoló a sí mismo mientras encendía uno de los escasos cigarros que le quedaban, “tendría que hacer acopio”, pensó mientras miraba la humeante cabeza del pitillo, un lujo de vez en cuando tampoco era malo, pensó que, seguro que las cosas se podrían peor, no le quedó la menor duda.

Y ahora la vigilia. Colocó con precisión las armas, al lado de cada una de ellas, apiló un par de cargadores, comprobó que podía acceder a ellos sin problemas, y se dejó caer contra la pared de piedra, mientras, como en un partido de tenis, miraba de una entrada a otra, sin poder evitarlo.

Apenas fue un roce lo que escuchó, alguien se deslizaba furtivamente en el interior de la iglesia, abrió los ojos y vio como una, dos, hasta seis figuras penetraban por la puerta del templo, moviéndose con cautela y pegadas a una de las hojas de la misma, ni pestañeó, se quedó quieto.

Las siluetas se pararon, iban agachadas, casi andando de rodillas, pero eran humanas, muy humanas, quizás ahora no lo fueran, pero seguro que fueron humanos con anterioridad.

La primera figura se paró, sin ningún sonido.

Algo hizo que dos de las siluetas la adelantaran en dirección a la escalera que concluía en donde él estaba, la figura levantó la cabeza e hizo como si oliera algo, pero era imposible, ningún ser humano podía saber que otro estaba ahí por el sentido del olfato, pero estaba seguro de que lo estaban oliendo.

No tenía sentido, pero sabía que aquella cosa, detectaba que él estaba allí porque lo había olido. Ni un ruido, como si fueran almas del purgatorio se movieron por la iglesia, las perdió de vista de continuo, de un momento a otro veía una sombra que en la penumbra se movía y volvía a desaparecer, pero ni un solo sonido; como animales de presa, estaban estudiando como atacarlo, como si fuera una vaca entre lobos, agarró con fuerza el fusil, lo puso en posición de disparo a disparo y quitó el seguro.

Ahora si oyó un ruido, una de las rasillas o varias habían caído sobre el suelo de piedra haciendo un atronador ruido que rompió la cautela de las criaturas, apuntó hacia allí, vio como una de ellas pasaba con una elasticidad difícil en un hombre, y se dejaba caer de nuevo una vez pasado el obstáculo. Apuntó a lo que parecía la cabeza, disparó y aquello cayó como un fardo, uno a cero, pensó, y el empate es algo malo.

Ya estaba todo dicho, los animales no hicieron ruido, pero él ya sabía que todo estaba al descubierto, estarían al tanto de que no podían sorprenderlo, vio una sombra, disparó, no pudo cerciorase de su acierto, otra de esas cosas saltaba por el sitio donde lo había intentado otra que yacía muerta debajo, apretó el gatillo tres veces, el animal cayó, pero se retorcía, con tres balazos en el cuerpo intentaba levantarse, no podía moverse, era un buen sitio, esperó con paciencia, y cuando intuyó, más que vio, la cabeza de una, disparó de nuevo, cayó a plomo.

Otra figura y otra más, en apenas tres segundos más de cinco de aquellos animales habían saltado el obstáculo, ¿quién sabría cuántos más habría abajo?, disparó y disparó, hasta que el cargador se vació, después cogió la pistola y siguió disparando.

A pesar de los múltiples impactos, aquellos seres se levantaban arrastrando un miembro, lo que fuera que tuvieran destrozado e intentaban alcanzarlo.

Un momento de paz, recargó el HK y la pistola, por lo menos tenía armas con que defenderse, y munición, por ahí todo controlado, pero no sabía cuántos más había allí.

Ni una sombra, ni un ruido, nada, como llegaron se fueron, el resto de la noche un duermevela que lo cansó más que si no hubiera dormido.

Apenas vio los primeros rayos de luz, se levantó y fue hacia el montón de cuerpos, seis, cuatro hombres y dos mujeres, casi desnudos, los movió con la pierna. “Araceli 2001”, figuraba en el tatuaje en forma de corazón de uno de ellos, nada más que no dijera que habían vivido al aire libre, o que habían destrozado con las manos, con las grandes uñas que tenían todos.

Les abrió la boca, no parecía nada raro, eran dentaduras normales, solo un detalle, miró el cuerpo desnudo de una de ellas, aparte de la sangre y de los impactos de sus proyectiles lo único raro, era el vello, por el cuerpo empezaba a salirle como una pelusa espesa, como pelo de melocotón, le dio la vuelta, también empezaba a salirle en la cara, la miró de nuevo, había sido una mujer guapa y sintió pena, que se acabó en el momento que pensó que podía estar ahora haciendo la digestión de él.

