Un Trozo de Mí

Un Trozo de Mí.

Hace poco, unos meses apenas, me vi obligado, circunstancias de la vida, a cambiar mi gran casa, en la falda de la sierra con las vistas mas maravillosas que puedas imaginar, por un piso en el centro de la ciudad.

No ha sido una decisión libre, sino que el armazón que portamos, y que creemos que somos nosotros, está resentido, y la lejanía de cualquier centro de salud, implica tener más cerca la muerte.

Y como todo cambio, este trae decisiones que tomar, y una de ellas, la que me hace escribir estas líneas, fue una que me dolió especialmente.

Cualquiera que me conozca, sabe que soy lector infatigable, que mi regalo preferido era un libro, y que mi biblioteca era una Alejandría diminuta, pero la vida en tema de vicisitudes es artera, y me puso en la decisión de Sophie.

Bajé al sótano, doscientos cincuenta metros cuadrados, todas las paredes llenas de libros, en un entorno sin humedad, cuidado, reformado, bello, 8.453 volúmenes que definían mi vida, ni uno solo sin que sus páginas me hubieran contado lo que tenían que decir, incluso algunas, confidentes de multitud de ocasiones.

Con el corazón en un puño, abrí uno por uno, y solo arranqué, con cuidado, eso sí, las dedicatorias que portaban en las primeras páginas, desde Nietzsche, hasta el Muchacho Persa, Azteca, batallas, grandes amores, las peores de las traiciones, la belleza de las mujeres, el alma de los atormentados, todos, sin excepción, formaron montones, seis exactamente, de mi altura, y soy alto, incluso los míos, no quería prevaricación, formaban parte de ellos, era el final de una época.

Libros de mis ancestros, de mi carrera, las obras completas de Julio Verne, durante años, lectura obligada todos los veranos. ¿qué os puedo contar, que no me duela?

¿Qué iba a hacer?, ¿salvar unos pocos?, ¿en base a que criterio?, no, con el corazón roto, el que ame los libros lo comprenderá, todos, todos y cada uno, fueron a las pilas, que hubiera deseado que ardieran, como si fuera un pequeño Adolfo, pero no, vinieron de una ONG, y se los llevaron, por lo menos esperaba que obtuvieran beneficio con ellos, que paliara cualquier mal, pero sobre todo, que alguien pudiera gozar lo que yo había disfrutado durante años.

Hoy, a pocas fechas de eso, o de aquello, sea cual sea el baremo del tiempo, soy yo, sigo siéndolo, pero más desnudo, más vacío, como si el simple hecho de bajar al sótano y pasar el dedo por los libros me infundiera felicidad, ahora…

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