Recogió sus cosas, saltó por encima de los cadáveres y bajó por las escaleras, solo manchas de sangre, señal de que había pillado carne con sus balas, pero ningún cadáver.

Cuando salió fuera miró a todos lados, el pueblo seguía tan desierto como el día anterior, nada se había movido, todo seguía igual, a pesar de la escaramuza en la iglesia, siguió sin comprender qué era lo que pasaba, pero por lo menos sabía que esas cosas cuando le pegabas un tiro, las jodías, eso era importante, se morían como él mismo, quizás tardaban un poco más, pero se morían al fin del cabo.

Miró al horizonte, el futuro se presentaba mal, muy negro, pero antes tampoco era brillante, hizo involuntariamente una mueca que quería ser una sonrisa, y pensó que de todas maneras siempre estaba jodido, ¿por qué iban a cambiar las cosas ahora?

Se colocó todo en su sitio, no quería permanecer allí ni un solo momento, intentó abrir uno de los coches que estaba aparcados en la larga calle, sabía hacer el puente, poco más, vio un Opel con unos años, tiró de la puerta, pero no pudo abrirla, miró por alrededor.

Caminó un poco más y entró en una de las casas, nada había en la cocina, no esperaba menos, pero en la chimenea encontró un robusto atizador, lo cogió en peso, pensó que le serviría, fue de nuevo al coche, metió la punta alargada en la cerradura, ésta saltó, lo abrió, inmediatamente una alarma pitó con toda su estridencia, si los Nocturnos querían atacar, ese podía ser el clarín que los llamase, esperó expectante, pero nada sucedió ni por parte de los Nocturnos, ni por parte de ningún ser humano.

Se colocó de rodillas en el coche, sacó la carcasa de protección, después tiró del manojo de cables, hizo un clásico puente, pero no arrancaba, y la sirena le estaba volviendo loco, nada podía hacer con los modelos modernos que tenían sistemas antirrobo, él no había robado un coche nunca, no había tenido necesidad y ahora le hubiera gustado saber, pero no, el vehículo pitaba y no arrancaba, se levantó, le pegó una fuerte patada a la puerta, esta, sin cerradura, rebotó y casi le vuelve a alcanzar como queriendo devolverle el zapatazo.

Siguió caminando, casi a la salida del pueblo había un viejo Renault 4L, con más de cincuenta años, pensó que ese de modernos antirrobos no sabía nada, forzó la cerradura, no tuvo que quitar nada más, los cables estaban a la vista, hizo el puente; después de unos cuantos intentos el coche arrancó moviéndose como una mecedora al ritmo del motor que sonaba mal, muy mal, pero que era un transporte al fin de al cabo.

Comprobó el depósito, más de medio, con eso podría hacer al menos doscientos kilómetros o más, por fin le salía algo bien, metió la primera con la palanca que iba en el salpicadero, el coche saltó como si no existiera el embrague, pero después se tranquilizó sin calarse, arrancó despacio, el coche avanzó a trompicones pero avanzó, siempre iría más rápido que él andando por muy lento que fuera, y sonrió, abrió la ventanilla levantando el tope de goma, el aire fresco de la mañana entró en el enrarecido ambiente que tenía dentro el viejo coche.

Se incorporó a la carretera principal, la que llevaba a la ciudad con mucha precaución, no la conocía, el coche parecía en las últimas y las bajadas y empinadas cuestas semejaban no tener fin, tampoco tenía demasiada prisa, el caso es que avanzaba a una velocidad cien veces mayor que por su propio pie.

A la salida de una curva una empalizada llena de troncos enormes y arrancados de sus raíces interrumpía el tráfico, estaba hecha para que cualquiera que fuera a velocidad se la comiera.

El, con el bólido que llevaba, le habría dado tiempo a frenar un par de veces mínimo; se bajó con precaución del coche, aquello tenía toda la pinta de una emboscada, se asomó al arcén, allí reposaba un coche con las ruedas al aire, volcado y con las puertas abiertas, estudió la empalizada, eran árboles, unos encima de otros sin ningún tipo de orden ni concierto, solo colocados tal y como habían caído, la recorrió con el fusil en la mano esperando cualquier cosa, pero nadie hizo amago de dañarle, la rodeó, en el otro lado más de diez coches en diferentes posiciones indicaban que realmente era un obstáculo que no se podía cruzar fácilmente.

“Una putada”, pensó, para una vez que tenía algo que iba a una velocidad aceptable, algún cabrón había cortado la carretera. Se fue al lado contrario del terraplén, allí los arboles estaban separados por un metro de la pared de roca, pensó en algo.

Fue al Renault, de todas maneras, no era suyo, y no pensaba volver al pueblo de la masacre, arrancó despacio, y pegó el coche en la esquina del último árbol, se aseguró de que, hacia contacto con él, apretó al máximo el acelerador, el tronco no se movió, pero el coche chirrió con el mismo sonido que un perro apaleado.

Pero a cabezón no le ganaba nadie, volvió a apretar el acelerador, el coche racheó, una vez, otra de nuevo, se bajó para dejar que el viejo motor respirara, vio las trazadas de las ruedas, y supo que no aguantarían mucho tiempo aquellos esfuerzos, pero no le cabía otra cosa, entonces se fijó en que el tronco se había movido unos centímetros, pocos, pero se había movido, sonrió para sí mismo, eso era una buena noticia.

Se subió de nuevo, ahora no le importó que el coche reventara, de todas maneras, si no pasaba daba igual, además el árbol se movía, racheó para un lado, para otro, el humo salía de las estrechas ruedas creando volutas de humo que denotaba la temperatura de los neumáticos, pero se movió, el árbol se movió. Lo dejó al ralentí para que se enfriara todo, porque el coche tenía que estar como un novio.

Estaba tan contento que fue al Renault, cogió la mochila y se encendió un cigarro, el esfuerzo del coche había merecido la pena. Cuando lo apagó se dirigió de nuevo al coche, clavó la esquina delantera en la pared de roca, y apretó el acelerador, el chirrido sonó fuertemente mientras entre la roca y el árbol se llevaban centímetros de la anchura del mismo.

Se quedó empotrado, aceleró, pero el coche continuó trabado, tiró un poco con la marcha atrás, que le costó meter, el embrague estaba en las ultimas, además el motor ya olía a aceite quemado, pero no le importó, se movió apenas medio metro atrás, el coche chirrió, como si supiera que lo estaban matando, lo cual era cierto, metió la primera de nuevo, aceleró al máximo, soltó el embrague y el coche salió disparado.

Se oyó el chirrido y un golpe de sonido bajo y potente, algo se había roto y no sabía si era el coche, la roca o el árbol, pero había pasado, salió del Renault, éste estaba más aun para el desguace, parecía que un gato gigante lo había arañado con rabia por los costados, enseñaba la imprimación por todos lados, y los colores de donde había rozado eran largas líneas en la carrocería, pero estaba fuera de la trampa.

Salió de allí despacio, ahora sí se notaban más coches en los arcenes o en la carretera con las puertas abiertas, iba despacio, si hubiera algún cadáver lo habría visto, pero nada, todo abandonado, sin nadie, ni vivo ni muerto.

El coche estaba en las últimas, si despacio iba antes de la barricada, ahora iba pisando huevos, le llegaba el tufo del aceite quemado, y se movía oscilante, las pendientes no ayudaban, no se fiaba de los frenos y la enorme cuesta parecía no tener fin, iba con los cinco sentidos en la bajada, pero algunas veces, el coche hacia un extraño y pegaba como un retemblado, pidió al cielo que aguantara, porque la señal que habían pasado indicaba todavía sesenta kilómetros para la ciudad.

Pero el cielo pareció escucharlo, la carretera perdió pendiente y quedó casi plana, los siguientes kilómetros pudo subir la velocidad, porque aun a esa marcha el coche parecía querer salirse del chasis e irse corriendo.

Pasó algunos Restaurantes de carretera, algunas casonas, pero no se atrevió a parar ahora que llevaba velocidad, a cada kilómetro más coches se veían abandonados, parecía que todo el mundo se hubiera puesto de acuerdo y los hubiera dejado allí, extrañamente seguía sin poder ver un solo cuerpo. Pensó que podría cambiar el coche por cualquiera de ellos, pero se preguntó si sería capaz de arrancarlos, si tendrían gasolina, mil interrogantes, así que solo se plantearía cambiar de coche si el Renault terminaba de morir, desde luego por coches no sería, que estuvieran operativos, sería otro asunto, un serio asunto que mejor plantearse cuando llegara el momento.


[1] El Heckler & Koch G36 es un fusil de asalto de calibre 5,56 mm diseñado por Heckler & Koch en Alemania durante los años noventa como sustituto del HK G3. Hasta el 16 de octubre de 2017 será el fusil reglamentario del Bundeswehr, y será sustituido paulatinamente por el HK416A72​, pero sigue como el arma de dotación principal en las Fuerzas Armadas de España.

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